¡Sexo duro...!

Aunque fuese mi madrastra, me preguntaba por qué la trataba así...

La cena no fue tan agradable como el almuerzo. Mi padre llegó borracho como siempre, metiéndole mano bajo el vestido con descaro. Ella mostró su desagrado y yo también, incluso le pedí que parase y él me contestó que era “su mujer” y que estaba en “su derecho” a meterle mano, así de fino era.

Beyda me pidió que me fuese a estudiar ante el enfrentamiento y yo opté por hacerlo harto de tanta bordería.

Mientras estaba en la habitación sentí los golpes y los movimientos de la cama, ¡estaban follando! Y esto me cabreó, decidí ir a espiar y aunque la puerta de su dormitorio estaba cerrada la abrí suavemente, lo suficiente para ver la escena reflejada en el espejo como el día que la pillé con mi amigo.

Beyda estaba tumbada, con sus muslos abiertos y mi padre entre ellos la empujaba con violencia mientras gruñía. Ella gemía no se si por placer o para complacerlo y que se corriera antes.

—¡De pronto nuestras miradas se cruzaron en el reflejo en el espejo! Me vio y alarmada me hizo un gesto para que me marchara, no lo hice.

Mi padre le dijo que se levantara y la puso a cuatro patas para fallársela desde atrás, ella obedeció sumisa y siempre mirando de reojo al espejo siguió mirándome y haciéndome gestos para que me marchara.

Desde luego mi padre, hacía honores a su oficio de camionero, comportándose como un auténtico animal en la cama, tan bruto y rudo como él solo, de espaldas anchas y culo gordo, el cabrón empujaba con fuerza descomunal mientras Beyda seguía gimiendo para aparentar que estaba disfrutando mientras él la follaba.

Un último gruñido desgarrador fue el comienzo del fin. Siguió follándola aferrado a su culo y ella también gruñó acaloradamente en esos instantes, luego se fue deteniendo mientras jadeaba y le daba palmadas en las nalgas.

Finalmente se echó a un lado y se tumbó exhausto.  Beyda salió de la cama y como si estuviese esperando para hacerlo cerró la puerta mientras me susurraba: “vete por favor”; y luego oí el sonido de la ducha.

Volví a mi cuarto, tan cabreado como antes. Aunque fuese mi madrastra, me preguntaba por qué la trataba así, me cabreaba que la follara con tanta violencia, sin nada de delicadeza, tratándola como a una puta más que como a su pareja. Me cabreó tanto que aquella noche me desvelé y apenas pude dormir…

Nota del autor:

Este relato corresponde al capítulo nº10 de mi novela

La Madrastra ,

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