Sesión de doma (2)
Tenia pendiente un regalo que recibir pero el juego dió un giro radical. Preparé una velada que no olvidará.
(Continuación de la primera parte)
Pasaron un par de semanas hasta que me decidí a llamarla de nuevo y recibir mi regalo. Me preocupaba el volver a tener una nueva sesión como la del otro dia pero también me gustaria repetirla pues no quedé muy disgustado de esa experiencia. Decidí que mi recompensa sería el que ella recibiese mis castigos y asi probaría los dos lados. Durante esos dias me dediqué a buscar por internet sobre el sado. Leía experiencias de otros y empecé a meterme en páginas web para tomar nota. Ciertamente habia muchas situaciones que me hacian sentir como hormiguillas en el estómago y no eran de dolor precisamente. Hice una lista con las cosas que más me atrajeron, prepare material para llevarlas a cabo y la llamé.
Volvimos a quedar pero esta vez lo hicimos en domingo. Me dijo que pasase a buscarla por su casa. No creo que se imaginase nada de lo que yo tenia preparado para ella.
Recordaba la habitación donde aquel dia sufrí de lo lindo como si hubiese sido ayer y sabía que tenía material que me podía facilitar la tarea.
Aparque mi coche y saqué del maletero un maletín de color negro en el que llevaba mis artilugios caseros y una bolsa grande con el vestuario que llevaría puesto. Llamé a la puerta y me recibió casi desnuda, sólo llevaba una toalla enrollada. "Acabo de salir de la ducha" me dice mientras me invita a pasar y se quedó mirando detenidamente el maletín. "¿Para qué es ese maletín?" me pregunta. "Para poder recibir mi recompensa como Dios manda" la dije. Me miró fijamente a los ojos sorprendida. No dijo nada más.
La dije que fuese bajando a la bodega mientras me cambiaba pero que lo hiciese sólo con unas botas puestas y así ahorrábamos tiempo. Creo que eso de que la mandase otra persona no era lo suyo pero debía acatar las normas pues hoy era ella el objeto de mi placer. Me metí en el cuarto de baño a cambiarme de ropa. Cuando bajé ya estaba con lo que había pedido: unas botas de equitación de cuero negras que la llegaban casi hasta las rodillas. Yo, en cambio, llevaba un sombrero de cowboy, un pañuelo cubriéndome parte de la cara (como si fuese un bandolero del oeste), unas chaparreras de cuero y unas botas de cowboy que estrenaba ese día. Al verme de esa guisa se sonrió y me dijo: "Creo saber tus intenciones. Sólo te pido que si de verdad quieres hacerlo lo hagas bien para no tener que volver a domarte otra vez". Dejé el maletin cerca de la alacena donde guardaba sus cosas y me preparé para dar comienzo a la sesión.
Lo primero que hice antes de nada fue coger la fusta con la que el otro día me propinó severos golpes y empecé a observar su cuerpo desnudo. Me detuve varias veces en sus senos los que acaricié efusivamente y golpeé suavemente con la fusta. Luego bajé hasta su sexo y acaricié su clítoris con el mango. Reaccionó con un pequeño espasmo y la propiné un zurriagazo que la hizo aullar un poco. Lo siguente era su culito. Duro y redondito. Muy rico. Me entretuve dándola fustazos por varias partes de sus nalgar hasta que estuvieron coloraditas. Cuando terminé el reconocimiento me dispuse a empezar la tarea.
La misma tabla que usó ella la otra vez la puse vertical sobre unos anclajes que había en la pared y la até de pies y manos. Quedó en forma de aspa, sin llegar a tocar el suelo y con su sexo bien abierto para que yo pudiese maniobrar en él. Me acerqué al maletín y saqué un par de pinzas metálicas que había acondicionado un poco para que no fuesen demasiado dolorosas. A cada una la llegaba un estremo de una pequeña cadena de unos 30 centímetros de largo. Estuve un rato masajeando esos pezones que tardaron muy poco en estar duros como una piedra y les puse una pinza a cada uno de ellos. Primero gemió un poco y despues me dijo que si eso era lo mas fuerte que sabá hacer. ¡Se me habia olvidado ponerla una mordaza! Si no sería una constante de reproches y quejas. La amordazé y proseguí con el juego. De la cadena colgué un peso para que estirara bien de esos ricos pezones. Probando en casa lo que se sentía al tenerlos torturados me gustó e hice otro par de pinzas para los mios. Hacian bastante presión y al principio molestaban un poco pero después dejaron de doler demasiado.
Cambiando de lugar me meto de lleno con su chochito. Saqué un consolador vibrador de uns 25 centímetros de largo y 5 de grosor y se lo introduje poquito a poco. A lo primero costaba bastante a si que lubriqué la entrada de la vagina con una crema urticante que ví recomendada en un sex shop. Nada mas aplicársela empezó a agitarse como una loca del picor y yo mientras aprovechaba esos movimientos para ir introduciendo más y más. Cuando solo quedaban 5 cm. para que entrase del todo encendí la vibración y terminé de metérselo. Cuando desapareció el aparatito en su coñito cogí un par de pinzas y se las puse en los labios para impedir que el vibrador se saliese hacia fuera. Esa situación me estaba provocando una erección como nunca había tenido pero contuve mis ganas para el truco final.
La miré a la cara y ví en ella gestos confusos entre molestia y placer. La dije: "espero que no te corras porque tienes el chocho sellado y lo vas a pasar muy mal a si que contente las ganas" y volví a meterme con sus pezones. La pegué un tironcito de las pinzas para ver que tal andaba de sensibilidad y por el gemido que dió creo que estaban muy ricos para mi siguiente operación. Tiré esta vez un poco más fuerte y una de ellas se soltó provocándola gran dolor. Pegó un aullido que si no fuese por la mordaza hubiese alarmado a todo el vecindario.
De nuevo me acerqué al maletín y saqué ¡un par de agujas de jeringuillas!. Al ver esto se empezó a poner nerviosa. No es para menos. Cogí un bote de alcohol y con un poco de algodón pase sus pezones para desinfectarles. Quité la funda de la primera aguja y empecé a picarle el pezón . Para que no fuese tanto la molestia se la atravesé rápidamente. Ella quiso gritar pero la mordaza impedía cualquier palabra. El aguijonazo en el otro pezón creo que fué mas doloroso porque era en el que se escapó la pinza. Para que no pudiesemos picarnos con la punta de las agujas pinché unas bolitas de aluminio de las que colgaban unos cortos flecos de cuero . Un pequeño hilillo de sangre se derramaba por su pecho. Se lo limpié un poco y proseguí a lo mio.
Ya sólo me quedaba ese culito tan rico por torturar. Desaté sus brazos y piernas de la tabla, la puse a cuatro patas encima de una mesita y la até nuevamente. No era muy alta a si que me facilitaba mucho el trabajar de pie. Me puso a cien verla caer esos flecos de sus tetas. Antes de empezar restregué mi bota derecha por su sexo que estaba tremendamente húmedo y pude observar que se estaba debatiendo entre tener un gran orgasmo o no. De momento que siguiese aguantándose. En este caso vendé sus ojos para que no viese nada y así de paso se pusiese algo más nerviosa que antes. Cogí una botella de plástico de 1 litro llena de agua que tenía un tubito en el tapón y se lo introduje despacito en ese precioso culo. A lo primero cerró el esfínter y complicó un poco en trabajo pero empecé a meterla un dedo que lubriqué con saliba y poco a poco se fue haciendo paso al interior. Cuando ya parecía estar preparado volví a introducir el tubo y comencé a descargar todo el agua en su recto. Me pareció poco a si que llené de nuevo la botella y se la descargué otra vez. Era suficiente pues desbordaba algo de líquido que corria a través de su coño y caía en la mesa. Me fuí a por otro consolador más largo y gordo que el vibrador, lo lubriqué con la crema urticante y lo puse en la entrada del ano. Parece que la crema empezó a hacer efecto inmediatamente y no cesaba de moverse otra vez. Poco a poco fuí introduciendo el falo en su interior. Al estar lleno de liquido facilitaba mucho la labor. Cada empujón que daba hacía que el agua penetrase mas adentro de sus entrañas. Al poco tiempo conseguí meter gran parte del aparato y me puse a sacarlo y meterlo varias veces. Al cabo de un rato la empezaron a temblar las piernas y supuse que un gran orgasmo venía. Quité las pinzas de su sexo y apenas me dió tiempo a retirar el vibrador cuando se vino encima de mí. Un gran chorro de fluidos me bañó casi por completo. Toda la habitación comenzó a oler a cuero, sudor y sexo. Un aroma que me ponía cachondísimo. Pasé mi lengua por ese chochito húmedo y me entretuve un poco con su clítoris. Al poco rato volví a donde lo había dejado, metiendo y sacando el falo de su ano. No pasaron ni 5 minutos cuando la sobrevino un nuevo orgasmo. Retiré el consolador del orto y un chorro del liquido interior salió a propulsión.
La quité la venda de los ojos, la miré y ví como lloraba. A lo primero me dio un poco de pena pues yo no estaba acostumbrado a estas situaciones pero me gustó ser dominante por una vez.
La desaté de la mesa y senté en una silla. Estaba tremendamente cansada y con signos de dolor pero todavía quedaba algo que iba a hacerla chillar. ¡Menos mal que no quité la mordaza! Quité las agujas de sus pezones pero según iba pasando el metal ella se retorcía de dolor. Cuando saqué la segunda aguja respiró aliviada. Quité la mordaza y ordené que me chupase la polla e hiciese correrme. Como una gran experta me hizo sentir en el paraíso y no tardé mucho en correrme y llenarla la boca de leche. Me acerqué a sus labios y la besé para compartir esa lefa tan rica que salió de mi polla. Fué el éxtasis a una tarde gloriosa.
Limpié un poco la sangre que salía de sus pezones y dije: "Mi trabajo ha terminado". Me miró fijamente y me dió el beso más apasionado que jamás nadie me había dado. De la efusividad caimos al suelo y nos revolcamos por toda la habitación. Al rato nos incorporamos y fuimos juntos al baño para ducharnos y relajarnos.
Cuando estuvimos limpios me invitó a cenar y me felicitó por mi gran trabajo. Había disfrutado como nunca lo habia hecho antes. "Tenemos que repetir esta experiencia de nuevo, ¿Qué te parece? Eso si, un dia me toca a mí der dominante y otro dia a ti" Era una petición que acepté sin pensármelo dos veces. Era el comienzo de una nueva etapa de mi vida. Ser torturado y a la vez el torturador me hacía llegar a un placer que antes no tenía.
Me despedí de ella con un morreo larguísimo y prometí llamarla en cuanto tuviese una tarde libre. Ahora, cuando nos juntamos en su casa no es para echar un trivial sino para disfrutar ámbos del dolor.