Sesión nocturna

En este relato os cuento como fue una de las pequeñas sesiones de calentamiento que tengo con mi sumisa Eva, como celebración por los cinco años de relación hasta el momento. Espero que lo disfrutéis.

Me ajuste la corbata frente al espejo. En aquel día era preciso un nivel extra de detalle, corbata negra listada sobre camisa blanca. Completaban la combinación unos finísimos pantalones negros y una americana también negra. El cinturón no era necesario, pero a sabiendas de lo que podría ocurrir más tarde aquella noche elegí uno sencillo negro con hebilla plateada. Los complementos elegidos serian dos anillos, el que solía utilizar con trajes, dos serpientes unidas a una esmeralda, y el anillo que ella me regalo el año pasado por mi cumpleaños. Este era el único que no me quitaba a lo largo del día y que siempre solía llevar puesto. Decidí usar reloj de muñeca, no por nada en concreto sino porque hacia buen efecto en la muñeca izquierda a juego con las pulseras de la mano derecha. Unos toques de colonia serían suficiente para jugar en armonía con el after shave que había utilizado unas horas antes. No era muy intenso, pero aun podían notarse los matices en la piel.

El pelo descansaría hoy en una media coleta, no estorbaría en la cara y estaría bien recogido. Satisfecho con el resultado consulté la hora. Habíamos quedado cerca de las 9 de la noche asique me dispuse a salir. El lugar elegido quedaba al otro lado de la ciudad, por lo que baje al garaje y cinco minutos más tarde estaba en camino a su casa. Normalmente los veranos los pasaba en su segunda residencia, pero aquel día había decidido quedarse en su casa habitual. No la íbamos a utilizar aquella noche pero por temas de comodidad y para que ella pudiera prepararse lo suficiente prefirió aquella opción. Tras 15 minutos conduciendo, llegué al aparcamiento donde siempre la recogía. No baje del coche ya que iríamos directos al restaurante, pero en cuanto quite el contacto ella salía por la puerta. La admiré mientras caminaba hacia mí, de arriba abajo. El vestido había sido una opción suya, no sabía hasta ese momento cual sería el elegido. Para mi sorpresa era uno nuevo, un vestido largo, negro completamente ajustado a la cintura con un ligero escote. Casi rozaba el suelo, o lo habría rozado de no haber sido por aquellos tacones que llevaba puestos, también negros. Todo un acierto sin duda ya que en la intimidad de mi bóxer algo se movió creciendo ante la vista. Aunque debajo de aquel vestido no se podía adivinar nada, sabía a ciencia cierta qué era lo que había, ya que habíamos pasado la semana pasada buscando lencería. Era parte de mi regalo hacia ella por aquellos cinco años de relación. Una relación que se había consolidado año a año, experiencia a experiencia. Y esa noche era la noche elegida para dar rienda suelta a nuestra pasión. Una noche donde se recuperarían viejos recuerdos y nuevos placeres, a partes iguales.

En cuanto se subió al coche, su aroma impregno la cabina. Era sutil pero dulce. Juraría que no lo conocía aunque había algo en el tremendamente familiar. Tras un pequeño beso a modo de saludo nos pusimos en marcha hacia la vera del rio. Mientras hablábamos en el trayecto pude ir fijándome en detalles que no había apreciado a simple vista. Los pendientes, ocultos en un primer momento por la melena oscura ahora brillaban cerca de mí. Eran largos, con una especie de forma serpenteada, mezcla de negro y plata. Al cuello un pequeño colgante, a modo de gargantilla que le había regalado años atrás, como signo de propiedad en nuestro acuerdo de dominación. A pesar de que aquella noche seria relevado, confiaba en que lo siguiera usando en el futuro. No llevaba reloj o pulseras. Las manos delicadas y bien cuidadas solo llevaban por adorno un esmalte negro, perfectamente aplicado que reflejaba ligeramente las luces que se posaban en él. Mientras los últimos rayos de sol se ponían en aquella tarde de agosto y tras aparcar, caminamos de la mano hacia la terraza del restaurante. Nos esperaba una cena a orillas del rio, observando la ciudad iluminada, rodeados de gente paseando, pero el ambiente era bastante acogedor. Aproximadamente una hora más tarde ya estábamos con los postres. No quería abusar mucho ya que mi postre principal estaba delante de mí y este era correspondido ante las miradas que no me pasaban inadvertidas y los ligeros roces de su pierna contra la mía. Aguantar era la base del deseo, y la provocación parte del juego, por lo que estando uno frente al otro las caricias en la mano y los gestos faciales como guiños o mordidas de labio eran un excelente motor de la pasión que estaba a punto de desencadenarse. Aquel postre de chocolate no sería lo único dulce de la noche. Dulce y amargo a partes iguales, equilibrado, como lo estarían el placer y el dolor, la ternura y la lujuria, el silencio y los gemidos.

Después de disfrutar durante otro poco la zona, ya completamente de noche, nos dirigimos hacia el coche. El destino, la casa que nos acogería durante los próximos días, pero aquella noche solamente una habitación seria testigo de nuestro amor y nuestro vicio. Apenas hablamos en el regreso. Su mano reposaba en mi pierna, delicada, con algún pequeño apretón, lo que hacía algo más evidente la erección que me dominaba. Por suerte conseguí calmarla antes de bajar del coche, no quería dar pistas visuales de lo que estaba sucediendo dentro de mí. Llegamos a la casa y tras cerrar la puerta convenientemente me dispuse a acomodarla. El bolso que había llevado con algunas cosas que necesitaba para los próximos días lo deje en otra habitación mientras ella descansaba en el sofá. Antes de sentarme a su lado tome la botella de vino que nos tomaríamos a lo largo de aquella noche, junto a dos copas y una pequeña caja de regalo. Me desprendí de la americana para mayor comodidad y serví el vino, mientras hablábamos de cosas diarias. No era difícil adivinar la cantidad de deseo que se ocultaba tras aquellos ojos, rodeados de largas pestañas, haciéndose patente con cada sorbo de vino y como esa lengua juguetona relamía unos labios deliciosos. Cuando la primera copa se acabó, tome la caja. Aquello era parte del regalo de aniversario para lo que la hice ponerse de pie. Me situé detrás de ella y le quite la gargantilla con delicadeza. No me pasó inadvertido el arqueamiento de la espalda para rozar su trasero contra mi hombría. Sabía que en aquellas situaciones tenía que quedarse quieta, pero no tomaría castigo por aquello. Había tanto por disfrutar, que no era el momento de empezar con los azotes.

Tras entregarle la caja y abrirla, descubrió una pulsera de plata, trenzada con hilos negros y una pequeña cuenta verde colgando. Aquella tobillera seria la nueva marca que mi sumisa llevaría en nuestros encuentros y, si quisiera, podría usar en otros momentos. No estaba listo para marcas permanentes aún. Aunque la idea me desagradaba en parte, había alguna marca que si llegaría a utilizar, ya que ella me había indicado que estaría dispuesta a llevar un piercing en el pezón. Pero eso se vería llegado el momento. Me arrodillé ante ella y le coloqué la pulsera en el tobillo izquierdo, no por nada sino por comodidad. Podría usarlo en el que más le gustara. Al incorporarme acaricie lentamente aquella pierna suave hasta la cintura y me la quede mirando fijamente. Con mi mano agarre su barbilla y la acerque a mí para besarla profundo, tan profundo como me fuera posible. Ella llevo sus manos a mi cadera e involuntariamente me pegue a las suyas, haciendo notar la dureza que había en mí. Tras unos momentos la agarre de la mano y la dirigí a la habitación. Ella no sabía lo que había preparado, ya que muchas cosas habían llegado esa misma semana, pero había dispuesto todo de la forma más visual posible. En la mesilla descansaban varios objetos de colores y formas diferentes, alternando el vivo de los preservativos y los lubricantes con el negro del cuero que conformaba, las correas, mordazas y otros utensilios que podrían ser utilizados más tarde. En la otra mesilla descansaban varios juegos de esposas metálicas y de cuero, junto a varias cuerdas y algunos vibradores. La cama era diferente, ya que en aquel momento estaba completamente forrada de negro, aparentemente sin nada más pero escondía un delicioso secreto. Por último en una esquina había un pequeño sillón también negro que podía utilizarse de muchas maneras.

La dejé de pie en la habitación mientras una a una fui prendiendo las velas dispersas por la zona, creando un ambiente íntimo, erótico. Algunas desprendían un ligero aroma, bastante agradable que transmitía calma. Por último, encendí el aparato de música con una lista de canciones especialmente seleccionada para el momento, de esas instrumentales que incitan a lo tántrico y lo espiritual, pero que también generan algo sexual con sus notas. Cuando todo estuvo listo me acerqué a ella despacio, mirándola. Sabía perfectamente que el juego había comenzado y tenía la mirada baja, mostrando respeto. Tras mirarla largamente por delante y por detrás, saboreando la situación me senté en el sillón y le indiqué que se quitara el vestido. Como adivinando mis movimientos si hubiera sido yo quien la desvestía, fue bajando la cremallera de la espalda con una mano mientras la otra acariciaba un pecho y bajaba hasta la cintura. Una vez deslizada completamente, la prenda cayó con un ligero toque hasta el suelo dejando ante mí a mi preciosa Eva, como si de una diosa egipcia se tratase, mostrando aquella hermosa lencería. El color elegido no podía ser otro más que negro. El detalle del sostén con un pequeño encaje alrededor de las copas, realzaba sus pechos, más apetecibles si cabía a la luz de las velas. Mi mirada fue bajando hacia su ombligo hasta dar con la primera pieza que conformaba el ligero, del mismo color negro, pero con un encaje diferente, situado estratégicamente a lo largo de la cintura, como cenefas que enmarcan una obra de arte. A pocos centímetros estaban las bragas. Estas formaban parte de otro conjunto diferente, pero el color era el mismo. Aquel momento no era para un tanga, sino para unas braguitas tipo colegial estrechas, casi transparentes por las que se intuía un sexo rasurado. Finalizaban el conjunto las tiras del ligero, unidas no a unas medias, sino directamente a su muslo a través de unas pequeñas correas ribeteadas con mariposas de encaje. No sé cuánto permanecí allí mirándola, el tiempo me sobraba aquel día, pero tras un largo rato le pedí que se volteara. Así pude contemplar el efecto de la prenda en aquellas nalgas perfectamente contenidas dentro de la tela, reluciendo suaves y blancas, a punto de cambiar de color.

Le pedí que se acercara a mí, y con unos pocos pasos se situó delante donde pude abrazarla quedando mi cara en su obligo. Mis manos jugueteaban detrás de ella subiendo por la espalda y arañándola ligeramente en la bajada, masajeando las nalgas y bajando por las piernas suaves. Mi boca daba pequeños besos allí donde alcanzaba, piel o tela independientemente, hasta que volví a notar aquel aroma sutil y dulzón que había notado previamente en el coche. Era su sexo. Los fluidos habían surgido desde el momento en que bajo de su casa, si no antes, como me quedó patente tras tocar con la yema de mis dedos el espacio entre sus muslos. Apenas hizo falta un roce para que soltara un pequeño suspiro. La noche apenas comenzaba y aquello me activo de la forma más salvaje posible. El saber que había estado tan cachonda desde momentos antes de vernos me hizo tomar la iniciativa. La aparté y me incorporé, solo para sentarme en la cama y, tomándola de las muñecas, la atraje contra mí haciendo que se situara sobre mis rodillas, completamente extendida. Acaricie tiernamente aquel culo antes de estampar mi mano en una de las nalgas. Un pequeño gemido escapo de sus labios, remediado por un cariñoso masaje en la zona afectada, seguido de otro azote en la opuesta. Así, alterné caricias y azotes durante un tiempo indeterminado, hasta que comenzó a apreciarse un cierto color carmesí en la piel, visible a través del tejido. Era momento de dedicarme a su cuerpo completo. La incorporé y la puse de pie, mientras me dirigía a por las esposas. Quería quitarme algo de ropa y ella no tendría permitido tocar. Tras colocarle las esposas de cuero en las muñecas tome una de las cuerdas y tras hacer el nudo adecuado, la pase entre las cadenas. Hice que ella se sentara en la cama y así pude atar la cuerda a cada una de las patas impidiendo su movimiento. Cuando la tuve asegurada me planté delante, a cierta distancia pero lo suficientemente cerca como para casi tocarla si estiraba el brazo. Comencé a quitarme la corbata. Dude por un momento si utilizarla en ella, ponerla en su cuello o su boca a modo de mordaza, pero rechace la idea. Tenía algo mejor para eso. Fui desabrochando la camisa dejando al aire mi torso desnudo ante su mirada suplicante. Ya no bajaba la mirada, prácticamente gritaba en silencio que quería lanzarse contra mí. Lo hice despacio, con premeditación, extendiendo el momento al máximo. Cuando desabroché el cinturón y comencé a bajar la cremallera un gemido ahogado me dio la excusa perfecta. Quité el cinturón del todo y lo sostuve en mi mano mientras el pantalón caía. Me deshice de él, no sin antes quitar las botas, quedando en bóxer ante sus ojos. A pesar de ser negro, la superficie brillaba, presagio del interior excitado que aguardaba. Coloqué la correa alrededor de su cuello y sin hacer mucha presión la acerqué hacia mí. Su cara se frotó con delicadeza por mi erección, pasando sus labios, su nariz y las mejillas queriendo aprovechar al máximo la sensación de mi calidez y mi humedad. Sabía que se moría por llevarse a la boca mi miembro y a mí no me abandonaba la idea de follar aquella boca hábil de lengua juguetona, pero ese era un premio que tendría que ganarse. En cuanto vi que las manos intentaban moverse hacia mí, y que su boca se cerraba más violentamente en torno al bóxer, cambie la posición. La desaté y le quité las esposas. Parecía aliviada, como si pensara que le iba a dar aquello que ansiaba. Nada más lejos de la realidad.

Con un gesto hábil desabroche el sostén permitiendo que aquellos pechos respiraran con un cierto rebote. Hice que se acostara en la cama con piernas y brazos extendidos y lentamente mostré lo que aquel catre ocultaba. Saqué cuatro correas de las esquinas, terminadas en brazaletes que una vez colocados, la dejaron completamente inmóvil. Para mayor recreación tomé la mordaza y se la coloqué en la boca. Tras asegurarme de que estaba bien sujeta y que respiraba sin dificultad tome la fusta de equitación que usaba en algunas ocasiones y acaricie su cuerpo con ella. Desde la frente, pasando por la boca, los pezones, el vientre, las piernas y las plantas del pie. Primero caricias, después algún golpecito travieso. Los golpes más duros se los llevaron los pechos, a sabiendas de que estarían tremendamente sensibles y también algún golpe en la vagina, que no hizo más que subir mi excitación. Necesitaba llevarla  al límite. Tome un antifaz y se lo coloqué, de modo que solo podía sentirme, ya que con la música apenas se oían mis movimientos. Ahora mismo ella solo estaba rodeada por oscuridad, con melodías lujuriosas sonando e inmovilizada sin poder hacer más que gemir. Podría haber parecido el infierno, de haber sido tal lugar algo tan placentero como lo que se estaba desatando en su interior. Notó mi cuerpo al situarse sobre ella, pero durante un momento no sintió nada más hasta que sin esperarlo una quemazón se extendió por su pezón derecho. No duró mucho, pero rápidamente otra punzada golpeó en el mismo sitio. Así cada pocos segundos fue notando pequeñas punzadas, que no eran tanto dolorosas como inesperadas, lo que hacía que se arqueara con cada sensación. Había prendido una vela y lo que notaba era la cera  cayendo sobre ella primero un pecho y luego el otro. Dejé que un poco más de cera se derritiera antes de verterla sobre su ombligo, lo que provoco un pequeño grito, ahogado por la mordaza. La amenacé diciéndole que si volvía a hacerlo vertería sobre su coño el resto de la cera. Asintió con la cabeza y a través del antifaz pude notar sus ojos de deseo. No iba a sentir demasiado dolor, pero el hecho de mostrar mi dominancia sobre ella era algo que la encendía. Y lo más probable es que tratara de provocarme. Pero simplemente se quedó callada recibiendo algunas gotas más que fueron a parar a su pecho.

Dejé la vela a un lado, apagada y quité parte de la cera de su cuerpo con cuidado. También le quité la mordaza aunque mantuve el antifaz un poco más. Lo siguiente que notó fue frescor, extendiéndose por su torso, ya que mis manos extendían una crema calmante para devolver la suavidad y también proteger la piel. En cuanto hube terminado no sin aplicarme con los pezones en esos grandes pechos, tome una de las pinzas que descansaba en la mesilla y la coloqué sin prepararla para ello, lo que provocó un nuevo gemido más alto. Situé la otra pinza en el otro pezón y en cuanto estuvo colocada le quité el antifaz agarrándole la cara y comiendo su boca profundamente. Eva notaba como mi miembro se clavaba en ella a través del tejido lo que hizo mover sus caderas tratando de enterrarse en él. Lo siguiente fue desatar sus pies y bajar la húmeda tela dejando a la vista un sexo goteante y brillante. Como me habría gustado comer de él así, totalmente expuesta ante mí. En su lugar lo que hice fue tomar uno de los vibradores y lo coloqué en la entrada rozando esos labios hinchados y, sin dificultad, se introdujo en su vagina. Lo dejé a mínima velocidad y me coloqué muy cerca de su cara, al punto que si sacaba la lengua podría rozar mi paquete. Tome su cabeza con delicadeza y la atraje hacia mí a lo que ella respondió con lametones en el bóxer. Se había portado muy bien, por lo que decidí darle su premio. Me quité el calzoncillo y volví a la situación en la que estaba permitiéndole lamer la parte baja de mi escroto. En cuanto vi que su cadera comenzaba a moverse buscando el orgasmo la detuve y me levanté de ella. Le desaté las manos y quité el vibrador solo para tomar otro un poco más grande y diferente. Estaba diseñado para aguantar de pie sobre su base. Ahora si desnudos los dos y enfrentados coloqué el vibrador en el sofá, e hice que se sentara encima. Este modelo venía con un mando que regulaba la intensidad y a distancia marque el nivel más suave. Mientras me acercaba a ella le subí dos niveles más de los cinco que tenía. Le indiqué que podía meterse mi miembro en la boca cosa que hizo lentamente. Paso un rato lamiendo toda la extensión de mi erección acariciando con sus manos mi cuerpo. Había llegado el momento de finalizar, por el momento. Le dije que tenía permiso para correrse siempre que me avisara del momento. Sin pensarlo más comenzó a engullir mi polla como si fuera lo último que haría, con profundidad. Notaba su garganta como se acomodaba a la fuerza que entraba y salía de ella. Notaba que el final estaba cerca por lo que subí el vibrador a máxima velocidad y lo tiré en la cama. En ese momento casi pareció volverse loca por tantas sensaciones que casi no la entendí cuando sollozó ‘’me corro amo’’. En el momento que lo dijo quite las pinzas que aún tenía puestas y, mientras las descargas de sus orgasmos se sucedían hice lo propio dentro de su boca cogiéndole la cabeza como había deseado desde el principio de la noche.

Tras terminar el placer busqué la botella de vino y serví otra copa, que bebimos medio tumbados en la cama, con nuestros cuerpos deseosos y ardientes, esperando para un nuevo asalto, más convencional.