Sexo con mi madura casera
Mi calentura por mi casera me hizo ser infiel a mi novia...
Ahora que ha llegado de nuevo el calor, me viene a la memoria lo que me ocurrió el año pasado. Soy un lector habitual de esta página de relatos y puede que lo que cuente no resulte tan picante como lo puedan ser otros relatos más excitantes, aunque claro, esto que voy a contar es real. Tampoco hay personajes con físicos espectaculares, pero a mí me resultó una experiencia muy gratificante y novedosa, así que espero que haya alguien a quien le guste.
Aclaro que soy un chico de 28 años. Llevo con mi novia unos tres años. Es una persona a la que quiero mucho, como podréis imaginar. Nunca pensé que llegaría a serla infiel. Y menos con la persona con quien lo fui, claro. Pongo antecedentes: tuve que mudarme por motivos de trabajo y estuve varios meses sin ver muy a menudo a, pongamos que se llama así, Olga. Si en invierno resultó difícil, cuando llegaron las altas temperaturas, las piscinas, las chicas con menos ropa, imaginaros.
Yo mido más de metro ochenta, soy moreno y delgado. He de reconocer que no tengo demasiado éxito con las mujeres. De hecho, los motivos de estar con Olga no se debieron a que la atrajera físicamente. No es que sea feo, pero no ayuda no tener un físico más trabajado ni que me cueste demasiado acercarme a conversar con las chicas. Así que un servidor no sabe muy bien lo que significa resultar atrayente para el sexo femenino.
Por eso me resultó chocante que en mi nueva ciudad mi casera no me quitara el ojo de encima. Al principio creí que era porque era una señora que se metía en cualquier cosa. Pero luego descubrí que se le iban los ojos a ciertas partes, que me hacía diversos comentarios picantes... En fin, cosas que con otros hombres no la veía hacer. Esta mujer, pongamos que María, era casada y estaría entre los cincuenta y sesenta años, tres hijos, más bien baja, no llegaría ni al metro sesenta y cinco. Rellenita, ancha de caderas, aunque no obstante agradable porque tenía una bonita cara. Además tenía un trato muy cordial conmigo.
Si durante los primeros meses me pasó desapercibido lo que he comentado antes, en verano con eso de la piscina o de andar con menos ropa, pues vi con claridad que me comía con la mirada. Sé que era una mujer mayor, mucho menos atractiva que mi novia o que cualquier mujer objeto potencial de mis deseos sexuales, pero el saberme deseado me gustaba y halagaba. Nunca pensé, eso sí, que pasaría de ahí.
Ya que ella estaba tan pendiente de mí, yo empecé a tener pequeños descuidos cuando me sabía vigilado. No cerraba la puerta en la zona de las duchas, salía con la toalla anudada para volver a mi piso en vez de llevarme la ropa (aclaro que casi siempre estaba en la piscina comunitaria solo y que ella me observaba desde su casa, donde tenía visión de la piscina y también de mi propio piso), me paseaba por casa en gayumbos, cosas así.
Una noche hacía mucho calor. La casa estaba insoportable, así que me fui a la piscina. Todo parecía a oscuras, pero yo sabía que María estaba en su casa, aunque las luces estuvieran apagadas. Entonces fingí que creía que estaba solo y me quité el bañador, nadando completamente en bolas. Me empalmé yo solo. Podía pillarme cualquier persona y María me estaba mirando, seguramente que más que interesada. Me daba vergüenza salir del agua, pero se suponía que no había nadie.
Así que salí con la polla tiesa. Tampoco aquí soy un ejemplar de macho con treinta centímetros de carne, pero en aquel momento puedo asegurar que la tenía a tope. Me fui a la ducha porque no sabía qué hacer ahí en la toalla. Pero me fui a la ducha de la propia piscina, no la de los vestuarios comunitarios. Estaba fría, pero el chorro era fuerte. No había mirado en todo momento hacia su casa, pero me dio morbo hacerlo. Lo mismo ella ni se había dado cuenta de mi momento atrevido. Qué va. Al mirar hacia su ventana, advertí una luz roja.
Rápidamente miré hacia otro lado, pero no cabía duda. ¡Aquella señora me estaba grabando en vídeo! Mi rabo estaba que reventaba, ya no podía más. Comencé a acariciarme como quien no quiere la cosa, pero mi pene pedía más y más roce. Vamos, que acabé con el puño arriba y abajo a lo bestia, enseñando y ocultando mi glande al vídeo de mi querida vecina para que viera cómo me masturbaba. El semen no tardó en llegar, una corrida brutal.
Ya con el pene flácido, como me suele pasar, llegaron las vergüenzas y fui a por mi bañador. Lo de aquel día me hizo más desinhibido con María, aunque al mismo tiempo me hizo romperme la cabeza con la posibilidad de poder tirármela, no sólo era ella la que me comía con los ojos, sino que empecé a empalmarme con sus camisetas de tirantes, sus escotes pronunciados y aquel par de domingas considerables. Le miraba las pantorrillas, su considerable culo...
Ya en casa los calzones habían quedado olvidados. Me paseaba en bolas, vamos. Y mis pajas no se producían en el baño o con las puertas cerradas. Le daba continuamente material a María para su vídeo. Pero pasaban los días y ya aquello de masturbarme no tenía tanta gracia. Debía ir un paso más allá. Memoricé sus horarios y costumbres y vi que por las tardes, a la hora de la siesta, ella solía darse un bañito con aquellos sugerentes bañadores que marcaban sus redondas curvas. Hacia las cinco se metía en las duchas comunitarias. Esa era la mía.
Cuando se fue a la ducha, bajé a la piscina. Me quité el bañador y esperé a que el agua de la ducha se parase. Entré entonces como si no hubiera nadie. Algo me delataba, si bien era cierto: que la tenía más dura que una piedra. El agua detrás de la cortina me indicó en cuál de las duchas estaba, y para allá fui. Corrí la cortina con fuerza y la sorprendí enjabonándose. No pudo ni taparse. Me disculpé, aunque después de dejar transcurrir unos segundos para que pudiera observarme bien de cerca y sin necesidad de zooms.
Entonces me puse el bañador y esperé a que terminara para disculparme de mejor modo. Salió con su toalla y la asalté con mi mejor cara de preocupación y rubor. Ella me dijo que no pasaba nada, que no sabía que estaba allí. Mi bañador, por cierto, me quedaba un poco ajustado. Era evidente mi erección, pero ahora María se hacía la recatada y no quería mirar. No me atreví a seguir adelante. Eso sí, cuando subí a casa me pajeé delante de la ventana, para que ella supiera lo caliente que me había puesto.
Ya no podía más. Llamé una tarde a su puerta y pregunté si podía pasar. "María, no sé cómo te lo vas a tomar, pero tengo que decirte una cosa. Me excitas mucho. Sé que estás casada, pero te deseo con locura". Entonces me vino con pretextos y con miedos. Me cabreó mucho ver lo falsa que era. "Sé que me grabas, sé que yo también te gusto". No pude evitarlo.
Y la besé en la boca, beso al que ella opuso resistencia. También quitó mis manos de sus pechos y trató de mostrarse indignada. "Sé que te gusta, que lo estás deseando", pero ella se oponía y se resistía, cada vez alzando más la voz. Vamos, que me los estaba poniendo de corbata y me veía incluso denunciado por violación. Hice el último intento y agarré su mano y se la puse en mi paquete. Trató de quitarla, pero yo la metí dentro del bañador. Tras los primeros intentos por apartarla, por fin me acarició los testículos.
Volví a besarla y aparté mi mano de la suya. No la quitó. Me seguía acariciando el paquete, ahora subiendo por mi pene. "Sabía que te gustaba, puta". Y me la comí a besos, desesperadamente, no creo que le haya besado a ninguna mujer con tanto deseo como a María. Y ella me devolvía los besos con igual entrega, abriendo y cerrando la boca, juntándonos las lenguas que parecía que nos queríamos comer el uno al otro.
Mis manos se perdían primero sobre su camiseta escotada, pero luego buscaba su canal y su carne. El nacimiento de sus pechos prometía mucho, pero quería más. Le quité la camiseta y quedó a la vista su aparatoso sujetador. Le magreé los pechos y por fin le quité el cierre a aquella prenda, quedando sus pesadas y algo caídas tetas a mi alcance. Su tacto era suave, y sus enormes pezones me pusieron a cien. Los chupaba, mordía, apretaba. Y ella jadeaba como una zorra y sin dejarme de masturbar. De hecho, estaba a punto de correrme.
"Chúpamela, maldita zorra". Y ella me bajó el bañador y se arrodilló. Estaba muy caliente y se metió mi chupachups de un golpe. Mi polla estaba muy lubricada y ella paladeó todos mis jugos. Le gustaba mirarme y hacer ruidos con su boca mientras me la mamaba. Era una auténtica profesional. No tardé ni dos minutos en correrme en su boca. Ella se lo tragó todo. "Mmm... Como me pones, cabrón. Menudos dedos me he hecho viéndote masturbar. Te quería comer esta polla, no sabes cómo".
Le subí la falda y la hice sentar en el butacón. Sus bragas negras no eran demasiado bonitas, pero se las quité y me quedó a la vista su coñazo negro y abierto, pues se había abierto de piernas. Tenía mucho pelo y estaba caliente. No dudé en abalanzarme sobre ella y le busqué los labios vaginales. Con dos dedos abría paso a mi lengua, que limpió sus flujos con deseo. Me estaba comiendo un coño que quizá no era utilizado en muchos años. Me puso a cien el pensamiento. No pensaba en la edad de esa señora ni en que podía incluso resultar una vista repugnante para alguien que no estuviera tan cachondo como yo. Pero aquel chocho no podía resultarme más apasionante. Y más cuando ella no paraba de gemir y retorcerse de placer.
Cuando conseguí arrancarle el cuarto o quinto orgasmo (estuve dale que te pego chupándole y metiéndole varios dedos en su gruta, trabajándole el enorme clítoris), mi erección era mayor incluso que antes. "Te quiero follar". "Métemela, quiero sentirte dentro". Ella se acostó más y me tumbé sobre ella. Sus pechos se aplastaron con mi peso, su carne caliente rozando la mía, sus muslos enormes debajo de los míos, su coño haciéndole hueco a mi verga, que entró como la mantequilla mientras le estrujaba los pechos.
Mi mete y saca era frenético, así como sus gritos. Mi culo bajaba y subía, y María se retorcía para sentir mi polla del mejor modo o desde todos los ángulos posibles. "Ponte a cuatro patas". Y se puso. La visión de su enorme culo volvió a motivarme. Se la metí en la vagina y en el espejo veía cómo sus ubres se balanceaban de un lado para otro. Mi mano los buscó, pero estaba tan desatado que quería más y no me sentí agotado tras correrme dentro del coño de María.
Estábamos sudados y creo que ella agotada, pero busqué su ano y comencé a chuparlo. Ella me preguntaba qué hacía, pero se dejaba hacer. Un dedo, dos, tres, mi polla no del todo dura aún, aunque la dirigí a aquel agujero estrecho. Ella no se resistió, pese a decirme que no le gustaba que le dieran por culo. Cuando mi glande se introdujo dentro, la presión y el contacto con esa cavidad me la pusieron de nuevo como una estaca. Sin contemplaciones, se la clavé. Tanto a ella como a mí nos dolió un poco, pero tras pararme un poco y adaptarnos, volví a darle por culo. Al poco tanto ella como yo veíamos las estrellas de placer. Se hizo un dedo impresionante, noté cómo su cuerpo entero tembló del orgasmo que tuvo, y mi tercera corrida fue tan abundante como la primera.
Estuvimos los dos meses que me quedaron allí destinado follando como monos en los más diversos lugares y posturas. Ella se sentía como una puta y yo como su chulo y de verdad que no he disfrutado del sexo tanto como aquellos meses. Eso sí, cuando volví a estar con Olga llegaron.