Serendipia II
Heterosexual o no, es un bombón
Eva despertó en el cuarto de huéspedes de la casa de Irene. Esta ya estaba despierta y tarareaba una canción mientras limpiaba la cocina.
– Ya hasta pareces una ama de casa – dijo Eva llegando hasta donde estaba su amiga.
– Considerando que vivo sola y que no tengo para pagarle a alguien que limpie mi casa – dijo sin dejar sus quehaceres – no lo parezco, lo soy – añadió entre risas.
– Bueno, yo tengo que comprar algunas cosas – dijo – ¿quieres acompañarme? – le preguntó.
– Me haría bien despejarme un poco – dijo pensativa – he estado tres días limpiando, es como si la casa creciera – agregó.
– Debiste buscar un apartamento – dijo Eva – como el mío.
– Tienes razón – dijo resoplando – necesito el ruido y estrés de la ciudad.
Eva rio.
– Compremos unas grasientas empanadas de camino al super – dijo Eva hambrienta.
– Sí, también eso necesito – dijo Irene mientras se iba rápido a su habitación – me cambio y nos vamos – le dijo antes de desaparecer detrás de la puerta.
Irene era tres años mayor que Eva, era una chica de ciudad cuando ambas se conocieron, pero tras la pérdida del amor de toda la vida de Irene, ésta había decidido recluirse en una burbuja invisible en el campo, donde pudiera tener el mínimo contacto con la sociedad. Pero ya había pasado un año desde ese acontecimiento y se sentía agobiada y oprimida por la soledad, de no ser por Eva, que la visitaba de vez en cuando, se hubiese vuelto loca los primeros dos meses. Por eso, cuando Eva mencionó la idea de irse a vivir de nuevo a la ciudad, sintió por primera vez, que eso era lo correcto, que ya era hora de soltar su pasado.
All i ever wanted sonaba en el reproductor de Eva mientras iba en el bus junto a Irene. Se sentía, por alguna extraña razón, cansada. Pero no era un cansancio físico, ni mental, más bien emocional. Se hacía demasiadas preguntas viendo la carretera pasar a través de la ventana y el cielo corriendo a su lado, gritándole que el tiempo iba demasiado rápido y que todas las cosas que había deseado de pequeña se estaban desvaneciendo sin haberlas tenido nunca. Deslizaba su dedo índice por su labio inferior y luego apretaba su sien con el pulgar y el índice, con la mirada seria miraba a los demás pasajeros, imaginaba cómo serían sus vidas, como siempre solía hacer. Imaginaba en qué trabajarían y si tenían tantos problemas existenciales como ella. O si estaban tan preocupados por el futuro, como ella lo estaba en ese momento. Su reproductor siguió con Six degrees of separation y su pechó se hundió más en ella.
A veces nos duele el hecho de no haber sentido nunca dolor. Eva era como un robot que nunca había sentido cosas demasiado fuertes por nada ni nadie, a ella nunca le habían roto el corazón, nunca había llorado por alguien ni de tristeza ni de felicidad y eso la aplastó por completo. Porque se sentía muerta por dentro, demasiado neutra. Y entendió que hubiese preferido enamorarse y sufrir a no sentir absolutamente nada.
Con If you could see me now el autobús se detuvo, ambas se levantaron y bajaron. Eva bajó un poco el volumen de la música para escuchar a su amiga que le decía algo, pero de igual forma no le entendió o no la escuchó, porque su cerebro en ese momento se había quedado en pausa, se había apagado por completo, porque justo en ese instante Camille iba entrando al supermercado donde se dirigía Eva con Irene. Se quedó de piedra, temblando de pies a cabeza.
– ¿Qué te pasa? – Le preguntó Irene – Eva – volvió a decir poniéndose frente a ella – Hey – dijo dándole un leve empujón.
Eva la miró estupefacta.
– ¿Estás bien? – Preguntó de nuevo Irene – estás pálida – dijo poniendo su mano en la frente de Eva.
– Es ella, está ahí – logró decir Eva – no quiero que me vea – dijo caminando con rapidez lejos del supermercado.
– ¿De quién hablas? – Irene estaba demasiado confundida – no seas idiota y ven para acá – dijo halándola del brazo.
– No, no quiero – dijo Eva endureciendo todos sus músculos.
– No seas infantil y vamos – le dijo Irene enojada – ¿A quién acabas de ver? Que se te fue toda la sangre de la cara.
– Es Camille, la mujer de la entrevista – dijo Eva intentando morderse las uñas, pero Irene no la dejaba, porque odiaba ese hábito.
– ¿En dónde? – preguntó elevando la voz, drásticamente interesada.
– Acaba de entrar – le respondió Eva mirando hacia el sitio – y baja la voz, por favor – le regañó.
– Vamos a entrar, muéstramela – dijo Irene emocionada.
La arrastró a la fuerza mientras Eva sollozaba. Entraron como si nada.
– Eva por Dios, levanta la cara y dime quién es – dijo Irene al notar que Eva estaba mirando hacia el piso con cara de tragedia.
Pero Eva no la vio, así que se dispuso a caminar e intentar hacer sus compras con tranquilidad. Aun así temblaba como si tuviera frío, por otra parte, Irene se divertía con la situación.
Tomaron un carrito y fueron al pasillo donde estaba el paraíso para ambas: galletas, chocolates, cereales, dulces por montón. Eva se tranquilizó y empezó a ver los estantes y de vez en cuando agarraba más de dos paquetes de lo que se antojaba, porque nunca compraba un paquete de ninguna cosa.
– Vas a rodar Eva – le decía Irene – vas a rodar dentro de poco.
– Es mi dinero, es mi cuerpo, así que compro lo que quiero y como lo que me apetezca – le dijo provocando risas entre ambas.
Empujó su carrito con fuerza para seguir avanzando y no se percató de que chocaba estrepitosamente con otro. Se disculpó mientras Irene se carcajeaba detrás de ella, Eva sentía que iba a explotar en cualquier momento, cuando notó a la rubia delante de ella.
– Hola – la saludó Camille – Eva ¿no? – preguntó.
Eva quería que se la tragara la tierra.
– Hola – dijo mientras asentía en respuesta a la estúpida pregunta.
Irene se dio cuenta de quién era al notar la estupefacción de su amiga, su cara roja y la tensión en el ambiente.
– Hola – saludó de forma efusiva Irene – Soy Irene, un gusto – se auto presentó tendiéndole la mano a la rubia.
– Camille, igualmente – dijo la rubia con una sonrisa a lo que Irene asintió, pues obviamente ya sabía quién era – nunca te había visto por aquí – dijo mirando de nuevo a Eva, que aún estaba petrificada – ¿vives por aquí cerca? – le preguntó.
Era demasiada extraña la amabilidad de Camille y temía que en cualquier momento aludiera al tema de la salida cuya respuesta aún estaba en el aire.
– No – respondió Irene al notar que su amiga se había quedado idiota – es que se quedó en mi casa y pues, este super es el que nos quedaba más cerca – Eva vive en la ciudad.
Camille asintió con un “ahh” poco convincente.
– Y no somos pareja – volvió a intervenir Irene, porque nadie decía nada. Eva giró la cabeza con brusquedad mirando a su miga que no entendía que rayos estaba haciendo – somos amigas, por lo que aún está disponible por si quieres aceptar su salida – y para eso estaban los amigos, para hacerte pasar vergüenza de esa forma. Eva apretó la barra del carrito con fuerza, con la cara hecha un tomate.
– Ya nos tenemos que ir – dijo apresurada Eva por primera vez – Fue un gusto verte – y caminó, casi corrió hacia la caja a pagar dejando a Irene detrás. Cuando esta se acercó a Eva le susurró un “te odio” pesado causando una carcajada en su amiga.
– Me lo vas a agradecer – le dijo en un susurro también.
Al salir optaron por tomar un taxi y sin permiso de Eva, aunque no lo necesitaba, Irene decidió quedarse en el apartamento de su amiga.
– Es que no le viste la cara de felicidad que tenía al verte – le explicaba Irene – va a llamarte, estoy segura.
– Me acabas de hacer pasar la peor vergüenza de mi vida Irene – le reprochó Eva.
– Tú qué vas a saber – le dijo Irene – si estabas toda idiota sin saber hablar y en shock – le regañó – ella no dejaba de verte.
– Es que estás más ilusa que yo – le dijo Eva – Camille es completamente heterosexual.
– Heterosexual o no, es un bombón – dijo Irene mirando por la ventana – si no te llama vendremos todos los días a este lugar hasta que la vuelvas a ver y le pides su número – le afirmó como si no tuviera más opción – si ese bombón no va hacia ti, tú irás hacia el bombón – agregó entre risas.
– Voy a parecer una acosadora – dijo Eva preocupada.
– Es romántico – la corrigió Irene – te digo que por lo que vi, estoy casi segura de que va a llamarte, se le veía la curiosidad en los ojos y tú no estás nada mal cariño – dijo intentando animar a Eva – la curiosidad va a poder más que ella.
Eva rio por el comentario, deseando que así fuera, porque aun con la vergüenza en la piel y el color rojo en las mejillas, le había agradado verla de nuevo. Se mordió los labios y sonrió para sí.
Ambas habían cenado ya. Era de noche y la luna se dejaba ver por la ventana de sala. Irene estaba sentada en el sofá frente a la televisión mientras devoraba una bolsa de frituras. Eva, por su parte, se había acostado en el sofá que estaba pegado a la ventana del apartamento, miraba el cielo sin mostrar ninguna emoción en el rostro. Sus manos se cruzaban sobre su vientre y respiraba despacio. La luz del televisor pestañeaba frecuentemente, con el volumen bajo porque a ninguna de las dos les gustaba el ruido. Sin embargo, una pequeña luz desentonaba con el resto. Eva miró hacia la mesita de la sala donde estaba su teléfono con la luz encendida, pues siempre lo llevaba en modo silencio y, de vez en cuando, en modo vibrar.
Inclinó su cuerpo y se estiró para tomar el teléfono sin tener que levantarse. Entrecerró los ojos por la molesta luz y vio un mensaje nuevo de un número desconocido.
Eran cerca de las 11 de la noche cuando el corazón de Eva empezó a latir como si estuviese corriendo un maratón.
Ha sido agradable verte – era lo único que decía el mensaje, una simple oración que había puesto patas arriba el cerebro de Eva y todo, en general.
Miró hacia la sala y vio a Irene concentrada en su programa, por lo que decidió batallar esa guerra sola, sin querer que pasara algo parecido a lo que había sucedido temprano.
Se sentó en el mueble, tomando el teléfono con ambas manos sin saber que decir. Las dudas llegaron y optó por hacer una simple pregunta.
Camille? – con eso bastaba, solo para estar segura. Oprimió el botón de enviar y se apretó la camisa en un puño que concentraba incertidumbre y nerviosismo.
Te encontraste a alguien más hoy, señorita popular? – fue la respuesta a los dos minutos. Los dos minutos más largos de la vida de Eva, pero le sacó una sonrisa enorme. Se volvió a apretujar en el sofá.
No, lo siento, solo era para salir de dudas. Cómo estás? - le pareció que era un mensaje decente así que lo envió.
Bien, muy bien, gracias. Puedo llamarte? – la respuesta casi hace que le diera un infarto a Eva.
– Por supuesto que me puedes llamar – dijo Eva en voz alta mordiéndose los labios luego.
Esas simples preguntas siempre nos tuercen el alma de ansiedad y nervios, sobre todo cuando vienen de parte de la persona que te gusta.
Claro – fue lo único que respondió Eva, simple y conciso.
Eva quedó con el teléfono en ambas manos, mirando la pantalla hipnotizada, cuyo fondo era una imagen de Lexa, pero a la que en esos momentos solo miraba por mirar, esperando la llamada de una mujer que si existía en el mundo real y no en una serie de televisión.
El teléfono se iluminó, sin sonar, con la llamada entrante de un número desconocido que ya Eva conocía. Su corazón empezó a latir y con toda la valentía del universo concentrada en ella contestó la dichosa llamada.
– Hola – dijo de forma casual, quizás demasiado actuado, demasiado forzado, puesto que por dentro se derretía de nervios.
– Hola – dijo Camille.
Hubo un minuto de silencio muy incómodo para ambas.
– Sabes que cuando una persona llama a otra por teléfono es para hablar – dijo Eva sintiéndose más relajada. Escuchó a Camille reírse del otro lado.
– Pensé mucho para enviarte un mensaje y más para preguntarte si te podía llamar – le confesó la rubia.
– Para eso te dejé mi número – dijo con una sonrisa – ya ves como si soy buena persona.
Camille volvió a reír.
– Me doy cuenta – le dijo – ¿cómo has estado? – le preguntó.
Una pregunta trillada y rebuscada, pero Camille de verdad quería saber cómo estaba Eva y no solo buscaba rellenar los segundos de silencio.
– Un poco aburrida la verdad – le respondió Eva – el día ha estado nublado y la noche más, es difícil querer salir así – Camille le dio la razón.
– Uhm – dijo la rubia y carraspeó – tal vez – dijo despacio – cuando el cielo deje de estar nublado – agregó como si estuviera eligiendo las palabras de un diccionario y tardara tanto en pronunciar por estar pasando las páginas – podríamos salir a algún lado.
Eva sintió desmayarse, morirse y volver a vivir.
– Sería genial – dijo intentando no sonar demasiado emocionada, ni demasiado desinteresada - ¿cuándo estás libre? – le preguntó, esforzándose muchísimo por no soltar el teléfono y saltar de alegría.
–Estoy libre esta semana completa – le dijo Camille – ya tienes mi número, puedes llamarme.
– ¿A dónde te gustaría ir? – le preguntó Eva, se sentía demasiado bien lo que pasaba ahora. Ella y Camille planificando una salida, juntas, no sabía si eso se consideraba una cita, pero decidió de inmediato no enredarse con ese tipo de cosas, pues ya había conseguido que Camille aceptara salir con ella.
– No lo sé – respondió la rubia pensando – sorpréndeme – Eva imaginó que sonreía en ese instante y su cerebro se puso a trabajar a mil por hora.
– ¿Te parece si vamos a almorzar mañana? – preguntó dudosa, no quería que fuese algo simple, a pesar de que no tenía idea de a dónde iba todo el asunto, creyó que un almuerzo sería algo casual entre dos personas.
– Claro, me gustaría – respondió Camille de inmediato – ¿Dónde?
– Hay un restaurante increíble en la plaza central, donde están los mini museos – le explicó Eva a la rubia.
– Puedo esperarte en la plaza, allí hay un montón de sitios para comer – le respondió Camille con entusiasmo.
– Me parece bien, nos vemos allá entonces – dijo Eva, no queriendo decirlo realmente, pues no quería finalizar la llamada, pero sentía que no había nada más que decir.
– Hasta mañana, que tengas linda noche – se despidió Camille.
Cuando Eva colgó, un grito le arrancó los tímpanos. Con la cara de espanto vio a Irene a su lado chillando como una niña. Ensimismada en su conversación no se dio cuenta de que Irene había dejado su lugar frente a la televisión y había escuchado toda la conversación.
– No-lo-pudo-creer – dijo separando cada palabra haciendo énfasis en cada una – ¡TE LO DIJE! – le gritó de emoción.
– Por Dios no grites – le reclamó Eva.
– Estoy tan emocionada por ti – dijo Irene ignorando el comentario de Eva – ¡tendrás una cita!
– No es una cita – le corrigió Eva.
– No seas ingenua, claro que sí – le dijo su amiga – ella dirá y gritará su heterosexualidad cada vez que intentes algo, pero es obvio que es una cita.
– No lo es, solo es una salida, entre dos personas – dijo Eva pensando cada palabra porque era evidente que se trataba de una cita – no es una cita – dijo sin embargo, contradiciéndose a sí misma.
Eva tenía 21 años y su primera salida significativa con una mujer un poco mayor que ella y heterosexual. El chiste se escribía solo y, por primera vez, Eva se sintió diminuta, como una niña, asustada y sin saber qué iba a hacer exactamente, pues su experiencia en ese tipo de cosas era totalmente nula. Irene leyó su mente al instante.
– Solo relájate – le dijo – eres una persona divertida, la hiciste reír, prepara temas de conversación, pregúntale cosas, interésate en ella – le aconsejó.
– Estoy interesada en ella – afirmó Eva.
– Lo sé, criatura – dijo Irene riendo – que no te intimide el hecho de que es un poco mayor, tú eres una persona madura y muy inteligente, la pasarán genial – y Eva le creyó, porque hasta entonces todo había salido como ella había dicho.
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