Sexo en la Universidad

Historia de cómo conquisté a un chico heterosexual en los baños de la Universidad, un día que estábamos MUY SOLOS

Me desperté. Estaba demasiado alarmado, ofuscado. El chirriante despertador en forma de esfera había estado sonando por 10 minutos, como mínimo. Todo estaba revoltoso; por un momento no recordaba dónde estaba. El despertador seguía emitiendo ese irritante sonido, que de mal humor me ponía en las mañanas.

Soy un inútil, pensé. Llegaré tarde a la universidad.​

El despertarme se había estado volviendo difícil últimamente;​ me hice prometer que me iría a dormir más temprano, pero dentro de mí siempre ha habitado un espíritu nocturno y perezoso. Difícilmente​ cumplo las promesas que me hago a mí mismo, y ésta última promesa era simplemente una más de entre todas.

Seguía tumbado en la cama, sumido en la lucha interna. Todas mis células, y las células de mis células parecían aferrarse a la cálida sensación que producían las sábanas en contacto con mi piel. Sin embargo, sabía cómo disipar toda esa sensación: con cafeína. Pero no con cualquier cafeína; con mi cafeína . Luis Fernando.

Dejé que mi cerebro se inundara con imágenes de Luis Fernando. Mi cuerpo respondió al instante. Ya no quería dormir, lo quería a él. Sobre mi mente desfilaron imágenes de su hermosa cara; sus ojos profundos y sus facciones geométricas,​ artísticamente​te talladas. El deseo de su cuerpo me invadió, y recordé como era: alto y delgado, trabajado y bronceado por el sol. Su pantalón siempre estaba muy abultado sobre su pene, hecho que me excitaba muchísimo. Perfecto.

Hacía tiempo que me había enamorado de él. También solía fantasear con él mientras lo veía jugar fútbol. Mi mayor fantasía era tener su polla dentro de mí, acariciar y besar todo su cuerpo. Era una situación complicada, desde luego. Yo soy homosexual y él no lo es, lo que limitaba mis ilusiones a la fantasía y al deseo. Él nunca podría ser mío, o al menos eso pensaba yo por la mañana.

Me alisté y conduje rápidamente a la universidad,​ pues iba muy retrasado. Eran las 7:28, y yo debía estar allá a las 7:30. De alguna manera me las ingenié y llegué alrededor de las 7:34. Mientras estacionaba mi automóvil, me di cuenta de que el estacionamie​nto estaba casi completamente​e vacío. Había 8 ó 9 automóviles,​ contra los más de 70 que solía haber diariamente.​

Algo anda mal, pensé. Algo huele muy mal.

Me dirigí a la entrada de la universidad,​ a unos 200 metros del lugar donde estacioné mi carro. Es la universidad un conjunto de complejos y amplios edificios, con capacidad para más de 2,000 estudiantes.​ Sin embargo, cuando crucé la entrada, sólo encontré un adjetivo para describirlo;​ desértico.

Soy un estúpido, me dije a mí mismo. La entrada de hoy era a las 10:00 a.m.

¿Cómo podría haberlo olvidado? Podría seguir dormido en mi cama, disfrutando de mis sueños húmedos en los que siempre aparecía Luis Fernando. Todo el esfuerzo y la apuración por llegar rápidamente habían sido en vano. Me resigné y me dirigí a mi salón de clases, para comprobar si alguien más ya había llegado. Viéndolo positivamente, podría adelantar algunos deberes muy extensos.

Comencé a caminar sin prisa alguna. Mi salón se encuentra en el segundo piso del cuarto edificio, un tanto retirado de la entrada. Ni un alma a la vista. Llegué al pie de las escaleras y las subí lentamente, una por una, contándolas.​ Fueron 18 escalones. Llegué al segundo piso, y ante mí se extendió un largo pasillo. Emprendí la marcha, contando de nuevo los pasos que di hasta llegar a mi salón. Fueron 68 esta vez. Pensé que sería el primero en llegar, pero estaba equivocado

—Wey, entrábamos a las 10 —dijo Luis Fernando— Llevo aquí 10 minutos

—Pensé que sería el único —dije yo— pero me ganaste. También se me olvidó...

No me lo esperaba. Mi pulso se aceleró endemoniadamente cuando vi al guapísimo Luis Fernando ahí, solo. Haber llegado temprano valió la pena, después de todo. Eso significaba que pasaríamos más de 2 horas juntos, sin interrupción​es. Me ruboricé. Sentía que cada movimiento que yo hacía era torpe. Me senté cerca de mi príncipe, mientras él cambiaba de posición para voltear a verme.

—No mames, ¿Qué vamos a hacer en tanto rato?

—No tengo idea —respondí—. ¿No tienes tareas atrasadas?

—No wey, yo soy cumplido, no como otros —me presumió.

Miré su cara por un segundo. Simplemente guapísimo. Me pareció gentil y amable, así como dulce y cariñoso. Pero heterosexual, sin duda. Su cariño estaba reservado para ellas , y no para mí. Un galán como él, consigue nueva novia cada semana. Sin embargo, estoy acostumbrado​ a no ser correspondido​ por los hombres heterosexual​es.

Volví a mirar su rostro. Esta vez, una sonrisa de complicidad se dibujaba en sus carnosos y deliciosos labios. Se levantó de su silla y se arrodilló junto a su mochila. La abrió y rebuscó dentro de ella. Finalmente encontró lo que buscaba, y regresó a su silla sosteniendo su iPod touch. Otra sagaz mirada de cómplices brotó de su rostro, y dijo:

— ¿Quieres ver porno? —dijo—. Ayer descargué videos nuevos.

—Humm… Órale

Aunque acepté, no quería hacerlo. Luis Fernando no sabía que yo era homosexual, y no quería decírselo en este preciso momento. Desconocía si él era homofóbico, pero no se lo diría en este momento, por supuesto que no. Me la estaba pasando de maravilla, nunca había estado a solas con mi amor secreto. Mi imaginación se echó a volar, pero recordé que estaba despierto.

Nos sentamos muy juntos, para ver los videos desde un buen ángulo. Nuestras mejillas casi se tocaban. Me pasó un audífono y me lo coloqué en el oído derecho. Él se colocó el suyo en el derecho. Tardó más de un minuto para elegir un video, como queriendo elegir el mejor. Finalmente se decidió por un "trío de dos putas y un macho ". En el video, el macho se follaba a una puta, mientras que le chupaba la concha a la otra.

Siendo homosexual, nunca he disfrutado de la porno "normal", pero aún así me provoca erecciones el hecho de ver porno heterosexual. Luis Fernando comenzó a tocar su paquete, exageradamente crecido. Podía ver su gran polla extenderse bajo sus pantalones, y me asaltó la loca idea de tocarlo, pero reprimí el deseo.

Comencé a tocar mi propio paquete, que en ese momento ya estaba muy crecido. Lo acaricié con mucha pasión, y logré que Luis Fernando desviara su vista hacía mí. Para no quedarse atrás, tomó su polla bajo el pantalón, y comenzó a jalarla de arriba hacia abajo. Sentí que iba a explotar. No pude resistirlo más, lo estaba engañando. Él no sabía que yo era gay, y no quería aprovecharme de él. Así que le dije:

—Oye wey, voy al baño.

— ¿Te vas a pajear?

—No, pendejo —reprendí— Voy a… orinar.

Me levanté, y él me siguió con la mirada. Los baños están a sólo unos metros de mi salón, y me dirigí allí directamente. No tenía ganas de orinar, sólo quería estar lejos de Luis Fernando. Es común confundir la imaginación con la realidad, y la realidad era que mis fantasías con él eran tan profundas y tan vívidas, que me hacía sufrir el hecho de no poderlas convertir en realidad. Así que me acerqué a los lavamanos y me miré en el espejo. Me perdí en mis pensamientos.

Repentinamente, alguien irrumpió en los baños, acabando con mi privacidad. Era Luis Fernando, y al bajar un poco la mirada, vi dentro de sus pantalones la erección más fuerte que he visto en mi vida. Me dijo:

—Ya no aguanto las ganas, me tengo que pajear.

—Pendejo —dije, burlonamente—, ¿a eso viniste?

—Pues... sí. ¿Y tú qué haces aquí?

—Nada —dije— Pajéate

Con una mirada desconfiada se acercó a los urinarios. Pude ver cómo se bajaba la cremallera y tomaba la polla con su mano. Comenzó a masturbarse, deslizándola suavemente hacia arriba y hacia abajo. Mi polla se puso dura como el hierro en segundos. Esta vez no perdería mi oportunidad.

Caminé hacia él decididamente. No se percató hasta que yo estuve a centímetros de él. Llegué hacia él por su espalda, y tome su polla entre mis manos, mientras lo dejaba sentir mi polla en su trasero. Lo que hice lo tomó por sorpresa, pero no me detuvo. Sólo me preguntó:

— ¿Eres gay, cabrón?

— ¿Tú qué crees? —pregunté con tono sarcástico.

—Nunca me habías dicho… —parecía dudar—. Yo no soy gay.

— ¿Algún problema?

Rió

—No, pendejo. Mi fantasía es cogerme a un puto.

Mi pulso se disparó y la sangre inundó mis venas. Luis Fernando estaba ahí, fundido a mi cuerpo, su polla descansando en mis manos. Era mi momento; su cuerpo era mío. Tal vez no su amor, pero su cuerpo era mío. Y mi cuerpo siempre había sido suyo. Mi amor era suficiente para unirnos a los dos en algo más que el sexo.

Desabroché el botón de su pantalón, y comencé a bajarlo lentamente junto con sus bóxers. El volteó su cuerpo, de manera que quedamos frente a frente. Lo miré a los ojos, pero desvió su mirada. Colocó sus perfectas manos sobre mis hombros, para hacerme entender que me agachara. Yo bajé lentamente hasta quedar de rodillas. Terminé de bajar su pantalón y bóxer hasta sus rodillas, y volví a tomar su gorda polla entre mis manos.

Hasta ese momento, no había visto bien su polla. Era larguísima; mucho más que la mía. Comprendí por qué siempre se le abultan los pantalones, pues sus testículos también eran muy voluminosos. Tenía abundante vello púbico; toda una selva. Simplemente deliciosa. Su polla estaba durísima y caliente. Comencé a deslizarla con una mano, mientras que con la otra le acariciaba suavemente los cojones.

Después, comencé a lamer lujuriosamente su capullo. Lamí poco a poco toda su polla, hasta llegar a sus huevos. Le chupé los huevos; primero uno y luego el otro. Les di un tremendo masaje con mi lengua, y Luis Fernando estaba cada vez más caliente. Su piel me quemaba.

—Trágatela entera —me dijo.

Su gran verga se abrió paso a través de mis labios, y se arrastró lentamente hasta llegar al fondo de mi garganta. Luis Fernando sujetó mi cabeza, y comenzó a follarme por la boca, sacando y metiendo su polla cada vez más rápido. El cabrón la estaba pasando de maravilla, y yo también. Él empezó a gemir levemente, debido a la extática sensación que producía el salvaje contacto de su verga con mi lengua.

Mis manos comenzaron a explorar sus piernas, y las deslicé suavemente hacia sus nalgas. Masajeé sus nalgas muy suavemente, y extendí la caricia hasta su espalda baja. Mi polla estaba a punto de estallar; necesitaba pajearme o explotaría. Sin dejar de mamar su verga, bajé una de mis manos para sacar la mía, que hasta el momento había estado oculta dentro de mi pantalón. Bajé la cremallera y saqué mi polla. Comencé a hacerme la paja tan fuerte como nunca lo había hecho.

La verga de Luis Fernando seguía en mi boca; entraba y salía a un ritmo infernal. Estaba a sólo segundos de correrse. Para no quedarme atrás, sacudí mi verga entre mis manos a una velocidad vertiginosa. Los gemidos de Luis se acentuaron, previniendo una deliciosa eyaculación en mi boca. El placer invadió cada recóndito rincón de mi cuerpo; mis músculos se contrajeron en un suspiro de goce, y de mi verga salió un chorro de semen, mientras que la misma sustancia invadía mi garganta a borbotones.

Luis Fernando y yo nos habíamos corrido casi al unísono. Mi semen cayó al suelo y salpicó sus zapatos, y el suyo inundó mi boca. ¡Qué delicia!, el sabor ácido y al mismo tiempo dulzón de sus mecos penetró en mis papilas gustativas, dejándome extasiado. Tragué cada gota de ese precioso y místico líquido, que tanto me satisfacía.

Miré a Luis Fernando. Su piel pálida se había hecho de un rojo intenso, y en su rostro se asomaba una expresión de satisfacción y gusto. Lo había disfrutado, sin duda. Y le había gustado mucho. Pero había una atmósfera de confusión alrededor de nosotros, así como de inseguridad. Por un momento habíamos olvidado que estábamos en la escuela. Pero no había llegado nadie, aún no.

—Fóllame —le dije.

— ¿De verdad quieres?

—Sí.

Caminé, con mi polla entre las manos hacia los lavamanos y me miré en el espejo. No podía ocultar que yo lo había disfrutado, incluso más que él. Busqué la mirada de Luis Fernando en el espejo, y una vez que la encontré, le dediqué un gesto lujurioso; lo barrí con la mirada mientras mordía mi labio inferior.

A través del espejo, vi cómo se acercaba hacia mí, como contemplando un postre a punto de ser devorado. Yo prontamente comencé a bajar mi pantalón, pues no me lo había quitado del todo. Dejé mi culo al aire, para despertar las pasiones en Luis Fernando. Su verga se endureció increíblemente rápido, después de tremenda mamada que le había dado.

Cuando se hubo acercado lo suficiente, Luis Fernando acarició suavemente mis nalgas y besó tímidamente mi espalda. La sensación fue celestial; una oleada de placer cosquilleante recorrió mi espalda y me hizo temblar. Comenzó a restregar su verga en mi culo. Su verga se abrió paso entre mis nalgas y buscó mi agujero. Finalmente lo encontró. Comenzó a presionar, poco a poco, pues era difícil por la falta de lubricación.

Penetró en mí, lentamente. Estaba tan gruesa y tan dura, que tardó más de dos minutos en meterla toda. Nunca me habían metido una cosa tan grande, por lo que en medio del placer, estaba soportando un dolor lacerante. Luis Fernando dejó su verga ahí, en mi interior, para que mi cuerpo se adaptara a ella. Estábamos fundidos en uno sólo; éramos un solo cuerpo cuyo origen era el placer. Me olvidé del mundo, y quedamos solos en medio de la nada. Él y yo.

Luis Fernando tuvo su verga dentro de mí por un largo momento. Luego comenzó a sacarla pausadamente, y cuando estuvo a punto de salir, comenzó a follarme a una velocidad demoniaca. Así se folla a las putas , pensé. Me metía su verga y la sacaba rápidamente, mientras yo me debatía entre el dolor y el goce.

Comencé a gemir, a gritar por ese placer que me estaba dando el cabrón de Luis Fernando. Nunca antes había disfrutando tanto la verga dentro de mí, entrando y saliendo al ritmo de la pasión. Todo comenzó a ir más rápido; comenzó a follarme más rápido. Mi mente quedó en blanco y sólo había fuego dentro de mí. Fui llevado al cielo, y ahí sentí como mis entrañas se empapaban de un caliente líquido arrasador. Luis Fernando se había corrido, y me había llenado de leche. Tanta leche, que escurrió por mi culo y por mis piernas.

Volvimos de golpe a la realidad. Aún estábamos en la escuela, en un baño donde cualquier persona podría entrar en cualquier momento. Nos vestimos de nuevo rápidamente y nos enjuagamos la cara con un poco de agua de los grifos. Salimos de los baños y pareciese que nunca ocurrió nada.

Llegamos al salón. Aún no había llegado nadie.

—Oye, wey —me preguntó— ¿No has ido a mi casa últimamente, o si?¿Qué te parece esta tarde?

Me dedicó una mirada lujuriosa, seguida de un guiño.

Esa tarde la pasaríamos de maravilla en su casa.