Sexo adolescente 5. Mi mejor amigo, mi primo y yo
John y Nathan se despiertan con ganas de follar y prueban en la ducha. Después de que la madre de John les corte el rollo, deciden ir a ver a Alan para satisfacer sus deseos sexuales... El hermano de Alan está en la habitación de al lado. ¿Serán capaces de follar sin hacer ruido?
¡Buenas! He aquí la continuación de la serie. Este capítulo no contiene tanto sexo como los otros, pero aún así creo que os gustará. ¡Que tengáis un buen pajote!
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Desperté de madrugada un par de veces. La primera, noté que Nathan se venía a mi cama. Me pidió entre susurros dormir juntos, y no se lo impedí. La segunda vez que desperté fue ya más entrada la mañana, y Nathan había colocado, quizá de manera inconsciente, su mano derecha sobre mi muslo, muy cerca de mi rabo, que empezó a coger tamaño enseguida. En cambio, decidí apartar la mano de mi primo; se venía un día muy ajetreado.
Me levanté a eso de las 11 de la mañana y, cómo no, mi amiguita estaba despierta y muy contenta. Me fijé en la de Nathan, que también estaba de buen humor, y decidí despertarlo con una breve mamada. Saqué su polla de los pantalones y me la metí a la boca de una, esperando una reacción de mi primo que no tardó en llegar.
–¡Aah! Joe, qué buena manera de despertarse… –dijo, aún adormilado.
–Ve espabilándote, que hoy nos espera un gran día.
Nathan obedeció de inmediato y subimos a la cocina para desayunar. Mis padres aún dormían, por lo que nos hicimos el desayuno y pudimos hablar sin reparos; eso sí, con la puerta de la cocina cerrada.
–Y tu amigo…
–Alan.
–Eso, Alan… ¿Cómo es?
–Bueno, ya lo descubrirás tú mismo. Pero te adelanto una cosa; la chupa bastante mejor que yo, básicamente porque tiene práctica. Aunque todavía no me ha dicho con quién ha practicado tanto…
–Tío, qué ganas de hacerlo. Me gustó mucho lo de anoche…
Nathan se acercó a mí, pidiendo un beso. Miré por la puerta, por si acaso mis padres habían bajado sin hacer ruido, y cuando comprobé que no había nadie, le concedí el beso a mi primo. Un piquito que me supo a gloria.
–¿Por qué no hemos hecho esto antes? –preguntó, extrañado.
–Bueno, como te dije, solo llevo una semana haciendo estas cosas. Si lo hubiera descubierto antes, ten por seguro que te lo habría dicho.
Nathan rio por lo bajo. Terminamos de desayunar y nos pusimos a ver la televisión. Al rato bajaron mis padres, ya duchados y vestidos.
–Chicos, os vamos a tener que dejar solos un momento –anunció mi padre mientras se calzaba–. Vamos a hacer la compra. Portaos bien, ¿vale?
Ambos asentimos. Mis padres se fueron a los cinco minutos. Nathan y yo no tardamos en mirarnos, cómplices. Nathan se acercó mucho a mí y pegó casi por completo sus labios a los míos.
–¿Otra ronda?
–Está bien. Pero esta vez, en la ducha.
Nathan sonrió todavía más. Subimos al baño que estaba junto a mi cuarto y nos desnudamos enseguida. Fue entonces cuando vi el rabo de mi primo en reposo. Unos 8-9 centímetros que me pedían comérmelos. Entramos en la ducha y abrimos el agua. L primero que hicimos fue darnos un buen beso bajo el agua de la ducha, que caía sobre nuestros cuerpos. Apoyé a mi primo contra la pared y pegué mi rabo al suyo, ambos ya en acción. Cruzamos miradas por un instante y volvimos al beso.
Fue en ese momento cuando, de pronto, escuchamos unos pasos subiendo las escaleras.
–John, ¿sabes donde he dejado mis gafas?
Era mi madre, que había vuelto porque, como de costumbre, no sabía donde había puesto sus gafas.
–Ni idea, mamá. Mira en el sótano, igual te las dejaste allí ayer cuando hacíamos la cama.
–Es verdad, gracias. ¿Dónde está Nathan?
Miré a Nathan, que negó con la cabeza.
–E-está en el otro baño.
–Vale. Bueno, voy a ver si veo mis gafas.
–Vale. Chao.
Escuchamos los pasos de mi madre bajando las escaleras, pero Nathan y yo estábamos acojonados. Como nos pillaran juntos en el baño, nos la cargaríamos. Mi primo salió a escondidas del baño y, mientras mi madre buscaba por el sótano, fue al otro baño. Cuando por fin mi madre encontró las gafas y se fue, ni Nathan ni yo teníamos ganas de continuar por donde lo habíamos dejado.
–No importa –le dije–, esta tarde tendremos nuestra sesión.
Durante el resto de la mañana el tema no volvió a salir, pero a Nathan se le notaba que estaba deseando que llegara el momento. A eso de las seis de la tarde, llamé a Alan y quedamos en su casa sobre las 18:30. Sus padres no iban a estar y probablemente se llevarían a su hermano, por lo que tendríamos la casa para nosotros solos.
Llegamos a casa de Alan y, como de costumbre, fuimos a su habitación. Al mirar la cama recordé la mamada que me hizo la semana anterior y, por supuesto, la posterior follada que le metí. Al pasar por su lado, le di un azote.
–Bueno, entonces ¿qué? Empezamos o… –Nathan, que tan tímido era siempre, parecía querer desnudarse enseguida.
–Podemos hacerlo –contestó Alan–, pero está mi hermano.
Me fijé en que apartaba la mirada al mencionar a Mike.
–Bueno, ya tiene trece años –mencioné–. Tenemos dos opciones; le dejamos en su cuarto matándose a pajas o le invitamos a la fiesta.
Nathan se entusiasmó con esta segunda idea, pero Alan, aunque con dudas, parecía reticente.
–Creo… creo que lo mejor es que le dejemos tranquilo. Le diré que no nos moleste y ya está.
Alan salió de su habitación y fue a la de su hermano. Mi primo y yo pudimos escuchar lo que le decía.
–Hey, inútil –comenzó, más cariñosa que agresivamente–, estaremos trabajando. El primo de John necesita ayuda con una cosa, así que John y yo le vamos a ayudar.
–Vale. Si quieres, puedo intentar ayudar yo también.
Mike era un chico encantador. Los padres de Alan lo habían adoptado cinco años después de tenerle a él, cuando Mike apenas tenía unos tres años. Eso explicaba que, siendo el padre de Alan blanco y la madre negra, Alan fuera mulato, pero Mike, en cambio, tuviera la piel negra. Quizá debido a esto Mike siempre estaba sonriendo, ya que se sentía feliz de haber podido ser adoptado tras la muerte de sus padres. Además, era muy extrovertido y curioso, por lo que muchas veces preguntaba hasta las cosas más insignificantes.
Alan resopló y negó.
–No, tranquilo, estaremos bien. Si necesitas algo, me llamas.
Alan volvió a la habitación y dio luz verde. Nathan, que tantas ganas parecía tener, se quedó, en cambio, quieto. Debe ser que ver que lo que deseaba se hacía realidad provocaba una confusión en él. De modo que, ante la torpeza de mi primo y mi amigo, tuve que ser yo quien comenzara el show.
Me quité sensualmente la camiseta, casi como si fuera un striptease, y se la lancé a Alan, al que ya le comenzaba a crecer el bulto de la entrepierna. Continué con los pantalones, los cuales tiré al suelo, y finalmente el calzoncillo. Nathan me los pedía con la mirada, relamiéndose, y quise complacerle. Le tiré el bóxer a la cara y el muy cerdo inhaló el olor de mi polla en ellos. Mi rabo, aún flácido, quedó ante ellos.
Nathan fue el primero en acercarse. Se arrodilló y se metió mi polla en la boca, sin reparos. Al poco tiempo tuvo que sacársela, ya que había crecido y no le entraba. Comenzó entonces con una mamada, algo mejor que la de la noche anterior, mientras yo miraba cómo me la comía. Llevó sus manos hasta mi trasero y me dio un par de azotes que, lejos de molestarme, me pusieron más cachondo.
Le cogí de la cabeza y empecé a follármelo con fuerza, haciendo que se atragantara con cada embestida. Un par de lágrimas comenzaron a salirle de los ojos, pero no se quejó. Alan comenzó a desnudarse y pude ver su polla en plena erección. Esos casi 15 centímetros y ese glande extremadamente grande me miraban con recelo. Me senté en la cama, mientras mi primo todavía me la chupaba, e invité a Alan a acercarme su tranca a la boca. Cuando lo hizo, me la metí de lleno. Empezaba a gustarme de verdad eso de meterme una polla en la boca y, quizá fruto del goce, comencé a hacerlo mejor, o eso parecía teniendo en cuenta los gemidos de Alan, silenciosos pero continuos.
No recuerdo cuánto tiempo estuvimos así, pero llegó un momento en el que decidí cambiar; Nathan y Alan tenían que mamársela al otro, así que eso propuse. Decidimos que harían un 69. Nathan quedó arriba y Alan debajo, solo que hice que este flexionara las piernas. De este modo, mientras mi primo le comía el rabo, yo podría comerle el culo y, además, intercambiar algún que otro beso con Nathan.
Cuando mi primo contempló en primera persona el rabo de Alan, lleno de pelos, no pudo evitar poner un poco cara de asco. Parecía que, al igual que a mí, le gustaban las pollas depiladas. Sin embargo, no dudó en metérsela en la boca, y la saboreó al máximo. Mientras él estaba absorto con el rabo, yo me dediqué a comerle los huevos a Alan. De vez en cuando mis labios se cruzaban con los de Nathan y le comíamos la polla a Alan los dos a la vez, lo cual disfrutaba bastante. En cambio, la mayoría del tiempo estuve comiéndole el culo para lubricarlo, además de que comencé a meterle hasta tres dedos para dilatarlo. Cuando estuvo listo, coloqué mi rabo sobre su agujero.
–Espera –dijo entonces mi primo–. Puedo… ¿puedo hacerlo yo?
Miré a Alan, que asintió sin problemas.
–Pero entonces, mientras se la metes tendrás que comérmela –repliqué.
Nathan no puso pegas y nos pusimos a ello. Alan se tumbó sobre la cama, con las piernas colgando, de modo que su rabo quedaba justo en el borde de la cama. Nathan, casi de rodillas, se puso detrás de él para poder metérsela. Yo, por mi parte, quedé sobre la espalda de Alan, de rodillas con las piernas abiertas, de modo que mi cipote quedara a la altura de la boca de mi primo. Y, una vez en esa posición, comenzamos la fiesta.
Nathan situó su rabo sobre la entrada de Alan que, con el rostro hundido en la almohada, ya había comenzado a gemir. Joder, menudo cerdo; aún no se la había metido y ya quería correrse. Mi primo empezó a empujar lentamente, pero Alan le pidió que lo hiciera de golpe, sin contemplaciones. Nathan, que tan calmado parecía, sonrió como un guarro y, rápidamente, incrustó su polla en el interior de mi mejor amigo. Madre mía, ver su cara de vicio a la vez que escuchaba el gemido de Alan me hizo soltar un bufido de placer. Agarré a Nathan de la cabeza y le hice tragarse mi polla.
Las embestidas de mi primo eran cada vez más duras, y los gemidos, tanto los suyos como los de Alan, cada vez más sonoros. Todavía con mi polla en su boca, Nathan se follaba a Alan tan fuerte como podía, cogiéndolo de la cadera y empotrándolo contra la cama. La almohada amortiguaba los gemidos de este, y mi rabo amortiguaba los de Nathan, pero la cosa iba a más y, como siguieran así, Mike nos escucharía.
Intenté calmarlos, pero la situación me estaba superando a mí también. Llegó un momento en el que lo único que quería era clavarle mi polla hasta la garganta a mi primo, y eso hice. En cuanto mi glande tocó la pared de su garganta, sentí el éxtasis. Varios chorretones de lefa que se deslizaron por el interior de mi primo y que tragó sin problemas, como la zorra que era. De hecho, aquello provocó el último y más sonoro gemido de Nathan, que se corrió cuando mi leche todavía descendía por su esófago.
Sentir la lefa caliente de Nathan en su interior hizo que Alan, sin siquiera tocarse, se corriese sobre el colchón, dejándolo pringado.
–Aaaahhh… Uufff, qué puto gusto –dijo Alan, aún con el rabo de mi primo en su culo.
–Buah, esto es la ostia –respondió Nathan, azotando a mi amigo y dándole un par de lametones a mi rabo ya flácido.
De pronto, escuchamos un chirrido. La puerta de la habitación se estaba abriendo. Cuando se abrió del todo, Mike nos miraba con una sonrisa. Rio.
–Espero que tengáis ganas de una segunda ronda. ¡Yo también quiero!
Miré a Alan, alarmado, pero su rostro me indicaba que no había problema. Entendí entonces que mi amigo había practicado las mamadas con su hermano pequeño.
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Pues hale, se acabó el capítulo. ¿Qué os ha parecido? Mike tiene muchas ganas de unirse a la fiesta, y aunque tenga solo trece años, ya sabéis lo que dicen de los negros... Espero vuestras valoraciones y comentarios.
P.D. Estaré un tiempo sin publicar ya que me voy de vacaciones y quiero desconectar. Si la espera se os hace tan larga como el rabo de nuestro protagonista, os invito a leer mis otros relatos, que espero que os gusten. ¡Gracias por leerme!