Sexo en el trabajo

Un joven comienza a trabajar en una asesoría. De su jefa le llegan todo tipo de insinuaciones sutiles que se hacen evidencia una día en que ambos quedan solos en la oficina.

Este relato no es más que un fruto de mi imaginación calenturienta, aunque no me molestaría que se transformara en realidad algún día. Quién sabe.

El día que acudí a la entrevista, estaba algo nervioso porque necesitaba urgentemente encontrar un trabajo (las letras no atienden a razones). A pesar de ello, todo fue sobre ruedas quizás porque mi nerviosismo quedó superado por un cierto grado de excitación al comprobar quién iba a ser mi jefa, Susana. Se trataba de una asesoría pequeña, donde sólo trabajaban ella y su marido y buscaban a alguien que les sirviera de apoyo, dado que la empresa empezaba a despegar.

Susana no era particularmente bella o atractiva, pero desprendía un aire de sensualidad contenida que logró que mis ojos no se apartaran de ella en toda la entrevista, aunque su marido también estaba presente. Menos mal que fue ella quién dirigió toda la conversación desde un principio, porque si no hubiera sido algo sospechoso el que no apartara los ojos de su cara, aunque requerí de una gran concentración para no dirigirme hacia otras partes de su anatomía.

Tenía 28 años, 1,65 de altura, castaña, unos ojos verdes que te atraían hacia su interior, unos labios muy seductores que parecían listos para todo tipo de menesteres, y un cuerpo bien distribuido donde destacaban ante todo un par de senos abundantes, a primera vista muy bien formados y con unos grandes pezones que se marcaban en su fino jersey, y un culo respingón que daba ganas de morder y estrujar en cualquier momento. El conjunto era muy sensual, e hizo aparecer en mi imaginación múltiples escenas de lujuria y desenfreno que tuvieron que ser acalladas por el yo racional que me recordaba que necesitaba el trabajo de manera acuciante.

Tras la entrevista, parece ser que todos quedamos satisfechos. Me gustaba el trabajo que me ofrecían y el sueldo no estaba nada mal. Ellos parecían satisfechos con mi currículum y me confesaron que era la persona que mejor impresión les había causado de todas las que habían acudido, y que si decidían contar conmigo me llamarían en pocos días, si bien Susana me lanzó un "tienes muchas posibilidades" mirándome directamente a los ojos que casi me convenció de mi ingreso en la empresa.

Dos días después, recibí la llamada. Susana en persona me comunicó que podía incorporarme mañana mismo, y me advirtió que acudiera bien vestido al trabajo porque teníamos que estar de cara al público y la imagen era una cosa fundamental, y añadió "bastará que vengas tal y como ibas en la entrevista, porque seguro que vas a causar buena impresión a los clientes, sobre todo a las clientas". La frase me dejó un poco parado, sobre todo en la situación en que yo estaba, así que me quedé callado durante un instante. "Te lo puedo asegurar" me susurró en un tono que dejaba poco a la imaginación.

Tras colgar el teléfono, me quedé parado pensando. ¿Me lo había imaginado o se me había insinuado?, ¿había sido real o sólo un fruto de mis deseos?. Nunca me había considerado un chico atractivo, sino más bien del montón, mido 1,75, castaño, ojos azules, y algo musculado por el gimnasio, pero nada fuera de lo normal. Me quedé parado sin saber qué hacer, mientras mi pene respondió por sí solo con una erección ante las expectativas que podrían aparecer ante mis ojos.

Los primeros días de trabajo fueron de adaptación a la nueva situación, tanto por su parte como por la suya. Me delimitaron mis tareas y me explicaron muy básicamente los detalles de la oficina. Desde el principio, me encontré a gusto con el trabajo, si bien sólo me incomodaba el que mi jefa se mostraba totalmente aséptica, amable pero distante al tiempo, lo que me hizo dudar de sí me había imaginado cosas que no eran realidad. Sin embargo, poco a poco fui dándome cuenta de que no era así.

A partir de las dos semanas, mi jefa cada día vestía con mayor agresividad, siempre dentro de unos límites, pero los escotes y las minifaldas empezaron a aparecer cada vez más a menudo. Es más, en multitud de ocasiones y con la excusa de preguntarme por mi opinión, se acercaba a mi mesa y me deleitaba con unas profundas visiones de su escote y con algún otro roce descuidado de sus tetas en mi hombro de una forma cada vez más atrevida, coincidiendo con las salidas de su marido al archivo contiguo o a la calle. Y como su mesa estaba contigua y muy cercana a la mía, también me ofrecía una respetable visión de sus torneadas piernas que no paraba de cruzar y mover para que contemplara la textura y el tacto que debían tener esos muslos de ensueño. Era tal la situación que había momentos en que no podía concentrarme en el trabajo de tan empalmado que estaba, cosa de la cual ella se daba cuenta porque siempre buscaba alguna excusa para hacerme levantar de mi mesa-refugio cuando más rígido se encontraba mi aparato.

No sabía qué hacer, porque si me equivocaba en sus intenciones, podía mandar el trabajo a la mierda, cosa no muy recomendable, pero tampoco me quitaba de la cabeza ese cuerpo que deseaba poseer y hacerlo mío. No fueron pocas las noches en que llegaba a casa y lo primero que hacía era masturbarme furiosamente para desahogar toda la tensión del día, pensando en cómo sería follarme a Susana una y otra vez, penetrándola por todos sus orificios y llenándola de semen hasta caer rendidos. Las manchas en el sofá son testigo de mis venidas nocturnas.

Finalmente, un viernes de octubre mis dudas quedaron disipadas. Juan, el marido de Susana, era el encargado de visitar a los clientes, por lo que frecuentemente se ausentaba de la oficina. Ese día, cerca de las dos de la tarde, Juan llamó a María para decirle que no le iba a dar tiempo a volver a la oficina, que comería en cualquier sitio y que volvería sobre las seis de la tarde porque tenía que hacer varias visitas a clientes de una ciudad vecina.

Cuando dieron las dos y me disponía a apagar el ordenador para irme a comer a casa, observé cómo Susana se acercaba a la puerta de entrada y echaba el cerrojo interior, al tiempo que me miraba con una expresión pícara en la cara. Una lucecita amarilla se encendió en mi mente, y mi polla dio un salto dentro de mis pantalones ante la perspectiva que se planteó inmediatamente en mi cabeza.

Susana fue acercándose a mi mesa al tiempo que me hablaba: - Jorge, no vamos a andarnos con rodeos. Sabes que me atraes mucho, y yo sé que estás deseando follarme desde la primera vez que nos vimos. No estaba segura al principio, pero he comprobado cómo has reaccionado ante mis insinuaciones. He visto el estado de tu aparato muchas veces, y me mojaba sólo de pensar en enterrarla hasta lo más profundo de mi interior. Sé que te preocupan mi marido y el trabajo, no sé en qué orden, pero te aseguro que lo que pase entre estas cuatro paredes, quedará únicamente entre nosotros.

Mientras me decía todo eso, mi polla estaba cada vez más dura y mi lujuria se desbordaba por momentos. Sus palabras me tranquilizaron y me excitaron al mismo tiempo. Quería follar conmigo, y siempre había llevado la voz cantante, pero ya era hora de que tuviera yo el control de la situación por un rato.

  • Pues si has estado pensando en esto -dije mientras me agarraba el paquete- será cuestión de que vengas a buscarlo.

Su cara pasó de la sorpresa a la lujuria en tan sólo un segundo. Me quedé quieto esperando su reacción, se acercó a mí, me apartó de la mesa y me dio un beso largo y profundo donde cada lengua se disputó la posesión de la otra. Poco a poco fue dejándose caer entre mis piernas, al tiempo que sobaba mi pene por encima del pantalón, calculando sus medidas.

  • ¿Qué vas a hacer?- le pregunté en tono jocoso. - Voy a chuparte la polla hasta sacarle brillo, y luego me comeré tus pelotas para que no tengan envidia.
  • Veo que te gusta hablar fuerte cuando vas a follar, guarra. Sácame la polla y hazme gozar.

No tardó mucho en hacerme caso. Bajó la cremallera, metió la mano y no tardó en encontrar lo que buscaba. No voy a decir que tengo una cosa descomunal entre las piernas, pero creo que sé manejar mis 17 cm. de una forma satisfactoria, acompañados por un grosor que sí es destacable. Cuando Susana obtuvo su fruto, la observó por un momento, acercó su cara a mi entrepierna, hizo resbalar la piel sobrante hacia abajo, dio un pequeño toque con los labios a mi capullo, luego otro con la lengua y se lanzó a devorar mi polla como una posesa. Recorría el contorno con la lengua con sucesivas pasadas y una vez ensalivada toda la extensión, empezó a metérsela poco a poco en la boca al tiempo que succionaba con fuerza. Al principio sólo conseguía tragar la mitad de la polla, sus mandíbulas aparecían tensas por el esfuerzo, pero en cada arremetida conseguía que entrara un poco más profundo. Notaba cómo iba abriéndome paso en su garganta despacio, notaba en roce de las paredes sobre mi capullo, cómo íbamos llegando a niveles inferiores, me estaba haciendo una mamada como nunca me habían hecho y quería disfrutarla lo más que pudiera.

Finalmente, llegó con sus labios hasta la base de mi polla, permaneció allí unos segundos como signo de victoria, y fue dejándola aparecer centímetro a centímetro mientras me miraba con una sonrisa en los ojos. Se separó un poco observando su juguete, todo mojado por la faenita que estaba haciendo y duro como una roca, tanto que me proporcionaba un dolor fino pero placentero al tiempo. Empezó a lamer el capullo únicamente con la lengua, dibujando cada contorno, para luego comenzar a descender lentamente hacia mis huevos. Con una mano me estrujaba y me lamía los huevos, mientras con la otra me pajeaba de una forma magistral, aprovechando toda su saliva perdida por el camino. Yo estaba en el cielo, me iba a correr y no iba a poder evitarlo si seguía a ese ritmo, era imposible para cualquier hombre soportar este tratamiento sin correrse en poco tiempo. Se lo hice saber, y me respondió metiéndose nuevamente el capullo en la boca, para mamarlo y lamerlo al mismo tiempo y provocar mi orgasmo.

No aguanté mucho esa nueva acometida. Mi cuerpo empezó a convulsionarse por el tremendo orgasmo que me estaba provocando esa boca de ensueño. Advirtió el momento de no retorno, e intensificó el sube y baja de su cabeza. No se separó en el momento de recibir la primera descarga de semen, que fue a parar directamente a su garganta, ni tampoco en las siguientes, tratando de tragar todo lo que salía de mi pene en erupción. Parte de mi leche se le escapó por la comisura de los labios, pero se encargó de recuperar lo perdido. Sólo cuando mi pobre cuerpo dejó de agitarse por el gran orgasmo que me había provocado, dejó escapar mi polla de la prisión de sus labios. Su boca aparecía grumosa y empapada de mis jugos, pero ella no hacia más que relamerse y recoger los restos de la venida que habían quedado sobre mi aparato, mientras no dejaba de moverlo. Se la veía satisfecha y con la otra mano no paraba de acariciarse entre las piernas, donde se distinguían unas preciosas braguitas empapadas del flujo fruto de su excitación.

-¡Vaya cantidad de leche te ha salido, cariño! ¿Qué estabas toda la mañana pensando en metérmela? - Esto no ha hecho más que empezar.

Recuperando las fuerzas después de tan gran orgasmo, me levanté y la hice levantar para fundirnos en un desenfrenado beso de lujuria. Mis manos me parecían poco para recorrer todo su cuerpo, y cuando llegué a su rincón más intimo lo encontré chorreante de flujo y anhelante por las caricias que le iba a proporcionar.

Me separé el tiempo suficiente como para cogerla por la cintura y sentarla sobre mi mesa de trabajo, tirando todo lo que había al suelo para que no me molestara nada. Mientras yo me quitaba la camisa, ella misma se deshacía de su jersey, dejando a la vista dos gloriosos globos que no parecían inmutarse por los movimientos de su dueña. Sus maravillosos pezones parecían querer salirse de su mal contenida prisión, como si necesitaran de un mayor espacio para desarrollarse.

  • Me encantan tus tetas. ¿Son naturales o tienes algo que esconder? - Compruébalo tu mismo -me contestó en un tono que me encendía más y más la sangre.

Mientras trataba de soltarle el sujetador (nunca se me ha dado demasiado bien), ella aprovechaba para besar y morder mi pecho, pellizcarme los pezones y sobarme la polla endurecida nuevamente. Cuando a pesar de la dulce tortura conseguí mi propósito, aparecieron ante mí el par de senos mejor formados que haya contemplado en mi vida: eran prácticamente redondos, quizás algo erguidos hacia arriba a la altura de unos pezones rosados que invitaban a mi boca a acercarse, y a simple vista parecían totalmente naturales (no siliconados). ¡Qué maravilla!

A duras penas conseguí tumbarla sobre la mesa, mientras mordisqueaba su cuello, para irme deslizando lentamente hacia aquellas gloriosas montañas y sustituir mis manos por mi boca. Eran duras como piedras y mis manos se deslizaban como si fueran de mantequilla. Acerqué mi boca hacia uno de sus pezones y dejé caer mi aliento sobre él, notando una pequeña convulsión: su aureola era pequeña en relación su tamaño y ya estaba completamente erguido. Empecé a alternar entre lamidas, succiones, mordiscos y pequeños soplos mientras mis manos se encargaban de delimitar todos los contornos de esas esferas, y notaba cómo Susana empezaba a estremecerse y a dejar escapar pequeños gemidos que alentaban aún más mis acciones. Una mano curiosa fue dejándose caer poco a poco por su estomago, presionando suavemente su bajo vientre, recorriendo muy sutilmente la parte interna de su muslo y su ingle, siempre sin llegar a tocar su sexo. Susana estaba ya como loca y movía sus caderas intentando que me dirigiera de una vez hacia su cuevita, pero yo alargaba el momento haciéndola sufrir sólo un poco.

Su falda estaba subida hasta la cintura por lo que no dificultaba para nada mis movimientos. No la hice esperar demasiado, así que muy suavemente empecé a acariciarla por encima de su braguita. El primer contacto hizo que Susana pegara un brinco, quizás por la sorpresa, y noté cómo la prenda estaba completamente empapada de flujo. Comencé a deslizar un dedo arriba y abajo, tratando de adivinar los contornos de su sexo, y centrándome en el punto donde noté que se desarrollaba su clítoris. Su cuerpo era un mar de movimientos, y no contento con ello, decidí avanzar un poco más en su estimulación. Me dejé caer entre sus piernas, no con cierta pena por abandonar momentáneamente esas tetas tan hermosas, y con su ayuda le quité la falda primero y su braguita después. Su sexo era bonito, lo tenía depilado casi completamente y sólo había dejado una pequeña sombra de vello en la parte superior; sus labios externos se abrían casi por completo y dejaban ver los internos, sonrosados y mucho más delicados; y en la parte superior destacaba un clítoris erguido y desafiante que aguardaba nuevas caricias.

Mi lengua se deslizaba por la parte externa de su sexo, iniciando una depredación sutil y precisa, para luego pasar a la parte interna, completamente anegada de liquido. Traté de ir introduciéndome poco a poco en su interior, recogiendo humedad ahí por donde pasaba, dejando en mi boca un sabor entre dulce y salado difícil de explicar. Ella no paraba de moverse, trazando círculos con las caderas, al tiempo que sus manos se pellizcaban los pezones con fuerza, intensificándose poco a poco sus gemidos en fuerza y duración. Sus tetas apuntaban directamente al techo y permanecían tan compactas como cuando las había observado con ella sentada. Me pedía más y más, y estaba dispuesto a dárselo. Saque mi lengua de su interior y empecé a recorrer su clítoris con pequeñas lamidas cortas que iba alargando mientras mi dedo índice hacía una pequeña incursión en su interior. Mi lengua pasó de lamer a golpear sin pausa su botón de placer mientras el dedo corazón pasaba a hacer compañía a su amigo. Ella seguía pidiendo más, así que al tiempo que succionaba e introducía su clítoris en mi boca, introduje un tercer dedo en su vagina.

  • ¡¡¡Cómetelo todo!!! ¡¡¡Eres un cabrónnnnnn, me estásss matannndo!!! ¡¡¡ Me corrooo!!!-me dijo en un arrebato de fuerza.

Movía mis dedos fácilmente en su interior, mi lengua y boca insistían en el castigo de su clítoris, y eso que no era fácil aguantar las embestidas de sus caderas. Las convulsiones de su vagina me advirtieron de su orgasmo, e intensifiqué aún más si cabe mis movimientos. Susana dejó escapar un grito que probablemente escuchó hasta el vecino del quinto, y su cuerpo se estiró como una cuerda de guitarra al tiempo que mi mano quedaba todavía más encharcada en su flujo. Se había corrido y había sido un orgasmo brutal, pequeñas convulsiones recorrían aún su cuerpo y su respiración entrecortada parecía poco a poco tranquilizarse.

Levanté mi cara completamente empapada de su néctar, pero con mi mano seguía sobando dulcemente su conejito alargando su sensación de bienestar. Entreabrió los ojos y a duras penas consiguió levantarse para estamparme un beso en toda la boca, compartiendo así el fabuloso sabor de su intimidad. Los dos nos habíamos corrido, y seguíamos estando hambrientos el uno del otro.

(Continuará)

Autor: Matchforce

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