Sexo en la ciudad

Cuando lo tuve delante fue increíble. Era un muchacho de veinte años, con un cuerpo delgado, esbelto, de buena talla, ojos grandes, tez morena, cabello negro, voz desprendida, semblante amable y mucha lujuria en el cuerpo. Tener a Alex al frente, con un buen terno, elegantemente ataviado, fue una experiencia nueva para mí. Era aquella la tercera vez que nos veíamos y su figura nunca antes de había visto así, tal vez por el hecho de vestir formalmente y de verlo tan apetecible, o porque yo mismo estaba movido por su imponente figura.

Sexo en la ciudad

Cuando lo tuve delante fue increíble. Era un muchacho de veinte años, con un cuerpo delgado, esbelto, de buena talla, ojos grandes, tez morena, cabello negro, voz desprendida, semblante amable y mucha lujuria en el cuerpo. Tener a Alex al frente, con un buen terno, elegantemente ataviado, fue una experiencia nueva para mí. Era aquella la tercera vez que nos veíamos y su figura nunca antes de había visto así, tal vez por el hecho de vestir formalmente y de verlo tan apetecible, o porque yo mismo estaba movido por su imponente figura.

A Alex lo había visto ya por casi dos meses. Lo conocí en un cruce de la Vía Expresa, en Miraflores. Fue divertido, porque esa noche yo ya había perdido las esperanzas de que llegara a nuestro encuentro. Lo esperé por casi una hora y solamente porque ya me había llamado y dicho que iba a demorar un poco. Tardó pero llegó. Estaba lindo esa noche, abrigado porque era fines de agosto, la época más fría en Lima. Traía una chompa gruesa de lana de alpaca y una bufanda también de lana que le abrigaba el cuello. Las manos estaban cubiertas por guantes, pero aun con toda su cobertura para el horrendo y húmedo frío limeño, estaba rico, ya se sabe no? Esa sensación de que ese chico estaba ardiendo por dentro..... él la tenía y yo la sentía. Esa noche conversamos, y nos excitamos mucho haciéndolo, no paramos de caminar por el frío que hacía.

Pero esta noche, vestidos formales por salir de nuestros respectivos trabajos cada uno, era diferente. Para empezar, el clima de Lima en octubre ya cambia, el frío cede paso a lo templado, un poco menos húmedo pero con algo más de viento en las noches. Nos vimos en otra parte, porque él trabajaba en San Isidro, así que nos encontramos en El Olivar, un inmenso parque lleno de árboles de olivo que admite todo tipo de propuestas, desde jóvenes calenturientos desprovistos de preámbulos hasta viejos de paseo vespertino con sus perros y sus nietos. Obviamente, alguna que otra pareja gay de todo calibre y alguna escena sexual furtiva oculta tras los arbustos, algo que yo mismo protagonicé más de una vez.

Ya en El Olivar, Alex y yo decidimos pasear un poco para ponernos al día en nuestras actividades. Hasta ese momento, el sexo entre nosotros había sido bueno, pero no sobresaliente, de hecho, mis historias privadas me hacían sentir que lo mejor estaba siempre por llegar. Nos contamos nuestras últimas actividades y decidimos seguir caminando con la buena conversa de por medio. Y así lo hicimos, pero no podíamos recalar de cuando en vez en algunos lugares comunes entre amantes, como comentarios en doble sentido, o ciertos comentarios de celos que adornan perfectamente la charla. De hecho, en verdad, yo estaba encantado con su atuendo y se lo dije, en cambio para él verme así no es problema, porque desde que lo conocí debo vestirme formalmente por el trabajo, pero a él lo estaba viendo por primera vez desde que consiguió su empleo en una compañía de seguros, y ya iban casi 3 semanas sin verlo.

Caminando y lanzándonos miradas de deseo furioso de rato en rato llegamos hasta Miraflores, que no están tan lejos como se puede pensar. La deliciosa conversación nos impidió sentir la distancia y el cansancio. Le gustó mucho que yo realmente lo mirara con deseo por lo bien que le asentaba el traje formal, un terno azul noche, muy oscuro y una camisa de blanco absoluto combinaban perfectamente con su tez de trigueño claro. Una corbata celeste muy fina y gruesa coronaban virilmente el escenario e su atuendo. Yo imaginaba más detalles y le decía con un tono de voz más pícaro y la mirada enrojecida que quería saber qué había debajo de esa ropa tan rica que traía puesta. Era la primera vez que tenía a un chico que me gustaba tanto como Alejandro y que estuviera vestido como hombre, lo hacía realmente irresistible.

Me provocó más unas frases y se declaración de que ya estaba excitado con mis palabras. La propuesta fue casi instantánea y con sólo mirarnos. Nos detuvimos frente a un edificio en el centro de la avenida Larco, frente al Parque Central de Miraflores. Era un edificio comercial donde había galerías y oficinas, pero que, venido a menos en los últimos años, se había ido quedando vacío de a pocos, por lo que tenía pisos enteros fantasmas, sin nadie que los habitara y significaban el escenario perfecto para nuestra loca fantasía.

Entramos sin dar mucha importancia a nuestros pasos y nuestros semblantes. Caminamos hasta el fondo del primer piso y descubrimos unas escaleras. Nadie cuidaba la seguridad de esas pocas tiendas vacías que vendían tonterías que nadie quiere comprar. Subimos en silencio, tratando de no delatarnos. Una vez que llegamos al tercer piso, ya nos relajamos y decidimos subir lo más alto que pudiéramos. La sensación de excitación era alucinante, no sólo por el hecho de estar al lado de un chico que me traía loco desde hacía más de una hora sino por lo público y peligroso de lo que estábamos haciendo. Íbamos a tener sexo en un edificio público, con la posibilidad de que, a pesar de estar medio abandonado, alguien nos descubriera o de que algún vigilante curioso se aventurara a los pisos más altos.

Sin importarnos nada, seguimos subiendo. Llegamos, según las marcas de las paredes, al piso 10. Estábamos, más que excitados, cansados. Nos detuvimos. Me tocó la entrepierna y estaba dura. La tría dura desde El Olivar, le confesé y él me llevó la mano hacía la suya que estaba igual. Algo que también me gustaba de Alex era su versatilidad. Era moderno, pero le quedaba bien serlo, era tan masculino que me gustaba sentir que él me poseyera algunas de las veces que tuvimos sexo, a pesar de ser yo activo la mayoría de las veces. Así que, entre nosotros, el juego sexual era completo.

Al detenernos y sentir la emoción a galope de piel, pudimos vernos directo a los ojos. Sentimos pasión fuerte, atracción animal, no había sentido esa emoción antes. Éramos dos hombres atractivos y atraídos sexualmente. Fue delicioso. Estaba yo salivando el momento desde que entramos al edificio y ahora lo tenía frente a mí. Me quitó el saco y yo hice lo mismo. Nos besamos con locura, hasta mordernos los labios, esos riquísimos y gruesos labios rosados que tenía, carnosos y jugosos, que tanto me gustaba besar. Nos acariciábamos mientras tanto, con las manos enloquecidas de placer, por todo el cuerpo, me gustaba tanto sentir sus nalgas y él me tocaba los huevos por encima del pantalón. Fue tan rico que hasta ahora lo recuerdo y me excito. Seguimos besándonos, bajamos hacia el cuello, desarreglando nuestras corbatas y quitándonos las camisas. Le dije que yo iba primero, así que me dejara seguir mi propio ritual.

Estábamos ubicados en un descanso de las escaleras entre los pisos 10 y 11, pero Alex, siempre tan curioso, descubrió que a nuestro lado había un salón grande, que tal vez había sido utilizado para recepciones, con el piso tapizado y algo de comodidad. Entramos porque la puerta estaba abierta, lo cual era una señal definitiva de que todo iba por buen camino. Entramos y empecé a quitarle el pantalón. Descubrí que tenía un bikini blanco, algo realmente delicioso por la combinación con sus gruesas piernas velludas y morenas. Traía calcetines negros, como le dije que tenía que ser. Me excité al verlo así. Me lancé sobre sus pies perfectos, huesudos y largos. Los besé y acaricié. Le quité los calcetines y desnudé por completo. Y ahí tendido como estaba sobre el tapizón rojo oscuro me derrumbé. Era una presencia realmente imponente, un chico de veinte años, erecto, desnudo, echado, listo para mí, deseándome y sintiéndose deseado. Moreno alto y grueso como era Alex, con su pene perfectamente erecto, no tan grande pero bien definido y grueso, parecido al mío. Con su pecho amplio, moreno, con poquísimo vellos el medio, entre los dos perfectos pectorales con que fue regalado por la naturaleza y que mantenía sin ningún esfuerzo. Un verdadero sueño.

Dejé que todo fluyera. Me hizo una mamada riquísima mientras yo le lamía los huevos, eran dos manzanitas jugosas que me deleitaba en chupar y lamer, sentir cómo sus vellos se confundían con mi lengua, y ese olor tan rico que tenía en sus genitales, fresco, aroma de jovencito educado y recién bañado, tan cerca del ano, que tenía color entre rosadito y moreno. Un manjar de aquellos. Le encantaba succionar mis tetillas, y a mí me excitaba más eso. Su lengua recorriendo mis axilas y bajando por mi pecho hasta llegar a la punta de mi pinga era su mejor juego y yo realmente lo disfrutaba mucho. Pero esa tarde todos nuestros juegos estaban mucho más eróticos, de seguro por la adrenalina excretada en ese edificio de más de 10 pisos que nos estaba guardando el secreto. Lo volteé y le empujé mi pedazo que ya estaba muy duro y muy mojado. Fue riquísimo, ver la ropa amontonada a un costado, verlo de espaldas con esas nalgas morenas y gruesas, paraditas y mordisqueables, realmente delicioso. Me moví tan fuerte y tan lento que ambos lo disfrutamos mucho, a pesar de que yo suelo venirme relativamente rápido, aquella tarde por ventura de la vida me demoré mucho tiempo, lo suficiente para que ambos descubriéramos una nueva forma de llamar al sexo, fuerte pero suave, agresivo pero lento, excitante aunque prohibido. No había forma de detenernos, ni aunque alguien nos hubiera sorprendido en ese preciso momento. Luego e varias embestidas y antes de vaciarme le pedí que se volteara para darle piernas al hombro. Accedió rápidamente, tenía el culo muy abierto y quería más. Le alcé las piernas y me las coloqué a los lados de mi cara. Sentí su olor de hombre instantáneamente. Son mis fetiches, los olores y los pies. Y los tenía ambos a mi lado. Sentí sus pies fríos cerca de mis labios y mientras le metía la pinga le daba pequeños besos mordisco en las plantas de sus pies.

Al terminar le pedí que me clavara él, pero no quiso. Me dijo que con esa faena, no tenía ninguna intención de voltearme, que me había portado como todo un semental y no quería alterar ese orden, al menos esa vez. Le di un beso enorme y yo mismo lo vestí, desde los calcetines hasta la corbata. Me sentía nuevamente duro mientras lo hacía, algo inexplicable para alguien que acaba de derramar su leche dentro del culo del chico que le gusta, pero la emoción de la velada me estaba dando nuevos impulsos para arremeter de nuevo. Lo miré le dije con la mirada tan solo que quería darle de nuevo por ese culo abierto y rico que tenía. Me duele un poco, pero me excitas tanto que sí quiero, me dijo. Lo volteé así parado como estaba y como yo todavía no me vestía solamente tuve que bajarle el pantalón y su bikini blanco, acariar sus nalgas morenas de nuevo y abrirlas un poco para meterle de nuevo mi tronco duro y rojo. No me costó mucho porque ya habíamos tenido una sesión larga hacía minutos. Se retorció de placer y de dolor cuando le empujé todo mi trozo, pero lo disfrutó, y siguió haciéndolo mientras me movía tras él pegados a una columna de ese gran salón. Gemía muy quedo mientras me lo comía y movía su cabeza mirando hacia arriba en cada arremetida. Yo disfrutaba muchísimo de moverle mi pene en círculos, sintiendo sus piernas gruesas y velludas tensas de placer y por el esfuerzo que estábamos haciendo. Tener sexo de pie es delicioso, se siente el galope de la sangre que viaja desde los pies hasta el cerebro. La leche se viene desde abajo hacia arriba, porque como siempre para mi gusto, Alejandro era un poquito más alto que yo. No fue rápido, contra lo que yo mismo pensé, me demoré entre besarle la espalda, tocarle los huevos y masturbarlo por delante con mis manos. Estaba tan excitado que esta vez sí se iba a venir. Y así me lo hizo saber, gritó un poco, ahogando la voz, me dijo que se estaba por venir así que yo apuré mi ritmo para hacerlo juntos. Moví la mano derecha con fuerza para apurarle la eyaculación y me moví también más rápido para hacer lo propio. Lo logramos, con mi mano sentí cómo su chorro de leche caliente se disparó hacia la columna donde estaba recostado él, mojándome un poco y retorciendo su pene erecto por la fuerza de la salida. Sus huevos se pusieron duros mientras la leche salía a borbotones. En su culo, mi semen inundaba nuevamente su hueco y sentía cómo le llenaba las entrañas con mi calor. Nos movimos, nos besamos y nos terminamos de ensuciar. Qué importaba. Pasé mi mano por su pinga para terminar de mojarme con sus jugos, para demostrarle que todo estaba perfecto. Me entraron una ganas de lamerlo que lo hice, desde el cuelo, bajando por el pecho hasta llegar a su pene, todo caído y mojado. Recorrí todo su miembro y quité todas las gotas de leche y me las tomé con gusto, sabiendo que eran suyas, de ese chico tan rico que acababa de ser mío, que era todo un deleite visual y erótico.

Salimos a hurtadillas del edificio, tal vez alguno de los vigilantes se dio cuenta y sonrió de costado, pero nadie nos dijo nada. Alejandro y yo caminamos de nuevo hacia El Olivar, mientras conversábamos ambos de seguro pensamos en ese momento mágico, porque algunas miradas cruzadas de cuando en cuando nos daba esa impresión. Pude haberme enamorado de Alex, de hecho creo que casi puede decirse que así fue, aunque nunca nos dimos la oportunidad de explorar otras facetas de nuestras vidas, tan solo los encuentros furtivos y las emociones fuertes. Fuimos a comer algo. Para terminar de sorprenderme, me invitó él con su primer sueldo. Esa noche, luego de la cena, en medio de toda la gente del restaurante, me acerqué por encima de la mesa y le di un beso, grande y suave, sin que nada me importara. Y él me correspondió.

Miraflores, 03/09/2008