Sexo en el Confesionario

¿Qué sucede cuando hay dos hombres dentro de la intimidad de… un confesionario? …Enseguida introdujo sus manos debajo de la sotana, palpando ahora su dura herramienta sobre el pantalón. Miguel no perdía el tiempo, se apresuró a abrir el pantalón del sacerdote para introducir su mano

La capilla se encontraba sumergida en suaves sombras, solo las trémulas llamas de las velas proporcionaban la luz que alumbraba el recinto. Miguel estuvo sentado en la ultima fila de bancos, aspirando el aroma a incienso, permanecía en silencio, mirando fijamente al altar, era difícil saber en que estaba pensando, tal vez rezaba por el perdón de sus pecados, todos esos pecados que había cometido o tal vez pedía redención adelantada por aquello que estaba a punto de hacer.

A sus 19 años Miguel era un chico gallardo, de facciones finas y elegantes, aun que su estructura corporal no era del todo atlética, su porte le infería un aire aristocrático, y mas aun con sus largos cabellos negros al estilo ingles. La profundidad de su mirada era algo que siempre dejaba cautivos a quienes la mirasen, esa mirada que ahora denotaba nerviosismo.

Miguel salió de su ensimismamiento al escuchar los pasos de la última mujer que salía del confesionario, lentamente se encaminaba rumbo a la puerta de salida con un rosario entre sus manos y rezando en voz baja. Cuando la mujer estuvo próxima a pasar por un lado de donde se encontraba sentado él se levanto, dirigió una inclinación de cabeza a la mujer a modo de saludo acompañada de una sonrisa; la mujer respondió a su saludo y siguió su camino.

Apretando los puños Miguel se armó de valor y emprendió camino rumbo al pequeño cubículo del confesionario, caminaba a paso lento, aun no estaba seguro que lo que iba a hacer. Estando a unas cuantas bancas del confesionario, de pronto se detuvo en seco. El padre estaba saliendo, sintió una descarga eléctrica recorrer su cuerpo en un segundo. Giró en redondo para ir hacia la puerta de salida.

—Adelante hijo—invitó el sacerdote de forma cordial—perdona, no te había visto, pensé que era todo por el día de hoy. Entra—se dirigió a Miguel volviendo sobre sus pasos para entrar de nuevo al confesionario.

Miguel tragó saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta y armándose de valor continuó su camino hacia el cubículo. Estando ya de pie, con la mano en la perilla de la puerta, listo para entrar, pensaba que aun estaba a tiempo, pero decidido lanzó un suspiro y abrió la puerta.

—Bendígame Padre porque he pecado—dijo Miguel tan pronto como se sentó en aquel estrecho compartimiento.

—Dios te bendiga, hijo—contestó el Padre serenamente—bien, puedes comenzar.

Si, podía comenzar, pero ¿Cómo?. Miguel guardó silencio unos instantes y titubeo antes de poder pronunciar una palabra.

—Bueno… yo

—Calma—lo tranquilizó el sacerdote—sé que no es fácil hablar de nuestras faltas, pero esto es solo entre el Señor y tu, yo soy solo un intermediario, confía en mi.

Las palabras del párroco le dieron un poco de tranquilidad, aun que mas que las palabras fue el timbre de su voz, tan relajado, cordial, tan tibio al ser escuchado.

—Padre—por fin comenzó Miguel a hablar—, yo he hecho algo que creo que no esta bien—después de decir esto guardó silencio.

—Habla hijo, no hay error que la misericordia de dios no perdone.

—Hace unos días estuve con un hombre—dijo de golpe.

—¿En que forma lo dices hijo?—se apresuró a preguntar el sacerdote, haciendo lo posible por no hacer conjeturas apresuradas.

—Tuve sexo con él—afirmo Miguel.

El sacerdote lanzo un suspiro de reprobación y después agregó:

—Eso es grabe, y tu lo sabes bien, ¿no es así?. ¿Ha sucedo eso antes?

—Si, en varias ocasiones—contestó el penitente. Justo cuando el padre se disponía a hablar, Miguel continuó: —Sé que no esta bien, pero no lo puedo evitar, las cosas pasan tan rápido, y antes de que me dé cuenta ya esta sucediendo. Me es difícil estar frente a un hombre bien parecido y no tener pensamientos lascivos. He de confesar que yo mismo lo provocó y favorezco para que la situación se dé; la ultima vez fue con un compañero de la escuela, lo invité a mi casa sabiendo que estaría solo ese día, ya estando ahí, después de estudiar un poco, propuse ver unas películas de contenido explicito—Miguel hizo una pequeña pausa, y nuevamente antes de que el párroco pudiese hablar, él continuó—lo he hecho con toda la intención de provocarlo, y lo conseguí, pronto pude ver como dentro de su pantalón había una potente erección, una bestia esperando salir, yo

—Calla hijo—interrumpió el sacerdote después de aclararse la garganta—no es necesario que entres en detalles.

Miguel se percató del cambio en el tono de voz del párroco y continuó, manteniendo ese aire de pena y arrepentimiento.

—Lo siento Padre, pero no lo puedo evitar, lo recuerdo y es como si lo viviese de nuevo… teniendo a ese hombre excitado a mi disposición, no pude contenerme más y deslice mi mano sobre la entrepierna de mi amigo. Él me vio extrañado pero no se hizo a un lado, lo cual para mi no fue mas que una seña de que estaba de acuerdo, así que continué

—Hijo—volvió a interrumpir el sacerdote con la voz entrecortada—, ya te lo he dicho, puedes prescindir de esos detalles que

—Él no me dijo nada—interrumpió ahora Miguel, para quien la turbación del padre no pasaba desapercibida—, así que continué acariciando aquel miembro palpitante. De pronto fue mi amigo quien después de hacer mi mano a un lado, desabrochó su pantalón y metiendo su mano dentro del calzoncillo sacó aquella herramienta. Era de buen tamaño, aun que tengo que admitir que he visto unas verdaderamente descomunales. Mi amigo me sonrió y con la mirada me señalo aquel jugoso manjar; yo pronto entendí el mensaje y ni tardo ni perezoso me lancé sobre su hermosa verga

—¡Cuida tu lenguaje, que estás en la casa de dios!—lo reprimió el sacerdote, pero después no dijo mas y guardó silencio.

Miguel sonrió para si y luego continuó:

—Tan pronto como tuve ese jugoso trozo de carne cerca de mí, sentí como mi boca se hacia agua. Podía oler ese aroma a hombre, a sexo, a semen, una aroma que no puedo resistir por lo que me apresure a engullirlo, haciéndolo entrar hasta mi garganta. No sabe la satisfacción que siento al sentir el calor, la palpitación en mi boca

Afinando la vista y ya acostumbrado a la penumbra del lugar, Miguel puedo ver, entre las rendijas de la rejilla que separa los dos lados del confesionario, al sacerdote mordiendo su labio inferior. ¡Estaba hecho!, Miguel lo había conseguido. Ese era su objetivo desde el principio.

—…mi amigo comenzó a retorcerse de placer, gemía melódicamente cada vez que yo deslizaba mi lengua sobre la roja cabeza de su pene—de pronto Miguel se quedo callado—¿padre? ¿sigue ahí?—preguntó con malicia.

—Yo…—titubeó el sacerdote—yo creo que es mejor que

—Padre—interrumpió Miguel, antes de dar tiempo a que terminase la frase con la que tal vez esperaba poner fin a la conversación—, quiero decir algo más. Ya antes le he dicho que no puedo estar frente a un hombre atractivo sin tener pensamientos lascivos, y puede darse cuenta que en este momento mi mente esta saturada de muchos pensamientos de este tipo, y no es por los recuerdos de aquella tarde llena de satisfacciones en compañía de mi amigo…—hizo una pausa—sino por usted, padre.

Al otro lado del la rejilla el sacerdote permanecía mudo, tratando de apaciguar su respiración y luchando por hacer caso omiso de la molestia que le provocaba la potente erección aprisionada por sus pantalones debajo de la sotana.

Arturo era su nombre, no hacia mucho tiempo que había terminado el seminariado, y aun menos tiempo hacia que le fue asignada esa iglesia, la cual compartía con un sacerdote de edad avanzada y algo malhumorado. A sus 30 años lucía fresco y jovial, con por lo menos 5 años menos en su semblante. Su aspecto lozano provocaba los suspiros de sus feligresas quienes no dejaban de lamentarse de que semejante hombre les estuviese vetado.

Cuando aquella tarde comenzó con las confesiones nunca se imaginó que el día terminaría de esa forma. Aquel joven perverso que ahora estaba junto a él, le hacia despertar instintos inapropiados para un hombre dedicado a dios. Se sentía contrariado, sabia que era su deber permanecer firme y rechazar toda provocación, pero por otro lado era un hombre, y sobre todo un hombre en plenitud de su vida sexual.

Ahora estaba ahí, separado de él solo por una insignificante barrera y oyéndolo decir que era él, un simple sacerdote quien le provocaba.

No sabía que decir, estaba a punto de pedirle que se marchase con sus endemoniadas confesiones a otro sitio cuando escucho que el joven se levantaba y abría la puerta. Suspiró quitándose un peso de encima al darse cuenta de que se marchaba por su propia voluntad y escuchó el chasquido de la cerradura de la puerta principal que se cerraba, suponiendo que el joven había cerrado la puerta al salir. Cerro sus ojos y se disponía a iniciar una oración de gracias por haberle retirado aquella tentación, cuando escucho unos pasos aproximarse hacia donde él se encontraba y enseguida vio como la perilla de la puerta del confesionario giraba, quiso pensar que todo aquello era producto de su imaginación, que sin duda había quedado perturbada, pero no era así, la puerta se abrió lentamente y vio delante del el al joven, erguido con total garbo y una mirada fulgurante de lujuria.

Arturo, el sacerdote, lo veía sin parpadear, como si frente a él se encontrase el demonio mismo, tal vez su idea no estaba tan lejos de la realidad.

—Padre—comenzó a decir Miguel—, no se preocupe, la puerta esta cerrada, hace ya mas de cinco minutos que terminó el horario de confesión, así que nadie vendrá.

Diciendo esto y sin cerrar la puerta del confesionario, entró en el estrecho lugar, que sin embargo era más amplio que el compartimiento contiguo.

Sin aviso alguno Miguel se acercó al sacerdote e inmediatamente dirigió sus manos a la entrepierna del párroco encontrando su miembro aun en erección, con lo que Miguel sonrió libidinosamente, una sonrisa que Arturo vio casi diabólica por acción del juego de sombras y tenues luces, sin embargo no opuso resistencia. Miguel continuaba frotando, cada vez con mayor intensidad, el paquete del párroco, que para su sorpresa paresia seguir creciendo. Enseguida introdujo sus manos debajo de la sotana, palpando ahora su dura herramienta sobre el pantalón. Miguel no perdía el tiempo, se apresuró a abrir el pantalón del sacerdote para introducir su mano.

Arturo estremeció en cuanto sintió el primer roce de la mano de aquel joven con su sexo y abrió sus piernas para facilitarle el trabajo, acción que Miguel apremio con una sonrisa.

—Muy bien padre, ahora verá lo que es el cielo en la tierra.

Diciendo esto tomó con firmeza el falo erecto del párroco y comenzó a mover su mano de arriba abajo.

El instrumento del religioso era de un buen tamaño, aun que tampoco se podía considerar algo monumental, pero no era esto lo que interesaba a Miguel, lo que lo excitaba en sobre manera, era el hecho de estar haciendo algo por completo fuera de lo que se suponía correcto, ¿Cuántos como él tenían la fantasía de tener entre sus manos la verga de un sacerdote? pero era él quien la estaba cumpliendo.

Miguel levantó la sotana dejando al descubierto el jugoso y rígido trozo carne.

—¿Qué le párese si me ayudas un poco?—le dijo indicándole que levantase las caderas para que pudiese bajar su pantalón junto con su ropa interior. Arturo como reflejo, sin conciencia alguna, guiado por el deseo ardiente que le carcomía las entrañas, lo hizo, y así quedo cubierto solo por la sotana, Arturo comenzó a desabotonarla.

—No—lo detuvo Miguel—, déjela así.

Y de nuevo volvió a subir la sotana dejando al descubierto sus piernas levemente cubiertas de vello y su verga con unos testículos de buen tamaño.

De pronto Arturo se levantó, para desanimo de Miguel quien pensó que todo había terminado. Arturo extendió la mano palpando la pared del cubículo y tras de un clic "se hizo la luz". Arturo no estaba dispuesto a perder de vista aquel espectáculo por falta de luz.

Ahora frente al él el esplendor completo de aquel cuerpo semidesnudo. Tan pronto vio el color y textura de aquella verga surcada por unas venas gruesas y palpitantes y coronada por una cabeza rojiza e hinchada de deseo, se le hizo agua la boca, relamió sus labios, acción que Arturo siguió con total interés.

Sin apartar su mirada del rostro sonrojado de Arturo, Miguel se inclinó lentamente y sacó su lengua para después deslizarla sobre el glande; comenzó a hacer círculos alrededor de el, viendo como Arturo cerraba los ojos y suspiraba profundamente. Luego, sin poder resistirlo mas, hizo aquello que tanto le gustaba, introdujo aquella verga santa dentro de su boca, hasta que sintió la jugosa cabeza topar en su garganta. Arturo reacciono con un gemido ahogado y un estremecimiento. Miguel comenzó el movimiento de arriba a abajo, sacando por completo el miembro rígido del sacerdote, relamiendo la cabeza para después volverlo a engullir completo.

Antes de que se diera cuenta, Arturo ya tenía sus manos sobre la cabeza de Miguel, acariciando sus negros cabellos ondulados y guiando con ellas su ritmo. Miguel mamaba como un loco, desenfrenado, chupando con tal desesperación como si fuese el día final y quisiera que la muerte lo encontrara disfrutando de aquel manjar.

Arturo movía sus caderas incitando a que su verga entrase lo mas profundamente posible dentro de aquella boca insaciable.

Sacando por un momento el miembro de Arturo de su boca continuó masturbándolo, mientras su legua se dirigía ahora a sus testículos, comenzó a lamerlos, chuparlos, luego le indicó que subiese un poco sus piernas dejando al descubierto su rozado y lampiño culo, casi podría jurar que ese era un culo depilado, pero al ver sus piernas no muy cubiertas por vello comprendió que Arturo era lampiño. Contemplo por un momento ese culo tan deseable y enseguida deslizó su lengua sobre él y luego volvía a subir a sus testículos y de nuevo a su culo, y en ocasiones volvía a su verga chupándola nuevamente y deslizando su mano por sus testículos y poco a poco acercando un dedo a la entrada de su ano, que ya se encontraba muy bien ensalivado. Poco a poco haciendo pequeños círculos entorno a la entrada del culo para luego hacer un poco de presión, con lo que lentamente aquel culo virgen fue cediendo hasta que pudo introducir el dedo medio casi por completo. Así continuó, mamando la verga de Arturo mientras le masajea el culo. Arturo ya no podía mas, se sentía desfallecer, no podía creer de lo que se había estado perdiendo durante todos aquellos años. Sus gemidos eran cada vez más fuertes y ya no los podía contener. En aquel enrome recinto hacia eco su voz, sus jadeos y los inconfundibles sonidos de succión de una perfecta mamada.

Miguel supuso que ya estaba listo, era hora de mostrarle las puertas del cielo. Pensando esto hizo un movimiento experto dentro del culo y comenzó a masajear la próstata de Arturo, quien tan pronto sintió esto lanzó un gemido que resonó hasta en el ultimo rincón del lugar.

Miguel seguía chupando la verga cada vez mas hinchada, concentrado ahora toda su atención en la cabeza. Estaba dispuesto a darle al sacerdote una corrida monumental.

Con el diestro dedo dentro del culo y la jugosa verga dentro de la boca, Arturo se sentía enloquecer, se retorcía lleno de placer, gimiendo como loco. Miguel sabia que ya esta próximo así que aumentó la intensidad de sus habléis movimientos, hasta que sintió como la verga se hinchaba y su dedo era aprisionado por las contracciones del culo, entonces sintió una descarga increíble dentro de su boca.

—¡Ah!—gemía como poseso—¡Trágatelos, trágatelos!—las palabras de Arturo tomaron por sorpresa a Miguel, pero estas lo hicieron encender mas y siguió con su trabajo aun con mayor esmero.

Le sorprendía la abundancia de aquel elixir que bebía con completa satisfacción, haciendo todo lo posible por no dejar ir ni una sola gota. Continuó manando la verga hasta que no quedo rastro alguno de la increíble corrida, hasta que el último espasmo terminó y la herramienta fatigada comenzó a perder su rigidez. Lentamente sacó el dedo de dentro del culo arrancando a Arturo un último espasmo acompañado de un gemido.

Miguel lo veía satisfecho, sonriendo, viéndolo recuperar el aliento, con su cuerpo flácido.

—¿Le gustó, padre?—preguntó con soberbia mientras le acariciaba las piernas. Arturo respondió con un movimiento de cabeza y una amplia sonrisa.

Permanecieron así un momento, esperando a que el inexperto sacerdote recobrase las fuerzas perdidas.

—Bueno padre, creo que por hoy es todo—dijo Miguel poniéndose de pie.

—Si—le correspondió el sacerdote aun con un leve temblor en la voz y los labios. Se puso de pie dejando caer la sotana sobre su cuerpo, cubriéndolo nuevamente. No hizo ademán alguno de volver a ponerse los pantalones, metió sus pies dentro de los zapatos y caminó fuera del confesionario detrás de Miguel.

De camino a la puerta de salida Miguel se dio vuelta y esperó a que el sacerdote lo alcanzase, luego antes de Arturo lo esperara Miguel lo besó en la boca apasionadamente, beso al que Arturo no supo responder del todo bien cual inexperto niño recibiendo su primer beso. Miguel se apartó dejando los labios de Arturo húmedos y quitando su mano de su entre pierna sobre la sotana, donde la había colocado durante el beso y enseguida giró y continuó su camino.

—¡Hijo! —lo llamó el sacerdote cuando Miguel abría la puerta para salir. Miguel volvió el rostro para verlo. Arturo continuó: —este recinto siempre esta abierto para ti.

Miguel sonrió pícaramente y le lanzó una mirada llena de lujuria. Enseguida se dio vuelta, salio por la puerta cerrándola tras de si y dejando al buen sacerdote con una cara de entera satisfacción y una nueva erección vislumbrándose bajo la sotana.

Nota Final:

Espero que mi relato sea de su agrado. Este tipo de historias me fascinan, así que si tienen algún relato, fotos y/o videos (sobre todo si son videos :p) sobre hombres heteros iniciados en la homosexualidad les agradeceré infinitamente q los envíen acompañados de su comentario sobre mi relato a: darien_258@yahoo.com.mx