Sexo a la Carbonara

Espaguetis catalizan la tensión sexual existente entre mi amigo Rubén, siempre formal, y yo, ' que siempre entro hasta la cocina' ZTZN

Él parloteaba sin cesar mirando para todos los lados de la cocina menos a los espaguetis a los cuales daba vueltas con la cuchara que sostenía en la mano derecha. Lo sentía mucho por él, pero no estaba procesando absolutamente nada de lo que me decía: La botella y media de vino estaba haciendo estragos en él y no había modo de hacerlo callar. De todos modos, tampoco parecía estar buscando que le escuchase, sólo hablar.

Tenía la mirada fija en la espiral que trazaban los espaguetis en la cazuela de modo que no me di cuenta cuando él, en un momento de euforia, golpeó con la cuchara de madera un lateral de la cazuela con excesivo impulso. Evidentemente, la cazuela volcó y empapó mis pantalones de agua y espaguetis. Afortunadamente, acababa de encender el fuego hacía escasos minutos y no acabé escaldada. Él me observó a través de su visión un tanto deforme por la alcohol, confuso, para luego desviar la vista a los espaguetis del suelo y empezar a reírse.

  • Esto no tiene ninguna gracia, Rubén. – le espeté entre dientes mientras me quitaba los vaqueros empapados, pero sin poder evitar una sonrisita a través del pelo que me tapaba la cara.

Él parecía haber recuperado la compostura, un parche de cielo claro en la nubosidad de su ebriedad, e intentaba actuar racionalmente. Se sentó en el suelo cruzado de piernas al lado de la cazuela y empezó a recoger los espaguetis para meterlos dentro y luego tirarlos. Refunfuñaba de vez en cuando mientras los recogía, y otras veces se reía por la situación. Aún estaba algo confuso.

Me acerqué a donde estaba él para contemplar mejor su humillante escena de recogida de espaguetis. Me senté en la encimera con las piernas abiertas y las manos entre ellas: Supongo que en aquel momento de embriaguez no caí en el hecho de que todo lo que llevaba era un fino tanga rojo y una camiseta de tirantes blanca con un escote considerable. Pero la situación me resultaba cómica así que no caí en tal hecho, o tal vez sí pero no era consciente de ello.

Le miré los labios y deseé que me mordiera cada centímetro de piel con aquella boca de apariencia tan suave. Un escalofrío me recorrió cuando paseé la mirada por los brazos y los imaginé agarrándome con fuerza, clavando los dedos en mis caderas mientras me lo follaba. El fino tanga empezó a empaparse y a transparentarse. Yo me mordía el labio ante la duda de cómo actuar aunque la respuesta era obvia: Yo había ido hasta su casa buscando guerra, no pasta italiana. Y eso lo sabíamos los dos.

Mis cavilaciones se vieron interrumpidas cuando él finalizó la tarea y se levantó con un acto reflejo, sin darse cuenta de que acababa de aparecer entre mis piernas. Entonces cayó en la cuenta. Le miré con ganas, aunque toda yo lo decía por mí. Los tirantes caídos, dejando ver la línea de mis pechos, el tanga rojo y fino, mis piernas suaves rodeándole y mis ojos clavados en los suyos. Pareció confuso pero no le di elección: Le agarré de la camiseta y tiré de él hacia mí con brusquedad. Le mordí el labio inferior y tiré de él con un poco de rabia pero con suavidad. Mi manos le agarraron de los costados y tiraron de él contra mí, quería tenerle cerca. Saqué el culo un poco por fuera de la encimera para pegar su principio de erección contra la fina tela roja. Sus manos buscaron el interior de mi escote y yo ya empezaba a respirar rápido. Le rodeé la cadera con las piernas desnudas y de un empujón con las mismas le atraje aún más a mí, aunque parecía imposible. Mi camiseta de tirantes había desaparecido y mientras me comía el cuello notaba su barbilla raspar contra mi clavícula, poniéndome enferma. Mis manos actuaron solas, le desabrocharon el cinturón, abrieron el botón y bajaron la cremallera. Había prisa, ni siquiera le di tiempo a quitarme el tanga, aparté la tela a un lado y de otro empujón con las piernas le guié en una clara señal de que me follase tal cual. No se hizo de rogar, y de un solo movimiento me la clavó hasta el fondo, cortándome la respiración durante un segundo por una mezcla de placer, sorpresa y dolor. Pero no me dió tregua, empezó a follarme fuerte y a un ritmo considerable, yo la sentía a cada empujón cada vez más dentro, su voz ronca susurrando todo tipo de cerdadas que provocaban que me empapara aún más y su polla resbalase por el interior de mi estrecho coño. Le mordía el cuello, y me agarraba con las manos a la encimera porque de lo contrario me habría tirado contra ella. Los dos sudábamos: él llevaba toda la ropa puesta, los pantalones y los calzoncillos algo por encima de las rodillas. Siguió empotrándome cada vez con más fuerza, todo lo profundo posible, jadeando y sudando en una cocina que apestaba a pasta italiana. Sentí su polla tensa dentro de mí y supe que faltaba poco para el fin de la función.

Lo último que me apetecía era apartarme de él, y aunque sabía que probablemente tal situación se fuese a repetir a lo largo de la noche, no quise arriesgarme. Le empujé con suavidad fuera de mí, y me observó confuso. Sin mediar palabra, bajé de la encimera y desaparecí de la cocina por una puerta que llevaba a un largo pasillo en forma de ‘L’. Él me siguió al cabo de unos segundos cuando pudo procesar lo que le decía, se subió los calzoncillos pero dejó que los pantalones cayesen al suelo de la cocina. Cuando llegó a la esquina de la ‘L’ vio un objeto en el suelo: mi tanga rojo. Lo cogió mientras una idea empezaba a formarse en su mente y de un empujón abrió la puerta de su propio cuarto, donde sabía que estaría yo.

Entornó los ojos para poder ver algo en el claroscuro reinante en su habitación. Yo le esperaba desnuda sentada en su cama, iluminada por sombras y por las luces de la luna y las farolas de la calle. Entró sin mediar palabra para sentarse a mi lado. Según tocó el colchón, le obligué a tumbarse con un empujón en el hombro y me subí sobre él. Le besé suavemente el cuello, mordisqueando un poco. Soplé por la humedad que dejaban mis besos y sentí como se le ponía piel de gallina y su respiración se aceleraba de nuevo. Sus manos agarraron mis caderas y entre mis piernas la noté dura y caliente como una piedra de nuevo. Le saqué la camiseta por la cabeza para poder besarle el pecho. Le pegué un par de mordiscos suaves en los costados que le hicieron estremecer y bajé por el caminito que me marcaba su cuerpo. En el borde de los bóxer le miré, pero él no me miraba a mí, tenía los ojos cerrados y una mano encima de la boca. Le pegué dos lametones cortos en cada oblicuo y después soplé: su polla se tensó aún más y él emitió un sonido que no pude identificar.

Le bajé el bóxer y se la agarré con una mano. Le empecé a dar lametones a lo largo, subía a la punta y le daba lamentones cortos, soplaba levemente, y yo le notaba retorcerse. Su mano no tardó ni diez segundos en enredar sus dedos por mi pelo y guiarme al ritmo que quería. Yo le pajeba mientras me la metía en la boca casi entera y la rodeaba con la lengua, describía círculos alrededor y espirales en la punta o frenéticos zigzags que provocaban que se retorciera aún más y se mordiera la mano. Cuando su polla estuvo tan tensa, dura y caliente que no aguantaba más, la guié entre mis piernas empapadas. La deslicé a lo largo de mi coño, resbalando la punta de su polla por mi entrada al paraíso y eso le desquició: Me agarró con violencia de las caderas y me la metió de un solo golpe, como hizo antes. Se nos escapó un largo suspiro al hacerlo y él empezó a moverse debajo de mí pero con un gesto le indiqué que se estuviera completamente quieto. Obedeció y yo me arqueé sobre él y empecé a subir y a bajar sin prisa, trazando círculos con la caderas o moviéndome de adelante hacia atrás. Ondulé mis caderas como aprendí en danza del vientre, notándola a la perfección por dentro de mí. Él jadeaba debajo de mí y me clavaba los dedos en las caderas. Empecé a trazar espirales ascendentes con las caderas, de modo que hubo un momento en el que sólo tenía dentro la punta de su polla. Entonces paré y le miré a los ojos. Él me devolvió una mirada que decía ‘ Fóllame’. Di una contracción voluntaria con el coño sobre la punta, apretándola, y subí y bajé escasos centímetros, sólo por la punta, con el coñito apretado y resbaladizo. El resopló y emitió unos ruidos apagados, clavando aún más los dedos en mis caderas, pero yo seguí unos minutos de ese modo: Apretando la punta, subiendo y bajando escasos centímetros, y cuando le sentía desquiciado, bajaba de un solo movimiento, clavándomela entera y le seguía follando como anteriormente había hecho para a los escasos segundos repetirlo.

Sentí que no iba a durar mucho más: Se mordía los labios con tanta fuerza que creí que se iba a hacer sangre, su polla estaba durísima al borde del orgasmo y yo no iba nada desencaminada de acabar del mismo modo. Se hartó de aquella placentera tortura, me apartó de encima de él y me puso las manos contra la pared. Con una mano me las sostuvo ahí y con la otra metió mi propio tanga en la boca. Con una mano sobre las mías, la otra recorrió mi nalga izquierda y mi costado con una lentitud y delicadeza insufrible mientras su boca mordisqueaba mi espina dorsal hasta llegar a mi nuca, donde se desvió por mi hombro y acabó mordiéndome el cuello con un poco de agresividad mientras me rozaba los pezones con la palma de la mano y notaba su polla entre mis nalgas.

Notaba todo su torso contra mi espalda, caliente, y sus manos rozándome para de vez en cuando morderme con algo de rabia o clavarme los dedos dominado por la excitación. Noté como puso su polla en la entrada de mi coño, y colocando una mano en cada cadera, empezó a follarme cada vez más fuerte, sosteniendo mis manos con una de las suyas mientras con la otra me acariciaba. Empecé a gemir como podía con la tela en la boca mientras él jadeaba en mi nuca y sentí que las piernas me fallaban y un hormigueo me recorría todo el cuerpo. Con la cara contra la pared y el pelo enmarañado me corrí entre gemidos y el tanga cayó sobre la cama, pero él no paraba, clavé las uñas contra la pintura de la pared. A él tampoco le faltaba mucho.

Entonces le aparté de mi espalda y le indiqué con un toque en el hombro que se tumbara. Obedeció mientras me subía sobre él y en cuqlillas me la metí yo sola hasta el fondo. Resopló y me agarró fuerte por el culo. Meses de ejercicios Kegel con bolas chinas me permitían mover los músculos de mi coño a voluntad propia, aparte de dotarle de una estrechez deliciosa para el que se lo follase.

Le miré a los ojos mientras creaba movimientos ondulantes sin moverme un centímetro. Creé espirales y notaba todos mis músculos envolviendo su polla, ondulando en torno a ella, apretándola y llevándole al borde del orgasmo. Se sorprendió al no comprender qué pasaba, pero no tardó en cerrar los ojos y dejarse llevar, sudando y jadeando entre mis piernas mientras se mordía el labio. Al minuto, clavó sus diez dedos, cinco por nalga y apretó los dientes en un jadeo final mientras sentía su semen caliente y resbaladizo en mi interior, provocando en mi un segundo orgasmo. Me aparté de encima y me dejé caer a su lado, mirando el techo ambos. De fondo sonaba Barry White.

Abrí los ojos y parpadeé dos veces. Seguía en mi cuarto, en mi casa, frente a a la pantalla de mi ordenador. Todo lo había imaginado, maldita sea. En ella, brillaba parpadeante:

Rubén: Como no te quieras venir a mi casa...Tal vez sea un poco tarde pero estoy haciendo espaguetis :)

R.ZTZN