Seré tu esclavo (II)
Después de una larga semana se produce el reencuentro. La vida sexual de Miguel ha dado un gran vuelco.
CAPITULO 2
Efectivamente, fue una semana muy larga. Sobre todo los primeros días de ésta. Me costaba estar concentrado en mi trabajo y dormir por las noches, teniendo en cuenta que además había decidido no hacerme más pajas, pues quería estar bien caliente para el domingo. Llevaba mucho tiempo sin hacer deporte pero fue un buen remedio el salir a correr un rato por la tarde para ir cansado a la cama. Aunque mi estado mejoró seguía pensando en él y en todo aquello que ocurrió, y mientras lo hacía me asaltaba siempre la misma idea: y si no aparece. El sábado ya lo tenía claro, si a las 11:00 no aparecía, lo esperaría, por supuesto, un buen rato además, pero luego tomaría rumbo al cine para buscar a otro que me bajara la calentura.
Como tenía el horario ya tomado, el domingo por la mañana me levanté temprano, desayuné, arreglé un poco mi cutre piso, me duché, me afeité y volví a arreglar el piso. A las 10:00 ya no podía más y salí a la calle. Me fui hacia la plaza donde había quedado con Juan a pesar de que era demasiado temprano. Por el camino compré el periódico y en un banco de la soleada plaza me senté.
Era imposible leer. Cada sombra que aparecía por cada una de las tres esquinas que divisaba de la plaza me hacía perder la atención, y yo mientras tanto no paraba de mirar el reloj y de volver la cabeza hacia atrás para observar la cuarta esquina. A las 11 y un minuto ya estaba desesperado. Una legión de hormigas se paseaba por mi estómago. Apenas podía pasar las páginas del periódico y me preocupaba el que todo esto fuera muy evidente para cualquiera que pasara por allí.
No sé en que momento, pero no fue demasiado tarde, Juan apareció. Cuando lo vi estaba bastante cerca. Vestía una camisa azul de manga larga recogida en los puños, pantalón crema muy suelto y zapatos negros. Fue directo hacia mí. Se acercó y, mientras me tendía la mano para saludarme, a mi se me caía el periódico de las manos. Esbozó una sonrisa y me enseñó unos dientes blancos y no demasiado grandes.
¿ Qué tal, llevas mucho esperando?.
No que va, sólo un ratillo.
Bueno, qué, aprovechamos el tiempo.
Venga lo que tu digas. Si quieres nos vamos ya.
Por el camino, que hicimos los dos juntos, pero de forma discreta, apenas intercambiamos unas palabras, y las que surgieron fueron sobre temas banales. Nada más entrar en mi casa y cerrar la puerta nos apresuramos los dos a abrazarnos dándonos un beso en la boca. Nuestras lenguas se buscaron con ansias de humedad y calor. Sentí de nuevo el roce de su bigote por mi cara y un estado de tranquilidad apareció en mí. El ansiado momento había llegado. Mientras me besaba me cogió de los hombros y me apartó un poco de él y nuestras bocas se separaron. Por el gesto de su cara, algo me tenía que decir.
Mira. Tu me gustas. Eres un tío, con pinta de tío. Velludito, no tanto como yo, pero bueno, moreno, fuertote y con algunos kilillos, y además tienes una buena polla...
Pero no tan buena como la tuya.
Ja, ja. Ya. A ver, lo que te quiero decir es que me gustas, pero no estoy aquí sólo por eso. El otro día lo pasé muy bien, y creo que tu también, pero lo que hicimos no fue normal, por decirlo de alguna manera. Uf, no sé. Mira. Nuestra actitud, nuestra entrega, sobre todo la tuya que no me la esperaba, fue lo que más me gustó. Yo te pregunté si serías capaz de hacer lo que yo te pidiera y tu me dijiste que si, que serías mi esclavo. Y no sé si sabes que significa esto.
Bueno, pues no sé. Tengo muy poca experiencia. He estado con pocos hombres y no tengo muy claro a que te refieres.
Pues me refiero a que me gustaría seguir con el mismo juego. Y es por eso por lo que estoy aquí. Es lo que me gusta y si la cosa sólo consiste en estar con un tío me busco a cualquiera pero ahora te estoy hablado de mantener una relación, aunque esta sea un tanto especial en lo que se refiere al sexo.
Pues tu dirás.
Yo ya dije lo que tenía que decir, ahora te toca a ti aceptar o no.
Bueno, de momento te digo que sí. Pero en realidad no sé como voy a complacerte. No tengo experiencia alguna en lo que me hablas y no sé como tendré que actuar.
Se me acercó y me dio un suave beso, y luego siguió hablando.
Pues me complacerás haciendo lo que yo te diga. Al principio puede que te cueste, pero ya irás aprendiendo, y yo estaré a tu lado para enseñarte. Pero no me gustaría que lo hicieras sólo por complacerme si no porque te guste y disfrutes con ello. Cuando algo te desagrade, te moleste o no te dé placer me lo tendrás que decir. Yo iré todo lo lejos que tu me dejes ir, y tú serás quien ponga los límites.
¿ Y si esos límites no se corresponden con lo que tú esperas?.
Bueno, eso a ti que no te preocupe. Yo sólo seré un buen amo si soy capaz de darte placer.
Bueno, a ver, ¿ y como pongo esos límites?.
Se acercó hacia mí, me rodeó con sus fuertes brazos y puso sus labios sobre los míos. Mientras yo estaba un poco inerte él besaba mis labios abriendo mi boca para meter en ella su lengua. Sus manos sobre mi espalda no paraban de acariciarme y de apretar con fuerza mi culo. Sin parar de humedecer mis labios, empezó a desabrochar los botones de mi camisa vaquera, y yo comencé a despertar. Cuando intenté buscar los botones de su camisa él apartó mis manos, primero como gesto, pero luego, cuando continué, con algo de brusquedad.
Me desnudarás cuando yo te lo pida.
Yo lo dejé hacer. Era eso lo que él quería y yo por supuesto, como esclavo, accedí. Pero como no me prohibía comerle la boca descargaba ahí todas mis ansias y deseos. Después de quitarme la camisa me dijo, mientras me abrazaba, que me quitara los zapatos y así lo hice, sin agacharme, empujando con los pies. Siguió aflojando la correa y abriendo el pantalón, que me bajó hasta las rodillas. Con una pierna, pisándolos, me los llevó hasta los tobillos y yo moviendo mis pies conseguí zafarme de ellos. Mi polla estaba empalmada y latía al ritmo de mi corazón. Deseaba que la cogiera entre sus manos pero no me atreví a pedírselo. El acariciaba todo mi cuerpo con dulzura mientras que de vez en cuando me mordía los labios.
Aún estabamos en el pequeño recibidor de la casa, en el que había tres puertas. A la derecha la del cuarto de baño, a la izquierda la del comedor y en medio de las dos, mi habitación. Como las puertas estaban semiabiertas él supo llevarme al lugar adecuado. Tomándome de la mano, me llevó al dormitorio en el que sólo había por mobiliario una cama, el guardarropa y la mesa de noche. Me llevó hasta los pies de la cama y se puso detrás de mí, haciéndome notar en mi culo una polla empalmada que debía sufrir mucho encerrada todavía en el pantalón. Me empujó un poco, mientras me sostenía por la cintura, y yo puse las manos sobre la pared, que él inmediatamente subió algo más arriba. Metiendo una rodilla sobre mis piernas me hizo que las abriera, se puso sobre mi costado izquierdo y comenzó a acariciarme. Con su mano izquierda, que ya buscaba mis pezones, mi pecho, y con su mano derecha, mis nalgas. Sentía sus manos grandes y fuertes, y su contacto áspero, casi rudo, imagino que por el trabajo. Me fue pellizcando los pezones, al principio suavemente, pero luego con más fuerza, al tiempo que de vez en cuando pegaba un tirón de alguno de ellos. En mis nalgas su mano también empezó con caricias pero sin esperarlo soltó sobre uno de ellos un tortazo suave, y luego otro, un poco más fuerte, para continuar con las caricias. Noté como humedecía sus dedos que pasó rápidamente a buscar mi culo, al principio acariciando el agujero pero luego intentando meter uno de ellos. Aunque me estaba dando mucho placer no pude evitar dar un respingo cuando apenas entró.
- A esto me refería con los límites. Cuando sea demasiado para ti, dime que pare.
Yo ni siquiera contesté. Hasta ahora estaba disfrutando mucho y sólo deseaba no tener que poner nunca límites. Se paró un momento. La polla le debía estar reventando en el pantalón y se la sacó abriendo su cremallera. Más que verla la sentí sobre mi muslo en el cual empezó a refregarla. Esa polla ardía de calor, que al contacto con mi cuerpo hizo subir el ansia de Juan que me descargó un buen golpe entre las dos nalgas. Yo le pedí, le suplicaba por favor, que me dejara cogerla, pero él a cada petición volvía a lanzar otro golpe. Tuve que dejar de pedir si no quería empezar a poner límites.
Juan me volvió hacia él. En las manos tenía un par de ovillos de cordón unidos entre si. Me rodeó la polla y los huevos con el cordón dándoles varias vueltas a éstos. Tiró con fuerza de los ovillos y los pasó por debajo de mi entrepierna y pasó los cordones por la raja de mi culo. Los llevó por la espalda y los dejó caer sobre mi pecho. En los extremos había un par de pinzas que las adaptó y las puso a la altura de mis pezones y allí las enganchó después de pegar un último tirón de los cordones. Me dolía, pero gozaba. De nuevo esa sensación de placer y dolor que ya me procuró en la ocasión anterior y que de nuevo me volvía a gustar. Cuando me di cuenta, mi polla, que se inclinaba hacia abajo por la fuerza del cordón, se había hinchado un tanto, tenía el capullo rojo y las venas inflamadas. Yo la miré con sorpresa, y pensé que si a mí se ponía así cómo debía ponérsele a Juan, quien sin cordón tenía una polla mucho más gorda que la mía. Si alguna vez me dejaba intentaría esto con él. Mientras, Juan se había sentado a los pies de la cama, inclinándose un poco hacia atrás y apoyando sus manos sobre la colcha.
Ven agáchate y cómemela.
Me puse de rodillas lentamente, observando la hermosura de esa tranca en erección. La cogí con mis manos y la refregué por mi cara muy despacio, y cuando esta pasaba por mi boca la besaba como si fuera el objeto más preciado de mi existencia. Le eché toda la piel hacia abajo, con fuerza, y su grueso frenillo quedó tenso, mientras que el capullo se inclinaba hacia abajo pidiendo lengua. Me la metí en la boca, despacio, sorbiendo el líquido que acababa de humedecerla y cuando su sabor se fue de mi boca, chupé con fuerza queriendo tragármela entera. Yo miraba hacia arriba, viendo como Juan, mientras se quitaba la camisa, gemía de placer. Yo le seguía trabajando la polla y él por fin empezó a quitarse los pantalones. De vez en cuando cogía el cordón a la altura de mis hombros y pegaba tirones en dirección hacia mi polla o hacia mis pezones. El cordón rozaba mi culo y entonces yo le chupaba la polla con más frenesí. Cuando estuvo desnudo se deslizó hacia arriba y apoyó su cabeza sobre la almohada, y me invitó a que me acostara a su lado. Así lo hice. El se incorporó un poco y se puso de costado y dejado de caer en mi. Mientras me comía la boca y me acariciaba con su mano izquierda yo no podía hacer nada. Era demasiado placer. Un placer que nunca había experimentado. Era la primera vez que estaba con un tío en una cama y este tío además me volvía loco. Cuando yo pude reaccionar, estuvimos un rato así, besándonos y acariciándonos. El mojaba su mano de saliva y con ella me pajeaba la polla, pero tenía que apartársela pues era demasiado placer y temía correrme. Juan quería evitar esto, por eso paró, se puso de rodillas sobre la cama y me acercó la polla a la boca. Estuve mamándole de nuevo la polla un buen rato, y de vez en cuando metía mi cabeza sobre su entrepierna para comerle los huevos, pero ni siquiera uno de ellos conseguí metérmelo entero en la boca. Parece que él también estuvo apunto de correrse y por eso cambió y se fue a buscar mi polla. Hasta ahora ni siquiera la había tocado, excepto cuando la rozó algo para ponerme el cordón. Estaba ansioso de que lo hiciera pero nunca se lo pedí por miedo a su reacción. Se recostó algo sobre mí, y levantó su pierna que apoyó sobre mi pecho. Su pie casi caía sobre mi cara. Yo acariciaba su piel sintiendo en mi mano los pelos de su pantorrilla que eran para mi dulce caricia. Me quise incorporar para acercar mi boca a su polla pero él hizo fuerza con su rodilla en mi pecho en señal de que desistiera. Pero me quedaba el seguir acariciando sus muslos y su peludo culo que quedaba a la altura de mi mano. Mi polla seguía hinchadísima y apenas podía aguantar sus mordidas constantes. Paró un momento, y cuando me di cuenta me había puesto un condón que debió coger su de pantalón que aún estaba sobre la cama. Nunca me hubiera imaginado que pudiera ocurrir. Soltó las pinzas de mis pezones y con la punta de su lengua fue dejando caer, sobre mi capullo encapuchado, gotas de saliva que extendió con sus dedos. Se subió sobre mí, cogió mi polla desde atrás y se la fue metiendo en el culo mientras cerraba los ojos de placer. De rodillas sobre la cama y con mi nabo ensartado tuve la sensación de que, a pesar de que me lo estaba follando, era él el que me poseía a mí. Se movía despacio, mientras me pellizcaba los pezones, y me advirtió de que lo avisara si me iba a correr. Sus palabras me calmaron y me pusieron en alerta pues sólo con contemplarlo ahí, donde estaba, era suficiente para correrme. Su polla caía sobre mi estómago. El me cogió las manos y pasó su lengua por ellas para ensalivarlas y luego las puso sobre su polla y me indicó como se la debía menear. Iba despacio, y haciendo pausas, mientras yo no paraba de menearle la polla. Fue él, quien notando que se corría, aceleró su cabalgada sobre mi culo y me pidió que lo masturbara con más fuerza. Yo le rozaba mis manos ensalivadas por su polla, pero ahora con mayor rapidez, y una lluvia de semen cayó por mi pecho, que él recogió con su mano y refregó por mi cara metiéndola en mi boca. Mientras saboreaba ese jugó estallaba de placer, y por primera vez me corría en el culo de un tío.
Se levantó despacio y de la misma forma salió del dormitorio. Cuando volvió traía papel que había cogido de la cocina, que estaba al otro lado del comedor. Me limpió, y muy a mi pesar también la cara, y se acostó a mi lado. Yo me incliné un poco y dejé caer mi cabeza sobre su peludo pecho.
He visto en el comedor que tienes ordenador. ¿Estas conectado a la red?.
Si, casi desde que llegué al piso.
Bueno, me darás tu dirección. Creo que me gustará eso de mandarte algún que otro email.
Lo que tu digas mi amo, le contesté riéndome.
Bueno, pues ya puestos, ahí va otra orden: a partir de ahora no te afeitarás te quiero con barba. Seguro que la tienes bonita y te sentará bien.
No le contesté sólo le besé su peludo pecho. Estuvimos un rato callados y cuando me di cuenta él se había dormido, y yo creo que también lo había estado. Estuve un buen tiempo observándolo, y era hermoso de verdad. En ese momento su polla estaba totalmente flácida y pensé que ese iba a ser el único momento en el que podría metérmela entera en la boca. Y así lo hice, con el capullo cubierto de gruesa piel. Me la metí entera en la boca y los pelos de su pelvis rozaban mis labios. Sin estar totalmente despierto su polla empezó a crecer entre mis labios, y cuando noté que se movía le dije que siguiera durmiendo. El no hizo intentos de pararme y si de seguir dormido, aunque evidentemente no iba a poder con esa boca en su polla. Yo me excitaba al ritmo de su polla mientras crecía. Estuve un buen rato mamando mientras me meneaba mi polla. Le humedecí bien el capullo y con la palma de mi mano le di vueltas como si enroscara un tarro de mahonesa. Debía de sentir mucho placer pues su cuerpo se movía con espasmos cuando giraba la mano. Yo noté que en cualquier momento se iba a correr y por ello me la metí en la boca, para allí recibir su semen y para poder meneármela. Tardó aún un buen rato pero ni siquiera me avisó. A golpes fui recibiendo en mi boca el sabor de su leche que me provocó que le siguiera chupando casi de forma enfermiza mientras yo me corría sobre la cama.
Me eché de nuevo sobre la almohada, y ahora fui yo quien se quedó dormido. Cuando desperté Juan entraba en la habitación y venía semimojado de la ducha que acababa de darse. Buscó debajo de mi cama y se puso mis zapatillas, que le quedaban pequeñas.
Creo que yo necesitaré unas. Mi número es el 43.
No tardó mucho en irse. Era tarde para él. Pero casi en la puerta se acordó que le tenía que dar mi email. Así lo hice, junto con mi teléfono.
Mira, no quedaremos para otro día. Te envío un email con una cita. Si puedes, bien, y si no, me contestas de vuelta.
¿Pero me escribirás de verdad, no?
Se abalanzó sobre mí y me pegó unos mordisco en el hombro sin parar de reír.
- Quizás antes de lo que tú esperas.
A partir de ahí no veíamos con cierta regularidad: una, dos y hasta tres veces por semana. Yo abría el correo todos los días esperando recibir una buena noticia, y nunca puse obstáculos para que nos viéramos: hubiera dejado cualquier cosa por hacer a cambio de estar con él.
Aunque en lo fundamental nuestras folladas fueran siempre igual, Juan cada día era capaz de añadir un nuevo ingrediente, una pequeña sorpresa, y hacerlo para mí siempre distinto a la vez anterior.
Un viernes, más o menos dos meses después, recibí un mensaje de Juan en el que me decía que ese fin de semana no nos podríamos ver, pues iba a salir de viaje, a no ser que yo fuese con él. Si me decidía a ir, pasaría por la parada de taxis de Plaza de Armas sobre las 10:00 de la mañana del día siguiente sábado. Por supuesto no me lo pensé dos veces, ni me compliqué la vida, hice un pequeño petate y me acosté pronto. Yo mañana estaría allí.
Estuve allí, y bastante antes por cierto. No temía que no viniera, ya hacia dos meses que lo conocía y hasta ahora no me había fallado, pero es que no era capaz de permanecer en casa. Apareció en coche, un poco antes de la hora. Aparcó a mi lado, y como no me lo esperaba tuvo que bajar el cristal y hacerme señales con la mano. Fue duro montarse en ese utilitario sin poder darle un beso. El arrancó y tomamos rumbo hacia Huelva, y fue en ese momento que me pregunté que es lo que me depararía ese viaje.
FIN DEL SEGUNDO CAPITULO.
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