Serendipia III
Sí, definitivamente ese día iba a morir.
– ¿Crees que debería invitarla de nuevo? – preguntó Eva metiéndose en un par de pantalones oscuros – o solo dejar al aire la idea de una nueva salida – dijo para sí, a pesar de que Irene la veía sentada desde la cama, con las piernas cruzadas.
– Tal vez deberías dejar fluir la cita – le respondió, poniendo cierto énfasis en la palabra “cita” – y solo esperar a ver si ella se ve interesada en volver a verte – dijo pensativa – que estoy segura de que lo estará – afirmó con una sonrisa, contagiando a Eva.
– Tienes demasiada fe en mis habilidades de conquista – dijo Eva – más fe que yo, incluso, que no tengo nada – agregó.
– Ya no empieces con el pesimismo – le dijo Irene enojándose – solo pásala bien, si se da la oportunidad de que se vuelvan a ver, salen, si no, vas a otra entrevista de trabajo y le pides una cita a quien te entreviste – dijo entre fastidiada y divertida, como si fuese lo más fácil del mundo.
– Estas son las cosas que solo suceden una vez cada vida – dijo Eva – estoy nerviosa – apretaba el bolso entre sus manos y miraba a Irene con terror.
Irene se levantó de la cama y la tomó de los hombros con fuerza.
– Haz que sea un día memorable, para ti y para ella, estate tranquila y calmada – le dijo mirándola a los ojos – no estás yendo a la guerra.
– Pero lo parece – dijo Eva cerrando los ojos y respirando – voy camino a mi primera salida con una mujer – repitió una y otra vez mientras caminaba hacia la puerta de su apartamento – una impresionante mujer – agregó ladeando la cabeza.
– Ojalá no sea una tonta – dijo Irene sosteniéndole la puerta – es hermosa y eso, pero, ojalá no sea su única virtud – Eva volvió a mirarla con terror – parece una muchacha inteligente – corrigió riéndose – no te preocupes, mucha suerte – le dijo dándole un beso y un leve empujón.
Eva estaba de pie, petrificada frente al ascensor, en parte esperando que las puertas se abrieran y en parte del terror que la invadía. Era su primera salida con alguien, independientemente de que fuera una cita o no, lo cual era obvio que era una cita en toda regla. Pero Camille tenía su tarjeta de presentación heterosexual, joven y exitosa. Y Eva solo era una chiquilla recién salida de la guardería de la adolescencia, desempleada y con una cantidad considerable de ahorros cuyas cifras iban bajando con el pasar de los días. Durante los minutos que estuvo dentro del ascensor y lo que le llevó de tiempo caminar desde el edificio hasta la parada más cercana, que quedaba justo al frente, Eva solo pudo deducir algo a su favor, que Camille no tenía pareja, porque de lo contrario jamás le hubiese hablado de nuevo. Y eso estaba bien, porque a pesar de que no pretendía una relación amorosa como las que nos enseñan las trilladas películas, si esperaba no tener que comerse la vida con celos innecesarios e inevitables por su adorada rubia, culpable de hacerla sentir cierta competencia con todos aquellos seres que la miraban sin descaro.
Y eso era porque al llegar a la dichosa plaza, inmediatamente reconoció su cabello rubio. Estaba sentada, de piernas cruzadas, leyendo un folleto que seguramente alguien le había dejado. Había escogido un banco en medio de la plaza y todos los que pasaban la miraban, pues llamaba la atención sin hacer ningún gesto o movimiento, solo estar sentada leyendo un simple papel.
Eva se acercó a ella despacio, intentando disimular la poca normalidad con la que latía su corazón. Camille levantó la mirada y le sonrió al verla, cosa que no ayudó a la transparente tranquilidad que quería demostrar Eva.
– Hola – le dijo Camille dándole un beso en la mejilla.
– Llegaste temprano – alcanzó a decir Eva nerviosa.
– Nunca había venido por aquí – le dijo – quería ver el lugar y es increíble.
– Sí, lo es – dijo Eva sin dejar de mirarla – ven, te muestro – carraspeó, saliendo de su repentina hipnosis e indicándole a Camille que se pusiera de pie.
Siguieron el camino de piedra de la plaza, mientras pasaban por negocios, tiendas y museos de fachadas antiguas, diseñados exclusivamente para no desentonar con la energía de antaño que cubría toda esa zona y que, cualquiera que estuviera cerca, podía notar.
– ¿Cómo conoces este lugar? – le preguntó Camille.
– Crecí cerca de aquí – le respondió – y era mi sitio favorito.
– ¿Era? – preguntó realmente interesada.
– Lo sigue siendo – corrigió Eva – tenía mucho tiempo sin venir aquí – respondió pensativa.
Tal vez había sido mala idea llevar a Camille ahí, porque era un lugar muy importante para ella y sentía que estaba abriendo demasiadas cosas de sí misma, muy personales, a alguien que apenas conocía. Siempre pensó que los lugares donde el corazón y el alma son felices, no deben ser compartidos, ya que los recuerdos con otras personas pueden hacer que el lugar pierda la magia y la ilusión de los momentos felices. Veía a Camille de reojo, la veía sonriendo y encantada con todo a su alrededor y creyó que, tal vez, ella pudiese saltarse la regla del egoísmo que ahora la invadía. Con Camille si quería compartir sus sitios favoritos, porque no solo compartía la plaza, sino el negocio de comida hacia donde se dirigían.
– No sé tú – dijo Eva – pero yo quiero comer toda la comida chatarra que pueda hoy – Camille le sonrió asintiendo.
– Creo que saltaré hoy el menú de ensaladas – comentó riéndose.
Eva no pudo evitar mirar el cuerpo de su acompañante, si eso lo había conseguido a base de ensaladas, bendecidas eran.
Ambas entraron al pequeño negocio y se sentaron en una de las mesas de afuera, bajo techo. Eva saludó a todos los trabajadores de aquel local.
– Debo preguntar – dijo Camille mirando a Eva con los brazos apoyados en la mesa.
– Trabajé aquí – le dijo antes de que ella si quiera formulara la pregunta obvia.
– Es muy agradable – comentó Camille mientras miraba el menú – ¿cuánto tiempo trabajaste aquí? – Preguntó con curiosidad – no estaba en tu hoja de vida.
Eva rio – no me pareció necesario colocarlo – dijo – y no se durante cuánto tiempo trabajé, lo hice mientras estudiaba – continuó haciendo cálculos mentales – tal vez cuatro años – dijo al fin – lo dejé cuando me gradué.
Camille asentía mientras la miraba – ¿Trabajabas porque querías o porque lo necesitabas? – preguntó cuidadosamente, sabiendo que entraba en terreno personal y se lamentó a los dos segundos, pues sintió que estaba indagando cosas que no debía.
– porque quería – respondió Eva tranquila – me gusta comprar cosas, me gusta darme ciertos gustos, así que trabajaba para eso, no quería que me negaran algo sabiendo que podía trabajar duro para obtenerlo – confesó – tampoco pretendía ser una niña malcriada, así que prefería conseguir mis cosas sin tener que pedirle a nadie – dijo con una sonrisa.
– Muy madura para tener 21 años – dijo Camille. Eva se encogió de hombros.
– ¿Qué edad tienes tú? – preguntó Eva con los brazos entre sus piernas. Si normalmente parecía una niña, en esa postura lo parecía aún más.
– Es una pregunta trillada – dijo Camille con una sonrisa – intenta adivinar.
– Eso es ya meterse en terreno peligroso – dijo Eva de inmediato – no me hagas adivinar cuando es sencillo que me digas el número – Camille rio con ganas.
– Cortos 25 – dijo luego de un rato, tomando agua de la copa que le habían servido a ambas.
Si bien a Eva no le importaba la edad, le alivió que fuera menos de lo que esperaba.
– Parece como si ese número te hubiera quitado un peso de encima – dijo Camille – sabes que no me gustan las chicas ¿cierto? – preguntó con ese tono de preocupación que a Eva le irritaba en las personas. Como si quisieran suavizar las oraciones de esa forma, que de igual manera dolía. Eva estaba notoriamente incómoda, se llevó los dedos hacia el flequillo, peinándose hacia atrás.
– Y tú sabes que no te pediré que te cases conmigo – dijo sin sonreír. Si estaba feliz de haber salido con aquella rubia, evidentemente ya no lo estaba.
El comentario estaba de más, aunque para Eva fue necesario, para que pausara sus emociones y viera el contraste del ya merecido rechazo por parte de Camille, serían amigas y nada más. Posiblemente no hubiera una segunda salida, aunque ya para entonces Eva deseara verla a diario. Su enojo se disipó cuando pusieron frente a ella una hamburguesa doble, con el queso derretido, creando una sonrisa en su cara digna de fotografiar, la cual iba aumentando mientras agarraba con sus manos aquella exquisitez.
Eva no lo notó, pero Camille la miraba con la curiosidad que tenían los niños cuando veían a otro niño jugando y divirtiéndose con algo. La miraba como si quisiera estar más cerca de ella, como si quisiera compartir la felicidad que invadía a su acompañante. Camille pestañeo varias veces cuando pusieron frente a ella una pizza de tamaño mediano y dos bebidas. El hambre la distrajo de la confusión que empezaba a desplazarse por su mente y, al cabo de cinco minutos, ya comía con ganas y gustosa de haber roto su dieta a base de ensaladas ese día.
– Oye – dijo Eva yendo por su segunda hamburguesa – no sabía que tu empresa daba vacaciones – comentó riendo, contagiando a Camille.
– Tiene mala fama en ese aspecto, ya sé – dijo Camille limpiando su boca – pero por cada dos meses de trabajo ofrecen una semana libre, no son vacaciones como tal – explicó – y se puede elegir cuál semana del mes, que corre luego de los dos meses de trabajo, quieres libres – dijo viendo a Eva asentir luego de dar un bocado gigante a su hamburguesa – no te apenas comiendo – agregó viendo a Eva comer.
Eva rio e intentó tragar rápido, luego de beber medio vaso, haciendo señas para que se lo llenaran de nuevo – tengo hambre y no estoy almorzando con mi futura esposa – dijo entre risas – no tengo que tener buenos modales – agregó – o mejor dicho: fingidos buenos modales, me gusta comer con libertad – corrigió.
La verdad es que si se apenó al escuchar a Camille decir aquello, pero tenía mucha hambre y la comida estaba deliciosa. Además, Camille tampoco era una princesa comiendo, intentaba disimuladamente no chuparse los dedos y se reía para sí misma y para no apenarla, no como había hecho con ella.
– No te juzgo – dijo entre risas la rubia – deberíamos venir otro día.
Eva sonrió de nuevo para sí misma, entonces si habría una segunda salida.
– Espera que pruebes los helados – dijo con renovada alegría – te vas a sentir en el cielo.
Le hizo señas a un chico y con una sonrisa le pidió dos helados. Ahora ambas parecían estar en la misma página de edad mental, riéndose como si se conocieran de toda la vida.
– Apenas cumplí los 18 años me fui de mi casa – decía Camille – a los pocos meses mi hermano se vino a vivir conmigo, así que solo somos los dos en casa.
– ¿Y por qué te fuiste? – preguntó Eva.
– Libertad – fue la respuesta – y ahora, como verás, responsabilidad – dijo – mi familia era un poco disfuncional, la verdad es que no hubo diferencia con respecto al trato de nuestra familia con nosotros, era como si no existiéramos para ellos, creo que incluso tardaron un buen tiempo en darse cuenta de que nos habíamos ido – dijo entre risas.
Eva notó que Camille venía de una familia extraña, pero por alguna razón la rubia no quería entrar en detalles en ese aspecto y tal vez no era necesario. Creyó que había cosas del pasado que las personas prefieren no exponer, porque ya son cosas que han sido superados y no establece ningún bien traerlas de nuevo al presente, además que Camille no parecía afectada por esos sucesos, por lo que se conformó con su respuesta.
– ¿Tú tienes hermanos? – preguntó Camille.
– No, soy hija única – dijo comiendo su helado – aunque tengo algunos primos que son como hermanos, se criaron prácticamente en mi casa, así que no es como si haya gozado de la dicha de “todo para la hija única” – agregó divertida – tampoco lo quería.
– De verdad que me sorprende lo madura que eres – dijo Camille – con esa cara de niña engañas a cualquiera – Eva se rio a carcajadas.
– No sé qué decirte – dijo entre risas – he visto mundo – agregó divertida, haciendo reír a Camille.
El teléfono de Eva empezó a sonar y limpiando los restos de helado de su boca con una servilleta contestó.
– ¿qué pasa cariño? – Le preguntó a Irene – ¿Cómo que una fiesta? – preguntó confundida – estoy con Camille – y le costó contener la risa cuando Irene le hizo un comentario tan fuera de lugar que no era necesario repetirlo, así que solo se mordió los labios para disimular – Vale, sí, cálmate – dijo y colgó.
– ¿Está todo bien? – le preguntó Camille, Eva solo resopló.
– Era mi amiga Irene – dijo y Camille asintió – dice que llegaron unos amigos a su casa – le explicó mientras miraba la hora en su teléfono – parece que de improvisto – continuó – y quiere que esté allá.
– Entiendo – dijo Camille, sacando su tarjeta de su cartera.
– ¿Qué estás haciendo? – Dijo riendo al verla – ni creas que vas a pagar por todo esto.
Camille se puso de pie y, de inmediato, Eva la rodeó por la cintura e hizo que se sentara de nuevo, disimulando ante los demás clientes. Tomó la tarjeta de Camille y se sentó en su silla de nuevo.
– La próxima pagaré yo – dijo Camille fingiendo enojo.
– Si me invitas, por supuesto – afirmó Eva – yo te invité aquí, así que yo pago.
– Esto tampoco me había pasado antes – dijo recordando la frase que le había dicho a Eva en su oficina.
Y mientras el chico que les había llevado la cuenta, se había llevado de igual manera, la tarjeta de Eva, esta le preguntó a Camille – ¿quieres acompañarme? – La rubia que había bajado la vista a su cartera para guardar su tarjeta, la levantó y sus ojos se clavaron en los de Eva.
– ¿A casa de tu amiga? – preguntó. Eva asintió.
Parecía pensarlo, le agradaba la buena compañía y tenía que admitir que la había pasado bien con Eva.
– Claro, me encantaría – le respondió. Y eso bastó para darle una sonrisa a Eva que le duró todo el camino hacia la casa de Irene.
– Si me hubieses dicho que era tan lejos… – se quejó Camille en el bus.
– No hubieses venido, ya lo sé – terminó de decir Eva – por eso no te lo dije – y se echó a reír con ganas.
– ¿Tu amiga vive fuera de la ciudad? – preguntó incrédula, al ver que dejaban atrás los edificios, pues no creía que a alguien tan joven le agradara la vida en el campo.
– Sí – afirmó Eva – pero se mudará pronto – le explicó – demasiada tranquilidad para ella – dijo haciendo reír a Camille – ¿no te gusta este tipo de tranquilidad? – le preguntó con curiosidad.
– Me gusta para pasar un fin de semana – le dijo – no para vivir – y Eva le dio la razón.
– La ciudad, a pesar de ser tan egoístamente absorbente, proporciona comodidades más modernas – reafirmó Eva – no será un fin de semana, porque apenas es lunes, pero la pasarás bien, ya verás – para entonces ya estaban llegando a su destino y el sol brillaba con fuerza a apenas cuatro y treinta de la tarde.
– ¿Vive sola? – preguntó Camille luego de un rato de silencio.
– Sí, su decisión de venirse a vivir aquí fue por un rompimiento – le contó Eva sin entrar en detalles.
– ¿y tú? – volvió a preguntar Camille.
– ¿Yo qué? – preguntó distraída.
– ¿Vives con alguien? – preguntó de nuevo empezando a desesperarse.
– No – respondió confundida, pues no sabía si ya se lo había mencionado antes o no.
– ¿Y estás con alguien? – preguntó una vez más.
Eva la miró con confusión en el rostro – no – dijo como si la respuesta fuese lo más obvio del mundo, sin embargo, Camille solo repitió ese “ahh” del encuentro en el supermercado.
Al entrar en la casa de Irene, las recibió el sonido envolvente de Worth It de Fifth Harmony.
– Me encantan esa canción – dijo Camille en una explosión de alegría, mientras empezaba a bailar, causando sorpresa en Eva, quien reía de verla tan emocionada.
– ¿Harmonizer? – preguntó y Camille asintió mientras recomponía la compostura, parecía tener seis años en ese momento.
Eva saludó a todos sus conocidos, mientras le presentaba a Camille a cada uno. Llegó donde Irene que bailaba Sledgehammer en ese momento, con un vaso en la mano, levantada hacia el cielo. Y para que Irene hubiese puesto su lista de reproducción de Fifth Harmony era porque ya estaba un poco ebria.
Al notar que Camille se quedaba con Irene bailando, decidió dar una vuelta y conversar con sus amigos a quienes no veía desde hace algún tiempo.
No podía evitar mirar a Camille, movía su cuerpo de forma tan sensual que Eva sentía sudores fríos en el cuerpo e intentó distraerse tomando una cerveza, mientras se reía de un chiste que acababan de contar, pero entonces Camille la miró y le guiño un ojo con Work from home de fondo y Eva pensó que iba a derretirse en ese mismo instante, mordió el vaso que aún lo tenía entre los dientes y luego le dedicó una sonrisa, al mismo tiempo que fingía estar concentrada en la conversación.
Camille le enviaba señales confusas y Eva luchaba por no hacerse ideas erróneas, empezaba a tomar demasiado y luego paraba, porque no quería que ella pensara que era una imbécil ebria, así que cuando sentía marearse dejaba las cervezas, bailaba un rato y luego tomaba otra. Pero cuando Irene y Camille se acercaron a Eva y empezaron a bailarle sensualmente creyó que hasta ese día iba a vivir. Sobre todo porque Irene sabía la situación y hacía que Camille le bailara a su amiga mientras ella se alejaba de a poco y Eva no podía dejar de mirar cómo se movía, ni como le acariciaba la cara, pensando que en cualquier momento y por culpa del alcohol la iba a besar. Fue cuando por primera vez, desde que la vio, deseó e imaginó a esa preciosa rubia besándola hasta el cansancio.
Sí, definitivamente ese día iba a morir.
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He estado estresada porque se me había acabado el jabón y no conseguía, sino hubiese subido esto antes.
PD: Ya conseguí :D
<3