Sexo adolescente 4. Mi primo pequeño quiere follar

Nathan, el primo de John, va a pasar el finde en su casa. La noche es oscura y alberga... sexo, ¡mucho sexo!

¡Buenas! Os traigo el cuarto capítulo de la serie. Es más largo ya que he introducido un nuevo personaje importante, y quería describir bien su personalidad. Espero que os guste, y ¡que tengáis un buen pajote!

__________________________

Después de aquella rápida sesión con mi profe de matemáticas, el resto del día pasó sin pena ni gloria. Alan se había acojonado pensando que nos podrían haber pillado (claro, yo no le conté lo que había pasado en la sala de profes), por lo que fue un día como otro cualquiera. La semana pasó y, como era habitual, me hice dos o tres pajas hasta que por fin llegó el viernes. Claro que entonces yo no era consciente de los eventos que se iban a producir. Y es que venía mi primo Nathan a pasar el finde.

Nathan era un chico, rubio y con los ojos negros como la misma noche; de nariz pequeña y labios gruesos, Nathan era la envidia de su grupillo de amigos; y es que el capullo estaba siempre rodeado, tanto de tíos como de tías. Su torso era delgado, con unos abdominales poco trabajados y unos hombros estrechos. En cambio, sus bíceps estaban bien definidos debido a la gran cantidad de horas que le dedicaba al tenis. Del mismo modo, sus cuádriceps, a pesar de la edad, estaban algo trabajados.

Nathan era un chico tan inteligente como yo, solo que algo más torpe. Era muy alegre y siempre que venía a casa o yo iba a la suya lo veía sonriendo; sin embargo, era de esos que, si le hacías algo, no te lo perdonaba ni lo olvidaba jamás, y es que era rencoroso como él solo.

Mi madre me dio la noticia el mismo viernes, apenas unas tres horas antes de que llegara. Y claro, sabiendo que le gustaba estar rodeado tanto de tías como de tíos, yo ya había empezado a maquinar un plan para “divertirnos” durante la noche. Además, conociendo a Nathan y lo tímido que es, era muy probable que no quisiese que Alan viniera a casa, por lo que tendría que satisfacer mis deseos con él. Claro que, por otra parte, me moría de ganas por saber qué escondía entre las piernas.

Como iba diciendo, Nathan llegó un par de horas después de que acabara las clases, sobre las 6 de la tarde, cuando yo estaba haciendo la tarea; me gustaba terminarla cuanto antes para tener todo el finde libre. Sonó el timbre y escuché a mi madre charlando con mis tíos y, por supuesto, pidiéndome que bajara a saludar.

Vivíamos en un pequeño chalet en el centro del barrio, con tres plantas entre las que se incluía un sótano, un par de baños, tres habitaciones y un pequeño jardín. Comparado con el chalet de Alan, el nuestro era bastante modesto, pero a mí me bastaba y sobraba con lo que tenía. El caso es que bajé a la planta baja y saludé a mis tíos y, por supuesto, a mi primo, al que hacía ya varios meses que no veía.

–¡Qué pasa, tío! –exclamé, y le di un abrazo en el que, siendo honestos, aproveché a pegar bien mi paquete al suyo.

–Pues aquí estamos, John. ¡Espero que no tengas planes porque no te voy a dejar en paz!

–Ya veremos. Eso sí, esta vez nada de televisión; tengo ideas mejores –añadí, susurrando en su oído.

Nathan pareció entender a qué me refería, ya que sonrió con picardía. Tras eso, estuvimos un rato charlando en salón con mis tíos y mis padres hasta que, a eso de las siete y media, los padres de Nathan se marcharon.

–Bueno, cariño –le decía su madre–. Pórtate bien y no armes jaleo. Haz caso a los tíos y no te acuestes muy tarde, ¿vale?

Nathan asintió y besó a su madre en la mejilla. Cuando fue a besar a su padre, este añadió.

–No la líes. John, te doy permiso para ponerle firme si lo ves necesario, que últimamente está muy asilvestrado.

Esas palabras fueron lo que faltaba para completar mi plan.

Mis tíos se fueron y pasamos el resto de la tarde jugando a la Play y cotilleando las redes sociales; que si la novia, que si mira este qué flipado… Después de cenar nos bajamos al sótano, en el que habíamos decidido que dormiríamos. La excusa que les había puesto a mis padres era la comodidad: en el sótano estaríamos menos apretujados y así no tendríamos que hacer la cama supletoria de mi habitación. Obviamente, la razón por la que se lo había pedido era que así podríamos hacer ruido sin miedo a que nos escucharan.

En el sótano teníamos un par de sofás-cama que se montaban en un momento, y eso fue lo primero que hicimos al bajar. Los pusimos en modo cama y nos tumbamos cada uno en el suyo. Estuvimos vagueando un buen rato, hablando de gilipolleces hasta que Nathan sacó el tema que yo tanto ansiaba.

–Y… ¿a ti te la han chupado alguna vez?

–Pues te voy a ser sincero. Si me hubieras preguntado hace un par de semanas, mi respuesta habría sido un “no”. Pero el finde pasado me la comieron por primera vez.

–¿En serio? ¿Cómo fue?

Dudé en si decirle la verdad o mentirle. Al final opté por responder con otra pregunta.

–¿Y tú? ¿Te la han chupado?

Lo miré y bajó la mirada.

–No, tío. Estuve un par de meses con una de clase, pero no quiso que hiciéramos nada. Ni siquiera me dejó tocarle las tetas.

–Bueno, le daría vergüenza, yo qué sé. ¿Y con un tío? –Nathan me miró con el ceño algo fruncido–. Venga ya, no me digas que no te molan los tíos también. ¡Si siempre que vemos porno juntos me dices que qué grande la tiene el pavo!

–Bueno… puede ser. Pero no, tampoco he hecho nada con chicos. ¿Tú sí?

Tras confirmar que a mi primo le iban los rabos, decidí contarle mi tarde de sexo con Alan y, por supuesto, la mamada que me había hecho mi profe. Nathan flipaba y reía con cada cosa que le contaba. Y yo, que de vez en cuando echaba una ojeada a su paquete, fui notando cómo este se agrandaba conforme le narraba los sucesos.

–¿Quieres probar tú también? –le pregunté cuando terminé de contárselo. Como veía que no se decidía, quise apostar–. Venga, si tú me la chupas yo te la chupo. No me negarás que no quieres probarlo… –dije sobándome exageradamente el paquete.

–Venga, vale. Pero empiezas tú.

Me encogí de hombros y fui a su sofá-cama. Nathan se había sentado, con los brazos hacia atrás y apoyando ambas manos en el colchón. Tenía las piernas estiradas y un buen bulto haciendo presión bajo sus pantalones de chándal. Lo primero que hice fue ponerme sobre sus piernas, con mis rodillas a ambos lados de las suyas, y lentamente fui acercando mis manos a su entrepierna. En el proceso veía a Nathan mirando atentamente mis manos, con una cara de cachondo que no podía con ella.

Cuando por fin mis manos alcanzaron ese paquete, lo sobé bien durante unos segundos, en los que empecé a deducir el tamaño que se gastaba mi primo; no parecía un mal rabo. Sin poder aguantarme más, agarré su pantalón por la cintura y, junto con sus calzoncillos, se lo bajé hasta los tobillos. Cuando volví a alzar la mirada, ante mí se hallaba una preciosa polla, a mis ojos más bonita incluso que la mía. Debía medir unos 13 centímetros y 3-4 de grosor, lo que, a pesar de no estar mal, tampoco es que fuera exagerado. Sus huevos eran quizá algo pequeños y compactos. Tenía poco pelo, aunque de un color tan claro que apenas se percibían de lejos.

Mi primo estaba muy cachondo, tanto que, antes siquiera de tocarle el rabo, este ya había empezado a gotear algo de precum que caía sobre su abdomen.

–Vaya, vaya… ¿qué tenemos aquí? Una polla pidiendo que se la coman…

Miré a Nathan y esperé su respuesta.

–Venga, joder, cómeme ya la polla. Uff, no sé si aguantaré.

–Tranquilo, fiera, que tenemos para rato.

Tras eso, decidí dejarle con las ganas y, en lugar de chuparle el rabo, me abalancé sobre su rostro. Pegué mi nariz a la suya y sonreí sobre sus labios.

–¿Qué… qué haces? –preguntó mi primo, más cachondo que asustando.

–Improvisar.

Acerqué aún más mis labios a los suyos y vi cómo Nathan cerraba los ojos. Lo imité y nuestros labios hicieron contacto, comenzando así un beso que jamás olvidaré. Nathan besaba con pasión, con algo de torpeza, pero con muchas ganas, como si no quisiera que el beso acabara jamás. Y eso lo hacía irresistible para mí. No tardé en abrir ligeramente la boca para dar paso a mi lengua, que buscó la suya con deseo. Cuando por fin la encontró, un escalofrío recorrió mi cuerpo y resultó en un respingo de mi cipote, aún bajo mis pantalones.

Nathan comenzó a animarse y con su mano izquierda empezó a recorrer mi espalda, acariciándola de arriba abajo, mientras su mano derecha se posó en la parte trasera de mi nuca para impedir que la retirara. Dios, no sé cuánto tiempo estuvimos besándonos, pero fue una sensación incluso mejor que la que tuve cuando Alan me la comió por primera vez; y es que iba más allá del folleteo. Supe enseguida que, al menos con Nathan, los besos serían el día a día de nuestras futuras folladas.

Aún morreándonos, empecé a bajar mi mano izquierda por el abdomen de Nathan hasta que por fin me topé con su polla, dura como una piedra y manando todavía más precum que antes. Decidí poner fin al morreo, pero continué dando besos a mi primo por todo su cuerpo. Comencé por sus mejillas, me deslicé por su cuello, haciendo que Nathan emitiera su primer gemido; bajé hasta su pecho, donde mordí con delicadeza esos pezones de niño que todavía tenía mientras miraba cómo Nathan se retorcía de placer; continué por su barriga, besando cada atisbo de abdominal que estaba empezando a formarse en mi primo, y terminé por fin llegando a su pubis, donde aspiré aquel olor entre macho y niño, un olor que siempre recordaré.

Nathan me miró a los ojos y, con su polla a escasos centímetros de mi boca, hablé.

–Que empiece la fiesta.

Mi primo suspiró y me lancé a por ese trabuco que tenía entre las piernas. Decidí ir lentamente, comenzando por lamer con calma ese glande que tan perfecto me parecía y del que no paraba de manar precum; un precum que saboreé como si de un elixir se tratara, aprovechando cada gota de este. Nathan había cerrado los ojos y, todavía tumbado, se retorcía con cada lametón que le daba al glande.

Poco a poco fui metiéndome cada vez más rabo en la boca al tiempo que mis manos buscaban un hueco junto al trasero de Nathan, disimuladamente. Esto pareció gustar a mi primo, ya que no dudo en levantar el culo un momento para que pudiera situar mis manos justo donde quería. Mientras palpaba sus nalgas, mi boca cada vez abarcaba más y más centímetros de ese cipote, y yo notaba mi polla, todavía cubierta por los calzoncillos, soltando las primeras gotas de precum.

Pasé entonces a esos pequeños huevos, apenas sin pelos, y los disfruté todo lo que pude. Jugueteé con ellos en mi boca mientras con mis manos comencé a levantar las piernas de Nathan, haciendo que sus rodillas quedaran casi pegadas a su pecho. Casi de manera imperceptible para mi primo (o, al menos, él no dijo ni mu), mi lengua fue alejándose de su rabo para aproximarse cada vez más a esa preciosa rajita impecable. Le abrí el culo con las manos y, sin pensármelo dos veces, comencé a comérselo.

Uf, aquello debía ser demasiado placentero, ya que los gemidos de Nathan se acrecentaron.

–Aah… hhmmm… Dios, qué gustito…

Sorprendentemente para mí, me encantó comerle el culo. Ver cómo este se contraía a cada lametón, cómo se abría y cerraba del gusto… Todo eso me hizo querer meterle la lengua lo máximo posible, y eso hice. Ejercí presión y noté cómo el agujerito de mi primo se abría más y más, hasta que mi lengua logró introducirse en aquella pequeña cueva.

Entonces, mi primo me apartó. No sabía por qué lo hacía, pero lo comprendí al instante; como siguiera así, se correría antes de tiempo. De modo que, para que se calmara un poco, decidió que ahora sería él quien me comería el rabo. Y yo, que llevaba deseándolo desde el comienzo, no se lo impedí. Sin embargo, mi primo prefirió quedarse tumbado boca arriba, por lo que sería yo quien, con mis piernas junto a sus hombros, colocaría mi polla en su boca y me lo follaría; él se limitaría a dejarse follar. Me quité los pantalones y los calzoncillos como pude, haciendo que mi rabo rebotara contra su barbilla, y los eché al suelo.

–Joder, primito, veo que te va la marcha.

–Jamás había hecho algo así, pero es que con esa polla que tienes, quiero que me folles duro. Espero que aguantes para dos rounds.

Entendí lo de los rounds como que, después de la follada de boca, le follaría por el culo.

–Eres el mejor primo que uno podría tener, Nathan.

Nathan sonrió y abrió la boca. Coloqué mi cipote a la entrada de su boca y, antes de empezar con la mamada, le pasé mi rabo por toda la cara mientras él lo buscaba con ganas con la lengua. Le di varios pollazos en el rostro antes de situar mi polla de nuevo junto a su boca y comenzar a follármela.

Nathan se atragantaba con cada embestida y yo notaba mi glande chocar contra la pared de su garganta, siendo acariciado por su campanilla. Mi primo se había agarrado el rabo con la mano derecha y la agitaba sin parar mientras mi rabo entraba y salía de su boquita. Así estuvimos hasta que, casi sin aliento, Nathan me pidió que le sacara el rabo de la boca.

–Quiero que… ¿probamos por atrás…? –pidió, casi rogando.

–Eso ni se pregunta.

Lo cogí de ambas piernas y, en lugar de ponerlo a cuatro patas, simplemente hice que flexionara las rodillas, quedando estas pegadas a su pecho. Su pantalón y su calzoncillo ya habían caído al suelo y su culo quedó al aire y me dispuse a comérselo de nuevo, haciendo que Nathan gimiera de placer otra vez. Una vez bien lubricado, me disponía a meterle la polla cuando recordé que, si no se dilataba bien, podía hacerle mucho daño.

–Primero te voy a meter un par de dedos –expliqué– y cuando te hayas acostumbrados, iremos con el premio gordo.

–Y tan gordo… –replicó él, más de broma que en serio.

Le sonreí de vuelta, le metí mi dedo corazón en la boca y comenzó a lamerlo como si de mi rabo se tratara. Cuando estuvo bien mojado, lo coloqué a la entrada de su culo y empujé con suavidad. Costó algo más que cuando lo hice con Alan, pero Nathan estaba tan cachondo que enseguida dejó paso a ese dedo, que vino acompañado de un largo y silencioso gemido.

–Aaaahhh…

Metí entonces el segundo dedo, el anular, y esta vez hubo algo más de resistencia. En cambio, Nathan no se quejaba; solo pedía más. Cuando estuvo dentro del todo, decidí introducir el tercer dedo, el índice. Necesitaba dilatar bien ese ojete si quería que mi primo no sufriera mucho cuando le metiera la polla, de modo que eso hice. Ejercí presión y, mientras le chupaba la polla, algo flácida, mi dedo índice iba entrando en aquel estrecho agujero, hasta que por fin entró en su totalidad.

–Uuuuffff… –gimió Nathan–. Aahhh… Vale, espera un poco.

Obedecí, pero quise juguetear y moví los dedos dentro del culo de mi primo. Aquello, en lugar de molestarle, le hizo soltar otro par de gemidos y retorcerse un poco. No quería ni pensar en lo que íbamos a disfrutar ambos cuando le metiera el rabo.

Tras jugar un poco en el interior de mi primo, decidí sacar los tres dedos. Dios, justo cuando lo hice pude ver su culo abierto completamente, contrayéndose y volviéndose a abrir, como si estuviera pidiendo más comida. No le hice esperar y enseguida puse mi polla junto a su entrada.

No tuve que hacer mucha presión para que el glande entrara por completo. Nathan puso los ojos en blanco, entre el dolor y el placer, y apoyó su mano derecha en mi pecho, como pidiéndome un breve descanso. Acepté la petición y permanecí en esa posición unos segundos, hasta que Nathan me dio luz verde para seguir con la penetración. Fui introduciendo lentamente cada centímetro de mi polla, que se abría paso entre las entrañas de mi primo.

–¿Falta mucho? –preguntó Nathan, casi rozando la súplica.

–Unos pocos centímetros más…

Di un último empujón para que todo mi rabo entrara en aquel agujerito. Cuando mis huevos chocaron con las nalgas de mi primo, este abrió los ojos como platos y puso una cara que reflejaba el goce que sentía en ese momento. Al verla, no pude evitarlo y acerqué de nuevo mis labios a los suyos para darle un beso de pasión que acabé mientras le mordía con delicadeza el labio inferior.

Nathan había posado ambas manos en mi pecho, y ahora lo acariciaba con cariño. Decidí mantener esa posición, con mi polla dentro de Nathan y sus manos en mi pecho, hasta que mi primo estuviera preparado para comenzar las embestidas. No me hizo esperar mucho, ya que enseguida ambas manos se dirigieron con lujuria hacia mi trasero y, tras sobarlo durante unos segundos, comenzó a tirar de él, haciendo que mi rabo saliera de su culo casi por completo.

Pude ver mi glande asomando y empecé entonces a follarme a mi primo lentamente, con pasión, mientras me miraba con esos ojos negros que me hacían perderme en su mirada. Mi cadera se movía al compás de sus gemidos, y con cada penetración, mi glande alcanzaba su próstata, provocando los cada vez más sonoros gemidos de Nathan.

Y ahí estábamos los dos; él, tumbado boca arriba, con las rodillas casi pegadas al pecho y las piernas abiertas; yo, casi tumbado sobre él, con mis rodillas sobre la cama, mi polla en su culo, mis manos apoyadas sobre la cama a ambos lados de su cintura y con las piernas de mi primo sobre mis hombros.

El vaivén de ms movimientos se fue acelerando, y con ello la dureza con la que penetraba a mi primo, que ya se había olvidado del dolor y solo gemía de placer. Sus brazos me habían rodeado y sentía sus manos acariciando mi espalda, mis glúteos y mi cabeza, la cual Nathan acercó a la suya. Le di besos por el cuello mientras me lo follaba y le escuchaba gemir en mi oído.

–Aah… Hhmmm… ¡Ah! Oohh…

–¿Te gusta? –le pregunté, acercando mis labios a los suyos.

Nathan asintió.

–Me encanta… ¡Aah…! Quiero que… hagamos esto cada vez que nos… veamos. ¡Oh…!

Sonreí, aceptando su petición, y junté de nuevo mis labios con los suyos, para fundirnos en un beso que, esta vez, acompañó a nuestro éxtasis. Mientras nos besábamos, ambos gemimos al sentir que nos íbamos a correr.

–Hhmm… ¡HHHHMMM…!

Y así, sin ni siquiera pensar en ello y todavía morreándonos, me corrí dentro de mi primo. Mi polla se contrajo varias veces, expulsando con cada contracción un fuerte chorro de semen que recorrió las entrañas de Nathan. Esto hizo que mi primo no resistiera más, lo que desembocó en cuatro potentes lefazos que cayeron sobre su abdomen.

Noté mi rabo desinflándose en el interior de mi primo, hasta que salió de su ano por inercia. Separé mis labios de los suyos y recorrí todo su cuerpo hasta llegar a aquel elixir que Nathan había descargado sobre su tripa. Con un sentimiento entre ansias y rechazo, lamí aquella leche que, aunque al principio me supo mal, acabé cogiéndole el gusto. Acabé con cualquier rastro de la leche y, aún con algunos restos en la boca, besé de nuevo a mi primo para que probara el sabor de su semen.

Me eché a su lado, boca arriba, y Nathan se acurrucó junto a mí. Su pierna izquierda había quedado justo a la altura de mi rabo ya flácido y su mano izquierda acariciaba mi abdomen.

–Entonces, ¿repetiremos esto la próxima vez?

–Todas las veces que quieras –respondí.

–Buah, pues qué puto gustazo. Qué pena que mañana no me quede a dormir.

Miré a Nathan y, entonces, una idea cruzó de manera fugaz mi mente.

–Nadie ha dicho que solo podamos hacer esto por la noche. Si vences tu timidez y realmente quieres repetir esto, te presentaré a un amigo. Os llevaríais muy bien…

Nathan me miró y, cogiendo aire, contestó.

–Esta bien. Preséntame a tu amigo.

____________________________________________________________________

¡Y hasta aquí el capítulo! ¿Qué os ha parecido Nathan? ¿Os ha gustado su introducción? ¿Queréis ver más de él? Espero vuestros comentarios y valoraciones, como siempre.

P.D. Y estad atentos, ya que en el próximo capítulo parece que tendremos un trío... ¡Yo no digo nada!