Sexo adolescente 2. Me follo a mi mejor amigo

John cumple su palabra y le come la polla a Alan. Pero eso no será lo único que hagan antes de terminar de follar.

Buenas!! Quería comentar algo, y es que en el anterior relato me cambiaron la edad de los personajes. Sé que parece una tontería, pero este tipo de sucesos tienen más interés y sentido cuando los personajes son adolescentes. Dicho esto, ¡que tengáis un buen pajote!

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Alan me miraba con los ojos brillando, como si las palabras que acababa de pronunciar fueran su salvavidas. «Supongo que tendré que devolverte el favor», había dicho. Por una parte, mi yo más interno tenía entre ganas y curiosidad por probarlo; pero, por otra parte, mi mente me decía que, si lo hacía, no habría vuelta atrás. Y no estaba seguro de querer meterme en algo de lo que no podría salir.

Mi amigo seguía con los ojos brillantes, aún arrodillado en el suelo, con su mano todavía sosteniendo mi rabo, ya algo flácido. Suspiré dando a entender que lo haría. Intercambiamos posiciones y esta vez fue Alan quien quedó tumbado boca arriba, con las piernas estiradas. En cambio, en lugar de arrodillarme en el suelo, yo me puse sobre él, con mis rodillas a ambos lados de la suyas y mi rabo colgando a escasos centímetros de sus cuádriceps. Alargué ambas manos y, sin pensar mucho en ello, agarré ese cipote que tantas veces había visto estallar.

La sensación, aunque algo desagradable en un principio, me provocó un ligero cosquilleo en la barriga que ascendió hasta la garganta. Bajé lentamente el prepucio, haciendo salir a ese glande cabezón que siempre me impresionaba. Iba a ser algo complicado y, sobre todo, asqueroso, meterme eso en la boca. Pero le debía el favor y, aunque no quisiera reconocerlo, me moría de ganas por probarlo.

Me apoyé en la cama con mi mano derecha mientras con la izquierda sostenía aquella tranca que ya babeaba, deseosa de una buena mamada. Me la acerqué a la cara, abrí la boca, cerré los ojos y… me metí la polla en la boca. Como si fuera un acto reflejo, aparté la lengua y me limité a hacer el sube y baja, tocando ese rabo tan solo con los labios. Era la primera polla que me comía, y me daba un poco de repelús. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba y cuanto más escuchaba gemir a Alan, más cerdo me ponía.

En una de las bajadas, quise probar a ver hasta dónde me entraba. Hice presión y, para mi sorpresa, me entró entera, aunque el roce del glande con mi garganta provocó la primera arcada en mí. Cuando volví a metérmela en la boca, decidí probar a usar la lengua y, para nueva sorpresa, aquello no se sintió tan desagradable. Notaba cada imperfección de ese rabo, cada vena y cada surco. Y, sobre todo, podía notar su glande manando un precum que desde el principio me supo bien. Aquello me animó a continuar con mi labor y a esforzarme todavía más.

–¿Seguro que es tu primera polla? –preguntó mi amigo. Asentí–. Pues no lo haces nada mal para ser tu primera vez. Ya podrían otros aprender de ti…

Aquello me llamó la atención. Era la segunda vez que mencionaba haber tenido sexo con alguien, pero no estaba con nadie del instituto. Claro que, hasta hacía un rato, tampoco sabía que era bisexual, así que lo dejé pasar.

Continué con la mamada y, para darle más placer, me ayudé de mi mano izquierda para hacerle una paja al tiempo que se la chupaba. Eso debió molarle mucho porque sus gemidos se acrecentaron.

–Aaahh… Hhhmm… Sigue así, por favor…

Obedecí y continué así durante un par de minutos.

–John, me voy a correr. Me voy a correr en breve.

Pensé en terminar lo que había empezado, pero mi vena más capulla salió y decidí dejarle con las ganas. Paré la mamada y me levanté de la cama.

–No –dije–. Tú no te vas a correr. Al menos, no todavía –me miró con algo de angustia–. Se me ha ocurrido algo. Te voy a follar.

Los ojos de Alan se abrieron como platos. No pude descifrar si era una mirada de terror o de ansia.

–Pero… pero nunca me la han metido. Y tu polla… es demasiado gorda.

–Bueno, para eso están estos amiguitos –contesté, moviendo los dedos.

Alan aceptó y se puso de rodillas. Ese culazo que tenía quedó en pompa y, fruto del guarreo del momento, le azoté dos veces, una en cada cachete.

–Uf, eres una zorrita, ¿eh, chaval?

–Sí… soy una perra…

–Así me gusta, que conozcas tu posición –nunca había follado, y me estaba sorprendiendo mi actitud. A pesar de ser calmado e introvertido de puertas para fuera, estaba descubriendo que me encantaba manejar la situación en el sexo.

Empapé mi dedo corazón en saliva y eché un escupitajo en el ano de Alan para lubricarlo. Comencé a introducir el dedo, que entró sin problemas. Me animé con el segundo y, aunque con más esfuerzo, entró sin oponer apenas resistencia. Lo complicado vino en el tercero. El culito de Alan estaba muy cerrado, y se notaba que no había mentido; no le habían follado todavía. De modo que el tercer dedo costó más. Hice presión con cuidado, para no hacerle daño, y lo fui metiendo muy poco a poco. Cuando por fin estuvo dentro, comencé a mover los dedos.

–Oohh… Esto está mejor de lo que pensaba… Uff…

–¿Te gusta, putita? Pues vas a flipar cuando te meta la polla.

Tras jugar durante medio minuto con mis dedos y después de comprobar que ese ano estaba relativamente bien dilatado, me arrodillé detrás de Alan y puse mi rabo a la altura de su agujerito. El solo contacto de mi glande con su entrada me provocó un escalofrío. Estaba nervioso por lo que iba a suceder, pero tenía unas ganas tremendas de perforar a mi amigo. Con tan solo quince años iba a follarme a mi mejor amigo. Y, con esos mismos quince años, Alan iba a ser penetrado por primera vez por su mejor amigo.

Escupí en mi cipote para lubricar algo más y comencé a ejercer presión. El glande se abrió paso poco a poco, acompañados por los gemidos de dolor de Alan, que se negaba a que parase.

–Tú sigue. Tiene que entrar… ¡aahh!

El glande entró por completo y mi amigo lo notó de inmediato.

–A partir de aquí, todo será menos doloroso –le dije, y le di una cachetada en el culo.

Sosteniendo a Alan de la cintura, empujé con suavidad, logrando así que mi rabo fuera entrando lentamente en aquel estrecho agujero. Pude sentir su ojete apretando con fuerza mi cipote, casi impidiéndole entrar, pero los gemidos y palabras de Alan me indicaban que no parara. Fue entonces cuando mis huevos hicieron contacto con los suyos, señalando el fin del camino.

Mi polla había entrado por completo. Mis 16 centímetros estaban ahora en el interior de Alan, y este parecía estar disfrutándolo. Me pidió un pequeño descanso para que su culo se acostumbrara a la visita, y eso hice.

La vista desde mis ojos era espléndida. Tenía a Alan sobre la cama, a cuatro patas y con el pecho casi tocando el colchón, con el culo en pompa. Si bajaba la mirada me encontraba con ese culo trabajado abierto de par en par, ensartado por un gran mástil del que no se podía apreciar ni un solo centímetro.

–Vale. Puedes empezar.

Alan me había dado el visto bueno, por lo que me puse manos a la obra. Saqué lentamente mi cipote, procurando no hacer daño a Alan, hasta que pude ver mi glande asomando. Lo ensarté de nuevo y, tras un gemido de entre dolor y placer por parte de Alan, comencé a embestir con más fuerza.

Mis dos manos permanecían sobre sus glúteos, palpándolos y azotándolos de vez en cuando. Sentía mis huevos rebotando, chocando con los suyos cada vez que mi glande alcanzaba su próstata.

Los gritos de dolor de Alan fueron transformándose en gemidos de placer, y la escena cada vez me ponía más y más cachondo. Alan había depositado su mejilla izquierda sobre el colchón, y me miraba a la cara como podía con esos ojos llenos de placer. Ver su cara de deleite cada vez que mi rabo penetraba en su interior me hacía querer follármelo más duro, y eso empecé a hacer. Sin saber cómo, aceleré todavía más las embestidas, y comencé a sentir el cosquilleo previo al éxtasis.

–Alan… ¡Ahh! Me… me corro…

Como si se lo hubiera pedido, Alan se apartó y se tumbó boca arriba. Mientras yo me pajeaba, a punto de correrme, me acomodé sobre sus piernas y junté nuestras pollas. Con ambas manos, continué aquella paja a dos rabos que ya palpitaban, a punto de estallar.

Nos corrimos prácticamente a la vez, y nuestros gemidos sonaron acompasados.

–¡¡AAAHHHH!!

Los once o doce trallazos que echamos entre los dos fueron a caer al abdomen y pecho de Alan, y algunos incluso cayeron en su cara. Yo estaba en la gloria, aún pajeando lentamente nuestros cipotes.

–Ohh… Joder, qué puto gustazo –dije mientras me tumbaba junto a mi amigo.

–Y que lo digas, tío. Esto es lo mejor que he hecho en toda mi vida.

Ni Alan ni yo lo sabíamos, pero en ese momento, una cámara nos grababa desde lo alto de su escritorio.

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Aquí la segunda parte de la serie. Espero que no me vuelvan a cambiar las edades, ya que me jode y me dejó sin ganas de continuar, pero bueno. Espero que lo hayáis disfrutado. Como siempre, ¡espero vuestros comentarios y valoraciones!

P.D. ¿Quién creéis que habrá dejado una cámara para grabar a nuestros protagonistas follando? Espero vuestras deducciones :)