Sesión con un matrimonio sumiso. I

No voy a perder el tiempo contando cómo conocí a esta pareja de sumisos. Los tres habíamos superado los cuarenta, y teníamos ya las ideas suficientemente claras para ir al grano. Admitían dolor moderado y sexo homo, pero querían disfrutar, no sólo servir a un Amo

No voy a perder el tiempo contando cómo conocí a esta pareja de sumisos. Los tres habíamos superado los cuarenta, y teníamos ya las ideas suficientemente claras para ir al grano. Juanma y Maribel eran matrimonio y vivían en Madrid, así que habíamos quedado el fin de semana para pasarlo juntos. El plan era que los conociera en persona y que los sometiera. Admitían dolor moderado y sexo homo, pero querían disfrutar, no sólo servir a un Amo. Juanma se conservaba bien, sobre 1,75, sin barriga, pelo rizado algo canoso. Normalmente iba depilado, pero le advertí por el skype que no me iban las muñequitas. Maribel me gustó mucho: una milf de ojos claros, pelo corto castaño, unas tetas ni pequeñas ni grandes y culo en su sitio. Tenía la típica barriguilla de haber tenido un par de chiquillos, pero eso le daba un morbo adicional. Le dije que viniera afeitada dejando los labios accesibles pero sin quitarse la mata de vello del pubis. Me encanta tirarles fuerte de ahí o correrme en los rizos, por ejemplo.

Habíamos estado cenando y bebiendo bastante (sólo les dejé beber cerveza, mucha), y cuando llegamos a la habitación de su hotel ya lo teníamos todo hablado. Nada más cerrarse la puerta, cogidos la parejita de la mano, Maribel dijo con una risa tonta que no sabía cómo empezar. Yo le dije sonriendo que era fácil, que empezara dándole un buen morreo a su marido, que quería ver sus lenguas retorciéndose y cómo le comían la boca. No tuve que repetírselo. “Abrazaos mientras os besáis”, les dije mientras me quitaba el cinturón. Juanma se dio cuenta de lo que se avecinaba y le metió la lengua a fondo a su mujer. Yo le descargué un correazo en el culo y enseguida otro en la parte alta de los muslos. Él gimió de dolor y Maribel, con ojos que indicaban miedo pero sin dejar de comerle la boca a Juanma, bajó sus manos a la zona de los golpes para calmar a su maridito. “Las manos quietas –les dije con voz seria--, solamente quiero oír cómo le consuelas”. Juanma susurró con voz ronca, “estoy bien señor Amo”; “aguanta cariño, tú puedes”, susurró Maribel. Por mi parte le crucé el culo con otro correazo y le solté otro no tan fuerte en mitad de la espalda. Juanma contrajo la cara de dolor mientras su esposa le besaba tiernamente y le decía “venga mi niño que estoy ya cachondísima”. Yo también me iba entonando así que le solté a Maribel un buen correazo en su culo. Al sentir por primera vez el cuero soltó un gritito. El marido se percató de que su mujercita había recibido por primera vez de su Amo y se puso como un loco a comerle el morro. “Aguanta cielo, hazlo por nuestro Amo”, le dijo mientras la abrazaba tiernamente. Unos cuantos buenos correazos más, alternando siempre entre la misma parte del culo y la parte alta de los muslos, hicieron que Maribel chillara de dolor mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Juanma mientras le sujetaba la cara, la besaba sorbiendo sus lágrimas y restregándole el paquete mientras la animaba a aguantar. Yo cambié al cuerpo de mi sumiso cruzándole la espalda de un correazo y dándole un par de buenos zurriagazos en las pantorrillas. Juanma soltó un grito y Maribel, a pesar de su propio dolor, le besó dulcemente en las mejillas diciéndole “aguanta, cielo, aguanta”. Al cabo de unos cinco minutos de grititos, lágrimas y correazos pensé que ya habían tenido suficiente para calentarse. “Venga”, les dije, “ahora si podéis usar las manos para calmar el dolor”. Nada más oírme se empezaron a frotar las partes más doloridas de sus cuerpos mientras en silencio se sonreían y cruzaban miradas cómplices. “Juanma, desnúdamela, quiero ver cómo la he marcado”. El sumiso se apresuró a cumplir mis órdenes, hasta quitarle el sujetador y el tanga y dejármela en pelotas. “¿Dónde tiene el verdugón más grande?”, le dije. “Aquí Amo”, me contestó señalándome uno en el muslo izquierdo justo bajo las nalgas. “Acércamela”. Juanma me trajo a su mujer de la mano hasta el sillón donde yo me había sentado para ver cómo me la desnudaba, y me puso el culo de su mujercita junto a mi cara. Maribel tenía una buena marca cruzándole el muslo. Saqué mi lengua y se la pasé lentamente por todo el verdugón. “¿Calma, cielo?” “Sí, mi Amo” me respondió dejándose hacer. “Anda Juanma, lámela donde esté marcada”. “Como mande. Gracias Amo”, y se arrodilló lamiendo ansiosamente los verdugones que le había hecho a su mujer, mientras yo me acariciaba el paquete repantigado en el sillón. “Maribel, ahora desnúdalo tú y me buscas el verdugón más grande”. Ella sonrió a su marido y empezó a desabotonarle la camisa. “Más rápido, puta”. Enseguida me lo dejó desnudo y comenzó a examinarle el cuerpo. Igual que yo había hecho antes con Maribel, aproveché para observar por primera vez los cuerpos de mis sumisos, ya marcados por mí incluso antes de verlos desnudos. Como ya os he contando, les había dicho que no se depilaran especialmente, así que Juanma tenía cierto vello en el pecho, y una pelusilla que le cubría el vientre y los glúteos. Su polla estaba a medio empalmar por la excitación de la azotaina. Maribel descubrió una rojez que le cruzaba los glúteos horizontalmente. “Este el más grande, Amo”. “Acércamelo bonita”. Como antes había hecho él con ella, Maribel me colocó la zona junto a mi cara. Le di una lenta pasada con mi lengua, marcando con mi saliva a mi sumiso. “Venga Maribel, te toca calmarlo con la lengüita”. Me encantó verla como lamía a su marido aquí y allí: en la espalda, en la barriga, los glúteos, las pantorrillas. “¿Qué, capullos, duele ya menos?” “Sí, Amo”, respondieron casi al unísono. “Bueno, os durará el escozor toda la sesión y hasta después, pero eso os recordará que vuestros cuerpos me pertenecen”. “Sí, Amo”.

Me levanté y cogiendo a cada uno de la nuca los empujé bruscamente hacia el baño diciéndoles: “Ahora vamos al váter que tengo ganas de mear”. Al llegar le ordené a Juanma que abriera la tapa y les pregunté: “¿Vosotros también tendréis gana no?”. Juanma me contesto con voz ronca y casi susurrando, “bastante Amo”.  “Pues venga Maribel –dije—empieza tú”. “Me da vergüenza Señor”, respondió con voz casi inaudible. “De eso se trata –respondí--, de que te de vergüenza y tengas que aguantarte. ¡Despabila puta!” El marido se quedó callado mirando mientras Maribel se sentaba rápidamente en la taza y dejaba escapar un fuerte chorro de meado. “¡Abre las piernas, que yo te vea!”, le ordené. Cuando terminó hizo amago de coger papel para limpiarse. “Para –la interrumpí--, eso te lo va a hacer tu maridito. ¿No se lo has hecho nunca?”. “No Señor”, respondió Juanma. “Pues date prisa, gilipollas”, le grité mientras le soltaba un fuerte cogotazo, “¡y lo haces de rodillas”. Maribel, con la vejiga ya vacía, estaba muy excitada de nuevo. Le levanté la barbilla y le di un dulce piquito sonriéndole, mientras el marido le secaba el chichi. “Muy bien Juanma, te toca a ti”, le dije. “Gracias Amo”, dijo mientras se colocaba de pie frente al váter. “¿Qué haces maricona? Aquí sólo meo de pie yo, tu sentadito”. “Si Amo”, respondió. Mientras cogí a Maribel de la nuca y la obligué a ponerse de rodillas y meter la cabeza entre las piernas de su marido mientras éste meaba. “Cuando termine le limpias la punta, perrita. Higiene ante todo”. “Lo que usted mande”, respondió. “Venga, ahora me toca a mí que estoy que me meo. Poneos de rodillas uno a cada lado y tú, Juanma, sácamela del pantalón y apunta bien”. Nerviosamente Juanma me sacó la polla que estaba ya tiesa como un palo. “¿Qué?¿os gusta?” “Mucho Amo”, dijo Maribel. “Pues venga, agarrádmela entre los dos y que no se salga ni una gota”. La verdad es que lo tenían difícil porque al estar empalmado buena parte del meote mojó el asiento del váter y el suelo. “¿Pero es que estáis gilipollas? ¡Sostenedla bien, ostias!”, les decía mientras les repartía a ambos fuertes collejas. Cuando terminé le dije a Juanma que me la sacudiera y Maribel que me limpiara la punta con lengua. “Así me gusta, cerditos. Ahora vais a coger papel y dejarlo todo bien limpio”.

Cuando acabaron les dije: “vamos para la cama, los dos a gatas, como perros”. Cuando llegaron le dije a Maribel que se pusiera boca abajo con el culo en el borde de la cama. “Tú, maricón, ponte encima de tu mujer, los huevos sobre su nuca, y lámele los cachetes del culo”. Juanma me obedeció tumbándose boca abajo sobre la espalda de su mujer y situando su cabeza encima de su culo. “Ábrele el ojete, quiero vérselo”. Cogí un flogger y le dije: “voy a azotar a tu mujercita en el culo. Levanta la cara cuando se lo golpee que no quiero rompértela. Entre azote y azote la lames para aliaviarla”. “Sí Amo”, me respondió. Le solté un par de azotes fuertes y rápidos que le cruzaron el culo. Ella mordiendo la colcha ahogó un grito de dolor y Juanma le repasó los cachetes con la lengua embadurnándoselos de saliva. “Lame también la raja del culo. Voy a azotarla ahí ahora”. “Sí Amo”, contestó hundiéndose en el apetitoso trasero de su mujercita. “Venga, ya está bien, vicioso”, dije tirándole del pelo para apartarlo. “Ahora ábrele bien los cachetes”. Recogí en un manojo las tiras del flogger y lo hice girar para que el golpe fuera fuerte. “¿Estás lista mi putita?”. “Cuando usted quiera Amo”, respondió. “Y tú, no dejes de abrirle el culo. Si te roza algún golpe de aguantas que quiero darle en el ojete varias veces”. “Lo que usted diga Amo”. Haciendo puntería dejé caer fuerte el remolino del flogger sobre sobre la delicada carne de su ano. Maribel está vez chilló como una cerda mientras hacía el acto reflejo de levantarse y encoger el culo. Aquí el sumiso aguantó bien, dejando caer aún más el peso de su cuerpo sobre la espalda de su mujer y forcejando para mantenerle abiertos los cachetes. El flogger mordió tres o cuatro veces más, quería ponerle el ojete ardiendo. “Aguántame esos cachetes machote”, le dije a Juanma mientras me arrodillaba y le metía la lengua en el culo a su mujer. Como había esperado, la carne estaba caliente, y ella gimió de placer relajándose sobre la cama al sentir mi caricia. Cuando me harté de follarle el culo con la lengua, le dije a Juanma que se levantara. “Ven aquí Juanma, de rodillas”. Lo puse así junto al culo de su mujer. “Le voy a pinchar un poquito el chocho pero no quiero cansarme”. Me saqué la polla de la bragueta (yo aún estaba completamente vestido), y me senté encima de la cabeza de mi sumiso. “Baja, cabrón, ahí”, le dije empujándole. Lo coloqué como si fuera un taburete con su cabeza a la altura precisa para poder descansar mi culo. Con Juanma en esa posición le proporcionaba una vista perfecta del chocho que iba a penetrar, a la vez que un buen dolor en el cuello y rodillas al tener que aguantar mi peso. “Levanta puta”, dije metiendo mis manos bajo los costados de Maribel para tener acceso a su coño. Sin más preliminares, con fuertes golpes de cadera la penetré a tope en un par de embestidas. Ella gimió de gusto mientras el pobre de su marido hacía fuerza para mantener la cabeza derecha, porque, como digo, sentado en ella mantenía la polla en el interior del útero de su mujer. Tras un ratito de bombeo dejé de moverme para descansar cómodamente en la cabeza de mi sumiso. Me gustaba el juego, pero no era cuestión de correrme así. Me levanté y le dije a Juanma que penetrara él a su mujer. El tío se tiró para ella como un rayo metiéndole el cipote hasta el fondo. El muy cabrón estaba excitadísimo con el tratamiento que le había dado a su mujercita. “Tranquilo, campeón”, le dije tirándole del pelo para apartar su pubis de la grupa de su mujer. “Penétrala lentamente hasta el fondo, suave, la sacas casi entera y vuelta a empezar”. A Maribel pareció gustarle el plan por el gemido que pegó, “gracias Amo, me está dando usted muchísimo gusto”, dijo mientras su marido volvía a deslizarse dentro. Yo me desplacé hacia la parte delantera de la cama mientras recorría con la punta de mis dedos su espalda húmeda por el sudor del dolor y el placer. Arrodillado, le besé su morrito y sus mejillas arreboladas por el gusto del metesaca que le proporcionaba su marido. Susurrando para que el sumisito apenas pudiera oírnos le decía en plan mimoso:

--¿te está gustando, mi niña?

--mucho Amo

--y el culito, ¿te duele?

--ya no, ahora lo que me muero es de gusto

Yo seguía dándole besitos por la mejilla y, apartándole el pelo de la oreja, baboseándole todo el interior del oído

--ahora quiero que te corras, ¿vale?

--lo que usted mande, Amo

--OK, yo me correré después mientras penetro a tu marido. Tú me ayudarás, ¿entendido?

Maribel no pudo contestarme. Juanma se corría y yo supe que esto y mi petición la llevaban irremediablemente al orgasmo, así que le mordí el lóbulo de la oreja mientras la notaba dejarse llevar.

Continuará