Sex-appeal

Sex appeal, de Sukubis. Sex-appeal: atractivo físico de una persona o de cómo ella me llevó a la gloria.

Primera parte

El Encuentro

Era una mañana de un frío otoño, como no recordaba haber tenido uno en mucho tiempo. Esperaba el colectivo con las manos y las mejillas casi congeladas. Agradecí el sistema de calefacción del colectivo al entrar, ese calorcito me devolvía la circulación, me senté en un asiento que miraba hacia atrás y justo frente a mi vi a una chica, una hermosa morena, no reparé en otra cosa que su boca, unos labios carnosos, apetecibles, maravillosos, se me antojaron de inmediato y aunque no soy uno de esos salidos, se me antojaba ver correr mi leche por esas comisuras. En ese sentido divagaban mis pensamientos cuando la bella niña levanto la vista y me miró directo a mis verdes ojos; sus ojos tenían una fuerza tal, que tuve que bajar la mirada, no la resistí, nunca antes me había pasado esto… debió ser por la idea de llenar su boquita de leche, que cruzaba por mi mente en ese momento y la vergüenza que me daba sentir que pudiera leerme al ver mis ojos. Esa sensación me hizo girar mi vista a la ventana de al lado. Trate de concentrarme, de no mirarla de nuevo… pero con el rabillo del ojo esperaba que ella estuviera mirando hacia otro lado, para verla de nuevo. Cuando lo hice, sostuve la mirada, sus ojos eran de un color castaño casi como la miel, con el brillo del sol se veían más claros, sus labios, ah cómo decirlo, simplemente apetecibles, los humedeció un poco con la lengua y debió notarse mi bulto en medio de las piernas. Con su mirada parecía inspeccionar la tropa y este soldado tenía su arma de reglamento cargada y a su servicio.

Habría hecho lo que me pidiera, incluso saltar del autobús, que fue casi lo que hice, porque no se en que momento se levantó y alcance a verla apenas cuando me pasó por el lado, y juraría que miró hacia mí y me sonrío con malicia, al menos eso creí. Salí detrás de ella, me llevaba media calle, veía sus piernas, cubiertas por unas botas de tacón alto, que llegaban justo a la rodilla, una falda tipo tubo a cuadros, blusa de encaje, yérsey negro y chaqueta de cuero, el cabello suelto, ondulado. Y yo sin saber qué decir para que se detuviera. Ella se detuvo, sin embargo, se volteo hacia mí y me dijo:

¿Me estas persiguiendo?

No. Respondí, apenas con un hilo de voz.

¿por qué mejor no me invitas un café? Dijo coqueta.

Si claro, acepté entre nervioso y ansioso, ante la oportunidad de hablar con aquel bombón. Qué podía perder

Mientras caminábamos podía ver su hermoso cuerpo, al conducirla por las escaleras del pequeño centro comercial, pose mis ojos en sus caderas y en su fabuloso culo, bufff. Estaba en la gloria, nada más de verla. Cuando se quitó la chaqueta y la bufanda pude ver su maravilloso par de tetas. Grandes, redondas, apetecibles, su canalito debía llevar a la perdición y yo no precisaba de lazarillo para llegar. Pedimos un par de cafés, el mío negro, a ver si espabilaba, el de ella cortadito con leche, uhmm leche en esa boquita.

Hablamos de tonterías, no sabría contarles, me pregunto de mí, le dije que trabajaba en una empresa publicitaria, en el departamento de medios audiovisuales, (al cual debería haber llegado hace 30 minutos). Me pregunto mi edad, 36 años, si era casado, le dije que no, en realidad no lo era, vivía con alguien nada grave, pensé. Mientras le respondía la miraba, sus piernas cruzadas, dejaban ver el borde de encaje de algo como un fondo, no se bien decir que era. Pero en conjunto esta mujer era un pedazo de hembra. Cambiamos números de teléfonos y mientras ella se reía de mi torpeza, yo babeaba dándole razón al verla sonreír. Una sonrisa increíble, llena de luz.

Me despedí y me puse de pié dispuesto a inventar la mejor excusa del mundo al llegar al trabajo. Cosa difícil teniendo a Ceci en mi mente. Cecilia bellísima se quedó terminando su café mientras me veía partir. Yo deseaba que pudiera notar las horas que dejo en el gimnasio trabajando mis piernas y mi abdomen, pero con toda esta ropa, tendría que tener visión de rayos X.

Parte 2

Del otro lado del espejo

Tengo 34 años, soy abogada y llegué a la ciudad de Montreal hace un año y medio, para no revalidar mi titulo y empezar a trabajar lo antes posible sin las molestias de los exámenes de la Barra de abogados de Montreal, decidí certificarme como notario y trabajo como asistente de la abogada Marinelli, en una oficina en el centro de la ciudad, cerca de la Avenida René Levésque. Vivo en las afueras de la ciudad en un apartamento tipo estudio, donde predomina una gran cama king size, mi escritorio al lado de la ventana, una mesita redonda con 2 sillas y una pequeña biblioteca son todo el mobiliario de mi habitación. Mi objeto más preciado mi PC portátil, mi conexión con el mundo exterior. Fuera de la oficina, no suelo salir, conservo algunos amigos de la universidad con los cuales me reúno de vez en cuando y traigo a casa uno que otro galán de turno. Mi corazón lo tengo empeñado lejos al otro lado del mar y allá esta bien, a buen resguardo.

En el guardián de mi corazón pienso cada vez que cruzo el puente Champlain, justo antes de llegar a la parada más próxima al casino. Justo allí hoy se subió al colectivo un chico alto, como de un metro 75 con unos ojos verdes impresionantes y una cara de perrito perdido que daba piedad. Me miraba como si hubiese perdido una igualita a mí y cuando me bajé corrió detrás de mí. Al sentir sus pasos detrás de mi, me detuve, giré sobre mis talones y le pregunté qué le pasaba. Si me perseguía. Su cara me dio piedad, le dije que me invitara un café. Mientras hablábamos lo evaluaba, lo media. Era sin duda un ejemplar interesante, fuerte, viril sin exagerar, intuía su buen cuerpo debajo de su abrigo. El cual no se quitó, supongo que de lo nervioso que estaba. Yo me divertía un mundo viendo sus gestos, escuchándolo balbuciar. Me dio su tarjeta con sus coordenadas.

Y viéndolo alejarse se me metió en la mente la idea de conquistarlo, seducirlo sería tan fácil que no hacerlo sería pecado. Me dijo que estaba solo pero considerando su edad y el promedio supuse que me mentía. Así que iría poco a poco. Yo no tenía prisa. Esa era una de mis ventajas. Cometería este delito, con premeditación y alevosía pero a plena luz del día. Lo primero que hice al llegar a la oficina fue agregarlo a mi lista de contactos, por lo general las conversaciones a través de este medio son desinhibidas, fluyen con facilidad a temas personales. De esa manera me enteré de sus gustos, no tardó mucho en enviarme sus fotos y yo en corroborar que vivía con alguien. Las conversaciones sexuales no tardaron en llegar y a medida que lo conocía más. Más claro tenía mi objetivo. Ese chico sería para mí.

Lo único que yo conocía de la dominación lo había leído en relatos y ese tipo de cosas. Pero algo en este chico me invitaba a poseerlo, a dominarlo. No me ponían para nada los látigos, ni el látex, pero las relaciones de poder me excitaban al extremo. Y en el juego de seducción el poder es un ingrediente afrodisíaco.

Parte 3

La trampa

Hablaba con Ceci a diario, al principio desde la oficina, la saludaba al comenzar del día, al almuerzo, al final de la tarde, para evitar problemas con mi pareja, sin embargo mi relación con ella no pasaba del cachondeo. Nada más ver a Ceci conectada era preludio de una erección. Me decía hola Luisito y boing, mi verga golpeaba del slip queriendo salir. Luego comencé a conectarme con ella en las noches, al llegar al apartamento, estaba obsesionado, cada vez deseaba más estar con ella, me enviaba fotos que observaba paseando mi mirada por sus bellas caderas, sus muslos, sus pechos, apetecibles, los pezones dibujados bajo su bra, jo… era demasiado pensar tanto en una mujer y estar al lado de otra. Además Ceci no me pedía nada, sin embargo no aceptaba salir conmigo si seguía con Pamela. No se cómo se las ingeniaba Ceci para saber que seguía con ella. No fue sino cuando las vi almorzar juntas que me enteré. Quise evitar descubrirme con Pamela, así que le pregunté con quien había almorzado, me respondió extrañada, me dijo que con las chicas, traté de indagar lo más que pude, pero al parecer era algo casual y ella sin saber filtraba información al enemigo. Decidí cortar por lo sano con Pamela, llevado por el deseo hacia Ceci y sabiéndome con la batalla perdida. Si al menos dejaba a Pam por las buenas, quizás podría volver con ella. Al menos eso pensé.

Después de mi ruptura con Pamela, pensé que lo tendría más fácil con Ceci, pero la puta solidaridad femenina se interpuso y ella dejó de hablarme, hasta que un día recibí de nuevo un mail suyo. Un mes estuve matándome a pajas, Sin Ceci y sin Pamela, me volvía como loco. Así que cuando recibí el mail entre la rabia y el deseo lo leí.

"Querido Luisito, te he tenido abandonado.

Estuve de viaje, cómo siguen tus cosas con Pamela, qué cuentas de nuevo.

Pasé 3 semanas en Costa Rica, te envío una foto para que veas el paisaje. Ceci"

El archivo adjunto era una foto de Ceci desnuda de la cintura hacia arriba. Sus tetas al aire, sus pezones durísimos, rozados por el viento. Resultado mi verga apuntando el cielo. Ni que decir que me hice mil pajas en honor a la foto y a mi Ceci. Se me quitó la rabia y me volvieron los deseos de ver conectada a la condenada mujer que me tenía cogido de los cojones. Y lo que más grave estaba era que ella lo sabía. Volvimos a chatear con regularidad, ahora con la libertad forzada, nos veíamos por la cam, ella pedía más de lo que enseñaba, pero el ver su sonrisa, sus senos o su cara complacida cuando yo cumplía lo que pedía me ponía mucho. Me utilizaba como a su juguete y yo me entregaba con gusto a mi placer de darle placer. No me sentía autorizado a pedir más, aceptaba agradecido las migajas que caían de la mesa. Todo con tal de disfrutar de la compañía de Ceci.

Un día recibí su llamada, como a las 10 de la noche,

quiero que me hagas correr Luisito, me dijo mimosa como la gatita que era cuando quería un premio,

con gusto princesa, -le respondí-, sólo te pido una cosa, -me atreví a decir-, que me dejes escucharte gemir cuando lo hagas.

Si mi perrito, me dijo descarada, te dejaré escucharme.

Así que comencé a decir las guarradas que se me ocurrían, ella me interrumpió y me dijo:

Luís, quiero que comiences lamiendo mis pies y vayas subiendo.

Si amor, respondí obediente.

Describe lo que haces, por favor

Voy besando tus pies, chupo uno a uno tus dedos princesa, acaricio tus pies, la planta con mi cara, beso tus talones. ¿Puedo seguir subiendo?

Si mi perrito.

Acaricio ahora tus pantorrillas, son suaves como la seda me encantan, beso todos hasta tus rodillas, las abro suavemente y percibo tu olor, me vuelves loco, lo sabes. Ella río, con malicia… me ponía mal, mi mano no dejaba de halar de mi polla.

¿Dejaras que te coma el coñito mi vida?

Si mi perro

Abro tus muslos, beso la cara interna, la acaricio, llegando al borde de tus bragas, notando tu humedad, tu calor, tu olor, deseo tanto besarte, eres deliciosa.

Si cariño, puedes hacerlo.

Ladeo tu braga y pego mi boca a tus pliegues, la voz apenas me salía, trataba de que mi susurro fuese comprensible, pero estaba a reventar y en eso la escuché gemir. Un regalo de la dueña de mi placer… uff.

Sigo lamiendo tu coño delicioso, quiero que me regales tus juegos, los beberé con gusto Ama, era la primera vez que la llamaba así, y así la sentía. Mi Dueña, Mi Ama yo sólo su perro, estaba allí para lo que ella aceptará. Sus gemidos, eran un pago exagerado.

Ahh, ahhh, sus grititos se hacían más profundos, más guturales y yo estaba al borde, a punto de correrme aun con los pantalones a medio quitar.

Sigo princesa, en medio de tus piernas, lamiendo tu coñito, sintiendo tu botoncito duro en medio de tus pliegues, lamiéndote como tu perrito, sintiendo como tomas mi cabeza y la hundes en tu coño. Te deseo princesa, soy tuyo, tu perrito, tu gatito, tuyo.

Su orgasmo se dejó sentir con fuerza al otro lado del teléfono. Y el mío produjo un desastre en mi ropa y en el sofá. La escuchaba gemir al otro lado y yo extasiado y excitado no deseaba más que aquello se hiciera realidad, pero tenía claro que quien mandaba era ella. Ella decidiría cuando y cómo y yo obedecería.

Gracias mi perro, me dijo, y juro que la escuchaba aun ronronear desde el otro lado, su respiración agitada, cómo deseaba tenerla entre mis brazos. Me tenía.

Cuarta Parte

Al fin la leche

Mi cielo se abrió el día que mi Ceci me dio una cita, me dijo, viste formal, cosa que obedecí al pie de la letra. Pantalón negro de líneas finas, camisa gris, corbata plateada y saco a juego con el pantalón. La busqué en su casa, un apartamento ubicado al sur oeste de la Isla, la esperé por el estacionamiento, la vi bajar por las escaleras, una visión digna de un condenado a muerte, sólo pedía que fuese lenta. Una minifalda con vuelo, me permitía ver hasta donde el diablo perdió el alma, de seguro en su entrepierna. Medias y su abrigo era lo que complementaban su atuendo y unos tacos de cómo 8 cm. Corrimos a mi auto, para evitar el frío y ya en el auto sin preámbulos nos comimos a besos, al fin mis labios chupaban sus labios, mi lengua se hundía en su boca, arrancando gemidos de uno y de otro. Muy a mi pesar, tomamos rumbo al centro de la ciudad, ella quería bailar y aunque la idea me fastidio al principio, agradecí enormemente haber ido con ella, sólo el verla deslizarse por la pista, moviendo sus caderas, ver sus pechos, cada que alzaba sus brazos, era una visión delirante, cuando me abrazaba y me besaba sus labios destilaban un néctar, una miel que bebía como un beduino sediento. Nos sentamos para recuperar aliento y ella deslizó en mis manos una suave tela, creí enloquecer al ver las bragas de ella en mis manos, las llevé a mi nariz, sentí su aroma, note su humedad. No se como me controle y cómo pude esperar a llegar a su apartamento. No me pidan que les describa el sitio, sólo vi una cama enorme que nos esperaba, ansioso como estaba de caer en sus trampas, me acerque a ella por la espalda, dadiva de cazador cazado, mis manos descendieron por su cuerpo, toque su ansiada piel, roce sus senos, me detuve en su cintura y seguí hacia abajo, hacia aquel par de piernas que cortaban mi suspiro. Las encontré sin las medias, ni idea de cuando se las quitó, suaves y tersas eran sus piernas, descalcé sus pies, prudente medida, para dejar a la altura de mi boca su sexo desnudo. Bese aquel par de piernas con devoción y gozo, retardando apropósito el deleite de lamer su coño, sus labio húmedos, calientes me desbordaban la pasión, abrió apenas sus piernas y hundí mi cabeza en ellas. Dejando correr sus jugos por mi boca, abriéndome paso con uñas y dientes en aquella intimidad que tanto había soñado y que ahora exploraba, para mi placer que era del todo de ella. Al acercarse su orgasmo, hundió mi cabeza en su coño y se derramó en mi boca, victima o victimario del sexappeal de una loba, que ya vendría por su presa, que dicha ser yo.

Ella me sabía suyo, riendo con sorna me atrajo hacia la cama, calculando cada movimiento, cautivando mi mirada que no se apartaba de ella. Me hipnotizas, con esos movimientos. Dije delatándome. En realidad lo que deseaba era que esos labios estuvieran alrededor de mi polla. Se quitó su blusa, dejando a mi vista su bra de encajes que enmarcaban un par de tetas, redondas y firmes. Llevo sus manos a la espalda y suspiré. - ¿te falta alguna otra trampita?

  • Si dos, que son el anticipo de la muerte de mi presa, dos agujeros calientes, profundos, dijo con voz seductora y embriagante.- Me respondió con voz envolvente y seductora. Rendición y muerte, me dijo como si me sentenciara y yo feliz de mi destino, sólo alcance a confirmar.

A su señal me acerque de nuevo a ella, deseoso de acariciarla toda, a medida que lo hacía, ella me fue desvistiendo. Mientras yo besaba todo a mi paso, sus senos, que eran mi perdición, sus piernas su sexo, que sólo había probado con la boca y que ya era hora de contactar con mejores instrumentos. Hundí mis dedos en ella y constaté su calor, su sedosa humedad y me acomodé a mi antojo entre sus piernas, me deleité separando sus labios vaginales con mi verga y me deslicé sin pausa en su intimidad cálida y acogedora. Entre y salí despacio mirándola directo a los ojos, viendo su carita de satisfacción, su sonrisa plácida, que fue transformándose en rictus de placer a medida que mis acometidas ganaron en fuerza, frotándose contra las paredes de su vagina, que apretaba mi miembro como un guante. Seguí mi movimiento de caderas, sintiendo como sus piernas aprisionaban mi espalda. Y es que no hay nada como tener ganas y comer, y me la estaba comiendo todita. Cuando me acordé de un manjar delicioso que no había degustado y como es mala educación no probar al menos un poco de todos los platos servidos, me serví.

Le di vuelta y jugué con su estrecho orificio, ella como las gatas, levantó la cola y se dejó hacer, respondiendo a mis caricias con un suave movimiento de caderas. Un dedo complaciente, invitaban a meter el otro y así lo hice, escuchando ya sus ronroneos de gata en celo. Escucharla, tocarla, olerla y en especial mirarla en cuatro sobre la cama me mantenía la verga en su punto, así que decidí asaltar, apunté hacia la diana y penetré su ano quedando atrapado en un mar de sensaciones narcóticas y delirantes. Como una presa en una trampa, mi pene, trataba de escapar pero se hundía de nuevo, tratando de alcanzar la cumbre de nirvana y es allí donde encontré una muerte fatal y deliciosa, mi miembro penetraba y era apretado con fuerza por el orificio, que cedía a mis envites y me devolvía una caricia a todo lo largo del tronco. Mi miembro entraba y era como succionado, trataba de salir y la fricción era tan deliciosa que, volvía y penetraba cada vez con más fuerza y más ritmo una vez, otra y otra vez. Pronto ya no puede con más excitación, lleve mi dedo de corazón a su entrepierna y acaricie sin piedad su botón.

Me afinque entonces en sus caderas y arremetí de nuevo, con fuerza en un intento desesperado por vencer y es allí donde viví la gloria pasajera de creerme dueño del cielo, al llenar con su elixir su agujero estrecho, haciendo que mi esencia resbalara por sus piernas… una muerte blanca y gloriosa.

Como si ya no tuviera suficiente se acercó entonces a mi miembro apenas fuerte para mantenerse en pie y se dedicó a limpiarlo con su boca de diosa, mi leche en sus labios, era una premonición. No me puse a filosofar, evidentemente, el deleite que me ofrecía su boca golosa, al lamer y chupar mi polla mis huevos, no me permitían pensar, creo que no tenía sangre en el cerebro, si acaso oxigeno, todo lo demás lo tenía ella en su boca, en la única parte de mi cuerpo que aun tenía vida propia. Su mirada, fija en mi cara, no perdía detalles del efecto de cada lengüetazo que le propinaba a mi miembro.

Se acercó a mi boca seca por tanto jadeo y depositó sus besos en una mezcla de aromas y sabores conocidos, que yo bebí agradecido. Depositó su cuerpo a mi lado, se recostó en mi hombro y puso su pierna sobre mí.

Aquella noche, fue un preludio de tres meses de sexo desenfrenado, en sitios públicos y privados. Luego me dejó, desapareció casi como llegó a mi vida, sin decir adiós y sin pedir permiso. Pero dejando un grato sabor, que aun produce una calentura y un enorme deseo de volver a tener sus labios carnosos y su lengua golosa, a todo lo largo de mi tronco endurecido por su recuerdo.