Servicios personales

El poder es un amante infiel.

SERVICIOS PERSONALES

Parecía que la tarde iba a pasar sin pena ni gloria. Oscar estaba sentado frente a la televisión, iniciando un proyecto de porro, en la cocina, Charlie fregaba los incontables platos y trastos sucios que se habían acumulado durante el fin de semana, mientras al final del pasillo, podía escucharse a Marc rezongar por unos calzoncillos que no encontraba. Un domingo normal, en un piso de estudiantes normal.

El timbre pareció romper el tedio instaurado. No esperaban a nadie, la próxima entrevista para pillar a un compañero de piso no era hasta el lunes, y ninguno de sus padres venían a visitarlos nunca, y menos un domingo por la tarde. Los gritos de Charlie sacaron a Oscar del letargo en que se encontraba. Se levantó, y fue a abrir la puerta. Ante el, apareció la más increíble visión que el destino le hubiese regalado jamás. Una niña preciosa, de pelo castaño claro, uno setenta de estatura, y un tipo magnífico. Aparentaba tener unos veinte años, y vestía de un modo curioso. Mezcla de vanguardismo, y despreocupación. Simplemente maravillosa, una chica de aquellas con las que uno puede soñar, sabiéndola una utopía. Oscar logró balbucear un saludo.

  • Hola... (...) ¿Quien eres?

  • Hola!  Me llamo Karen. Vengo por lo del anuncio.

Increíble, ¡no podía ser!

Apareció Marc, y apartando al ensimismado Oscar,  invitó a Karen a pasar

  • Pasa, pasa. Y perdónale, no es su culpa, ya venía así de fábrica.

Karen entró al piso, y observó con detenimiento la decoración. Era difícil de describir. Pese a seguir la típica línea de los pisos de estudiantes que había conocido, éste, había logrado una inexplicable fusión entre la anterior decoración, que como sabría mas adelante pertenecía a una pareja de ancianos, con la decoración propia de gente más joven y alternativa. Marc, que parecía el más decidido, tomó la iniciativa.

  • Bueno, si quieres te enseñamos el piso, la que sería tu habitación, y hablamos de las condiciones. ¿Te parece? –

El piso estaba en buen estado, los tres tenían ordenador en sus habitaciones, e incluso Charlie y Marc, tenían televisión. Habían comprado un microondas entre los tres, y un viejo vídeo de segunda mano. La sala, era presidida por un enorme televisor de 24 pulgadas, de aquellos antiguos.

Su habitación, se encontraba al final del pasillo. Entre las habitaciones de Oscar y Marc. Era grande, y muy iluminada, ya que daba a un balcón, que comunicaba su habitación con la de Marc, del que los antiguos dueños, habían cerrado su mitad con cristal, convirtiendo su lado en galería, lo que le proporcionaba a parte de mucha luz, una temperatura algo mayor que el resto de la casa, tal vez por eso, ninguno de ellos la había elegido, a pesar de ser la mas grande.

  • ¿Que tal, que te parece?-

  • El piso es genial, y me viene perfecto que esté tan cerca de la biblioteca-

  • Bueno, pues... Las condiciones son 18000 al mes, mas los gastos de luz, agua, etc...-

Se hizo un silencio, Karen no decía nada. Miró al suelo, y se quedo callada, en un acto, algo estudiado.

  • ¿Que pasa, te parece caro? Preguntó Marc.

  • No, no es eso. Lo que pasa, es que ahora mismo no tengo manera de pagaros-

Ahora, el silencio, se convirtió en caras de incomodidad. Ninguno de ellos podía ser cruel con una chica como aquella, que aparte de ser preciosa, irradiaba una vitalidad y alegría increíbles.

De nuevo, fue Marc quién tomó la palabra.

  • Chica, me sabe mal, pero es que nosotros buscamos a alguien para poder compartir los gastos. Nos cuesta mucho llegar a final de mes siendo solo tres.-

  • Lo sé. Me sabe mal pedir este favor, pero si me dejarais quedarme, y ayudar de alguna manera... Yo buscare trabajo, y en poco tiempo podré pagar. Mientras tanto, podría dedicarme a hacer la limpieza, y así tendríais más tiempo para estudiar.-

Los tres se quedaron en silencio, mirando a aquella maravilla de la naturaleza. Sabían que no podrían decirle que no, pero también sabían que era una locura decir que si...

Le pidieron unos minutos a solas para pensarlo, y fueron a la cocina, el lugar de las reuniones oficiales. Pero siguieron en silencio.

Fue Oscar quién rompió el silencio.

  • Venga tíos, si no aceptamos, tendremos remordimientos. Si no ayudamos a la gente como nosotros, que está tirada y sin un duro, ¿a quién vamos a ayudar?-

De nuevo Marc puso la nota coherente.

  • ¡Oscar, no sabemos quién es esa tía! ¿Le vas a dar llaves del piso, así, sin ninguna garantía? ¡Puede ser una mangui!-

Finalmente, Charlie abrió la boca.

  • Podemos pedirle alguna garantía. No se, algo de valor, o el pasaporte, el DNI. Incluso hacerle firmar un contrato.-

El contrato pareció convencer a Marc.

  • De acuerdo- Dijo. – Pero a la primera tontería, a la calle-

El contrato, convenía, que  Karen, se encargaría las tareas de limpieza, así como de las culinarias. A cambio de alojamiento hasta final de mes.

Karen se instaló enseguida, y ese mismo día, ya  se encargo de preparar la cena.  Era una especialista en cocina oriental, y preparó un  curry con soja delicioso. Durante la sobremesa, les explicó un poco su vida. Tenía 23 años, estudiaba enfermería, y llevaba 4 años de  facultad en facultad. Ésta era la última oportunidad que tenía de acabar la carrera, ya que no la aceptarían en ningún otro lugar.

No era de ningún lugar en especial. Su madre era argentina, y su padre alemán. Iba pagando las matriculas con becas, o haciendo trabajitos aquí y allá. Había tenido muchos trabajos y muy variados. Desde cocinera, hasta feriante, profesora de aeróbic, jardinera, y una larga lista de labores.

Cuando se hizo tarde los cuatro se fueron a sus respectivas habitaciones. Tras un fin de semana de buen tiempo,  y con las ventanas cerradas, el cuarto de Karen parecía un horno. Ella siempre dormía con un pijama de hombre, pero al entrar, y notar el bochorno asfixiante, decidió cambiar su atuendo por unas braguitas blancas de algodón, y un delicado top blanco.

El calor era insoportable, y a la media hora de estar en la cama, se levantó. Su bronceado cuerpo, estaba barnizado de sudor. Tomó una botella de agua, y salió al invernadero.   La temperatura ahí, era aún más elevada, así que decidió salir al balcón compartido con Marc. Una ráfaga de aire fresco, acarició su cuerpo. Por fin lograba quitarse la opresión y el agobio del calor.

Desde el interior de su habitación, Marc pudo ver como salía de la oscuridad hacia la tenue luz del balcón. En ese momento, Karen bebió  agua de la botella. Unas brillantes gotas se escurrieron de su boca, y recorriendo lentamente su cuello. Le humedecieron el top, permitiendo así  a Marc, ver como sus duros pezones, se transparentaban a través del top.

En seguida, un bulto empezó a crecer entre sus sabanas. Karen se apoyó en la barandilla, para observar el vecindario, dejando un primer plano de su precioso culo al somnoliento observador. En la oscuridad de la habitación Marc metió su mano bajo la tienda de campaña que se había formado. Asió su falo, y empezó a masturbarlo lentamente, procurando no hacer ruido. Un leve crujido de la cama, alertó a Karen. Marc se detuvo de golpe. Pero aquel ruido había sido demasiado explicito como para que Karen no supiera interpretarlo. En aquel preciso momento, vio claramente la manera de permanecer en aquel piso sin problemas.

Decidió no darse por enterada de la presencia de su observador, e inició un pequeño juego. Se aferró a la barra con fuerza, y arqueó su cuerpo al límite, levantando así su culo, para ofrecer una mejor vista de éste. En el interior, Marc no podía creer lo que veía, y reanudó su masaje. Karen se irguió, tomó la botella, y soltando sus cabellos, derramó la botella en su frente, dejando correr el agua por todo su cuerpo. Marc pensaba que soñaba. Veía como el agua resbalaba por el cuerpo de Karen, humedeciendo su ropa, y desnudándola así ante sus ojos. El top completamente empapado, ofrecía una visión increíblemente morbosa de sus preciosos pechos, que se coronaban con unos pezones duros y erguidos. Y lo mejor estaba por llegar. Karen volvió a la posición anterior, pero esta vez, el agua permitía ver a medias los cachetes de ese precioso y erguido trasero que se  ofrecía a la vista del inesperado voyeur. Karen soltó una mano de la barra, y pasándola por encima de la braga, empezó a acariciar su humedecido sexo. Se lo estaba pasando en grande jugando de aquella manera, imaginando lo excitado que estaría Marc. Pero decidió detener la función en este punto, para no quemar cartuchos innecesariamente. Seguramente,  su observador, ya habría tenido suficiente por hoy. En efecto, en aquel instante, en la oscuridad de su habitación, Marc ahogaba su orgasmo bajo la almohada.

Al día siguiente, Marc y Charlie desaparecieron temprano para ir a clase. Oscar tenía la mañana libre, así que se dedicó a hacer el perro por la casa, algo cohibido por la presencia de Karen, que se dedicaba a hacer una necesaria limpieza a fondo del piso.

A media mañana, la casa estaba casi perfecta. Solo faltaban los enormes cristales de la sala. Oscar estaba tirado en el sofá, y Karen le hizo una propuesta;

  • Estoy cansadísima. ¿Que te parece si me doy una ducha, y luego me ayudas con los cristales?

Oscar titubeo por un instante, pero la mirada tierna de Karen le impidió negarse.

  • De acuerdo, pero yo no me subo a la escalera eh?

Karen salió de la ducha con el pelo mojado, casi chorreando. Llevaba puesto un pantaloncillo de deporte, y una camiseta  vieja amplísima. Colocaron la escalera. Acordaron que Oscar sujetaría la escalera, y le pasaría a Karen todos los utensilios necesarios.

Karen empezó a subir lentamente por la escalera. Sus dorados y atléticos muslos pasaron rozando la cara de Oscar. Era un momento tremendamente erótico. Podía notarse la humedad del cuerpo tibio de Karen, y la respiración descompasada de Oscar.

Al seguir subiendo por la escalera, Karen ofreció una vista perfecta de la parte superior de sus muslos, que parecían no tener fin. Pero lo tenían. Al llegar al último escalón, La holgura de los pantalones permitió ver a Oscar el inicio de las nalgas perfectas de Karen, su piel suave, parecía un melocotón maduro. Oscar inclinó la cabeza, y pudo ver como un sedoso tanga, verde, se perdía entre aquellas suaves colinas. Alzó lentamente la mirada. La ancha camiseta, le permitió ver un jovial piercing, que en el plano abdomen de su dueña, parecía una celebración de erotismo. La energía con que Karen enjabonaba los cristales,  hacía que todo su cuerpo se bambolease. El rítmico movimiento generado, propició  que la ancha camiseta, se soltase del doblez de los pantalones. Los ojos de Oscar recibieron un flash. La nueva posición de la camiseta, le regalaba la visión de dos pechos medianos,  perfectamente redondos y firmes, que se balanceaban suavemente al ritmo que les marcaba la esponja. Una importante erección se izo patente en la entrepierna de Oscar. Estaba tremendamente excitado, y a punto de estallar.

Karen bajó de la escalera para dejar la esponja, y al hacerlo, tocó con la rodilla el erecto miembro de Oscar.  Oscar se quedó helado. El golpe no le había hecho daño, pero no sabía como reaccionar. La vergüenza y el sobresalto, le hicieron poner una cara, que indujo a Karen a pensar que le había hecho daño.

-¡Oh! Perdona, ha sido sin querer ¿Te he hecho daño?

Oscar se sentó en el sillón tapándose.

  • Tranquila, estoy bien, no te preocupes.

Karen se arrodilló a sus pies, apoyando sus manos en las rodillas de Oscar

  • ¿Seguro? Me sabe fatal.

Las manos de Karen se deslizaron por las piernas de Oscar con suavidad

  • Déjame ver, con estas cosas nunca se sabe, un mal golpe, puede ser fatal.

Oscar alucinaba. Apartó las manos, y desveló el enorme bulto que se había formado bajo su pantalón.

Las manos de Karen acariciaron el henchido monte con delicadeza, imprimiendo algo de presión con los dedos en algunas zonas. Empezó a desabotonar el pantalón, y descubrió que el erecto pene de su compañero, sobresalía ya de los calzoncillos para liberarse de la presión. Tomó el miembro con las dos manos, y miró a los ojos a Oscar, con una sonrisa pícara.

  • Me quedaré más tranquila si me aseguro de que no te ha pasado nada. ¿Te molesta?

Oscar no alcanzó a balbucear un si. Los labios de Karen se posaron lentamente sobre el enrojecido capullo. Oscar cerró los ojos y recostó su espalda contra el sofá. Su falo estaba siendo cubierto de suaves y lentos besos, intercalados con cortos  y lubricantes contactos de la lengua de su enfermera.

Karen empezó a separar lentamente sus labios, transformando sus besos en pequeñas succiones, hasta engullir definitivamente la totalidad de la dilatada cabeza. De repente se apartó. Oscar abrió los ojos como despertando de un sueño que no se quiere abandonar. Karen lo miró, y sin dejar de hacerlo, sacó su lengua. Un brillante piercing la  adornaba. La posó sobre el glande, dejó caer un poco de saliva, y engulló lentamente el miembro, masajeándolo por la cara inferior, mezclando dulzura y autoridad con el piercing.

Oscar se entregó completamente, y se concentró para hacer durar la situación. Karen empezó a masajearle con una mano los testículos, y le deslizó la otra por debajo de la camiseta, apresando uno de sus pezones. Aceleró la succión, y soltando los testículos, asió la polla, masturbándola. Esto acabó de romper la concentración de Oscar, que liberando un pequeño gemido, eyaculó como nunca lo había hecho, en el interior de la boca de Karen. Ésta lamió el pene, limpiándolo por completo, mientras Oscar estiraba sus brazos, hasta tomar posesión de aquellas dos firmes colinas, que hace un rato había observado. Una de sus manos se perdió debajo de la camiseta, mientras que la otra alcanzó los labios de Karen, enterrando dos dedos en su boca en busca de lubricación. Una vez obtenida, se desplazaron hacia los senos, hasta tomar uno de los pezones, humedeciéndolo, y amasándolo hasta endurecerlo tanto como era posible. Karen  ahogó un suspiro, y se liberó del pantaloncillo. Sus manos soltaron el miembro de Oscar, y buscaron cobijo en su propia entrepierna. Oscar se percató, y decidió dar un paso más. Bajó del sofá y se arrodilló detrás de ella. Su polla se hizo un sitio en su entrepierna, y sus manos aprehendieron ambos pechos, estrujándolos y acariciándolos. Karen no podía más, apoyó ambas manos en el suelo, y con una de ellas apartó el tanga que la protegía. Tomó el erecto falo, y lo condujo hasta la entrada de su sedosa cavidad. Oscar apoyó sus manos en la sudorosa espalda de Karen, y las deslizó hacia las caderas. De repente, tiró de ellas, e introdujo su hirviente polla dentro de Karen, esta vez, ella ya no ahogó un suspiro, lanzó un gemido, y comenzó a mover sus caderas en círculos, mientras Oscar la barrenaba con energía.

Ambos estaban a punto de correrse. Oscar liberó una de las caderas, acercó su mano a la vagina de Karen, y lubricó uno de sus dedos con los fluidos de ambos. Acto seguido, lo condujo hacia el dilatado clítoris de Karen, que arqueó la espalda, y tensó su cuerpo, deteniendo el movimiento. Dejando que el la follase a su ritmo, centrándose solo en disfrutar.

Esa noche, la cena fue muy diferente. Todos comían en silencio. Sólo Charlie rompía, sin saberlo, la tensión que reinaba en el ambiente. Oscar todavía estaba cortado, y no se atrevía a mirar a Karen a los ojos. Por contra, Marc, buscaba con insistencia la mirada de Karen, en busca de algún indicio, que le confirmase, que sabía lo que había pasado la noche anterior, y que había disfrutado tanto como él. Charlie, no entendía nada.

Después de cenar, todos desaparecieron en sus habitaciones, Charlie fue el único que pareció interesarse en poner un poco de orden en el comedor antes de ir a dormir. Tardó más de lo previsto, pero la falta de sueño, y  compañía, no animaba a acabar deprisa. Se entretuvo mirando la televisión, hasta que finalmente, el aburrimiento lo arrastró hacia su cuarto.

La puerta de Karen, estaba entreabierta, y con la luz encendida, y asomó la cabeza, para ver si todo andaba bien. Al fin y al cabo, la cena había transcurrido de un modo algo extraño. No había nadie en el interior de la habitación. Cruzó lentamente la estancia, por miedo a molestar, y asomó la cabeza al invernadero. Al instante se quedó helado, y sin mover un músculo. Por la puerta que daba al balcón,  podía ver en el exterior, a Karen en ropa interior. Su reacción natural, fue la evitar ser descubierto, pero algo le impedía marcharse, la visión era hipnótica. En un principio no entendió nada. Karen parecía una chica liberal, y podía ser que estuviese simplemente tomando el fresco. Pero al observar  mas detenidamente, notó algo extraño. Debía haberse tirado agua encima, porque la camiseta blanca de algodón que llevaba puesta, estaba completamente empapada. El agua, había recorrido su cuerpo, mojando su pequeño tanga blanco, y parte de sus nalgas. En esos momentos, dos gotas se escurrían por su ingle, haciendo una carrera por sus interminables piernas, hasta llegar a sus pies. Charlie observaba todo esto desde una posición lateral, profundamente intrigado por lo que éste espectáculo podía significar. De repente pensó que obviamente, el mejor lugar para observarlo, debía ser la habitación de Marc...

Por supuesto que Karen también debía saber esto, era una chica bastante lista, y todo este espectáculo parecía tener algún fin, que por supuesto, no era el de relajarse antes de irse a dormir.

Si él fuese Marc, nunca echaría a Karen del piso, mientras pudiese tener ese espectáculo nocturno... Al parecer Karen, se estaba aprovechando de su físico para permanecer gratis en el piso. Seguramente Oscar, también había obtenido alguna recompensa de Karen, y esa debía ser la razón de las tensiones durante la cena.

Charlie tuvo una idea. La tensión era debida sin duda, a que tanto Oscar como Marc, pensaban que eran los únicos en obtener favores de Karen, y pretendían mantener el secreto. No sospechaban que los estaba utilizando, y seguramente, si se enteraban, decidirían echarla.

Ahora que había descubierto a Karen, era él quien tenía la sartén por el mango.

Esperó en la habitación, durante el tiempo que duró el espectáculo de Karen. Cuando ésta entró, no lo vio, ya que el armario le impedía verle. Karen se cambió el top blanco por una camiseta de algodón, se quitó el tanga, y se puso un pantalón corto de pijama antes de meterse en la cama. Ese fue el momento que eligió Charlie para acercarse a la cama, y sentarse en el borde.

Karen se sentó de un respingo, ahogando una expresión de sorpresa, en seguida reconoció el volumen que se encontraba en su cama. Por el enorme tamaño, solo podía tratarse de Charlie.

  • ¿Que haces aquí?- Preguntó tras aclararse la voz.

  • Nada, he pasado a decir buenas noches. He visto un trozo de tu espectáculo, y ahora me gustaría hablar contigo... Karen palideció en la oscuridad. Ese enorme bulto oscuro, que ella consideraba el patrón de los ensimismados, podía haberla descubierto.

  • ¿Y de que quieres hablar?-

Rezaba por que toda la candidez que mostraba fuese real.

  • Karen, eres una chica muy lista, y creo que la idea que has tenido, demuestra que eres bastante valiente. Te respeto por eso. Pero creo que has abusado de nuestra buena fe, y eso no me gusta.

  • ¡Eh! Yo no he abusado de nadie. Y no creo que ninguno de ellos vaya a quejarse, ¿no?

  • Depende. Puede que ellos crean que te han conquistado, y no que tu estas ejerciendo de Geisha  para ambos. ¿Crees que les gustaría saber que lo haces con ambos?-

  • ¿A dónde quieres llegar? –

Karen empezaba a ver la batalla perdida. Todo había empezado de manera inocente, y ahora podía quedarse en la calle.

  • Muy bien. Desde mi punto de vista está claro, que ahora soy yo quien manda aquí. Si quieres quedarte, tendrás que hacer lo que yo te diga. A cambio, no diré nada a nadie, y podrás quedarte un tiempo más.-

Karen dudó. En realidad las cosas no cambiaban del todo. Pero ahora dudaba de quien era realmente ese tipo grande y con aire de despistado que tenia enfrente. ¿Qué se propondría?

De todos modos, no tenía elección, u obedecía a Charlie, o se quedaba en la calle, y pondría en peligro su carrera.

  • De acuerdo.-

Esas palabras retumbaron en su cabeza como un sello estampándose sobre un contrato.