Sexo en la cantina

Tengo sexo con mi mecánico en una cantina llena de hombres.

SEXO EN LA CANTINA

Es sábado y hace frío. No llueve, pero hay una profunda neblina en la carretera. Todos estamos muy abrigaditos, y yo voy en el transporte público. Sí, mi automóvil decidió no arrancar esta mañana y tuve que dejarlo en casa. En un Ratto tendré que llevarlo al mecánico automotriz. Y una de mujer que no sabe de esas cosas, ahora quién sabe cuánto me cobrarán… suspiro desanimada y observo que llego a mi parada.

De camino a casa encuentro un taller. Queda cerca de mi conjunto residencial, pero nunca antes había reparado en él. Parece muy a propósito. Está abierto y entro para preguntar. Hay un hombre ocupado debajo de un automóvil parecido al mío y lo llamo para que me atienda.

El sujeto es grande y musculoso; sin importarle el frío se encuentra sin camisa y tiene sus manos untadas de grasa, las cuales limpia en su pantalón mientras me habla. Le explico mi problema y me dice que en 2 horas podría ir a mi apartamento para ver si el daño es sencillo, o si debe traerlo hasta el taller para poder repararlo. Me habla como si no estuviera acostumbrado a tratar de estas cosas con mujeres, como dando por cierto que yo no entiendo nada de mecánica, lo que es una rotunda verdad y con su forma de comunicarse conmigo, me hace sentir como una niñita indefensa.

Acordamos pues la dirección, los teléfonos de contacto y la hora de visita, y sin más continúo mi trayecto.

Ya en casa estoy esperando a que llegue el mecánico. Me gusta y me excita sentir el frío en mi piel, así que traigo un vestido playero, de esos que dejan los hombros al aire y cuya falda es amplia y corta, de modo que puedo sentir el frío en mi entrepierna cuando salgo a descubierto. El vestido no requiere sostén y no llevo pantys. Estoy cómoda escuchando música en mi habitación mientras respondo correos.

Casi no pienso en el mecánico, supongo que simplemente le entregaré las llaves del auto y que él hará cualquier cosa para encenderlo y llevarlo al taller para repararlo cómodamente.

Suena el timbre a la hora prevista y me levanto a abrir. El hombre viene más limpio, vestido y oliendo bien, lo que evidentemente lo hace parecer una persona diferente. Parece un hombre de mediana edad, unos 40 años, es alto, fornido y con una pequeña barriga cervecera. No lo invito a entrar porque estoy sola en casa, y más bien abro la puerta del garaje, le entrego las llaves y le pido que me llame al terminar.

De vez en cuando me asomo y observo que el sujeto está cambiando algunos cables del automóvil, que trabaja concentrado y que parece saber perfectamente lo que hace. Tranquila vuelvo a mis cosas y tras algún tiempo me llama, me informa que el automóvil está listo, que ha tenido que cambiar varias piezas y que no volverá a molestarme.

A pesar de su seguridad me muestro desconfiada. ¿Y si es mentira? ¿Si le pago y el automóvil no funciona si no un rato? ¿Qué tal que me le hubiera robado piezas originales y le haya puesto cosas dañadas para venderlas luego? Le digo que antes de pagarle prefiero probarlo.

El mecánico acepta resignado, como pensando que este tipo de cosas solo pasan cuando trabaja para mujeres. Me da las llaves del vehículo y él sube a su vez en el puesto del copiloto, indicándome con gestos que por favor me dé prisa, que es sábado en la tarde y que se quiere ir a descansar.

Yo me quedo petrificada. Recién ahora recuerdo que prácticamente no estoy vestida, que no conozco a este hombre y que acabo de comprometerme a subirme con él a mi automóvil. Si me vieran mis amistades en este plan seguro se escandalizarían… pero ya es tarde para cambiar de idea. El hombre espera impaciente a que me suba. Bueno, no le he visto ninguna mirada lasciva hasta el momento y parece un hombre de bien.

Me decido pues, cierro la puerta de casa, arranco el auto, salgo del garaje, dejo el carro fuera, vuelvo a salir del vehículo para cerrar la puerta del garaje del apartamento y noto que el viento de la calle es fuerte. Mi falda vuela sin que pueda evitarlo, y espero que el mecánico no haya notado que estoy sin ropa interior. OH, qué delicia este frío.

Vuelvo al automóvil y conduzco hacia la calle. Giro hacia el copiloto y le pregunto amablemente hacia donde lo llevo. El hombre me mira con cara de extrañeza y me da una dirección. Parece que el sujeto reflexionara. Lo noto pensativo e incrédulo, me mira constantemente, como tratando de entender alguna cosa que yo haya dicho o hecho. Me olvido de eso y conduzco hacia el lugar que me indicó.

El automóvil va de 10. Siento que tiene mejor potencia, que por fin ha dejado de echar humo, que no hace saltitos cuando hago los cambios y que ya no se apaga cada vez que hago una parada.

Estoy contenta. No le hablo al hombre, pero en mi cara debo reflejar mis pensamientos. Un trabajo excelente y muy rápido. No hemos acordado el precio pero ya no dudo de su honestidad y eficiencia. Parece que por fin he encontrado un mecánico que sabe.

Parece que nos acercamos a la dirección. Es un barrio popular, con muchas personas conversando en las esquinas, música a todo volumen en cada casa y muchos niños jugando alrededor del automóvil.

El mecánico me señala una cantina y me dice que aquí se queda. Yo detengo el vehículo, le doy las gracias por el trabajo y le pregunto el precio. Traigo mi billetera con dinero suficiente y espero la información. Me da una respuesta, la cantidad es elevada pero no puedo decir más porque no tengo ni idea de éstas cosas. Saco mi billetera y… ¡No traigo dinero! Parece que lo gasté todo y no me di cuenta. Tendría que ir a un cajero para retirar dinero del banco y pagarle en efectivo. Muerta de la vergüenza le digo al señor que no se preocupe, que voy a retirar ahora mismo y que ya vuelvo con el dinero.

El sujeto se enoja, me dice que es el colmo que no hubiese revisado si traía dinero antes de salir, que ya decía él que tanta amabilidad de traerlo hasta su casa era extraña, que seguramente lo quería robar, que eso le pasaba a él por trabajar para mujeres y no para hombres hechos y derechos que sabían que todo trabajo había que pagarlo… Y mil sermones más que fluyen como un raudal y que me enfurecen conforme los va exponiendo el sujeto.

Por fin se calla y aprovecho para reiterarle a gritos que es un idiota, que más vale y  Le baja al tonito, que un olvido lo podía tener cualquiera y que e ahorrara el sermón, que en unos minutos volvería y le traería su mugroso dinero, que yo no soy una ladrona y que más le valía respetar a las mujeres si quería conservarlas como clientas!

El mecánico me dice entonces que listo, que esperará el dinero en esa cantina y que más me valiera cumplir, y que si no lo hacía, que él mismo se encargaría de pagarse por sus propios medios. Se baja del vehículo y con cara de pocos amigos se encamina hacia ese lugar, donde seguramente se gastará todo el dinero que le traiga para pagarle.

Arranco furiosa, a mi en la vida ningún hombre me había tratado como lo hizo este desgraciado, es que si fuera hombre lo cogería a golpes para que respetara, pero como no lo soy me tengo que aguantar  claro, el idiota aprovecha para insultarme a gusto… Huy que rabia

Al volver con el dinero toco la bocina varias veces, pero el mecánico no escucha. Claro, el volumen está a tope y se ve que allá todos los hombres hablan y se ríen con estruendo. Va, tendré que entrar…

El sitio está lleno de hombres. Huy qué asco. El olor a licor se siente en el ambiente, la música es grosera y popular, veo algunas prostitutas sentadas en las mesas, hay suciedad y el aspecto de los clientes no es el más cuidado del mudo. Encuentro al hombre al fondo, y me dirijo hasta él decidida. A mi paso algunas manos se extienden hacia mi i para tocar mis piernas, mi trasero y mis tetas. Uno alcanza a tocar mi vagina. Ay, uno me llama con un billete en la mano, otro me dice que estoy muy linda y que soy nueva en el sector… todos aquí piensan que soy una prostituta y me tratan como una novedad me piropean, me tocan, me llaman… Uno se para delante y me muestra su pene erecto… Huy, la cosa está caliente, y sin querer comienzo a excitarme. Está haciendo frío y yo estoy casi desnuda entre toda esta testosterona…

Pero a pesar de los obstáculos no olvido la razón por la cual yo estoy aquí, y llego hasta el hombre para entregarle el dinero. Se lo entrego bruscamente y le digo que ahí tiene su mugroso dinero, que no quiero volver a verlo y que ha perdido una cliente. El hombre me escucha como extasiado, recibe el dinero y lo pone en su bolsillo, pero me retine la mano con la suya y me atrae hacia sí.

Yo me quedo inmóvil. Veo la cara de pervertido del hombre, y comprendo perfectamente que me desea. Le digo que me suelte, que respete, que quiero salir de allí inmediatamente, que no espere que voy a tener algo con un hombre como él y muchas otras cosas más mientras forcejeo, pero es inútil. El mecánico se acerca a mi oído y me dice que no me cree, que es lógico que quiero estar con él, que no hay otra razón para que yo me vistiese como hice parra recibirle, que luego lo invitara a subir a su automóvil, que entrara a esta cantina y que me acercara sensual a un lugar donde lógicamente iba a ser tratada como acababa de serlo.

Comprendo. El sujeto tiene toda la razón. La forma como describe las cosas hace parecer que sí, que todo este tiempo estaba intentando seducirlo… ¡A fe que no es verdad! Pero la forma en que sucedieron las cosas…

Así que el hombre levanta mi falda, me sube sobre la mesa y comienza a hacerme sexo oral… algunos miran, echan vivas, otros silban, y a otros les da igual. Parece que aquí echarse una zorra mientras se toma un trago es algo normal.

Yo miro alrededor como buscando ayuda, pero el panorama es desalentador, y a pesar mío, el hombre lo está haciendo muy bien. Huy, qué delicia. Tengo su cabeza debajo de mi falda y estoy gimiendo de placer. Ay, su lengua fría recorre los pliegues de mi vulva con seguridad, lame y succiona mi clítoris, juega con mis labios como si los conquistara para él. Ay, qué delicia. Quiero que este sujeto me penetre. Ay, siento que mis jugos descienden y atrapo su cabeza con mis manos y la sujeto para que termine de hacer lo que está haciendo. Me vengo con un gemido profundo que escuchan todos los clientes de la cantina, y el sujeto se retira de debajo de mi. Suspira y se baja el pantalón. Me abre la falda y me monta sobre él. Le cabalgo y le abrazo feliz. Esto es delicioso. El hombre me hace cabalgarle, pero a la vez manipula mis senos, lame mi cuello, mis orejas y mete sus dedos en mi ano. Es diligente y un gran amante. Me estremezco. Siento que afuera empieza a llover, que en la cantina se apaga la música y que en una pantalla gigante que hay detrás de mi inicia un partido de fútbol.

Todos en la cantina están atentos al partido, mientras mi hombre y yo gozamos entre todos ellos. Algunos le dicen a mi hombre que se está echando un buen polvo, y él bromea con sus amigotes con mucho desparpajo. Que sí, que se lo estoy haciendo gratis… Que en serio, que es una clientecita de las que le caen a él… que sí, que ya le pagó, y que esto es una ñapa… mientras, yo sigo montándole y todo estos comentarios no hacen otra cosa que excitarme más, y gimo mientras lo monto frenética, lo frota, lo lamo en la cara, en el cuello, lo beso en la boca. Ayyyyyy, quiero gritar y grito, aquí todo es permitido… me bajo el vestido y dejo a la vista de todos mis senos. OH. Parezco una pervertida, y mientras gozo, un hombre se acerca y me toca los senos, diciéndole a Juan, mi machote, que es la prostituta más bonita que se ha echado por estos días.

Al fin mi baronzote se viene dentro de mi, me dice al oído que ha sido suficiente, pero que cuando quiera más que ya sé dónde encontrarlo; me levanto y sin más me arreglo el vestido, me limpio con un par de servilletas sucias que había en la mesa y salgo de allí, mientras todos felices celebran el primer gol del partido.

Fin.