Sesión de vara. (Fragmento de Erotic Obsession)
Traducción de un fragmento de la novela Erotic Obsession, de Iona Blair, ofrecido libremente por PF.
Obsesión erótica (fragmento)
Título original: Erotic Obsession
Autora: Iona Blair, (c) 2001
Traducido por GGG, octubre de 2002
"Le daría una paliza con la vara, Señora, luego disfrutaría de sus tres deliciosos orificios," declaró el enorme y fornido gigante, retorciendo las puntas de sus magníficos mostachos entre un pulgar tembloroso y el índice.
Era una noche de frío cortante cerca de Navidad, y mi establecimiento estaba alegremente engalanado con abetos decorados y ramas de acebo. En las puertas por donde todo el mundo debía pasar, estaban colgadas estratégicamente ramitas de muérdago, lo que causaba mucha hilaridad y aún más besuqueos.
"Podría hacerlo ahora, buen Señor," repliqué, lanzando seductoramente mi largo cabello brillante y mirándole burlona a través de las pestañas fruncidas. "Pero, me temo que el coste de tal empresa es como para apaciguar su ardor."
"Y, estaría usted equivocada, buena Señora. Diga su precio y lo satisfaré encantado."
Lo acordamos en diez soberanos de oro, que era realmente una bonita suma en aquel tiempo; antes del cambio de siglo, y varios años antes del funeral de la vieja Reina. Como propietaria de esta, la más excelente de las casas de placer tenía una cierta dignidad y status que mantener, y habría sido perezosamente imprudente malvender mi valía.
Nuestra cita erótica tuvo lugar en mi cámara privada. Donde, después de haberme levantado el vestido y quitado los calzones rosas, llamé a la fiel Agnes, que me había acompañado cuando dejé a la Señora Beecham, para montarme a caballo para la varea que iba a venir.
Mi tierno trasero temblaba de anticipación nerviosa, y mi travieso capullito se estremecía, mientras el más vigoroso de los caballeros empezaba a azotarme de forma sobremanera sonora, con su manojo de ramitas de aspecto horroroso.
Me aferré a Agnes como si me fuera la vida, la potencia de los golpes amenazaba con desmontarme de la seguridad de su fuerte espalda. Zas, zas, zas, zas, zas. Los golpes caían firmemente y con ritmo excelente hasta que mi tembloroso trasero estuvo lacerado con anchas y lívidas franjas.
"Se lo suplico Señor, creo que la Señora ya ha tenido suficiente castigo para un día," protestó valientemente la buena Agnes, preocupada por mi doloroso sufrimiento, que era de naturaleza considerable.
"Seré yo el que juzgue eso," fue la severa réplica, seguida por un enérgico golpe en el delgado trasero de Agnes para enseñarle, "buenos modales."
Mi pobre trasero escocía y ardía por la ferocidad de la azotaina, mientras mis temblorosos genitales se lubrificaban de excitación y trepaban la exquisita ladera hasta el pico del éxtasis, cuando los golpes seguían cayendo.
El pequeño reloj de cristal del vestidor dio la hora, y la puerta de un carruaje se cerró con firmeza en el patio de atrás de la ventana de mi cámara.
Estaba en el delirio del dolor y la pasión. Deseando que terminara la varea, y a la vez desesperada por que continuara. Mi excitación se incrementaba con cada poderoso golpe, y finalmente, justo antes de que terminara el castigo, pasé a un atronador crescendo de alaridos y sacudidas y convulsiones de éxtasis.
El caballero que había vareado mi trasero tan sonoramente, se desabrochó los botones de sus pantalones y, sin más preámbulos, penetró en mi vibrante caja del tesoro y la embutió con su rígido miembro hasta una conclusión imponente y de lo más satisfactoria.