Sexo en el probador

Esta es la razón por la que siempre voy a comprar a tiendas de ropa grandes y con muchos probadores...

Hace un par de semanas, estaba de compras en una de esas grandes tiendas de ropa que siempre suelen estar atestadas de gente, pero al ser un día laborable y por la mañana, la verdad es que la cosa estaba tranquila. Siempre que puedo voy a comprar a esas horas ya que me agobian bastante las colas y aglomeraciones. Buscaba unos pantalones, un poco más formales de lo que suelo llevar, ya que al día siguiente empezaba a trabajar y quería dar buena impresión. Después de dar dos o tres vueltas a la tienda cogí tres o cuatro y me dirigí a los probadores. Como toda la tienda, estos se hallan vacíos, a excepción de una mujer de mediana edad que custodiaba una de las cortinas con aire severo.

Me puse en el probador más cercano al espejo, casi frente a la mujer. Distraídamente me quité el abrigo y el jersey, quedándome en camiseta. Luego me empecé a probar los pantalones. Primero me puse uno de color caqui, y cuando salí a mirarme en el espejo, note que la mujer se movía y me miraba de soslayo como evaluando que tal me quedaban los pantalones. La verdad es que no me gustaba con ellos, así que volví al probador, me quité los pantalones y de fondo oí como una voz de chica se quejaba de lo pequeñas que eran las tallas.

La respuesta fue un “Ajᔠdistraído, que me sorprendió, ya que parecía que me lo dijera a mi. Me volví y ví a la mujer mirándome el culo y las piernas por la rendija que la cortina había dejado. Me miraba con un indudable aire de deseo. Siempre he sido un poco capullo, así que la dejé hacer, y para “ponerla” un poco más, y sin venir a cuento, me quité los calzoncillos, dejando al aire mi polla, que ya se encontraba en semi-erección. Ella estaba tan concentrada en el tema que no se dio ni cuenta de que la había visto. Juraría que del calentón, hasta separó un poco las piernas como para dejar que su inflamado coño tuviera un poco más de espacio. La sacó de su trance la voz de antes que pedía unas tallas mayores en lo que se estaba probando. Con un pequeño chasquido de fastidio se fue a por ellas, y yo seguí con mis pantalones pensando que haría cuando la mujer volviera. Me planté de nuevo frente al espejo planteándome estrategias para insinuarme a esa mujer. No es que fuera una gran belleza, pero siempre me han puesto cachondo las mujeres que son capaces de excitarse con tanta facilidad como yo. De repente oí un:

  • “Oye mamá …” y las cortinas se abrieron con un suspiro mostrando a una chica de cerca de 20 años, en ropa interior. Los piel morena, solo estaba tapada por un sujetador liso de color blanco y un tanga blanco a juego, también liso de aquellos tan mínimos que solo tienen un triangulito tapando el pelo rizado y lo demás no son más que tiras. Del triangulo escapaban unos pocos pelos negros. El sujetador era del tipo Wondrebraa, lo que hacía que el pecho estuviera prieto y erguido. La chica no pareció muy turbada, pero dando media vuelta volvió al cambiador. En ese medio segundo que me dio la espalda pude confirmar que el tanga solo se aguantaba por detrás con unos hilos. Una vez dentro del probador se agachó para coger algo y mantuvo las piernas rectas, exhibiendo un trasero precioso en pompa y girando el cuello me miro sonriente. Tenía el culo esplendido, y el diminuto hilo dejaba entrever un agujero del culo de color un poco más oscuro, y perfectamente definido. En esa postura, se puso las manos en los tobillos y las fue subiendo lentamente por las piernas, detrás de las rodillas y al llegar culo, apretó un poco y separó las nalgas. Aquello era glorioso. La muy guarra me estaba provocando y lo conseguía. De repente se irguió y sin dejar de sonreír cerró rápidamente la cortina. En ese momento apareció la madre cargada de ropa, y casi sin mover la dichosa cortina le pasó todo el cargamento a la chica.

Volví a mi probador medio mareado, y casi no me puedo quitar el pantalón por culpa de la erección que tenía. Tenía la pollo tan tiesa que despegaba el calzoncillo de mi vientre formando una especie de tienda de campaña. Llevé mi mano a ella para tranquilizarla, y casi sin pensarlo me la empecé a cascar lentamente. Me había olvidado de la madre, que ahora me estaba mirando alucinada. Se pasaba la lengua por los labios y con un rápido movimiento de mano, que sólo las mujeres saben hacer, se ajusto las bragas a su nuevo estado de excitación. La camisa que llevaba era de seda, y a pesar de llevar sujetador, se marcaban perfectamente sus pezones. Sus tetas no debían ser demasiado grandes, pero desde luego estaban en su sitio. No se le habían caído por la edad ni un milímetro.

Levantó su mirada y se encontró con la mía y al notar que no se la apartaba se quedó parada durante una décima de segundo calculando lo que tardaría la que debía ser su hija en probarse la tonelada de ropa que le había traído, llegó a la conclusión de que tenía tiempo, y mientras decía : “Ahora vuelvo” se metió tan rápido en mi probador, que ya estaba de cuclillas delante mío cuando la hijo respondió el típico “Vale.” Con la cortina bien ajustada, y sin mediar palabra, me apartó el calzoncillo y, agachándose, se metió el cipote en la boca. La chupaba rápido, con avidez. Tanto por que tenía poco tiempo como por que estaba muerta de hambre. Tenía los ojos cerrados, y con la polla entre los labios iba dando guerra con la lengua. Con una mano me acariciaba los cojones y los alrededores de mi ojete. Mientras hacía esto se apartó la falda y se empezó a rascar el coño a toda velocidad. Me pareció ver que llevaba el mismo tanguita que la hija, pero al estar de rodillas delante mío no lo pude ver bien. Estuvo así de entretenida algo menos de un minuto, casi me corro en su boca, pero al parecer ella ya se había corrido, y levantándose, me dio un beso potente en los morros y se fue. Lo único que pude hacer fue pasarle una vez la mano por el coño. La tela suave de su tanga me dejó la mano empapada de sus jugos sexuales. Pero no tuve tiempo de más. De nuevo estaba delante de la puerta de su hija y mientras le decía:

  • “¿Que? ¿Nos vamos ya?” se arreglaba un poco la falda. Tenía los ojos brillantes, y los pezones aún parecían apunto de romper la camisa, pero ya no me miraba.

  • “Vale. ¿Por que no vas pagando?” respondió la niña y le dio no menos de media docena de prendas. La madre las cogió con aire ausente y se fue sin volver la vista atrás. Yo estaba alucinado, casi me sentía violado. Era ofensivo, pero también era una de mis mejores experiencias sexuales a pesar de haber durado poquísimo. Al poco rato oí la cortina de la chica abrirse, y mover un poco la mía para espiarla, ella se giró y me vio. Al igual que su madre unos minutos antes, dudó un segundo de si tendría tiempo. Al igual que ella decidió que sí. Y se dirigió hacía mi. Llevaba botas altas de piel negra hasta debajo de la rodilla, medias, una mini falda tejana y una voluminosa chaqueta de algún bicho con mucho pelo. Yo seguía con los calzoncillos en los tobillos y la polla tiesa, brillante de saliva. De su punta ya manaba una hilillo de aquello que viene antes de una corrida descomunal. La chica se plantó ante mí. Miró la polla, la vio reluciente y se debió imaginar que su madre había empezado el trabajo. Para confirmarlo me cogió la mano y cerrando los ojos me la olió. Los jugos de su madre aún la mojaban, y su olor a coño resultaba inconfundible.

Sacó la lengua y sin cerrar los ojos, chupo delicadamente mi mano, buscando el agrio líquido. Después abrió los ojos, estaban brillantes de excitación (joder era igual que la madre), pero en vez de seguir lo que su madre había dejado a medias, me dio la espalda se subió la minifalda y me hizo agachar. Las medias acababan a medio muslo, y después de un trozo de pierna dura y blanca como el mármol me encontré frente a unos glúteos saltones. Con su mano derecha de amorró a su culo, la ligera cinta posterior del tanga se me clavó en la nariz y noté que con su mano izquierda apartaba la tela por delante y empezaba un vaivén rápido. Enseguida el olor de coño mojado me embriagó y saque la lengua para recorrer el canal que separaba las nalgas y por el que empezaba a correr zumo de coño. Ya sabía que aquello duraría poco así que sin dudar me cogí la polla y me la masturbaba a toda velocidad. Con mi lengua llegue a su ano y la intenté introducir. Estaba muy cerrado, pero notaba espasmos nerviosos que recorrían todo el contorno de culo. Notaba las pequeñas arrugitas que se forman en la entraba del ojete vibrar con intensidad al recorrerlas con la lengua. Oía el fru-fru de su mano al entrar y salir a toda velocidad de su coño. Manaba tanto líquido que su mano me salpicaba en la barbilla que tenía hundida entre sus piernas. Al poco un espasmo más fuerte, y separo el culo de mi cara. Se giró, volvió a poner el tanga sobre su rajita y ajustándose la falda con la mano seca, se limpió la que tenía llena de jugos en mi cara. Sonrió y se fue. De nuevo no había tenido tiempo de nada. La polla me iba a estallar, pero estaba tan enfadado que la dejé así. Maldecía lo maravilloso pero increíblemente breve del encuentro, relamiéndome los labios con deleite. Cuando ya pensaba que aquello quedaría como un recuerdo agridulce se volvió a abrir mi cortina, y entró una tercera mujer en el reducido espació. Se trataba de una de las empleadas de la tienda. Era una chica de mediana edad, ni guapa ni fea, ni alta ni baja. Era una chica del montón, pero en la que me había fijado al pasear por la tienda porque llevaba los labios y los ojos pintados de un color muy oscuro. Prácticamente negro. Se plantó enfrente mío, y dijo:

  • “Me han dicho que acabe lo que han empezado.”

En ningún momento me miró a los ojos. Se agachó, me desabrochó los pantalones (que me acababa de subir), bajó a su vez los calzoncillos , y sin dudarlo me empezó a comer la polla. La chica sabía lo que hacía, apretaba con los labios moviendo rítmicamente, arriba y abajo, la cabeza, y de vez en cuando se la sacaba, y me chupaba los huevos, subía por el tronco del cipote y me sobaba con la punta de la lengua el frenillo. Para hacer más rápido el movimiento, sus manos se habían agarrado al culo, y notaba sus uñas clavarse en mi piel. Una de sus manos se mantenía firme, pero la otra la movió para poder meterme un dedo en el culo. Primero solo la punta, pero luego, dando un empujón entró todo el dedo. Siempre me ha gustado que me acaricien el ano, pero aquello nunca lo había notado. Mi calentura estaba por las nubes, y no tarde en notar que me venía el orgasmo. Casi se me doblan las rodillas cuando la primera oleada de leche salió disparada. La chica paró un momento para poder tragar, y aguardó las siguientes “lechadas” para tragárselas de una en una. Las tragó con tranquilidad demostrando que no era la primera vez. Me agitó un par de veces la polla para vaciarla, y recogió las últimas gotas con la punta de la lengua se levantó para irse. Su aspecto era el mismo que cuando entro, solo tenía un poco agitado el pelo y la respiración, y unas pequeñas gotas de sudor le perlaban la frente. La sujete por la mano para poder quedarme a gusto del todo, pero cuando mi mano levantó su falda me encontré con que en lugar de bragas llevaba uno de esos cinturones de castidad que impiden todo contacto sexual. Era de cuero negro. Fino pero duro y estaba rematado con un pequeño candado plateado. No me lo podía creer, y para comprobarlo acaricié sus pechos por encima de la camisa y noté en sus pezones sendas argollas. Estaba delante de una esclava sexual. Fantástico. Me apartó la mano con suavidad:

  • “Eso es solo para mi señora.” Dijo sin inmutarse. “Si quieres algo más, se lo tendrás que pedir a ella y pagar por ello”

  • “Que tengo que pagar?” pregunté. Con lo caliente que estaba hubiera dado mi sueldo por más.

  • “Ella te lo dirá”

  • “Y como la encuentro?”

  • “Haz tus peticiones en este correo electrónico.” Dijo “ www. maximadimax@yahoo.es . Pero recuerda que deberás pagar el precio. Como yo hice en su día…” Y diciendo esto se fue.

La verdad es que los pantalones ya me importaban. Los dejé en el suelo, y me fui hacía casa. Otro día os contaré lo que le pedí y el precio que tuve que pagar, pero eso será otro día.