Sexo en el cementerio

Un ex seminarista, repartiendo volantes en una Catedral, y un joven marginal que lo conmueve, y con quien termina cogiendo en un cementerio.

Yo estaba parado en la puerta que daba a la plaza de la Catedral de Cañada del Diablo, mi pueblo natal, repartiendo volantes para una fiesta patronal, en la que con motivo del aniversario de la canonización del santo patrón, San Javier del Pedazo, se anunciaba una comilona para recaudar fondos para los inundados del Río del Infierno, ese ancho cauce que baña con sus bellas aguas contaminadas con plomo a nuestro pueblo. Parado en mis pies planos y zapatos nuevos que apretaban mis callos plantales y juanetes, estaba molesto, cansado, con sueño, y me aburría soberanamente.

El Obispo, me había elegido a mi, en mi condición de ex –seminarista, fiel colaborador del Obispado y devoto de San Javier del Pedazo (tan devoto como él que gustaba también del "pedazo") para ese reparto de volantes y luego de varias horas de plantón, me apretaban los zapatos nuevos, el pantalón (dos números más chico que el necesario), y sudaba copiosamente. Soy gordito y sudo mucho, especialmente, el rostro, el cuello, el pecho, la espalda, la entre pierna, el cuero cabelludo y los sobacos. Ese transpirar mío es tan evidente que los restantes laicos amigos míos de la Catedral, pero poco piadosos, me habían puesto el apodo de Gordo Baranda.

En el idioma vulgar de los chicos argentinos jóvenes, baranda significa olor, y en mi caso aunque usaba desodorante, colonia inglesa, champú de fresas y me bañaba mucho, con jabones de sándalo y almizcle, agua de azahar, esencia de vainilla, y lociones refrescantes, el calor, el exceso de peso, los rayos del sol que me cacheteaban la cara, y la ropa que me gusta usar bien ajustada, hacían que mi transpiración fuera olida desde lejos. Hasta un perro callejero me había lamido varias veces

Yo repartía esos volantes y veía pasar a los muchachos hermosos de mi pueblo y algunos forasteros y se me iban los ojos. Estaba muy caliente. Quizás porque no cogía muy seguido. Y las pajas diarias reiteradas no me sacaban las ganas de estar con otro hombre. Dicen que los machos de Cañada del Diablo, son muy dotados sexualmente. Algunos son famosos por el tamaño y grosor de sus pijas, como el hijo del veterinario, un chico llamado Eleodoro , alias Manguera que las malas lenguas sindican como poseedor de una verga descomunal, Yo nunca se la vi, pero claro que no me faltan las ganas.

Parado en la puerta de la Catedral, siendo casi el mediodía , lo vi llegar a Severiano Ramirez, mi primer y único amor, un peón de campo robusto y muy macho, que despertó los temblores de mi carne en mi tierna adolescencia y me hizo puto, puto, puto desde entonces. Porque Uds ya se habrán dado cuenta a esta altura que me gusta la verga, la carne masculina, viril, mojada y erguida, especialmente si esta acompañada de buenos físicos, magníficos culos fuertes y machazos, muchos pelos, pies grandes y todo lo grande en todo lo demás.

El Severiano me había destrozado el corazón al contraer matrimonio con una flaca de nombre Romilda Joaquina, con la que a los seis meses de casado tuvo un hijo que no era precisamente prematuro. No se si me explico: le hizo un hijo a la flaca y se vió obligado a casarse a los apurones. No le importaron los seis años en que nos habíamos querido tanto, ni mi dolor de amante abandonado que yo iba a sufrir.. Ni me lo dijo. Me enteré por una gorda que era amiga de la tía de la novia. Lloré mucho. Sufrí mi pena solo y en silencio y nunca pude olvidar aquellas cogidas maravillosas donde siempre me quedaba con un terrible dolor de culo por aquella pija salvaje, incansable y brutal que me metía y tan profundamente a cada rato. ¡¡¡ Cómo añoro esos años de pija y besos y culo en remojo para aliviar el ardor!!! Me sentía tan completo, bien cogido y tranquilo.

Llegó el Severiano , acompañado de la Romilda Joaquina y de su hijito respectivo, que bautizaron Belisario por el abuelo de la Romilda, pero todos conocen como Piojito. Me dio mucha tristeza, que el ex amor de mi vida no me saludara y que mirara para otro lado. Todavía me duele. Ese día me dolió, no se porqué, mucho más. Estaba sensible.

Después del abandono, para huir de aquel recuerdo y para esconder mi condición de puto, me metí en el seminario para ser cura, pero esa no era tal vez mi vocación porque me gustaban demasiado los seminaristas y aquel cura alto y de crespos cabellos que solía tomar sol en sunga en la piscina de la quinta de vacaciones de la congregación. El Seminario no me gustaba. Me sentía encerrado, y el cuerpo me pedía a gritos, revolear el culo, mariconear un poco, coger y coger, garchar y garchar o sea en buen español, sexo. Yo no podía ser casto. El culo me pedía otra cosa..

Además yo siempre quise ser cantante popular al estilo de Sandro, Luis Miguel, Christian Castro, o Ricardo Montaner y dicen que no obstante mi gordura soy excelente bailarín de salsa, cumbia, merengue y cha cha cha. . Mejor que ese gordito de Juan Gabriel al que me parezco, dicen, en mis modales (y físicamente).

Al lado mío, dos chicas de mi parroquia con sendas alcancías recaudaban fondos para los inundados, y yo estaba conversando con ellas, cuando vi llegar a la puerta de la Catedral, a un muchacho como de 19 o 20 años, alto, delgado pero fuerte, de aspecto muy humilde, mal vestido y despeinado que lloraba en silencio.

Con mi alma caritativa y cristiana o tal vez con mi pija enhiesta y el culo en expectativa, me acerqué al muchacho y resultó ser de un barrio muy pobre, peligroso y marginal que quedaba como a sesenta cuadras del centro del pueblo, un asentamiento miserable y peligroso llamado Villa Botella. El chico me dijo que quería ver a un sacerdote porque estaba muy triste, y necesitaba consuelo espiritual. . Se cumplía un año de la muerte de su hermanito. Le dije que se calmara pero el siguió llorando por momentos y se puso peor cuando le dije que ningún sacerdote estaba ya, que todos estaban comiendo (patitas de chancho a la riojana, mondongo relleno con champignons, sopa de cabellos de angel rubio, callos a la madrileña y empanadas de picadillo y paté y de postre macedonia de frutas tropicales con helado de crema americana). Con razón todos eran tan gordos como yo.

Lo miré y vi que el muchacho era singularmente hermoso, agreste, lumpen, o como se dice en Argentina, chongo (mozo joven vulgar y viril) como a mi me gustan, con unos ojos grandes y bien negros, la piel cobriza, un metro setenta y ocho mas o menos de estatura, piernas largas y musculosas y una larga cabellera que le llegaba a los hombros. Dijo llamarse Rodrigo pero pensé que se había inventado un nombre. Conversamos un rato y muy entristecido comenzó a alejarse y lo seguí, casi lo corrí , aún no me explico por qué, quizás por mi alma misionera, con mi pequeña valija a cuestas donde guardé los volantes parroquiales. Caminamos muchas cuadras en dirección al río y allí me contó, poco a poco sobre la muerte de su hermanito, de la tristeza de su cama vacía, del dolor de su madre. Nada dijo del padre ni yo le pregunté. Me pidió un cigarrillo y yo compartí con él el último que me quedaba, sentado con él , en el cordón de la vereda. Había , creí , una especie de comunión espiritual entre ese chico marginal y yo, o quizás una tremenda calentura de mi parte

Rodrigo fue calmándose de a poco y mientras fumábamos una pitada cada uno, pude observar sus bellos rasgos, su frente despejada, los pómulos salientes, la boca de labios bien gruesos y rojos, los bigotes incipientes y la barba de varios días y aquellas piernas fuertes y largas que enmarcaban un bulto considerable que miré con cierto disimulo.

Rodrigo o como se llamara, estaba muy fuerte, muy sexy, muy atractivo y su pierna contra la mía caliente y firme, me calentaba tremendamente. Seré gordito, ex seminarista y muy piadoso, pero también soy un ser humano. Si , y muy puto , ya se.

Apoyó aún más su pierna fuerte y larga sobre la mía mas gruesa y corta, y en un momento me dió la mano para ayudarme a ponerme de pie. Su mano grande de dedos largos y huesudos ya no quiso soltar la mía , y aunque yo intentaba liberarme por temor a que nos vieran de la mano, el me llevó asi hasta las afueras de la ciudad, hasta el cementerio local . En algún momento, en un rincón solitario, me acarició el pelo y la cara y yo dejé que su mano recorriera mi rostro. Qué gordito lindo sos , me dijo.

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En algún momento me pasó la mano por el culo con lascivia y yo no reaccioné por que sentía deseo, el chico me había conquistado. Qué culo que tenés che, dijo bajito como si quisiera que nadie lo escuchara. Yo sentía palpitar mi orto de deseo, cuando llegamos al cementerio. Comportate le dije, pero ni yo mismo pensaba seriamente en eso.

Había estado en ese lúgubre lugar un par de veces antes, pero nunca con un desconocido, nunca con un chico marginal y hasta peligroso, como ese, y el riesgo me atrajo. O quizás pensé con la verga en lugar de pensar con el cerebro. Y cuando me arrepetentia sentía el calor de su mano, su repentina calentura y mi pija se endurecía despacito. Mi culo se dilataba transpirado y expectante. El muchacho era el sueño mojado que muchas de mis noches y mi cola gordita y golosa se dilataba aún mas de solo pensar en su poronga de marginal, en sus huevos de excluído, en su leche de desocupado, en su cuerpo hermoso que descansaba a mi lado en las cercanías del camino principal del cementerio.

Parecía muy cansado y en un momento apoyó su cabeza en mi pecho, mejor dicho en mi camisa transpirada, y pareció quedarse dormido. Sentí una oculta ternura y dejé que durmiera unos minutos mientras aspiraba el olor de su pelo, y me atreví a acariciar aquella cabellera negra de pelos duros, hasta que en un momento se despertó y al sentarse me besó en los labios. Acusé el impacto y me levanté sobresaltado. Yo estaba muy caliente y no quería que el se diera cuenta. El me pidió perdón y parecía que se iba a poner a llorar de nuevo, cuando retrocedí hasta él y lo miré a los ojos y no se porqué lo abracé como si quisiera fundirme con su pobreza y su dolor, y muestros cuerpos transpirados se juntaron por primera vez. En ese momento, ya no se quién fue consuelo de quien. Allí parecieron aflorar antiguas tristezas mías, tristezas que tenía olvidadas en algún cajón de mi historia, mi gordura, mi soledad, la incomprensión de los otros, los conflictos de mi familia, el abandono de Severiano, mi propia marginalidad como gay , la huída dal seminario y luego mi abandono clandestino de la carrera sacerdotal..

El comenzó a besarme en un rincón oscuro de aquel baño, y su boca se adueño de la mía y su lengua penetró hasta mi garganta mietras apretaba su enorme pija dura contra mi. S vientre. Siguió besando mi garganta hasta que en un momento,comencé a gemir de placer y el me hizo arrodillar a sus pies.

Guió mi cabeza hasta su bragueta y sin temor alguno a que alguien pudiera entrar, sacó su enorme pija, y la acercó a mi cara, y recorrió con su verga húmeda mi frente, mis ojos , mi nariz que sintió el fuerte olor de aquel miembro erecto , y mis mejillas que quedaron mojadas con su lubricación. Abri la boca como un sediento en el desierto y me tragué aquel pedazo duro , aquella chota inmensa que invadió mi boca , que se deslizó por mi lengua ardiente hasta mi garganta y se la chupé con ganas. Con todas las ganas de mi vida y el como si estuviera cogiendo mi culo o como si mi boca fuera una gran vagina, me cogió como enloquecido hasta que luego de muchas estocadas fuertes y deseperadas, acabo en mis labios, en mi rostro, en mi cuello , en mi pelo, y tanta leche derramada me quemó con su fuego, y terminó cayendo en el piso del baño.

Me fui a lavar hasta el piletón , abrí el grifo y el se puso tras mío , con su pija aún dura contra el culo, y simulaba la penetración contra mi culo, y yo quería que parara, que se detuviera, pues alguién podía entrar. Besó mi cuello, mis orejas, y lamió lascivamente mi nuca. Me di vuelta y nos dimos un beso en la boca, un beso fuerte y bruto, un beso con mucha lengua que se demoró en mi garganta y en mis labios que mordió hasta hacerlos sangrar.

El se lavó luego y peinó su larga melena , y salimos hacia el camino del cementerio. Me hizo detener frente a la entrada que daba a los nichos, y señaló el correspondiente a su hermano, frente a la cual, había un humilde florero con violetas artificiales. Senti mucha vergüenza, mucha culpa.

Salimos a la calle y me pidió dinero para comprar cigarrillos , y cuando saqué mi billetera del bolsillo posterior del pantalón, me la arrancó de la mano y salió corriendo por un camino desolado y yo solo atiné a sentarme en el cordón de la vereda hasta que cayó la noche.

galansoy

Vuelvo trás una larga ausencia a todorelatos y espero que esta historia les haya agradado. Escríbanme y no se olviden de opinar sobre el mismo. Un gran abrazo desde Argentina.