Sexo de la clase media (3)

Estos son mis amigos. Lo que sé de ellos es muy fuerte, ¿pero será verdad lo que me contó Águeda?

PARTE III: Sobre Juana y Ferrer.

Volveré al camping y a ese verano más tarde, pero antes me gustaría hablar de lo que hasta entonces sabía de nuestros amigos, aunque muchas veces me preguntara, como ya dije, qué tipo de relación sexual mantenían y de la que al fin y al cabo yo sospechaba que había de parecerse a la nuestra.

De Juana sabía bastante a través de lo que de ella me había contado Águeda a lo largo de los años, pues como amigas desde la infancia que eran, sabían mucho la una de la otra. De Ferrer sabía lo que él me había contado y por supuesto lo que yo mismo había visto. Ferrer era bastante jactancioso pero en algunas cosas puedo asegurar que no exageraba. El primer polvo lo echó cuando todavía estaba en el instituto, y no fue con una alumna compañera ni nada de eso, sino con su profesora de matemáticas, una señora a punto de jubilarse que estaba encantada con Ferrer por lo buen chico que era y lo generoso y gentil que se mostraba con ella. La pobre mujer no había follado en su vida y fue ella misma la que se lo suplicó al joven alumno, el cual obtuvo un sobresaliente en mates a final de curso. Ferrer me lo contó todo y me reveló que con aquella mujer se abrió paso su gusto por las maduras. En esa línea, en el periodo de servicio militar, se estuvo acostando con la mujer del capitán del cuartel, la cual sobrepasaba los cincuenta y cinco años.

Águeda me había contado de Juana que lo que le llamó la atención de ella durante la adolescencia fue que estaba obsesionada con la relación de su hermana mayor y el novio, un chico que trabajaba descargando cajas de fruta en un hipermercado. Juana tenía sólo esta hermana y por eso estaba muy pendiente de ella, y por supuesto todo se lo contaba a su mejor amiga, Águeda. Mi mujer, por supuesto, prestaba mucha atención a las historias que Juana contaba de su hermana Elvira, y así entraba igualmente en su adolescencia, de la mano de su amiga, a la vida sexual. Mi esposa siempre ha recordado cómo Juana aseguraba haberle visto la verga al novio de Elvira, admirándose de su tamaño y lamiéndose el dedo índice con regodeo a la vez que describía aquel aparato para que Águeda no se esforzase en tener que imaginarlo.

Juana había visto por primera vez dos seres humanos copular en las personas de su hermana y el novio, y le contaba a Águeda que la sensación de poder observarlo furtivamente era indescriptible (la chica no conocía desde luego el significado de la palabra vouyerismo). Aquellos jóvenes amantes se encontraban habitualmente para hacer el amor en un desván de la casa familiar, y Juana que conocía al milímetro todos los escondrijos de su propio hogar, supo bien donde esconderse y a qué horas para ver a su hermana y al novio follar.

Después se lo contaba todo a Águeda, a la cual invitó una vez para que la acompañase a ver aquel maravilloso espectáculo, pero mi mujer muy pudorosa a aquella edad declinó la invitación muy a su pesar, pero siempre insistía para que Juana le relatase cómo se desarrollaban las folladas de aquella pareja. Así contaba Águeda el modo en que Juana le habló por primera vez de cómo se practicaba el sexo: " Hace unos días vi a mi hermana y a su novio, Iván, dirigirse hacia el desván de mi casa – relataba Juana a Águeda estando ambas sentadas en el jardín-. Como otras veces fui tras ellos a ocultarme en mi escondrijo, pero esta vez el asunto iba a ser diferente a las veces anteriores, causándome una gran sorpresa, y por qué no decirlo un extraño goce interior. Mi hermana Elvira hasta ese momento no había cedido a las peticiones de Iván para que los dos se desnudasen. Ella sólo había consentido besos y algunas caricias por encima de la ropa y esto siempre le causó a él un gran abultamiento en la bragueta.

Elvira había prometido a Iván que "irían más lejos" el día del veintitrés cumpleaños de él, que sería un día especial y que le haría un gran regalo. Y allí estaban ellos siendo espiados por mí precisamente el día de la efemérides de aquel rubio tan guapo –seguía contando Juana mientras se subía la falda y comenzaba a acariciarse la entrepierna frente a mí-. Mi hermana e Iván comenzaron a acariciarse mutuamente sentados sobre el suelo entarimado del desván. Él parecía inquieto e inexperto, pero seguro de lo que quería, Elvira quizá dudaba más pero poco a poco se entregaba. Él desabrochó la camisa de ella, a la vez que se quitaba la suya propia y con rapidez también se bajó los pantalones quedándose en ropa interior, mientras Elvira permanecía con el sujetador y la falda, pero esa ropa no le duró mucho porque Iván se moría de ganas. Pronto asomó su aparato. Jamás imaginé algo semejante y al verlo desde mi escondite quedé fascinada, al igual que mi hermana, pero ella lo tenía a su alcance. Ambos cuerpos se enlazaron – proseguía Juana masturbándose claramente ante mí, su mejor amiga- y lo que ocurrió después fue lo que me dejó muda Juana concluyó su relato pajeándose frenéticamente al recordar cómo el chico clavaba su estaca en el coño virgen de Elvira que se volvió loca de gusto.

Águeda me confesó que durante unos días se sintió ansiosa e inquieta, presa de excitación y llena de ganas de que Juana le contase nuevos capítulos. Días después ambas amigas tuvieron una reunión, precisamente en el desván de la casa de Juana en la que ésta contó la continuación de su historia en parte inverosímil para la conciencia inocente de Águeda: "Águeda, no sabes lo que me ocurrió ayer - comenzó contando Juana, captando abiertamente la atención de la que en un futuro sería mi esposa- fue la mejor experiencia de mi vida. Como de costumbre subí al desván de mi casa, toda vez que supe que en breves minutos Elvira e Iván se dirigían hacia allí para acometer sus juegos sexuales –qué como bien sabes tanto me fascinan cuando los contemplo espiándoles-. Tomé lugar en mi puesto y aguardé a que llegasen, lo que ocurrió tan sólo unos minutos después. Elvira e Iván no se demoraron en empezar su sesión. En unos segundos ya estaban desnudos sobre una alfombra extendida en la tarima del desván y yo, a la vez, sintiendo la humedad incipiente en mi raja

Juana se subió la falda y metió los dedos bajo sus braguitas con intención de masturbarse al mismo tiempo que relataba la historia a Águeda, la cual venciendo su timidez también se aventuró a masturbarse, tal era su calentura.

Los juegos de Elvira e Iván eran cada vez más intrépidos, pero dentro de mi ego erótico no me sorprendían tanto como para escandalizarme, sino que comprendía la necesidad de los cuerpos al realizar ciertos actos impúdicos. Mi boca se mantuvo abierta y babeante de admiración cuando mi hermana se inclinó a besar la proa de la verga de su novio. Un glande rosado y brillante, terso, suave, pleno… -en palabras pronunciadas obscenamente por la propia Elvira en esos momentos-. Comenzó besando ese capullo enorme, parecía ser la primera vez que iban a mantener sexo oral. Iván entornaba los ojos sin creerse la suerte de experimentar aquella delicia; su novia comenzaba a engullir la punta de esa enorme polla, la cual fue tragando poco a poco, con delicadeza y deseo, haciéndolo de modo que el chico gozaba como un pequeño dios. De repente, la excitación al observarlo me causó un escalofrío que me hizo empujar una pequeña pila de libros viejos y volcarla, armando ruido. Me descubrieron. Mi hermana se enojó mucho, pero Iván le quitó importancia al asunto defendiéndome como a una niña curiosa cualquiera.

En tanto, su polla no decrecía e Iván advirtió que yo no dejaba de mirar su aparato. Ante mi sorpresa, Elvira dijo que me dejaba acariciarlo con la condición de que después los dejase solos inmediatamente y no los espiase nunca más, y que por supuesto no contara nada a papá y a mamá. Al principio dudé, no por asco ni nada parecido, sino por miedo, pues creía que en cuanto acariciase aquella maravilla me desmayaría de la impresión y ante esta duda, mi hermana y su novio rieron de mi mojigatería, algo que me hirió el orgullo y me hizo abalanzarme con decisión sobre la impresionante verga de Iván. La cogí despacio, pero poco a poco la acaricié con decisión. Lo que desde luego no esperaba Iván es que las caricias de la hermana pequeña de su novia lo excitasen más todavía, por eso cuando Elvira dijo que ya estaba bien, que debía abandonar las caricias, Iván dijo que no, que me dejasen hacer un rato más. Yo encantada. Mi hermana Elvira no tanto, pero como adoraba a Iván, lo que él decía iba a misa. El tío me pidió más ritmo en la caricia, "estás haciéndome una buena paja" me dijo. Hasta ese momento en mi vida no había acariciado algo que me causase tanto agrado. Su polla ardía, palpitaba a cada meneo mío. Desaceleré el ritmo pues comprendí instintivamente que podía correrse de inmediato y eso significaría el final de mi aventura erótica. Él protestó y me llamó mocosa estúpida. Elvira también me insultó por entrometida e hizo que me apartase de su novio, quien no estaba del todo convencido de que yo me marchase de allí

A todo esto Águeda se masturbaba escuchando el relato de Juana, que sin dejar de hablar también se daba placer en su vagina. Las dos llegaron al orgasmo de pura excitación y el relato se vio interrumpido. Águeda se sintió bastante avergonzada después de lo sucedido y también creyó que Juana tenía el mismo sentimiento. Días más tarde lo hablaron como dos buenas amigas y Juana dijo a mi mujer que no acabaría de contarle lo que le sucedió con Iván y Elvira, pues no la creería. Así que ni Águeda, ni años más tarde yo, supimos nunca que sucedió en aquel desván, pero siempre hemos pensado que algo muy fuerte. Un par de años después un capítulo nuevo en la vida sexual de Juana vino a perturbar la inocencia de la joven Águeda. Fue en la fiesta de graduación del instituto donde estudiaron. Águeda y Juana se divertían bailando y bebiendo ponche poco cargado. Juana creía tener ascendencia sobre Águeda e iba de mujer fatal que lo sabía ya todo. Dos compañeros de estudios se acercaron a ellas, de los cuales Águeda no recordaba el nombre cuando me contó la historia.

Los dos chicos eran guapos y atléticos, admitió mi mujer, y todas las chicas del instituto estaban locas por alguno de los dos, pero quizá no todas estaban dispuestas a mantener una relación sexual precoz con ellos. Los dos estaban animados durante la fiesta y se acercaron a probar suerte con Juana y Águeda. Pronto comprobaron que la más accesible era Juana, quizá por el ponche y por creerse más experta con los hombres que su amiga. Audazmente Juana les propuso a ambos que la acompañaran al cuarto de baño de las chicas. No se lo podían creer, ni tampoco Águeda, a la cual le toco hacer el favor de vigilar desde la puerta por si venía alguien. Juana se metió dentro con sus dos compañeros. Águeda pronto escuchó gemidos y frases de admiración como "¡ fíjate amigo, que pedazo de tetas tiene esta tía! o ¡muy bien nena, sigue masturbándome de ese modo! Águeda esperó un rato más y nunca supo hasta donde llegaron porque las palabras provenientes del reservado se acabaron aunque continuaron los gemidos. Cuando la puerta se abrió primero salieron los chicos.

Sus piernas temblaban, iban despeinados y con los faldones de la camisa por fuera. Uno iba con la mirada perdida y el otro dijo a Águeda "Tu amiga vale un millón". Luego salió Juana. Su rostro era desafiante. Llevaba el maquillaje corrido, pero su porte era digno. Su falda beige arrugada presentaba una enorme mancha húmeda, al igual que unas gotas espesas de un líquido en sus bonitos zapatos de fieltro azul. Águeda no quiso pensar de que se trataba, pero se lo imaginó, más aún cuando vio que su amiga llevaba una gota de lo que parecía semen en la comisura de los labios. Águeda se lo advirtió como buena amiga y Juana hizo desaparecer ese caldo de sus labios pasándose la lengua golosamente. Las dos amigas no hablaron del incidente. Después de eso Juana conoció a Ferrer y Águeda no supo mucho más de sus posibles correrías eróticas, aunque verdaderamente le pareció que Juana se volvió una mujer como cualquier otra, respetuosa y fiel a su pareja.

Continuará