Sexo adolescente 3. El instituto, lugar del placer

Durante la clase de matemáticas, John y Alan se toquetean disimuladamente... ¿o no tan disimuladamente? ¡Parece que alguien les ha pillado! ¿Será otro compañero?

Aquí os traigo la tercera parte de esta saga. Esta vez he querido hacer algo diferente que no tenía pensado pero que espero que os guste. ¡Que tengáis un buen pajote!

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Aquel espléndido sábado con Alan ya había quedado atrás. Como todos los lunes, me desperté pronto para ir a clase. Llegué y, tal y como hacía cada día, saludé a Alan con la tranquilidad que me caracterizaba. Como siempre, él estaba despistado, pero en cuanto me vio sonrió.

–Hey, ¿cómo estás? –preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.

–Bien, ya sabes. Tuve un sábado bastante bueno –añadí guiñándole un ojo.

Alan rio y nos sentamos en las sillas. Obviamente, como buenos amigos que éramos, nos sentábamos juntos en todas las clases que nos los permitía el profesor. Y, obviamente, nos sentábamos atrás del todo para poder hablar sin que el profesor nos escuchara. Solo que esta vez, la excusa era más bien otra. Y es que aquella primera clase después de nuestra primera follada… digamos que no le prestamos mucha atención a los sistemas de ecuaciones. Más bien, mi atención estaba centrada en la mano derecha de Alan, que subía por mi muslo lentamente.

Pasé mi brazo izquierdo por detrás de la silla de Alan, posando mi mano sobre su hombro izquierdo. Mientras su mano se acercaba cada vez más a mi rabo, al que ya le faltaba espacio bajo aquellos calzoncillos rosas, yo bajaba mi mano hacia el trasero de Alan. Y cuando por fin llegué hasta él… el muy cerdo se había venido al instituto sin calzones.

No pude evitar mirarle y él me respondió con una sonrisa pícara. Por supuesto, metí mi mano en sus pantalones y comencé a palpar aquel trasero tan perfecto. Al mismo tiempo podía sentir la mano de Alan introduciéndose bajo mis calzoncillos, levantando la tela con cuidado y alargando el dedo hasta tocar mi glande y…

–¡John! –la voz de Gabriel, el profesor de matemáticas, sonó autoritaria–. Te he llamado ya cuatro veces. Salte al pasillo un rato.

Aquello no me habría importado si no fuera porque me había pillado en un momento demasiado placentero. Por suerte, había sacado mi mano del culo de Alan a tiempo y nadie se había dado cuenta. Salí al pasillo teniendo en mente que me haría quedarme ahí hasta que terminara la clase. Por suerte o por desgracia, estaba equivocado.

–Bien, salgo un momento –escuché a Gabriel desde dentro del aula–. Id haciendo los ejercicios de la página 65.

Tras eso, se abrió la puerta y salió Gabriel.

–Sígueme –dijo.

–Eh… ¿voy a ir a dirección?

Gabriel se giró un momento y, retomando la marcha, contestó.

–Algo así. Lo cierto es que llevas un par de semana algo distinto, y creo que deberíamos solucionarlo. Eres un estudiante ejemplar; no me gustaría que mi alumno más aventajado decaiga en matemáticas solo porque le gustan, diciéndolo suavemente, los chicos.

Como una ostia en la cara, aquello casi me tumba al suelo. ¿Cómo cojones se había dado cuenta? Es verdad que llevaba un par de semanas más distraído, pero era debido a un problema familiar y, obviamente, él no lo sabía. Pero lo más importante, ¿cómo sabía que me estaban empezando a gustar los rabos? Decidí tomar una posición defensiva.

–Con todo el respeto, profesor, creo que eso no es algo que le importe.

Gabriel no respondió. En lugar de eso, me hizo entrar en la sala de profesores, que en aquel momento estaba vacía. Cerró la puerta con llave, me cogió la mano y, sin darme siquiera cuenta, la posó sobre su paquete.

–Creo que esto demuestra que sí que me importa. Soy gay.

Lo cierto es que, tal y como me ocurrió con Alan, aquello no me sorprendió. Gabriel era el típico profe jovencito, 22 años y recién salido de la carrera, pero con una pluma espectacular. Aunque de puertas para fuera, claro, a él le iban los coños.

Gabriel tenía el pelo negro, unos ojazos casi grises, gafas de pasta y unos labios muy, pero que muy carnosos; de esos que dan la sensación de saber comer pollas. Además, estaba bastante fuerte; de hecho, la camisa que llevaba entonces estaba a punto de reventar por sus músculos. Era el típico hombre tocho como un armario. Y eso, en el fondo, me ponía muy perro.

–Vaya… y te van los chavalines, por lo que veo –dije mientras apretaba aquel cipote que, poco a poco, iba cobrando tamaño y dureza.

–No te confundas. Jamás he hecho nada con un chaval. Pero es verdad que tú te ganaste mi atención desde el primer día. Y creo que no es mal negocio una pequeña sesión de “trabajo” a cambio de una subida de nota.

–Profe, lo que va a subir no va a ser solo mi nota, créeme. ¿Qué propones?

Gabriel me cogió en brazos y, con algo de fuerza, me tumbó sobre la mesa.

–¿Sabes? Siempre has sido muy perspicaz… Va siendo hora de que te recompense por esa cualidad tuya.

–Bueno, profe, no te vayas a pensar que es la única cualidad que tengo…

Lo tenía. Gracias a mi habitual calma, había sabido manejar la situación y tenía a Gabriel comiendo de mi mano. Y en breve lo tendría comiendo otra cosa también. Yo estaba tumbado, con las piernas colgando de las rodillas. Gabriel se había arrodillado y había comenzado a desabrocharme el cinturón. Quitó la hebilla, sacó el cinturón y lo tiró a una silla. Desabrochó el botón de mi pantalón, bajó lentamente la cremallera y, por fin, mi polla quedó al aire libre.

Estaba morcillona, quizá porque Gabriel, a pesar de estar mazadísimo, no era me atraía del todo. Aquello, lejos de desagradar a mi profesor, le puso más cachondo.

–Me encanta metérmelas enteras en la boca cuando aún están en reposo…

–Pues date prisa, que no va a durar mucho así –contesté, cogiéndole de la cabeza.

Sus gafas chocaron contra mi pelvis y, de un modo u otro, se las arregló para meterse todo mi rabo dentro de la boca, huevos incluidos. Claro que mi polla no tardó en ponerse dura como una roca, y tuvo que sacarse mis pelotas de la boca para dejar sitio a mis 16 centímetros.

–Ahora entiendo a lo que te referías con lo de esa otra cualidad… Lo cierto es que este tamaño no está nada, pero que nada mal.

Los ojos grises de Gabriel me miraban con vicio, y podía distinguir cierto amor en ellos. Cerró los ojos y, sin ningún esfuerzo, se tragó mis 16 centímetros, uno a uno hasta que su nariz se hundió en mi pubis. Sentí su campanilla acariciando mi glande y su lengua relamiendo cada recoveco de mi tronco. Movió los labios para abarcar al completo la polla, tratando de hacer algo de hueco a mis huevos, sin éxito.

Así estuvo durante un par de minutos, haciéndome una mamada bastante mejor que la de Alan debido a la práctica que tenía.

–Profe, túmbate tú.

Gabriel debió pensar que le iba a comer la polla, y aunque en un primer momento era una idea que me echaba para atrás, sentí que debía hacerlo.

Mi profe quedó tumbado sobre la mesa. Le quité el pantalón y, acto seguido, los calzoncillos, dejando a la vista una enorme polla de casi 20 centímetros de largo y unos 5-6 de grosor y unos huevos grandes, sin mucho pelo debido a que se lo había recortado. Tragué saliva, pensando en lo que se me venía encima.

–No te preocupes –susurró Gabriel–. No hace falta que te la metas entera. Tú prueba a ver hasta dónde te entra, y con eso será suficiente.

Asentí y mi profe flexionó las rodillas, posando sus pies sobre la mesa, a ambos lados de mi cuerpo. Me agaché y, con algo de temor, cogí ese monstruo que ya babeaba. Abrí la boca y apenas pude metérmela debido al tamaño. Tuve que hacer fuerza para que aquella bestia entrara en mi boca. La introduje todo lo que pude, pero cuando apenas había superado la mitad, tuve que sacármela de la boca.

–Lo siento –me disculpé, tosiendo–. No puedo. De verdad que no puedo.

Gabriel me miró con comprensión.

–No importa. Lo has hecho muy bien. Déjame que termine yo la faena.

Se dio la vuelta, siendo esta vez su cabeza lo que quedaba colgando en el aire. Era algo que había visto muchas veces en vídeos porno, en los que la chica se pone en esa posición mientras el tío se la folla por la boca; lo que me encantaba de esta posición era ver la garganta de la tía moviéndose debido a la introducción del rabo del tío. ¿Pasaría lo mismo si era yo quien me follaba a mi profe? Estaba deseando averiguarlo.

Mi profe abrió la boca y no tardé ni siquiera dos segundos en meterle la polla en la boca, lentamente. Gabriel iba haciendo hueco a cada centímetro que iba entrando en su cavidad. Y yo, que estaba mirando su garganta sin siquiera parpadear, pude ver cómo esta se hinchaba al entrar mi rabo. Dios, aquella escena no se me borraría jamás de la cabeza. Por si fuera poco, mi profe me acarició los huevos, que habían quedado a la altura de sus ojos.

Comencé a embestir con algo de cuidado para no hacerle daño, pero Gabriel me agarró el culo con firmeza y empujó todo lo que pudo, quedando mi polla ensartada en su boca. Se notaba que tenía años de experiencia comiendo pollas, ya que no se atragantó ni una vez y su técnica, incluso en esa posición, era espectacular.

Aceleré el ritmo y mis huevos rebotaban cada vez con más fuerza en sus ojos y nariz. Sabía que me quedaba poco, por lo que le sujeté de la cabeza y me la follé con fuerza.

–¡¡OOOHHHH…!! Aahhh… Hhmmm, joder… –es todo lo que pude decir.

Cuatro potentes chorros de lefa habían salido disparados de mi cipote y mi profe ni siquiera se había apartado. Al contrario, se había tragado cada gota de mi leche, sin dejar escapar el más mínimo resquicio.

–Me has ordeñado como una buena putita… –me atreví a decir.

Gabriel me fulminó con la mirada, pero contestó.

–Este desayuno equivale a un punto más en la nota final. Espero que te haya gustado. Ahora, a clase.

Abrió la puerta de la sala de estudios y nos dirigimos a nuestra aula. Me hizo esperar unos diez minutos antes de entrar de nuevo en clase, solo por si acaso, y eso hice.

–Disculpad, chicos –habló frente al resto de la clase–. Tenía una llamada urgente de un primo que, por cierto, es granjero, no sé si os lo había dicho. Tiene una empresa de lácteos, ¿lo sabíais?

Aún fuera de la clase, yo no pude evitar reír por lo bajito. El capullo les estaba vacilando en la cara. Claro que una cosa era cierta; este granjero estaba especializado en leche, y se la iba a dar a quien se la pidiera.

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Pues aquí acaba el capítulo. ¿Qué os ha parecido? Espero vuestros comentarios y valoraciones.

P.D. En el próximo relato volvemos al sexo únicamente entre chavales...