Sexo con un joven. Una experiencia frustrante

La situación inició bastante bien... hasta que se quedó dormido.

Sexo con un hombre joven, una experiencia frustrante.

Dicen que la vida empieza a los cuarenta. No sé para otras mujeres, pero en lo personal, a mis cuarenta recién cumplidos me encuentro satisfecha con el estilo de vida que llevo actualmente. Soy una mujer libre, vivo sola, ejerzo mi profesión, no tengo hijos y he tenido la oportunidad de viajar. Creo que por estas razones mucha gente piensa que los hombres hacen fila en mi puerta para entrar a cogerme. ¡Nada más lejos de la realidad! Soy mujer de un sólo hombre y me gusta serle fiel a mi pareja en turno. ¡Claro! A estas alturas de mi vida lo que menos pretendo es darme baños de pureza.

A mi edad puedo darme el lujo de ser selectiva con aquellos hombres quienes desean salir conmigo porque es obvio que no serán relaciones platónicas (o tal vez sí, como diría mi amigo: "Te lo echaste al plato…"). Se me acercan jóvenes y maduros, y con todo respeto, jovencitos, las peores experiencias sexuales que he vivido han sido con hombres quienes no rebasan los 25 años. Y aun cuando les digo que escojo con quién acostarme, también es cierto que he tenido tropiezos producto de mi cachondez, lo acepto, aunque no sea con tanta frecuencia, de verdad.

Recuerdo un suceso en particular con un estudiante de Derecho. Por equis razones terminé en una fiesta que organizaron mi mejor amigo y los compañeros de José, el joven en cuestión. Él ya estaba tomado cuando empezó a coquetear conmigo en la fiesta. De ahí nos fuimos en un VW a una boda y por supuesto, él siguió tomando. Se acaba la recepción y el dueño del VW empezó a repartir gente a sus casas. Íbamos 6 personas en el auto, José y yo en la parte de atrás junto con mi amigo y otro muchacho, y como él iba recostado en mi regazo aprovechaba para meterme mano debajo de la falda. Decidí que para no atraer la atención de sus compañeros y no quedar como la vieja rabo verde, lo mejor era permitir que sus dedos se pasearan por mi pantaleta con la mayor discreción posible, ya que el interior del carro estaba oscuro y con tanta gente dentro, resultaría más difícil que se enteraran si lo dejaba hacer a que si le ponía un alto. Así que, sin que pudiera impedirlo de pronto ya tenía sus dedos hurgando en mi vagina y acariciando mi clítoris. En la penumbra alcancé a ver cómo se llevaba sus dedos a la boca para meterlos de nuevo en mi hoyito y ya no pude evitar el excitarme. Disimuladamente levantaba mis caderas y abría lo más que me era posible las piernas para que José pudiera maniobrar con facilidad. Captó mi mensaje y metió sus dedos lo más que pudo. Reconozco que sabía usarlos con habilidad deslizándolos desde mi clítoris hasta mi vagina y luego introduciéndolos en mis paredes húmedas. Acariciaba mi botoncito oprimiéndolo suavemente, moviendo sus dedos alrededor de él y luego de arriba hacia abajo. Sentí cómo lo acariciaba con la yema de los dedos y yo respiraba por la boca cuando aumentaba el ritmo en mi botón del placer y casi jadeaba cuando se detenía. Ya estaba empapada e incluso rozaba mis pezones parados con mi antebrazo. Lo más que hacía era presionar su brazo para que continuara su labor en mi entrepierna.

Llegamos a mi departamento y él se ofreció a acompañarme a la puerta con el pretexto de que eran cerca de las cinco de la mañana, pero al abrir el tipo se adelantó y de súbito ya estaba dentro manoseándome toda. Yo había pensado que en cuanto se fuera me iría directo a mi cama a masturbarme, porque en realidad estaba demasiado caliente y no quería quedarme a medias, pero ya lo tenía ahí, con sus manos sobre mis pezones y besando mi cuello. Lo llevé a mi recámara, nos desvestimos, nos dejamos caer sobre la cama y de inmediato se montó sobre mí para penetrarme. Tenía una verga más bien chica aunque de buen grosor. Saqué su pene de mí y me bajé para darle unas buenas chupadas porque me encanta comerme mis jugos cuando están embarrados en el pene de mi pareja. Cambiamos de postura: ahora fui yo quien se montó sobre él y empecé a cabalgarlo con furia, acercando mis pezones a sus labios para que los mamara. Los mamaba con fuerza desmedida y más de una vez tuve qué decirle que me estaba lastimando, porque hay dolores muy placenteros que me encantan, pero sus chupadas de verdad me provocaban más dolor que placer. De pronto, ¡oh, sorpresa! El supuesto joven impetuoso, todo hormona, desatado y dispuesto a todo en la cama… se quedó dormido. Mi frustración y coraje no pudieron ser mayores. Me saqué su verga medio flácida de mi panocha y me recosté intentando dormir.

Estábamos acostados de lado cuando siento que su pene se vuelve a parar y sus manos ya estaban de nuevo en mi puchita. Levanté una pierna para que me lo pudiera meter mejor y aproveché para acariciar mi culo con mis dedos. Él, entrando y saliendo de mi vagina y yo metiendo y sacando mis dedos del ano. Estaba a punto del orgasmo cuando ya saben: se vuelve a dormir. Bruscamente saqué su verga de mí e intenté despertarlo para que se fuera de inmediato de mi departamento. Imposible, el tipo estaba como muerto, no podía ni bajarlo de mi cama. De rato resucita e intenta tocarme pero se lo impedí, y lo que hice con toda la maldad del mundo fue que me tendí boca arriba, abrí las piernas y separando mis pliegues empecé a masturbarme delante de él. José me veía intensamente sin despegar la mirada de mis dedos que se movían con rapidez sobre mi clítoris. Cuando sentía que estaba a punto de venirme retiraba los dedos de mi botoncito y los lamía lujuriosamente. José quiso aprovechar esas pausas para tocarme pero le quitaba sus manos de mi cuerpo y continuaba dándome dedo. Si bien es común que acompañe las sensaciones con gemidos, definitivamente esa mañana exageré cuando sentí el orgasmo con las contracciones musculares. Él sólo me observaba callado. Me quedé unos momentos recuperándome sobre las sábanas, luego me incorporé y me planté frente a él desnuda y satisfecha. "Son las once, ¿ya te vas?" lo inquirí molesta, bueno, más que enfadada, más bien con ese aire de suficiencia que sientes cuando sabes que no dependes de alguien para conseguir algo en particular. Asintió, se levantó, se vistió en silencio, lo acompañé a la puerta y le dí un beso despectivo en la mejilla. Sin decir media palabra salió de mi departamento y se fue.

Yo estaba ahí de pie, en cueros, con las manos en la cintura y experimentando sentimientos encontrados, cuando de pronto siento una punzada cerca del pezón izquierdo: un chupetón… Si llegué a sentir algo de ternura por el chico, en ese momento se desvaneció dando paso a la rabia. No hay cosa más adolescentemente vulgar, que dejar el cuerpo de la pareja marcado con chupetones. Eso lo había vivido hacía poco más de veinte años antes y a mis cuarenta andar con un morete en un pezón no es cosa de risa, al menos para mí.

Pese a que sexualmente me sentía bien, porque es un hecho que no es la misma excitación cuando me masturbo estando sola que cuando lo hago para alguien, en mi fuero interno estaba incómoda conmigo misma porque José me daba pena y porque esta experiencia me dejó mal sabor de boca. Yo siempre había pensado que lo peor que me podría pasar al hacer el amor era que el hombre se quedara dormido estando conmigo. Golpes al ego, ya saben, porque puedo decirles que soy buena en la cama y puedo jactarme de que han habido hombres que por motivos que no vienen al caso, cambian su lugar de residencia a otras ciudades y sin embargo vienen a la mía y me buscan para que yo les haga el amor y honestamente esto es muy gratificante, me hace sentir bien. En cuanto a José, después de lo ocurrido es obvio que jamás repetí un encuentro sexual con él. Y jovencitos, con todo respeto, no se vale culpar al alcohol por el pobre y lastimoso desempeño en la cama de este chico, porque también he cogido con hombres ebrios de hasta 55 años y ha sido el mejor sexo que he tenido en toda mi vida. Tampoco estoy diciendo que con todos los jóvenes pase lo mismo, será que he tenido mala suerte con hombres menores que yo. Espero les guste a ustedes, porque a mí no me agradó para nada. Les mando un beso.