Servir para algo
Trazada participa en el Ejercicio con un micro no erótico sobre una conversación de barra de bar.
- ¿Cómo te van las cosas, Néstor?
Alcé la vista del cuba libre y le miré. Me sonaba vagamente su cara, pero no recordaba su nombre.
Ya ves hablé por decir algo.
¿Qué tal la familia?
Hasta allí tenían que recordarme las ataduras. Sí, estaba la familia, y la hipoteca de la casa, y ese ascenso en el trabajo que nunca llega, pero había entrado en el bar porque no deseaba recordar problemas. Hice un gesto ambiguo.
- He de contarle a alguien lo que me pasa- siguió él.
Me resigné a lo inevitable y me refugié en el tópico:
Soy todo oídos.
No sé por dónde empezar dudó.
La historia es tuya.
Tragó saliva, carraspeó, comenzó a hablar. Lo hacía atropellando las palabras. Yo le oía sin escucharle. Decía cosas que no me interesaban sobre una mujer que le ponía los cuernos. Suspiré y pedí otra copa que me ayudara a soportar su verborrea.
Al principio fue un alevín de sensación que luego fue creciendo hasta hacerse palpable: El hombre hablaba y hablaba y yo, pese a estar pensando en otras cosas, notaba su alivio, sentía instintivamente que confiarse a mí iba liberándole de un peso que había estado a punto de ahogarle.
Sonreí al comprender que a veces las personas, aunque no sepamos el por qué ni tengamos el más mínimo interés en que así sea, servimos a alguien para algo.