Sesión Femdom
Carlos y Roberto entrarán en un lugar de placer por una mujer dominante. Esto solo ha empezado.
La mujer paseaba de un lado a otro por la sala. Enfundada en su traje de cuero rojizo, miraba con cara de decepción a ambos hombres que estaban cerca suya, desnudos y con su pene erguido. Eran Roberto y Carlos. El primero, un hombre mayor de Argentina, algo regordete, con una polla pequeña pero unos huevos bien gordos.
En cuanto a Carlos, era bastante joven, presumido de tener algo ligeramente más grande entre las piernas. Aunque sus huevos eran un poco pequeños. Tenían esposas y aunque estaban de piernas libres, no iban a escapar, habían pagado la sesión.
—Si alguno quiere irse...que lo diga ahora, esto no es un simple juego ya que a partir de ahora solo tendréis dolor—miró a ambos y estos negaron con la cabeza—muy bien, empecemos.
Abrió el maletín y sacó un pequeño látigo. Acarició con este todo el cuerpo de ambos, primero uno y luego otro. Estos al sentir la suavidad del cuero se pusieron incluso más duro.
—Ama, he deseado esto durante tanto...—una patada en los huevos justo por el hueco abierto de las piernas le hicieron callar.
—¿Quién ha dicho que puedas mediar palabra?, ¡puta escoria!—le azotó las nalgas a Roberto.
Este no cayó al suelo, se encogió en posición fetal mientras se agarraba sus partes adoloridas.
—Eso te pasa por tenerla pequeña—dijo el otro presumido y con arrogancia.
—¿Tú piensas que esto es decente?—le agarró el miembro con dureza haciendo daño y luego le dio una palmada.
—Yo soy un hombre, todas aman mi pene—dijo haciendo girar como las aspas de un molino.
Unos cuantos azotes en las nalgas le hicieron callar.
—A ver si eres tan hombre cuando te de una patada tan fuerte que las vas a buscar por el resto de tu vida—dijo.
Estuvo un rato azotando sus culos hasta que se volvieron rojos. Al ver que estaban tan acostumbrados a eso que el látigo no surgía efecto, decidió intentar otra cosa, subir otro nivel por así decirlo.
Les colocó una bolsa llena de hielo bien frío para bajarles la erección y hacer que se retrayeran mucho más. Ya flácidas y bien encogidas, les colocó un conocido chastity.
—Menuda mierda de sesión—dijo Carlos bostezando.
—Oh ama, esto es tan...¡ouhh!—otra patada.
—¡Me tienes hasta el coño maldito perro!—dijo cabreada por su actitud.
Fue hasta la bolsa y sacó algo que este no alcanzaba a ver. No le gustaba usarlo, pero no le dejaba otro remedio, solo lo utilizaba como medida de urgencia. Era una jeringuilla llena de un líquido azul.
—Veamos si después de esto te haces el machito—la inyectó en su escroto provocando un pequeño dolor.
Luego, amarró también sus pies.
—Bueno Roberto, es hora de tu comida—bajó el cierre de su entrepierna dejando su coño al aire y enseguida este se puso a lamer.
Carlos estaba aburrido y de rodillas mirando la escena. Había pagado por algo tan soso. Pasaron unos minutos y un calor entró por su cuerpo, estaba cachondo, ¿aquello era fruto de ella?.
Su polla pedía a gritos libertad poniéndose dura. Pero el metal cerrado con un candado lo impedía. Además, sus huevos se habían puesto más grandes. Él, sudaba como un puerco.
—¿Ya no te aburres?—preguntó con voz dulce.
Este solo gruño.
—Dime perro, ¿qué eres?—le sacó la cabeza de su coño ante la mirada perdida de este—dilo.
—Un perro...pichacorta—ella le dio unas palmaditas en la cabeza.
—Buen chico—le hundió otra vez la cabeza y disfrutó de la comida de coño que estaba recibiendo.
Carlos por su parte estaba sufriendo, le dolía la polla.
—Muy bien, tu ganas, ahora quítame esto—dijo señalando las cadenas.
—No
—¿Qué?
—Vas a estar así...hasta que yo diga—respondió mirando a este sufrir como nunca.
Pasaban los minutos y aquello era un infierno, rojo como un tomate, su polla y huevos morados deseando eyacular...todo ante la mirada dominante de la mujer.
Por fortuna, esta se acercó e introdujó la llave liberando del metal aquel pene que enseguida se puso duro.
—Oh gracias al cielo—dijo este aliviado.
Roberto se tocaba los huevos en busca de poder correrse, pero la jaula lo impedía.
Ella le puso unas cuerdas y lo subió dejando sus pies a ras de suelo por muy poco, no le había dejado eyacular.
—Observa perro—dijo sacando un dildo—esto es una polla y no lo tuyo.
—Oh si ama, es mucho más grande y larga que la mia—dijo mirándose el pene.
La mujer se colocó detrás e introdujó un par de dedos en el ano de este. Luego, lentamente ante las súplicas de Carlos que resultaron inútiles puesto que la acabo metiendo.
—¡¡Noooooooo, sácala, bastaaaaa!!—rogaba.
—Tu polla parece muy feliz—dijo acariciando esta.
Ella levantó sus piernas en forma de V mientras se lo empezó a follar de manera salvaje. Unas tras otra, las cabalgadas iban cayendo mientras Roberto miraba todo sin perder detalle.
Finalmente, su polla logró descargar todo lo que había en sus huevos inundando con un charco el suelo gracias a la droga.
—¡Excelente mi señora!—dijo alabando Roberto.
—Buen chico—le dio un cachete en el cuelo mientras su polla aún goteaba algo.
Carlos sacaba su lengua, el placer que había sentido nunca lo olvidaría, era glorioso la enculada recibida.
Luego lo bajó de las cuerdas y quedó a cuatro patas, estaba con la mente en blanco. Colocó a Roberto una cadena como a los perros y le liberó.
—Ven chico, tienes faena—dijo llevándolo hasta el culo de este.
Él la miró durante unos segundos. Ella se agachó.
—Sino se la metes...tendré que castrarte como a los perros malos, ¿es eso lo que quieres?—este negó enseguida—muy bien, venga.
Se puso encima suya e introdujó su polla en aquel agujero ya abierto haciendo que gimiera como nunca de placer.
—Ohhhh amaaa, esto es la gloria—dijo enculando como un profesional.
La mujer sacó algunas fotos mientras se acariciaba su vagina, estaba empapada. Y tras unos minutos, eyaculó en aquel ano.
Al cabo de una media hora, salieron de la sala ya vestidos y con una sonrisa de oreja a oreja.
Carlos se tocaba el culo sin decir nada, mientras, Roberto estaba duro como una piedra.
—¿La próxima sesión cuando será?—preguntó el mayor.
—Dentro de una semana, en una playa conocida como playa Femdom.
—¿Playa Femdom?—se preguntaron.
—Si...y preparad vuestras pelotas...tal vez volváis a casa sin ellas—dijo soltando una carcajada antes de cerrar la puerta.
Ante aquello, ambos se miraron y tragaron saliva.
—Vamos a ver mujeres desnudas—Carlos se puso duro.
—Si...ya tengo ganas de esa sesión.
Y se marcharon de aquel edificio ansiendo que llegase ese momento.