Sesión con Elaine (6)

Sesión del 30 de noviembre, como siempre narrada en primera persona por Elaine.

Una simple llamada inesperada  hizo que todo mi cuerpo se tensara. Mi amo estaba a punto de llegar y su perra estaba lista para lo que él deseara.

Le pertenezco y  ser consciente de que  no soy más que una perra a la espera de órdenes hace que ser requerida por él me inquiete y excite a la vez.

Lo primero que hizo nada más entrar fue enseñarme el ultimo juguete que había comprado para su perra. Era una caja repleta de pinzas verde y azules, unas preciosas pincitas cuya sola visión despejó una incógnita.

Sabía una de las cosas pero la sesión, sin duda, iba a dar para mucho mas así que  empecé a sentirme nerviosa. Nerviosa por saber y no saber qué iba a ocurrir.

Antes de que pudiera querer castigarme por el olvido, le pedí que me colocara el collar alrededor del cuelo como corresponde a una perra. Su perra marcada con el collar.

Me ordenó que me sentara en el sillón y colocara mis brazos en la nuca mientras él me ponía un antifaz pero supongo que aquella oscuridad no era suficiente para él.

Sin duda quería hacerme sentir más incómoda y estúpida porque levanto el jersey que aún tenia puesto y me cubrió la cabeza.   En la oscuridad total, escuché como proponía probar la utilidad de la nueva adquisición.

Colocó una pinza en cada pezón y continuó hasta llenar mis pechos de ellas. Había visto la caja llena de pinzas pero en ningún momento imaginé que pensara colocarlas todas a la vez en mi cuerpo.

Qué ingenua fui porque siguió colocando pinzas a lo largo de mis brazos, en mi estomago e incluso en la nariz hasta que no quedó ninguna.  Tenía la parte superior del cuerpo lleno de pinzas y el dolor iba aumentando según pasaba el tiempo.

Respiraba para intentar aguantar cuando sentí el primero de los muchos azotes que me dio en el coño con su cinturón.  Esta vez iba a tener que resistir dos cosas a la vez.

Intentaba concentrarme para poder aguantar sin quejarme pero cuando trascurrido un rato, comenzó a mover las pinzas de manera indiscriminada y rápida no pude evitar gritar de dolor.

Pero mi amo siguió moviéndolas e incluso apretándolas contra mi sin miramientos. Cuando ya finalmente comenzó a retirarlas, quería escuchar mi agradecimiento en voz alta y clara por cada pinza o colocaría dos donde acabara de quitarla.

Los sollozos hicieron que tuviera que esforzarme para que se me escuchara pero la ante la amenaza , conseguí hacerme entender.

Una vez sin pinzas pasó sus manos fuertemente sobre la zona todavía dolorida mientras con sus palabras me dejaba pocas dudas sobre cuál iba a ser la próxima zona escogida.

Tiró de mi culo hacia afuera del sofá y me ordenó agarrarme las piernas bien abiertas arriba.

Al comienzo de la sesión no sabía cuántas pinzas tenia la caja pero después de haberlas contado mientras las iba poniendo, ya tenía claro que eran cuarenta e imaginar que quisiera colocarlas todas en mi coño me intranquilizó

Y si, tal y como había intuido, empezó a colocar una a una en mi coño hasta dejarlo repleto. Lleno hasta el hueco más pequeño haciendo que el dolor fuera realmente intenso.

Pero ese dolor no tendría nada que ver con el que iba a sentir inmediatamente después cuando empezó a dar con el cinturón sobre ellas.

No sólo fue más intenso que los anteriores sino el mayor dolor que he podido sufrir con mi amo así que empecé  a suplicarle que parara.

Sabia que eran demasiadas pinzas para que el dolor acabara rápido y , por primera vez, me asusté.

Apenas había terminado de calmarme y ya mi amo estaba ordenándole su zorra llorona que se pusiera de rodillas sobre el sofá. “El culo en pompa, zorra estúpida “.

Lo siguiente que escuché fue como cogía el cinturón y sin mediar palabra, descargaba el primer azote en mi culo. Había sido más fuerte de lo habitual y, para mi intranquilidad, el primero de los muchos que vendrían después.

Eran azotes rápidos, sucesivos y certeros que hacían que mi cuerpo perdiera la postura recta y con el  culo hacia afuera que mi amo me había ordenado mantener.

Habíamos alcanzado ya el número cien cuando el siguiente azote fue más preciso y doloroso  A pesar de lo rojo y marcado que debía de tener el culo a esas alturas, mi amo iba a emplear ahora la vara.

Los varazos eran seguidos, sin tiempo para tomar aire entre uno y otro, y mi culo ya dolorido empezó a resentirse realmente.

Escuchar el sonido que la vara producía antes de caer sobre mis nalgas y no saber cuándo iba a parar, hacía que me sintiera impotente.

Fueron otros setenta y cinco varazos así que cuando por fin me permitió sentarme, el simple roce del sofá  me hizo retorcerme de dolor.

Estaba agradeciéndole que hubiera parado cuando  me obligó a recitar la tabla del nueve. “una vez más zorrita” y así reiteradas veces.

Escuchaba como  se desplazaba por la habitación y un sonido que, de no haber estado hablando en voz, alta habría identificado sin ninguna duda.

Su mano  cubierta por un guante de latex en mi coño me pilló desprevenida pero  por sus movimientos, enseguida supe que iba a hacerme un fisting vaginal.

Empezó metiendo un par de dedos pero como, a pesar del sufrimiento anterior yo chorreaba, no transcurrió mucho tiempo para sentir su mano entera dentro de mi.

Mi amo sabe los mucho que me gusta ser follada por su puño así que ése iba a ser el premio para su zorrita. Movía su mano dentro y fuera sin parar consiguiendo que su zorra lubricara cada vez mas y le facilitara el acceso.

Ya con el puño totalmente dentro de su zorra, empezó a moverlo sin parar haciendo que me estremeciera de placer. Era como tener una gran polla dentro follándome con fuerza y sin miramientos y mis gemidos de placer dejaban claro lo mucho que me gustaba.

En un momento dado, me ordenó que me masturbara mientras su puño seguía dentro y casi fue rozarme con el dedo y tener un orgasmo impresionante al que seguirían otros cinco más.

No sólo me había concedido  se follada por su puño sino que también me permitió correrme así que supongo, que a pesar de mis quejas y lágrimas, algo hacía que se sintiera orgulloso de su perra.

Una vez que mi cuerpo dejó de temblar de gusto, dirigí mi mirada a su entrepierna solicitándole permiso para comerle la polla.

Agarró mi collar con fuerza y de un tirón me colocó en el suelo a cuatro patas. Desnuda, dolorida y a los pies de mi amo como perra suya que soy.

Empecé a  mover su polla entre mis manos mientras le chupaba los huevos con mi lengua hasta que mi amo tiró de mi cabeza hacia arriba y metió su polla dura en mi boca.

La recorría entera con mi lengua o movía mi cabeza arriba y abajo, despacio pero sin parar hasta tenerla totalmente dentro y sentir como rozaba mi garganta  y seguir bajando.

Estaba chupándosela cuando de un tirón de pelo, colocó mi boca en sus huevos para después comerle el culo.

Recorrí con mi legua gustosa cada recoveco y sus gemidos  me alentaban a seguir hasta que supe que faltaba poco para que se corriera.

Metí su polla en mi boca y moví la cabeza arriba y abajo hasta que  sentir como se corria llenando mi boca con su semen. Tragué y esperé paciente hasta que me ordenó que le dejara la polla bien limpia.

Ya saciado mi amo, me sentí feliz por  haberle sido de utilidad y agradecida por haber podido disfrutar de otra sesión.

Ha pasado ya un día pero cada vez que me siento, el dolor en mi culo me recuerda a quién pertenezco y por qué tiene ese color morado.

Mi amo ha querido que esta vez no olvide qué soy durante una temporada y, a pesar de las molestias, me siento honrada por ello.

Como siempre, su zorra está a la espera de ser requerida de nuevo.