Sexo en Nueva York

Mi cuñado Pablo me folla duro (versión corregida)

Este julio, mi novio y yo salimos de Madrid rumbo a Nueva York para pasar las vacaciones junto a su hermano mayor, Pablo, y su esposa. Salimos de España un sábado por la mañana. Fueron casi trece horas de viaje en avión y el calor y los nervios hacían el trayecto insoportable. Uno puede pasar las primeras dos o tres horas leyendo un buen libro o escuchando sus canciones favoritas sin apenas aburrirse pero pasado ese período de tiempo… ¿qué se puede hacer? Pedir más caramelos de Iberia a la azafata, tal vez.

Finalmente llegamos al aeropuerto JFK a las tres de la tarde (hora local) y tras recoger las maletas y asearnos un poco en uno de los lavabos de la sala de recogida de equipaje de la terminal 7, salimos a través de una gran puerta que nos daba la bienvenida a los Estados Unidos de America. Allí, en primera fila, se encontraba Pablo. Era la primera vez que nos veíamos en persona, aunque manteníamos una muy buena amistad vía teléfono e Internet. Recuerdo que lo primero que pensé fue que tenía la sonrisa más bonita que había visto jamás en un hombre. Estaba radiante, aunque algo desaliñado por las prisas de haber tenido que salir del trabajo corriendo para llegar al aeropuerto a tiempo. Permanecí en un cauteloso segundo plano mientras los hermanos se abrazaban después de tantos meses sin haberse podido ver debido a la distancia y una vez finalizados los saludos y bromas fraternales, me acerqué a él y le di un fuerte abrazo y dos besos, diciéndole flojito y cerca del oído "que ganas tenía de verte y poder hacer esto, Pablito". Soltó una simpática carcajada y seguidamente respondió que él también deseaba hacerlo desde hacía años, y concluyó la frase llamándome "Irenita". Seguimos de cerca a Pablo hasta la estación del AirTrain, el ferrocarril que nos conduciría a la estación de metro más próxima a casa para poder hacer allí un nuevo transbordo.

Tardamos más o menos una hora en llegar a su pisito. Una vez allí deshicimos las maletas y almorzamos algo. Fue entonces cuando pregunté por su mujer. No se encontraba en casa y según el reloj, ella debería haber llegado ya. Pablo nos explicó que se encontraba en unas jornadas relacionadas con su trabajo. Había tenido que salir de la ciudad y llegaría pasados dos días pero que al igual que él, estaba deseosa de vernos. Las primeras horas fueron fantásticas. Estábamos exhaustos, si, pero la compañía fue magnífica y Pablo intentaba que estuviésemos lo más cómodos posible en todo momento. Aún así, aquella noche nos acostamos temprano tras cenar algo ligero. Ambos, mi novio y yo, caímos rápidamente en un profundo sueño. Aún así, pasadas unas horas me desperté. Quizá tuve un extraño sueño o mi cuerpo no se había acostumbrado aún al nuevo colchón, no sé, pero me levante despacio y sin hacer ruido para no despertar a nadie y me dirigí a la cocina. Ya que estaba despierta, iba a beber algo de agua. Una vez allí vi una rayita de luz que salía a través de la puerta entornada de la habitación de mi cuñado. Al parecer no se había acostado aún y me acerqué para ver si podía pasar a saludarle un momento antes de regresar a la cama.

No sentí reparo ni vergüenza alguna en pasar a verle ya que yo tengo veintidós años y él veintisiete, así que somos cercanos de edad y parecidos en gustos, así que solemos hablar mucho los dos. Antes de tocar a la puerta miré si estaba realmente despierto, para no molestar, y para mi sorpresa vi que se encontraba sentado frente al ordenador viendo una película porno. Me hizo gracia verle en tan despreocupada situación. A mí también me encanta ver porno de manera que no le di mayor importancia a aquello. Evidentemente, no quería interrumpirle, así que me di la vuelta y empecé a caminar de puntillas hacia mi habitación. Habiendo dado apenas cinco pasos oí como Pablo arrastraba la silla y empezaba a caminar. Abrió la puerta rápidamente y exclamó "Irene, ¿qué haces aquí? ¿Ocurre algo, guapa?". Me puse nerviosa, no lo negaré, pero supe reaccionar a tiempo y contesté la verdad. Me había desvelado y tras haber bebido algo había pasado a saludarle. "¿Me has visto, Irene?" dijo. Respondí que sí, que le había visto concentrado en algo y no había querido interrumpirle. Pablo se echó a reír al oír la palabra "concentrado" y yo le sonreí también. Me di la vuelta y empecé a caminar hacia el dormitorio sin decir más cuando sentí que él se acercaba a mí y me cogía suavemente de la mano.

"Debería haber tenido más cuidado estando vosotros aquí pero no siento que me hayas visto esta noche, Irene. Ahora sé que pensarás en mí en más de una ocasión cuando te estés masturbando, al igual que he pensado yo en ti muchas veces. Duerme bien, preciosa". No supe qué decir. En aquel instante, estando a solas con Pablo en aquel pasillo oscuro y escuchándole decir que yo era uno de sus objetos de deseo, sólo pude sentir como mis braguitas se humedecían y me corazón se aceleraba. Empecé a segregar más saliva, más dulce, como si mi boca esperase algo, y mis pezones se habían puesto duros. Él sintió mi nerviosismo y excitación, así que se acercó más, quedándose cara a cara conmigo.

Yo vestía un camisón de raso con unos tirantes muy finitos, siempre me ha gustado esta prenda para dormir y tengo miles de ellos, de manera que al encontrarse tan cerca de mí, la suave tela acarició mis tetas transmitiendo el calor de su pecho y consiguiendo que una especie de corriente eléctrica recorriese mi cuerpo. "Nunca pasará nada que no queramos los dos. Sólo quería que supieras que siempre me ha gustado tu forma de ser. Eres niña y descarada a la vez y eso me da muchísimo morbo. A veces me vuelve loco el pensar en ti y, si te digo la verdad, me ponía realmente nervioso estos últimos días al saber que pronto iba a tenerte cerca". Le miré y, aunque las manos me temblaban, correspondí sus palabras con un apretón de mano y una sonrisa entrecortada y vergonzosa. Se echó de nuevo a reír y dijo que eso era lo que tanto le excitaba de mí, esa mezcla de niña vergonzosa y provocativa a la vez. Cada vez que me miraba me sentía más caliente. Necesitaba ponerle cualquier excusa para retirarme y hacerme un dedo de una vez. Mis braguitas ya se encontraban empapadas de flujo, mis pezones se marcaban descaradamente a través de la fina tela y mi cara estaba rojísima. "Pablo, he de retirarme ya…". "Lo entiendo, es tarde, estás cansada. Sólo una cosa más. Querría saber si has sentido algo parecido por mí alguna vez", dijo. "Si, Pablo… pero he de irme ahora".

No insistió, había conseguido que reconociera lo que era cierto y supongo que no quiso presionarme aquella primera noche, de manera que me dio un beso en la mejilla, muy cerca de los labios y me dio las buenas noches. Aquella noche no pude dormir. Sentía una mezcla de excitación, sorpresa y pánico infinitos, pero aquello no impidió que me hiciera el mejor de los dedos. Junté los dedos índice y corazón de la mano derecha (porque soy diestra) y los metí en mi coño imaginando que se trataban de la polla de mi cuñado. Se mojaban cada vez más, especialmente cuando con mi otra mano me acariciaba y pellizcaba las tetas. Solté mi pelo para que me cayera por los hombros y me hiciera sentir más poseída, más sucia. Me corrí tres veces pensando en el chico de la habitación de al lado, en sus manos cogiéndome, en sus labios cerca de los míos y en lo dura que debió de tener la polla durante el rato en que me estuvo confesando sus fantasías.

A la mañana siguiente me desperté algo confusa. Realmente por todo, por la nueva casa, el nuevo cuarto, el ruido de los nuevos vecinos y un olor no muy agradable que venía de la cocina. Al girarme hacia mi novio vi que no se encontraba junto a mí, así que me puse en pie, me calcé y me dirigí a la cocina para ver qué se traían entre manos los chicos. "¡Al fin te despiertas! Te esperábamos desde hace cinco minutos, dormilona". "¿Cómo sabíais que iba a despertarme ya?", pregunté, a lo que el hermano menor contestó que siempre que iba a despertarme daba unos gemiditos y me desperezaba aun en sueños. "Sí, lo de los gemiditos es muy sexy. Te oíamos desde aquí", dijo Pablo, y me dedicó un pícaro guiño. Hacían tortitas. Desayuno americano para nuestra primera mañana americana pero les había salido el tiro por la culata y resultó que los cocineros quemaron la mitad de ellas. En fin. Tras desayunar los restos menos quemados, mi novio quiso salir a dar unas vueltas a la manzana. Yo me quedaría en casa para ducharme y prepararme. Una vez salió a correr, me dirigí a la ducha. Pregunté a Pablo si podía utilizar sus geles, con total normalidad. Asintió y me acompañó para indicarme lo que podía utilizar y dónde estaban las toallas. Aquel fue el momento más tenso (sexualmente hablando) de todo el viaje. "Me encantaría oírte gemir de nuevo, hoy, pero esta vez no estando dormida", me susurró al oído mientras se encontraba tras de mi. Sus manos empezaron a acariciar mis brazos con suavidad y añadió "de hecho, creo que podría conseguirlo ahora mismo y no pondrías resistencia.

Lo deseas tanto como yo, puedo sentir lo caliente que te pones cuando me acerco a ti". Me giré, no quise pero le miré con cara de odio, tenía que hacerme la dura, no podía consentir que hiciera lo que quisiera conmigo, pero se adelantó a mi plan y, empujándome contra la pared, empezó a besarme. Aquello pronto pasó a ser más que un beso, me cogió con fuerza y agresividad, tiró de mi camisón rasgando un tirante y me mordió el cuello mientras sus grandes manos se deslizaban por debajo de mi ropa, entre mis piernas. Apartó mis braguitas y empezó a hacerme un delicioso y arriesgado dedo. Su aliento me acariciaba el rostro, su calor me hacía sudar y su polla se marcaba cada vez más y más en sus pantalones cortos. Pude olerla, aún no se había duchado él tampoco, de manera que todo él olía a sueño y sexo. Me dejé llevar, liberé su polla de la apretada ropa y comencé a pajearla. Acerqué mi mano a su boca para que escupiera en ella y me hiciera más sencilla la tarea de deslizarla por su miembro. "Joder, cuanto tiempo he soñado con esto", exclamó. Le miré a los ojos directamente mientras le pajeaba y disfrutaba a la vez de aquel delicioso dedo. "Vas a tener más de lo que has deseado nunca, Pablito", le dije. Fue entonces cuando me di la vuelta, me subí el camisón para que pudiese ver mi coñito desde atrás y cogiéndole la polla la conduje hasta él. Me giré para poder ver su cara mientras se acercaba y le dije que quería que fuese lo más bestia que pudiese conmigo, que era así como lo había imaginado siempre. Dicho y hecho, no tuvo ningún cuidado a la hora de penetrarme. Clavó su gordísima polla en mi interior haciéndome incluso gritar de dolor.

Su glande, mucho más ancho que el tronco, húmedo se saliva y flujo, se abría paso en mi coño. No pude evitar empezar a gemir fuertemente. Tenía al hermano mayor de mi novio tras de mí, follándome. Aquella preciosa sonrisa había desaparecido y ahora solo rezumaban sexo, brutalidad, deseo, dolor y placer todos los poros de su piel. Su sudor caía sobre mi espalda, sus manos cogían con fuerza mi culo para ayudarse a follarme más profundamente y de vez en cuando me pellizcaba las tetas o me tiraba del pelo como si pudiese así domarme. Mi boca, que permanecía abierta, dejaba caer mi saliva al suelo, donde formó un charco que más tarde le obligaría a lamer. Sus huevos golpeaban contra mi clítoris y mis dedos los acariciaban de vez en cuando, apretándolos y tirando de ellos en su justa medida. Le pedí que me pegase, lo hizo y me hizo daño en el culo, entonces me dio la vuelta y me cogió con fuerza y decisión la cara. "¡Abre la boca, puta!", me gritó. Aquello me volvió loca, adoro que me llamen puta cuando follo salvajemente. Abrí la boca y le miré directamente a los ojos. Estaban encendidos en una mezcla de deseo y rabia. Fue extraño. "Lo quiero todo en la boca, Pablo". Me metí su grandioso rabo en la boca, le hice una mamada riquísima y muy húmeda, con sabor a coño y líquido preseminal y no tardó en llenármela de caliente corrida grumosa, espesa y muy abundante. Me metí toda su polla hasta llegar a los huevos en aquel instante para que fuera lo más parecido a correrse dentro de un coño y empecé a tragar. Ambos estábamos sudados y llenos de fluidos, oliendo a sexo a las nueve de la mañana. Era delicioso. Me puse en pie y le besé. "Ha sido increible, Irenita", dijo. Mañana, más.