Sexo duro con un matrimonio perverso
En esa noche me forzaron a probar de mi mejor amiga, de una señora mayor y hasta tuve que dar por culo a su marido. Por primera vez en mi vida, ¡alguien sería mi putita!
Hola queridos lectores de TodoRelatos. Me llamo Rocío y soy de Uruguay, tengo diecinueve pero a veces me siento rara con mis amigas porque me gusta el sexo duro y dudo que ellas soporten la mitad de lo que yo. Me dicen que soy muy apetecible, de carne maciza y buenas curvas, llevo además el cabello lacio y suelto hasta los hombros, de color castaño café como mis ojos.
En mis otros relatos conté cómo me chantajearon para ser la putita de un grupo de ocho hombres maduros, y también cómo tuve que hacerme tatuajes obscenos (pero temporales) y piercings para complacerles. Posteriormente me volvieron adicta a la zoofilia y cumplí mi deseo de hacerlo con los dos perros del jefe del grupo.
Nunca lo he practicado con mujeres, ni mucho menos me imaginé que podría “follar” a un maduro utilizando un pene falso, pero ambas cosas iban a cambiar drásticamente. Pronto tendría una noche de sexo tan salvaje, guarro y duro, que en mi vida nunca más me sentiría excitada a menos que fuera a los extremos.
Pero vamos por partes.
Tras terminar las clases en la facultad, mi amiga Andrea y yo fuimos a la casa de mi amante para tratar de aclararle las cosas, ya que ella fue filmada ingresando en su predio sin permiso, como comenté en mi último relato. Andrea estaba muy ansiosa cuando tocamos el timbre, se ajustaba sus gafas contantemente en una especie de tic nervioso.
A mí me ponía nerviosísima, tanto ella como la situación que se avecinaba. Es que es una chica un poco conservadora tanto en su forma de ser como de vestir, es como si se negara a revelar su cuerpo. Es rubia, un poco más alta que yo (aún así seguimos siendo pequeñas en comparación a la media). Tiene pocas tetas, y si bien su jersey holgado no ayudaba mucho al panorama, su ajustado vaquero enmarcaba una cola pequeña y paradita (apetecible para según qué gustos) y unas torneadas piernas.
Yo estaba con un conjunto casual que no delataba que era la chica más puta de todo mi país. Un jersey sin mangas y una falda decente puesto que había decidido dejar de usar vaqueros porque las molestias en mi cola eran notorias y quería sentirme más cómoda.
Volvimos a tocar timbre.
Lo que me causaba inusitada curiosidad era saber cómo iba a reaccionar mi amiga ante una propuesta indecente de parte de mi amante teniendo en cuenta lo recatada que es ella, o al menos esa es la impresión que tenía de mi amiga.
Otra vez toqué el timbre y por fin Don López nos recibió con semblante serio, y nos invitó a pasar dentro de su lujosa casa. Estaba elegantemente vestido y olía muy bien, pese a que tiene una personalidad de macho alfa que me resulta vomitiva, tiene un cuerpo bastante bueno a sus más de cuarenta años, y tampoco tengo quejas con respecto a su desempeño en la cama (aunque por lo general me suele follar en su baño, sobre un colchón desgastado en su sala o sótano, o sentado en su sofá si hay un partido de fútbol que le interese).
Al entrar en la sala, amagué quitarme el cinturón de mi falda en un acto reflejo, en una demostración de costumbre tras tantas tardes de vicio en ese lugar, pero me acordé que en esta ocasión estaba mi amiga presente. Cuando me volví a ajustar la hebilla, levanté la mirada y noté a una señora en la sala con una copa de vino en mano, mirándonos.
Me quedé congelada, probablemente era su esposa, le pondría una edad similar al marido; peinado caro, vestido negro y lujoso sin mangas, corto y ceñido que destacaban sus turgentes senos, anchas caderas, muslos gruesos y piernas torneadas; sí, era un monumento al atractivo de la mujer madura; pero tenía una mirada de pocos amigos, me recordaba a una profesora de secundaria de esas intratables. Verla me imprimió tanto miedo que pensé en salir volando de allí pero no podía dejar a mi amiga abandonada.
Cuando bebió de su copa, cruzó conmigo una mirada asesina.
—Don López –susurré acercándome a él—. Su… Su—su señora está aquí...
—Rocío, sí, ella estará conmigo esta noche. No te preocupes, lo sabe todo.
Muda y congelada. ¿Su esposa lo sabía todo? ¿Todo? ¿Que yo era la putita de su marido, y de otros siete maduros más? ¿Que en su sala y su sótano hemos montado un montón de fiestas? ¿Qué incluso me emputecí por sus perros? ¡Imposible! Pero don López no suele bromear con ese tono serio, por lo que probablemente me estaba diciendo la verdad.
Con voz cortante, don López le habló a mi amiga mientras yo me atajaba de una pared para no caer desmayada. Vaya panda de gente pervertida que me vine a encontrar.
—Así que tú eres la jovencita que entró anoche en mi propiedad. ¿Cómo te llamas?
—Me… me llamo Andrea, señor.
—¿Qué impide que vaya ahora mismo a la fiscalía para que te denuncie, jovencita?
—Señor, lo lamento mucho. No entré para robar ni nada similar, simplemente estaba preocupada por mi amiga que suele venir aquí a menudo. No volverá a suceder, ¡eso se lo prometo!
Su esposa soltó una risita y levantó la copa al aire:
—¡Pues a mí no me convence, querido!
—¡A mí tampoco, Marta, yo creo que lo mejor será asegurarnos y denunciarla! En la cárcel aprenderá—se burló don López.
—¡No, por favor, es verdad! –Andrea se alarmó—. ¡Rocío, diles!
Me recuperé. Debería tomar la mano de mi amante o pegarme a él para ablandarlo, pero ¡ahí estaba su señora! No me quedó otra que tratar de convencerlo con palabras:
—Don López, ¡Andrea no le haría daño ni a una mosca!
—Hagamos una cosa, acompáñanos esta noche, jovencita. Vamos a conocernos un poco, ¿sí?
—Pero… ¿Cree que soy tonta? –preguntó incrédula—. ¡Yo me voy de aquí ahora mismo, sé lo que quiere hacer, señor, dios mío!
—¿Hacer qué, jovencita? Pero bueno, vete, yo también me iré, ¡pero a denunciarte!
—¡Pero no quiero tener relaciones con alguien viejo y asqueroso como usted! ¡Puaj! ¡Y encima con su señora de cómplice! ¡No les da vergüenza!
—¿¡Qué!? ¿Tener relaciones? ¿Pero qué está fallando en tu cabeza, niña? Solo quiero conocerte y aclarar las cosas, ¿qué me dices, quieres unirte a nosotros esta noche?
Don López sonaba como un caballero, su perfume y su actitud de macho nos embriagaba, le sonreía con un atractivo propio de alguien maduro. Vaya galán, me estaba convenciendo a mí también, y eso que yo ya estaba emputecida por él. Andrea por un momento pareció perderse en su mirada, pero luego reaccionó y preguntó con preocupación.
—¿Solo eso?
—Adelante, siéntate en el sofá con tu amiga Rocío.
—Supongo… Supongo que no pierdo nada… Vaya, discúlpeme en serio, señor López… La verdad es que quiero que me conozcan, no soy ninguna ladrona ni nada similar.
Andrea y yo nos fuimos hasta el sofá y nos sentamos juntas. Ella muy distendida, yo cada vez más nerviosa: ¡su señora estaba ahí! ¡La de cuernos que le habrá puesto su marido conmigo! Necesitaba un chaleco antibalas para sentirme segura.
Don López se sentó junto a su esposa, frente a nosotras. Entre ambos grupos había una mesita de baja altura donde normalmente estaba repleto de condones, pero vaya, esa noche no había nada.
Era extraña la sensación de actuar como un ser humano en ese lugar, cuando acostumbraba a estar desnuda y llorando a cuatro patas, pero más extraña era la sensación de estar siendo observada por una señora que no me miraba con mucha alegría que digamos. La observé de reojo para contemplar mejor los detalles de su rostro; pese a que la edad le hacía mella, se mantenía bastante bien y tenía un innegable atractivo. No es que me gusten las mujeres, pero cuando alguien es guapa es imposible negarlo, y esa señora tenía su qué.
Ella carraspeó para que yo dejara de admirarla, y me preguntó:
—Tú te llamas Rocío, ¿no es así?
—Sí, soy Rocío, señora…
—Tú llámame “señora Marta”.
—Claro, ¡claro!, señora Marta, es un placer —dije preocupada.
—Pero qué pocos modales tienes, no cruces los brazos frente a nosotros.
—Disculpe, señora Marta, no volverá a pasar –respondí poniendo mis manos sobre mi regazo y con la cara colorada.
—Trae la botella de vino de la cocina y unas copas más, Rocío, para servirnos –dijo dibujando una sonrisa pequeña en sus labios. Tenía un tono autoritario que me estremeció de miedo.
Me extrañaba y molestaba que, pese a que apenas nos estábamos conociendo, ya me quería tratar de doméstica. Pero como no quería armar una escena con mi amiga y con su marido presentes, ni tampoco quería llevar la contraria a una mujer cuyo marido me había estado follando, decidí callarme las cosas.
Me levanté rápido y fui a por la botella y las copas. Mientras buscaba entre las estanterías de la cocina, escuché a don López; ya empezaba a tantear el terreno, ¡y con su esposa al lado! Vaya matrimonio más raro.
—Dime, Andrea, ¿tienes novio?
—Sí, señor López. Llevamos dos años juntos.
—¿Es de tu edad?
—Sí, éramos compañeros ya desde secundaria, señor.
—Si yo fuera un jovencito atractivo te trataría de conquistar, Andrea.
—Ay, señor, no diga eso, lo dice como si usted fuera feo.
—¿No te parezco feo, Andrea?
—Bueno, no quiero tener problemas con su esposa aquí presente, don López, ¡jaja!
—A mí no me importa, niña –le dijo su señora—. Adelante, dilo…
—Bueno, la verdad es que usted es muy guapo, señor. Me gustan sus ojos, y su voz es muy sensual, don López.
—¡¡¡Pero por favor, jajaja!!! –me descojoné de la risa, volviendo a la sala; casi eché la botella y las copas debido al tambaleo que me ocasionó tamaño chiste. Lo incómodo es que fui la única que carcajeó, y el matrimonio me miró con ojos asesinos. Ni mil chalecos antibalas parecían ser suficientes.
Me tranquilicé un poco y empecé a servir las bebidas.
—¿Ves qué malvada es Rocío, Andrea? Todas las noches lo mismo, me desprecia, me insulta… ¡qué martirio!
—Pero qué mala eres, Rocío –me reprimió mi amiga—. Yo creo que don López es un hombre muy guapo.
Y las bebidas comenzaron a correr. Las preguntas también avanzaron de temperatura. Ya no eran sobre la secundaria, estudios o inicios de nuestra universidad. Empezaban a ser sobre sus gustos con los chicos, sus experiencias como primeros besos y enamoramientos, así como nuestra percepción del sexo sin tabúes. Le pasaban el vino y exploraban más el terreno, conforme ella se volvía más abierta. Tras casi cuarenta minutos de interrogación, don López y su señora ya no disimulaban, se acariciaban los muslos del otro mientras le hablaban a mi amiga, que por la pinta estaba algo borracha; se notaba que no sabía tomar.
Yo fui en todo momento un ser invisible, un instrumento cuyo único objetivo era cargar las copas cuando se vaciaban, para luego sentarme al lado de Andrea y ver cómo poco a poco ella cedía a las consultas más obscenas: su primera vez, sus masturbaciones y cómo de bien lo hacía su novio comparado con otras ex parejas. Lejos de sentirse incómoda, se liberaba poco a poco una personalidad lívida que yo desconocía: o el vino que estábamos bebiendo tenía algo, o mi amiga era una guarrilla disfrazada de universitaria recatada. O puede que fuera una mezcla de ambas cosas.
—La verdad es que usted me agrada, don López, ya veo por qué Rocío viene aquí todas las noches.
—Bueno, Andrea, la verdad es que mis colegas y yo no le aguantamos tanto a Rocío, mira, te mostraré a qué me refiero… ¡Oye Rocío, cuéntanos cómo fue tu primera vez!
—¡Muérase, perro!
—¿Ves, Andrea, por qué nos harías bien en nuestro grupo? Rocío es una protestona e insumisa, a veces mis colegas vienen cansados del trabajo y queremos pasarla bien, pero hay que estar media hora convenciéndola para que nos haga fiesta. Acepta entrar en nuestro círculo y no te denunciaremos.
—Ya veo… hip… Entiendo, haré lo que me pidan siempre y cuando me respeten, y obviamente no me denuncien.
—¿Quéeee, estás diciéndolo en serio, Andy? –pregunté con los ojos abiertos como platos—. ¡Hace cuarenta minutos negaste enérgicamente!
—Así me gusta, niña preciosa—don López seguía picando hielo—. A partir de ahora te llamaré “Princesa”, porque me encanta tu forma tan amena de ser.
—¡Me encanta que me digan “princesa”!
La esposa de don López se levantó; vaya que era muy alta, casi tan grande como su marido. Tragué saliva, de solo pensarla sobre mí me hizo dar un ligero tembleque, mejor no llevarle la contraria. Se sentó al lado de Andrea y le invitó a beber de su copa de vino. Cuando mi amiga terminó un sorbo, la madura le quitó sus gafas con ternura, y luego le preguntó:
—¿Qué tan buena eres besando, Andrea?
—No soy muy buena, señora… hip…
—Dime, ¿yo te parezco bonita, Andrea?
—Hip… Sí, mucho, señora…
—Siempre me gustó la idea de estar con otra mujer. Sinceramente, no me gustaría estar con una chica que folla con mis perros –dijo mirándome con saña. Mi cara se volvió un tomate, quería llorar de vergüenza—. Pero Andrea, no tengo reparos en estar con una chica tan educada, simpática y guapa como tú…
—Señora López, nunca… hip… nunca besé a una mujer… ¡jajaja!
—No es que haya mucha diferencia, princesa. Mira, hoy espero cumplir un par de fantasías. La primera es el beso, y la otra es que mi marido se deje follar por culo por una chica con arnés.
—Querida, ¿en serio es necesario eso último? –se quejó don López.
—Me has sido infiel con una cría de 19 años, ¡o te dejarás follar por el culo o pido el divorcio para llevarme TODO!
Pues ya me quedó clara la situación. Su esposa lo había pillado de alguna manera (¿habré dejado una tanga o sostén por la casa?, o puede que haya descubierto su disco duro repleto de vídeos en donde me sometían). Lo que no entendía era por qué, en vez de pedir divorcio directamente, le puso condiciones tan extremas. Más adelante en la noche lo sabría.
—Querida, preferiría no discutir de eso con tan encantadoras damas aquí presentes.
—De acuerdo, querido.
La mujer puso la copa en la mesa, y tras relamerse los labios, lentamente se acercó a Andrea para tomarla del mentón. Le dio un piquito, luego otro y uno último sin que ella reaccionara más que con un respingo de sorpresa. La mujer se rio de ella, alejándose para susurrarle algo al oído, y luego volvió al ataque para pasar su lengua entre sus labios, de abajo para arriba, enterrándola luego en su boca para iniciar un beso de lo más guarro. Yo estaba boquiabierta, no podía ser que mi amiga fuera tan ligera y fácil, era increíble cómo se dejaba hacer y, sobre todo, ver a ambas ladeando la cabeza para succionarse mejor.
Don López chasqueó los dedos, cuando le miré con curiosidad, él separó sus piernas, como invitándome a arrodillarme entre ellas. Era obvio lo que quería, yo ya lo conocía; quería descargar toda su espesa leche en mi boca.
—No quiero, gracias –dijo cogiendo la copa de vino más cercana para vaciar su contenido.
—Rocío, no empieces. Venga, a cabecear.
—¿Cabecear? ¡Ja! En serio estoy cansada, señor –protesté en medio de los sonidos de succión que poblaban poco a poco toda la sala.
—¿Quieres que llame a don Ramiro para que venga y te folle en el sótano? Espera, voy a discar su número ahora mismo…
Casi como un acto reflejó me arrodillé y avancé a cuatro patas hasta colocarme entre sus piernas. Le quité el cinturón y tras sortear la tela de su ropa interior saqué su miembro, a media erección. Escupí un cuajo enorme y procedí a chupársela con fuerza para que su carne creciera dentro de mi boca. Sí, don Ramiro es un guarro y un asqueroso, la última vez que estuvimos en ese sótano me escupió tantas veces la boca que sentí que ni mil enjuagues bucales me limpiarían.
Pero, pese a que me mostraba renegada a hacer guarrerías, me ponía sobremanera oír los gemidos y los ruidos del beso de mi amiga y la señora, que se conjugaban con los ruidos de mi chupada a ese coloso miembro. Quería tocarme la concha pero la tranca del señor es muy grande y debía cascársela con ambas manos para que se corriera.
Sentí el semen espeso y caliente saliendo de la puntita de su cipote, y con fuerza empecé a serpentear mi lengua hacia su uretra para que se largara de una vez. Como era de esperar, me tomó del cabello y me la ensartó hasta la garganta, pero estaba ya tan acostumbrada que ni siquiera puse resistencia. Simplemente me limité a arrugar mi cara, a sentir cómo su polla latía con fuerza y expulsaba todo, pero admito que me molestó cuando sentí su corrida escurriéndose violentamente en mi garganta e incluso saliendo por mi nariz, manchando mi jersey. Con un bufido de animal que suele hacer, me soltó para que yo pudiera volver a respirar.
—Rocío –dijo la señora al dejar de besar a mi amiga—. No te limpies la carita. Ven aquí, vamos –dio un par de golpecitos al muslo de Andrea, separándole las piernas.
Tragué saliva. Nunca hice cochinadas con mujeres, pero avancé a cuatro patas con el semen del señor pegado en toda mi cara, goteando y escurriéndose desde mi mentón. Cuando me coloqué entre las piernas de mi amiga, pensé que me iba a ordenar que le quitara el vaquero para que le comiera la concha, pero muy para mi sorpresa, la señora tenía otro plan:
—Andrea, limpia la cara de Rocío con tu lengua.
Casi poté, hice un amague ante la idea de ver a mi amiga pasándome lengua. Andrea me miró con esos ojos entreabiertos, mezcla de borrachera y excitación. Yo puse mis manos en mi regazo y me quedé coloradísima pues suficiente vergüenza era mirarla con mi cara repleta de lefa. Supe que no teníamos escapatoria, nunca la hay cuando estoy en esa lujosa casa.
—Menuda guarra eres, Rocío. Hip… supongo… supongo que puedo hacerlo, señora Marta… Si es para que no me denuncien…
Se inclinó hacia mí y olió un poco. Arrugó su rostro pues el tufo del semen de don López es terrible, pero yo ya estaba acostumbrada. Se volvió e hizo un gesto de que el semen olía asqueroso, pero la señora le acarició el muslo y le dijo con cariño que le haría muy feliz si me limpiaba con su lengua.
Se apretó la nariz y se inclinó otra vez; se me erizó la piel y crispé los puños cuando abrió la boca y sacó la lengua frente a mi cara; el contacto de su tibia carne recorriéndome el mentón hasta la nariz, pasando por mis labios, me hizo tener un orgasmo brutal que no sabía era posible, tenía ganas de hacerme dedos, abrir mi boca y chupar su lengua o algo similar para calmarme.
Andrea, saboreando el semen recogido, dibujó una cara de asqueada. Quería escupirlo, de hecho ojeó en la mesa buscando algo, tal vez una copa vacía, pero la señora le tomó del mentón:
—Princesa, escupe en la boca de Rocío.
—¿Qué dice, señora Marta? –protesté sorprendida, asustada y asqueada. La muy cabrona me dio una bofetada con su otra mano que dolió más a mi orgullo que a mi mejilla, y luego me tomó del mentón mientras yo me quejaba por su trato severo.
—¡Auchhhh!
—¡No vuelvas a cuestionarme, Rocío!
—Ufff… valeeee… perdóooon…
Apretó mi mentón con fuerza; entendí que tenía que abrir la boca. Andrea, totalmente ida y sonriente, como si fuera ajena a la situación, se inclinó de nuevo hacia mí y apretujó sus labios hacia afuera, apuntando mi boca abierta. Vi cómo el semen brotaba de sus labios, lentamente y burbujeando. Tardó unos interminables segundos en depositar esa lefa mezclada con su saliva. Hice un gesto de arcadas conforme sentía la leche recorriendo mi lengua y entre mis dientes, pero no quería ni imaginarme lo que la señora me haría si vomitaba sobre su alfombrado, así que con mucho valor aguanté.
—Eso es, Rocío, no te lo tragues y espera a que tu amiga vuelva a recoger todo para escupírtelo de nuevo.
De vez en cuando Andrea pasaba su lengua por mis labios pese a que ya no había nada de semen allí, y luego iba hacia mis mejillas y también hacia mi nariz para recoger todo el semen desparramado. En ningún momento me sentí “limpia”, pues si bien la lefa iba retirándose, era la saliva de mi amiga la que empezaba a tomar lugar en mi rostro.
Tras otro par de cuajos cayendo en mi temblorosa boca, ya la tenía a rebosar y las ganas de vomitar eran tremendas. La señora por fin dejó de apretujarme el mentón, y tras darle otro sorbo a su copa de vino, me ordenó que tragara todo.
Andrea por su parte me miraba con cara de vicio, como admirando hasta qué punto estaba yo de emputecida. Cabrona, ella era la princesa, yo un mero instrumento.
Tragué un cuajo, luego otro grande, y por último, empuñando mis manos con fuerza y lagrimeando, conseguí tragar el último resquicio que habitaba en mi boca, no sin varios hilos de saliva y semen escapándoseme de la comisura de mis labios y ensuciando mi jersey. Necesitaba irme al baño para limpiarme los dientes, ¡y con urgencia!
Antes de que rogara que me dejaran ir a asearme, Andrea se volvió a inclinar para plegar su lengua por mis labios, ladeando la cabeza y poniendo fuerza para entrar en mi boca. Quería besarme, no sé si por lo caliente que le ponía mi situación o porque la señora le dio una orden que no llegué a oír. Yo estaba tan caliente que dejé que su tibia carne ingresara y palpara la mía. Me dio un pequeño orgasmo, de hecho, y justo cuando pretendía que sintiera la bolilla injertada en mi lengua, ella retiró su boca con un sonoro y seco ruido, dejando hilos de semen y saliva entre nuestras bocas.
—Rocío, eres increíble… hip…
Pero yo estaba embobada por el besazo que me dio, recogí los restos de lefa y saliva con mi dedo y me los tragué, esperando una felicitación también de parte de la señora Marta, esperando que con ello pudiera bajar de revoluciones conmigo pues nunca soltaba su mirada asesina.
Don López cortó el momento y ordenó con su voz de macho alfa:
—Rocío, vete quitando tus ropas.
—No tengo ganas esta noche, señor… —rogué, todavía de rodillas entre las piernas de mi amiga, reposando mi cabeza en su muslo para recuperarme un poco de la maraña de sensaciones que me invadían por haberme besado con otra mujer.
Su esposa se levantó del sofá para acercarse a mí, y tocándome el hombro, solo tocándomelo, me invadió una sensación sobrecogedora. Di un respingo y me mordí los labios. Miedo, pavor; me temblaron las manos e inmediatamente me levanté. Ni qué decir tiene cuando la mujer me habló con voz autoritaria:
—A esta niñata hay que enseñarle a cintarazos las cosas, me encantaría ser yo quien le corrigiera esa actitud.
Miré a Andrea, ella estaba bastante borracha y cachonda y no parecía darse cuenta de lo degenerados que eran esas personas conmigo. Temblando de miedo procedí a desabrochar el cinturón de mi falda. Tomando los pliegues de dicha faldita para bajármela, la señora se acercó para ayudarme a quitarme mi jersey y sujetador. Poco después, mis tetas se revelaban en todo su esplendor, anillo injertado en mi pezón izquierdo incluido.
—Bueno, princesa –dijo la señora-, ¿y tú por qué no te quitas las ropas?
Andy se levantó, y algo mareada pero muy sonriente, empezó a retirarse sus prendas. La señora le ayudó a quitarse el jean y posteriormente su ropa interior. Me quedé impactada por el escultural cuerpo que se revelaba ante mis ojos. Con ella y yo desnudas, frente a frente, Andrea me miró a los ojos, luego al piercing y por último contempló mi tatuaje obsceno que decía “Putita viciosa” en mi vientre.
—¡Qué loca… hip… qué loca estás, Rocío!
—Ni se te ocurra decirle de esto a alguien, Andy…
Yo, al tener las tetas grandes y el cuerpo en forma de guitarra, lucía muy apetecibles curvas. Nos compararon a ojo, y me dolió mucho que la madura me tratara de “vaquita” mientras que a mi amiga la llamaba la “princesa”. ¡No era tanta la diferencia entre ambas!
Don López se levantó y me atrajo con un brazo contra su fornido cuerpo, y con su otra mano metió su meñique en mi boca e hizo como si me la follara. Yo cerré los ojos para chupársela, me encantaba sobre todo dar lamidas a ese anillo matrimonial que tenía, y en esa ocasión hasta me atreví a mirar de reojo a su señora.
—Dile a tu amiga, Rocío. Lo que te pedí en whatsapp que le digas.
—Diosss…. Mmm… No quiero decirlo, don López…
—No te hagas de rogar otra vez, ¿o en serio quieres que llame a don Ramiro?
—Mmmff… ¡Nooo, a ese cabrón noooo! –dije tras mordisquear el dedo de mi amante—. Valeeee… Andy, soy la putita de ocho viejos degenerados, y aparentemente de una señora también… Por favor, no me dejes sola a merced de ellos… No podré a este ritmo yo sola…
—Rocío… hip… qué excitante… —respondió mientras yo volvía a chupar ese grueso y rugoso dedo.
La señora López se acercó para meterle mano entre las piernas y Andrea solo reaccionó con un torpe respingo de sorpresa, para luego dejarse hacer con una cara de vicio que me resultaba irreconocible. Mientras comenzaban otro fuerte morreo, don López sacó su dedo de mi boca y, señalándome el suelo, me ordenó:
—Rocío, al suelo, y lámele el tacón a mi señora.
—Me estás jodiendo…
—Ya me estás sacando de mis cabales, niña. Haz lo que te digo.
—Pero, ¿¡lamer un tacón!? ¡Es ridículo!
Me dio un zurrón en la cabeza que me cabreó. Con un gruñido de rabia me arrodillé frente a los putos tacones rojos de su mujer. En ese momento no le veía el más mínimo sentido, pero más adelante sabría que solo querían que me acostumbrara a estar en el extremo más bajo de la cadena. Era una forma más de degradarme, de hacerme saber mi lugar.
Miré arriba y noté como la señora y mi amiga empezaban a luchar con sus lenguas. Y yo, algo molesta y celosa, llevé un mechón de mi cabello tras mi oreja, tragué mi orgullo y empecé a lamer su tacón izquierdo, escuchando con envidia las succiones, deseando en el fondo, muy en el fondo, ser parte de esa orgía desenfrenada de bocas.
Don López se unió a la lésbica pareja e hicieron un obsceno beso de a tres partes. Estaban calentando a Andrea a base de bien, con roces y besos duraderos, mostrándoles toda su experiencia. Y yo, muy caliente, pasaba y repasaba mi lengua por la aguja del tacón de doña Marta con la esperanza de que me invitaran.
Tras pasarle lengua a ambos tacones por minutos, incluso a los zapatos de su marido y los pies desnudos de Andrea, contemplé con asombro que chupaban las pequeñas tetas de mi amiga, y que lejos de sentirse ultrajada, gemía al son de la pareja pervertida. Los contemplaba con asombro, pezones rosaditos y muy parados, ensalivados y mordisqueados, era todo un espectáculo, pero la mujer madura me dio una pequeña patada para que siguiera lamiendo su tacón.
—¡Pero si la dejé impoluta, señora Marta!
—¡No te ordené que dejaras de hacerlo, vaquita!
¿”Vaquita”? ¡Cabrona, era un cabrona! Con furia, continué pasando mi lengua.
La señora de don López, descansado su boca pero no sus manos que se escondían entre los muslos tersos de Andrea, me vio el tatuaje temporal del coxis y notó que ya estaba desgastándose, por lo que me ordenó renovarlos cuanto antes. Me dijo, no sé si en broma o en serio, que los hiciera permanentes, y para humillación mía, me sugirió que cambiara “Putita viciosa” por “Vaquita viciosa”, y “Perra en celo” por “Vaca en celo”. Se rieron a carcajadas, Andrea incluida, pero yo estaba a rabiar, pasando lengua fuertemente.
—Querida, es hora del sorteo.
—Ay, cariño, ¿qué estás tramando?
—Pues cara o cruz. Si sale cara me follo a la princesa y tú te follas a la vaquita.
—¡No me llame vaca, grosero! –protesté con la lengua cansadísima e hinchada.
Una repentina moneda cayó frente a mí, y tras tamborilear un rato en el suelo, un escalofrío me invadió el vientre: salió “cara”, y de alguna manera, esa señora sádica me iba a “follar”... ¡Ni siquiera tenía polla!
—¡Me tocó la follaperros! A ver, vaquita, en mi habitación, arriba, he preparado todo lo que necesitamos en una bandeja de plata. Ve a traerla.
—Pero no soy una vac… ¡Mmfff!, entendido, señora Marta.
El cansancio de mi lengua y boca eran terribles. Subí a la habitación matrimonial y encontré la bandeja sobre la cama: tenía un par de condones, una fusta para azotar y un consolador de goma unido a una especie de cinturón, que más tarde sabría que se le llama “arnés”. Tragué saliva, la polla falsa tenía hasta gruesas venas.
Al llegar de nuevo a la sala, puse la bandeja en el centro de la mesita. Andrea ya estaba sentada sobre don López, también desnudo, iniciando la faena ante mis atónitos ojos. La muy pilla se dejaba chupar las tetas y manosear groseramente, se restregaba contra su peludo pecho, vaya envidia me recorrió el cuerpo, y pensar que le asqueaba hacerlo.
La señora, por su parte, estaba esperándome, mirándome cabreada con las manos en su cintura. Ya dije que era alta e imponente, la verdad es que por poco no me oriné del miedo cuando noté su mirada malvada. ¡Chalecos, chalecos!
—Quítame el vestido, vaquita, y con cuidado, vale más que tú.
Me coloqué detrás de ella, tomé el medallón del cierre y, con sumo cuidado y respeto, comencé a bajar. Cuando terminé, se me reveló la piel de su espalda y una sensación deliciosa pobló mi vientre. Con voz de niña buena solicité permiso:
—Señora Marta, ya está, voy a ayudarla a quitarle el vestido.
—Hazlo lentamente, vaquita.
Me arrodillé para continuar; menudo culo más enorme se le enmarcaba frente a mi rostro. Bajé una porción de la tela; asomó la raja de su culo, la muy cabrona no llevaba ropa interior. Volví a bajar otra porción que desnudó la mitad de sus imponentes nalgas, que no es secreto que a su edad no es que fueran precisamente las de una modelo. Bajé otra porción y admiré con miedo tremendos cachetes expuestos; por el amor de todos los santos, ¿era posible que me parecieran apetecibles? Y de un último tirón, el vestido bajó de sus poderosos muslos hasta sus tobillos: levantando una pierna y luego la otra, le libré de la prenda.
Se giró y me dejó admirar sus enormes y caídas tetas así como su pelado chumino, como el mío; Andrea era la única allí que no la tenía depilada. Vaya monumento de mujer, de porte elegante y erótico. Tragué saliva y bajé la mirada:
—Señora, es usted muy hermosa.
—Gracias vaquita. Ponme el arnés – Al seguir su miraa entendí que “arnés” era la polla con cinturón.
Me ayudó a ceñirla fuerte en su cintura. Una vez cerré la hebilla y comprobar que estaba bien ajustada, me tomó violentamente del cabello y me forzó a lubricar la polla de goma por un largo rato. Mi boca y lengua estaban cansadísimas por haber lamido los pies de todos, pero lo último que quería hacer era quejarme frente a esa mujer. Una vez terminé de lubricar, ella me soltó la cabellera y se sentó en el sofá.
—Súbete, sujétate de mí, vaquita, pero ni se te ocurra arañarme.
—Sí, señora Marta…
Me coloqué sobre ella y posé la punta del enorme consolador entre mis labios vaginales. Yo estaba excitadísima y era muy evidente aquello vista la humedad. Lentamente posé mis manos sobre sus hombros y la miré a sus malvados ojos.
—Por favor, sea gentil, señora.
—¡Ja! Te voy a dar duro, vaquita.
—¿Qué? … No, ¡no, por favor!
Plegó la polla falsa contra mi rajita y luego me sujetó de la cintura con ambas manos. Dibujó una sonrisa de lo más oscura conforme parecía tomar impulso.
—¡No, en serio, perdón! ¡Perdón, perdón por haber estado con su marido! ¡Con sus perros también! ¡No volveré a hacerlo nunca!
No me hizo ningún caso. Dio un envión violento, chillé tan fuerte que los perros en el jardín ladraron, arqueé tanto la espalda que creí que iba a partir la vértebra, mordí tan fuerte mis labios que creí que iba a hacerlos sangrar. Entró demasiado.
—¡Mbuuuuffff, nooooo!
—¡Jajaja! ¡Muge, vaquita, muge!
—UUUGGGHHH, madre míaaaa… ¡no puede ser tan cabronaaaa!
—¡Dejaré de darte duro hasta que mujas!
—¿Está bromeándome, señora? ¿Mugir? ¡AAAHHH DUEEELEEEE!
Sus envites eran bestiales. Quería salirme de allí pero la muy puta me tenía bien atajada. No podía aguantar ese ritmo, tiré mi orgullo a un costado y con lágrimas en los ojos me rendí para dejar atrás el dolor:
—¡Muuuu! ¡Malditaaaa, muuuu!
—¡Jajajaja! ¡Más fuerte!
—Mmmffff….. espere… UFFFF, señoraaaa…
—¡Eso no pareció un mugido, marrana!
—¡MUUUU! ¿Asíiii? ¡¡¡MUUU!!!
—¡Jajajaja, eso es, puta!
—BASTAAAA, me va a mataaaarrrrr…
—¡Vaaa, muy bien hecho, vaquita!
Cuando mi poca dignidad quedó destrozada por ese pollón y mis mugidos, doña Marta empezó un delicioso vaivén a ritmo lento; si antes me costaba hablar por el dolor, ahora me era imposible armar palabras ante el placer que me causaba. Me repuse y reposé mi cabeza en su hombro:
—Mfff… señora… diossss… míoooo… ufffff…
—¿Te gusta, vaquita? ¿O prefieres follar con mis perros, eh?
—Es…. Me gustaaaaa… uffff… usted… usted se mueve muy bien….
No podía evitar balbucear y que la saliva se escurriera de mi boca para caer en su hombro. Era tanto el placer que me daba la madura que, en medio de la calentura y la follada épica, ladeé mi cabeza para besarla, pero muy para mi asombro la mujer dio un envión fuertísimo que me hizo arquear la espalda de nuevo.
—¡¡¡OOHHH, NOOOO!!!!
—Ni te atrevas a besarme, ¡follaperros! Te voy a dar lo tuyo para que aprendas, vaquita.
—¡¡¡NO!!! No, por favor… ¡no lo metas todo!…. ¡No, espera, señora, no, no! No lo metas todooooo, señooooorrraa…. ¡¡¡Diossss!!!
—¿Crees que eres mejor que yo, niñata, por acostarte con mi marido?
—Ughhh… Perdóoon… no es mi cuuulpaaa… ¡me chantajearon, es verdaaaad!
La señora no paraba con sus arremetidas, y yo, sentada sobre ella y mordiéndome los labios, con lágrimas y saliva conjugándose en mi rostro, trataba de no correrme. Sí, follaba duro, pero me estaba dando placer.
—¿Quieres que te más duro, vaquita?
—Mfff… Noooo…. ¡Un poco más lento, señora Marta!… ¡Por favoooor! ¡Aagghmmm!
No era justo, ¿por qué se sentía tan bien todo aquello? Era una folladora nata, y una hija de puta nata también. Me daba nalgadas de vez en cuando, mis tetas se descontrolaban demencialmente, ella a veces aprovechaba para darles fuertes chupetones, y yo me pasaba gastándome toda una sinfonía de chillidos varios debido a “su” gruesa tranca. A nadie debería gustarle esas perversiones, pero de alguna manera a mí sí me encantaba, me mojaba y me ponía como una moto saberme follada por una mujer.
Me corrí dos veces antes de que por fin a ella se le ocurriera dejar de reventarme por el coño. Se limitó a relajarse, y siempre tomándome de la cintura, me ordenó que yo siguiera cabalgando su polla.
—Querido –dijo la mujer, ladeando su cara para ver cómo él montaba a mi amiga—. ¿Cuándo comienzas la fusión de tu empresa?
—Bueno, querida –miré de reojo y vi que, como yo, Andrea se limitaba a montar al señor, mientras que él, sentado y tranquilo, la tomaba de la cinturita para hablar a su esposa—. La semana que viene es la reunión.
—¿Y el papá de Rocío será quien vaya, no es así?
Era verdad, iban a mandar a mi papá a Brasil, no sé por cuánto tiempo, pero iban a aprovechar aquello para mandarme al rancho de don Ramiro. Empecé a reducir la velocidad de la cabalgata para prestar más atención a la conversación.
—Sí, su papá irá. Don Ramiro ya se reservó a Rocío, así que la llevará al interior por el tiempo que sea necesario.
—Interesante. ¿Oíste, Rocío? Yo que tú simplemente llevaría rodilleras y enjuague bucal, ¡jajaja!
—Ufff, señora… señora Martaaa… —trataba de hablar claro pero era de lo más delicioso montar esa polla de goma—. No quiero irme allíiii….
—¿Don Ramiro es un guarro de cuidado, no? Lo he visto en los videos.
—Lo odioooo… ¡Ahhhggmm! Me voy a correrrrr… diosss…
Me rendí, era demasiado placentero, y con un gruñido atronador revelé que me corrí como una cerdita. No me quedó otra que reposar mi cabeza entre sus enormes pechos, y para mi asombro, la mujer, lejos de darme una fuerte bofetada o reprimirme verbalmente, me acicaló el cabello con ternura. Como si fuera una madre consolando o felicitando a su hija por ser tan buena puta. Tomó de mi mentón y me besó con fuerza, y yo accedí a unir mi lengua con la suya por el tiempo que fuera necesario.
—Vaquita, la verdad es que eres muy hermosa, ya veo por qué mi marido está tan obsesionado por ti. Tienes razón, no tienes la culpa de que él sea un pervertido. Cuando éramos jóvenes, solíamos practicar muchas cosas perversas, incluso fuimos a clubes de intercambios. Claro que cuando llegó mi hija a nuestra vida, decidimos asentar la cabeza… ¡Pero qué sorpresa cuando veo que mi marido volvió a las andadas con una niña!
—Señooora Martaaa… me encanta cómo me follaaaa usteeed… mmgg… me quiero quedar así para siempre joderrrr… uffff…
—Ay, vaquita, te me estás enterneciendo. Dime, ¿qué tanto sabes de sexo anal?
—Señora Marta, mffff –respondí besando sus hermosos labios—. Solo me follan con dedos… uff… pero por favor, esta noche no, me duele la cola de manera horrible…
Me sonrió y luego levantó la mirada hacia su marido. Él estaba escuchando muy atentamente nuestro diálogo, casi sin hacerle caso a mi amiga que saltaba y saltaba sobre su polla muy enérgicamente. Para mi sorpresa, esa noche no sería yo la ultrajada en el ano.
—Querido, va siendo hora. De cuatro, en el centro de la sala –pateó la mesita para hacer espacio—.¡Ya!
—Mujer… pero en serio… tienes que estar bromeando…
—¡O te dejas dar por culo o pido el divorcio, y me llevo TODO, cabrón! ¡Me has sido infiel mientras yo me sacrificaba por tener unida a la familia!
—Mierda… Está… está bien, mi amor. Pero prométeme que no les dirás a ninguno de mis colegas.
—¡AHORA!
Me dio miedo hasta a mí, pero la señora me seguía follando muy lentamente, muy rico, y yo me limitaba a besar la comisura de sus labios. Pese a que fue una bruta y mal nacida conmigo, se estaba vengando de su marido, de ese cabronazo que tantos malos ratos nos hizo pasar a las dos. Éramos las víctimas. Y, para ser sincera, la mujer se estaba convirtiendo en mi ídolo, ¡su marido, con miedo en los ojos, accedió a ponerse de cuatro patas!
—Vaquita, sal de encima.
—Sí, señora Marta… Ufff, ¿se lo va a follar usted?
—Para nada. Te lo vas a follar tú, vaquita. Quítame el arnés, ya está lo bastante engrasado con tus jugos, ¿ves cómo brilla?
—Pero, ¡yo no sé follar con una polla de juguete!
—Pues vas a aprender hoy,
—¡Está usted looocaaaa! ¿Que me ponga un arnés y le dé por culo a su marido? ¿Es usted peor que don Ramiro!
Me dio una bofetada fuertísima que me hizo ver las estrellas. Entendí rápidamente la situación cuando vi esos ojos asesinos, vaya cabrona de mujer estaba hecha.
—¡Ni una palabra más, vaquita! Venga, quítame el arnés y póntelo tú.
Le desabroché con mis manos visiblemente temblorosas. Cuando me giré para ver a Andrea, noté que ella, sin venir a cuento, se colocó también de cuatro patas frente al rostro preocupado de don López. Como una pobre manera de sentirse un hombre a sabiendas de que iba a ser sometido por una jovencita, don López se acercó a ella y la montó para follarla con fuerza. Parecían dos perros, vaya.
—Señora, perdón por levantarle la voz –dije mientras me ceñía el cinturón del arnés—. Pero mi amiga nunca se había comportado así, tan guarra… ¿el vino tenía algo, no?
—Sí, ¿no te diste cuenta cuando le invité de mi copa? Un trago y voila. De otra forma dudo que se hubiera puesto así de puta… espera un poco… falta ceñir mejor la hebilla… ¡Ya está, tienes una polla muy grande, vaquita!
—Señora Marta, no me llame vaquita que me acomplejo fácil.
—Ponte de rodillas, detrás de mi esposo.
Me dio una fuerte nalgada. Me sentía rarísima, ¡una verga ceñida a mí! ¡Y le iba a dar por culo al infeliz que me ha estado ensanchando el ano los últimos meses! Las tardes de dolor, las muecas de sufrimiento, las lágrimas, la vergüenza, todo tendría revancha. Me sentía… ¡poderosa!
Me arrodillé frente a la pareja que follaba con descontrol. Frente a mí, el asqueroso culo de don López. No creo que mis adorados lectores y lectoras de TodoRelatos quieran que lo describa, en serio, pero por si sois algo curiosos, solo diré que había mucho pelo, y no como en su espalda, que también lo tenía pero no en esa cantidad. Debajo de él se percibía el culo precioso de mi amiga, y cuyo coño era vilmente sometido por la polla de mi amante con sonidos ruidosos de carne contra jugos. Un “splash, splash” que se me antojaba muy caliente.
—Vaquita, ¿sabes hablar duro?
—Creo que sí, señora Marta.
—Pues adelante, no te contengas. ¡Humíllalo!
Sí que lo iba a hacer. La de guarrerías que iba a soltarle era incontable, desfilaban violentamente en mi cabeza. Sonreí ligeramente y arañé su cintura:
—Señor López, voy a hacerle llorar como una putita.
—¿Qué dices, Rocío? –preguntó el señor, dejando de darle embestidas a mi amiga.
—¡Te va a gustar, cabrón!
—¡Querida, sácala de ahí, esto no puede ser verdad!
—¡Silencio, imbécil! –gritó la señora. Se arrodilló y tomó “mi” polla para posarla en el agujero del culo de su marido. Yo no quería verlo, la verdad, así que me limité a sonreírle a doña Marta. Ella también lo sabía, yo fui una víctima de sus perversiones y ahora tendría mi oportunidad. Fue verla y no poder evitar darle otro beso húmedo y guarrísimo.
—Rocío –suspiró don López—, recuerda que soy el jefe de una empresa, no puedo aparecer mañana en mi oficina caminando como pingüino.
—¡Y yo soy una estudiante, cabrón, y eso no te impide abrirme el culo todos los días! ¡Mi papá y mi hermano siempre me preguntan por qué me quejo cada vez que me siento a desayunar o cenar con ellos! ¡En el bus me paso sufriendo por la vibración! ¡Mis compañeros me miran raro cada vez que gruño del dolor al sentarme en mi pupitre!
—No le hagas caso, vaquita –dijo la señora—. Empuja, y dale por culo a base de bien.
—Prepárese, señor, le voy a destrozar el culo como los de Nacional lo hacemos cuando jugamos contra Peñarol, ¡jajaja! –apreté fuerte de su cintura y empecé a injertar poco a poco, con la ayuda de su señora, que puso la palma de su mano en mi nalga para indicarme que presionara.
—¡Rocío, está bien, lo entiendo, por favor deja eso! ¡Te prometo que…AAAHHHGGGG JODER, PUTITA DE MIERDAAAA!
—¡Hábleme con más respeto, viejo verde! –ordené dándole una nalgada fuertísima.
Sin darme cuenta, di un envión tan violento que el señor mandó su cintura para adelante, enterrando su polla en el coño de mi amiga con vehemencia. El dar esa embestida hizo que tanto él como Andrea gritaran, uno de dolor, la otra de placer. Sí, me follaba al viejo y a la vez hacía gozar a mi amiga.
—NOOO METTAAAAS MÁAAAAS HIJAPUTAAAAA…
—¡Eso es lo que yo solía gritarles, don López! ¿Y se acuerda cuál era su respuesta usual?
—MIERDAAAA… ESTO NO ESTÁ PASANDO, ESTO NO ESTÁ PASAND… UFFF…
—¡”A callar, putita, que te va a gustar”!
—PERO PERDÓO… OHHHH, PUTAAAAA… NO PUEDES… NO DEBES…. OOHHHH NOOOO…
—¡Di que eres mi puta, don López! ¡Dilo!
—PEROOO QUÉ COJONES TIENES EN TU CABEZA, NIÑATAAAAA…
—¡Y di que Peñarol es la putita de Nacional, jajaja!
—NI SIQUIERA SOY DE PEÑAROL, PUTAAAA… SOY DEL DEFENSOOOOR SPORTINGGGG…
—¡Me da igual, ellos son nuestras putitas también! ¿A que sí, don López, a que sí?
—VAAAA… LO ADMITO, CABRONAAAA… SOY TU PUTA, Y MI CLUB TAMBIÉEENNN… OHHH…
—¡Premio, don López! Así me gusta…
Empecé a follarlo con menos ímpetu, pero seguía introduciendo un poquito más de polla cada tanto, arrancándole alaridos al señor. El cabrón probablemente se iba a vengar de mí, tarde o temprano, con tundas de bofetadas y pollones, pero para qué mentir, fuera lo que fuera el castigo al que me iba a someter, el oír sus lamentos hacía valer la pena los castigos.
—Querido, ¿qué se siente ser follado por una niña que hace el amor con tus perros?
—QUERIDAAAA… PERDÓN… VALEEEE… POR FAVOR… ¡AAAHHGGG, ROCÍO, HIJA PUTAAAA!
—Don López, parece que tendrá que llevar almohadillas para sentarse en su oficina, ¡jajaja! –me reí como una diabla. Nunca había estado en esa posición dominante, y me excitaba sobre manera chillar productos de mi follada magistral.
—Vaquita, en esa época de sexo descontrolado que te comenté, yo solía ser una Ama, y debo decir que tú tienes un brillo en tus ojos similar al mío. Parece que naciste para someter a los hombres.
—ROCÍO… SUFICIENTEEEEE… UFFF… Gracias, preciosa Rocío… pensé que nunca ibas a dejar de meterla… ufff… quítala ya, por favor…
—Don López…
—¿Qué pasa… uff, qué pasa Rocío?
—¡No he terminado!
—¿Qué dices, Ro—AAAAGGGHHH… JODEEEER, PUTA DE MIER… TE VOY A FORRAR A OSTIASSSS… AHHHGGG…
—¡Dígame quién eres, cabrón, dímelo!
—MIEERRDDAAA NIÑAATAAA… SOY TU PUTAAAA… BASTA LA GRAN PUTAAAA…
Gemía como un caballo y se agitaba como un pez fuera de agua, quería salirse de mí pero yo le atajaba muy bien al infeliz, iba a probar polla y de la buena hasta que me cansara. Su señora, sorprendida y caliente, me tomó del mentón y me volvió a hundir su lengua en mi boquita. Mi héroe, mi divina diosa me agradecía y me admiraba viendo cómo sometía al que le puso los cuernos. Le chuupé la lengua y luego jugué con la puntita, haciéndole sentir mi piercing.
—¿Alguna vez chupaste un coño, vaquita?
—No… no, señora Marta.
—Buen, primero deja de follar a mi marido, quiero que te agaches y le comas la corrida, que no quiero que preñe a tu amiga, luego ambas me darán una chupada, ¿entendido?
Doña Marta me obligó a salirme tanto del beso como del culo de su marido. El cabrón lo agradeció al cielo una y otra vez. Prefiero no decir cómo lucía el arnés ni cómo quedó su ano. Me levanté temblando y me quité el cinturón para llevarlo al baño. Mi corazón latía rapidísimo pues comer una concha era algo nuevo para mí. Volví a la sala y vi a Andrea, todavía de cuatro patas, siendo débilmente penetrada por el cabrón de don López; ella tenía un cuerpo tremendo y ver cómo era sometida por ese viejo me ponía a cien.
Me arrodillé tras ellos y, succionando los huevos peludos de don López con mucha fuerza, tomé de su enorme tranca y la arranqué del coño de mi amiga.
Escupí en la polla, y torciéndola hacia mi boca para martirio del hombre, la ensalivé a base de bien. Cuando sentí cómo las venas de la tranca parecían latir, succioné y apreté fuertísimo mientras el cabrón berreaba de placer. Al retirar mi boca para respirar, un par de gotitas llegaron a salpicarme en el ojo derecho, cegándomelo.
Cuando Andrea se salió de debajo de don López, juntas nos dirigimos hasta donde doña Marta, quien parada, nos esperaba. Vi ese coño con un deje de asco y excitación, había demasiada piel colgando, joder. Andrea no esperó órdenes y se lanzó a comerlo; puta y borracha. Y yo, crispando mis puños sobre mi regazo, me incliné para penetrarla con mi lengua, rozando la de mi amiga de vez en cuando recorríamos los pliegues rugosos de su coño.
—Mfff… ¡Ufff, qué chicas más buenitas, eso es, así me gusta! Mira, querido, cómo te pongo los cuernos con dos niñas de diecinueve.
—Joder, querida… ¿Y bien? Me dejé dar por culo, ¡a la mierda! ¿Me perdonas?
—Ay, mi vida, jamás pensé que te rebajarías a dejarte follar por una niña para recuperar nuestro matrimonio. Estás perdonado, mi amor.
El romance volvió a la casa. Limpiamos con velocidad y fuerza, revolviéndonos entre sus abultados labios, buscando los últimos resquicios de sus jugos, chupando, succionando, mordisqueando con cariño para mostrarle a la señora que éramos buenas chicas.
Yo escupía una y otra vez en la concha para poder lubricarla más y más. A la señora le encantaba y por eso me agarraba un puñado de cabello y me enterraba la boca en su chumino jugoso.
Mi coño estaba hecho agua, no podía creer que me empezara a gustar eso. La señora me ordenaban que metiera más lengua, que empujara más mi cabeza contra ella, y yo, lejos de sentirme ultrajada, le decía que sí entre comidas, sintiendo sensaciones demasiado ricas recorriéndome el cuerpo.
Ser violentada por personas tan asquerosas como ellos me ponía a tope. Se sentía tan irresistiblemente bien, me volví loquísima cuando los tres dedos de su esposo entraron imprevistamente casi en mi culo, jugando adentro, haciendo ganchitos y circulitos. Trataba de seguir el ritmo con mi cadera pero a veces me dejaba llevar por el placer.
—Doña Marta… ufff…
—Qué pasa, vaquita, ¿quieres que mi marido te meta otro dedo más para probarte?
—Deje de llamarme vaquitaaa…
—Pero deja de quejarte, vaquita, prepárate porque tú vas a chuparme el culo, ¡jajaja!
Lo peor de la noche llegó allí, cuando oí eso me imagine lo más asqueroso, hundiendo mi cabecita entre sus enormes nalgas para comerle el culo como don Ramiro me lo hace. Imprevistamente me incliné y amagué potar el semen, alcohol y saliva ajena que había ingerido durante toda la sesión de sexo duro. Aguanté, pero cuando don López hizo más ganchitos adentro, la arcada volvió con más fuerza: sentía algo bullendo en mi garganta; me incliné, ladeé la cabeza y dejé que todo aquello se desparramara en el suelo.
Lo sé, fue asqueroso y humillante pero, ¿queréis que pote arcoíris y ponis? Es la verdad, estaba mareada de tanto beber, me dolía el culo por la follada de dedos, las mejillas y las nalgas me hervían por haber sido abofeteadas, tenía el olor rancio a semen por toda mi cara, olor a concha de una madura, la saliva de mi amiga también, la imagen mental del culo de ese maduro aún no la podía quitar, por dios, tarde o temprano iba a pasar.
—¡¡¡Puuutaaaa!!! –rugió doña Marta. Andrea dejó de comerle el coño inmediatamente y miró sorprendida el suelo.
—Rocío, hip… ¿acabas de potar sobre la alfombra?
—Ughhh… mbffff… perdón… perdón en serio, señora, déjenme buscar algo para limpiar… oh, diossss…
Pero no me hizo caso, doña Marta me llevó de un brazo al jardín mientras que en la otra mano llevaba unas esposas. Pensé que me iba a hacer follar con sus perros pero por desgracia tenía otros planes. Me apresó a la pata de una silla sin que yo pusiera resistencia (estaba muerta de miedo).
Tragué saliva y rogué:
—Señora Marta, lo siento, déjeme limpiar su sala, por favor, y sobre todo le imploro que no me obligue a comerle el culo, ¡eso es asqueroso!
—Lo del culo fue una broma, estúpida.
—Uf, menos mal…
—Vaquita, ¿tú trabajas?
—No, señora Marta…
—¡Qué vergüenza! Mientras tu papá y tu hermano se rompen el lomo... A partir de mañana vendrás aquí, después de tus estudios, para trabajar de doméstica.
—¿Doméstica? ¿¡Me está bromeando señora Marta!? ¡Me dijo que yo tenía habilidad para ser Ama, no esclava!
—Pues antes que ser Ama vas a comenzar bien debajo de la cadena. Te mostraré cuál es tu lugar ahora mismo, vaquita.
Noté que don López y Andrea ingresaron al jardín para curiosear. Andrea traía la fusta para azotar y se la cedió a la madura; doña Marta se acercó a mí dándole varazos al aire con fuerza, asestándome con su mirada asesina. Los perros también sintieron esa bravura que emanaba ella; ambos canes se escondieron en sus casitas. De hecho hasta observé que Andrea se ocultó detrás de don López. La sola imagen de ver a esa imponente madura acercándose me hizo orinar de miedo allí mismo.
……………….
Tanto Andrea como yo gruñimos de dolor al sentarnos en los pupitres de nuestra aula. Ella por el trabajito que le hicieron la noche anterior, y yo porque… bueno, aparte de que me follaron duro y me abrieron la cola, doña Marta me dio una tunda de azotes hasta hacerme desmayar en su jardín. La de cremas que me puse de madrugada para dormir.
—Mierda… —balbuceé arañando el pupitre.
—¿Te duele la cola, Rocío?
—¿¡Pero tú qué crees, Andy!?
—Rocío, siento que estoy flotando, vaya vergüenza… Esto es… muy nuevo para mí. Pero bueno, pese al café que tomé esta mañana, sigo con algo de resaca… Y me duele la boca de tanto chupar y lamer –me susurró con la cara colorada—. Don López es lo mejor que me ha pasado. Ayer, luego de que te echaran de la casa, me llevó a mi hogar en su coche y me dio mucho dinero.
—¿Qué? A mí nunca me pagó…
—Si te portas mejor tal vez te paguen como a mí, vaquita.
—¿Me acabas de decir “vaquita”, cabrona? Yo… yo no soy ninguna vaca –balbuceé, mirando mis enormes tetas, palpando luego mi cintura.
Pero bueno, tal vez sí era verdad eso de que ella la pasó mejor por portarse bien sumisa. La verdad es que ya no era divertido volver a casa en bus, con la ropa toda arrugada y lefada; la gente y los vecinos sospechan de lo que hacía. Tal vez mis machos me tratarían mejor si yo les complacía y dejaba de ser tan protestona. Lo había decidido mientras palpaba mis enormes tetas y mi cintura algo ancha; me esforzaría por tener contentos a esos viejos degenerados, trataría de ser mejor putita… mejor vaquita.
—Rocío, mira lo que me dieron anoche, luego de que te echaran –asomó de su mochila un arnés de color crema—. Saltemos las clases por hoy, Rocío, ¿qué tal si vamos al baño un rato?
—¿Saltar las clases? ¿Estás segura, Andy?
—Lo quieres, Rocío, no me mientas.
—…
—¿Y bien, nos vamos, vaquita?
—Mú –dije con una sonrisa viciosa.
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Gracias por leerme, queridos lectores de TodoRelatos. Espero que les haya gustado por lo menos la mitad de lo que a mí. J
Un besito,
Rocío.