Sesenta minutos

Sensualidad, deseo, excitación... cualquier cosa puede pasar en sesenta minutos...

Cuando llegó a la sede de la Junta donde le esperaban para aquella ridícula reunión, aún guardaba en las manos el calor de sus muslos. Tan pronto como entró tuvo que ir a buscar un aseo donde refrescarse la cara, lavarse las manos e intentan disimular como fuese aquella mancha de semen que había en sus pantalones. Se miró al espejo mientras el agua fría empapaba su rostro y caía resbalando por su frente hasta su mentón. En su mente solo había una cosa…. Aquella mujer.

Ella estaba volviendo a casa en ese preciso momento, contemplando su propia imagen reflejada en la oscuridad de los cristales. Se seguía sintiendo distinta, feliz, y una leve sonrisa se adivinaba en su rostro que mantenía cabizbajo, pensando que cualquiera de las personas con las que viajaba en aquel vagón de tren podría leer en su cara el motivo de la misma y eso la sonrojaba y volvía a encender en su tez una llama que la iluminaba.

Cuando su compañero Francisco, convocado también a esa reunión, le vio aparecer, respiró tranquilo. Pensó que algo podía haberle sucedido. Se dirigió a él dándole una excusa tonta sobre la Decana de la Facultad de Derecho a quien culpó de haberle cogido por banda y ser el motivo de su retraso. Francisco le creyó porque las largas y pesadas conversaciones de la Decana eran sobradamente conocidas por todos cuantos la conocían así que después de aquella explicación, a nadie y mucho menos a su amigo, le extrañó su tardanza.

Bajó del tren al llegar a su estación y caminó hacia su casa deprisa, llevada por el frío que superaba al temblor que casi agarrotaba sus tobillos. Iba por la calle como levitando, sin apenas fijarse en los escaparates por los que pasaba o en la gente que se cruzaba con ella. El tiempo que tardó en llegar a su portal fue como un visto y no visto, sin ni siquiera recordar haberse parado en alguno de los semáforos por los que se supone debía haber pasado. Tan pronto como entró en casa, se despojó de su abrigo y de sus zapatos y se encerró en el baño. Al cerrar la puerta pudo verse reflejada en el espejo. No se atrevía a mirar su propio rostro. Contemplaba su cuerpo, su pecho jadeante que ligeramente levantaba su blusa. Insinuante y seductora fue quitándose una a una todas las prendas que había llevado puestas y abriendo el grifo del agua caliente se metió en la ducha, dejando que el agua resbalara por su cuerpo, desde la cabeza a los pies.

El destino o la casualidad habían hecho que ambos se conocieran por un anuncio unos días antes. Dado el primer paso de responder al mismo, se habían comunicado en un par de ocasiones, pero aquella tarde, el destino les tenía reservada una sorpresa más, queriendo hacer que aceptara una cita a ciegas que sobre la marcha él le proponía, quedando con ella en un determinado sitio de la ciudad en la que ambos residían.

Mientras se duchaba, imágenes sueltas de lo sucedido revoloteaban en su mente. Se vio a sí misma colgando el teléfono, despidiéndose precipitadamente para llegar puntual a la hora y al sitio convenidos, tomando un tren que la llevaría hasta allí, bajándose de él y comprando un paquete de chicles que se llevó a la boca tratando de disimular en su aliento el sabor de ese último cigarrillo que nerviosa y paseando de un lado a otro de la acera se había fumado mientras le esperaba.

La reunión empezó con algo de retraso pero según el programa previsto. Él no había sido el único en retrasarse, también el Rector de la Universidad sin cuya presencia podía empezarse. Se sentó en la tercera fila de la sala, justo en una de las sillas que daba al pasillo y que le permitía poder cruzar sus largas piernas. Fue entonces cuando recordó el momento en el que él apareció con su coche y la vio en aquella acera, con su abrigo gris. Tocó el claxon y ella se volvió, dirigiéndose a su auto esbozando una dulce sonrisa. Abrió la puerta y se sentó junto a él. Solo acertaron a decirse hola y arrancó de nuevo el motor, con la intención de buscar un sitio más adecuado donde estacionar su vehículo.

Ella había enjabonado ya su pelo y con los ojos cerrados, seguía viendo las imágenes vividas anteriormente. Encontraron un parking cercano al sitio donde él la había recogido y aparcaron, siendo en ese momento cuando ambos pudieron contemplar sus rostros mirándose a los ojos. Ella todavía recordaba como su cuerpo temblaba, como los nervios del momento hacían que su pierna derecha no pudiera dejar de moverse. Y como en ese momento, extendiendo su mano y ofreciéndosela, él la agarró con una de las suyas, transmitiéndole serenidad y pidiéndole cariñosamente que intentara calmarse.

Por mucha atención que intentara prestar, lo que la gente decía en aquella reunión no terminaba de captar toda su atención. La recordaba temblorosa, como un animal asustado, pero consiguió ir despojándola de su temor a medida que pasaban los minutos junto a ella encerrados en aquel coche. Ni siquiera él, tan serio, tan responsable, podía llegar a entender como una mujer a la que solo conocía de haber hablado con ella en un par de ocasiones, podía llegar a hacerle sentir esas cosas que sentía. Aquella mujer le excitaba, antes de conocerla con sus palabras y ahora que ya la había conocido, con su presencia. Su sola presencia le desataba por dentro un deseo enorme que intentaba disimular para no actuar precipitadamente. Antes de que él se animara a citarla, ella le había dicho que de estar junto a él en ese preciso momento, le daría un abrazo y un beso, así que la retó a cumplir su palabra y le pidió que le besara. Ella acercó los labios a los suyos. Al rememorar aquello, revivió también la sensación sentida en su sexo que no encontraba alivio encerrado en sus pantalones. Sus labios se rozaron delicadamente y sus lenguas se buscaron jugueteando dentro de sus bocas.

Se aclaró el pelo y al hacerlo, dejó que el agua mojara su cara. La calidez de la misma en sus labios se asemejaba a la de su boca, tan dulce, tan delicada y suave. Recordó la finura de sus labios, como de terciopelo y la humedad de su lengua que dibujaba sus labios y sus encías. Y siguió enjabonando su cuerpo. Al llegar a sus muslos fue como volver a sentir las manos de él entre ellos. Delicadamente, ella había abierto sus piernas permitiéndole el acceso a su pubis que él rozaba con sus dedos por encima de sus bragas. El agua caliente seguía corriendo por su espalda y el toqueteo de su sexo la excitaba tanto como él había conseguido hacerlo mientras la besaba palpando el contorno de sus labios vaginales y su clítoris, que friccionaba con esmero.

Tuvo que cambiar de postura, cruzando esta vez las piernas hacia el otro lado de la silla. No quería distraerse pensando en ella, pero no podía evitar oír en su interior los delicados gemidos que ella emitía cuando una de sus manos subió hasta sus pechos rozando sus pezones por encima de la blusa que ella misma desabrochó para que él pudiera contemplarlos y acariciarlos en toda su plenitud. Agarró uno de ellos con la palma de su mano y a la vez, la yema de sus dedos dibujaba el contorno de su ropa interior que dejaba al descubierto la parte alta de sus senos formando dos montañas divinas, unidas por el canal de sus pechos.

Ella seguía enjabonando su cuerpo bajo la ducha recordando el momento en el que presurosa quiso desabrocharle el cinturón y bajar la cremallera de su pantalón de manera que todo su falo pudiera escapar de tanta opresión. Lo sintió vivo y duro como el acero, mojado por las gotas de líquido preseminal que de él habían ya manado de tanta excitación. Recordaba su sexo atrapado en una de sus manos y el movimiento que ella le proporcionaba, escondiendo y dejando al descubierto su glande que brillaba.

Recordar las manos de ella totalmente dedicadas a darle placer no hacía sino provocar que no consiguiera centrarse en todo cuanto se estaba tratando en aquella sala. Le preocupaba que pensar en eso pudiera causarle una nueva erección y el sitio no era el adecuado. Aquella estancia no encerraba para nada la clandestinidad que les había proporcionado su vehículo, con los cristales empañados y que guardaban, de una manera u otra, la intimidad de todo cuanto sucedía en su interior. Pero no podía evitarlo, casi podía sentir aún la mano de ella aferrada a su verga, envolviéndola en caricias que le transportaban al séptimo cielo, la tensión en sus muslos y un enorme calor en sus testículos que le quemaba por dentro queriendo escapar de sus entrañas, su alocada respiración que escapaba a bocanadas convirtiendo el placer en profundos suspiros y su vientre encogido que ella acariciaba preocupada porque sus manos pudieran estar aún heladas por el frío.

Sus bocas seguían besándose y dentro de ellas, sus lenguas danzaban al ritmo que sus jadeos emitían, las tensaban endureciendo sus puntas que chocaban transmitiendo la mayor de las excitaciones o las relajaban para lamerse la una a la otra devanando sensualidad. Así lo recordaba ella mientras no podía dejar de acariciar su cuerpo enjabonado bajo la ducha. Ese "por dios bendito, cómetela ya" que minutos antes él le había suplicado susurrándole al oído volvió a retumbar en su cabeza y llegada al límite de su propia resistencia se corrió, dejando que un intenso orgasmo electrizara todo su cuerpo mientras revivía cómo él lo había hecho. No le dio apenas tiempo, estaba tan excitado que antes de terminar de musitarle aquellas palabras él estaba eyaculando entre sus manos. Su semen manaba como la lava de un volcán que ardiente resbalaba entre los dedos de su mano que aún se aferraba ansiosa a su virilidad.

La sensación y el placer que le habían causado aquella mujer le acompañaron durante todo el tiempo que duró aquella reunión. Se sintió bien entre sus manos y sus caricias, entre sus labios y sus besos. No podía explicarse como a su edad podía haber llegado a hacer algo semejante en un parking entre coches, como si fuera un adolescente en plena pubertad, cargado de hormonas que a la más mínima le hicieran explotar.

Al salir de la ducha, contempló su rostro en el espejo. Sus pupilas aún estaban dilatadas y sus ojos brillaban. Se veía hermosa y complacida, dichosa y plena, como envuelta en un halo de sensualidad. Secó su cuerpo recordando el instante en el que él volvió a dejarla donde la había recogido sesenta minutos antes y besándola la citó para un café a la mañana siguiente.