Sesión online con mi cerdo pagador.
Ama somete a sumiso financiero, mientras le deja la cartera a cero.
Otra noche aburrida en casa. Mis amigas no salen y no tengo pareja para pasar el rato. Enciendo el ordenador y vuelvo al chat, donde, de vez en cuando, encuentro una conversación agradable con un desconocido. Si el desconocido me pone caliente, tenemos sexo online. Así he llegado a tener los mejores orgasmos de mi vida.
Me hago pasar por Ama. 30 años, morena, alta y delgadita. Me gusta saber que tengo el control sobre el placer de un desconocido. Mi Nick es, simplemente, “Ama_”.
Accedo a la sala de chat y comienza la lluvia de mensajes privados. Decenas de mensajes solicitando ser sometidos de todas las formas imaginables (¿quieres atarme y azotarme? ¿Puedo lamer tus pies? ¿Me amordazarás? ¿Te sentarás en mi cara hasta que me asfixie?), con lo que me voy calentando sin remedio.
Después de bucear un rato entre diversos ofrecimientos, me llama la atención un nombre en particular. El Nick, “sumiso_paypig” me da curiosidad. Había leído sobre ello, personas (generalmente hombres) a quienes les gusta dar su dinero o hacer regalos a cambio de lo que quieras darle: tu atención o pasotismo. Si eres su Ama, decides sobre su cuenta corriente. Desplumarle o que te pague cuando, cuanto y como desees.
Decido cerrar el resto de propuestas y centrarme en esta conversación, ya que hemos intercambiado una pequeña charla para conocernos y me gusta lo que leo. Rápidamente pasamos al tema sexual y le pregunto abiertamente sobre ello. Le comento que siempre me ha dado mucha curiosidad saber si, verdaderamente, ha tenido algún orgasmo mientras otra persona le vaciaba los bolsillos. Su respuesta es clara: nada le gusta más que masturbarse de la forma más cerda posible mientras la chica le pide dinero, en pequeños pagos para alargar el placer. Él no pondrá resistencia, le gusta entregar su dinero para sentirse sometido. Cuando ha llegado al límite que el banco le deja sacar al día, tiene un gran orgasmo pensando cómo se sentirá después consigo mismo, cuando no pueda pagar el alquiler o comprar comida, ya que esta práctica la hace varias veces a la semana. Cuanto más dinero entregue, mayor será el placer.
Es de las pocas prácticas que no he hecho. Decido pasar a la acción. Le pregunto si me dejaría probar, dejando claro que soy primeriza en este tema pero que me pondría muy caliente. De hecho, ya noto mis braguitas mojadas y los pezones erectos contra la fina camiseta. El sumiso desconocido me responde que ya se está tocando la polla de pensarlo, le pido que deje de tocarse y vaya a por el móvil para hacer las transferencias. Mientras espero su vuelta, busco información sobre el límite diario de dinero que el banco permite sacar. Son 600 Euros. No pararé hasta obtener 1000, aunque deba conseguir que le reviente la polla del gusto.
Le envío un número de cuenta que tengo para hacer pequeñas compras en Internet. Pido que me haga el primer pago para saber que va en serio y no perder mi tiempo con un perro como él. Me llegan 10 Euros al instante. Perfecto. Como buen sumiso, tiene juguetes en casa, así que le pido que me los enumere y que los tenga a mano, los va a necesitar. Las reglas son claras: iré pidiendo que use los juguetes. Si quiere que continúe, deberá pagar. En el momento que deje de pagar, termina la sesión.
Le tengo desnudo, sentado delante del ordenador. Primero le pido que se ponga la mordaza. Una gran mordaza negra con forma de polla, bien apretada, que le haga salivar y no le deje mover la lengua ni un milímetro. Quiero que mi perro babee, que las babas chorreen por su pecho hasta llegar al rabo y que lo empapen.
Lo siguiente que usaremos serán las pinzas. Le pido que se retuerza ambos pezones con fuerza, los quiero bien duros para poder aplastarlos mejor. Pone una pinza en cada pezón, y tres más alrededor de cada uno. Esto debe haberle gustado mucho, porque me llega otra transferencia. Sin darme cuenta, estoy frotando mi coño contra la silla, que ya chorrea de imaginar semejante espectáculo.
Tiene un corsé, es muy fácil de poner y queda muy apretado a la altura de la cintura. Podrá seguir llevando las pinzas en los pezones, ya que no llega a taparlos. Le pido que se lo ponga lo más apretado posible, quiero que le queden marcas en la piel y que apenas pueda respirar, al igual que con la mordaza. Las babas que caen desde su boca amordazada le empapan el corsé y resbalan hasta la polla, totalmente empalmada. Me siguen llegando avisos de transferencias, el muy cerdo lo está pasando en grande.
Ahora utilizaremos varios juguetes a la vez: un plug anal, cuerdas y un collarín. Doy la orden a mi perro para que se levante de la silla y eche lubricante en el plug anal, no sé el tamaño que tendrá pero seguro que es grande, este tío tiene pinta de vicioso. Tiene que fijarlo en el asiento con la ventosa que trae incorporado. Antes de sentarse, le pido que abra las piernas a la altura de las patas de la silla y ate cada uno de sus tobillos a la pata correspondiente. Quiero esas patitas de perro bien abiertas para que el plug entre mejor y la polla quede bien expuesta. Por último, aún de pie pero ya con los tobillos atados a la silla, le pido que se ponga el collarín para tener la cabeza bien levantada y no poder ver el plug, tendrá que buscarlo abriéndose el culo sin mirar hasta que dé con él.
Las babas lo empapan todo; las pinzas de los pezones, el suelo, la polla a punto de reventar. Mi móvil no para de sonar mientras llegan las transferencias, y yo estoy tan excitada que me cuesta escribir las órdenes con una mano, ya que la otra la utilizo para meter tres dedos en mi coño y azotarme las tetas hasta que se ponen rojas. Ojalá pudiera estar con este perro sumiso en persona, ahora sería el momento de subirme encima de él, meterme su rabo de golpe y follármelo mientras le tiro de las pinzas y azoto sus huevos llenos de leche.
Pero aún no es el momento de correrme, primero quiero que se corra él, para ver cuánto dinero puedo sacarle. Así que le pido que se abra bien el culo con las manos, ya lo tiene bien lubricado, y se siente en el plug. Consigue meterlo rápidamente, parece que tiene un culo bien tragón. El collarín le impide bajar la cabeza y verse la polla, ahora únicamente puede mirar a la pantalla para ver lo que yo escribo, ya que le queda a la altura de los ojos. Le pido que se empiece a pajear despacio, aunque sé que está a punto de reventar, porque tengo una sorpresa para él. Mientras las babas siguen empapándole la polla y los huevos y el corsé y collarín le impiden moverse, tiene que hacer un gran esfuerzo para no correrse, así que le pido que se azote los huevos con fuerza y se acaricie los pezones doloridos.
En ese momento le llega mi vídeo. Me he grabado masturbándome con un vibrador tamaño descomunal. Puede ver un primer plano de mis piernas abiertas y cómo deslizo el vibrador hacia dentro, haciéndome daño, aunque los flujos que salen de mi coño ayudan a que resbale. Cuando lo tengo completamente metido, apenas puedo moverme. Apoyo una parte que sobresale sobre mi clítoris y aprieto bien fuerte, quiero que me destroce del gusto. Lo pongo directamente a máxima vibración y mi perro sumiso puede disfrutar de un primer plano de mi coño teniendo contracciones de placer mientras está empapado cuando llego al orgasmo. Mis gemidos de fondo rematan el vídeo.
Mi cerdo pagador se corre, masturbándose, atado en la silla y sin poder ver nada más que mi vídeo. Con el vibrador aún dentro, haciéndome daño por el tamaño que tiene, miro mi móvil.
Estoy muy contenta, he conseguido llegar a los 1000 Euros, y eso me hace tener otro orgasmo.