Sexo a la carta en la Patagonia

Historia de la escalada de erotismo de una indulgente y hermosa joven turista con su espontáneo y voluntario guía.

"SEXO A LA CARTA EN LA PATAGONIA"

Los hechos que contiene esta historia tuvieron lugar en fechas aún recientes. Fue con motivo de una visita que hice a mis parientes lejanos de Argentina. Además del encuentro familiar, mi viaje a tan larga distancia era para aprovecharlo y hacer algo de turismo por aquellas tierras. Después de una semana disfrutando de los principales atractivos y de recorrer los barrios más interesantes de Buenos Aires, decidí que los días que aún me restaban de vacaciones los ocuparía haciendo algo por mi cuenta y de esta forma liberar a mis tíos, ya que no me apetecía recargarles por más tiempo con las atenciones que mi presencia requería, pues ellos, aunque extremadamente acogedores conmigo, tenían que ocuparse también de sus propias obligaciones. De esta forma, pensé, podría volar a mi aire por aquellas tierras, para mi exóticas y prometedoras, en las que tal vez tendría la ocasión de conocer gente, sumergirme en sus esencias y vivir más intensamente sus costumbres y sus peculiaridades culturales. Así que decidí consumir la última semana en este lindo país, visitando la bonita región de La Patagonia, una de las más recomendadas y pintorescas de Argentina.

El mismo domingo, me despedí de mis familiares y en unas horas ya estaba aterrizando en el pequeño aeropuerto de San Carlos de Bariloche, que era la ciudad más importante de La Patagonia. Nada mas descender y avistar la ciudad y sus alrededores, enseguida me di cuenta de que había sido un acierto, por la inmensa belleza del entorno natural en que estaba enclavada. Me desplacé directamente al Hotel Sunset, donde había reservado habitación para una semana. La ubicación de mi alojamiento estaba en el centro cívico de la ciudad y cerca del famoso lago Nahuel Huapi. Era temporada alta, por ser invierno, y aquello estaba muy concurrido de turistas procedentes de todas partes. Desde el primer momento, me sentí muy a gusto en aquellos parajes tan singulares, con tanta animación. Presentía que iba a tener vivencias extraordinarias en aquel lindo rincón de la Tierra, que me esperaba una estadía llena de alicientes; estaba eufórica, feliz y más comunicativa que nunca en aquel ambiente de calidez humana que reinaba por todas partes, a pesar del frío que estaba haciendo en esas fechas.

Como estaba viajando sola, lo más prudente sería no aventurarme demasiado en la vida nocturna, hasta conocer mejor el ambiente. Ya me inscribiría, al día siguiente, para las diversas excursiones que se organizaban desde el mismo hotel.

Esa misma noche, como tenía que organizar mis cosas y terminar con mi mudanza, después del largo vuelo de más de 1.600 Kms. que había tenido que hacer, me dispuse a cenar en el restaurante del hotel. Después de la cena, me acomodé en un salón que había en el mismo lobby del hotel, me senté en la barra del bar para tomar algo y hacer tiempo hasta la hora de dormir. El ambiente era muy tranquilo, ya que por ser las últimas horas del domingo la concurrencia era escasa. Mientras tomaba un cóctel, estuve preguntando algo a los camareros, que se desvivieron por facilitarme toda la información que pedía. Se mostraban muy amables y corteses conmigo. A mi lado, estaba sentado un caballero, con vestimenta deportiva, de media edad, alto, de mirada penetrante y agradable, que no dejaba de observarme con interés, pero discretamente. Era un hombre bien parecido, de hermosos ojos azules, realmente atractivo, que todavía conservaba el poderío físico y el encanto de la madurez temprana. Parecía estar algo aburrido y con disposición a entablar conversación. Presumí que de un momento a otro me iba a decir algo. Así fue, me abordó con simpatía y discreción, estuvimos platicando mucho tiempo, tan metidos en nuestra conversación que pasaron las horas sin darnos cuenta. Me dijo llamarse Gabo, era argentino, separado, de 42 años, ingeniero electricista y me estuvo relatando muchas cosas del lugar, de su persona y su vida. Me recomendó no andar mucho sola por ahí, agruparme con otros turistas para las excursiones y por si no me gustaba ir en rebaño se ofreció a mostrarme las bellezas naturales de esa parte de La Patagonia, pues estaba de vacaciones y tenía mucho tiempo libre. Su proposición me pareció tentadora, pero tuve que hacer como que no la escuchaba por razones de lógica prudencia, ya que también podía tratarse de un cumplido de cortesía, además de no saber con certeza si era persona recomendable. Sin embargo, en mi fuero interno no me importaba aceptar y aventurarme con este desconocido de apariencia fiable. Parece que su interés por mí era firme, pues insistió en su idea, y no cesó hasta que venció mis débiles reparos y me hizo aceptar su compañía para realizar juntos algunas excursiones. Quedamos en que al día siguiente pasaría a buscarme por el hotel, con su auto. En el fondo me sentí muy halagada, con la agradable y cómoda sensación de estar protegida y atendida por alguien del país, que aunque algo mayor que yo, era un hombre tan apuesto que nuestra diferencia de edad no era nada llamativa. Parecía que era una persona, por quien podía dejarme llevar tranquilamente. De esa forma tan inesperada se cruzaron nuestros caminos.

Más tarde, durante los días que estuve con él, tuve ocasión de ojear su diario y en la fecha del día en que nos conocimos, había escrito lo siguiente:

"Hoy domingo, creo que ha sido un día de suerte para mí. Llevo varios días de vacaciones, en la cabaña invernal que poseo acá en Bariloche y desde mi llegada no he tenido nada que se salga de lo corriente, hasta que esta noche decidí ir al centro de la ciudad para consolar un poco mi soledad, antes de retirarme a dormir. He permanecido un rato de la tranquila noche de domingo, en el bar del Hotel Sunset, pensando que tal vez podría ver a alguno de mis amigos que suelen ir por allí. Me he sentado en una mesa y miré si estaba alguien, pero no hallé ninguna cara conocida. En el lugar solo había algunos de turistas; de pronto, he visto a una mujer rubia que estaba sentada en la barra del bar, se veía muy bella, con un imponente cuerpo y además estaba sola. En principio, supuse que sería una turista del norte de Europa o francesa, pero después, cuando se dirigió al barman, me he dado cuenta de que era española. Me dije -woww..., española y qué belleza! no creo que haya problemas con el idioma- Entonces, he decidido acercarme a la barra para tratar de entornar una conversación con ella.

Cuando me he acercado he notado que usaba una dulce fragancia cítrica que me erotizó el sentido olfativo, ya que me encanta que las mujeres lleven ese tipo de aroma. Se veía que era bastante joven, aparentaba menos de 30 años. Estando en la barra casi a su lado, me he volteado para mirarla con firme insistencia e interés y enseguida me he dado cuenta de que ella me estaba observando disimuladamente.

-Hola! Qué hace una mujer que viene de tierras cálidas y placenteras a este bello lugar tan gélido y nevado? -le dije.

Me respondió con una bella sonrisa que dejaba notar que era una mujer además de bella, muy simpática. Me contestó que había venido a visitar a una tía suya en Bs.As. y de paso disfrutar de unos días en un lugar como este, tan natural y diferente para ella. Al comprobar que estaba sola, inmediatamente, la he invitado a tomar otra copa y hemos seguido charlando con agrado, pues parecía una chica bastante culta, y además de su belleza, su simpatía y la fragancia cítrica que emanaba me atraían mucho de ella. Hemos estado hablando largo rato de forma que sin saber cómo entramos en confidencias y casi nos contamos nuestras vidas. Me ha dicho que se llama Sara, "Sari" para los amigos, y que trabaja en una compañía consultora, como analista de inversiones. Por mi parte, le he contado que estoy de vacaciones para unos días, que habito en una linda cabaña de madera de mi propiedad y otros pormenores por los que estaba allí. He sabido que pensaba quedarse durante varios días para conocer lo más destacable del lugar y no he dudado en invitarla a conocer los sitios más interesantes, ofreciéndole mi guía de experto conocedor local. Ella, como era de esperar no se ha abierto a alguien a quien recién ha conocido. Ha intentado rehusar mi ofrecimiento, no deseaba causarme molestia alguna, ni abusar de mi amabilidad, pero algo me decía que valía la pena insistir y después de repetirle mi ofrecimiento y tranquilizarla, he conseguido que finalmente aceptara dejarse acompañar por mí. Entonces nos hemos citado para que mañana pase a buscarla por el hotel. Me he venido a mi casa muy impresionado por la simple idea de pasar algún día con una joven tan atractiva y quizás soñando que intentaría algo más, a ver que pasaba, pues por intentarlo no podía perder nada, al contrario, me serviría de distracción y bien podría ser la ocasión de oro que andaba buscando últimamente. Tal vez la fortuna me había puesto delante la posibilidad de tener una relación fuerte con una mujer tan sexy y bella. Si no tenía éxito, por lo menos habría conocido a una mina interesante del otro lado del Océano"

Un día largo y tendido con Gabo:

A primera hora de la mañana ya me estaba esperando el en lobby del hotel, salió a mi encuentro, nos saludamos y le invité a desayunar conmigo. Yo salí arreglada para la ocasión, quería causarle la mejor impresión y además ir a tono para un día en la montaña. Llevaba un pantalón verde de camuflaje, muy ajustado, combinado con unas botas de escaso tacón. La parte de arriba la cubría con un jersey elástico y apretado que dejaba adivinar todo el contorno firme y turgente de mis senos. Encima de todo ello, un chaquetón grueso hasta mas abajo de las caderas. Gabo se vino hacia mí, me besó ligeramente en las mejillas, y me miró sin recato, con admiración y regocijo. Durante el desayuno, aprovechamos para planificar la actividad del día; me sugirió que podíamos empezar por visitar El Cerro Catedral y disfrutar de las montañas y los centros de esquí. Él se había llevado su ropa y todo lo necesario para esquiar, con la idea de darme unas lecciones intensivas durante toda la mañana, ya que para mi era la primera vez que lo iba a practicar.

Montamos en su camioneta y bordeando el bonito lago que hay en Bariloche, me llevó a unos 20 kms. junto a la base de este conocido macizo montañoso. Allí aparcamos el coche y después de rentar un equipo de nieve para mí, tomamos el cable carril, un sistema de elevación como un teleférico y alcanzamos un área muy extensa destinada a la práctica del esquí. El lugar era maravilloso, con las cumbres nevadas y los cerros picudos, con gran movimiento de gente por todas partes para disfrutar de las actividades de montaña. Nos quedamos en una pista fácil y tranquila, poco patrullada, lo cual me pareció buena idea, así mi torpeza no sería tan vista. Estuvimos horas y horas ensayando para que yo consiguiera deslizarme sobre la nieve, y a cada intento se correspondía una caída o pérdida del equilibrio. Gabo, me sostenía agarrándome por los brazos y levantándome cada vez que me caía por los suelos, era una situación cómica y divertida, debido a mi inexperiencia. Mi falta total de habilidad para moverme en la nieve, me obligada a entregarme en sus brazos sin saber si era necesaria tanta permisión, algo que él aprovechaba para recrearse placenteramente mientras enderezaba mi posición. Al final de la mañana, ya habíamos conseguido que yo avanzara con relativa estabilidad, no sin antes haber rodado por la nieve en un montón de ocasiones. Nos reíamos como niños traviesos a cada tarascada y en algún caso, en mi caída le arrastraba a él que se dejaba rodar sobre la nieve, abrazado a mí. Aparte de divertirnos mucho, para mí aquello era nuevo y me enganchó de tal manera que la mañana se me pasó rápida como en un suspiro.

Con la excusa de mi aprendizaje, habíamos tenido mucho contacto físico, retozando sobre la nieve como si nos conociéramos de toda la vida; siguiendo el guión de las clases, durante tantos ejercicios sus agarrones y abrazos no habían dejado libre de sobo ni un centímetro de mi cuerpo. Al final de la práctica, yo ya mantenía mi cuerpo vertical, algo insegura, por lo que Gabo para evitar mi derrumbe me sujetaba con sus brazos, de manera que alguna vez me quedaba involuntariamente pegada a él, mientras me sostenía por detrás. Sentí el calor de su aliento sobre mi nuca, así como el blando y notable contacto de su hombría sobre mi parte trasera. En algún momento, al clavar su mirada invasiva y tensa sobre mis ojos, percibí que en nuestros cuerpos se estaba produciendo una rebelión de hormonas que no iba a ser fácil de dominar y mantener en calma.

Cuando llegó la hora, nos fuimos a comer a uno de los restaurantes típicos de Cerro Catedral. En la larga y relajada sobremesa, sentados uno frente al otro en una mesa pequeña, que nos hacía muy próximos, él clavaba sus ojos en los míos, como embelesado. Me estuvo preguntando todo sobre mis gustos y aficiones, tanto de tipo social como íntimas, de manera que tocamos el ineludible tema de la sexualidad sobre el que Gabo deseaba conocer mis gustos y limitaciones. Yo abierta de mente como soy, no tuve reservas para intercambiar con él mis opiniones y preferencias. Esto le acabó de envalentonar y tomando mis manos, apretándolas entre las suyas, para transmitirme su calor me dijo:

-Eres como me había imaginado. Mi tipo de mujer ideal. -confesó él.

-No creas.....también tengo mis defectos, y terribles. -contesté.

-Lo que tendrás son montones de pibes detrás de ti....-afirmó.

-Hombre...no me puedo quejar, la verdad.

-Qué te gustaría hacer ahora, Sari?

-No sé...tu eres el guía y sabrás que es lo mejor....

-Entonces...si nos dejamos llevar por mi instinto nos vamos ya y te muestro mi cabaña.

-De acuerdo. Hoy ha sido un día tan movido que ya estaría bien retirarnos.

Mientras me decía esto, mantuvo mis manos aprisionadas entre las suyas, como si yo fuera una codiciada presa que me fuera a escapar, transmitiéndome su calor y afecto en forma de una corriente que fluía por todo mi ser. Abandonamos el restaurante y descendimos por el transporte de cable carril para regresar a Bariloche. Gabo, por el camino me propuso ir directamente a la cabaña, tomar algo allí mismo y luego, antes de devolverme al hotel, me invitaba a una cena rápida a base de carne, que cocinaría él mismo. Después de tantos favores, no me pareció bien rechazar su ofrecimiento y consentí en acompañarle a su casa y acabar el día como él lo estaba planeando.

Sin tardar, llegamos a su cabaña que estaba en las afueras de la ciudad, en una zona apacible poblada de un grupo de casitas de madera, discretamente separadas unas de otras, rodeadas cada una de ellas de un espacio arbolado. Su interior era cálido y acogedor, tenía un aire rústico debido al mobiliario y al estilo de construcción, con las paredes formadas de troncos de madera y el pavimento del suelo también de madera, lo que aislaba la estancia del frío. Se trataba de una vivienda pequeña, dotada con todos los servicios básicos necesarios, construida en una planta ligeramente elevada sobre el nivel del terreno. En el fondo, frente a la entrada, había un hogar con leña dispuesta para encender fuego. El centro de la sala estaba ocupado por una mesa rectangular de madera maciza, con cuatro sillas acopladas a ella. En una de las paredes un sofá de dos plazas y dos sillones encarados al hogar. En el suelo, entre la mesa y el hogar se extendía una gran piel de cabra a modo de alfombra. Luego, Gabo me mostró el resto de la cabaña, una diminuta cocina, cuarto de baño y un dormitorio con una cama grande. Era un encanto de casita.

Antes que nada, me sugirió que podía darme una ducha allí mismo, sin tener que esperar a llegar al hotel. Entre tanto, él se ocuparía de encender el fuego del hogar para caldear la vivienda.

-Podés ponerte una camisa mía que hay colgada en el baño, así estarás más cómoda para la cena. –me dijo.

Cuando salí del cuarto de baño, solo llevaba la ropa interior y una camisa suya que me llegaba casi hasta las rodillas. Gabo me miró divertido y me indicó que me sentara junto al fuego mientras el también se duchaba rápidamente. Después del esfuerzo físico de esa mañana, el cuerpo me había estado pidiendo un buen baño, por eso ahora me sentía cómoda y relajada.

Mientras estuve sentada en el sofá, que daba lateralmente al hogar, al reflujo cálido del fuego, pensé que estaba atrapada en un ambiente perfecto para una velada íntima, en cómplice soledad con mi nuevo amigo. Estaba segura que eran el lugar, el momento y el hombre predestinados para hacer realidad una fantasía romántica y de pasión, un buen complemento para enriquecer mi plan de viaje. Había todavía bastante por descubrir, pero en el aire se respiraba una atracción y deseo crecientes. Él, se estaba comportando cada vez más confianzudo y amoroso conmigo, estrechando el cerco y ganando espacio por momentos, aunque, eso si, sin propasarse ni abusar de su ventajosa situación.

Gabo, no tardó en salir del baño, metido en un albornoz blanco de baño, con signos de encontrarse en un estado tónico, con un brillo especial en los ojos que denotaba un alto nivel de energía contenida en su interior. Se sentó a mi lado, muy junto, nuestras miradas tropezaron, la mía era de sumisión y la suya tan hipnótica y apremiante que me dejó inerme durante unos segundos. Su estado parecía tenso y excitado.

-Bueno Sari, no me decís nada de mi cabaña....

-Me parece una monada, un refugio muy lindo y acogedor.

-No se te antoja compartirla conmigo unos días ...?

-No creo que sea buena idea, te quitaría tu libertad y podía ser incómodo para los dos.

-Yo pienso todo lo contrario, me hace mucha ilusión tenerte aquí conmigo....!

Aprovechando nuestra proximidad en el asiento, muy inclinado sobre mí, me tomó la cabeza delicadamente con ambas manos, volteó mi cara hacia él y puso su boca junto a la mía, acoplando sus labios suavemente sobre los míos, para comprobar si yo aceptaba su iniciativa. Yo no tenía pensado haber entrado tan pronto en ese juego, al primer envite, el primer día de conocernos, pero ya me di cuenta de que todo se precipitaba, estaba metida en un pozo de pasión y era el momento justo de cambiar el chip.

-Mmmm! Sari..... como he soñado este momento! -exclamó besando mi oreja.

-Uuffff...Gabo...! –Suspiré yo aturdida.

Siguió adelante, incontenible en sus acciones, demostrándome que estábamos en un trance inaplazable. Su mano se apoyó sobre mi muslo, ascendió por detrás y exploró entre mis nalgas, me acarició el torso, todo ello a la vez que sus labios se habían trabado con los míos, su lengua paladeaba dentro de mi boca sorbiendo mi saliva y mezclándola con la suya. Yo le respondí, friccionando mi lengua furiosamente contra la suya, dentro y fuera de la boca. Su otra mano impaciente y experta comenzó a acariciarme los pechos por encima de la camisa. Sin darme cuenta me había desabrochado los botones, liberándome rápidamente del sujetador, facilitando que su mano amasara con ahínco mis pechos turgentes y deseosos de ser tocados. Parecía tener muchas manos, y con una acariciaba mi vulva por debajo de la braguita, penetrando sus dedos en un delicioso y diabólico recorrido alrededor del clítoris.

-Oooh! ooohh....! -comencé a suspirar

-Te sentís bien...? -preguntó en tono acalorado.

-Si, claro....-le dije abrazándome a él, entregada.

Comencé a retorcerme de gusto sobre el sofá, señal de que nuestros cuerpos empezaban a arder por los cuatro costados. Él inclinó su cabeza, alcanzó mis senos con sedientas lamidas y consiguió atrapar en seguida uno y otro de mis pezones, chupándolos con la avidez de un animal hambriento. Me tomó una mano y la llevó sobre su pene, para que comprobara el volumen de su paquete. Su boca y su lengua iban y venían desde mi cuello hasta el contorno de mis senos de oscura cúspide, erecta y húmeda a causa de sus libaciones. Eran unas lamidas alternadas con chupadas deliciosas, ruidosas y delirantes.

-Ya ves cómo me tenés....caliente desde que me hablaste por primera vez!

-Si.... mmmm! -murmuré.

Volvió a besarme en la boca, con tal fruición que a cada encuentro de nuestros labios acompañaba un chasquido sonoro. Después dejó de besarme, se separó ligeramente de mí para contemplar sonriente mi rostro feliz y satisfecho, mientras que acariciándome los pechos con ambas manos, me decía:

-Sara tenés unas tetas perfectas, apetitosas y muy sensibles...de lo mejor que he visto...!

Nuestra complicidad ya era tal que el progreso de nuestra entrega era rápido y compartido sin reserva alguna. Prueba de ello fue que me despojó de la camisa, y yo solté mi mano que había permanecido agarrada a la erección que se proclamaba debajo de su bata. Pensé que su miembro no merecía el encierro al que estaba sometido, le desaté el cinturón de su bata, la abrí lo justo para que emergiera su verga exultante y tiesa como un mástil.

Me quedé como hechizada contemplando su glorioso pene, a la vez que le tanteaba su dureza con mi pequeña mano; de repente, noté que la mano que Gabo tenía puesta sobre mi nuca, me estaba empujando inconscientemente en dirección a su sexo. Interpretando su gesto, bajé del sofá me hinqué sobre el suelo, le tomé la polla con ambas manos e inclinando mi cabeza, mis labios se posaron suavemente sobre su glande. Al sentir mi contacto, su capullo se hinchó y adquirió un color amoratado, luego de besarlo lo lamí repetidamente con la punta de mi lengua, comencé a chuparla toda con ganas y al ver que había alcanzado su máximo esplendor, embutí aquella polla dura y palpitante en mi boca, recorriéndola con mis labios, dejando que penetrara hasta mi garganta.

-Oohhh!! oohhh!! Sari...mi amor....!!.-pude entender que decía entre rugidos.

Al poco, noté que tenía la verga algo más untosa y presintiendo un inmediato estallido, levanté la cabeza para sacar su verga de mi boca y darle un respiro.

-Ven aquí reina mía, quiero probar tu saborcito....

Me recostó sobre el sofá, y después de retirarme el panty, se dejó caer sobre mí, me separó los labios genitales con sus dedos para acariciar mi vulva con ávidas lamidas.

-Hummm...que chochito tan rico, sabes a ambrosía, nena!

Su lengua, con notable destreza, comenzó un tour maravilloso alrededor y sobre mi clítoris, haciendo que yo me agitara exacerbada por una estimulación extrema, presa de un gusto inmenso.

-Mmmm..! aahhhh! mmmm. aaahhhh...! -gemía yo excitada.

Así continuó unos minutos, obsequiándome con toda la sabiduría de su experta lengua, insistiendo como para asegurar mi disfrute por encima de todo. Yo, descontrolada por el calentón, agarré su cabeza y la atraje con fuerza sobre mi sexo, hasta que mi excitación llegó a la cresta de la ola, y disfruté de un orgasmo extraordinario, que me dejó patitiesa.

-Aaaassch! aaaaassssch! aaaaahhh! –gemía yo entre mis estertores de placer.

Consciente de que me había hecho gozar plenamente, me tomó en brazos y depositándome sobre la piel que había frente al fuego, se tumbó a mi lado, me besó el cuello y la cara con ardor, me colmó de expresiones cariñosas mientras me besuqueaba los lóbulos de la oreja. Arrimó su cuerpo al mío, hasta hacerme sentir su dureza apremiante, su pene pendulaba en su bajo su vientre, tenso como una cuerda bramante muy caliente y enrojecido.

Le pedí mi bolso que estaba sobre la mesa, extraje un condón y se lo puse. Gabo se colocó boca arriba, listo para perforar con su barrena de carne lo que se pusiera por delante, me arrodillé sobre él, agarré su verga entre mis pequeñas manos y la puse justo sobre mi vulva, dejando que me introdujera solo la cabeza, acariciando el interior de mi conchita lubricada y ansiosa. El sentir su tacto caliente y aterciopelado era un juego exquisito, tan excitante que su polla recreció un tanto mientras se frotaba en la antesala de mi vagina. Me dejé caer sobre él con las piernas abiertas, entonces sentí el empuje implacable conforme iba clavándose su espadón en mis entrañas...la sensación era de lo más rico, notando como se abría paso entre los repliegues mucosos y calientes de mi vagina. Todo el tronco se hundió en mi, en un acoplamiento perfecto. Su pene de grueso calibre, forzaba mis labios, entrando y saliendo rítmicamente a impulsos de los movimientos de pelvis que yo le iba administrando desde mi posición más libre.

-Dale....dale más.... es toda para vos...! -me animaba Gabo con voz entrecortada.

Poco a poco nuestras embestidas eran mutuas y fueron alcanzando más y más velocidad hasta acabar en sacudidas frenéticas, de un sexo contra el otro, que se pegaban y despegaban para volverse a atacar con furia, desesperados... camino del paroxismo temporal de un increíble climax. Primero sentí en mi coño el estremecimiento de su eyaculación, mientras su boca buscaba ansiosamente la mía para morderme los labios y liberar su excitación. Seguidamente, en unos segundos, los latidos de su polla mientras descargaba dentro de mí sus últimos bombeos, provocaron que me corriera otra vez muy intensamente.

Todavía estuvimos recostados juntos por unos momentos, con su mano sobre mi vientre, acariciándolo tiernamente, suspirando y celebrando el lance tan tremendo que acabábamos de disfrutar.

-Sara, eres una mujer muy completa. Algo me decía que cogiendo también serías excepcional y no me he equivocado.....eres divina, lo más! –me dijo en tono de admiración.

-Qué quieres, herir mi modestia..? No te hace falta, ya he sido tuya...-le repliqué seria.

-Parece que te sientes ofendida o arrepentida.

-No, ha sido genial, además lo esperaba y tu lo sabías...pero no me ha quedado muy buena conciencia, sabes?

-Porqué, mi amor...?

-No sé...siento que no me he hecho apreciar y que puedas pensar que soy siempre así con todos.

-Eso no...por Dios Sara! Pienso que las circunstancias nos han desbordado la pasión y nos han obligado ha hacerlo así.

-Realmente, me gusta el sexo y lo disfruto con liberalidad, pero soy cuidadosa al escoger mis compañías.

-Entonces...gracias por el privilegio. Me siento afortunado de ser tu elección!

Después de este diálogo de aclaración, Gabo se ha levantado, se ha vuelto a poner su albornoz, para poner la mesa y asar la carne para la cena. Era ya el final del atardecer. La cena transcurrió plácidamente, nos abrimos más entre nosotros, platicando abiertamente, mientras dimos cuenta de la parrillada y de una botella de vino tinto. Estaba todo exquisito y así se lo reconocí, dándole una vez más las gracias por tantas atenciones y demás. Al terminar preparó una taza de mate cocido para que degustara esta apreciada infusión argentina que, según Gabo, me ayudaría a digerir tanta carne en una noche. Lo tomamos sentados en los sillones, frente a la agradable fogata.

Le recordé que cuando viera oportuno me acompañase hasta el hotel, a lo que me dijo que aún era pronto, puesto que al día siguiente no necesitábamos madrugar mucho.

Por un instante, cerré los ojos para recuperarme de la realidad del momento. Estaba en un país alejado del mío por muchos miles de kilómetros, con la sola compañía de un hombre, que se mostraba como un caballero y aunque casi desconocido me había entregado a él sin condiciones, y a mi albedrío. No podía llamarme a engaño, ya que desde el primer momento percibí que aparte de ser amable con una extranjera y distraer su soledad, su actitud denunciaba que pretendía algo más, algo como conquistarme y tener una aventura conmigo. A pesar de ello, hice como que no me daba cuenta de su asedio, me sentía complacida de verme tan consentida y mimada por este hombre, buen amante, que me inspiraba confianza y seguridad. Su persona me había seducido. No me arrepentía de haberle aceptado, pensando al final que todo iba bien y así iba a seguir.

-Seguro que ahora ya te encuentras como nueva….-comentó él.

-Si, pero me siento magullada del cuerpo, como si me hubieran apaleado. –contesté.

-Tú lo que necesitas para reponerte es un buen masaje antes de dormir. -me dijo.

Le miré a la cara con aire incrédulo, sin decir palabra. Me aseguró que estaba habilitado para hacerlo, ya que tiempo atrás hizo un curso de fisioterapia.

-Dejame que te compense y alivie por el día tan duro que te he hecho llevar. –insistió.

-Te lo agradezco, pero no voy a consentir que estés todo el día haciendo de nurse para mí. –le contesté.

-Ninguna molestia, al contrario, he decidido dedicarme a vos todo el tiempo, quiero dispensarte lo mejor de mí, cuidarte, llenarte y colmarte de lo que te haga feliz. –insistió mientras me acariciaba la barbilla.

-Mira Gabo….otro día te dejaré que me hagas una demostración.

Sin hacer caso de mi propuesta, se levantó dirigiéndose al baño y al poco salió con un frasco, un tubo y una toalla de baño, la extendió sobre él la piel de cabra y me señaló que me tumbara sobre ella, a modo de camilla. El me esperaba allí, de rodillas para iniciar su tratamiento. Inexplicablemente en mi, adopté una actitud de obediencia ciega y sin más objeciones me acosté boca abajo, con la camisa puesta y los brazos extendidos, él, se colocó a horcajadas por encima de mis piernas, me despojó parsimoniosamente de toda la ropa, luego introdujo sus dedos acariciantes entre mis cabellos, me retiró el pelo hacia delante, deslizó los dedos desde mi nuca hasta el cuello, presionando y amasando la parte muscular, insistiendo con las manos y los dedos durante un rato hasta alcanzar los hombros.

Después, vertió una parte del aceite aromático y estimulante dérmico en sus manos y me untó todo el torso, me frotó a lo largo y ancho de la espalda, hasta recorrerla desde la nuca hasta los glúteos con friegas y frotamientos, en inacabables maniobras con las palmas de las manos y los dedos, alternando los trazos largos, cortos, circulares. Antes de dejar la zona, pasó las yemas de los dedos bordeando la espina dorsal en un rozamiento tan sutil que apenas me tocaba, tal como si una araña estuviera correteando por mi espalda.

Esto último, me produjo un cierto cosquilleo muy familiar, eran los primeros efectos sensuales. Ahora, sentía la sensación de una nueva forma de comunicación entre los dos, algo que tenía verdadera profundidad, traspasaba mi piel. Como se trataba de solucionar mis problemas físicos, me dejé hacer con gusto pero pronto comencé a sospechar que el final iba a ser otro. Poco a poco fui pasando a un estado mental de abandono, disfrutando de ser tocada, algo que él estaba haciendo muy bien.

Gabo, se retiró hacia atrás para poder trabajar en la zona de mis extremidades. Ahora se ocupaba brevemente de mis pies utilizando sus pulgares, me atenazó los tobillos con las dos manos para elevar mis piernas y fregar la fina piel varias veces, concienzudamente, hasta más arriba de las rodillas, cada vez con más firmeza, incluyendo la zona interior de los muslos. Sus últimos recorridos ya eran más amplios, casi más bien caricias sensuales que friegas terapéuticas o por lo menos mi estado voluptuoso así me lo hacía notar. Después de acabar con mis piernas, pasó a frotarme y amasarme los glúteos de nuevo, oprimiendo y frotando cada uno de ellos con su mano extendida, a la vez que los jalaba hacia los lados, separándolos repetidamente. Su mano surcó varias veces la hendidura de mis nalgas, sin llegar a rozar el ano ni los genitales. Me volvió a frotar con las palmas de la mano, con mucha presión, a lo largo de la espina dorsal, hasta que me calentó toda la zona lumbar y cervical. La verdad es que con los últimos tocamientos me había transportado al paraíso del bienestar.

En unos segundos pasó por mi mente que con todas estas manipulaciones por casi toda mi anatomía trasera, mis molestias musculares habían desaparecido por completo, parecía ser que Gabo había hecho un buen trabajo, mi cuerpo estaba nuevo y laxo, pero poco a poco pasé de estar relajada a tener las pulsaciones aceleradas, y las partes vedadas de mi intimidad habían quedado llameantes con el ansía de ser también exploradas por sus experimentadas manos.

Aprovechando el masaje, Gabo me había realizado también un meticuloso preludio muy rijoso, que me había preparado para todo. Imaginaba el ejercicio de autocontrol que estaría realizando él, resistiendo al llamado de su instinto para abalanzarse sobre mí, y cambiar el programa fisioterapéutico por un lance desenfrenado de sexo. Pensé que si se había contenido hasta el momento, era por su experiencia y que su intención sería despertar un fuerte deseo en mí para terminar cogiendo como locos.

Seguidamente, sus dos manos abiertas se metieron debajo de mi cuerpo, volteándome para cambiarme a la posición supina. Así, puesta boca arriba, sin amagos, extendió más aceite sobre mi piel y me propinó un tratamiento similar, deslizando sus manos y sus dedos hábilmente en innumerables viajes sobre mi vientre, oprimiendo y acariciando mis costillas y mis pechos. Llegaba al minúsculo triángulo velloso sobre mi pubis y encogía los dedos para no tocar mi flor genital. En una de sus aproximaciones a mi región púbica, debió comprobar allí las convulsiones de mi bajo vientre, que yo ya no podía disimular por más tiempo.

-Bueno Sari ...... creo que hemos llegado otra vez al punto. Ahora para rematar necesitamos los dos algo más, no crees? –me dijo mientras me despojaba de mi ultima ropa.

-Si….me parece que el masajista se ha salido del guión! –le contesté abrumada por la calentura.

Totalmente desnudo, se acomodó pegado junto a mí, cubriéndome casi la mitad del cuerpo, me dio unos tiernos besitos en el cuello, y me lamió varias veces los lóbulos de las orejas. Sentía su falo muy duro punzando sobre mi muslo. Estuvo unos instantes contemplando ensimismado mis pechos palpitantes por la excitación, se recostó sobre mi, lamiendo y besando embelesadamente mis senos, mi cuello, ofreciéndome su lengua extendida y recta entre mis labios para que la chupara varias veces. Después, la metía dentro de mi boca, caliente y húmeda para encontrarse con la mía en una lucha lasciva e infernal. Entretanto, sus dedos como pinzas, atenazaban mis pezones entre sus dedos, exprimiéndolos y retorciéndolos con firme suavidad, hasta endurecerlos a su gusto y succionarlos con ansia lujuriosa y febril.

Me tomó por la cintura para volcarme hacia abajo, pidiéndome que doblara las piernas para quedar a cuatro, me hizo inclinar la espalda y la cabeza hacia el suelo al máximo, mis pechos casi descansando sobre la piel de cabra. Él permaneció arrodillado, detrás de mi, me tomó por las nalgas, abrió con sus dedos mis labios vaginales y en seguida noté el infierno de sus tiernas lamidas sobre mi vulva, demorándose, controlando los tiempos antes de frotar con la lengua mi anhelante clítoris, provocándome un estallido de placer y unos gemidos incontenibles.

-aaauugghhsschh... aaaauuggsschh..! -gemía yo débilmente.

La atmósfera de lujuria era tan densa, que diríase que se podía cortar. Gabo, sin perder el control de sus actos, apoyó su polla en el pórtico de mi vagina, que se entreabrió sin resistencia al sentir el contacto duro, sedoso y ardiente de su carne, penetrando solo unos centímetros, jugando con movimientos circulares y breves punzadas y restregones sobre mi erecto pitoncito. Yo ondeaba mi trasero presa de una excitación descomunal, pero él mantenía el juego sin darme la penetración que yo estaba deseando con ardorosa ansiedad. Así, estuvo unos minutos punteando la entrada de mi concha, forzando mi escalada de deseo, incendiando los puntos más sensibles de mi sexo, hasta que mi agitación debió de darle a entender que estaba al límite. Sacó su verga, alargó el brazo para sacar la cajita azul que había en mi bolso, extrajo un preservativo, se lo enfundó y volvió a penetrarme, pero esta vez con una furia desesperada, me clavó su enorme polla hasta el tope de sus huevos, haciéndome disfrutar de la caliente dureza de su instrumento, que se había deslizado entre mis carnes íntimas, rellenándome por completo. Al mismo tiempo que me tenía perfectamente empalada, dobló su cuerpo sobre mi culo para alcanzar con sus manos mis pechos en suspensión y mimarlos con deliciosas caricias, con lo que me proporcionaba un doble efecto excitante.

-Te gusta, ...amor? -me preguntó, mientras estaba penetrado e inmóvil.

-Si. -le dije en voz baja.

-Aún estás un poco tímida conmigo, pero me gusta saber.... -dijo

-Sentís culpa o vergüenza de estar tan caliente? -insistió él.

-Un poco...si. -contesté

-Por qué?

-No sé....es porque me alteras mucho y no tengo costumbre de demostrarlo tanto.

-Te gusta como te cojo?

-Demasiado...!

-Esto aún tiene que mejorar mucho, ya verás....

Siguió un silencio, Gabo apuntalado contra mi sexo, estuvo un largo rato sacando y metiendo su polla en incontables penetraciones, obligándome a balancear mis caderas para acoplarme a su ritmo, hasta que comenzó a acelerar sus movimientos como si me estuviera taladrando. Yo explayaba mi excitación por medio de quejidos apagados, casi átonos, cada vez más frecuentes. Estaba ya tan acondicionada para coger tan intensamente que con asombro noté las contracciones reflejas como una descarga de mis tensiones, seguidas de unos escalofríos que culminaron en el éxtasis de un formidable orgasmo. Gabo continuó fustigando mi agitada concha, dándome bruscas acometidas, mientras farfullaba palabras y expresiones lascivas que yo apenas entendía, no tardando en eyacular. Después de correrse se quedó abrazado a mí, por detrás, durante unos instantes y luego desenvainó su verga, todavía gruesa y congestionada, sin que hubiera perdido su volumen.

Todavía estuvimos gozando del grato y confortable ambiente que reinaba en la cabaña, próximos a la lumbre que seguía encendida. Después, nos vestimos y me acompañó hasta el hotel, insistiendo en que muy bien podía dejar de alojarme en el y terminar los días que me restaban en su cabaña. Le prometí pensármelo durante la noche y nos despedimos hasta el día siguiente con un beso breve y sentido.

Me dirigí a mi habitación, tome un último baño y me metí en la cama sin entretenerme. Necesitaba tener en reposo hasta la última célula de mi cuerpo para meditar un poco los acontecimientos recién pasados. Apenas podía reconocerme en el papel de amante improvisada que estaba jugando. Sin duda, Gabo era un gran tipo, aunque no era fornido, era de músculos fibrosos, fuerte y bien dotado, tenía los hombros anchos, una voz cálida y profunda que me dominaba, limpio, atento, sensible y audaz sexualmente. Era uno de los mejores amantes que había tenido, atento, detallista, cariñoso, tierno, siempre con ganas de cogerme. Por todo esto, deseché todo prejuicio y me deje flotar como una nube a merced del empuje del viento del amor. El día había sido maravilloso, completo y alucinante, pues no era normal vivir tan variadas y fuertes experiencias en tan pocas horas, ya que hasta me parecía que habían transcurrido años desde que llegué el día antes a Bariloche. Ya la suerte estaba echada, -pensé- vine con el propósito de ver mundo y vivir la vida a tope, aquí nadie me conocía y bien podía aprovecharlo; mañana será otro día tan bonito como hoy o más, me abandonaré en brazos de mi nuevo amor, tomaré mis cosas y me trasladaré a su cabaña para compartir también su cama. Después, rememorando cada acto vivido durante el día, me sentí tan feliz, satisfecha y relajada que pronto me quedé profundamente dormida.

Todavía permanecí cinco días más en San Carlos de Bariloche, fueron días muy intensos en los que me impregné de todo el aroma de esta tierra, me grabé su paisaje, disfruté del sentir profundo de su gente, sentí nuevas sensaciones y descubrí otras versiones muy gratificantes del placer sexual. Mi complicidad con mi guía Gabo fue en aumento, me mostró facetas inesperadas de su personalidad y me ayudó a ampliar mis conocimientos del lugar, a conocer a sus hombres. Todo ello, lo describo en una próxima segunda parte que nos llevará a la apoteosis más caliente de esta historia.