Sexo con mi socia
Por primera vez desde que nos conocemos, mi socia, una gótica deliciosamente sensual, tenemos sexo, y de qué manera. En el despacho, con hambre y un ansia desmedida, desde una buena mamada a llenarla de semen.
Nota: (esto no pretendía ser un relato tanto como notas de un sueño... pero aquí esta en su forma de relato. Espero que os guste. Creo que habrá más, y, espero que mejor. Disfrutadlo).
El viernes languidecía, con la luz menguante de un atardecer de niebla y lluvia por caer. Me encontraba en mi oficina, un espacio diáfano, con grandes mesas donde trabajaban mis machacas, y dos escritorios juntos donde mi socia y yo desempeñábamos nuestra parte.
La conocía desde la universidad. Era una mujer menuda, de metro cincuenta y cinco, pecosa, divertida, de ojos profundos y sonrisa abierta y sincera. Era divertida y una de mis mejores amigas. No tenía mucho pecho, pero sí un trasero hermoso, piernas firmes y unos delicados labios voluptuosos que siempre me cautivaron.
Hubo un momento en que me retiré del ordenador, haciendo rodar la silla de despacho, y me presioné los ojos.
— ¿Cansado? —preguntó la dulce voz de Leonor.
—Bufff, un poco, la verdad —repliqué.
La verdad era que habíamos estado trabajando intensamente incluso después de que los machacas se fueran. Justo acababa de terminar el informe que nos reportaría unos buenos beneficios de cara a un cliente importante.
—Pero acabo de terminar. Y creo que necesito una cerveza.
—U otra cosa…
Parpadeé confuso. Leonor no solía insinuárseme nunca. Vale, le tenía unas ganas terribles, pero ella tenía su vida —de la que, como mejor amigo, estaba más que enterado—, y yo normalmente tenía alguna compañera de cama y con eso nos bastaba. Supe que en algún momento de la carrera estuvo colgada de mí, y a mí siempre me había gustado, pero nunca coincidimos activamente. Y ahora, se insinuaba claramente. Sus ojos me miraban con hambre más que manifiesta.
—Leo, yo… ehm…
Ella se rio, de nuevo esa risa fresca que tanto me gustaba, campanilleante, de alguna forma que me llegaba.
—Ya, ya, ya, pero la cuestión es que llevo tres semanas sin parar de trabajar, el último chico con el que he estado huyó hace cuatro, y tengo un calentón de mil demonios desde hace días. Y necesito echar un polvo. Y en contra de todo lo que dice el sentido común… se me apetece echártelo a ti. Sabes que siempre me has gustado, estoy cansada, lo necesito y ya me he cansado de esquivarnos en este aspecto. Dime que no lo has pensado…
La miré. Se había dado la vuelta en su silla. Llevaba botas de cowboy negras, medias negras hasta medio muslo, falda negra y camiseta también oscura, rememorando sus años de gótica de la universidad. En las manos llevaba mitones de rejilla y el cabello sujeto en dos cocos. Un aspecto algo de lolita de anime.
—Joder, leo, sabes que sí lo he pensado, de sobra, pero no sé si…
—A la mierda las buenas ideas —dijo, y se levantó. Fue hasta la puerta, la cerró con llave, apagó las luces y la estancia quedó iluminada simplemente por varias de las lámparas de mesa y una de pie que teníamos detrás.
Se dio la vuelta, y empezó a quitarse ropa. Siempre me asombraba el desparpajo y la naturalidad con que era capaz de hacerlo. Ya la había visto desnuda antes, en mi casa o en hotel, en distintas circunstancias, pero nunca había pasado la cosa de ahí.
Vi su cuerpo blanco y atrayente, con sólo un mechón oscuro en su pubis delimitando esa zona de placer. Sus pequeños pechos enseguida endurecieron sus pezones rosados, golosos y sobresalientes como pequeños montículos de rosa. Se acercó hasta mí moviendo las caderas. Mi entrepierna lucía una brutal erección casi mareante que me apretaba los vaqueros atrozmente.
Para mayor inri vi cómo esa pequeña y deliciosa mujer se relamió los jugosos labios y se abalanzaba sobre mí sólo vestida con las medias negras —que sea tu mejor amiga quiere decir que además conoce tus fetiches—, y se sentó a horcajadas. Con sus manos acunó mi rostro y me besó profundamente. Habíamos tonteado alguna vez, e incluso nos habíamos morreado con alguna tonta excusa en todos los años que nos conocíamos. Pero esta vez fue distinto. En lugar de una excitación superficial y un beso con lengua furtivo, las lenguas jugaron profundamente, los labios se mordisquearon con varios años de agravio en deseo. Esta vez no teníamos que comedirnos. Esta vez dejaríamos hablar al hambre acumulada. Ya era hora.
La levanté sin esfuerzo, y la tumbé en la mesa alargada que teníamos para reuniones. Recorrí toda su boca con la lengua, la escuché gemir. Bajé por el cuello hasta su pecho, y tomé posesión como siempre había deseado, de sus pezones que se me antojaron deliciosos. Los mordisqueé probando, pues sabía que le gustaba el sexo duro. Mordí con fuerza, y ella respondió arqueando el pubis y la espalda, gimiendo y murmurando “ sí, muerde, muérdemelos”. Su mano me atraía más hacia los pechos, y yo me nutrí de ellos, de su excitación. Mi mano izquierda descendió entre sus piernas y empezó a juguetear con esos labios vaginales que estaban totalmente humedecidos y hambrientos. Bajé, lamí su ombligo con ansia por seguir bajando, hasta que lo hice, me volví a colocar y lamí sus muslos antes de atacar la más deliciosa de las partes que ya exhibía su excitación con jugos transparentes y deliciosos. Despacio, los separé y empecé a lamer lentamente. Mordisqueé los labios mayores, los menores que eran de tamaño medio y, cuando se juntaban, parecían un apetitoso bivalvo. Estaba ardiendo. Metí mi lengua en su interior y ella se agitó más, recorrí su clítoris y tal era su necesidad que en un par de lamidas se corrió (era extremadamente multiorgásmica), y seguí haciéndolo. Levanté sus piernas y lamí su ano, separando sus nalgas un poco. Eso pareció volverle loca y pidió más.
—Joder, fóllame, fóllame ¡ya! —exigió.
Pero ella también conocía mis gustos, y sabía que yo era un mandón de mucho cuidado. Cosa que ya matizaré en alguna otra ocasión.
—No. Llevo mucho tiempo quiero follarte, Leonor, pero antes me la vas a chupar con esa boquita que tantas veces he imaginado que lo hacía.
Gimió al ver que me movía. Saqué mi polla de mis pantalones, y me acerqué a ella que seguía tumbada en la mesa. La levanté despacio, sus tetas se movieron, provocándome, y se puso de rodillas. Sin disimulo, con hambre, cogió mi miembro con su blanca manita de largos y rosados dedos, y se lo metió en la boca. Chupó el prepucio y me miró con sus grandes ojos negros.
—Vaya polla te gastas… tus novias no exageraban… —dijo antes de volver a metérsela en la boca y chupar con fruición.
Me la empezó a ensalivar entera. La lengua subía y bajaba, y ya rezumaba, mezclando su saliva con mis propios fluidos. Bajó hasta mis testículos y se los metió en la boca lamiéndolos y succionando progresivamente sin dejar de chupar. Bajó más la cabeza, subiendo mi escroto y lamiéndome el perineo como sabía que me gustaba —se ve que había hablado y mucho con alguna de mis parejas—, y después volvió hasta meterse más de la mitad de mi miembro en la boca, aunque no podía tragarlo entero. Su cabeza se movía rítmicamente, y yo sabía que si seguía me iba a correr, y, aunque me encantaría ver su carita llena de mi semen, y éste rezumando de su boca, prefería hundirme dentro de ella y aliviar esos casi quince años de ganas de hacerlo.
Le toqué la cabeza.
—Levanta, sube a la mesa, Leonor, que te voy a follar como has pedido, porque las ganas no son ni normales.
Ella sonrió, limpiándose la boca de saliva y flujo pre seminal.
—Sí, hazlo, porque tengo unas ganas locas…
Se subió a la mesa y sus piernas me acogieron. Me hundí en su interior, furiosamente. Sentí sus paredes vaginales palpitar cuando al quinto embate se corrió otra vez. Se apoyaba en la mesa, sus pechos miraban al techo, y yo seguía penetrándola con fuerza, bombeando rítmicamente como si no hubiera un mañana.
—Sigue, sigue, más, fóllame más… —gemía mientras me hundía cada vez más.
Sentí un líquido caliente en mi cadera. Se había corrido de tal manera que había eyaculado. Gritaba, ahora de la intensidad con que la estaba follando. Se tironeaba de los pezones, me arañaba el pecho.
Quería probar tantas cosas con ella… ufff… ese no iba a ser nuestro primer y último polvo. Para nada. Habría más, y mejor. Pero ahora, tocaba lo que tocaba: paré un momento, ella abrió los ojos. La atraje hacia mí por el cuello y clavé mis ojos en los de ella.
—Ahora me voy a correr y te voy a llenar, Leo, y vas a gritar como una zorra.
—Sssiiii… —dijo mientras sentía palpitar su cuerpo entero esperando otro brutal orgasmo que la habría de recorrer entera.
Y fueron cinco. Cinco embates con toda la fuerza y el ansia de que era capaz lo que hizo que me corriera, volcando todas las ganas que tenía de llenarla de mí. Espesos chorros de semen llenaron su interior, ardiente, danzando alrededor de mi polla y colmándola. Ella se agitó, se abrazó a mí y me arañó mientras se corría con fuerza y espasmos tan fuertes que hicieron que casi volviera los ojos y le costara respirar. Se apretó contra mi pecho mientras seguíamos unidos por la carne, recuperando el aliento.
De pronto hizo algo que me la volvió a poner dura. La sacó, se puso de rodillas, y me la chupó otra vez, lamiendo todo el semen que en ella quedaba y sus fluidos incluidos. Y aquello me excitó tremendamente. La noche prometía ser larga.
Decidimos salir a cenar, y cuando ella volvió a vestirse, cuando salimos a la calle, aún tenía mi semilla dentro de sí, mientras nos cogíamos de la mano.