Sexo en el circo

Follaba con mi amigo Dari pero también lo tuve que hacer con alguien inesperado.

Antes de leer este relato te recomiendo lo hagas del que colgué hace tiempo en este mismo lugar que titulé LOS SERPENTEROS, en el que relataba como me introduje en la vida del circo Intercontinental y conocí a mi maravilloso y sublime amigo Dari, que al lado de su padre, ejercía entonces de aprendiz de encantador de serpientes.

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Han pasado ya tres años desde que ocurrieron los hechos que entonces escribí, pero no hemos dejado, tanto el circo en aparecer todos los finales de verano en Oviedo un poco antes de las fiestas de San Mateo, como yo de presentarme todos los días que permanece allí montado a visitar a mi amigo Dari y a las muchas amistades, que en ese maravilloso lugar de fantasía, he llegado a cosechar.

Cuando vi por vez primera a los artistas circenses actuar sobre la pista, me parecieron fáciles de realizar los saltos, cabriolas o equilibrios que ejecutaban por la manera tan sencilla que lo ejecutaban. Al tener posteriormente la posibilidad de conocer a estas personas, sin los vestidos de seda, lentejuelas y oropeles, comprendí la dificultad tan enorme que entrañaba ese oficio, pues así denominan ellos su profesión. Son incontables las horas que durante años ha necesitado su cuerpo para contorsionarse, sus brazos para obtener la fuerza para sostener a un semejante colgado de un trapecio, sus piernas saltar a alturas insospechadas o su mente arrostrar, sin inmutarse, el peligro que algunos números entraña.

La necesidad de ensayos y continuas pruebas para mejorar la actuación, constante en sus vidas, no solo para poder presentar un número atrayente al público que les asegure un buen contrato, sino por el orgullo de destacar entre esa familia que constituye el circo, donde el virus que tienen metido en la sangre es casi siempre heredado de unos antepasados que vivieron la pista durante toda su existencia.

Este año han sido veintidós las jornadas que el circo Internacional ha permanecido en Oviedo en el lugar que tiene acostumbrado levantar sus instalaciones y como siempre, al retirar su carpa para seguir la ruta de actuaciones que tiene marcada en su calendario, Dari y yo nos despedimos hasta el año próximo. entre lágrimas, apasionados y escondidas caricias, abrazos y besos y promesas de escritos y conexiones diarias en internet.

Han recogido y llenado, siguiendo un orden establecido, los múltiples camiones que transportan los paneles, carpas, toldos laterales, escaleras y demás elementos que se transforman en el recinto donde se ofrece el espectáculo, preparado en sus jaulas para que viajen cómodos los animales que este año formaban parte del mismo, las casas-caravanas donde viven los integrantes de la familia circense y puestos ya en fila, van a ponerse pronto en marcha hacia León, su próxima parada.

Me he colocado al lado de la casa-caravana de mi amigo, donde en la parte trasera se llevan las serpientes en cestas bien atadas, su papá ha tomado ya el volante y Dari se ha sentado en el asiento de su lado, cuando riéndose me espeta en voz baja para que su papa no le oiga, desde la ventanilla semiabierta.

  • ¿Qué cogida tienes en tu mente, ahora, como la mejor que has realizado?

De la misma manera, riéndome también, le contesto.

  • La mejor sigue siendo la primera vez que lo hice contigo.

Arranca la larga fila y Dari, riéndose aun de mí, me dice adiós con la mano que después se lleva a los labios.

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Voy a describiros esa primera cogida que dije a Dari era la mejor que nunca he realizado y también el por qué de la pregunta y la risa de mi amigo al marcharse.

En mi casa conocieron y aceptaron, con mucho agrado, la existencia de este amigo extraordinario, al que he invitado después varias veces. Lo que no creo sepan que entre nosotros, después de la empatía que surgió desde la primera vez que nos vimos, apareció posteriormente algo que se parece mucho al amor y que siempre que podemos, intercambiamos caricias, besos y también nuestro semen y cuerpo.

La primera vez, que con permiso de mi madre, invité al aprendiz de serpentero, me juré que durante la estancia en mi hogar, no haríamos nada que nos pudiera comprometer, para seguir teniendo la ocasión de volverle a invitar.

Así se lo dije, para que no pensase, que mientras estuviese en mi casa, no deseaba besarle, acariciarle o cogerle.

Mientras estés aquí no debemos demostrar que nos queremos y menos hacer ciertas cosas, eh?

Me parece bien, aunque siempre eres tú quien lo inicia - me reprochó con toda la razón, pues era yo quien no me podía resistir a sus encantos y comenzaba a calentarle hasta que cedía a mis requerimientos y me ofrecía su cuerpo.

¡¡Si no fueras tan bello!! - intenté disculparme.

La primera vez que le invité a pasar el día conmigo creí iba a ser fácil convencer al padre de Dari que le dejara y me equivoqué.

  • Dari no debe de ir a tu casa sin que yo conozca a tus papas, me parezcan bien y sepa están de acuerdo en recibir a mi hijo.

Me pareció tenían los hindúes un sentido de la hospitalidad distinto al nuestro. En mi caso, era yo siempre el que necesitaba el permiso de mamá para invitar a un amigo y siempre que lo tuve y lo hice, este aceptó encantado de inmediato.

Lo arreglé obteniendo unas invitaciones para asistir a una función del circo y consiguiendo que mamá me acompañara. Papá se negó en redondo a ir, a él no le gustan los circos, me dijo cuando se las enseñé.

De acuerdo con mi amigo hicimos que mi mamá y el papá de Dari se conocieran. Curiosamente ambos coincidieron, que siendo tan distintos, era beneficioso para ambos, que intercambiáramos vivencias y conocimientos, es decir fuéramos unos buenos colegas.

Así, con el beneplácito de las familias y el deseo por nuestra parte de ser formales, llevé una mañana a Dari a mi casa, con la intención que comiera en ella y volviésemos al circo cuando terminase la función de la tarde, para ayudar a su padre a recoger las serpientes y trastos que utilizaba durante su actuación.

Había amanecido un día perfecto, madrugué lo suficiente para acercarme en el primer autobús a Oviedo, corrí desde la estación hasta la caravana donde descansaba mi querido amigo y recorrimos, ya juntos, en sentido contrario, con la misma celeridad, el camino de vuelta, de manera que para las diez ya estábamos en mi habitación, enseñándole los tesoros que poseo, mis discos, libros, películas y algunas revistas pornográficas gays que mantengo muy escondidas.

Setiembre es un mes, que si hace calor lo hace de verdad y en aquellos días estaba el sol proporcionándonos unas temperaturas que hubiéramos firmado perfectamente para las mejores jornadas del verano. Así que después de la visita a mis dominios, nos preparamos para bajar a la piscina.

No es de las que llamamos de reglamento, pero sí de tamaño suficiente para chapotear, hacer varios largos o tirarse, en un extremo de ella unos buenos "chombos".

Fuimos felices, jugando en el agua, persiguiéndonos fuera, leyendo comics o simplemente charlando, sentados sobre la fresca hierba, mientras nos secábamos al sol mañanero, hasta la hora de comer, que hicimos solos, en una de las mesas que hay fuera de casa, en el jardín.

Habíamos cumplido la promesa de ser formales, no acariciarnos o besarnos, aunque puedo jurar que me costó terriblemente no hacerlo, cuando jugábamos en el agua se me iban las manos hacia sus parte bajas, o cuando vi a Dari salir de la piscina lleno de gotas de agua que le resbalaban por su esbelto, moreno y delgado cuerpo que me pedían las bebiese o cuando tendido a mi lado, su cuerpo se desperezaba, mientras de su piel surgía un voluptuoso vapor.

Creo que la culpa que rompiese mi promesa la tuvo mamá que nos anunció, mientras sesteábamos puestos a la sombra después de comer, en unas tumbonas del jardín.

  • Tengo que salir un rato porque quedé con una amiga para acompañarla. Regresaré hacia las ocho y llevaremos a Dari hasta Oviedo. Ser formales.

La formalidad que propugnaba mi madre era fácil de cumplir. No pensábamos destrozar nada y menos beber o fumar cosas prohibidas. Lo difícil era cumplir con la que yo había propuesto y así nada ver salir el coche de mi madre por la puerta del jardín, salió de mi boca.

  • Vamos a descansar un rato a mi habitación.

Dari me conoce lo suficiente para entender la doble intención de mis palabras.

No deseo ponerte en un compromiso.

Tontín, no ves que no queda nadie en la casa.

Hasta ahora nuestros encuentros sexuales habían sido, medio escondidos, en lugares extraños del circo, entre unas maromas, tapados por retirados toldos, en rincones oscuros, detrás de las jaulas. Lo que nunca se repitió fue elegir de nuevo el sitio donde estaban las serpientes, el de nuestra primera vez, cuando se abrió un cesto y las cobras se nos subían por el cuerpo mientras follábamos.

En esta ocasión teníamos una cama cómoda y blanda, tiempo suficiente y por mi parte enormes deseos de cogerle.

Dari, no sé si era consustancial a su raza, en lo sexual era más tranquilo y reposado que yo que enseguida me lanzaba al asalto, se enervaba rápidamente mi pene y buscaba encontrar un agujero por donde penetrase.

El me paraba, me hacía comprender que le costaba mucho más tiempo el calentarse, el sentir la necesidad de cumplimentar el sexo y me obligaba.

  • Despacio, se necesita antes ponerse en situación.

  • Yo estoy en esa situación siempre, mi amor, lo que me interesa es follar, después follar y por último follar - me reía, pero le hice caso.

Su morena piel estaba cargada de energía, oía a veces, al tocar su cuerpo, los chasquidos que generaba la electricidad estática y en ocasiones notaba en mis dedos, como si tocase un cable cargado de electricidad.

  • El día que sienta esa sensación en la punta de la polla me muero de placer - llegué a decirle.

Al contrario del mí, que marcaba ya una pequeña barriguita, Dari no tenía ningún atisbo de grasa en su esbelto cuerpo. Todo en él era esbeltez, armonía, conjunción y perfección.

Me costó aquel día más que otras veces contenerme, sabía era capaz de correrme hasta tres veces seguidas, pero también conocía que para Dari el sexo era algo muy íntimo, la salida del semen al exterior no significaba nada para él si no existía anteriormente una comunión entre los dos cuerpos, lo que el denominaba "una íntima unión de dos seres que tienen en común el deseo de entregarse totalmente".

En otras cogidas que habíamos realizado estaba justificada la rapidez, podían vernos al follar en sitios que estaban cercanos a gente, hoy no pasaba igual, estábamos solos, no había prisa, por lo que dejé que Dari marcase los tempos. Deseaba que gozase con el sexo, lo que me iba a hacer feliz a mí.

Recuerdo muy bien esa tarde, Dari mostró un sibaritismo sexual que quizá ni el mismo conocía poseer, era un conocimiento innato sobre la parte de mi cuerpo que debía acariciar, besar o frotar.

Al recorrer con sus manos mis tendones o músculos, que temblaban bajo sus palmas abiertas, me hacía morir de placer, al husmear, con su rostro pegado en los poblados lugares donde crecían negros rizos, saboreando el aroma que yo despedía, sentía desfallecer o al besar mi vientre, acercándose despacio a las zonas donde descansaba mi sexualidad, me hacía morder los labios para no gritar asustando a toda la urbanización.

Mientras yo contemplaba el iris negro azabache de sus bellos ojos, él recorría, tocaba o apretaba alguna parte de mi cuerpo y era tal su habilidad en proporcionarme sensaciones placenteras que me hacía pensar en las "geishas" japonesas, que se preparan ex profeso, para obtener el máximo goce de sus amantes.

Dari eres mi "geisha" - le dije extasiado de placer.

¿Qué es eso?

  • Amor mío, que me haces muy feliz,

  • Yo también lo soy.

Cuando comprendía que mi pene reventaba de hinchazón lo lamía suavemente para calmarle, cuando mi cuerpo se relajaba algo, metía sus dedos entre mis muslos y buscaba el lugar adecuado donde apretar para que volviese a estar tenso, cuando mi esfinter entre sus espasmos solicitaba que le penetrasen, lo retenía, metiendo habilidosamente dos de sus morenos dedos.

Cuando llegó el momento que consideró que nuestra carne debiera engancharse, lo hicimos despacio, como él demandaba, buscando el roce de mi polla en el interior de su recto, no violentando en ningún momento su cuerpo, sino que uniéramos nuestros cuerpos de la manera más natural posible

  • Así después el movimiento de mete-saca que hace chillar, gritar o morir de placer se realiza sin necesidad de ayuda de saliva o pomadas - me aseguró y comprobé tenía razón.

Nunca he podido alcanzar, aunque lo he intentado, el estado de gracia infinita que sentí aquel día, la sensación de mutua entrega o el abandono que mi cuerpo sintió al correrse.

Fue como si dos cuerpos, predestinados a unirse, lo hicieran, como si dos razas se convirtieran en una sola, como si una fuerza exterior, productora de energía, actuase para pegar las dos masas que formaban nuestros cuerpos.

Dije anteriormente que era capaz de correrme tres veces seguidas y Dari me dejó demostrarlo aquella tarde, pero no fueron como yo presumía iba a hacerlo, follar, follar y follar, sino gozando del sexo, buscando el hedonismo del placer, encontrando el sibaritismo que una cogida, como la que realizamos posee, amándonos sin tregua, sin fin, eternamente.

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Narraré a continuación por qué Dari se rió de mí al marchar de Oviedo aunque yo sea el motivo de la risa que le acompañó en su marcha.

El circo Internacional abrió al público este verano un pequeño zoo, tan pequeño que constaba solamente de los animales, que siendo propiedad de los artistas, estos utilizaban para desarrollar sus números circenses.

Se podía visitar, pagando una entrada muy módica, por las mañanas desde las once hasta las dos, los jueves y domingos que había función a las cinco de la tarde y el resto de los días de la semana, de tres a cinco de la tarde. Eran muy pocos los visitantes que recibía, pero lo que la gerencia recaudaba por este concepto, lo repartía de una forma equitativa entre los dueños de los animales, como una ayuda para su alimentación.

Se trataba de animales muy tranquilos, que eran exhibidos en el mismo lugar donde se los transportaba cuando el circo viajaba, unas jaulas construidas sobre soportes de remolques, que se enganchaban a los camiones.

Había un trío de viejos leones, que les costaba, intentando mostrar la ferocidad que no poseían, rugir durante su actuación. Dos elefantes de la India, una hembra y su cría, que hacían las delicias de los asistentes más pequeños, porque siendo de una mansedumbre muy probada, paseaban, subidos a sus lomos, a los niños que invitaban los domadores. Una llama de los Andes, que simplemente salía a la pista para hacer creíble la nacionalidad de cuatro hermanos de Valencia, que se hacían pasar por ecuatorianos y tocaban tonadas y bailaban al estilo de aquel país y una familia de simios.

La familia de chimpancés constaba de cinco individuos, dos machos y tres hembras. El macho de más edad ejercía de jefe y el hijo, que aun no había mostrado necesitar hembras, deambulaba por allí jugando y haciendo trastadas.

Dos de las hembras eran madre e hija y estaban siempre unidas y juntas. La hija tenía una cría muy pequeña que amamantaba. La tercera hembra, que llamaban Chita, no tenía ningún parentesco con el resto y permanecía las más de las veces sola y triste en su jaula o subida a alguno de los mástiles pequeños, desde donde vigilaba la vida que se desarrollaba a su alrededor.

Por las mañanas, al llegar al circo Intercontinental, solía iniciar un paseo, acompañado de Dari, para saludar a todos mis conocidos, por la zona donde ensayaban los artistas para mantener en estado perfecto los números que presentaban en la pista.

Al pasar cerca de donde habitaba la familia de los monos, comprobé que Chita desde el quicio de la abierta puerta miraba al más pequeñín de todos ellos, que estaba mamando, acurrucado en los brazos de su madre, que sentada en el suelo, lo acariciaba tiernamente a la vez que le daba su leche.

  • Dari los animales de sangre caliente, entre los que estamos los hombres, tienen una necesidad de ser tocados y si no es así pierden el apetito, experimentan un desarrollo más lento de lo normal y muestran patrones de conducta anormales.

Estoy leyendo un libro de etología en el que describen un experimento que se hizo con un grupo de monitos recién nacidos. El total de animales que participó en la prueba fue de dieciocho que se dividieron en tres grupos de seis.

Los del primer grupo fueron criados por sus propias madres. Los del segundo por un remedo de ésta. Se les ofrecía un biberón de leche preparada a sus necesidades, que estaba arrollado en un trozo de piel de mona. Tenían también a su alcance un artefacto construido de la misma piel, que el animalito podía coger y acercárselo a su antojo.

El tercer grupo fue alimentado, a sus horas, por cuidadoras humanas, siguiendo las normas que los veterinarios marcaron, pero el resto del tiempo convivían solos en un recinto, de los que construyeron tres idénticos para el experimento.

Al cabo de un tiempo analizado el desarrollo, crecimiento y sobre todo el comportamiento de los monos, se comprobó que los del primer grupo, eran más grandes, mostraban alegría y en sus juegos se comportaban muy bien con sus compañeros.

Los del segundo grupo, podía decirse que también estaban en unas condiciones positivas aunque no estaban tan desarrollados. Solo uno de ellos que rechazó el acercarse al artefacto de piel, no estaba alegre, ni participaba de los juegos. Los demás habían pasado agarrados a la imitación de su madre muchas horas, creyendo que eran éstas las que les tenían entre sus brazos.

Los del tercer grupo, eran pequeños, estaban tristes y huraños y además de casi no jugar entre ellos, se pegaban y mordían.

Mientras contaba todo esto a Dari, el mono más viejo, jefe de la familia, se había subido a uno de los treinta pequeños mástiles que sostenían el gran toldo-carpa que cubría el circo, y desde allí arriba, estaba masturbándose atento y encantado.

Tan embelesado estaba yo mirando al monito que chupaba de las tetas de su mamá y de la explicación científica que me acababa de comunicar mi amigo que no me di cuenta, hasta que no sentí sobre mi cabeza que algo caía sobre ella. Era lo que el mono derramaba, por su aún tiesa polla, después de terminar de ejecutar su acción masturbatoria.

Los que lo vieron comenzaron a reírse y yo a limpiarme con un papel que encontré en el suelo. Como no había agua cerca, o si la había no sé donde estaba, me limpié lo mejor que pude allí mismo y me dispuse a marchar para lavarme totalmente la cabeza en cuanto llegase a una fuente.

Al pasar por delante de la puerta abierta de la jaula donde estaba Chita, de pronto, como si le hubiera dado un arrebato, se lanzó sobre mí y por el impulso que puso nos fuimos los dos al suelo. El susto que recibí fue mayúsculo, al ver que un animal tan pesado y pacífico hasta entonces, se me había caído encima y agarrado fuertemente a mi cuerpo.

Los que estaban cercanos se asustaron de la reacción de la mona y fueron rápidamente a socorrerme, pero Chita los apartó a manotazos. Al ver que podrían llegar a quitarme de sus brazos, que se oprimían fuertemente sobre mí, me levantó en vilo, me colocó sobre su hombro como si fuese un saco de patatas y comenzó a huir agarrándose a las barras de la jaula hasta ponerse encima de ella. Como persistieran en intentar ayudarme y quitarme de sus brazos, fue subiendo por uno de los mástiles, al lado contrario donde se encontraba el mono jefe.

Allí me bajó y se sentó sobre el toldo, demostrando a todos los que miraban hacia arriba lo que realmente deseaba de mí, porque comenzó a besarme y a frotarse sobre mi cuerpo, buscando que me pusiera sobre ella, en una palabra quería que la jodiese.

Yo no sabía si una mona, como otras hembras del reino animal, tenían lo que se suele llamar celo, una época fértil que la naturaleza concede a las hembras para quedar preñadas, inculcándolas para ello un ardiente deseo de estar con un macho de su especie.

Supe después que las monas también tienen un tiempo así y Chita estaba dentro de él y que al olor del semen del mono que había caído sobre mi cabeza, me tomó por un macho de su especie con el que deseaba ardientemente cogerse.

Cuando los que miraban desde la pista, se dieron cuenta que la situación no ofrecía el peligro que pensaron al principio, comenzaron a decir estupideces.

  • Disfruta chaval, no todos los días se presentan ocasiones como esta - oí que decía uno entre risotadas.

  • ¿Está buena la mona? - preguntó otro siguiéndole en el "cachondeo".

  • Responde a los besos que te está dando - dijo alguien más.

  • Hasta que no la jodas no te suelta - oí que decía otra voz mientras la mona seguía abrazándome y besándome.

Esta frase se me clavó en la mente e intenté librarme luchando contra ella, pero no sabía hasta entonces la fuerza que tiene una animal de esta especie.

A pesar de las risas de los de abajo, comenzaron a tirarle cosas, maderas, piedrecillas y lo que encontraron y hasta uno cogió un palo largo e intentó acosar al animal.

Chita no hacía otra cosa que apretarme más contra sí cuando alguna de estas acciones la molestaba, hasta que decidió buscar otro lugar más tranquilo, para seguir acosándome y pidiéndome la hiciera lo que pedía su naturaleza.

Me volvió a agarrar como si fuera un guiñapo, saltó limpiamente hasta uno de los mástiles largos que sostenía la carpa del circo, llevándome en sus brazos subió trepando por ella y por el agujero central del palo más alto me introdujo en el interior.

Bajó por el palo mayor hasta uno de los púlpitos donde se atan los trapecios de cuerda, que servían para trabajar en el espacio los dos trapecistas que el circo tenía y me colocó a unos treinta metros del suelo, sobre una pasarela lo suficientemente grande para dejarme echado sobre ella.

Podéis imaginaros lo que pasé allí arriba, temiendo caerme y romperme la cabeza en mi esfuerzo por evitar sus besos y caricias, aunque cada vez que la mona notaba que resbalaba, me erguía y ponía echado nuevamente sobre la plataforma.

Al final para poder huir del animal no me importaba desmorrarme contra el suelo. Pero Chita no parecía estar por la labor de dejarme caer. Por vez primera había conseguido un macho y no estaba dispuesta a perderlo. El mono viejo, jefe de la manada, parecía que no la cubría nunca temiendo la reacción de las otras dos monas.

Las proféticas palabras, "Hasta que no la jodas no te suelta", martilleaban mi cabeza y desgraciadamente estaba llegando al convencimiento que la frase encerraba la única posibilidad de salvación.

Faltaba poco más de una hora para que se iniciase la primera función, nadie había podido disuadirla de bajarme de allí y yo estaba agotado de luchar para apartarla de mí.

No quiero seguir contando ningún detalle más de esta aventura. Solo deciros que comprendí debiera sacrificarme por el bien del circo que necesitaba imperiosamente el dinero que recaudaba y no podía anular, por mi culpa, una de las funciones, después de vendidas las entradas.

Cuando faltaban quince minutos para encender las luces de la pista Chita me depositó, amorosamente, sano y salvo, mojado de sus babas y sin los pantalones ni slip, que quedaron allí arriba, en el mismo lugar donde me había atrapado.