Sexo amoroso con Ik-Batehh-Suim...
Encuentro sexual de dos enamorados. No busquen sexo explicito. Dirigido a personas especiales y románticas como ella...
Sin saber cómo, me vi de tu mano, morena preciosa de nombre tan extraño, paseando por aquellos parajes increíbles de los bosques próximos a tu aldea.
Ik-Batehh-Suim.
Me habías repetido varias veces tu nombre hasta conseguir repetirlo torpemente.
Aquel nombre tan especial, Ik-Batehh-Suim que según te había contado tu madre, significaba, en aquel ancestral dialecto: “La diosa del verdadero amor”.
Tardé minutos en acostumbrarme a él... Ik-Batehh-Suim, Ik-Batehh-Suim, Ik-Batehh-Suim...
Lo repasaba en mi mente para acostumbrarme a él, mientras nos mirábamos sin articular palabra.
Los cientos de flores nos saludaban con su olor, su color y su originalidad mostrando un respeto inusitado a nuestro iniciado amor. Tus fieles mascotas, Ali-Kui y Chipu-Pabbo corrían unas veces delante y otras detrás. Estaban contentas, pues intuían de su dueña y señora, esa sensación tan placentera de sentirse enamorada.
Nosotros dos nos mirábamos constantemente, llegando incluso a tropezar al no darnos cuenta de piedras y obstáculos, de aquel bello sendero.
Apenas nos hablábamos, nuestras miradas estaban siempre cara a cara, casi sin pestañear.
Sentir tu mano entrelazada a la mía, me hacía temblar de emoción y recuerdo que no dejaba de sentir tu aroma, un aroma especial mezcla de canela, flor de azahar, un aroma cálido y encantador que me hacía sentirme el hombre más feliz del mundo.
Tú aroma Ik-Batehh-Suim, es único, jamás mis fosas nasales habían aspirado tan sensual fragancia, que sorprendentemente era tu aroma natural.
Llegamos a un claro del bosque, el sol en lo alto, con una ligera brisa. Nos tumbamos. El sol acariciaba nuestros cuerpos.
Tu cabeza, alojada en mi hombro.
Era la persona cuyo corazón albergaba el máximo de felicidad en aquel paraje salvaje al margen de toda civilización.
No sé, de dónde salió, pero recostados en el suelo saboreamos miel. Quizás las abejas entusiasmadas por nuestro amor, nos trajeron una ofrenda.
Nos manchamos las manos al darnos tiernamente de comer recíprocamente, yendo finalmente a un riachuelo a lavarnos. Allí de rodillas ante el agua sonreímos.
Aún no habíamos cruzado ni una sola palabra. Te ayudé a levantarte, me diste las gracias con tu mirada.
Volvimos a nuestro refugio de amor.
Nos recostamos otra vez en el verde prado lleno de flores amarillas, con muchísimo diente de león. Me pediste con esos bellos ojos de princesa de cuento, recostarte en mi hombro derecho.
Tu mano derecha se entrelaza con la mía en mi pecho desnudo, por la camisa desabotonada, lleno de vello que te pedía y necesitaba de ti.
Al mismo tiempo que teníamos las manos entrelazadas, dos de tus dedos jugaban con mis vellitos rizados del pecho.
Alzaste la mirada para mirar nuevamente mis ojos.
Allí estaban esperándote.
Bajé un poco mi cara y tú alzaste la tuya.
Después de unos larguísimos segundos, nuestras bocas se juntaron en un beso suave, romántico y cálido. Primero y único.
Jamás me olvidaré de él.
Nuestro primer beso es y será un valioso tesoro en mis recuerdos.
Nos dimos decenas de pequeños besos a cual más necesario e ilusionante que el anterior por nuestros rostros.
Como tiernos e inexperimentados adolescentes no dejábamos de besarnos.
Primero yo, luego tú me correspondías.
Besaba tupelo. Tú el mío.
Besaba tus cejas y tus sienes. Tú las mías.
Besaba tu mentón y tu nariz. Tú los míos.
El calor y la incipiente pasión nos llevaron de nuevo al río, para refrescarnos.
Me ayudaste a desnudarme, muy despacio, con mimo, amor e inocencia.
A pesar de mi presumible inercia, fui incapaz de corresponderte.
Tú aunque más joven, obraste de maestra.
Cogiste mis manos y las llevaste a tu cuerpo.
Aún sin mediar palabra ayudaste a mis torpes dedos a empezar a desvestirte. Verte desnuda fue una sensación indescriptible.
Esos maduros bellos pechos fueron una auténtica visión.
Tus formas glamorosas, tu desnudo bajo el agua, todo tu ser, aquel cuerpo que pedía entregarse, todo ello, excitaba mucho antes mi mente que mi cuerpo.
Estaba enamorado de todo lo tuyo, primero, tu mirada, luego tu sonrisa, luego tu ser interior, tu bondad, ahora tu bella y sensual desnudez.
Cogías agua entre tus palmas y cuál Bautista, me refrescabas desde la cabeza.
Acariciaste mi espalda amorosa y tiernamente.
Te volviste, invitándome a que tú lindo y maravilloso posterior, fuese refrescado por mí, en amorosa correspondencia.
Toqué ligeramente con mis torpes dedos tu cuello, tus hombros... Sensación única de amor.
Toqué tu espalda...Sensación increíble e inolvidable, como aquel beso previo en el prado.
Tus manos me llevaron a tus caderas suntuosas e inevitablemente sentí un escalofrió en mi estómago, en mi corazón y en mi alma al mismo tiempo.
Tus increíbles glúteos tersos, durísimos y dignos de ser musa de artista, bajo el agua eran otra imagen que me impactaba y me dejaba sin saber qué hacer.
No sabía qué decir, solo mirarte sin parpadear.
Te diste cuenta de mi situación, de mi trance, de mi paralización.
Me cogiste la mano, salíamos del agua y me llevabas guiándome a nuestro reposo verde, allá en aquel sensual cobijo que haría de manto en el que nos amaríamos durante las próximas horas.
Mientras la sensación del agua fresca en nuestros cuerpos desnudos se tornaba a sudor de amor, comenzaste tú, no podía ser de otra forma, aquel primer ritual único de amor físico que conectaría nuestros maduros cuerpos.
Si, somos maduros, aunque yo bastante más que tú, mi linda amada.
Cerré los ojos. Tu boca me lleno de amor, mientras aquel primer gran beso de amor profundo, iniciaba el cortejo de sexo romántico que sin palabras ambos decíamos necesitar.
Nuestras manos se soltaban, acariciaban todo rincón, salvo aquellos...
Nuestras respiraciones oscilaban acompasadas pero también inquietas y alteradas por el incremento notable de nuestras palpitaciones.
Nuestros cuerpos pegados pero aun no fundidos del todo pedían más.
Tus pechos clamaban caricias, se las di.
Mis manos ya respondían al reclamo amoroso.
Las circundantes aureolas de sus cúspides pedían de mi lengua una caricia. La recibieron con sensualidad y amor.
Finalmente aquellas cúspides oscuras, endurecidas sus rugosidades fueron el centro de atención de mis labios amorosos y deseosos de ti.
Durante minutos y minutos adoré incansablemente aquellos sensuales promontorios de tu torso.
Tu boca volvió a reclamarme.
Nuestras bocas se fundieron en otro beso absolutamente esencial para aquel amor que nos profesábamos en aquella tarde, nuestra primera vez.
Tus ávidas manos ultimaron mi último rincón. Aquella sensación no era sublime, sino mucho más.
Aún sin palabras, me ayudaste a colocarme.
Tu abajo abierta al amor. Yo arriba arrodillado dejándome amar con tus manos.
Tu vientre me llamaba.
Tu boca me llamaba.
Tu sexo resplandeciente, brillante y caliente me solicitaba.
No podía ser de otro modo, llevabas la batuta y mi endurecido sexo gracias a tus sabias manos llegaba despacio pero seguro dispuesto a aplacar mutuamente el calor de nuestra pasión.
Sentir la sensación más gozosa del universo... Así fue.
Nos uníamos despacio, pero firmes.
Finalmente unidos, callados e inmóviles, nuestras bocas pedían unirse nuevamente.
Tus manos y brazos en mi cuello entrelazadas. Mis manos en tus cálidos pechos.
Nuestro sexos unidos, quietos, inmóviles pero sintiéndose. Nos habíamos unido por primera vez.
Nuestras almas lo estaban desde el primer momento al conocernos y por fin, éramos un todo.
El tiempo pasaba y no pasaba al mismo tiempo. El mundo se había detenido para contemplar nuestro sexo romántico.
La pasión estaba, llegaba incrementándose y nos sobrecogía.
Después de un tiempo incalculable, después de acompañamiento y baile lento de amor..., después de iniciado aquel rito de romántico sexo, nuestras respiraciones subían con un énfasis cada vez más acelerado.
Nos mirábamos.
Nuestros ojos hablaban de amor único.
Nuestros corazones acompasados latían ya al unísono hoy para el resto de sus vidas.
Nuestro amor seria eterno, pero nuestros sexos terrenales ansiaban su primer clímax juntos y unidos.
Tu mirada anunció el tuyo, la mía, el mío.
Cerramos nuestros ojos para recibirlos.
Aún callados nuestros cuerpos temblaron como nunca. Ambos lo supimos al instante. ¿Verdad?
El máximo placer nos llegó juntos.
Hubiera sido injusto que no fuese así.
Después de varios minutos de placer único y mientras nuestros corazones bajaban paulatinamente su ritmo, abrimos ambos los ojos al mismo tiempo.
Varias lágrimas amorosas y gozosas saltaban sobrecogidas. Las tuyas resbalando por tu cara, las mías cayendo sobre tu rostro.
Besé las tuyas.
Besaste mi boca.
Gracias..., mi amor. (Dijiste).
Gracias..., a ti, por existir. (Dije).
Fundidos en amor pleno, dormimos plácidamente aquella primera vez, abrazados en aquella alfombra verde de aquel prado, únicos testigos de nuestro amor infinito.
FIN.
(Dedicado a ella...)
PEPOTECR