Serie -Ellos Copulan-: Tu polvo

Este relato folla con el lector. Un narrador, del que poco descubrimos, va describiendo generosamente un polvo con todas sus variantes. El juego comienza con un macho sobresaliente; pero a cada nueva acción, el amante, dentro de ese encuentro, cambia, dando paso a personajes poco habituales en este tipo de relatos. ¿Preparados para follar? ¡Listos! ¡Ya...!

SERIE: "ELLOS COPULAN"

TU POLVO

Estamos en cueros sentados en el centro de la cama. Estoy detrás de ti, abrazado a ti, pegado a ti, saboreándote, deleitándome con tu aroma de macho. No nos conocemos. Ni tan siquiera ahora sé tu nombre. Fuera de nuestras miradas, casi no hemos hablado; fueron nuestros ojos los que dijeron lo que tenían que decir: ¡y lo han dicho! Y aquí estamos.

Mis piernas intentan trenzarse con las tuyas. Estoy besándote la nuca y pese a la excitación que me está invadiendo, me asombro al ver cómo tu piel responde, cómo trazas un movimiento felino erizándosete la dermis y echando la cabeza hacia atrás para que bese esos labios humedecidos por la pasión que empieza a nacer en ti. Mis manos acarician tus pectorales y mi lengua se enreda suavemente con la tuya en un beso húmedo que se resiste a morir. La cálida penumbra nos envuelve y tus formas dibujan un nuevo aspecto en cada uno de tus sinuosos movimientos descubriendo poco a poco la profusión de joyas que alberga un cofre como el tuyo. Eres como un camaleón, un puto macho que siendo único conserva el aroma y las mejores notas de anteriores amantes que he gozado. Todo lo conocido y lo desconocido se resume en ti dando nuevos bríos a palabras ya viejas como culo, polla, virilidad, potencia, frenesí, éxtasis. Todo en ti tiene ese gusto que se está empezando a revelar ahora. Por un lado, la frescura y chispa de un vino joven; por otro, la sabiduría y experiencia de un reserva que pese a su sabor recio sigue acariciando tu paladar tras degustar el primer trago.

¡Estoy deseándote coger la polla de una puta vez!, pero tienes tanto que ofrecer y tan bueno que esa ansiedad va remitiendo con cada nuevo descubrimiento que realizo. Mis manos comienzan ahora a recorrer tu espléndida geografía. Con los ojos cerrados por el placer que me estás dando, las yemas de mis dedos comienzan a mirar, a saborear un cuerpo tan perfecto como el tuyo. Una máquina ideada para dar placer y recibirlo.

Al compás de nuestras respiraciones ahogadas por ese beso que se resiste a abandonarnos, mis dedos comienzan la ruta que anticipa todo el gusto que voy a recibir al lado de un semental como tú. Se pasean por tu abdomen recio y perfectamente dibujado, donde cada una de sus rotundas y onduladas formas buscan con gracia llamar la atención para después dirigir sabiamente mi curiosidad, por la atracción que despiertas, a otros puntos tan apetitosos como el que acabo de abandonar momentáneamente. Recorro con gozo esos pectorales marcados y duros donde los sensibles pezones ayudan a hacer una breve parada para saborear esa impresionable y respingona anatomía que concentra, no sólo en esta parte, todo el pulso que ahora nos estamos jugando.

Esa avidez que nos unió cuando nos vimos se va convirtiendo en una gula que no podemos parar. En este momento quisiera comerte. Tengo tantas ganas de poseerte, de que estés dentro de mí y de estar dentro de ti, que tengo que hacer esfuerzos para no devorarte. Tú compartes esa emoción y cuando mordisqueo tus labios te lanzas con igual pasión a devorar ese sabor a macho temerario que nos empapa. De tus labios paso a tu mentón; de ahí, al cuello y avanzo hasta tu oreja que muerdo con codicia. Tu serpenteas sinuosamente masajeando con tu espalda mi pija que ya está acerada y corpulenta.

Tienes un modo de moverte felino. Cada uno de tus movimientos se dilata en el tiempo para que así llegue a comprender todo ese aluvión de conmociones que me estás haciendo sentir. Es un placer reposado, pero sin pausa y con la violencia justa, que se va sumando hasta alcanzar una cima que no abandonamos, sino que se renueva a cada paso, como se remoza tu fisonomía, siempre diferente, pero siempre atractiva.

Intento atrapar el desenfreno que desatas en mí, buscando vanamente el origen de ese foco que alumbra un ardor que en estos primeros minutos ya está al rojo vivo. Pero es difícil de encontrar. Está presente en cada parte de tu cuerpo. Está en esas piernas musculosas, en esos dorsales que dibujan la caída de un torso y una espalda que terminan por vaciar toda su belleza en tu magnífica entrepierna y en ese culo redondeado y prieto que ahora se agita suavemente masajeando mi polla glotona. Tu belleza, tu potente masculinidad, juega al gato y al ratón, se esconde para aparecer abruptamente en esos bíceps poderosos, en esas manos masculinas y firmes que intentan atraparme; pero también está en esa piel tersa y delicada, donde el vello hace tan sólo la función de señalizar los caminos finales hacia el placer sin entorpecer otras vías.

Una mata de un rubio suave surge de tu ombligo abriéndose paso hasta coronar un mástil de envergadura orlado con unos cojones generosos. Aún me resisto a tocarte la polla que ahora apunta hacia el techo con toda su soberbia; ¡y mira que lo deseo! Pero es que estoy como deslumbrado, sorprendido al descubrir que el placer de una polla como la tuya se guarda en muchos envases...

...

Ahora ya no eres ese cuerpo cincelado y fornido. Ahora eres una masa esplendorosa de grasa que explota con desatada ferocidad en todas las direcciones. Eres un gran Buda que me descubre el placer de lo rotundo, de la exageración, de la generosa desmesura. Las formas delimitadas que antes lucías, se han convertido en formidables curvas hasta hacer de todo tu cuerpo explosiona en un imperativo en el que la única orden que cabe acatar es la de engullirte. Eres ese plato que tanto nos gusta y del que te sirves hasta saciarte o reventar. Tienes una belleza increíble que me hace pensar en que esa fastuosa generosidad que exhibes oculta una concentración destilada de los mayores placeres. Todo en ti es fuerte, descomunal y desmedido. Tu intenso aroma de macho, que desata el ansia de mi rabo, calienta mi deseo por tenerte entre mis piernas, o por que de una puta vez esa mole de grasas y carnes, fofas y apetitosas, me aplaste en el mayor de los espasmos.

Descubro como los pliegues de tus carnes, que intento afanosamente abarcar, son como pequeñas cortinas que atesoran y dan paso, en una especie de entreacto, a zonas aún más bellas que reclaman la codicia de maricón que me has despertado. Esa forma de pera de tu pantagruélico cuerpo encubre, entre sus fuelles, el sudor y el sabor de un sexo enérgico que se mueve pesadamente, con la fatiga resoluta de un elefante, pero también con la astucia de una zorra que riega con más licores la embriaguez que desata un comportamiento tan varonil como el tuyo. Tu enorme panza, que se bambolea, trata de atesorar tu polla. Ante la redondez de tus exorbitantes formas, tu rabo, en esa primera visión engañosa, se muestra achicado, para dar paso después a la correcta calibración de ese semental que galopa en tu pubis. Esa grasa tan apetitosa que te cubre se hace presente en cada uno de nuestros escarceos, hay lubricidad en todo lo que haces, como una especie de corriente húmeda que quema nuestros cuerpos y que templamos acariciándonos como dos maricones en celo. Y me siento puto, ¡tu puto! Y es ahí, cuando la sarna que me pica ya no se contenta con rascar, cuando me entra la ambición de tener una tranca como la tuya entre mis labios. Tú me estás comiendo la boca mientras mi verga sigue con restregándose contra tu mullida espalda y mi mano intenta alcanzar un pollón como el tuyo.

Me quieres follar, como buen follador que eres, y no te has dado cuenta de que yo ya lo sé, y que por esa sencilla razón quiero adorar una entrepierna como la tuya, ser ese puto esclavo que sólo persigue el bienestar de su soberano. Pero no me dejas. Sólo mis palabras, entrecortadas por tus besos obscenos, te sacan por un momento de la fiebre para prestar atención a mi ruego, pero tengo que repetírtelo, tengo que decirte de nuevo: "¡Quiero mamar tu polla! ¡Quiero tu puta polla, cabrón!" Tus ojos sonríen y sello esa sonrisa con un último beso. Me aparto mientras tu inmensa humanidad se tumba placidamente y tras la panza surge enarbolada la causa de mis deseos. Aprendiendo lo que me has enseñado me arrastro sobre ti lentamente, reptando por el sudor grasiento de tu cuerpo. Me llega ya el sudor de tu sexo. Es un aroma picante y concentrado, que logra turbarme en esa primera bocanada que conquista mis sentidos. Inhalo otra bocanada más y los vahos de tu sexo se hacen físicos. Ya siento su sabor y aún no la he degustado, así que me estremezco ante los avisos de tu singular hombría. Tengo la boca húmeda, babeante como un perro de Pávlov, pues esa es la comida que me hace que se me caiga la baba y que mi polla reviente por tener una maricona brava como tú. Mi empalmada verga, con el viaje que le estoy dando, llega a la altura de tu boca hambrienta y le pasas la punta de tu lengua llena en salivas por el contorno del capullo logrando que me retuerza de placer.

Pero de momento, no busco ese placer. Mi placer esta en medio de tus huevos. Mi placer eres tú, es esa pija firme que centellea obscena y que me pide que la coma a grandes bocados. Por eso me arrodillo sobre tu panza, sacando de tu boca una polla tan grata como la mía. Ahora veo ese tótem y de nuevo me arrastro, pegando mi cuerpo al tuyo, deslizándome como una puta hasta que tu polla queda a la altura de mi boca y la saludo abrazando mis humedecidos labios a tu magnífico prepucio. Sabe a sexo, a litros de sexo en ebullición. ¡Sabe de puta madre!, a orín rancio y cálido, a esas notas mansamente acres de presemen que tienes en la punta de tu capullo y que calman por el momento mi apetito. Pero quiero ver tu cara mientras te la chupo, quiero ver tu camino al éxtasis, cómo te muerdes los labios, cómo cierras los ojos, cómo te meneas como un puta maricona. ¡Quiero verlo todo y probarlo todo! Por eso sigo arrastrándome como una zorra. Por eso, mi voracidad sigue lamiendo tu cuerpo, intentando saciarse de ti; pero eso es difícil, por no decir imposible. Un amante como tú, es un descubrimiento nuevo en cada embestida, uno de esos polvos que te encuentras una vez en la vida y que quieres que duren para siempre. Lo sé al probar tu carajo, pero lo confirmo al relamer tus cojones y dejarme acariciar por tu vello cargado de aromas que me encandilan anunciando el tesoro que guardas en la raja de tu culo, y lo revalido al pasar mi golosa lengua por tus muslos. Mi pija está durísima y no quiere perder su perpendicular que momentos antes hacía que apuntase al techo, por eso, mientras yo estoy degustando todo tu cuerpo, mi nervudo camarada tropieza con tus mullidas carnes, saluda a su amigo, y continua describiendo, con grato placer, la exuberante silueta por la que pasa. Me recuerda a la de un osito, a la de un bebé grande...

...

He girado paseándome lentamente entre tus piernas lampiñas, casi como si te follara, poniendo todo el peso de mi virilidad en tu cuerpo para saborear pequeños bocados de un plato virgen y sensual como el tuyo. Antes de dirigirme a tu polla, miro de nuevo asombrado la belleza que se tiene a los catorce años. Ese cuerpo de formas aún indefinidas pero que apuntan la poderosa virilidad con la que te premiará el tiempo; tu pálida delgadez y la tersura de una piel inmaculada que arde por el deseo; tus imperceptibles temblores que hasta ahora acompañaron a una torpeza que nadaba en una inmensidad de fogosas sensaciones, escamado aún por unos temores que parecían ahogarte.

Pero el brillo de tus ojos me dicen que ya se han disipado. Mi lengua toca la punta de tu capullo y tú te sobresaltas a la vez que suspiras y sonrisa avergonzada asoma en tus húmedos labios. "Tranquilo (recuerdas que te lo dije), te va a encartar. Esta tarde no haré nada que no te encante, que no te haga gozar cómo realmente te mereces". Pareces tranquilizarte y me abres tus piernas para que disfrute glotonamente de tu virilidad. Es una verga hermosa y aguerrida, acompañada de dos hijos igualmente bellos. Tus cojones son pequeños, de un rosa pálido que se enturbia en la unión de tus huevos para marcar el camino a ese culo que aún no he saboreado. Un poco de vello suave y pueril adorna, como si de una corona de laurel se tratase, esa entrepierna que fustiga mi lujuria. La infancia que recoge tus bolas, la desecha tu polla. Su base es ancha, como de ocho centímetros, calculo; tras eso la tirante tersura de tu piel abraza el ascenso de ese mástil surcado por venas dedicadas a regar ese grosor que casi no disminuye hasta la mitad del recorrido; ahí, cambia suavemente su dirección encontrando la paralela de tu cuerpo como si tratara de besar esa hermosura que me estás ofreciendo.

Compitiendo con toda esta potencia y perfección está tu capullo. Es de un rosa fuerte y carnal. A esto se une su amplitud, pues lo que abandonaste a mitad del camino, lo vuelves a retomar ahora con mayor esplendor concentrándolo todo en un balano de una forma casi cónica que remata en una punta afilada al máximo que me hace recordar a un arpón; todo eso arropado con la piel de tu prepucio que, en este momento, está tirante pero que continua abrazando, como si estuviera enamorada, a un ejemplar tan agraciado como el tuyo. La cabeza aún está empapada con mi saliva, pero en lo que he tardado en girarme unas gotas de presemen brillan en la punta de tu glande. Ese es el primer premio que me doy. Mi mano agarra la polla por su base, mientras la otra juguetea con tus cojones, acariciando todo su contorno. De nuevo meneas la cintura como un gato y la punta de mi lengua lame ese primer flujo de tu masculinidad con movimientos cortos y apremiantes. Tú suspiras, lo que me hace creer que no lo estoy haciendo mal. Mi lengua recorre el contorno de tu glande, su rugosidad hurga dócilmente en cada cobijo de tu esplendoroso capullo repitiendo cadenciosamente esos movimientos que te están derritiendo y que manifiestas con ceremoniales y parsimoniosas sacudidas izquierda derecha.

En ese momento tengo que abandonar tu falo para calmar la mío ante la delicia que estoy saboreando. Sólo pienso en lo apetitosa que está una polla como la tuya, con ese delicado y virginal de su sabor. ¡Te juro que estoy pensando en eso!, pero mi egoísmo busca demostrarte una vez más quien está al mando, así que dejo de chupártela por un instante y me pongo de rodillas mientras mi mano, con movimientos acompasados, marca el tamaño de mi polla y te pregunto si te gusta. "Sí, me respondes tímidamente aún menando tu cadera mientras tus ojos brillantes no abandonan el paisaje de mi pija, sí me gusta". "Pues esto va a más. Terminaras viciándote". Todo es nuevo para ti, tú no sabes qué responder, pero sí qué hacer. Te levantas y nos besamos apasionadamente, nuestras lenguas se enredan, nuestros cuerpos se acarician, nuestras manos buscan con urgencia atrapar lo que más queremos, y lo queremos todo.

Ahora ya no existe la vergüenza del primerizo, sino que estás atizado por el deseo, un anhelo que soñaste y ahora estás viviendo. Un hilillo de saliva une nuestros labios por un instante. Tu sonríes inocentemente y comienzas a besar mi pecho con urgencia y desesperación, me mordisqueas los pezones, me abrazas con fuerza, como queriendo fundirte conmigo y yo respondo de la misma manera, pues no tengo otro camino para demostrarte cuanto te deseo, cuanto te quiero. "¡Soy muy feliz, dices susurrando al filo de los lloros, soy inmensamente feliz!" Yo tampoco puedo decir más que eso y la emoción hace que acaricie suavemente tu ensortijada y rubia cabellera, que sienta la misma felicidad que tú y que diga exactamente lo mismo que tú, ¿recuerdas? De nuevo nos besamos, me muerdes los labios. Yo te cojo por los hombros y te ayudo a reclinarte, sin desprenderme de esa boca tuya tan avariciosa. Mi verga roza la bolsa de tus cojones, como un perro adiestrado inicia un mete y saca entre tus piernas al que tú respondes y noto cómo la respingona punta de tu capullo ara mis abdominales. Me tengo que separar de ti, pues tu falo me recuerda su existencia con su oscilación.

De nuevo vuelvo a relamer esa carnal cabeza, sin dejar un resquicio por donde la aspereza de mi lengua no levante en ti pequeños jadeos que interrumpen tu ansiosa respiración. Intentas escaparte de algo que te quema y que te hace reptar, pero esos movimientos de huída son abandonados para volver al centro de ese vórtice. Mis labios besan ahora tu capullo y comienzan a abrazarlo para ir chupándote palmo a palmo la envergadura de tu pija, al mismo tiempo mis manos acarician tu torso hasta que por momentos quedan atrapadas en las tuyas; sólo una se salva para buscar en su huída a ese par de amigos que guardan el fruto de tu hombría. Imagino lo que tú sentirás; pero te voy a contar lo que sentía yo mientras me tragaba golosamente tu portentosa pija. Mis labios se deslizan lentamente por esa viril suavidad envolviéndola centímetro a centímetro; mi lengua recorre todo el talle coqueteando con su amplitud sin dejar de empapar de abajo a arriba, de izquierda a derecha tan apetitoso manjar. Tu glande choca con mi paladar y avanza en su camino, pues mi gula le dice que vaya más allá. Creo que te das cuenta, pues ese meneo felino que llevabas cambia a una dócil embestida que trata de arponearme la boca. Sigues agarrando mi mano que pellizca uno de tus pezones y te debe de dar placer pues la llevas agradecida a tu boca para besarla apasionadamente y comenzar a chupar los dedos, a morderlos según el ardor del momento. Me estás follando la boca y tu acometida me dice que tengo que aumentar el ritmo de mi mamada, pues sientes que la polla te arde ante tantas impresiones. Y así lo hago, tus deseos son órdenes para mí. Intento acompasarme a tus impulsos, lo consigo rápidamente. Tus jadeos ahora son interrumpidos por un "¡joder!" Tengo la mano empapada, lo que me hace intuir que la chupas de puta madre. Mi mano sigue jugando con tus bolas, pero se desliza hacia la raja de tu culo sumándose al compás de tu sacudida hasta encontrar el ojete de tu ano.

Sigo chupándotela, pues estoy disfrutando a tope. Las gotas de presemen encharcan toda la cabeza de mi verga que oscila con la mamada que te estoy haciendo como si estuviera consagrando los alimentos que voy a comer. Simultáneamente a esa mamada, mis dedos comienzan a masajear tu ano. Por un instante te paras, como tratando de asimilar esa embriaguez desconocida que se abriga en tu raja, también como si resurgiera algún temor...; pero ninguno hay que no desees. Intento ser más suave, pues me doy cuenta que con el ímpetu del momento quizás me haya pasado, pero antes de arrepentirme y recular, tu vuelves a tu gozosa embestida animándome con tus jadeos a continuar la exploración de tu gruta. Recorro todo su contorno con movimientos circulares que son ayudados por la extrema suavidad de tu ojete. Eso me recuerda que quiero probar su sabor, así que por un breve instante dejo de chupártela para empaparme del sabor de tu culo. Como esperaba, supera las expectativas. Está delicioso. Es una fruta fresca, en delicado equilibrio entre su obscenidad y su inocencia. Mi saliva la llena de rocío y tu ano responde enrojeciéndose y palpitando levemente, en tímidas bocanadas que se descargan en diminutas sacudidas. Con el dedo empapado continuo con el masaje ahora más atrevido. Sin perder de vista tu polla, que ahora alojo en mi ávida boca, mi dedo llama a la puerta de tu cueva y entra hasta el recibidor para ahí volver a dar dulces giros que vuelven a trastornar tu fogosidad, y lo debo de estar haciendo de puta madre pues tus dientes se clavan en mi mano hasta que no resisto el dolor y la saco violentamente. "¡Joder, perdón!, dices con esos ojos deslumbrantes tratando de disculparte, ¡Pero es que me cago en la puta!" Y ahí se acaba toda tu explicación, pues es muy difícil detallar todo lo que estás percibiendo.

Un hilillo de saliva une tu polla a mi boca que ahora besa la tuya para decirte, de esa manera, que no hay que disculparse por lo que uno no puede dominar. Y ese beso tórrido sella las disculpas innecesarias, como una breve tregua dentro de la batalla, que ahora prosigue con más furia. Te tomo las piernas y las levanto para ver ese culo sonrosado. Tus huevos coronan el horizonte que me ofreces y comienzo a devorarlos, a jugar con ellos al tiempo que una mano menea tu polla salvajemente y la otra hurga en tu tesoro. Es ahora mi lengua la que toma el revelo, la que se fascina al contemplar un culo casi lampiño, de formas infantiles, redondo, terso y respingón que muestra en la diana una rosa que demanda el ardor de mi humedad. Mi lengua degusta asombrada todo el sabor de tu ano. Todas sus notas son delicadas. Incluso el ardor que guardas entre esas paredes viene a mí como una caricia. Es el juego tierno de tu edad. Eres un niño y te estás haciendo un hombre; y de los dos guardas sorpresas para exaltar mi dicha. Los mismos movimientos imperiosos que antes honraban tu falo, adoran ese agujero incontinente que parece querer besar a este experto apéndice. Te estoy encharcando el ojete, mi saliva se mezcla con tus sabrosas secreciones intentando penetrar en esa antesala tan acogedora.

Estoy gozando plenamente, mi polla está tan empalmada por todo el placer que me haces sentir y que te doy, que comienza en su fogosidad a dolerme pues está babeando por calarte a fondo, por bombear intensamente la delicada inocencia de tus entrañas. Tus jadeos aumentan, hace un rato que abandonaste cualquier voluntad de hacer algo pues es mucho lo que sientes como para prestar atención a una sola parte, sólo tus manos que estrujan las sábanas dan idea de lo que estás gozando. La punta de mi lengua tantea y escarba ese jugoso antro que no deja de maravillarme en clara competencia con la polla que meneo con brío. Tu repentina quietud y unos pequeños espasmos me anuncian que se acerca tu momento. La punta de mi lengua sigue alojada en tu ojete y unas pequeñas presiones me anuncian antes que tú que te vas a correr como una puta. "¡Creo que..., me dices balbuceando, que... que me... que me... voooo... voy... creo que... me voy a cooorreeeeer!" Mi mano se para en la base de tu polla y con la sensibilidad del momento nota como se dilata casi inapreciablemente el grosor de tu acerada masculinidad. Quiero probar esa leche tuya que sacie la sed que me has provocado. Tu polla apunta hacia mi golosa boca. Y un primer y abundante trallazo cruza limpiamente hasta mi campanilla.

Tu rugido sordo acompaña los siguientes latigazos que se guarecen ya en las húmedas paredes de mi boca que traga con una urgencia insaciable todo tu semen que me corroe de placer, no sólo por su exquisito sabor, sino por la emotividad que empapa ese momento en el que tú te agitas compulsivamente en cortas sacudidas. Es un orgasmo prolongado que explosiona en todas las partes de tu cuerpo y que se difumina suavemente mientras mi glotonería limpia tu admirable mazo. Tu semen es delicioso, delicado en su sabor, cálido en su textura, inmaculado en su color, abundante de esa fresca fortaleza que cubre tus años. Sabe a macho joven. Tus manos me buscan con urgencia, tu abdomen palpita con los restos de tu respiración agitada y de nuevo nuestros labios se unen juntando sus sabrosos jugos que ahora están sazonados con esa impresión de macho que posees.

...

Tienes los labios entreabiertos y la mirada deslumbrante, como perdida, ahogada aún por el brillo del orgasmo. Un hilillo de semen sale por la comisura de tus finos labios y se precipita mansamente, muy mansamente, siguiendo el camino de tus delicadas formas. Con feminidad te tocas esos pechos siliconados, envolviéndolos con tus manos hasta alcanzar proporciones golosas y exageradas. Actúas como si nunca antes me hubiese percatado de su belleza. Si hace un segundo era la piel de puta la que te cubría, ahora escolla esa feminidad desmedida que, pese a la obscenidad que alientas, sigue barnizada con ese disfraz de oveja tierna y sumisa. Pues tras tu enajenado placer, quieres que ahora sea yo quien pruebe tu medicina. Ahora que te miro me cuesta reconocer cómo serías cuando entre tu deliciosa polla y tus carnosos labios no lucías aún esos senos orondos y rotundos. Son tan perfectos que en otro cuerpo delatarían su condición de prótesis; pero en el tuyo vienen a poner la guinda que le falta al embriagador pastel. Sigues aún con el liguero puesto y esas medias negras que estilizan tu figura hasta casarla con el infinito que señalan tus puntiagudos tacones. Esa elegancia es la que define tu cuerpo.

A fuerza de querer ser mujer has llegado al ideal que te marcaste como hombre. Eres esa mujer que, hasta para un puto maricón como yo, haces que la polla se me ponga dura como la piedra con sólo rozar tu apostura. La suavidad de tus rasgos acentúa esa feminidad que vuelve a subir otro peldaño al exagerar aquellas partes que reclaman una atención especial: tus pechos, tu culo y tu polla. Esas tetas hiperbólicas y redondas que hacen emerger el invento de una nueva mujer: tú; ese culo depilado, torneado y femenino que subraya el esplendor de tu gracia; y esa polla, de tamaño medio, pero de formas perfectas que pone un final grandioso a esa bella sinfonía que es tu cuerpo. La leche ha llegado ya a tu mentón, ofreciéndome de nuevo la oportunidad de casar dos placeres: tus labios y tu semen.

No es un beso el que te doy, ¡es un arrebato! Primero te muerdo la barbilla arrastrando ese jugo que momentos antes sació con sus trallazos todo mi paladar; después mordisqueo tus labios con el único fin de saciar mi juguetona lengua que echa de menos a su amiga. La humedad del sexo sigue ahí, jugando a policías y ladrones, enredándose en abrazos ahora gentiles, ahora arrojados y briosos. Mi verga choca con tus lampiños cojones como husmeando en su tierno vaivén la mercancía exquisita que me ofrece tu cuerpo. Tus uñas de gata en celo arañan mi espalda escribiendo las líneas que tu delirio le dictan y aumentando mi fogosidad por el ardor de tus mensajes. Tu exagerada pluma vuelve a hacer acto de presencia. Esa voz ligeramente grave que tu mariconería agudiza con sus barroquismos me da la orden de despegue con una frase certera: "¡Polla! (me llamas, dándole un toque lascivo y a la vez ligero a esa palabra), que tengo el culito ardiendo.

Que el muy picarón, con lo caprichoso que es, ahora se muere de ganas de comer." "Lo que mi reina pida, mi reina tiene", te contesto balanceando mi polla con mayor violencia. Pegas un grito agudo que estremece placenteramente todo mi cuerpo. Me encanta que seas tan marica, que la pluma orgullosa que exhibes brille hasta en la oscuridad de tus entrañas y salga de tu cuerpo como un eco que envuelve todo lo que encuentra. "¡Dile a tu culo, mi reina, que abra las puertas! Papá ha llegado a casa y viene demasiado juguetón como para un polvo de hola y adiós. Papá Polla no quiere un polvo viejo y repetido. ¡Lo quiere fresquito para que le queme las entrañas, mi nenita, mi reina viciosa! Quiere saber que no está follando con una del montón, sino con el mejor culo de este puto puerto". "¡Polla!, me dices de nuevo con ese tono tan puta, tú sacúdele bien que mi culito está preparado para darle el mejor descanso al guerrero. Es tragón, y como las cerdas: omnívora; ¡pero tranquilo, polla!: Aunque come de todo, le encanta la "Alta Gastronomía".

Es así de puta: a la hora de comer... lo mejor" Y sellas esa promesa con un beso que termina mordisqueando mi labio. "¡Tú dale, cabrón! ¡Dale con todas tus ganas!, que yo te quitaré hasta la última gota de leche que te he puesto a hervir". En ese momento me pregunto cómo una maricona como tú sabe a ciencia cierta que, nunca como hasta hoy, tuve la leche de polla tan calentita. ¡Me encanta follar con maricas y travestís! Sentir que, bien sea por hombre o por mujer, saben perfectamente qué tecla pulsar para volverme loco, para que me corra de gusto con su innata sabiduría. Me incorporó llevándome durante un segundo tus cojones en la punta de mi polla. Ahí de pie, quiero que veas, desde donde estás, todo, todo lo que te espera. De nuevo masajeas tus senos y tu mirada lasciva hace que pronto abandone el papel de dominante para ponerte mi polla a las puertas de tu suculenta boca. Mi caída es brusca, haciendo un último intento de seguir marcando las cartas para que sepas de una puta vez quién lleva el timón. Ahora esa cueva de Alí Baba y los cuarenta ladrones comienza a mostrarme sus tesoros.

Con tus delicadas y afiladas manos traes a ese amigo que mira al techo, a la calidez y pericia de tu jugosa boca. Esos labios tan libidinosos se abren en un dulce y eléctrico beso, en el punto donde mi glande se junta con el prepucio, que hace restallar la punta de mi verga y abrirme a jadeos. Esas uñas de puta juegan con mis huevos mientras tu boca se abre, en un abrazo tiernísimo, a la amplitud de mi polla devorándola poco a poco, deleitándote centímetro a centímetro del material que golosamente saboreas. Con los ojos entornados por el placer y mientras masajeo esas tetas tan torneadas que invitan al viaje, me pregunto, mirándote esa cara surcada por la excitación, cuántos kilómetros de polla habrás tragado. La respuesta no se hace esperar: muchos. No sé la de veces que me han chupado la pija; pero inmediatamente me percato que hasta ahora nuncame la habían chupado . No es sólo cómo succionas, sino la autonomía que tiene ese experto apéndice que gira sin descanso por el grosor de mi nabo, tomando sorpresivamente nuevas direcciones y atajos para hacerme descubrir zonas que creía dormidas, pero que tú despiertas al instante con tu lujuria de puta. Tu polla ha despertado y culebrea de la misma forma que tú. Me tumbo sobre tu delicado cuerpo para acercarme a esa rabo que momentos antes estaba adorando. Quiero besarla, agradecerle que tenga una nenita como tú, tan bella, tan mimosa, tan puta. Y quiero agradecérselo al único rastro que queda del hombre que fue. Y mientras me deleitas yo sigo con mis gemidos besando a ese bello ejemplar. Adormecido por el placer, me despierta el aroma de tu sexo que fluye hasta mi cerebro obligándole a recordar que hay un culo de puta madre que espera hambriento. "¡Quiero tu culo! ¡Quiero tu puto culo!". Y tú paras esa mamada espectacular (nadie me la volvió a chupar como tú), y una sonrisa de marica alumbra esos labios. Un hilillo de tus jugosas babas aun se une a mi rabo y comienza a describir un arco en su sinuosa caída.

Con un movimiento delicado y procaz (todo en ti es desmedidamente teatral, lo que ayuda bastante a subir la temperatura) abortas su viaje con esa diestra mano para reconducir a ese hijo pródigo a su hogar. A las puertas de esa boca que devoraría a besos, terminas la representación chupándote los dedos para bajar el telón mordiéndotelos desvergonzadamente. Al liberarte de mi peso abres el escenario preparándote para el segundo acto: flexionas las piernas quedándote como si fueras un ovillo y mostrándome ese arrebatador culo que me comería. Y eso es lo que hago. Aún hay restos de mi anterior beso; pero quiero recordarle a mi pija el poderoso sabor de un culo como el tuyo. Y allí estoy, chupando golosamente, mordiéndote, metiendo mi lengua en tu ojete para saborear las segregaciones que tu esplendoroso tesoro almacena. Comienzas con los grititos que acompañaron la agradecida mamada que te realice. Una maricona como tú lo sabe todo e intuyes que me ponen a cien, pues el mete y saca que te hago se vuelve más enérgico. Te estoy anegando el ojete que tú, con una pericia digna de la más maricona de las mariconas, has dotado a esa tentadora rosa de mandíbulas. Tu ojete está abierto tomando la forma de un óvalo casi perfecto sin pliegue que arrugue su hermosura; pero está vivo, y se cierra y se abre presionando dulcemente esa lengua que perfora tus entrañas. Tu sabor me llena.

Creo que todo mi cuerpo sabe a ti. Siento que el veneno que me intoxica me reclama sólo una cosa: ¡follarte! Ese macho, que una marica como tú has encendido hasta que arda, sólo quiere eso: partirte por la mitad y saborear tus vísceras de reinona. Acerco mi glande a tu ano. Mi verga se estremece con ligeros movimientos a la entrada de esa cueva, como una fiera carnívora que estuviera olfateando a su presa instantes antes de su feroz ataque. Tu esfínter está empapado, lustroso, y mis babas se deslizan placidamente por esa prodigiosa anatomía. Te la meto de una solo golpe hasta la empuñadura. Tu gritito precede al choque de mis huevos con tus nalgas. "¡Aaaaayyyyyyyyyy, cabronazo!" Te la he dejado ahí, clavada, hasta chocar con tu próstata. Ha sido de puta madre, un apretón cariñoso y ardiente en el que tu intestino recibía con alegría cada gramo de mi pesada virilidad. Ha sido demasiado delicioso. Intuyo que con una marica como tú me voy a ir muy pronto, ocho o nueve sacudidas más y me correré como una zorra maricona. Quiero pensar en cosas desagradables, olvidar que estoy con una sarasa como tú, pensar que estoy follándome a un puto miserable andrajoso, lleno de costras y mierda. Pero mi polla sabe que eso no es cierto. Tú me lo recuerdas con esa vocecita: "¡Dale, mi polla, dale duro!".

En ese momento tus piernas, que hasta entonces estaban abiertas y flexionadas, se cierran poniendo tus tacones de aguja sobre mi pecho, clavándolos con la justa saña para hacerme perder el control. Ahora mi polla esta más acorralada que nunca, siento una presión gozosa y comienzo un mete y saca suave para que mi salvaje amigo se deleite con la destreza de un culo como el tuyo. Me pongo de rodillas levantándote un poco esas posaderas que me están derritiendo, pues quiero acariciar esas piernas tan moldeadas, comenzando desde el muslo hasta la cima de tus pies. Tú comienzas a masturbarte y a moverte acompasadamente al ritmo de mis incursiones. Sigues con tus grititos y pese a que quiero dilatar este momento, porque desearía vivirlo eternamente, noto que mi leche se abre camino hacia la base de mi polla. Saco mi pija y la aprisiono para evitar que ese amigo bienvenido llegue antes de lo esperado. Notas su ausencia, pues ahora el gritito es el de una gata en celo a punto de enfadarse o lloriquear. La mano que antes te acariciaba acude a tus deseos y comienza a masajear esa estupenda grupa. Tienes el ojete tan abierto que me entran tres dedos con facilidad y comienzan a besar esas húmedas y gratas paredes. Tu respuesta no se hace esperar. Te estremeces y comienzas a moverte sinuosamente. Ya no te meneas esa polla tan guapa, pues tus manos se deslizan por toda la cama intentando encontrar un asidero al que agarrarte pues el placer te está corroyendo el sentido. La avidez de tu culo me anima a invitar a más amigos a tu hospitalaria casa. Así los dedos que faltaban forman una flecha punzante y poco a poco, suave, muy suave y dulcemente, se van introduciendo hasta llegar a la altura de los nudillos y quedarse quietos, contemplando como te retuerces y cómo esos putos grititos de marica se ahogan uno a otro en una sucesión sin fin. Tus tacones se clavan en mi pecho, el dolor es placentero y la envidia que siento por lo que estás gozando hace que desee sentir lo mismo que tú.

Miro tu polla y estoy pensando que me la voy a meter. Sin embargo, vuelves a llamar mi atención con esa compresión viva que estoy sintiendo en mi mano. Parece que tu culo respira. "¡Sigue, por favor, sigueeee!" Les digo hasta luego a mis nudillos y cuando los pierdo de vista, cierro mi puño y me concentro en todo lo que está sintiendo mi mano, en como ese ser ciego ¡ve! Estoy surcando tu intestino palmo a palmo hasta casi llegar a la altura del codo, me gustaría rasgar esas paredes y comenzar a tocar todo lo que por ahí se esconde; pero temo hacerte daño, y yo sólo quiero darte placer hasta que te corras como una zorra, porque sé que yo voy a disfrutar de lo lindo. Pero de nuevo, esa polla tan guapa que has abandonado a su suerte me llama. Giro lentamente mi puño, muy lentamente, deslizándome por esas paredes de almíbar, saco esas puntas que martirizaban placenteramente mi pecho al tiempo que me pongo sobre tu abdomen. Es una posición un poco extraña, pero levantándome un poco endilgo tu dura verga en mi apetitoso culo y contemplo esa cara de embeleso que riega toda tu belleza. Poco a poco me voy metiendo tu polla hasta que ese coño dibujado por tu vello acaricia mi culo. Tú te ahogas en jadeos, en grititos que lanzas sin control. Yo comienzo a armonizar la follada. Me subo a lo largo de tu mástil y mi puño se arrastra hacia la salida sin mostrar nunca su cara; vuelvo a meterme ese precioso material sin llegar al final del mango y ese colega que te arrebata vuelve a taladrar tus entrañas, hasta sembrarlas de un placer inaudito. El tacto de tus vísceras me estremece. Es húmedo, terso y muy suave, con una calidez única que transmite con claridad todo tu sentir.

El placer resulta difícil de explicar y éste lo es más, es de esos que llama a la puerta y que uno corre a abrirle con prisas. Y yo siento que tienes esas precipitaciones, por lo que acelero mi ritmo hasta acercarme a ese lado salvaje en el que todo se estremece, se derrumba, explosiona (¿Cómo describirás un orgasmo como ese?). Observo tu cara y pareces a punto de morir, todo tu cuerpo, todos tus rasgos se achican, se convulsionan, se aprietan con nervio hasta que ese gritito, esta vez desgarrador, acompaña tus potentes descargas de leche que bañan felizmente mis profundidades. Cuando terminas de gemir, quito mi puño. Una nueva agitación sacude a ese cuerpo que aún no ha despertado del éxtasis. ¡Pero no quiero dejar a tu culo huérfano tan pronto! Abandono tu polla y te pongo la mía con una ferocidad salvaje. Te la clavo bien hondo para que no eches de menos ese puño que acribilló con gusto. ¡Ya no es el momento de andarse con chiquitas! Quiero dártelo todo y como te mereces: cómo la puta reina que eres. Mi polla comienza una sacudidas urgentes y terminantes.

Casi no siento su paso por la calidez de tu cuerpo, sólo el estremecimiento que no te abandona escolta mis imperiosos bombeos. Te follo salvajemente. Ametrallo tu culo con una furia absoluta. El sudor empapa mi cuerpo anunciándome una carrera suicida. Estoy fuera de control y a todo gas. Siento cómo los cojones se escaldan; cómo una corriente deliciosa comienza a bullir por la entrepierna dirigiendo sin control por miles de caminos; cómo la leche se abre paso en cantidades abundantes dilatando cada palmo por el que pasa hasta hacerlos casi reventar. Y siento, finalmente, como me trago ese grito desgarrador que me quema todo el pecho; cómo te inundo entre sacudidas cada vez más urgentes, tanto que por su fuerza podrían incustrarse mis huevos; y como todo yo soy un guiñapo convulso, saetado por un placer que surge de ti, pero que se suma al tuyo hasta hacer una gran bola de pasión que arde en nuestros cuerpos sudorosos. Tengo mi polla clavada en ti, estoy quieto, estático como si la vida se hubiese parado en un momento fosilizando esa décima de segundo. Es el dolor el que me despierta, me he mordido el labio.

Cuando abro los ojos tú estás mirándome con cara embelesada, cubierta aún por las reliquias que antes adornaron tu dulce muerte. De nuevo nuestras miradas se atan y me derrumbo sobre ti. "Ven aquí, gatito. Ven con mamá" Y así me acoges, con un abrazo dulce, amoroso. Esa puta satisfecha ha dado paso en un parpadeo a una maternal mujer que ama a su macho y es correspondida por él. Mi culo está chorreando tu semen, me apresuro a cogerlo al tiempo que quito mi polla de esa casa tan deliciosa. Quiero apagar mi sed y no hay mejor jugo que tu leche que bebo con codicia. Tú sonríes dulcemente, comprendiendo con ese gesto sencillo, toda la pasión que despiertas en mí. Mi mano se dirige a tu tesoro, a ese culo tan femenino y singular, y recoge los frutos de mi ímpetu y te los ofrezco para que tú también bebas el mismo filtro que yo. Relames amorosamente dedo a dedo, sin dejar nada por escudriñar, combinando esa ternura con la lujuria que aún no se ha dormido. Yo te correspondo relamiendo la mano exploradora que aún conserva todo el sabor y el aroma de una hembra particular como tú. Tu leche, tus heces dilatan el orgasmo que estoy sintiendo, confundiéndose con él. Me besas y nuestras lenguas se lían casando nuestra hombría. Es un beso que no tiene fin, que renace en cada abrazo, que no se suspende... pues cuando hay ternura y deseo nada se frena.

...

Atardece. Me he despertado abrazado a ti, ligado a ti. Nuestras piernas entrelazadas, nuestras pollas besándose, rendidas por el placer pero reticentes a abandonarlo. Tú sigues durmiendo, reposando todo lo que has dado. Se te nota feliz. Sin separarme, me aparto un poco para verte con más detalle lo que la pasión me cegó. Tienes una belleza extraña, difícil de calibrar en un primer momento, misteriosa en una revisión más atenta. No es tu minusvalía, es cómo esta se reparte. Hay como una línea invisible, y difícil de seguir por lo retorcida y tortuosa que es, que divide tu cuerpo en dos mitades sembrando primores y taras sin orden ni concierto aparente. En gran parte de las articulaciones de tu cuerpo surgen como unos pequeños bultos que rompen el juego que para otros es natural obligándote a realizar serpenteados movimientos.

Después esta esa asimetría, patente en algunas partes, sutil en otras. Por ejemplo, esos labios perfectamente delineados, pero que una atenta mirada revela como el labio superior, en su lado izquierdo, muere un poco antes de llegar a la comisura, o eso brazo más corto que el otro y que termina en una mano irregular con dedos de distinto tamaño respecto a la otra. Sin embargo, las perfecciones, que en otro cuerpo se difuminarían por la armonía, resplandecen aquí por el contraste con otros parajes alcanzando un grado mayor que si estuvieran rodeadas de una belleza arrebatadora. Tu figura es lánguida, sin una masa muscular definida, pero en cambio resulta una mezcla explosiva al señalar aquellos lugares en los que tu hermosura explosiona. Un culo torneado y altivo, creado con el único fin de dar y recibir placer, sería una de esas notas en las que hay que hacer parada obligatoria. . La polla no es ajena a esa melodía. Sus dieciséis centímetros se levantan sobre unos cojones preciosos para después guiar su esbeltez, casi en el último tramo del camino, hacia la izquierda en un delicado giro terminando esa marcha en un seductor capullo que vuelve a asombrar por su belleza y tentadora forma acampanada. En conjunto reina una sutil asimetría en todo tu cuerpo que hace emanar una atracción difícil de evaluar, pero a la que no se puede permanecer indiferente. Como ahora, con todos esos rasgos en reposo que emanan como un llamado ciego que irremediablemente me impulsan a besarte delicadamente, juntando mis labios a los tuyos como si fuera el roce de una pluma.

Tu respiración es cálida y relajada. Mis labios se acercan y te besan casi imperceptiblemente; pero es rozar el veneno de tu cuerpo y sentir como las zarpas del deseo vuelven a meterme mano. Meto la punta de mi lengua entre tus labios como un niño que fuera hacer una trastada y no quiere que le descubran; pero tus sentidos están alerta, como si tuvieras un cuerpo que sólo desertara de los sueños por amor o deseo. "¿Qué haces?", preguntas sonriendo. "¡Nada! Sólo intentaba besarte", digo ya pillado en la travesura. Tu sonríes, lo cierto es que no has parado de sonreír en ningún momento. Eres de esas personas que el placer no lo vive como algo épico o trágico, sino que, sencillamente, lo vives, lo disfrutas. "Es muy bonito que le despierten así a uno". Y tus ojos vuelven a reír acercando la felicidad a mis labios. De nuevo nuestras lenguas se exprimen destilando en pequeñas gotas ese placer que nos secuestra desde que nos hemos "conocido". Comenzamos a rodar por la cama de un extremo a otro, felices y despreocupados, dejando que la fricción de nuestros cuerpos vuelva a quemar nuestras entretelas y nos reclame un pago que estamos gustosos en darle. Tus nudosas manos recorren mi espalda, mis nalgas, mi rabo, exorcizando cada poro de mi piel que bebe placenteramente la pócima que le ofreces.

En uno de esos giros me pones de espaldas parando en seco esos revolcones y poniéndote encima de mí. Siento caer gravemente tu polla en la raja de mi culo, su calor y dureza me excita, y tus besos no hacen sino avivar esa llama. Me besas por detrás de las orejas, me las mordisqueas, sigues por la nuca, parándote en el prominente, al tiempo que pellizcas mi pezón y masajeas una de mis nalgas para que juegue mejor con tu polla. Después tus manos recorren todo el perfil de mi torso como si estuvieran moldeando la arcilla, acompañando ese recorrido con el exceso de tus besos que señalan el camino que guía tu instinto. Te deslizas por mi cuerpo hasta que tu cara llega a la altura de mi culo. Mientras tus manos lo acarician tú no paras de besarlo, de morder las nalgas, de pasar tu estriada lengua por mi raja, sintiendo un cosquilleo placentero que tengo que aplacar tocándome la polla e iniciando un cadencioso masaje. "Quiero hacerte el amor", dices interrumpiendo bruscamente tu soberbia actividad. "Ya me lo has hecho, ¿recuerdas?", dije yo egoístamente, porque, he de confesarte: era yo quien en ese momento quería endilgarte de nuevo mi polla en ese culo que me había exprimido toda la leche que tenía. "No. No es lo mismo hacer el amor que, que te hagan el amor. Y yo quiero hacerte el amor." Y eso lo dijiste con un tono que no dejaba ningún lugar para que se asomase la duda, entendiendo todos los sutiles matices que acababas de expresar y abriendo un amplio espacio para que cabalgara el amor. Mientras decías esto, la mano que mimaba mi culo se metió entre mis piernas, masajeando mi ojete y tocándome los cojones para terminar acariciando suavemente la polla que en ese momento trabajaba yo relajadamente. Nuestras manos se unieron expresando su agradecimiento.y no hizo falta decir más, pues sabías que después de ese gesto yo no podía, ni quería, negarme a tenerte dentro de mí.

"Prepárate, me dijiste con soberbia y candor, hasta hoy nunca te han hecho el amor". Quería decirte "¡menos lobos, Caperucita!"; pero al caer en las redes de tu mirada y ver como ésta subrayaba con infinita entrega lo que habías dicho, te voy a confesar una cosa que sospecho que no pasó por tu cabeza que en ese momento se hallaba a las órdenes de tu corazón: me asusté. Sé que es una tontería, pero vi tanto amor en tus ojos que comencé a temblar, pues por primera vez me iban a hacer el amor, en el sentido literal de la palabra. He follado mucho; pero lo cierto es que creo que pocas, poquísimas veces, he hecho el amor. Y la primera fue contigo, y nada tuvo que ver lo que tú me diste con el amor que otros me dieron. Ignoraba dónde residía la diferencia, en qué punto de lo que íbamos a hacer, impulsados por el deseo, residía el amor. ¿Estaría en el cortejo? En esos preliminares en los que tú me sumergías para precipitarme después por aguas más salvajes; ¿estaría en la posesión? ¿Sería tu polla, con su brío, el órgano encargado de rubricar esa marca indeleble? ¿Sería cada penetración tuya un "te amo" hecho suspiros?; ¿o lo dejarías todo para más tarde? Para esa resaca en la que uno se ve náufrago tras haber alcanzado juntos la muerte súbita de un orgasmo. ¿Estaría entonces en esa mano que no se tiende, sino que abraza para no separase jamás? ¿Sería eso el amor?: no olvidar que lo que hemos hecho no consume, sino que alimenta esa eternidad que deseamos compartir.

Comprendí que todas esas cábalas no tenían sentido cuando se "hace el amor". No era como una novela con un planteamiento, nudo y desenlace en el que cada una de sus partes tenía un protagonista y un móvil que iba tomando forma hasta tomar vida en el último capítulo. El amor no busca dónde residir, el amor habita . Era así de sencillo, así de difícil. El amor estaba en todo. Así esa mano que seguía unida a la mía se desprendió con un cálido apretón para rendir pleitesía a mi polla, recorriéndola de la punta a la base con una caricia tan abrasadora y tierna como el beso que me regalaste. Cada uno de tus gestos en ese momento estaba guiado por la máxima humildad, rayana casi en la humillación, pues en todo manifestabas la entrega total a mí, a mis pulsiones, a mis anhelos; pero dejando bien claro que no sólo estabas dando lo que pedía: estabas dando todo. Nuestras lenguas se dijeron hasta luego para saludar a mis huevos. Metiste la cabeza entre mis piernas y giraste cuando te hice un hueco para comenzar a comerte mis cojones con un tacto tal que se me erizaron todos los pelos del cuerpo. Me encantó esa sensación de tenerte aprisionado en mi entrepierna, de que todo el peso de mi virilidad cercara la sumisión con la que estabas empapando mis bolas, mientras yo me retuerzo como una puta.

Tu lengua iba recorriendo palmo a palmo mis huevos, abrazándolos con un mimo especial que intentaba abarcar todo su perímetro, para después besarlos y succionarlos hasta que mordisqueabas el pellejo haciéndome palpitar al son de tus carantoñas. Al tiempo tus manos palpaban mis nalgas recorriendo con pericia su contorno para después, osadamente, sumergirse en la raja y volcar ese amor en movimientos circulares que regaban mi ano, que respiraba sediento por el apremio que allí habías plantado. Después, como un perro fiel que busca el perdón del amo, tu lengua recorrió la base de mi verga deslizándose empujada por tu ímpetu por toda su longitud. Es una lengua, inusualmente larga, de una rugosa suavidad que siembra el camino por el que pasa con eléctricas sacudidas que me hacen hervir la pija. Yo por mi parte sigo aprisionándote, dificultando esa ruta que tan amorosamente recorres. Pero para ti no hay muros. Retrocedes arrastrándote para volver a mis huevos y tomar de nuevo rumbo por el mástil de mi polla, buscando un pasaje que yo te niego, pero que la humillación de tu entrega logra abrir. Y así una y otra vez. Yo avasallándote y tú entregándome todo el amor con la destreza de una lengua ardiente y unos dedos desvergonzados que hurgaban en mi ano. Esos dedos que tú empapabas con tu saliva para saborear toda su carga y volver a un ataque que no te extenuaba, pues volvías siempre a hechizar esa cueva que se abría con apetito a tus ambiciosos ataques.

Cada nueva incursión, en la que masajeabas profundamente todas mis paredes, eran más los aliados que participaban. Yo tenía el culo dilatado, suspirando porque por fin se alojara en mí ese garfio que apuntaba entre tus piernas. Pero tu entrega era otra; con cada gesto dabas a entender que el tiempo jugaba en nuestro favor y que antes que tu placer estaba el mío. Y el mío se encontraba en tantas cosas. Estaba en el glande que tú succionabas, paladeando con tu magnífica lengua todo su alrededor sembrando esas deliciosas semillas de un placer que no me abandonaba, sino que crecía hasta hacerme enloquecer. Comencé a follarte la boca, a descargar todo el peso de mi imperiosa virilidad sobre ese pozo húmedo y candente que, en aquel momento, no cambiaría por nada del mundo. Me encantaba sentir como tu nariz golpeaba la base de mi polla, como tu cabeza era aplastada por mi abdomen, como mi acerada pija profanaba esa gruta hasta llegar a lo más hondo. Mis movimientos eran urgentes, violentos y compulsivos, pues tenía la leche a punto de reventar y tus incursiones en mi ano no hacían sino acelerar esa lujuria que no podía dominar. Recuerdo que tú me impulsabas a ir a más, a aumentar la fuerza de mis penetraciones. Parecía que cada vez que mi polla retrocedía, tú te quedases desamparado. Y así, mis retrocesos eran frenados por tus manos que empujaban mi culo para que te la metiera más y más adentro, hasta dejarte sin respiración, hasta que entre tu amor y mi verga no hubiera nada más que la gozosa humedad de tu lujuria y amor. Mis cojones estallaron y mi leche comenzó a remontar en tropel toda la longitud de mi nabo.

Comencé a gritar como un poseso mientras tu alojabas todo mi semen entre esos azucarados muros y mis movimientos se colapsaban en todas direcciones sin saber muy bien cuál tomar. Cuando por fin descargue toda aquella mercancía, tú saliste de entre mis piernas y comenzaste a regurgitar aquel manjar que te enloquecía. Todo fue muy rápido, con movimientos calculados pero llenos al mismo tiempo de la adoración que me profesabas. Cuando ya una gran parte estaba en la palma de tu mano, masajeaste tu polla que no había perdido ni un ápice de su dureza y categoría. La embadurnaste con mi semen dejando aquel ejemplar con un brillo aperlado y con lo poco que sobraba regaste mi culo. Yo sabía lo que esperaba y tú no te hiciste desear. Para eso, entre las neblinas espesas de la marea de mi orgasmo, aún tuvo fuerzas mi deseo para abrir mis piernas y levantar un poco el culo poniéndolo a la altura de tu peculiar pija. Tú la tomaste por la base creando un armazón con tus dedos y pusiste aquel garfio a las puertas de mi ansioso culo que ya estaba dilatado, pero que mis manos abrían aún más para que acogiesen tu inconfundible polla. Tu acampanado glande, de un color tan carnal como tu deseo, entró tímidamente y te fuiste introduciendo poco a poco arrasando mis entrañas que nunca habían sentido el tacto de un instrumento como el tuyo. Notaba como una parte estaba aprisionada al máximo, como si alojara dentro de mi a un pollón de medidas pornográficas, y como la otra se tensaba por el arrastre de tu poderoso capullo. Eran sensaciones nuevas, distintas; pero increíblemente placenteras.

Comenzaste un mete y saca delicioso, lleno de cadencias y palabras amorosas. Realmente me estabas haciendo el amor y ni tus actos ni tus palabras contradecían esto. "¡Mi niño! -me decías con infinita ternura mientras tu polla me traspasaba- Siempre supe que el cielo se parecería mucho a ti, que tendría el brillo de tus ojos, la suavidad de tu piel, el perfume de tu sexo y el ardor de tu pasión. Hay muchos cielos. Cielos tristes y grises muertos por la pena, por buscar aquel amor que un día encontramos y que perdimos al siguiente para nunca más volver; también los hay rojos, rojos como tus labios, habitados por todos aquellos que se entregaron a una pasión sin dar nada a cambio, hasta quedar despellejados en su miseria; los hay verdes y están ocupados por aquellos que su vida hicieron un discurso y de sus hechos una malaventura pues nunca lograron casar el oro que decían con la mierda que hacían. ¡Pero tú no estás en ninguno mi cielo! El cielo que tú habitas es como el arco iris. Tiene todos los colores con sus mejores brillos". Y así continuabas tu rítmico balanceo que logro desde sus primeros momentos mantener la dureza que siempre abandonaba a mi pija tras gritar lo que tenía que decir. Tus halagos recorrían equilibradamente todo aquello que en tu corazón suponías que yo era. Unas veces era mi masculinidad la que subía a los altares como cuando decías que tenía "tu cuerpo arrebatador, curtido por la fuerza de tu virilidad"; otras eran mi polla por la que rezabas, para más adelante ser substituido por aquel semen que lubrificaba tu pija, o mis ojos que te hablaban de mi corazón, o mi corazón que te hablaba de mí.

Y así una tras otra tus bellas palabras iban recreando aquel ser al que amabas profunda y sinceramente. Aquello enardecía mi libido y no tuve más remedio que pajearme acompañado por el amor que destilabas por un tipo como yo. A la dulzura de tus estampidas, contraponía yo las urgentes fugas de mi polla meneándola enérgicamente. Estoy viviendo aún aquella penetración. Como en ocasiones te quedabas quieto con tu polla metida hasta la empuñadura y presionando con una fuerza inusitada a la que mi culo respondía con estertores turbados que acariciaban aquella pija exquisita. Era curioso el poder de tus palabras. Reconozco que mi polla me dolía. Llevaba toda la tarde follando salvajemente y la notaba adormilada por miles de cosquillas, como con un peso más grave y perezoso. Sin embargo, me emborrachaban tus palabras que tu lanzabas sin temor a la cursilería, pues las empapabas con un delicioso candor que sólo podía venir de un corazón inocente como el tuyo. Yo no sabía qué decirte; con otro hubiera dicho cualquier mariconada que calentase el ambiente, tipo: "¡métemela duro, cabrón! Pero contigo aquello no servía. Estábamos haciendo el amor, no follando.

Nada de lo que había aprendido, servía contigo. Notaba que tu delicadeza no era debida a la fragilidad de tu cuerpo, como podía indicar todo lo que la vida me había enseñado, sino a la fortaleza de tu amor. Entendí que el placer tuyo residía en todo lo que entregabas. En amar sin reservas ni medidas aquello por lo que latía un corazón más acostumbrado a amar que a palpitar por la rutina de la vida. Tus caricias por todo mi cuerpo no eran sino el acompañante de aquellas palabras que turbaban mi corazón y mi polla. La tortuosa figura que otros habían despreciado sabía encontrar caminos que el egoísmo, que siempre persigue el amante, ignoraba. Las palabras que nos arropaban tenían un efecto hipnótico en mí que me hacían fustigar mi polla con mayor urgencia y frenesí, impulsada por el ánimo de acompañar ese tesoro que tú verterías en mis entrañas. Noté como tu embate iba ganando en ritmo sin que tus palabras perdiesen ese abrazo manso. Parecía como si tu amor estuviera por encima de todo, cubriendo y amparando cada uno de sus misteriosos componentes. Una de tus manos se acercó a mi polla y, entrelazándose con la mía, acompañó el salvaje meneo que le dedicaba.

Paulatinamente, como si mi ritmo contagiase a tu cadera, tus penetraciones aumentaron su cadencia tratando de igualar aquella frenética paja. Comencé a notar cómo el placer iba despertando de su sueño precipitadamente, como la poca leche que me quedaba iba apurando su camino por mi polla; pero noté al mismo tiempo como tu polla comenzaba a palpitar, a ensancharse por su base. En aquel momento presentí que había logrado el premio: ese amor que iba a corroer mis entrañas no estaría solo en su búsqueda. Y así fue. Tú enmudeciste y la añoranza de tus palabras me hizo desear ver, en la ofuscación del momento, cómo se expresaba ese rostro asimétrico pero atractivo. Y lo que vi me lleno tanto como tu leche. Tus ojos entrecerrados y lagrimosos, los labios apretados, la piel enrojecida y pequeñas gotas de sudor emergiendo en tu frente. Y todo eso arremolinado, como intentando alcanzar la máxima expresión en aquel descontrol que sacudía tu cuerpo. Mientras tu leche minaba mis entrañas mezclándose con la mía en un abrazo íntimo y ardiente, al tiempo que yo eyaculaba y nuestras espasmos se descompasaban en un intento desesperado por buscar el camino que dirigiese ese inmenso placer que crecía con esas dos pollas cantando trallazos de leche que gritaban nuestra lujuria.

Tú caíste sobre mí exhausto, como inerte. Durante un momento sólo sentí tu respiración y el palpitar encabritado de ese corazón que había coreado al amor. Quedamos allí durante unos minutos, reposando aún los sabores de nuestro encuentro. Sentí cómo esa polla perdía toda su textura, pero aún emanaba notas de su sabor en la tibieza que desprendía. Era un amor silencioso, hecho de caricias mansas pero que desterraban la soledad que suele acompañar a la resaca del amor. Así estuvimos como una hora, dejando pasar el tiempo entre caricias y murmullos que expresaban aquello que no se puede mostrar y sólo se puede sentir. Me imantaba tu ternura, el cariño que expresaban tus ojos, tu cuerpo. Fuera comenzó a llover, con esa lluvia ciega que a veces asola A Coruña. Y aquella furia y frío hizo que nuestros abrazos fueran aún más cálidos, más dulces. Casi no dijimos nada; poco había que añadir. Tenía la sensación, y aún la tengo, de que sobraba cualquier palabra por hermosa que ésta fuera, ya que es muy difícil poner palabras al amor; para eso están los poetas, para cantarlo; nosotros estamos para vivirlo.

Decidimos ir al Orzán a tomar unas copas. Cuando salimos al portal tú te abrazaste a mí; yo quería hacerlo, me encontraba bien contigo, pero no me atreví a preguntártelo pensando que me dirías: "¡Aquí, en la calle, no!" Por eso me encantó que no fuera así, que tú asumieras que lo que había ocurrido no era una representación en el que la caída del telón venía después de un beso y un adiós. Por eso me hechiza sentir tu mano en el bolsillo trasero de mi pantalón que me seguía acariciando con la misma ternura que momentos antes. "¿Cuál es tu fantasía?", me preguntaste mientras caminábamos. "No sé. Tengo muchas. A veces creo que las colecciono y hago intercambios como si fueran cromos." "La mía es que me vean haciendo el amor; cuanta más gente, ¡mejor!" "Bueno, si te sirve de consuelo, teníamos persiana levantada." Tus ojos brillaron de ilusión "¿Y tú crees que alguien se asomaría por la ventana?" "Seguramente más de los que pensamos. Todo el mundo se asoma por la ventana. Todos queremos ver y sin ser vistos"

Había dejado de llover y el aire era fresco y vivo, y, de repente, ¡el mar!; primero su ruido, después su sabor. "¿Podemos ir hasta Riazor un momento?", dijiste. Y allí dirigimos nuestros mimos. Había bajamar, la luz de las farolas sólo mostraba la espuma de esas olas que batían fuerza en la arena; después la batalla la perdía, y una mancha negra, pero viva, se extendía hasta el horizonte confundiéndose con ese cielo negro cargado de tormentas. El viento soplaba con fuerza trayendo ese cargamento de sal y brea que sólo tiene este mar. "Sabes, cuando quiero pensar vengo al mar. ¿No te ocurre a ti?" "No", respondí mintiéndote; lo cierto es que a mí también me ocurre y al poco de verlo ya estoy sumergido en su fuerza primaria, enorme pero amable, en ese poder primitivo que lleva años y años contemplando la vida. Y empiezo a pensar; unas veces en mis historias; otras en los problemas del momento; las más en "ti". Siempre pienso que algún día llegará ese hombre; no sé muy bien cuándo, ni cómo ni dónde; pero sé que llegará . Lo tengo tan claro que siempre me pregunto cómo lo reconoceré. Y el mar me ayuda.

Con su bramar comienzo a idear mil ocasiones, cada una distinta a la anterior. En una será en ese viaje; puede que incluso en el avión; o puede que tal vez sea un nativo al que compro una chuchería sin saber que le he vendido mi corazón. En otra la historia ya no es tan accidental. ¡Por fin e aprobado esas putas oposiciones y me destinan a un pueblo perdido de Galicia!; y es allí, en mi soledad, donde encuentro la compañía. Otras es el mar el que me da la oportunidad y me quedo, en lo que dura una mirada, prendido de ese morenazo que pasea a su perro y que no para de tirarle un palo para que éste lo recoja; entonces, el perro me ataca, nada grave, pero me ataca y él, ese que se va perdiendo por la playa, se muestra muy servicial, sin saber cómo disculparse ni qué hacer... por que "Gandalf" nunca hizo una cosa como esta; y ese ataque nos lleva a firmar una paz más duradera, que dura lo que dure la vida. Así voy hilvanando historias, cosiendo un remiendo a otro, fantaseando sobre ese ser que existe, pero que no llega; consolándome con la tardanza y pensando que no deja de ser una buena señal, pues lo que tarda...

Hay una cosa que no varía, y es el cómo. Ahí la estructura no cambia. Sé que nos miraremos a los ojos y que poco más habrá que decir, pues ellos hablaran por nosotros; después, nuestras manos necesitarán agarrarse, como nosotros comer, y nuestros pies andar camino... hasta que uno de los dos deje de respirar.

Ahora te miro a los ojos y...

Y tú te preguntas: "¿Y cómo será él?"

Y yo te respondo: "Yo, como tú que estás ahí, soy ese".

A Manolo, por lo que aún ignora, pero sabrá.

A Jorge, por las mismas razones

y también por esa cercanía que no doy saltado.

Os informo que estoy enfrascado en un nuevo proyecto. Se titula "Postales desde la otra acera". El fin no es otro que trazar una panorámica sobre nosotros con todas las historias que vaya recibiendo. Próximamente colgaré aquí dos de las historias que he terminado, para que veáis un poco por dónde van los tiros. En principio, vale todo. Todo lo que seáis vosotros es lo que va a reflejarse. Puede que seáis un polvo glorioso, algo parecido a lo que habéis leído; pero puede que no, puede que estéis en esa búsqueda; o que no siendo la gloria si estéis en el cielo, o en el infierno, que tampoco es un mal sitio para encontrarse. Lo que me enviéis no tiene porque estar elaborado, sólo lo que consideréis importante, cuatro o cinco líneas que resuman vuestra historia. Un saludo y, por supuesto, ¡ un GRACIAS así de grande!

Fuera de esto, si queréis mandarme, aparte de vuestro recuerdo, algún comentario sobre la historia que habéis leído, crítica, sugerencia, lo que sea... podéis escribirme a: primito@imaginativos.com

Prometo responder. Un saludo y gracias.