Serendipia VI

Un gusto haberte conocido.

La película empezó, era una de esas comedias con Adam Sandler. Estaban los cuatro acurrucados en el mueble frente a la televisión, con una bandeja enorme llena de comida sobre la mesita, un bol lleno de cotufas y tres bolsas de papas sin abrir. Sentados con las luces apagadas estaban Marco en una esquina, junto a Irene, que se habían sentado primero estratégicamente para que Eva y Camille se sentaran juntas. En la unión estaba la fuerza.

– Me encanta esta película – le susurró al oído Camille a Eva, erizándole la piel.

– A mí también – le respondió.

Camille le sonrió y luego volvió la mirada a la televisión. Estaba muy pegada a Eva, de por sí el mueble era pequeño, pero ella se inclinaba más hacia la chica y poco a poco iba recostándose sobre el hombro de Eva.

Mientras Marco e Irene cuchicheaban entre ellos y con miradas cómplices se reían en silencio.

– ¿Qué podemos hacer? – decía Marco en voz baja.

– Vamos a la cocina, dejémoslas solas un rato – le respondió.

Irene se levantó del mueble como si nada.

– Iré al baño un momento – y salió.

A los pocos segundos se levantó Marco.

– Iré a buscar más bebida – y salió también de la pequeña sala.

Camille se acomodó mejor sobre Eva, sin temor a Dios, se mordió los labios y miró a la otra chica. Eva estaba dormida. La rubia se levantó un poco y miró hacia la cocina y hacia el pasillo, que no había nadie y volvió a mirar a Eva.  Le miró los labios, las mejillas, sus ojos cerrados y lo despacio que respiraba. Y se acercó a ella despacio, olía a jabón y a chocolate.

Desde la cocina, Marco e Irene se inclinaban sobre el mesón para mirar la escena. Camille estaba a escasos centímetros de los labios de Eva cuando se escuchó un estruendo.

Marco en su intento de observar mejor había dejado caer el vaso que tenía en las manos, haciendo que Camille retrocediera de inmediato y que Eva despertara.

– Es que eres… – dijo Irene enojada haciendo un gesto con las manos de estrangularlo – vamos a regresar como si nada hubiera pasado – le dijo señalando con el dedo índice de forma amenazante, pero Marco reía.

Eva se levantó y fue hacia la cocina a ver qué había pasado cuando se encontró con su amiga y con Marco.

– ¿Qué fue eso? – preguntó en su estupor.

– Se me cayó el vaso, lo siento – se disculpó Marco – por suerte estaba vacío – dijo y se volvió a sentar como si nada.

Irene pasó por su lado con una sonrisa y se fue a la sala. Eva siguió hacia la cocina, sin si quiera imaginar lo que había estado a punto de pasar. Sacó un vaso y lo llenó de agua, buscó una aspirina en la caja donde siempre guardaba las medicinas y se la tomó.

– Hey – la llamó Camille – ¿estás bien? – preguntó preocupada apoyándose del mesón de la cocina.

– Solo me duele un poco la cabeza – dijo y Camille bordeó el mesón y se plantó frente a ella colocando sus manos en la sien de Eva. Y ella automáticamente cerró los ojos.

– ¿Qué tal ahora? – le preguntó mientras masajeaba su sien.

– Mejor – dijo en un suspiro tomando una de las manos de Camille – creo que ha sido por ver la televisión con las luces apagadas.

– Me hubieses dicho y las encendía – dijo Camille sin dejar de mirar a Eva que aún tenía los ojos cerrados.

– En un rato se me pasa.

Camille bajó sus dedos hacia las mejillas de Eva, hasta tomarla suavemente con ambas manos y la atrajo hacia ella. Su aliento chocaba con el de Eva y sentía que iba a desmayarse en cualquier momento cuando los labios de Camille se juntaron a los suyos. Su cara estaba caliente, igual que sus labios, los cuales separó un poco para luego volver a besarla.

Desde la sala Irene callaba sus gritos dándole múltiples golpes de emoción a Marco en los brazos.

Cuando se despegaron para respirar, ambas se miraron con sonrisas tímidas y sin soltarse de las manos Eva le hizo una seña a la rubia para que fueran a terminar de ver la película. Pero antes de salir, Camille la haló de nuevo y la besó una vez más.

Así se sentía el cielo, pensaba Eva, exactamente así, quizás el beso de la rubia era mejor. Combinado con el aroma dulce que siempre traía encima, con lo delicada que era y con lo suave de sus labios.

Cuando se siente que no puede existir nada malo en el mundo, cuando a pesar de todo lo siniestro y retorcido, existen sensaciones como un beso, que hacen que todo lo demás pierda importancia, que nos da esperanza.

Eva caminó hacia la sala de nuevo mordiéndose la sonrisa. Su mente había quedado en blanco y al sentarse en el mueble, seguida de Camille, esta le tomó la mano y se quedaron así mientras miraban la película sin mirar exactamente.

– ¿Qué les parece si vamos a la playa? – preguntó Marco poniéndose de pie y encendiendo la luz, porque ya la película había terminado.

– ¿Ahora? – preguntó confundida Irene.

– No – dijo Marco – mañana, tal vez, podemos alquilar un sitio o algo y quedarnos hasta el otro día.

– Me hace falta playa – asintió Irene juntando sus manos emocionada – Yo me apunto.

– Creo que estaría bien – dijo Camille mirando a Eva quien asintió con una sonrisa.

– Ya bésense de nuevo – soltó Irene haciendo que las dos chicas se sonrojaran al máximo y provocando carcajadas en Marco, que era de risa fácil.

– Ya era hora – resopló Marco intentando recobrar el aliento.

La rubia lo miró con enojo fingido y tomó a Eva de la mano para alejarse de los chicos. Se sentaron de nuevo en el mueble, Camille abrió una de las bolsas de papas y se recostó sobre Eva mientras veían la televisión.

Era como si hubiesen estado juntas desde siempre, pero se hubiesen enojado durante tres días y justo esa noche se estaban reconciliando. Era cómodo para ellas estar así de juntas y era cómodo verlas juntas.

– No puedo creer que lo haya hecho – le decía Marco a Irene en la cocina – a mi hermana nunca le había gustado una chica, no que yo supiera.

– Pues Eva no ha estado nunca con nadie – le explicó – a pesar de que sabe desde siempre que le gustan las chicas – y rio por la ironía – es lindo verla así, feliz.

– ¿Y tú? – preguntó Marco.

– ¿Mm? – dijo Irene confundida.

– ¿Estás con alguien?

– No – le respondió mirándolo – ¿Y tú?

– Tampoco – y sonrió contagiando a Irene.

– Si hubiese sabido que besabas así de bien, lo hubiese hecho al verte cruzar la puerta de la oficina – dijo Camille en un susurro, haciendo que Eva se riera y le diera un beso en la frente.

Eva entendió por primera vez que la soledad emocional si bien nos mantiene a salvo de dolorosas situaciones, también nos priva de increíbles sentimientos que, de alguna manera u otra, nos hacen ser mejores versiones de nosotros mismos. Y entendió también que la respuesta a la desgracia existencial que experimentaba en las tardes al ver la carretera pasar mientras iba en el transporte, sobre todos aquellos seres que se hacen llamar humanos que destruyen y corrompen, estaba simplemente en la falta de amor. Amor que ella recibía ahora de la chica que le había hecho una entrevista de trabajo, de la chica seria que le había dicho que estaba perdiendo su tiempo ese día en la oficina y que ahora se acurrucaba entre su pecho y su brazo izquierdo, comiendo papas y planeando la salida a la playa del día siguiente.

– Tendremos que salir temprano – decía Irene acercándose a ellas – tal vez es mejor que se queden a dormir, ya es un poco tarde además – dijo como si el apartamento fuese de ella, pero Eva estaba encantada con la idea.

– Si Eva no tiene problema – dijo la rubia mirando a su lado, pero Eva le respondió con una sonrisa de que no había ningún problema, obviamente.

En el cuarto de huéspedes estaba Irene durmiendo en una cama individual y Marco en el mueble de la sala. Del otro lado del pasillo, una rubia era acorralada entre la puerta y una chica que la besaba como si ese día fuera el último de su vida, lo que era una ironía, porque justo ese día estaba comenzando.

Al día siguiente, los cuatro chicos se despertaron al mismo tiempo que el sol y nadie notó el brillo en los ojos de ambas chicas, ni las miradas cómplices, ni los susurros a escondidas. Porque todos tenían tanto sueño que olvidaron poner parte de su atención en ellas, y ellas lo agradecían. Desayunaron lo más rápido que pudieron y salieron del apartamento con prisas.

Y todo era color de rosas, hasta que en un momento de amor desmedido Eva le plantó un beso a Camille delante de todos los demás en la playa y la rubia, presa del pánico, se alejó de ella con brusquedad.

– Camille – la llamó, pero ella ya se había alejado lo suficiente.

Con el ceño fruncido y mirando a la nada sin entender qué acababa de pasar, sintió lo peor que se puede sentir por amor.

– Tenemos que ir a buscarla – dijo Eva recogiendo sus cosas, que apenas habían estado una hora en aquel paraíso – soy una tonta.

– No lo eres – le contestó Irene – sabes que ella no está acostumbrada a esas cosas, tal vez le dio miedo.

– Es verdad – intervino Marco – no pienses cosas apresuradas – le dijo al notar que Eva se mordía los labios para evitar llorar.

– No pensé que le molestaría tanto – dijo Eva a media voz mientras caminaban por la arena.

Salieron a la carretera mientras buscaban con la mirada a Camille.

– Tal vez sigue en la playa – dijo Marco al notar la preocupación de Eva.

Justo cuando se regresaban, el teléfono de Marco empezó a sonar.

– ¿Dónde estás? – le preguntó preocupado. Marco asintió un par de veces y luego colgó – uhm – carraspeó – dice que va a llamarte en cuanto pueda, que necesita pensar algunas cosas – dijo despacio, como si las palabras no fueran a herir de esa forma. Error.

Irene rodeó con su brazo a Eva por los hombros, que tenía la mirada fija en el suelo.

– Nos vemos luego – dijo Marco antes de darse la vuelta, que luego se regresó para darle un abrazo a Eva y a Irene – Avísenme cuando lleguen a casa – Irene asintió, tomando a Eva para irse de una vez de allí.

– ¿Qué tanto debe pensar? – se preguntó Eva.

– Ella no ha estado con una chica antes – intentaba explicar Irene – dale su tiempo, sé que va a llamarte pronto y todo se arreglará.

Pero Eva se sentía tan frustrada, enojada, confundida y todos los sinónimos que puedan existir o no, que cuando llegó a su apartamento azotó la puerta. Entró furiosa al baño, se miró al espejo con enojo e intentó calmar su respiración. Irene desde afuera le golpeaba la puerta, pero Eva la había cerrado con seguro. Y golpeó tantas veces la pared con sus puños que rompió a llorar encogiéndose de dolor, abrazándose a sí misma en una esquina con la sangre en sus nudillos. Así era como se sentía, pero el dolor físico nunca se iba a poder comparar con el de su pecho, porque se había enamorado y ahora las espinas que cubrían ese amor le herían la piel desde dentro.

– Eva – suplicaba Irene desde afuera – déjame entrar, por favor.

– Hay una llave en la entrada – dijo en un susurro luego de un rato.

La puerta se abrió despacio y su amiga solo pudo sentarse a su lado y acariciarle la espalda, no le dijo nada, solo se quedó allí en silencio con los sollozos de su amiga de fondo.

Se puso de pie un instante y buscó algunos algodones, agua y alcohol etílico.  Mojó el algodón en el agua para limpiar la sangre primero, que no era tanta.

– Esto si te hace una tonta – dijo señalando sus manos, pero Eva no decía nada.

Luego mojó otro algodón en alcohol y lo pasó sobre los nudillos, provocando un quejido en Eva.

– Te aguantas – le dijo.

Pasaba el algodón despacio y luego soplaba sobre la piel para que no ardiera tanto. Sacó unas banditas y las colocó.

– Hey – dijo levantándole la barbilla para que la mirara – te podrá parecer el fin del mundo, pero no lo es – le explicó.

– Mi enojo es más por mí que por ella – dijo Eva.

– Tú querías intentarlo – dijo sin despegar su mano de la barbilla de su amiga – ¿Recuerdas? – Eva asintió.

Se puso de pie con esfuerzo.

– ¿Vas a ducharte? – preguntó y Eva asintió de nuevo.

Irene la ayudó a desvestirse, encendió la ducha, activó el agua caliente y salió a la cocina. Eva se quedó debajo del agua por varios minutos, con los ojos cerrados, sintiendo como el agua le limpiaba las lágrimas del rostro y la arena de los pies.

Salió envuelta en una toalla de color gris, que le causó un poco de gracia porque de ese color sentía su humor. Entró a su habitación, se puso un suéter color azul cielo dos tallas más grandes que ella, de uno de sus amigos de la universidad y un pantalón holgado que ya se veía desgastado y que le llegaba por encima de las rodillas.

Se metió entre las sábanas que estaban calientes, que contrastaba con lo frío de la habitación y suspiró tan profundo que le dolió y al mismo tiempo, le alivió.

Irene entró a la habitación con una taza humeante en las manos y Eva entreabrió los ojos cuando sintió el peso de su amiga en la cama.

– Preparé un té – le dijo entregándoselo.

– Gracias – y le sonrió por primera vez en ese día.

– Apenas son las 11 de la mañana – dijo Irene mirando su reloj – y ya te pusiste ropa para dormir.

– Es ropa para andar en casa – se excusó Eva después del primer sorbo – ¿Por qué no me dijiste? – preguntó luego de un rato.

– ¿No te dije qué? – dijo Irene confundida.

– Que era así.

– No es lo mismo que alguien te lo explique a que tú lo sientas y aunque te hubiese dicho con lujos y detalles lo que se siente, igual no me habrías hecho caso.

Eva asintió dándole la razón a su amiga. Y poco a poco fue cerrando los ojos, mientras Irene le contaba algo de cualquier cosa para que no pensara en Camille. Y cuando se quedó dormida, Irene salió despacio con la taza vacía en sus manos.

El dolor apenas era el inicio, el amor siempre ha sido letal, pero algunas personas son más fuertes que otras. Y en ese instante, justo antes de cerrar la puerta, Irene miró a Eva y rogó porque ella fuera de las más fuertes.


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Bueno nada que se me acabó el jabón de nuevo.

<3