Sesión fotográfica

Fin de semana no planeado, fin de semana aprovechado. Aún cuando la vida parece que no nos depara sorpresas, éstas se dan queramos o no. Pero estas sorpresas... ¡¡¡mooooolan!!!

Que las cosas no siempre terminan como piensas es algo muy corriente. Los imprevistos, condicionantes y desarrollos nos llevan a uno y otro fin, siempre definido y siempre único. Con cuatro decenas a mis espaldas esto es algo harto sabido por mí, lo que no quita que, cuando sucede, esté curado de sorpresas. Algo así me pasó en un fin de semana que, a priori, iba a ser rutinario y aburrido.

El jueves, al llegar a casa, con lo primero que me encontré es con que mi mujer se llevaría a mi hijo ese fin de semana. Yo ya había avisado que había muchas posibilidades que me tocase trabajar. Soy informático y este fin de semana iba a haber una implantación en las máquinas del banco donde trabajo (aunque no pertenezco a él) de una aplicación que está muy ligada a la mía y, por si hubiera incidencias, debía estar “de guardia”. Esto equivalía a portátil y disponibilidad de móvil y horaria 24 horas. Al parecer, el plan no había sido del agrado de mi mujer y había planeado con una amiga separada suya una escapada con los niños a la casa que esta amiga tenía en (no sé exactamente en qué pueblo) tras heredarla a la muerte de sus padres. No la tocaba estar con el crío este fin de semana pero me lo planteó de tal forma que “casi” parecía que me estaba haciendo un favor ya que, supuestamente, no podría prestarle la atención debida. Por estos comentarios imaginaréis que estamos divorciados.

Bueno. Por un lado me iba a aburrir como una ostra. No soy de ver televisión ni de hacer ejercicio encerrado en casa y, del último libro sin leer que me quedaba, apenas tenía pendientes una treintena de páginas. Entre mis aficiones, la que más practico y más me gusta es agarrar mi cámara de fotos y salirme a perderme por la naturaleza. Dame mi cámara y un bosque, una campiña, un prado,… y disfruto como un enano. Pero, ¡claro! Descartado por completo. Como mucho podría dedicarme a hacer una limpieza profunda a la cámara y sus complementos (que no necesitaba puesto que ya soy, de por sí, muy maniático con ello).

*  *  *

El sábado por la mañana me levanté temprano (pero sin madrugar). Ya que sería un día tedioso decidí empezarlo con buen pie. Me preparé un buen desayuno como perfecto inicio de día: zumo de naranja natural, dos tostadas con aceite y tomate, un café recién hecho y una loncha de jamón de york a la plancha. Al terminar el desayuno fue cuando todo cambió…

En un correo me advertían que, debido a problemas de última hora, la nueva implantación había sido pospuesta hasta solucionarse. De esta forma tan inesperada me liberé de todo compromiso laboral. Como no era muy tarde, llamé al móvil de Ainhoa (mi ex-mujer) para decírselo.

Nueva sorpresa… En la locución del contestador dice que el número está apagado o fuera de cobertura por lo que no está disponible. Cuando al rato, vuelvo a intentar localizarla sin éxito, me hago la siguiente pregunta: ¿Y ahora qué hago? No voy a coger el coche para hacer casi 300km, recoger al niño y repetir el trayecto para, prácticamente, estar juntos sólo el domingo… Eso contando con que pudiera hablar con ella o la encontrase. No, no era plan. Iba a ser un fin de semana muy, muy, muy aburrido como no decidiera hacer algo.

Después de intentar ver la televisión (que apago ante la avalancha de programas que merecen la pena, ¡¡pffff!!) me decido a coger la cámara y hacer una escapada a la sierra de Madrid. Al fin y al cabo, hay que aprovechar que ya no hace el calor agobiante del verano y septiembre va dejando paso a un agradable ambiente, previo a los rigores del invierno del interior de España.

Según salgo por la puerta de casa con mi mochila cargada de comida, bebida y algo de ropa (por si me da por alargar el día y quedarme de noche mejor llevar algo de ropa para no coger frío) me fui a encontrar con una conocida de la urbanización, Cristina.

  • Hola Cristina. ¿Qué tal el verano? ¿Dónde has estado?

  • ¿Qué tal? Pues nada. Muy bien. Bien cuando se está de vacaciones. Hice una escapadita a Ibiza diez días y luego fui a ver a mis padres al piso que habían alquilado en Alfar del Pi, en Alicante. O sea, plan familiar… ¿Y tú?

  • ¡Ah, nada! Me tocó currar en el típico encargo del Banco de España cuando se aburre y les manda “legales” de última hora a los bancos. Total, que sólo me pude ir una semana con Ainhoa y el niño a Alcossebre, en Castellón.

  • ¡Vaya, que fastidio!

  • Ya te digo. Lo único bueno es que, con todas las horas que me ha tocado echar, al final les he sacado tres días libres. Es mucho menos de lo que he currado pero, tal como está el patio, encima hay que darse con una piedra en los dientes. O sea que realmente, aún tengo 20 días laborables de vacaciones que me tomaré a partir del puente de Diciembre y hasta que dure.

  • Pues mira. Por lo menos las tienes y no las pierdes…

  • Eso si no me echan antes, que con la puta crisis sólo están a salvo los políticos en sus trabajos.

  • Jajajajaja. Bueno, hablando de echar. ¿Te han echado de casa o qué? ¿A dónde vas tan equipado?

  • Pues, para variar, me tocaba currar y Ainhoa quedó con una amiga suya y se fueron de weekend con la niña de la amiga y Rubén. Pero me han avisado que, al final, no se hace nada y, como no he podido hablar con ella, me iba a subir a la sierra a caminar por ahí y hacer unas fotos.

  • ¿Tú solo?

  • Pues sí. Me cargué la mochila con algo para picar, un jersey por si refresca y la cámara y el móvil con los cascos para oír música.

  • ¿Tienes sitio para uno más? Si no te importa, hoy no iba a hacer nada y no me desagrada la idea de hacer un poquito de senderismo por la sierra.

  • Por mí… Si te apetece venir, vente. Siempre será más ameno si se va hablando con alguien.

  • Vale. –me respondió con una sonrisa en la cara– Cojo un par de cosas y en diez minutos estoy lista.

  • OK. Me acerco entonces al súper a pillar algo más de bebida y comida mientras bajas.

Dio media vuelta y marchó meneando su cuerpecito hacía su portal. Cristina es una mujer algo más joven que yo (dos menos, concretamente). Con sus 39 primaveras es una mujer que llama la atención. No es que sea una belleza (como se suele leer en otros sitios) pero, con su cuerpo esbelto y bien definido y aún durito a pesar de la edad, con todo en su justa medida y, sobre todo, una simpatía arrolladora es el tipo de mujer que llama la atención a todo hombre que tenga un mínimo de testosterona. Quizá, lo “peor” de ella sea su cara que “sólo” es normal. Si fuera guapa no me cabe la menor duda que la estaríamos viendo encima de las pasarelas.

Cuando mi niño era pequeño coincidíamos mucho en el parque. Ella bajaba con el perro de sus padres al que paseaba por las tardes. Al parecer, su madre trabaja de tarde-noche y su padre no llegaba hasta las ocho de la tarde por lo que era ella la que le recogía para que el pobre animal no estuviese sólo todo el día. Estaba con ella hasta que se la llevaba su padre. Eso era hace 8 años. Ahora ya no nos vemos tanto puesto que el perrillo campa ahora por otros mundos más etéreos y sólo nos vemos como ahora, un ratito en el barrio. A pesar de eso no me extrañó la petición de acompañarme porque hicimos muy buenas migas en esa época y tampoco ha pasado nada para que perdamos o modifiquemos el trato.

*  *  *

Tras nutrirme de un par de botellas de agua, pan y un poco de embutido extra en el súper del barrio me encaminé a su portal. Allí estaba esperándome con una estampa que hizo que parte de mí decidiera presentar sus “respetos”. Cristina llevaba un short vaquero que mostraba en su plenitud sus piernas, entallando sus caderas y marcando su trasero de una forma que… ¡¡¡brrrrrr!!!! A juego con eso llevaba una camisa de color verde oliva, oscura, y atada sobre su ombligo que mostraba su plano vientre libre de “michelines” a la vez que marcaba un canalillo muy sugerente que, sin ser exagerado por el tamaño de su busto, sí que resultaba muy llamativo. Vamos, que delante de mí se encontraba lo que se define como una “tía buena”.

Llamándome al orden (más que otra cosa para que se relajara mi primo que apretaba cosa mala sobre mis vaqueros) me acerqué a ella, regalándola un piropo elegante al que contestó con su particularmente bella sonrisa. Cogí su mochila y nos encaminamos a recoger mi coche que es más coqueto ya que es que es descapotable (barato, chiquitito y discreto, pero descapotable) y así aprovecharíamos el buen tiempo. Así, dejando el coche libre de techo salimos a la carretera de A Coruña rumbo a la sierra de Madrid.

Estuvimos dando una vuelta por Villalba, Guadarrama, Navacerrada y Cercedilla. Íbamos con el coche, bajábamos para darnos y vuelta y mirar qué tal estaba todo y acabábamos marchándonos… demasiada gente aprovechando el fin de semana. Viendo que todo iba a estar igual de lleno decidimos que nos quedaríamos en el parque nacional de La Pedriza, cerca de Manzanares del Real. Dicho y hecho. Llegamos al aparcamiento justo a tiempo ya que estaban cerrándolo por estar ya al completo de su capacidad. Conseguí dejar el coche en un huequito (ventajas de ser un coche pequeño) y, tras cerrarlo, cogimos las mochilas y subimos para arriba.

La verdad es que estaba también a reventar, sobre todo la zona conocida como “la Charca Verde”. Un montón de chiquillos revoloteaban por las inmediaciones de esta piscina natural, jugando y bañándose. La ventaja de haber venido aquí varias veces es que conocía las zonas más frecuentadas y las más tranquilas. Seguido de Cristina remontamos el pequeño riachuelo que venía de las alturas y que crecerá hasta ser el río Manzanares que pasa por Madrid capital. Como dos cabras montesas marchamos por una discreta vereda formada a lo largo de los paseos de aquellos amantes de la naturaleza como nosotros que la habían trazado a través de zonas arenosas, zonas rocosas características del parque y de los pequeños pinares surgidos en la ribera de la vertiente del agua que nos daban ocasionalmente su sombra.

*  *  *

Después de un par de horas de caminata estábamos ya muy cerca de la parte más alta del parque. Estábamos ya solos puesto que la mayoría de los visitantes son familias que no solían llegar tan lejos (ni siquiera en paseos) por ser un terreno muy escarpado. De hecho habíamos tenido casi un amago de caída por lo estrechos que resultaron un par de pasos por los que nos metimos. Pero mereció la pena al cien por cien. Frente a nosotros se extendía casi toda la planicie de la meseta donde se encuentra Madrid. También podíamos ver los embalses de Manzanares y el de El Pardo. Además, el día estaba claro y limpio porque por la noche había habido un poco de viento que se llevó toda la contaminación que hay en la capital por lo que las vistas se extendían en kilómetros y kilómetros. Además, ese viento no se había ido del todo y persistía una brisa muy agradable que no permitía que la temperatura subiera en exceso. Lo que se dice vulgarmente… estábamos de puta madre.

Volví a ponerme la cámara al cuello (sólo había hecho unas pocas fotos en la subida mientras hacíamos breves pausas para descansar un poco y beber) y comencé con una vorágine retratista. Tiré como unas cuarenta fotos en un momento desde todos los ángulos y jugando con el obturador, velocidades y tonalidades de blancos para obtener distintas perspectivas. La verdad es que me estaban quedando una fotos muy chulas. Cuando me di cuenta, Cris me miraba divertida viendo cómo me emocionaba jugueteando con la cámara. Como tampoco me pareció bien dejarla de lado la pregunté si quería que la sacase alguna foto con estos paisajes.

  • Pues sí que me gustaría tener alguna foto, si no te importa.

  • ¿Qué me va a importar? Todo lo contrario. Las fotos mejoraran con semejante modelo…

  • Adulador, que eres un adulador de cuidado –me guiñó un ojo.

  • ¡Vaya! Lo que me suelen llamar es “pelota”. –me reí con mi propio chiste.

  • Bueno, ¿y cómo quieres que me ponga?

  • No sé, ¿quieres que te saque de alguna forma en especial?

  • Bueno… no sé si debería decírtelo pero…

  • ¿Qué? ¿Qué no sabes decirme? Hombre, no soy un profesional pero no creo que me sea difícil hacerte la foto que quieras.

  • Si no es por la foto sino por la pose. Bueno, verás… me gusta el naturismo y, si a ti no te molesta, me gustaría que me sacases las fotos al natural.

  • ¿Qui… quieres decir… desnuda? –se me trababan las palabras al decirlo (y se me volvía a destrabar otra cosa).

  • Si no te importa… –me dijo esto clavándome la mirada en los ojos.

  • No, si a mí no me importa si no te importa a ti. –dije con un leve gallo en la voz.

  • Vale. –se le iluminó la sonrisa– Pues empieza entonces…

Entonces empezó mi tortura. A través de la cámara veía como Cristina iba poniéndose en poses para que la retratara. Os podéis hacer a la idea de lo difícil que resulta hacerlo cuando cierto caudal de sangre desaparece de la cabeza y migra a “otra zona”. Iba disparando mientras ella se iba subiendo a lo alto de una roca y se quitaba la ropa.

Primero se quitó el short dejando a la vista un diminuto tanga negro que exaltaba la belleza de piernas y glúteos de esta diva que me había caído del cielo. Cristina me miró y creí ver una mirada de malicia y pícara ante mi evidente turbación. Luego cayó la camisa quedando sus desnudos pechos al aire. Con sus pezones desafiantes me apuntaba de tal forma que ni cuenta me di del momento en que su tanga voló también de su cuerpo. Cometí una pequeña maldad ya que, cuando me repuse un poco, hice una foto acercando el zoom de la cámara para que sólo quedase visible su cuerpo para tenerla para mi consumo personal (vamos, para hacerme tremendo pajote a la que tuviera ocasión).

Después de terminar tal sensual striptease comenzó a poner poses. De pié, sentada, estirando el cuerpo y resaltando el culo con una pierna estirada y la otra flexionada, sentada con las piernas en ángulo y escondiendo la cabeza en ellas, o sentada con el troco echado para atrás y con las manos en el suelo para resaltar sus pechos (cuyos pezones se encontraban erizados)... Con cada pose tiraba una foto y sentía un calambrazo en mi miembro. Cada foto era más sugerente que la anterior pero, eso sí, de una manera elegante, sin resultar pornográfica. De hecho, creo que no se la vio su coñito en ningún momento. Vamos, que no se veía nada pero se veía todo…

¡Qué maestría al posar! Y, ¡¡¡cómo me estaba poniendo la niña, Dios mío!!!

Cada vez que hacíamos una serie de fotos Cristina venía hacia mí para verlas. No sé si se daba cuenta pero, como por la claridad del sol, para ver las fotos debíamos hacer un poco de sombra sobre la pantalla de la cámara por lo que se tenía que pegar a mí… o mejor dicho, sus pechos acababan descansando sobre mis desnudos brazos, clavándome los pezones en la piel… ¡¡¡Sudores fríos tenía yo ya!!! Cristina veía las fotos con su sonrisa y mirada pícaras que conocía tan recientemente. Además, de vez en cuando, mojaba sus labios con la lengua o entre ellos con unos movimientos sugerentes. Unos movimientos que, cada vez, derrumbaban más mis diques de contención.

Voy a aclarar una cosa… No soy de los que pierden el “oremus” por unas faldas o un par de tetas. Nunca intenté ligar o acercarme a otras mujeres. Esto tampoco quiere decir que no engañara en el pasado a mi mujer. En los doce años que estuve casado con ella me he acosté con otras dos mujeres (una vez con una y tres con la otra). Con la primera fue algo “accidental” en la que el alcohol y una equivocación de puerta llevaron a eso. No digo que no lo disfrutáramos pero ambos nos lo tomamos como una “anécdota”. Hoy por hoy seguimos tratándonos puesto que trabajamos para el mismo banco (aunque para distintas empresas).

Con la otra fue antes. Durante el embarazo, Ainhoa perdió por completo el “apetito sexual”. El pasar de una muy activa actividad a una abstinencia sexual me llevó a ser un pelín brusco con ella, cosa que notó. Cuando se lo expliqué tuvimos un conato de bronca e incluso me fui a dormir a la otra habitación durante una semana. En esa semana fue cuando ocurrió. Yo estaba muy enfadado (egoístamente, lo reconozco) y ésta otra me tenía en su punto de mira. Y así es como caí en sus redes. Durante esa semana me desfogué con ella echando unos polvos de campeonato. Pero al pasar el calentón y pensarlo fríamente, para no joder las cosas con mi mujer (a la que adoraba a pesar de todo) puse punto y final a esa relación. Tampoco tuve problemas con ella. Se ve que, una vez catado, perdió interés por mi persona.

Pero actualmente, con el divorcio, este problema ha desaparecido.

Y ahora está Cristina. Esta mujer me había entrado primero por su personalidad. De hecho, nunca había sentido una “tensión sexual” por ella. Pero esa amistad junto con su forma de ser tan abierta, positiva y jovial me habían entrado por los ojitos… y al entrarme por los ojos el cuerpazo que gastaba… vamos que no soy un demonio pero disto muuuucho de ser un ángel.  Que una mujer así se te despelote en la cara, haga semejantes poses tan sugerentes y unido al sentimiento que sentía por ella… pues eso, que blanco y botella la leche… la leche que cada vez más hervía en mi interior y pugnaba por encontrar salida al exterior y, a ser posible, en el interior de semejante hembra.

Además, en ese momento ya empezaba a imaginarme que las pajas mentales que me estaba haciendo, pensando que Cris se me insinuaba ya me parecía eso menos pajas y más evidentes el interés que ella tenía por mí. Pero eso sin hacer un claro acercamiento. Ella sabe que soy casado e imagino que no querría dar el primer paso para evitar un patinazo… de la misma forma que tampoco lo daba yo por si estuviera confundido.

Pero, tanto va el cántaro a la fuente que… decidí forzar un poco la situación. En una de las veces que Cristina vino a ver las fotos, al alejarse metí rápido la mano por mi pantalón y me dispuse la polla para que fuera más claro y evidente su “envaramiento”. Cuando Cristina se dio la vuelta me miró fija, sorprendida,… pero rápido se rehízo (eso sí, puso cara de saber que me tenía a su merced) De nuevo más fotos pero, a diferencia de las anteriores, cada vez me acercaba más a ella para tomar los planos. De fotos con amplias panorámicas y gran profundidad de campo pasé a fotos con configuración de “retrato”. Y si no puse ya la función de “macro” fue porque acabó liberándose lo que se llevaba cociendo toda la tarde…

Habíamos bajado un poco y estábamos junto a un árbol. Ella se apoyaba sugerente contra él y yo me acerqué hasta sentir su aliento en la cara. Hice la foto y, bajando la cámara me quedé mirándola a los ojos. Ella me miraba de igual forma que yo a ella.

Ambos respirábamos ligeramente jadeantes y con ojos turbios mirábamos al otro. Nos fuimos acercando tímidamente, buscando al otro, hasta que finalmente nuestros labios se encontraron. Nuestras bocas se buscaban intentando atrapar a la otra hasta que las lenguas decidieron intervenir en la lucha, batallando para ser la primera en introducirse en el territorio del otro… en el interior de la boca contraria.

Y el deseo que sentíamos se liberó definitivamente…

  • Mmmm, por finnnn –dijo Cristina, separándose de mí un momento antes de abrazarme y sujetarme contra su cuerpo.

  • Cristina… ¡cómo me excitas, Dios!

  • Argg, cuánto tiempo lleva deseando esto… Y por fin te tengo para mí. Mmm…

Volvió a besarme con fruición mientras me acariciaba el pecho e iba abriendo mi camisa. Cuando la tuvo completamente abierta bajó las manos a mi pantalón abriendo el botón y bajándome la cremallera y el slip de tal manera que mi pene quedo (al fin) libre y a su disposición. Comenzó a hacerme una placentera paja de una forma suave y lenta que me estaba llevando a la locura. Estaba a punto de caramelo cuando, separándome de ella, deposité la cámara en el suelo (sí, aún no la había podido soltar) y terminé de sacarme la ropa quedándome yo tan desnudo como ya lo estaba ella.

Ahora sí, con las manos libres, pude por fin acariciar libremente su cuerpo. Mientras nuestras bocas volvían a engancharse en su lucha particular mis manos fueron subiendo y bajando por su espalda hasta acariciar su culito. Luego las llevaba hacia adelante y las metía hacía su depilado pubis, acariciando delicadamente sus ingles  subiéndolas después por su vientre. Cuando llegaban a su pecho me entretenía acariciando las formas de sus pechos como si exprimiera naranjas y rascaba suavemente sus pezones con mis uñas arrancándola leves gemidos de placer hasta que las manos seguían subiendo para acabar en su cuello que acariciaba casi con devoción.

En uno de esos viajes mi tronco siguió a mis manos en su descenso hasta que mi nariz se rozaba con su monte de Venus. El olor de su excitación, ese característico olor a mujer deseando atenciones embriagó mis sentidos de modo que me dediqué a prestar atención a su caliente sexo. Hice que separara un poco sus piernas, lo suficiente como para poder meter libremente mi cabeza entre ellas y poder dedicarme a lengüetearla su cálida y babosilla rajita. Pasaba la lengua desde su vagina, recogiendo con mi lengua sus dulzones calditos para después subir y dedicar mis atenciones al mágico botón del placer de su clítoris.

Cristina disfrutaba cada vez más con mi tratamiento. Veía cómo tensaba las piernas cuando sufría latigazos de placer. Para conseguir que estuviera más cómoda la tumbé sobre una gran piedra y que pusiese los pies sobre mis hombros quedando su coñito totalmente abierto y a mi disposición. Empecé a follarla con mi lengua, metiéndola todo lo profundo que era capaz mientras me las ingeniaba para frotar su clítoris con la nariz provocando ya en ella que los suspiros anteriores mutaran a gemidos que, poco a poco, ganaban intensidad. En ese preciso momento aumenté más las sensaciones sobre su cuerpo. Me dispuse a devorar con mi boca su botón e introduje dos deditos en su empapada vagina, buscando acariciar la zona rugosa de la misma donde se esconde el punto G femenino. Mis dedos entraron como cuchillo caliente en la mantequilla sin ningún tipo de queja por lo que, sin esperar a más, empecé a hacer una follada con ellos cada vez más rápida. Dos minutos después Cristina tensó su cuerpo soltando, primero  un ronco gemido y, después un grito en el que plasmó la intensidad de su orgasmo. Cuando terminó noté que Cris rehuía un poco mis caricias por la que la dejé descansar.

Me tumbé a su lado, acariciándola por todo el cuerpo salvo su sensible chochito. La besaba lentamente mientras ella recobraba la normalidad en su respiración. Hasta ese momento tenía los ojos cerrados pero, cuando los abrió, me dedicó una sonrisa de agradecimiento consecuencia del placer “sufrido”. Cuando estuvo repuesta se puso sobre mí y comenzó a besarme desde los labios hacia abajo. Besó mis labios, luego la barbilla, el cuello, mis pezones (que mordió suavemente poniéndome a mil), mi vientre,… hasta que llegó a mi miembro que engulló de una sola vez.

Si no me corrí en ese mismo momento me faltó el pelo de un calvo… Su cálida boca me atrapaba y su lengua se movía incansable en su interior, rozándome por todas partes, enroscándose sobre mi pene. De vez en cuando se la sacaba de la boca dándome un fuerte chupón sobre mi glande, como si fuese una pajita y deseara beber algo con ella, y limpiaba los jugos pre-seminales que estaba soltando mi erecto miembro. Luego bajaba por el tronco de mi polla  haciendo que sus labios lo acariciasen para, después, jugar con la lengua con mis huevos. Y luego vuelta a subir para volver a mamármela.

Estuvo así hasta que vi que, de seguir así, mi leche acabaría en su boca. Aunque esto no me hubiera importado, en este momento no me apetecía eso. Quería hacer mía a Cristina, quería penetrarla y follarla hasta que nos corriéramos los dos juntos y, si era posible, dejar mi semen en el interior de su cuquita.

Hice que se incorporara, mirándola con deseo, ternura y, casi diría, amor. Ella me entendió a la perfección y subió sobre mí dejando su coñito a la altura de mi pene. Para comprobar que no seguía sensible y que estaba preparada para la penetración hice el movimiento del coito pero sin penetrarla, pasando mi polla por el exterior de su coñito, acariciándolo completamente. Cristina seguía caliente como una estufa y comprobé que estaba dispuesta para un nuevo combate por lo que, levantando levemente mi cadera, apunté mi glande hacia su coñito, punteándola ligeramente hasta que, finalmente, de un estoque decidido me colé en su interior. Suspiró.

El calor que notaba rodear mi estoque era alucinante y la presión que las rugosas paredes de su vagina hacían sobre mí era increíble. Nuestros sexos parecían estar hechos justos para nuestras respectivas medidas. Pero esto ahora mismo para mí era una tortura y una clara desventaja. Con la mamada anterior ya estaba yo a punto del orgasmo y esta presión me perjudicaba en mis ganas de aunar el ascenso conjunto a la cima del placer… No me quedaba más que intentar aumentar su lívido al mismo nivel que el mío. Así pues, con la mano derecha empecé a acariciarla todo lo que pude de su cuerpo, prestando especial atención a sus pechos y pezones que notaba muy sensibles. Mientras, metí la izquierda entre nuestros cuerpos para sobreestimular su clítoris.

Parece que me salió bien la jugada por los jadeos que Cristina soltaba. Viéndola con la boca abierta por el placer, deslicé la mano hacia su boca para simular un movimiento de follada en su boca. Succionaba mis dedos mientras los acariciaba con la lengua. El problema era que, si bien ella disfrutaba con este juego, a mí me estaba volviendo loco. Ya no sabía qué inventarme para retrasar mi explosión o acelerar la suya. No sé ni cómo se me ocurrió pero, bajando los ensalivados dedos hacia su culito, perforé su oscuro agujero con mis dos dedos hasta la primera falange. Cuando me di cuenta de mi maniobra (porque esto es algo que hacía con mi mujer y que la encantaba), estaba moviendo mis dedos en su culito como si estuviese andando con ellos, cosa que, por lo visto, encantaba a Cristina.

  • Arghhhh… Ummmm… Síiiiiii –suspiraba Cristina.

  • ¿Sigo? ¿Te gusta tener mis dedos en tu culito?

  • Síiiii. Si lo haces tú… me encanta… ¡Sigue, por favor! ¡¡¡Sigueeee!!!

  • ¿Y te gusta esto? –hice un poco de presión con dos dedos en su clítoris, tirando de él sutilmente pero haciendo que lo notase.

  • Argggg… Cabritooo… Me vas a volver locaaaaa. –Cristina estaba cada vez más desquiciada. La humedad que impregnaban mis dedos subía a un ritmo endiablado.

  • Uffff. ¡¡Dios, Cris!! Qué placer estoy sintiendo… Arggg –gemí casi a voz en grito.

  • MMMMmmm, ahhh… Sí… sigue… no pares, por… favor.

  • Me vuelves loco… ¡¡¡ME VUELVES LOCOOOO!!! –grité mi placer a la vez que clavé un poco más los dedos en su anito que palpitaba y apretaba mis falanges de forma más violenta cada vez.

  • Síiiii…. Másssss… MASSSSSSS –dijo enfebrecida Cristina.

Sus movimientos pélvicos aumentaron buscando mayor roce tanto con mi polla como con los dedos que estimulaban su culito y su clítoris. El ritmo se volvió loco y mi punto de no retorno estaba a punto de ser sobrepasado y así se lo advertí.

  • ¡Vamos! ¡¡Córrete!! No voy a aguantar más. –la dije con un rictus de placer extremo en mi cara.

  • Uhmmm… Arggg… ¡¡Voy!!

  • Córrete que estoy a punto… y me tengo… que salir… no sea que…

  • ¡¡¡Me corrooooooooo!!! –me cortó a voz en grito presa del placer.

Cristina explotó por fin en su orgasmo. Yo me salí rápido y, masturbándome, me corrí profusamente. En mi mano notaba salir todos sus caldos (fruto de su orgasmo) y en mi polla los espasmos al soltar chorro tras chorro de leche. Con tanto placer junto no pude aguantar y grité a pleno pulmón. Desde luego, si hubiera alguien en las cercanías habría pensado que algún animal me estaba atacando pero no era más que toda la tensión acumulada a lo largo de la tarde. La cara de Cristina era igual a la mía pero, a diferencia de mí, su grito quedó ahogado en su garganta. Sólo la veía apretar sus ojos coincidiendo con cada espasmo de su vagina.

Nuestros cuerpos estaban totalmente perlados por el sudor de nuestro esfuerzo, por la intensidad del combate que acabábamos de tener. En ese momento era incapaz de sentir algo que no fuese la felicidad más extrema imaginable. Notaba sus pechos puntiagudos sobre mí mientras se calmaban nuestras respiraciones. Y a mí sólo me apetecía abrazarla, besarla,.. cosa que hice mientras mi miembro, poco a poco, se desinflaba tras el orgasmo.

Por fin nos miramos. Nos besamos con ternura. En ese momento éramos felices. No sé qué pasaría después (y no quería pensarlo) pero, por ahora, íbamos a disfrutar de la paz del momento, de la brisa de la montaña, de los rayos de sol sobre nuestros cuerpos, del trinar de los pájaros y el canturreo de las chicharras… y de nuestros besos y caricias.

La tarde del sábado lentamente tocaba a su fin. El ocaso del astro rey estaba cerca, en apenas una hora. Ambos estábamos a gusto, sonriéndonos. Pensando que el fin de semana aún no moría…

Pero lo que ocurra después pertenece a otra historia…

P.D.: Mis saludos a todos los lectores, con especial reconocimiento a los demás autores y con especial deferencia a SHADOW...