Serendipia I

Que dulce son las casualidades, cuando se encuentra lo que no se buscaba, pero se necesitaba.

Eva era una muchacha introvertida, de escasos 21 años y unas ganas imparables de salir adelante por su propia cuenta.

Había conseguido una entrevista de trabajo para el puesto de asistente de imagen de una empresa privada y estaba sentada en un sillón enorme con otras tres personas.

Hundida como estaba, se sentía en una tierra de gigantes. Inexperta, recién graduada y con muchos nervios. Estaba en una jungla y no era un depredador precisamente.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando una increíble y despampanante rubia entró por el pasillo. Su quijada cayó al piso y empezó a sudar frío. La rubia ni siquiera había volteado a mirar a nadie.

Si esa es la mujer que nos va a entrevistar, mejor me desmayo desde ya . Fue lo único que pensó Eva.

Intentó tranquilizarse mientras pasaba la primera persona. Supuso que tenía unos 30 años, que estaba casado y que tenía hijos. Desvió su nerviosismo imaginando a aquel hombre con su familia un domingo por la tarde. Su mirada fue a la siguiente, parecía una señora mayor, madre soltera quizás, tal vez necesitaba el trabajo más que ningún otro en esa sala. Pero ella también lo necesitaba y era un defecto que tenía, siempre pensaba que los demás merecían las cosas que ella necesitaba. Esta vez su mirada no fue a parar a ninguna parte, porque era la siguiente.

Tomó un respiro profundo y se puso de pie. Contó los pasos desde la sala hasta la oficina y los segundos que le llevó poner la mano en el pomo de la puerta.

Su primera impresión fue el agradable aroma a frutas dulces, el sonido del aire acondicionado y el enorme ventanal que enmarcaba una vista impresionante. Detrás del escritorio estaba ella, se había recogido el cabello y se había puesto unos lentes de pasta. Era preciosa.

La rubia la miró de pies a cabeza antes de invitarla a sentarse.

– Responderás algunas preguntas sobre cómo actuarías en diferentes situaciones comunes – dijo la rubia abriendo una carpeta – es obvio que no tienes experiencias – agregó mirando la hoja de vida de Eva – ¿Qué haces aquí? – preguntó.

Eva la miró confundida – adquiriendo experiencia – contestó – ¿De qué otra forma si no? – la rubia no la quería allí, era obvio. Levantó una ceja y prosiguió.

– Tienes un montón de cursos que no tienen nada que ver con el puesto – dijo entrelazando sus manos sobre la mesa.

– ¿Cuál es tu nombre? – preguntó Eva, desconcertando a la rubia.

– No me hagas perder el tiempo, niña – dijo la rubia cerrando la carpeta y dando por finalizada la entrevista.

– No es cuestión de hacerte perder el tiempo – se aventuró a decir Eva – es cuestión de educación.

La rubia volvió a levantar una ceja, incrédula.

– Mi nombre es Camille – dijo tras una pausa – ¿Estás consciente de que el trabajo no será tuyo? – preguntó, descansando su espalda en la silla.

– Sí, claro – dijo decepcionada.

Se puso de pie y se dispuso a salir. No entendió por qué lo hizo o qué la impulsó, porque nunca antes había hecho algo parecido. Se dio la vuelta y se plantó delante del escritorio de nuevo.

Camille no le había quitado la vista de encima.

– ¿Puedo hacerte una pregunta? – dijo Eva titubeando.

– Adelante – dijo Camille a la expectativa.

– ¿Te gustaría salir algún día? – las palabras salieron de la boca de Eva en cámara lenta. Notó el cambio de expresión en el rostro de Camille y su gesto de sorpresa. Miraba a Eva desde su silla y sentía como si quisiera leerle el pensamiento.

– Yo… – dijo por fin bajando la mirada a los papeles en el escritorio – no me van las chicas – Eva creyó ver suavizarse la mirada de Camille – y eres una niña, además – agregó con dureza.

– En primer lugar – se defendió Eva – te estoy pidiendo una salida, n que te cases conmigo – Camille volvió a levantar la ceja – y en segundo lugar – continuó – tengo 21 años – finalizó y se cruzó de brazos. Camille sonrió por primera vez – ¿te divierto? – preguntó Eva incrédula.

– Te juro que es la primera vez que me pasa esto – dijo Camille reacomodando las cosas en su escritorio – y es un poco inapropiado – agregó.

– Sería exactamente igual si lo hiciera en otro sitio – dijo Eva – de igual forma hubieras llamado mi atención – confesó y se sonrojó al instante. Camille volvió a reír – quiero decir – corrigió Eva – igual no me darás el trabajo.

En ese instante llamaron a la puerta, pero ninguna se movió.

– Tienes mi número ahí – dijo Eva un poco fastidiada – soy muy agradable – añadió dándose la vuelta para salir – y no soy tan niña – admitió, sacándole otra sonrisa a Camille que no vio.

Mientras entraba a la oficina la última persona por entrevistar, Camille dobló la hoja de vida de Eva y la guardó en su cartera.

Suspiró de alivio al salir, recapituló todo lo sucedido dentro de esa oficina y fue incapaz de creer lo que había hecho.

Durante sus 21 años no había sido capaz de pedirle a alguien salir, era demasiado tímida para eso y ahora acababa de hacerlo, aunque probablemente Camille nunca la llamaría, se sentía bien al haber hecho algo nuevo y que creía imposible.

Con ese sentimiento de realización personal, salió del edificio. No tenía ánimos de ir a su apartamento, así que marcó el número de su mejor amiga.

– Estoy urgida de un café – dijo Eva al escuchar el típico aló desde el otro lado del teléfono.

– Estás urgida de demasiadas cosas – dijo la chica.

– ¡Irene! – exclamó Eva poniéndose roja como un tomate – vamos a vernos, por favor – le suplicó.

– Espero que sean buenas noticias – dijo Irene, suponiendo que la urgencia era para contarle algo.

– Voy en camino a tu casa – dijo Eva, dándole un sonoro beso al teléfono y tomando un taxi.

Irene vivía en una casa de campo en las afueras de la ciudad, gustosa de la tranquilidad que ofrecía la vida rural.

Eva entró como si se tratase de su propia casa, y lo era en parte, porque disponía de ella cuando quería.

El olor a café, al cruzar la puerta, le llenó los pulmones.

– Parece que alguien tiene un nuevo trabajo – dijo Irene saliendo de la cocina a recibir a Eva.

– En lo absoluto – dijo Eva echándose en el sillón de la sala – no me lo han dado, lo cual era evidente – agregó suspirando.

– Vale – dijo Irene confundida – ¿Qué ha pasado entonces? – preguntó.

– La entrevistadora – dijo con una sonrisa. Irene puso los ojos en blanco.

– ¿Qué hablamos sobre esto Eva? – dijo.

– Ya sé, pero esta vez es diferente – dijo Eva con la misma sonrisa.

– ¿Y es diferente por…? – preguntó Irene al notar que Eva no terminaba la frase.

– La he invitado a salir – soltó Eva mientras veía la cara de sorpresa de su amiga.

– A ver – empezó Irene – tú… le pediste a una mujer que saliera contigo – dijo mientras Eva asentía – tú… – agregó procesando la información.

– ¿Por qué te sorprende tanto? – preguntó Eva.

– Porque la última vez que intentaste algo así, caíste desmayada en medio del patio del colegio – dijo Irene entre risas.

– No había desayunado ese día – se excusó Eva – la cuestión es que lo hice.

– ¿Y qué te dijo? – preguntó curiosa.

Eva frunció el ceño.

– ¿Te dijo que no? – Eva negó con la cabeza.

– ¿Te dijo que sí? – dijo Irene más sorprendida aún.

Eva la miró con el ceño fruncido – tampoco.

– Entonces estoy confundida – dijo Irene hundiéndose en el sillón.

– Le dije que me llamara – dijo Eva – porque nos interrumpieron, creo que si hubiese podido hablar un poco más con ella tendría mi cita asegurada – agregó – de igual forma me dejó muy claro que no le iban las mujeres y menos una niña como yo – concluyó imitando la voz de Camille.

Irene estalló en risas.

– Es que tienes cara de quinceañera, pobre mujer – dijo entre risas.

– Deja de burlarte – dijo Eva intentando no reírse.

– No te ilusiones ¿está bien? – le dijo Irene.

– ¿Crees que me llame? – preguntó pensativa.

– Eres una quinceañera increíble – dijo Irene – ella se lo perdería si no – y ambas rieron.

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