Sexo de unas noches de verano

Un joven de campo decide pasar el verano antes de empezar la universidad en un pueblo de la sierra de Madrid. Y durante los noches de Feria trabará amistad y algo más con un grupo de chicos de Letonia

Sexo de unas noches de verano

Estaba feliz. Muy feliz. Tras mucho esfuerzo había conseguido plaza en una carrera en Madrid, ¿quién iba a decir que un chico del Valle del Jerte iba a estar entre los cien primeros en la Selectividad? ¿Y que no solo podría entrar en una de las carreras de más difícil acceso de España, como lo era Física y Matemáticas en la UCM, si no que encima iba a recibir una beca del ministerio para no arruinar a sus humildes padres en el proceso? Estaba levitando. Echaba de menos mi casa, pero por nada del mundo iba a dejar pasar esta oportunidad.

Mis padres, agricultores - temporeros de la cereza en el Valle y por ello austeros y juiciosos, habían decidido sabiamente que no iba a alojarme en Madrid, que mi beca estaba mejor usada en una residencia de estudiantes en un pueblo cercano y que, por tanto, me sobrara dinero cada mes para mis gastos. Yo estuve conforme. En lo que me planté fue en lo de no ir hasta septiembre.

Yo quería ir a Madrid a follar

Necesitaba salir del opresivo ambiente en el que había vivido antes. Mis padres eran ásperos pero cariñosos, y habían criado a sus tres hijos con amor y disciplina; pero no se podía decir que ni ellos, ni nadie de nuestro alrededor, fueran en especial tolerante. Hasta mis propios amigos, con los que había compartido vivencias y risas, eran algo chapados a la antigua… Por eso necesitaba salir de allí, por eso necesitaba llegar a Madrid cuanto antes y por eso estaba en esa primera semana de agosto, el primero en entrar en la residencia, con mi maleta y mi bolsa de viaje al hombro. Buscando esa libertad tan anhelada con la mirada, sintiéndola tan física y presente en el ambiente que no solo se respiraba: se tocaba.

La residencia era vieja, pero no por ello menos bonita; de hecho, me recordaba a mi tierra. Era un mazacote marrón terroso que parecía construido en adobe, pizarra y piedra, pero como todo en Labastida, el pueblo de la sierra de Madrid donde me alojaba, se notaba que ahí había historia. Concretamente había sido antes y por este orden: casa de postas, taller, lonja y hostal.

Me presenté en la secretaria con una alegría campestre que debió dejar a las claras que, desde luego, no era un chico de ciudad. Me anuncié, tendiéndole mi DNI a la primera persona que vi tras la barra. Estaba ansioso.

Libre, al fin


Al final resultó que la residencia se reconvertía en hostal vacacional durante el verano, por eso estaba abierta en agosto; pero como pagué la mensualidad completa hicieron la vista gorda y me dieron una habitación, pero que no sería la definitiva. Yo estaba que daba botes, me pase toda la mañana y buena parte de la tarde adecentando el desvencijado cuarto que me habían dado; no sé si pensaban que me iba a amilanar, pero se notaba que no sabían de donde era.

Polvo, telarañas, incluso un poco de moho en la juntura de una pared… Todo ello fue debidamente limpiado y eliminado; llevaba años cuidando de mi mismo cuando mis padres marchaban al campo, casi hasta era un palacio para mí.

Al final acabé sudando, por lo que me quité la gastada camisa que llevaba para no mancharla. Era fuerte. No había pisado nunca un gimnasio ni había hecho más deporte que el que un chico rural que ayudaba en el campo hacía; pero eso había sido suficiente. No marcaba apenas nada, pero mi estómago era una dura tabla y mis redondeados hombros y brazos dejaban claro que sabía lo que era cargar sacos llenos de cerezas y toda clase de mercancías de sol a sol en verano.

Acabé en el patio interior, una vez limpiado mi cuartucho, echándome agua por la nuca y las axilas para refrescarme… Desde luego me había quedado decente la habitación.

Fue así como me encontraron, con el sol en descenso haciendo dorado y anaranjado todo lo que tocaba. Sudando, desnudo de cintura para arriba y con el pelo goteando agua. No se que debieron pensar ellos, pero yo sé lo que pensé al verlos. Y no me desgradaron ni en mis ojos ni en mis pensamientos.

Eran cuatro y bastante homogéneos: rubios o castaños, pelo lacio, de piel blanca y ojos azules. En lo que si se diferenciaban era en la altura: dos eran igual que yo, de estatura media, pero otro era un bigardo y al cuarto le sacaba media cabeza. Iban todos con ropas veraniegas, holgadas y frescas y que dejaban poco a la imaginación de sus cuerpos delgados y cimbrados movimientos. Vi como uno de ellos, uno de los medianos, me miraba de arriba abajo y allí vi mi oportunidad. ¿A quien se lo iban a contar? ¿A la portera?


Resultó que eran letones, de la zona de Riga, que sinceramente no tenía ni idea de donde estaba pero que debía visitar si daba ejemplares de ese calibre. Jóvenes, aunque mayores que yo, de veinte años. Eran majos y chapurreaban algo de español y un inglés precario. Pronto me quedó claro su objetivo: habían estado de Erasmus en Madrid el pasado año y al final se habían animado a quedarse en verano, Labastida iba a ser su penúltima parada antes de irse a su país. Apenas si les quedaban unos días, los suficientes para ir a la Feria que se celebraba allí esa semana y poco más.

Como dije, eran majos. El alto se llamaba Janis, y era el más fiestero. En cuanto me senté con ellos en el patio e intenté hacer migas ya me estaba pasando el brazo por el hombro, mezclando palabras en los dos idiomas que conocía y en el suyo natal. También era con diferencia el que más doblado por el alcohol iba. El pequeño se llamaba Aras, y tenía una risa cristalina junto a una sonrisa blanca que quitaba el aliento. Era el más lanzado, y en seguida quedó claro que era el compañero de fiestas de Janis. Los otros dos, que resultaba que eran primos, o algo así pude entender, eran Arveds que era algo callado y Egils, el que me había escaneado con la mirada de arriba abajo, y era principalmente el portavoz de los cuatro, dado que era el que mejor hablaba el español.

Yo seguía sin camisa, dejando que mi piel se enfriara lentamente en el aire del patio. Si les molestó no dijeron nada, y yo aproveché para colocar mis codos en las rodillas para lucirme un poco. Janis, el bigardo, seguía con una especie de monólogo en letón e inglés hablando sobre lo que echaba de menos su país. Y Arveds, el callado, estaba más pendiente de su móvil… Pero Aras, el bajito, y sobre todo Egils se regalaron la vista conmigo. Incluso el primero me guiñó un ojo mientras sonreía. Yo sentí la base de mi polla cosquillear a partes iguales por la excitación y la libertad.


El cuarteto tenía una habitación para ellos solos en la segunda planta y me invitaron a subir a hacer una cena rápida, ya que tenían preparados unos bocatas; estaba claro que pesaban cada céntimo del viaje. Su habitación era un rectángulo achatado con las dos camas del centro tan cerca que casi se tocaban. Y, como buen cuarto de universitarios, estaba plagado de botellas de cerveza y alcohol variado. Ahí se debía ir todo el dinero que ahorraban. En cuanto entré Janis me planto un vaso de plástico en la mano, ancho y de aspecto recio, en el que enseguida hizo una mezcla de whisky y naranja.

Me había puesto guapete, la Feria empezaba al día siguiente pero esa noche ellos iban a salir a familiarizarse con el pueblo y me habían invitado. Quise dar buena impresión y saqué la camisa y los pantalones que pensaba llevar el primer día de clase. A veces había que hacer sacrificios. Sobre todo, si volvía a pescar una mirada de alguno de ellos.

Durante la cena improvisada yo me senté con el bajito Aras al lado, en lo que creo que era su cama. Egils estaba al lado de la ventana fumando y Arveds y Janis se estaban arreglando en el baño. Yo notaba al pequeño reír y moverse a mi lado. Poco a poco se había ido acercando durante la

cena

y ahora mismo nuestras rodillas se estaban acariciando, el con su pantalón corto y yo con mis tejanos claros y largos. Lo hacía con naturalidad, pero poco a poco me fui poniendo a tono. Era bajito, pero duro, se notaba en cuanto te acercabas un poco a su cuerpo; y delgado, pero nervudo. Su piel blanca era suave como un pañuelo de seda y el pelo le caía en mechones distraídos sobre la frente.

Le gustaba calentar, o eso parecía. Se colocaba a mi lado y se inclinaba hacia atrás, haciendo que las puntas de sus dedos quedaran a la altura de mi culo o de mi muslo, en ambos casos haciendo suaves caricias que pasaban por involuntarias. Entonces se reía y decía algo, que muchas veces me costaba entender, y al hacerlo la fina camiseta abotonada que llevaba se le pegaba sobre un plano estómago.

Otras veces me miraba directamente, clavando unos ojos azules en mí, y me preguntaba algo en un brusco español. Respondiese lo que respondiese, me sonreía y riéndose de nuevo me colocaba una mano en la rodilla, que apretaba. Y, finalmente, se tumbaba del todo en la cama para hablar desde mi espalda, sin que pudiera verle, pero apreciando como su paquete se apretaba adormecido contra la tela de sus pantalones; con la camiseta algo subida dejando ver parte del plano estómago y de una suave línea de vellos claros.

Egils nos miraba fumando desde la ventana y participaba en la conversación para ayudarme con el a veces rocoso español o inglés de su amigo. Pero nada más. Yo estaba algo decepcionado, pero creía más que evidente que su compañero Aras estaba por la labor. Quizá me había emocionado, salvo con amoríos esporádicos no había tenido mucho contacto con otras personas en ese terreno y podía haber sobreestimado las cosas con el mediano.


Esa noche por el pueblo me estaba gustando. Labastida era una extraña mezcla de pueblo antiguo y edificios pequeños pero nuevos, lo que me resultaba curioso. Como también lo era la enorme muralla de pinos y abetos en la cima de sus colinas, al fondo del pueblo. ¿Sería alguna especie de bosque?

Aras estaba todo el rato dando vueltas a mi alrededor, sobre todo hablaba con sus amigos, pero también era, junto con Janis, el que estaba más pendiente de mí. Acabamos en una especie de discoteca, en una calle estrecha pero larga y llena de locales, bares y pubs. Estaba claro que era la zona de fiesta a juzgar por el ruido y la gente joven allí arracimada. Entramos en uno al azar, o al menos así parecieron escogerlo, a bailar.

Les invité a una ronda de copas por haber sido tan amables, lo que me granjeó una sonrisa de Janis y un brazo por la cintura de Aras. Estuvimos un buen rato en esa especie de local en semipenumbra, bailando.

En esos momentos, yo estaba apoyado en una columna, bebiendo de mi copa tranquilamente. Acababa de terminar un baile con un par de chicas muy majas y ahora mismo necesitaba recuperar el aire. La ventilación era más teórica que práctica, y sentía un par de riachuelos por mi pecho, del que ya había liberado de dos de sus botones.

Arveds y Egils estaban hablando con un grupo de tres chicas, sonreían y se lo pasaban bien. Y en una esquina Aras se estaba enrollando con otra. Era difícil no verles, porque estaban casi en línea recta con mi flanco de visión. A mí no me apetecía ligar, ya que me parecía que por ahí nadie iba a ser gay; por lo que me desanimé un poco. Pero los letones estaban siendo majos conmigo y eso ya era para estar agradecido. Aunque mi ánimo flaqueó algo cuando vi a Egils, el mediano fumador, dándose juguetones besos con dos las chicas. Arveds había desaparecido con una en la salida.


En una de esas en las que les observaba, y cuando estaba a punto de unirme a un baile con un borracho Janis, sentí los ojos de Egils mirándome. Se estaba liando con una de las dos chicas. Sus manos le recorrían espalda y se detenían en el culo. Era difícil decir si realmente… No, estaba claro. Me estaba mirando; ahora que la chica ladeaba más la cabeza para que él le diera besos por el cuello estaba más que claro. Tenía sus ojos azules clavados en mí, mientras su suave boca iba dejando un camino de besos.

Al principio me sentí incómodo. Pero no aparté la mirada. Me estaba gustando demasiado. Egils manejaba a la chica a su antojo y se notaba que tenía tanto maestría como brío en sus manos. Y por un segundo fantaseé con la idea de ser yo el que estaba entre sus brazos, besándose con él. No podía evitarlo, mi polla estaba creciendo en mis pantalones, pero por nada del mundo hubiera apartado la mirada.

Egils me seguía comiendo con los ojos y todo el frescor que había conseguido mientras descansaba entre baile y baile pareció esfumarse. Me desabroché un tercer botón de la camisa, que sentía pegada al pecho y a la espalda, y me pasé una mano por la fina película de sudor que sentía. Egils cogió a la chica por las caderas y la apretó contra sí, mientras me seguía mirando atentamente. Parecía que se la estaba follando con mucha suavidad, pero sin prestarle nada de atención.

Sin saber bien que es lo que hacía me metí la mano bajo la camisa, cerca del pecho, para rozar mi pezón izquierdo con el dedo. Estaba erizado. Eso pareció gustarle a mi letón, porque de nuevo apretó a la chica contra él. Seguro que la tenía ya durísima dentro de su bragueta, como la tenía yo ahora mismo. Dejé la copa, la tercera ya de la noche, y me apoyé con los brazos en la parte de anterior de la columna; respirando con algo de dificultad. Sentí un pequeño rio de sudor resbalar desde el lateral de mi cuello.

Mis brazos tiraban de la camisa hacia atrás y dejaban ver gran parte de mi amplio pecho. Como dije estaba fuerte, que no marcado, pero era evidente que bajo la tela que me recubría había un cuerpo que hacía girarse un par de miradas. En concreto ahora la de Egils y… la de Aras. Vi que el pequeñajo, que ya no estaba con su chica si no pidiendo en la barra, también me estaba comiendo con los ojos, en cuanto puse mi mirada sobre él se mordió el labio inferior y me guiñó uno.

Para ser sinceros me interesaba más su amigo, porque me llamaban más la atención los chicos de mi altura. Pero cuando volví a mirar vi que ahora me daba la espalda, liándose con la chica contra la pared.


El resto de la noche fuimos saltando de local en local, cada vez más montados en la suave nube del alcohol. Janis anunció que se iba a dormir, alto pero con poco aguante parece, y Arveds el callado había desaparecido con su chica; aunque sus amigos no parecían estar preocupados.

Egils por su parte se había como ennoviado con su chica, ya que fuimos con ella y dos amigas durante todo nuestro periplo. Yo no sé qué esperaban ellas, pero conmigo iban equivocadas… Y con Aras también.

Pese a que el bajito había estado liándose con una al principio de la noche eso ya parecía agua pasada. Gravitaba a mi alrededor cada vez en trayectorias más cercanas, conforme avanzaba la noche y nuestras copas pivotaban entre vacías y llenas… Hasta que finalmente acabó sobre mí, literalmente.

Estábamos en un sitio oscuro, con música que hacía retumbar el suelo. Fogonazos de luz intermitente vomitados por láseres en las esquinas eran toda la iluminación que teníamos, pero parecía suficiente para todos allí. Incluido yo mismo. Estaba en un lado de la pista, bailando con el grupo, cuando sentí un cuerpo cerca y al girarme vi que era Aras. Estaba bailando con una copa a medio vaciar en la mano y me estaba mirando directamente a los ojos, en cuanto se cruzó con mi mirada se pegó a mí para bailar. Yo, bebido y acalorado y, por qué no decirlo, cachondo; le dejé hacer.

Se notaba que tenía mucha más experiencia que yo en todo esto, porque sonriéndome pícaro me fue desabotonando lo que quedaba de mi camisa. Al hacerlo sentí una tenue caricia del aire viciado que nos rodeaba, pero enseguida fue sustituida por el propio cuerpo de Aras y su tersa piel blanca. Este había dejado su copa en algún lado, y ahora se pegaba del todo a mi cuerpo. Tenía su camiseta abotonada totalmente abierta hasta dónde podía, la mitad del pecho. Sus manos estaban en mis caderas, moviéndose ágilmente y con una fluidez envidiable. Yo tenía la cabeza algo ladeada y agachada, apoyando mi frente sobre la parte alta de su cabeza.

Estuvimos así varios minutos hasta que de nuevo Aras dio otro paso. No se puede decir que yo fuera un chico lanzado, pero sí avispado y aproveché su oportunidad. Los labios del pequeñajo letón me besaron sobre el pecho, dejando un camino hasta la parte baja de mi cuello… Y entonces tomé parte activa: mis manos fueron directamente a sus caderas y le alcé suavemente para que llegara mejor a donde quiera que fuera; era liviano como una pluma. El aprovechó para colocar las manos en mis hombros, haciendo resbalar ligeramente la camisa hacia mi espalda y fuera ellos

Yo paseé mis labios por su cuello: era increíblemente suave, como si fuera un pañuelo de seda blanco.  El letón sudaba levemente, tanto por la situación como por el ritmo que habíamos llevado. Al pasar mi lengua por su cuello saboreé el sabor tanto de su piel como de su fresca colonia ya casi extinta.

Tenía unos hombros fuertes, pero pequeños, en consonancia con él mismo, y eso por alguna razón me encantó. Le pegué más a mi y sentí que estaba empalmado, apretando su polla contra uno de mis muslos. Le lamí la línea de la lampiña mandíbula, hasta llegar a la barbilla. Y de ahí fui dejando besos por sus mejillas hasta que llegué a la comisura de sus labios. Apetecibles como una golosina.

Aras mientras tanto había seguido paseando las manos por mi pecho, pasando varias veces sobre mis erectos pezones. Parecía estar encantado, porque me recorría el tórax a la vez que sentía sus labios y sus dientes por mi cuello, dejando mordiscos juguetones. Varias veces sus manos bajaron hasta mi entrepierna, apretándomela con suavidad y haciendo que gimiera contra su cuello, en el que cada vez estaba dejando besos más ardientes y pasionales. Alguno de ellos dejaría mi marca sobre su piel blanquita, y eso solo aumentaba mi calentón.

Sin poder, ni querer, retrasarlo más fui a su boca. Sus labios estaban rosados y brillantes por los besos que había ido dejando en mí y no dudó ni un segundo. Se retrajo levemente para que yo tuviera que estirar parte de mi cuello, mientras sus manos se colocaban en él, haciéndome un suave masaje.

Yo necesitaba su beso, necesitaba sentir mis labios reclamando su boca… Y en cuanto lo hice sentí una corriente eléctrica, ¿era esto lo que se sentía? ¿Esto tan increíble era lo que se sentía al besar de verdad a un chico sin cortapisas? Sin preocuparte por si alguno de los paisanos pasaba cerca del recodo escondido, sin agudizar el oído ni tener el cuerpo en tensión. Sin estar preocupado por lo que pasaría. Solo por estar suspendido en ese momento.

La lengua de Aras salió a recibir a la mía con suavidad, dejando que se entrelazaran en nuestras bocas. Mis manos le agarraron con fuerza de las caderas e imitando a Egils antes comencé a apretarle con un ritmo suave contra mí, algo que pareció encantar a Aras, que me mordió uno de los labios hasta casi hacerme sangre. Una de sus manos cayó entre nuestros pechos pegados y me apretó el paquete, girando levemente la muñeca entre apretón y apretón lo que me lanzaba latigazos de placer desde la entrepierna por todo mi cuerpo. Menudas manos tenía.

Abandoné su boca y le subí un poco más, a la vez que bajaba el cuello. Besé la parte alta de su pecho, aprovechando el triángulo que me dejaba su camiseta veraniega desabrochada. Aras me apretó la nuca, desatado. En un momento nos separamos, para recuperar el aire. Estábamos los dos sin resuello.

Entre los fogonazos artificiales nos miramos a los ojos y me di cuenta del brillo animal que había contenido en el azul de Aras. Su rostro blanquito me pareció tan atractivo ahora, con todo el calentón encima, que me hizo hasta daño y la manera en la que se le pegaba la camiseta al pecho y sobre el estómago me hizo desear llegar hasta el final. Sin pensarlo demasiado le cogí de la mano y le saqué del local, camino a mi habitación.


Los minutos se me hicieron eternos, pero por fin llegué a la puerta de mi cuarto. Aras y yo no habíamos hablado, solo resollado mientras volvíamos entre las callejas. En cuanto llegué ni me contuve, le apreté contra mi y luego le lancé sobre la cama. Aras cayó de cara, pero en seguida se dio la vuelta, con la camiseta hecha un lío a la altura de su pecho. Se puso la mano en el estómago y comenzó a pasarse la mano por su estómago plano y levemente marcado. Me dijo algo en letón que no entendí, pero, por cómo se metía mano y se pasaba la lengua por los labios devorándome con sus ojos azules, pensé que no sería nada demasiado católico.

Verle ahí tirado sobre la cama hacía que mi polla palpitase queriendo ser liberada. Su tamaño le hacía manejable, sus labios rosados como una chuchería tiraban de mí, su piel blanca como la leche me hacían desear morderle y besarle, y sus rasgos delicados le hacían merecedor de la más larga de las folladas posibles. Tenía un cuerpo delgado, pero fuerte como había constatado, y me miraba con lascivia tras sus párpados entrecerrados. Yo me terminé de quitar la camisa y me tiré encima de él, apoyando mis manos a ambos lados y a la altura de sus hombros.

Yo estaba bronceado, como siempre, por haber estado ayudando en primavera y verano en el campo a mis padres; y mi piel contrastaba contra la suya, potenciada sobre todo por las sábanas celestes de mi cama. Aras apoyó una de sus manos en mi pecho y con la otra me recorrió la cara y parte del cuello en una suave caricia. Parecía que él también me encontraba atractivo, aun cuando yo mismo me ponía una nota media. Mis manos se escaparon bajo las perneras de su pantalón corto, cachondo por lo suave que era su piel sobre esos muslos firmes y recios que tenía. Era como acariciar unas aterciopeladas columnas.

En seguida mis manos llegaron a… sus huevos. Alcé las cejas sorprendido, ¿no llevaba calzoncillos? Aras me miró y sonrió con lujuria. Desde luego ese letón cachondo era una caja de sorpresas. Yo le acaricié los huevos por debajo del pantalón, forzando al máximo su tela gracias a mis ásperas manazas, algo que parecía encantarle. Estaba más que evidentemente empalmado y sus manos me apretaban los redondeados hombros, disfrutando de cómo me nacían los músculos desde el cuello y esos mismos hombros para caer luego por toda mi espalda.

Los mechones de pelo se me pegaban ligeramente a las sienes, pero estaba mucho más fresco que antes. Sin poderlo evitar le quité la camiseta con una mano y ayudado por el mismo; y por fin pude verle desnudo, a la luz de la luna. Su piel blanca reflejaba la reflejaba, y le daba un aspecto inocentón… Si no fuera por la manera en la que se mordía los labios y por cómo sus ojos dejaban claro lo que ocupaba sus pensamientos ahora mismo. Yo no me pude contener y me bajé el pantalón con calzoncillos incluidos, Aras sonrió complacido.

Estaba con el vello recortado; preparado de antemano para mi desembarco a Madrid, que de momento no me estaba decepcionando. Y eso la hacía parecer más grande. Tenía, por lo que creía, una polla normal. Unos dieciséis centímetros, recta y enhiesta, y con un grosor uniforme a lo largo de toda su longitud… A Aras parecía encantarle, habida cuenta de cómo la devoraba con los ojos. Yo me puse con ambas piernas al lado de sus caderas y apoyé mi mano en su pelo lacio, jugando con sus suaves mechones. Él alzó los ojos, clavándolos directamente en mí. Y sin esperar más se deslizó bajo mis piernas por la cama, reclamándola con la lengua.

Era increíble. Nunca antes me la habían chupado, a menos que contáramos esa triste mamada que una chica me hizo hace dos años en un cotillón, pero fue tan penoso que ni baremaba. Ahí, a horcajadas sobre Aras mientras este me lamía y relamía todo el fuste, me sentí desfallecer. Subí mi mirada y la clavé en el techo. En el techo antiguo y rocoso de esa residencia en Labastida que tanto me recordaba a mi casa. No me lo estaba creyendo, la verdad. ¿Cuánto tiempo llevaba esperando en el Valle? ¿Cuántas pajas hechas al silencio de mi cuarto con el campo de fondo? ¿Cuánto aguardando? Pero había merecido la pena si la recompensa que empezaba a entrever era esta.

Aras estaba enroscando su lengua, masturbándome con sus labios. Una de sus manos me estaba acariciando los huevos y la otra se encargaba de mantenerle alzado, marcando los músculos de su delgado cuerpo y afilados por el contraluz de la luna. Le acaricié el pelo con ternura y Aras me volvió a mirar, sin apartar los ojos.

Movió ligeramente la cabeza, ladeando mi polla palpitante, para que mi mano se deslizara sola hasta su nuca. Entendí. Con delicadeza al principio, pero cada vez con mayor fuerza aumenté el ritmo de la mamada del letón, forzándole a que se la tragara más hondo y más rápido. Aras no decepcionó, fue capaz de meterla entera en su boca y aguantar varios segundos, estimulando el glande con el fondo de su paladar. Yo jadeé un insulto, dejándole ir para que pudiera respirar. Pero estaba claro que quería más

De la punta de mi glande, mezclado con su saliva, manaba el pre. Y parecía ser su bebida preferida. Me comenzó a masturbar mientras yo tenía que contenerme para no caer encima de él y aplastarle. Sus dedos se quedaron en mi base, y dejándome totalmente descapullado lamía y apretaba con sus labios la punta de mi polla. Yo estaba que no cabía en mí. Sentía un cosquilleo y un ardor cada vez más conocido… Me iba a correr. El vicioso de Aras de nuevo pareció notarlo, seguramente sintiendo mi polla palpitar contra sus labios. Me apretó una nalga y se fue recostando lentamente en la cama, arrastrándome por las caderas con el

Se apoyó totalmente sobre el colchón, agarrando la almohada para dejarla como apoyo en su nuca. Yo, que ya no le veía, me apoyé con los codos en la cama; apreté con mi cadera contra su boca. Sus manos me apretaron las nalgas y uno de sus dedos exploró mi raja, yo no sabía que buscaba pero…

Abrí los ojos de golpe y sentí que mi corrida se precipitaba, algo había hecho el letón en mí. Algo… Y joder, menudo algo. Le folle furiosamente mientras me corría, supongo que lo suyo hubiera sido parar para que pudiera tragarse la corrida con calma, pero sencillamente no me podía controlar. Escuché un suave gruñido por su parte, pero no se quejó ni intentó apartarse. Yo sincopé mis propios golpes con los trallazos y hasta sentí como mis huevos golpeaban su barbilla. Con el último me desplomé encima de él, moviéndome a un lado. Jadeando

Aras estaba resollando. Se había sacado la polla del pantalón y parece que se había estado masturbando antes de jugar con mi culo, veía su corrida sobre su estómago, que se inflaba y desinflaba con fuerza. Yo bajé a su altura, para mirarle a los ojos, en un labio tenía un goterón de mi corrida, que seguramente se había escapado por estarle follando la boca mientras. Sin pensarlo demasiado me incliné y lo lamí con mi lengua, terminando de meterlo en su boca para luego sellarlo con la mía. Noté el sabor de mi polla y de lo que suponía que era mi corrida, y me encantó. Le agarré la nuca con fuerza, pero el beso ahora estaba siendo mucho más lento y menos animal que antes.

Nos separamos y me sonrió con la picardía que ya había empezado a ver natural en él. Apoyó su frente sudada sobre la mía y nos miramos a los ojos mientras se relajaba nuestra respiración. Aras comenzó a acariciarme el cuerpo. Yo, sintiendo que me volvía a empalmar, decidí atar cabos sueltos y bajar a su estómago. Deseando hacerlo desde el primer momento que lo había visto comencé a lamer su corrida, disfrutando del duro tacto de su estómago y jugueteando con mi lengua en su ombligo. Salvo los finos vellos castaños que le bajaban hasta una polla casi lampiña, nada entorpecía el recorrido de mi lengua, que tiempo después de habérmela tragado toda seguía recorriendo sus recovecos.

Aras estaba empalmado de nuevo, con una polla algo esbelta pero tierna y rosadita, y me miraba atentamente. Yo le sonreí y volví a reclamar su dulce boca de labios rosados y suaves, acariciándolos con los míos. Las manos de Aras se apoyaron en mis glúteos y de nuevo su dedo exploró mi ano, yo le dejé hacer, confiando en su experiencia. Jugueteó un poco con los dedos y terminó por meter uno. Yo jadeé, apretando sin querer el culo. Aras sonrió contra mis labios y me besó con mayor suavidad, como diciéndome que me calmara.

A mí me empezaba a doler la polla y necesitaba descargar de nuevo, pero no quería meterle prisa. Sin embargo, el también parecía que se estaba calentando de nuevo. Se separó de mi y rodó a un lado, en seguida comenzó a besarme por los hombros mientras me empujaba con las manos suavemente para que me tumbara del todo.

Una vez lo hube hecho me comenzó a hacer un masaje circular, deteniéndose a veces solo por el placer de sentir la fuerza en ellos. Yo le dejé hacer, en un curioso estado entre relajación y excitación. Aras con algo de renuencia superó su fijación por ellos y siguió bajando por la espalda, besándome y haciendo un suave masaje; hasta que llegó a mi culo. Yo pensé que se pararía, pero entonces, con un lametón constante desde la parte baja de la espalda hasta mi raja, llegó a mi ano.

Jadeé por lo bajo, apretando las sábanas. No se que esperaba sentir, pero desde luego no eso. En las escasas veces que había conseguido intimidad suficiente como para ver porno siempre me había saltados partes como esa, creyendo que era sobreactuación… Pero mi error ahora me estaba martilleando en los centros de placer de mi cerebro, sobrepasados por los calambrazos que sentía.

Aras estaba pasando su lengua muy lentamente por mi ano, dejando de vez en cuando suaves besos. Había apartado mis nalgas y se dedicaba a recórrelo de forma vertical, siguiendo la raja. Poco a poco vi como su saliva y los embates de placer me iban relajando, permitiendo a mi cuerpo tomar confianza.

Aras enterró en un momento el rostro y pude sentir lo suave de sus mejillas contra la cara anterior de mis nalgas, jadeé por lo bajo. La punta de su lengua estaba centrada en mi agujero, presionándolo suavemente mientras lo lubricaba en saliva…Y entonces llegó el primer dedo. Yo cerré los ojos, ya totalmente en sus manos, dejando mi cuerpo todo lo relajado que podía en esta experiencia nueva. Fue lento, introduciéndolo y luego masajeando las caras internas del estrecho conducto, para irlo ensanchando. De vez en cuando sentía suaves besos suyos por mis nalgas, por la parte baja de la espalda y a mitad de ella, donde la posición y su altura le dejaban acercarse.

Después de ese dedo fue otro. Yo estaba que no me lo creía. Era en cierta medida incómodo, al menos por la novedad, pero estaba convencido que ese letón enano sabía lo que se hacía. Finalmente sentí como se retiraban de mi interior. Las suaves manos de Aras me cogieron de las caderas y, mientras me besaba y me susurraba cosas en su idioma, me terminó de poner a cuatro patas. Yo ya había imaginado lo que se venía, pero ahora, ante la posibilidad, cualquier miedo o duda fue ahogado por las olas de excitación que me recorrían entero. Tensé los brazos, que se hincharon en los bíceps, deseando que empezara.

Su polla llegó con suavidad, seguramente deduciendo que estaba siendo mi primera vez. Sentí que apretaba de forma delicada pero también firme, comenzando a introducirse en mí. Yo no me pude controlar y giré en parte el cuello, forzándolo hasta que pude verle. Era una imagen increíble. Su piel blanca, increíblemente suave; su pecho lampiño, nervudo y delgado; sus brazos desde sus estrechos hombros y un cuello esbelto, que sujetaba una cabeza de lacios cabellos castaños que ahora mismo me estaba mirando directamente, con sus ojos azules llenos de deseo mientras me sonreía desde su boquita rosada.

Sentí unas ganas tremendas de ser yo el que le penetrase, de poder aplastarle contra la cama y follarle mientras le mordía el cuello, disfrutando de su suavidad; pero era fruto del calentón, en realidad era imposible no quedarse embobado mirándole mientras me penetraba.

Cuando me quise dar cuenta sus caderas y sus huevos me golpearon, anunciando que había llegado al final. Yo suspiré por lo bajo, agachando la cabeza. Las manos de Aras me masajearon la espalda suavemente, dijo algo en su idioma y luego comenzó un bombeo mientras me agarraba de las caderas. Yo acompañaba sus movimientos, pero Aras no me dejaba escapar más que unos centímetros antes de volver a penetrarme, siempre dejando su polla dentro. Cuando parecía que me había acostumbrado a la cadencia, aumentó el ritmo de forma progresiva… Hasta que pude escuchar de forma nítida como sus caderas y huevos resonaban contra mis nalgas. Lo que me hizo aumentar yo mismo la velocidad.

Me dolía la polla, pero no podía masturbarme sin encorvarme demasiado. Aras pareció notarlo, como conocía el letón las señales del cuerpo, por Dios; y antes de darme cuenta sentí sus dedos esbeltos alrededor de mi cimbrel, masturbándome, pero más bien dejando que fuera yo mismo y el movimiento el que se follara su mano. Yo espoleado por esa paja aumenté la velocidad, dejando que mis caderas se alejaran más para sentir la presión que creaban sus dedos y haciendo que de paso ya casi me ensartara entero en la polla de Aras, con estas idas y venidas. Nunca me había imaginado algo así, pero estaba mereciendo la pena.

Yo sentí de nuevo el suave cosquilleo de la corrida, y me alcé levemente sobre los brazos, arqueando el cuerpo y apretando el culo. Aras parecía que iba a aguantar algo más, pero yo ya no pude, me corrí como nunca antes lo había hecho: pringando todas las sábanas y la mano de Aras, que no la apartó en ningún momento y que, al sentir la corrida, me la empezó a menear como loco.

Ahora sí, ahora sí que tenía que recuperar el aire. Me apoyé con los codos y la frente sobre el colchón, dejando más abierto mi culo y una puerta abierta a Aras para follarme más profundamente. Este tomó un ritmo cada vez más y más rápido, su mano con mi corrida se puso en mi espalda donde fue extendiendo algunos restos, sin parar de gemir y decir cosas susurradas en esa lengua que no conocía.

En un momento me la sacó, yo, que había estado hipnotizado por su cadencia, me sorprendí. Pero al girarme vi que se estaba masturbando como loco justo delante de mi culo, me miró directamente a los ojos y me sonrió. Cuando llego el momento se corrió, haciendo que algunos chorros de su leche, bastante espesa, por cierto, cayeran por mi espalda. Pero eso pareció encantarle. Cuando terminó de correrse se inclinó y comenzó a besarme, recogiendo partes de su propio semen por mi cuerpo. Yo no pude evitarlo y me di la vuelta, para encararle. Al bajito letón pareció agradarle, porque se me tumbó encima, acudiendo rápido al beso; de esa forma extraña suya: entre pasional y cariñosa. Yo hundí las manos en su sudado pelo lacio, y le pegué contra mí. Atesorando ese momento en el recuerdo y sintiéndome feliz, paladeando por fin esa libertad que ahora era consciente que sabía a polla y a lefa.


Follamos varias veces más esa noche, todas yo como pasivo, y de hecho apenas dormimos. Las sábanas quedaron hechas una pena y al final del todo, tras el último y exhausto polvo, que nos había dejado baldados; tuvimos que darnos una ducha por todo el olor a sudor, semen y sexo que rebosábamos.

Ese chico tenía un aguante increíble, pero por mi parte me había sorprendido a mí mismo, necesitaba dormir, pero aparte de eso sentía que podía seguir follando durante días enteros; eufórico por su novedad y lo pleno que me sentía… Pero Aras no estaba muy por la labor. Tenía la polla morcillona porque no nos habíamos parado de meter mano bajo el chorro del agua, pero sus ojos azules estaban entrecerrados y no podía evitar soltar bostezos. Tuve que aceptar la realidad y dejar que se fuera a su habitación. Antes de irse se giró y me dio un pasional beso, y luego silbando por lo bajo, con su camiseta al hombro, volvió a su cuarto.

Yo no pude controlarme y me masturbé sobre las sábanas, dejando que mis ojos cerrados, mi mente calenturienta y ese olor que impregnaba todo el cuarto de forma tan física construyeran en mi mente un nuevo asalto donde, de nuevo, era penetrado. Suspirando me corrí, esta vez directo al suelo. Con dificultad cambié las sabanas y, dejando la ventana y la puerta abierta para que aireara, cedí al insistente sueño que había mantenido a raya.


Me desperté horas más tarde, casi en la noche, caliente y con la respiración agitada. No supe la razón hasta que bajé la mirada. Aras, el pequeño letón, estaba a horcajadas sobre mi, mamando mi polla durísima en lo que era un despertar más que agradecido. Yo me iba a tumbar de nuevo sobre la cama, dejando que siguiera con su trabajo, cuando me di cuenta de que la puerta estaba entornada… Iba a decir algo cuando Janis y Egils entraron en la habitación, quizá para buscar al amigo al que habían dejado a cargo de ir a despertarme.

Janis se rio en cuanto se encontró la escena, rebajando bastante mi miedo y mi incomodidad. Egils estaba fumando tranquilamente, y solo sonrió. Le dijo algo al pequeñajo en su idioma, y Aras solo levantó el pulgar dando a entender que estaba de acuerdo con lo que fuera, sin parar de mamármela.

Janis salió del cuarto, dejando la puerta de nuevo entornada. Egils dio un par de caladas a su cigarrillo y clavó sus ojos en mi como anoche. Yo tragué saliva. Aras era atractivo de una forma algo delicada, aunque solo en apariencia como había descubierto del vicioso letón. Pero Egils, aunque tenía su misma piel blanca, ojos azules y pelo lacio algo más rubio; tenía un rostro más marcado, con una fuerte mandíbula. Además, sus labios no eran tan rosados, si no atemperados, y me daban ganas de besarle cada vez que daba una calada. También, aunque delgado, era más fornido y rellenaba mejor la ropa.

Yo me mordí los labios, sin apartar mis ojos de los suyos. Y hasta me recosté en la cama, liberando la nunca de Aras, para que tuviera una mejor panorámica de mi cuerpo bronceado y fuerte por el trabajo del campo. Egils sonrió, fumando de nuevo, y vi como se ponía más cómodo apoyado contra la pared, sin dejar de mirar. No tenía ni idea de si Aras era consciente de la presencia de su amigo, pero no me importó. Que estuviera ahí, comiéndome con los ojos mientras su amigo me la chupaba aumentaba el placer hasta casi el límite. Egils apenas pestañeaba, atento a todas mis reacciones.

Enterré una mano en el pelo de Aras y le apreté contra mi polla sin ningún tipo de aviso previo. El letón ni se quejó, si no que hasta pareció disfrutarlo. Yo comencé a follarle la boca pero sin dejar de mirar a su amigo.

Egils se recolocó mejor, llevaba una especie de camisa de lino fresca, y vi como se metía la mano bajo la tela para recorrerse el torso con suavidad. Su mano se quedó parada a la altura de su pecho, y descansó allí un segundo. Yo gracias a que había levantado la tela, vi un estómago, con unos tenues abdominales en él, pero de apariencia más que firme. Entonces retiró su mano, apoyando el pulgar en la cintura del pantalón corto que llevaba y haciendo que cayera ligeramente. Me seguía mirando, serio y atento. Dio otra calada.

Yo no pude evitarlo y jadeé más fuerte. Me apoyé contra el colchón, de espaldas, agarrando ahora con ambas manos la cabeza de ese chico. Me corrí, pero esta vez Aras dejó mi polla libre tras el primer trallazo contra su paladar, de modo que lo hice contra mi estómago y por parte del pecho; de forma abundante. El pequeñajo me sonrió y se acarició el paquete; seguramente queriendo volver a follar. Yo solo de pensar en hacerlo con su amigo fumando en la esquina sentí ganas de correrme de nuevo… Pero Egils habló y vi como el pequeño, que sin inmutarse le respondió, se levantaba para irse algo cabizbajo.

Entonces me di cuenta de que Egils ya estaba totalmente vestido para la Feria, de ahí la camisa de lino y el pantalón; pero que Aras solo llevaba lo que parecía un pantaloncito de pijama… Con todo el morbo de la situación ni me había dado cuenta.

Nos quedamos solos y callados durante unos segundos, con mi corrida por estómago y pecho, y mi polla en semi erección. Egils se despegó de la pared y, dando otra calada, se acercó a mi cama. Yo me apoyé con los codos en ella, intentando atrapar su mirada con la flexión de mi cuerpo. Mi corrida se desplazó también, en lentos ríos hacia mis caderas.

Egils no dijo nada, solo se inclinó algo más y entonces expulsó lentamente el humo en un suave soplido sobre mí, en la parte media del tórax; haciendo que suaves olas de humo acariciaran mi piel y acompasaran los ríos de semen como si fueran la niebla fluvial que tanto conocía del Valle. De nuevo no paró de mirarme a los ojos durante todo el proceso… Yo tragué saliva, con dificultad. Estuve tentado de alzarme y besarle. Pero Egils, antes de que pudiera decidirme, irguió la cabeza y se alejó lentamente, cerrando la puerta tras de sí con suavidad…. Yo solo suspiré, recostandome en la cama; pensativo.


No se que esperaba de la Feria de Labastida, pero no eso. En el Valle hacíamos nuestras propias fiestas, como la del Santísimo Cristo, ahora en verano; pero desde luego no eran como esas. Estábamos en una explanada al pie de las colinas, con su frondoso y bien delimitado bosque sobre ellas. Había multitud de casetas, puestos de comida y varias zonas de espectáculo al aire libre. Atracciones, zonas de baile y varios castillos hinchables en una esquina, junto a una especie de corral con ovejas para darles de comer… Y la gente. Había muchísima. La explanada era tan grande que no se hacía incómodo, pero entre el mar de casetas, que se dedicaban a servir comida y bebida, se llegaba a hacer algo sofocante.

Vi chicos y chicas de todas las edades; y tremendamente variados. Algunos llevaban como yo ropa algo desgastada pero acicalada, pero otros se paseaban entre las casetas con ropa lujosa y hasta un par seguidos por hombres cuadrados con pinganillo en el oído… Calando a la gente por el andar como solo uno de pueblo sabe hacer, vi que había varios señoritos y señoritas, pero no menos chicos y chicas normales.

Aras estaba a mi lado, aunque mucho menos atento que la noche anterior. Si que de vez en cuando me dejaba alguna caricia descuidada, aunque estaba más centrado en las chicas que nos rodeaban… Lo que me confundió un poco. Egils no me hablaba, iba delante con la chica de ayer y su primo, este a su vez también con la muchacha con la que había desaparecido. Y tras nosotros el imponente Janis, probando todas las bebidas de cada caseta que nos cruzábamos.

Intenté acercarme un par de veces a la cabecera del grupo, pero parecían cómodos y finalmente desistí. Aras finalmente pareció centrarse en un grupito de chicas a las que empezó a hablar en inglés y yo acabé por relajarme. Estábamos en una Feria y había que disfrutar, después de todo lo hecho ya me podía dar más que satisfecho.


Ya era el inicio de la madrugada y la gente y la música seguían al mismo ritmo que siempre. Yo acabé con Janis, que estaba bastante doblado, y nos acabamos perdiendo entre la gente. El enorme letón no paraba de pegárseme, mientras pivotaba entre el español, el inglés y su idioma natal en cada frase. Yo dejé de intentar entenderle y me limité a evitar que cayera. Cuando se hizo evidente que eso era imposible, le acabé por apartar, llevándole al pie de una de las colinas para que se despejara. Alejados del ruido, de la fiesta y sobre todo de las casetas llenas de alcohol.

Janis enseguida se tumbó sobre la suave pendiente de la loma, estirando los brazos. Llevaba un polo oscuro, que contrastaba bien sobre su enorme y recio cuerpo de piel blanca. Con algo de cansancio por haberle estado cargando me senté a su lado; mirando tranquilamente al cielo, esperando a que Janis se serenara. Este por su parte pareció que se quedaba dormido un par de veces, pero en seguida se despertaba a los pocos minutos. Yo le dejé, ya me preocuparía por despertarle si me lo tenía que llevar, lo importante era que se le bajara.

En uno de esos despertares noté la manaza de Janis en mi espalda, pensé que estaba buscando apoyo para levantarse pero enseguida sentí como hacía masajes circulares en mi hombro. Yo me tensé un poco, y girándome le vi de lado. Estaba con los ojos entrecerrados y un poco vidriosos, pero era evidente que sabía lo que estaba haciendo. Como mi silencio pareció darle alas, metió la mano bajo mi propia camisa, acariciando la piel de mi espalda de forma directa. Yo entrecerré los ojos, relajándome por el agradable calor que despedía. Sus movimientos se fueron haciendo más amplios y pronto yo mismo le seguía la mano con el cuerpo, como si fuera un gato estirando una caricia de su dueño.

Llegado un momento, en el que ya tenía los ojos cerrados, sentí a Janis alejar su mano y levantarse. Yo, que pensaba que se había acabado el momento compartido, iba a hacer lo mismo cuando vi como las recias piernas del enorme letón aparecían al lado de las mías, y antes de que pudiera hacer nada sentí el pecho de Janis contra mi espalda, y su cálido aliento en mi cuello.

El letón no dijo nada, pero comenzó un suave masaje por los hombros, continuación directa del que me había estado dando en la espalda. Le dejé hacer, sintiendo mi polla crecer en mis pantalones…. Sus dedos eran algo rudos, pero firmes y cálidos, y apretaban allí justamente donde la tensión más se acumulaba… Eran movimientos muy precisos, que unidos a su imponente cuerpo me hacían pensar que tenía que practicar algún tipo de deporte de forma seria si sabía desentumecer tan bien.

En un momento, Janis me apretó con sus manos en las caderas, y sentí su aliento cálido de nuevo en el cuello… Solo que ahora le siguieron los labios. Me comenzó a dejar suaves besos, casi tiernos, por todo mi cuello mientras que sus manos empezaban a desabrocharme la camisa con delicadeza. Yo le dejé hacer, disfrutando de cada beso y cada caricia. Sus manos subieron de mis caderas, metiéndose bajo mi camisa, acariciándome el torso.

Janis fue subiendo con sus besos, lamiendo parte de mi mandíbula, respirando en mi nuca y finalmente capturando el lóbulo de mi oreja con los dientes… Yo arqueé la espalda, jadeando lentamente. Janis alzó más las manos y me acarició con suavidad mis pezones, que estaban ya como espadas. Su respiración en el oído me confundía, ahogando los sonidos en rededor, y solo pudiendo centrarme en los amplios pulmones contenidos en su pecho y en como se inflaban y desinflaban.

Yo estiré más el cuello, ladeando la cabeza para sentir su lengua por él, mientras apretaba mi espalda contra su amplio tórax; totalmente rendido a sus hábiles labios. Una de las manos de Janis escapó de debajo de mi camisa y me cogió del cuello, para cuando me quise dar cuenta había girado mi cabeza y me estaba besando. Ambos teníamos los ojos cerrados y yo, rodeado totalmente por él en piernas, pecho, espalda y boca sentí que la erección me crecía hasta hacerme gemir levemente contra sus labios.

Janis se separó, apoyándose en los codos tras de mí. Yo, tremendamente acalorado, giré mi cuerpo hasta colocarme de rodillas delante de él. El enorme letón me cogió de las caderas alzándome a pulso hasta que se acoplaron encima de las suyas, con mis piernas rodeando su cintura de atleta. Y de nuevo volvió para besarme. Esta vez sus manos no fueron las únicas que exploraron la piel del otro. Si Aras tenía la piel tersa y suave, en Janis encontré duro músculo recubriendo los huesos. Era casi una lección de anatomía en vivo, el poder recorrer su fuerte espalda o su pecho bajo el polo. Su boca era grande y abarcaba totalmente la mía, que se refugiaba en ella como un bivalvo arropado por su concha.

Estuvimos varios minutos besándonos allí donde había piel y llegaban nuestros labios: la boca, las mejillas, los párpados cerrados, la línea de la mandíbula, el cuello o sobre los hombros. El disfrutaba de mí tanto como yo de él, y fue agradable sentirme sustentado por su fuerte cuerpo. Algo que nunca había pensado que podría llegar a gustarme.

Estaba con su cabeza totalmente hundida en mi cuello, donde sentía su cálida lengua recorrerme en fuertes y pesados lametones, cuando sus manos me desprendieron de la hebilla de mi cinturón y abrieron la bragueta. Abrí los ojos, sorprendido. Pero Janis parecía saber bien lo que hacía. Me sacó la polla, totalmente caliente, palpitante y húmeda en la punta por el pre y, volviendo a besarme, me comenzó a masturbar.

Era un gusto… Una sensación difícil de describir… Una realidad que quedaba muy lejos de cualquier otra en mi limitada carrera en el Valle y que, como el preso que vuelve a la libertad que había olvidado, me hizo ver que hasta ahora mi mundo había sido muy pequeño.

Janis jugueteaba con mi erección, estrujándola con su manaza con suavidad para arrancarme gemidos y descapullándome entero para jugar con sus dedos por mi sensible glande lleno de pre. Jadeé y gruñi, le apreté los hombros con toda la fuerza que pude reunir, aunque sin provocar reacción de dolor en él. Hasta sentía como me costaba llenar del todo mis pulmones, impelidos a soltarlo a cada movimiento de su mano o con cada mordisco por mi cuello. No aguantaría mucho más, necesitaba correrme… Pero quería estirar el momento lo máximo posible.

Hice descender mi mano y, con bastante más torpeza, le hice saltar los botones de su fresco pantalón. Janis pareció entender que yo también quería masturbarle para corrernos porque bajó, que no detuvo, el ritmo de la paja que me estaba haciendo. En cuanto quedó libre sentí una ola de calor golpearme desde abajo. Su polla era normal, quizá algo más grande y ancha que la mía, pero era venosa y eso le daba una impresión mucho mayor. Y, a diferencia de la de Aras, la suya era más morena que el resto del cuerpo; y me encantó.

Janis seguía en su ritmo lento, como dejándome recobrar el terreno perdido y lo aproveché. Mientras nos volvíamos a besar hice girar mi muñeca para masturbarle con vehemencia, dejando suaves estrujones y caricias por su polla como el mismo había hecho. Eso pareció gustarle, porque recorrió con su lengua toda mi boca a la par que volvía a ganar velocidad sobre mi polla.

Controlando por no correrme, ataqué con ambas manos su glande, mientras jadeaba en su oído y respiraba contra su cuello. Janis comenzó a mover las caderas, como queriendo follarse mis manos, y yo le descapullé entero estremeciéndole de gusto. Empezó a gemir, apretándome contra él, y creí sentir unas suaves palpitaciones en su polla… Sabía que se iba a correr, y yo por fin pude dejar de refrenar el ardor a duras penas contenido dentro mí.

Al momento de corrernos yo seguía con la cabeza en su hombro y el intentó contener un gemido pero que acabó escalando hasta ser un bramido contra la noche y ahogado por la música. Sentí su lefa correr entre mis manos, como si fuera un manantial, mientras que la mía saltó sobre su polo, manchándoselo entero.

Durante varios segundos, lo que duraron ambas corridas conjuntas, nos quedamos quietos y tensionados en esa posición: disfrutando del orgasmo. Pero después nos desinflamos, cada uno cayendo a un lado del otro sobre la pendiente de la colina. Janis giró la cabeza para mirarme, con su fuerte corpachón agitado por su respiración. Yo, alcé una mano al cielo y la vi impregnada de su corrida. Sin dejar de mirarle bajé la mano y me chupé los dedos. Janis jadeó y se quedó quieto, mirándome con atención hasta que hube terminado con ambas manos.

Luego, simplemente nos levantamos y, recomponiéndonos como podíamos, marchamos al hostal/residencia. Cansados, pero complacidos.


Al llegar resultó que la habitación de Janis tenía la puerta cerrada y, a juzgar por los sonidos que venían de dentro, con alguien pasándoselo muy bien. Sin mediar mucha palabra fuimos a mi habitación. Ambos estábamos cansados, de modo que nos acostamos en la cama. Era algo incómodo dormir los dos a la misma altura, por lo que Janis apoyó su cabeza en mi pecho, durmiendo con parte de las piernas asomando por abajo. Yo le acaricié el pelo, reflexionando en todo lo que me estaba pasando; pero acabé dormido igualmente.


Me despertó uno de los movimientos de Janis al dormir, y cuando lo hice me di cuenta de que había un tenue resplandor colándose entre las cortinas. Debía estar amaneciendo. Y eso era algo que siempre me había gustado contemplar, sobre todo si lo hacía en un sitio en el que no había estado nunca. Con cuidado me deshice de un dormido Janis, volviendo a dejarle acostado, esta vez con toda la cama para él. El enorme letón, que sin ropa imponía todavía más que con ella, aprovechó para recolocarse y ocupar todo el espacio.

Salí y ascendí por las escaleras del patio interior, pasando la planta de los letones hasta llegar a la azotea. Iba solo con un pantalón de pijama y el aire fresco fue vigorizante, recordándome a mi tierra. Los rayos peleaban por superar los tejados bajos de los edificios de piedra, haciendo que de momento solo clareara el cielo con toques de añil. Labastida era bonita en su amanecer, o eso me lo parecía a mí. Oteaba, desde la azotea, las colinas a un lado y su curioso bosque, del que ahora veía a lo lejos que se abría en uno de sus lados con un camino verjado que bajaba por las lomas. El pueblo parecía estar sobre una vaguada natural, y eso hacía que el viento rejoneara en rachas, picando al cuerpo en cortas sacudidas; pero que a cambio dejaba tierra fértil para sembrar a su alrededor.

Me recordaba a mi Valle, y eso me hizo sentir en casa. Me apoyé contra la barandilla de la azotea, mirando hacia afuera. Hacia lo que parecía un arrabal surcado de callejas, y me pregunté como sería vivir allí. En un pueblo tan perfectamente conservado a menos de una hora en coche de la capital… Oí un suave ruido a mi espalda, y al girarme vi a Egils. Estaba sentado en una silla, justo en la parte opuesta de la azotea, y de nuevo fumaba tranquilamente.

Pero lo que más me impactó es que estaba desnudo. Totalmente. Me miró con los ojos entrecerrados, dando otra calada. Recordé la puerta cerrada y recordé los ruidos de dentro, resolviendo el misterio. Parece que había subido a despejarse y a disfrutar del amanecer, como yo mismo. Y supongo que para un letón un poco de aire fresco mañanero en estas latitudes era como una caricia en la piel. Ninguno habló ni dijo nada, solo pudiendo disfrutar cada uno del cuerpo del otro con los ojos. Egils, de nuevo, no se cortaba al mirarme y me recorría el cuerpo con los ojos mientras dejaba escapar el humo de su cigarro entre los dientes.

Vi que se estaba empalmando lentamente; como me estaba pasando a mi al contemplarle. Tenía un cuerpo bonito, estaba tonificado; no era tan delgado como Aras, ni tan potente y marcado como Janis, pero daba un efecto completo mucho más armonioso. Poco a poco iba aumentando la luz, y cada vez fui más consciente de la semi erección que ambos estábamos provocando al otro. Sentí un cosquilleo. Pero el no hizo ademán de moverse. Ni yo tampoco.

Finalmente, con una fuerte calada, Egils se acabó su cigarrillo y dejó que el humo que salía de su boca se deshiciera lentamente en el aire. De pie el efecto global era más atractivo, con su rostro de rasgos fuertes; y sobre todo era más evidente que estaba excitado. Pero sin decir nada, salvo una leve sonrisa, volvió a entrar

Yo me di la vuelta, ya había amanecido


No podía dormir, así que me dediqué a recorrer el pueblo con mi ropa fresca. La verdad es que era precioso, con casas de piedra y pizarra negra, totalmente pavimentado. De vez en cuando pasaba al lado de un edificio de corte más nuevo, pero eran pequeñas notas de color: parecía suspendido en el tiempo.

Y era grande para ser un pueblo, la verdad es que engañaba. Labastida se prolongaba como una espiga de piedra por la vaguada, algo estrecha pero larga; alrededor de su avenida central. Hablé con la gente y enseguida trabé confianza con ellos, calando seguramente mi aire campestre a kilómetros de distancia. Finalmente pude saber que era eso que estaba cercado por los altos pinos y abetos: la zona alta, la parte rica del pueblo. Eso explicaba los señoritos que vi ayer en la Feria.

Comí fuera y me empapé de ese aire rural, pero tuve que volver pronto; al menos para dormir algo antes de salir por la noche. En el patio interior del hostal vi a Aras hablando con Janis, los dos bebiendo cervezas tranquilamente. Me tiraron una, que acepté con gusto. Vi que Janis estiraba la mano para agarrarme al pasar, pero cabeceé hacia mi habitación esperando que mi cansada mirada hablara por mí. El enorme letón pareció entenderlo, porque no hizo ademán de insistir. El pequeño Aras me miró con sus limpios ojos azules, y me sonrió mientras me guiñaba con picardía uno de ellos.

Cerré la puerta y me metí en la cama, aún tenía un suave calor entre las sábanas, recuerdo de Janis. Aspiré parte de su aroma y me dormí casi sin darme cuenta


Esta vez fueron golpes en la puerta, y no una mamada, lo que me hizo despertar. Un poco decepcionante. Al abrir vi a Janis y a Aras, aunque esta vez iban seguidos del callado y serio primo de Egils, Arveds. Los tres estaban vestidos y aguardaron con algo de impaciencia hasta que lo estuve yo mismo. Al ir a salir por la puerta, sentí el golpe del aire y la suave música de fondo. Debía de ser algo tarde y seguramente ellos tres, aunque sospechaba más bien de Aras y Janis, se habían quedado para esperarme.

Esta vez no fuimos a la explanada, al menos no directamente. En su lugar acabábamos en una amplia zona de copas cerca de ella pero dentro de los límites del pueblo. Había multitud de bares y restaurantes, que hacían que la zona entre ellas se plagara de mesas. La media de edad allí era mayor que ayer, y supuse que era donde iban los padres a descansar de la diversión de sus hijos. Yo lo agradecí, la discoteca y el recorrido por las casetas de estos dos últimos días me habían dejado algo para el arrastre… Y el haber estado con Aras y Janis también, claro.

El pequeñajo se adelantó saludando y vi a Egils levantando el brazo al lado de una recia mesa de roble redonda. Había varias chicas con ellos y abrí los ojos al ver como Aras, al llegar a la altura de una de ellas, la besaba con pasión. Arveds también fue a saludar a la chica con la que le había visto en anteriores ocasiones, y Egils tenía cerca al resto. Janis en cambio se quedó a mi lado y llegamos a la vez. Al parecer eran un grupo de chicas del pueblo, y creo que me sonaban varias de la primera noche. Eran una mezcla de universitarias y chicas de último año de instituto. Enseguida nos trajeron la primera ronda de cervezas y copas.


Tras varias rondas solo me reafirmé en mi idea inicial sobre las chicas: eran majas y muy animadas; y el hecho que de los chicos fuera el único que hablaba español con fluidez me hizo ser maestro de ceremonias. Sacamos a pasear varios juegos de beber con resultado dispersos, Janis estaba entregado, con una de las chicas bajo su fuerte brazo. Egils se había ido a echarse un cigarrillo con un par de las chicas. Y tanto Aras como Arveds estaban más ocupados con sus respectivos ligues. Pero poco a poco todos nos fuimos animando y viniendo arriba, y la verdad era que la excusa para el alcohol siempre era bienvenida.

Al final, cuando estaban ya bastante achispados, les acabé contando uno de los juegos a los que jugaba en el Valle, era muy tonto, pero entretenido: tenías que ponerle una prueba a alguien, y como conejillo de indias cogí a Janis, y luego poner un reto, en su caso besarse con la chica que tenía bajo su brazo, dependiendo de lo mucho o poco que le gustaba el reto o lo difícil que les pareciera, tenían que poner un número a partir de dos. Luego retado y retador decíamos un número hasta ese a la vez: si coincidíamos los dos, tendría que hacerlo yo, por haber puesto el reto, y si no, tendría que hacerlo él, por haber perdido la apuesta. La gracia del juego era que, cuanto más fuerte el reto más tentado estaba uno de poner un número bajo y por tanto más peligro para la propia persona que retaba.

La verdad es que me costó que lo entendieran, bebidos como estaban, sobre todo a los letones. Pero tras un par de pruebas parecían entenderlo… Y sobre todo parecían ya saber explotarlo. No había que ser un lince para ver cuales eran el tipo de pruebas que era más interesante poner y pronto la mitad de la mesa se habían dado un pico, besado o enrollado con la otra mitad. Las chicas estaban encantadas y avisaron que se haría popular en el pueblo. Yo vi que los mayores que nos rodeaban nos miraban con ojos atentos y algo hostiles, parece que Labastida se parecía más de lo que pensaba a mi Valle.


Volvíamos de la Feria bastante alegres. Y solos. Las chicas habían acabado por irse a la explanada, pero nosotros estábamos algo cansados de estos días. Arveds estaba molesto con eso, supongo que por querer pillar con las chicas. Pero por el contrario el propio Aras estaba feliz… Tan feliz que se estaba enrollando con Janis de forma intermitente mientras andábamos por el pueblo. Yo me puse algo tenso, viendo cómo nos habían mirado los paisanos, pero había poca gente por aquellas calles empedradas y vaciadas por la Feria, así que no parecía peligroso.

En el hostal, que igualmente tenía a todos sus inquilinos fuera, reinaba un silencio que pronto rompimos. Ahora estábamos en la habitación de los chicos y, sin cortapisas, Aras estaba a horcajadas sobre Janis enrollándose sin reparo. Yo me coloqué mejor sobre la cama, Arveds se quejaba en su idioma y le dio una suave patada a ambos amantes, que simplemente rodaron fuera de su alcance, ahora con el enorme letón aprisionando a su pequeño amigo contra el colchón. Arveds terminó saliendo del cuarto y, tras suspirar cansado, Egils le siguió.

Eso me dejó a solas con la pareja. Se me hacía algo extraño, yo mismo había compartido una paja con Janis y Aras me había desvirgado y follado durante buena parte de la madrugada. Y eso sin olvidar que Aras había ligado y Janis tonteado con varias de las chicas durante las copas. Pero ahí estaban, enrollándose delante de mí… Su condescendencia para con el sexo era casi vigorizante. En esos momentos Aras, apretando el pecho de Janis para que dejara de besarle, se quitó la camiseta a la que pronto le siguió la camisa de su amigo. Volvieron de nuevo al ataque, con Janis dejando besos y lametones por el cuello de Aras, mientras este hacía presa con sus piernas alrededor de su tórax.

De la misma manera que había hecho yo hace dos noches, Janis enterró las manos bajo la pernera de Aras, y a juzgar por el movimiento circular que hacían estaba aplicando el mismo cálido masaje que me hizo a mí en la espalda. Aras solo pudo jadear, y comenzó a balbucear por lo bajo frases en su idioma, mientras su amigo seguía disfrutando de sus firmes y tersos muslos. Yo me recoloqué sobre la cama. Me estaba poniendo de nuevo cachondo y, precisamente por no estar participando, creí sentir lo mismo que Egils cuando contempló la mamada que me había dado Aras. Y eso solo me excitó aún más.

Aras en momento gimió, y se deslizó fuera del alcance de Janis, sin poder casi hablar por los jadeos se desprendió apresuradamente de su pantalón corto, dejando al aire la polla blanquita y tersa que tan bien conocía ya y que ahora mismo estaba a punto de reventar por su excitación. Janis se relamió los labios y si mayor preámbulo se puso de rodillas sobre la cama, abriéndose la bragueta pero dejándola dentro de los bóxer oscuros que llevaba. Aras se relamió y, mientras se masturbaba lentamente, se puso de rodillas el también en la cama, para comenzar a dejar suaves besos en el amplio pecho de su amigo, siguiendo un camino directo a su entrepierna.

Yo no pude aguantar más. Por mucho que me estuviera excitando ahora mismo sentía que necesitaba aire. Pasé a su lado en la cama, maniobrando todo lo que pude en esa estrecha habitación, y Janis, que tenía los ojos entrecerrados, capturó mi nuca con una de sus manazas y me acercó a él. Tenía una fuerza considerable y yo pocas ganas de resistirme. Entre nuestras caderas sentí la cabeza de Aras subir y bajar mientras le comía la polla a su amigo. El enorme letón, por su parte, me miró directamente a los ojos mientras pasaba el pulgar de la mano que me sujetaba por mi mejilla, mis labios entrebaiertos y mi cuello, en una suerte de caricia. Me sonrió y se inclinó a besarme, pero no de forma pasional y lenta como anoche, si no lenta y delicada.

Yo cerré los ojos, apoyando las manos en su pecho, apretando levemente para sentir el duro músculo bajo esa piel blanca. Janis me estaba dando un beso de película, regalándose en cada segundo que sus labios estaban sobre los míos y su lengua dentro de mí. Parecía querer ser consciente de cada recoveco y de cada oquedad que escondiera dentro de ella. Yo me dejé hacer, avasallado por mi calentón y la fuerza con la que me sujetaba. Me parecía increíble que alguien tan enorme y que había visto bramar como un becerro mientras se corría fuera capaz de semejante ternura en sus besos mientras le hacían una mamada… Y encima una que sabía que estaba siendo muy placentera… Estaba desconcertado, sobrepasado por toda contradicción que me rodeaba, pero disfrutando de cada una de ellas.

En mi entrepierna comencé a sentir las finas manos de Aras abrir mi bragueta, y antes de que pudiera pararle ya había liberado mi rabo para empezar a chuparlo con avidez. Yo jadeé contra Janis, hundido cada vez más en ese mar de sensaciones. El letón por su parte casi me estaba sosteniendo en vilo con sus brazos mientras seguía besándome con lentitud, ahora abandonando mis labios para dejar suaves y cálidos besos por mi rostro y aspirar el suave aroma de mi colonia y del champú en mi pelo. Su delicadeza me seguía desarmando completamente. Mi mano se hundió en el lacio cabello de Aras, para profundizar en sus mamadas. Y yo, sin poder contener mucho más, sentí el estremecimiento de la corrida como si fuera un viejo compañero ya, de tantas veces que lo había sentido esos días.

Janis debió notar mi temblor, porque sonrió contra mis labios y de nuevo comenzó con sus amorosas atenciones por mi cuello y mi rostro. Yo tenía unas ganas tan terribles de correrme que sentía como me estaba haciendo hasta daño… Y por eso solo pude suspirar de gusto cuando mi primera descarga se estrelló de lleno contra la lengua de Aras, que en ese momento presionaba contra el glande. Ambos, Janis en mi boca y Aras en mi polla, continuaron dejándome besos y caricias mientras llegaba al orgasmo más apabullante de toda mi vida. Enterré mi cara en el cuello de Janis en los últimos estertores de mi corrida, escuchando el fuerte y constante palpitar de su corazón.


Tras varios minutos me recompuse como pude y abandoné el cuarto, por muy alta que fuera la intensidad de lo que estaba sucediendo allí dentro sentía que era algo que debían compartir Janis y Aras solos… Por mucho que ambos hubieran estado tan deseosos de incluirme. En esos momentos les había dejado desnudos, con Janis recostado sobre Aras mientras este, con mi corrida manchando parte de sus labios y barbilla, se besaba amorosamente con el enorme letón; compartiendo ambos mi ardor entre sus lenguas. Me estremecí.

Necesitaba despejarme, me sentía algo embotado. Y sobre todo tremendamente cachondo. Ascendí de nuevo hacia la azotea, deseando el aire fresco... Pero en la escalera de acceso, justo sentados en el último escalón, estaba Egils masturbando a su primo; ambos con la puerta de la desierta azotea abierta a sus espaldas.

Me quedé quieto, sin saber que hacer o si quiera si debía moverme. Egils tenía a su primo entre sus piernas, los pantalones tirados a pocos escalones de distancia. Le estaba susurrando cosas al oído mientras una de sus manos se paseaba en lentas caricias por la cara anterior de uno de sus muslos y la otra masturbaba con brío la polla de Arveds. Este por su parte estaba con los ojos entrecerrados, jadeando y arqueando la espalda, presa de un obvio placer.

Mi presencia no pasó desapercibida, Egils de nuevo me atrapó con su mirada, clavándome en el sitio e impidiendo cualquier otra salida que no fuera mirar. Arveds, que me había dedicado un rápido vistazo para volver a centrarse en su primo y lo que le estaba haciendo, apretaba rítmicamente las caderas, queriendo follarse la mano de Egils. La luna les golpeaba de lado y desde detrás, haciendo que la escena pareciera barroca y costumbrista a partes iguales. Con los redondeados hombros lechosos de ambos reflejando la luz, dejando perfiladas sombras en sus mechones castaños y rubios, haciendo brillar el azul de sus ojos y potenciando dolorosamente el atractivo de su rostro.

Y me sorprendía, del mismo modo que con Janis, del contraste entre el evidente ardor de Arveds y la ternura con la que Egils acunaba a su primo en brazos mientras le masturbaba, casi en forma de consuelo. Yo sentí mi excitación espolearse como un caballo frenético, un semental deseando que se abrieran las puertas de su caja para iniciar la carrera de su vida… Y de nuevo, como siempre desde los escasos días que les llevaba conociendo, Egils volvía a mirarme directamente a los ojos pareciendo ignorar todo lo demás. Yo tragué saliva, y Egils me sonrió, cortando los susurros en los oídos de un Arveds demente por el placer.

Avancé un paso y vi a Egils ampliar levemente su sonrisa. Luego otro y finalmente un escalón que me dejaba solamente a dos de ellos. Egils redujo el ritmo de la paja a su primo hasta que fue un lento vaivén, como el oleaje manso de una cala tranquila. Y abrió parte de su mano, dejándome ver el respetable tamaño del miembro del letón… Casi me la parecía estar ofrendando, como si fuera el precioso cuerno de un narval o una cuidada flauta hecha en plata y nácar. Yo me relamí sin poder evitarlo, entendiendo lo que quería y arrodillándome delante de ellos.

Arveds suspiraba por lo bajo, pero sentí que se tensionaba al sentir mi presencia, eso me cohibió, pero enseguida Egils comenzó a dejar besos y susurros en sus oídos, haciendo que se dejara hacer. Su primo cerró los ojos, abriéndose más de piernas y descansando la cabeza contra el cuello de Egils, que ahora le acariciaba suavemente por los brazos, como si Arveds fuera un chiquillo asustado.

Yo, creyendo que el ardor de Aras no era adecuado aplicarlo, me inspiré en la ternura de Janis y del propio Egils. Comencé de forma lenta, besando el parcialmente descapullado y totalmente húmedo glande de Arveds. Intentando imprimir en mis labios y mi lengua toda la delicadeza y mimo que pude, como si estuviera calmando a un animal asustado.

El callado Arveds suspiraba en voz baja, y vi de reojo como buscaba la mano de Egils y entrelazaba los dedos de una de sus manos con los suyos. Comencé a bajar con los labios, haciendo que la piel de su polla se retrajera conmigo y dejando totalmente expuesto su rosáceo capullo. Mi lengua acarició los laterales de su cimbrel, una torneada y enhiesta barra de azúcar, disfrutando de cada sabor y de cada sensación que recogía en mi boca.

Alcé la vista, teniendo un presentimiento, y no me equivoqué… Egils de nuevo me miraba, callado y tranquilo, mientras se la mamaba a su primo, que seguía acunado en sus brazos totalmente vencido al placer. Sus ojos me atraían como un potente imán y hacían que no pudiera apartar ni un ápice mi mirada. Reanudé el movimiento de nuevo, tragándomela de nuevo hasta poco más de la mitad. Comencé a apretar la base de la polla de Arveds, masturbándole levemente en la base, lo que le arrancaba estremecimientos involuntarios. Egils pestañeaba lentamente al mirarme, como no queriendo perderse ni un solo momento de todo lo que se desenvolvía ante sus ojos.

La luna ahora, casi detrás de su cabeza en esa posición, le hacía parecer un serafín envuelto en un halo tranquilo. Mis manos subieron lentamente, para comenzar a acariciar los huevos de Arveds, mientras me la metía más en la boca, pero siempre con el mismo ritmo lento y pausado. Arveds en ese momento giró del todo el rostro, y vi como su lengua rosada comenzaba a lamer el blanco cuello de su primo, que permanecía inmutable y fijo en mí. Era evidente que a ambos les estaba gustando mi mamada, uno por sentirla y el otro por verla; y eso hizo nacer un suave gruñido de excitación en mi pecho.

Aumenté la velocidad, queriendo hacer que ambos primos fueran conscientes de lo que podía hacer. De como yo también disfrutaba de la desaforada libertad en la que parecían vivir los letones. Arveds dejó la lengua para comenzar a besar el cuello de Egils, mientras el atento letón entrecerraba levemente los ojos de largas pestañas.

Esta vez pude llegar hasta casi el final de la polla de Arvdes, que balbuceó algo en su idioma natal, yo iba a apartar la nuca, presintiendo que era lo que estaba anunciando por las palpitaciones de su polla… Pero sentí que Egils se había inclinado levemente para apoyarme la mano en la nuca y, con una suave presión que era más invitación que petición, mantenerme la boca alrededor de la polla de su primo. Y yo consentí.

Sentí la ardiente corrida del letón impactar contra el paladar y parte del carrillo… Y luego fue otro y otro, yo intenté tragar pero al final lo mejor fue primero dejar que descargara entero. Arveds se desplomó como una marioneta de hilos desmadejados, sobre su primo, que al apartar la mano me dejó una suave caricia por el rostro; siguiendo atento a mis reacciones.

Arveds se incorporó. Vi como dejaba un suave beso, cargado de sentimientos contenidos y, sobre todo, no correspondidos, sobre los labios de Egils. Luego, tras un segundo de duda, se inclinó hacia delante para darme uno a mí, introduciendo su lengua en mi boca para sentirse a sí mismo en ella. Luego suspiró, y con una evidente relajación en todo el cuerpo, descendió por las escaleras… Egils se quedó mirándome durante un segundo, yo aún creía sentir el calor de sus dedos en un lado de mi rostro cuando lo había rozado.

Sentí un pequeño estremecimiento en el pecho, lo cual me desconcertó; pero antes de que pudiera poner en orden mi cabeza Egils pasó a mi lado, bajando las escaleras... Yo solo pude respirar hondo, para tratar de serenarme, confundido por mi propio furor.


Ese día tuve sueños intranquilos, y por primera vez me desperté antes que los letones. Una vez duchado y fresco, decidí ir a visitarles; aprovechando que la noche cada vez estaba más avanzada. Cuando llegaba vi que Egils alzaba la mano desde el patio, estaba con Aras, los dos en la parte baja de las escaleras. Iban vestidos, pero no arreglados.

Al final resultó que solo querían ver el pueblo con más detenimiento. Y me sorprendió que en realidad apenas si conocían Labastida, simplemente atraídos por la fama de su Feria. Como yo conocía, ligeramente, mejor esas empedradas calles tuve que hacer de guía improvisado. Parecían fascinados con cada casa de pizarra y piedra, con la basílica y lo enorme del arrabal, con sus callejas.

Nos pateamos el pueblo entero e incluso encaminamos hacia la zona alta, ascendiendo hacia las colinas donde se encontraba, pero cuando nos acercamos a la verja que se abría entre la muralla de pinos y abetos un guarda salió al paso y nos hizo volver. Al parecer lo de

parte rica

era un puro eufemismo, a juzgar por los palacetes y grandes mansiones de piedra que desde la verja se podían ver. Parecían estar varios pasos por encima de ello, de hecho.

Egils se tensó cerca del guardia, parecía que no le gustaba que le dijeran las cosas; pero entre Aras y yo le hicimos encaminar la bajada. Al final comimos por el pueblo, en un bonito mesón cuya terraza se abría a la explanada donde estaba la Feria. Estaba mucho más tranquila y con familias paseando entre las casetas que se habían reconvertido en puestos de comida y golosinas, junto a bares improvisados sobre la hierba y la tierra apisonada; con los picos de la sierra de fondo.


Esa noche vimos los fuegos artificiales… Y poco más se puede decir de la Feria. Hubo un espectáculo con varias vaquillas y el alcalde, que estaba ya de salida, dio un discurso en la explanada. Vi que había varias familias sentadas en sillas cerca del escenario, mientras el resto teníamos que estar de pie. Aunque el aire era tibio y agradable en esa noche de agosto, y a nadie pareció importarle. Al terminar los paisanos aplaudieron, aunque muchos sin demasiado entusiasmo. Quizá esa condescencia era la razón del fin de su mandato.

Todos los letones, sin excepción, estaban con chicas bajo el brazo; y en varias ocasiones les vi intercambiar caricias y besos apasionados. Yo estaba algo confuso, sobre todo por como se comportaban luego en la intimidad. Salvo Arveds, que tenía un obvio interés en ellas, los otros tres parecían entretenerse en su compañía, pero poco más. Ni si quiera podía poner la mano en el fuego porque Egils de verdad hubiese estado con una de ellas, sabiendo que cuando fui con Janis a su cuarto no llegamos a saber nunca donde estaban Arveds y Aras en ese momento. Esos letones de piel marmórea y ojos azules eran, para mí, un misterio y una contradicción.

Sobre todo, Egils. Y cuando me sorprendí sintiendo un calor en el pecho al pensar en él, me distraje con la fiesta que me rodeaba. Eran majos, habían sido amables conmigo y creía deberles mucho en esos escasos días que había estado con ellos. No había que darle más vueltas a las cosas. No en ese momento, al menos.


Arveds encaminó a los campos y el pequeño bosque que crecía al pie de las lomas con una de las chicas de la mano. Aras fue menos discreto y en una de las esquinas entre casetas empezó a besarse apasionadamente con la suya. Y finalmente Janis parecía haber, de nuevo, encontrado mejor gozo en el alcohol y bebía con lo que parecía una peña de chicos mayores.

Yo estaba bastante cansado, por los sueños intranquilos que no había conseguido recordar, por la larga caminata de esta mañana y por mi propia zozobra interna. Así que disculpándome con el grupo de chicos y chicas con el que había trabado amistad pasajera, me volví al hostal/residencia… Deseando dormir, me decía. Pero mentía.

Se que mentía, y lo supe en el momento en el que miré desde la calle hacia el edificio de piedra y pude ver una blanca figura fumando tranquilamente en su azotea. Y me confesé entonces a mí mismo que lo que creía cansancio eran en realidad ganas de estar con él, espoleadas por haberle visto de reojo irse solo hacia el pueblo hacia un rato… Y se que él también me vio, por el ladeo de su cabeza en mi dirección. Como un cazador escuchando el viento.

Tragué saliva y ascendí


Los grillos estaban sonando contra el fondo nocturno del pueblo, y ahora Egils y yo estábamos en la azotea, mirando ese mar de casas de piedra y pizarra negra. No hablábamos, solo el suave sonido de las caladas de Egils llenaba el cálido silencio que se había instalado entre nosotros. Yo estaba confuso, sintiendo un mar de sensaciones desconocidas; muchas de ellas más allá del simple deseo sexual que sentía por Aras, Janis e incluso el propio Arveds… Encendido y también refrenado en mi furor por la calma de Egils, y sobre todo por su forma de mirarme.

¿Qué era? ¿Qué era eso que en pocos días y pocas horas estaba creciendo fuerte en mi pecho? ¿Qué era eso que turbaba a un chico simple como yo? Un sentimiento demasiado grande para intentar tomarle la medida con palabras, parecía. Al menos con las que pudiera reunir en esa madrugada tranquila y con mis agolpados pensamientos… El estoico letón había acabado su cigarro, pero había encendido otro; gustando de fumar largos. La brisa que recorría la vaguada nos acariciaba de frente y hacía que el humo se acumulara en volutas sobre su pecho.

De nuevo, el cielo comenzaba a clarear, pero de forma muy lenta. La oscuridad evolucionaba a un profundo añil, cogiendo un tono imperceptible pero evidente para todo aquel que hubiera visto suficientes amaneceres… Y por un segundo pensé en mi Valle. Y en el chico simple que había llegado a esa residencia hacía unos días.

Egils seguía callado, fumando. Ya por la mitad del cigarro, y por cómo se había guardado la cajetilla supe que no habría un tercero. Me mordí levemente el labio, pero tomé mi decisión. Me acerqué a él, quedándome a su lado. El letón no se inmutó en lo evidente, aunque vi como sus ojos se entrecerraban en lo imperceptible. Con lentitud puse mi mano en su estómago, sintiéndolo fuerte, cálido y recio. Y tomando el ejemplo de Janis hice un suave masaje circular, intentando imprimir mi calor.

Egils no dijo nada, pero su siguiente calada fue más intensa, aspirando más. Yo ascendí con mi mano, recorriendo una piel tan suave como la de Aras, hasta que llegué al pecho. Concretamente sobre el pectoral izquierdo, donde acaricié suavemente su erizado pezón. El letón soltó el aire, regalándome la visión del humo cayendo sobre mi mano. Y entonces me volvió a mirar.

Sus ojos eran tranquilos y sosegados, aunque brillaban a la luz de la luna y de la punta de su cigarrillo. Yo alcé más mi mano hasta su barbilla, haciendo que sus labios de tibio color dejaran de fumar… Y Egils bajó el cigarro para después tirarlo a un lado de la azotea, girándose totalmente hacia mí, aguardando.

Aras y Janis habían venido a mí, sabiendo ver lo que quería. Y Arveds me había sido ofrecido por el propio Egils… Así que ese era, de verdad, el primer momento en el que yo iba a dar un paso para coger lo que deseaba. Y sentí el tirón que su cuerpo ejercía sobre el mío… Pero también el que yo le provocaba en el suyo. Y pensé que aguardar y esperar hasta que yo mismo estuviera preparado era lo mejor que podía haber hecho ese letón por mí

Mis labios le dejaron una suave presión en los suyos que Egils pronto convirtió en un tierno y pasional beso


Hubo sexo… Claro que lo hubo. Egils se entregó a mi y yo a él. Y eso siento que fue algo que no en palabras, si no en recuerdos, debe solo quedar reflejado. Le amé, y él me amó, en esa noche en Labastida. En su última noche…

Sí, se fue. Al día siguiente. Pero se fue mirándome a los ojos. Despertándome con un tierno beso en los labios, desayunando conmigo mientras su maleta, casi acusadora, esperaba a su lado… Y con el se fueron todos, el pequeño Aras con su rostro de ángel y sus ojos pícaros; el alto Janis, con su corpachón conteniendo una increíble ternura; el callado Arveds, con la tensión de sus sentimientos tirando en su pecho… Y Egils, serio, distante…pero también dulce y lleno de pasión.

Me despedí de ellos, sintiendo el calor de los labios de Egils sobre los míos, mientras se subían al autobús. Y los letones se fueron, mirándome todos con la misma aprehensión en el corazón que sentía yo mismo

Pero me sentí feliz. Era libre, y en mi libertad yo había decidido vivirlo


-

Hola, para algunos habrá pasado mucho tiempo, para otros muy poco. Espero que os haya gustado y, como siempre, os animo a comentar para poder seguir mejorando. Este relato es en realidad un desquite improvisado porque alguno de los últimos que publiqué durante esta cuarentena se cayeron, como eran secuenciales el resto los eliminé yo porque los saltos eran demasiado grandes. Me lo tomaré con filosofía y aprovecharé para plantear mejor las cosas, en un futuro. Gracias en especial a Rodrix, por su preocupación. Y a Machi, por su oferta de ayuda. Y claro, gracias a todos por leerme