Sexo adolescente. La primera mamada de mi vida

John jamás había pensado en tener sexo con otro tío, pero cuando Alan, su mejor amigo, comienza a comerle el rabo, se niega a hacerle parar.

Buenas, con este relato comienza una nueva serie que estará llena de pajas, mamadas y folleteo entre chavales, la edad perfecta para descubrir el sexo en todas sus facetas. Este primer relato comienza lento, presentando a los personajes para que los conozcáis, pero tiene algo de sexo en la segunda mitad. Espero que os guste y, como siempre, ¡que tengáis un buen pajote!

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Ahora era yo quien estaba encima de él, con mi trasero sobre su cipote. Noté enseguida que su rabo ya estaba empalmado y listo para la acción, por lo que comprobé que, efectivamente, Alan quería guerra.

Lo tomé de ambas manos y se las puse sobre la cabeza, haciendo presión con mi mano izquierda para evitar que se zafase.

–¿Quieres polla? –le pregunté al notar su rabo duro rozando mi trasero–. Pues vas a tener polla.

Cuatro horas antes

Miré el reloj. El partido estaba a punto de terminar, y el equipo de Alan, mi mejor amigo desde que tengo uso de razón, estaba a punto de ganar la final del torneo. Alan se había apuntado a hockey, cuando apenas sabía sostenerse sobre los patines. No tardó en cogerle el truco y ahora, diez años más tarde, era el capitán del equipo y el tercero mejor en términos de calidad. Al menos, eso era lo que él decía.

Practicar hockey había hecho que ese niño regordete que se cansaba con dos zancadas se convirtiera en lo que era ahora; un chaval de 18 años de 1,68, complexión fuerte, hombros anchos y pectorales y abdominales bien marcados. Su pelo negro como el azabache contrastaba con esos ojos azules del color del cielo, creando una mezcla cuanto menos peculiar. De nariz afilada y labios carnosos, además de ser mulato, era la envidia de cualquier chaval de nuestra edad, y los compañeros del instituto querían, o bien tirárselo, o bien poder tocar ese cuerpo que, a nuestros ojos, parecía esculpido por los Dioses.

Claro que yo tenía una vista privilegiada de Alan. Había sido mi amigo desde que nos conocimos, cuando ambos entramos en infantil; por supuesto, lo había visto desnudo en las duchas del colegio, cuando hacíamos natación, e incluso cuando dormíamos juntos, ya que a ambos nos gusta dormir desnudos. Además, nos habíamos hecho muchas pajas juntos,, cuando descubrimos aquel “pasatiempos” que tanto nos había gustado. Y he de decir que mis compañeros no iban mal encaminados; su herramienta no estaba nada mal. Pero eso algo que contaré más adelante.

Cuando por fin sonó el pitido final, Alan y sus compañeros de equipo se reunieron en el centro del campo para celebrar la victoria. El acto de entrega del trofeo se alargó al menos durante una hora, y cuando por fin terminó, la madre de Alan, Claire, me ofreció ir a su casa a comer con ellos.

–¡Sííí, vente, John! –había exclamado Mike, el hermano pequeño de Alan.

–¡Claro, tío, vente y nos echamos unas partiditas o algo! –había dicho Alan.

Yo sabía que las “partiditas” iban con segunda intención. Lo que realmente quería mi amigo era que nos la cascáramos para celebrar su victoria. Y, para qué engañarnos, después de tres días en los que no había podido siquiera tocarme el rabo, necesitaba descargar. Y qué mejor que con mi amigo de toda la vida. De modo que accedí y fuimos a su casa.

Cuando llegamos, estuvimos en su cuarto vagueando hasta que Adam, su padre, nos llamó para comer. Como siempre, me senté al lado de Alan y estuvimos hablando del partido. Sus padres terminaron unos minutos antes y se fueron al salón. Adam se dio la vuelta justo antes de salir de la cocina.

–Recoged cuando terminéis, chicos.

Asentimos y seguimos comiendo. Fue ahí cuando Alan mostró sus verdaderas intenciones. Se acercó a mi oído y susurró:

–Llevo una semana sin pajas. Quería reservarme para celebrar, por si ganábamos la final, y parece que he tenido suerte. Tengo la polla que me va a reventar.

–Qué guarro eres –dije en voz baja. Claro que aquello ya había conseguido que mi polla fuera despertando.

–Parece que tú también lo estás deseando… –contestó. Y, por primera vez en toda la vida, Alan me acarició el rabo; aunque fue por fuera de los pantalones, la sensación me provocó un pequeño gemido casi imperceptible.

Aparté la mirada y me terminé el plato. Recogí y esperé a que terminara él. Cuando acabó, nos subimos a su habitación. Alan vivía en un chalet a las afueras de nuestro barrio, en la zona “pija”. Era un chalet bastante grande: cuatro plantas, 6 habitaciones, 3 baños, un sótano, ático y jardín. Para mí era como una casa de película. De hecho, recuerdo que la primera vez que fui a su casa, aún con 6 años, me perdí y no pude encontrar a nadie durante 10 minutos, ya que siempre volvía al mismo punto.

Su habitación era la más apartada de la de sus padres, y esto había cambiado cuando entró en la adolescencia. Supongo que quería hacerse pajas a gusto sin miedo a que sus padres le escucharan, y por eso el cambio. Cuando entramos, lo primero que hizo Alan fue coger su medalla de la victoria y mirarla con emoción.

–Es el primer torneo que ganamos, John. ¿Sabes cuánto nos ha costado llegar hasta aquí?

–Claro que lo sé. Te recuerdo que, en los últimos 3 años, he ido a casi todos tus partidos. Ha llegado un momento en el que, cuando perdéis, me duele casi tanto como a vosotros.

–Gracias por venir, tío. No sabes lo mucho que significa para mí. Lo mucho que significas tú.

Aparté la mirada. Alan siempre estaba muy pendiente de sus amigos, a pesar de esa personalidad suya tan animada y despistada. Cuando parecía que no se enteraba de nada, te demostraba que te estaba prestando atención, y aunque era un vacilón, tenía muy buen fondo.

–¿Jugamos a la Play? –pregunté, cambiando de tema. Alan asintió–. Dame un momento, que me estoy meando.

Salí de la habitación y fui al baño. Siempre me había causado curiosidad aquel baño, y es que tenía un espejo sobre el retrete, por lo que veías tu cuerpo y, por supuesto, tu miembro al tiempo que meabas. Y, como siempre hacía, eso hice; mirarme al espejo.

Desde pequeño siempre he sido el típico delgaducho que no tiene ni un músculo. Eso comenzó a cambiar cuando, entrando en la pubertad, alcancé el metro setenta y mis músculos empezaron a desarrollarse. Claro que, al no hacer nada de deporte, este desarrollo tampoco fue a gran escala; mis abdominales comenzaron a marcarse de alguna manera y mi pecho también cogió algo de músculo, lo que unido a mis hombros anchos crea una imagen de mí más fuerte de lo que realmente es.

En cuanto a la cara, soy de piel clara y pelo castaño, es decir, el chaval prototípico de mi región. Mi nariz es más bien fina y mis labios delgados, por lo que no hay mucho atractivo en ese aspecto. Eso sí, mis ojos son verdes como la esmeralda me han traído más de un halago por parte de las chicas de clase.

Mientras me miraba a los ojos, pensé en la calma que transmitían; y es que realmente soy un tipo muy tranquilo y huraño, por lo que no soy de los que les gusta salir todo el día con gente. Y, bueno, me considero perspicaz, ya que suelo captar las cosas a la primera y, en general, soy inteligente.

Cerré los ojos y cuando los volví a abrir dirigí la vista a mi pene. Ya había terminado de mear, por supuesto, pero nunca me cansaba de observar aquella preciosidad que Dios me había dado. Tal y como estaba en ese momento, en reposo, debía llegar a los 10-11 centímetros, con un glande proporcional al resto del tronco, ni más grande ni más pequeño. Me acaricié el par de huevos gordos que tengo, sin ni un solo pelo, ya que odio tenerlos y me depilo una vez a la semana, aunque se supone que no es muy bueno; me da igual, yo quiero mi polla suavecita.

Me metí el rabo bajo los calzoncillos, tiré de la cadena y volví a la habitación.

–Joder, John, media hora en el baño –exageró mi amigo, sentado en la silla de su escritorio–. Qué pasa, has aprovechado para cascártela, ¿o qué?

Me senté en la cama y solté un resoplido.

–Sabes de sobra que tardo más en correrme.

–Tío, John, en serio, necesito hacerme una paja ya.

–Primero vamos a jugar un rato a la Play, y luego nos pondremos al tema. No tengas prisa.

Alan me pasó el mando y nos pusimos a jugar a uno de sus juegos. Durante la partida lo noté tenso, como nervioso, pero supuse que era porque ya estaba pensando en la paja de después. Estuvimos cerca de una hora jugando y, como si se tratase de una señal del destinó, Claire nos gritó desde la planta de abajo.

–¡Alan, nos vamos a comprar! ¡Mike se viene con nosotros! ¡Tened cuidado!

–¡Vale, mamá! ¿Sobre qué hora volveréis?

Se escucharon pasos subiendo la escalera, y Claire abrió la puerta de la habitación

–Pues no lo sé, porque tenemos que comprar la comida para la fiesta del finde que viene y a lo mejor vamos luego a ver a los tíos, así que igual se nos hace tarde. Te mando un WhatsApp avisándote, ¿vale?

Alan sonrió con una mezcla de amabilidad y picardía.

–Genial. Me mandas un mensaje, entonces.

Clair asintió y cerró la puerta tras de sí. Un minuto después, se escuchó la puerta del garaje cerrándose.

–Bien, amigo mío, terminemos esta partida y comencemos la fiesta –anunció Alan.

Lo cierto es que la partida acabó con una derrota aplastante para mí, por lo que tuve que aguantar sus habituales vaciles, solo que no estaba por la labor. Lo tiré sobre la cama y forcejeamos durante unos segundos. Alan consiguió darle la vuelta a la situación y se colocó sobre mí, con su trasero justo sobre mi cipote. Aquel roce despertó a mi amiguita, que comenzó a cobrar tamaño debido a que Alan no paraba de moverse, y no parecía fruto del forcejeo.

Cuando vi las intenciones claras de Alan, hice acopio de fuerzas y conseguí ponerme sobre él. Ahora era yo quien estaba encima de él, con mi trasero sobre su cipote. Noté enseguida que su rabo ya estaba empalmado y listo para la acción, por lo que comprobé que, efectivamente, Alan quería guerra.

Lo tomé de ambas manos y se las puse sobre la cabeza, haciendo presión con mi mano izquierda para evitar que se zafase.

–¿Quieres polla? –le pregunté al notar su rabo duro rozando mi trasero–. Pues vas a tener polla.

Aún sobre él, acerqué mi paquete a su rostro, y él hizo el intento de apartar la cara, aunque no puso mucha resistencia.

–Tío, para ya, ¿eres tonto o qué?

–Venga ya, Alan, si sé que te gusta…

Le solté las manos y comencé a desabrocharme el botón del pantalón. Alan miraba mi paquete con algo de ansia, y cuando empecé a bajarme la cremallera, vi cómo abría la boca a medias. Sin embargo, justo cuando terminé de bajármela, me apartó de un empujón y me hizo caer a la cama, junto a él.

–Estás muy mal, John.

Reí.

–Vamos, tío, era una puta broma. Sabes que no soy gay. Aunque he de decirte que, si tuviera que hacerlo con un tío, lo haría contigo –Alan ladeó la cabeza y me miró–. En serio, tío, ¡estás buenísimo! Todo el mundo está loco por ti. Yo, si fuera gay, te follaría –añadí, soltando una carcajada para aliviar tensiones.

–Pues me alegro de que me digas eso, porque soy bisexual.

Aquella confesión me pilló desprevenido. En cambio, lejos de impresionarme, me alivió.

–Lo sé. Bueno, no lo sabía, pero no me sorprende. Quiero decir, no eres para nada amanerado, pero te conozco desde que éramos críos y, sinceramente, me pega que te molen tanto los coños como las pollas. No creas que no me doy cuenta de que miras mi polla cada vez que nos pajeamos juntos.

Alan bufó.

–Gracias por no preguntar. Y por tomártelo con tanta normalidad –dejé que el silencio respondiera por mí–. ¿Cambiará esto algo entre nosotros?

Me incorporé y lo miré a esos ojazos azules.

–¿Cómo? Pero si la paja sigue en pie, ¿no?

Alan sonrió.

–La paja, y lo que surja.

–No, no. Lo siento, pero a mi no me la chupa un tío.

–Eso dices ahora. Repítemelo dentro de un rato.

Se levantó, encendió el ordenador y buscó un video porno. No tardó en encontrar uno que, además, era un trío bisexual.

–No te importa, ¿verdad?

–Claro que no. Venga, dale al play.

El video comenzó y mi polla comenzó a crecer bajo mis pantalones. Miré a Alan y noté que él estaba en las mismas: su cipote estaba haciendo presión para salir de su jaula. Nos miramos y, como si nos hubiéramos comunicado por telepatía, ambos nos levantamos de la cama y nos bajamos los pantalones y los calzoncillos.

Ante mí quedo, tras unas semanas sin verlo, el rabo de mi amigo. De tamaño no iba mal; unos 14-15 centímetros y cuatro de grosor. Estaba ligeramente torcida hacia la derecha, pero lo que más sorprendía era ese gran glande que asemejaba su polla a una seta completamente. Sus huevos, grandes y muy colganderos, estaban cubiertos de pelo por toda la zona; y es que, en ese aspecto, él era todo lo contrario a mí.

Noté cómo mi amigo miraba mi polla sin cortarse.

–La puedes tocar, no muerde –dije casi sin pensar.

Alan no cuestionó mi frase y de inmediato alargó el brazo. Cuando su mano abrazó mi tronco, sentí algo que no había sentido nunca. El calor de una mano ajena rodeando tu polla era algo nuevo para mí, y aunque se tratara de un chico, no me importó.

–Uff –solté.

–¿Cómo quieres que no mire esta preciosidad? Es perfecta.

Lo cierto es que mi polla, empalmada, llegaba sin problemas a los 16 centímetros, lo que, para tener 18 años, estaba muy bien. Era un rabo largo, recto y grueso, alcanzando los 5 centímetros de grosor. La verdad es que estaba orgulloso de ella.

Alan comenzó a pajearme lentamente, bajando mi prepucio por completo y volviendo a cubrir mi glande, una y otra vez. Posó su mano izquierda en mis huevos y comenzó a acariciarlos al tiempo que seguía con la paja. Estuvo así durante al menos un momento, contemplando mi polla mientras me masturbaba, sin tocarse.

Sin poder preverlo, Alan se puso de rodillas y se metió mi polla en la boca. Era la primera mamada que me hacían, y me la estaba haciendo mi mejor amigo; pero nada de eso importaba ya. Quería que continuara.

–Ahh… –comencé a gemir–. Hhmmm… Lo haces súper bien…

Se sacó la polla de la boca para responder.

–He practicado. Aunque no te diré con quién.

–Vaya, pues has debido practicar mucho –contesté al tiempo que me sentaba en la cama. Abrí las piernas para dejar hueco a Alan, que aún de rodillas volvió a meterse mi polla en la boca.

Se notaba que no era la primera vez que se comía una polla, y al ser la primera vez que me la comían a mí, yo ya estaba a punto de correrme. Además, Alan no solo se cebaba con mi tronco, sino que también se detenía de vez en cuando en el glande, dándole lametazos y succionando como si de un biberón se tratase.

Le avisé de que no tardaría en correrme, y él aumentó el ritmo para darme todavía más placer.

–Hhmmm… ¡Aahh…! Joder, me voy a… me voy a correr… ¡¡Aaahhhh!! –gemí al sentir el éxtasis–. Ohh, sí, joder…

Alan se apartó justo a tiempo y cuatro trallazos de lefa salieron disparados de mi trabuco y fueron a parar al suelo. Otros tres más débiles brotaron de mi cipote y se esparcieron por todo mi tronco mientras Alan seguía pajeándome. Me dejé caer sobre la cama, aún con mi polla en la mano derecha de mi amigo, y solté un bufido.

–Uf, qué puto placer –pude decir. Miré a mi amigo–. ¿Tú no te has corrido? –negó con la cabeza–. ¿Y a qué esperas? Yo todavía tengo para rato. Y supongo que tendré que devolverte el favor –añadí sin pensar.

Al ver la cara de mi mejor amigo, supe que tendría que cumplir mi palabra.

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¿Qué os ha parecido? Me ha encantado escribir este relato y tengo muchas ganas de continuar con la historia, así que no creo que tarde en subir el siguiente capítulo. Espero vuestros comentarios y valoraciones.