Seré bisexual?

Mi primer amante me invito a una fiesta que organizaba su enfermera que luego de una noche de alcohol y sexo. Al despedirme la anfitriona me cito en el consultorio donde tuve mi primera experiencia homosexual.

Sentía curiosidad por las palabras de Mabel, y con la excusa de pedir turno para una consulta la llamé la semana siguiente. Me atendió amablemente y me citó para el viernes a las seis de la tarde. Sabía que Alejandro no atendía ese día, pero me dijo que haría una excepción y ella me prepararía para un examen de rutina. Ese día en punto, llegué al consultorio. Me franqueó la puerta, me besó y cerró la misma con llave. Tenía colocado un ambo blanco con una pollera corta por encima de las rodillas. Se vislumbraba a través del uniforme su figura madura de curvas perfectas, lo que ya había comprobado durante la fiesta. Me condujo hasta el consultorio, y me colocó en la camilla de ginecología sujetando mis piernas abiertas en los soportes. Le pregunté por Alejandro y me respondió que había llamado y le había pedido que ella le tomara las muestras para el pap., pues le era imposible concurrir. Me sacó la ropa y me cubrió con un camisolín. Se enfundó las manos con guantes y luego se colocó entre mis piernas, levantó la falda y delicadamente comenzó a acariciarme el clítoris que se endureció. Prosiguió con un suave masaje de la vulva, entonces me moví inquieta al aumentar mi calentura. No era como otras veces. Finalmente introdujo sus dedos hasta el fondo de la vagina y comenzó a masturbarme. No cruzamos una palabra, pero yo la dejé hacer. Me abrió los labios mayores, se inclinó y me besó el clítoris. Su lengua recorrió de abajo a arriba la vulva y se metió en la vagina. Comencé a gemir de placer y a agitarme, entonces se detuvo. Me liberó, me sacó el camisolín, y de la mano me condujo a la habitación contigua que tan bien conocía. Busqué su boca con desesperación y nos besamos fundiendo nuestras lenguas. Mientras me recostaba, se sacó el delantal y como Mabel no poseía ropa interior la disfruté desnuda. Madura aún joven con pechos grandes y pezones largos y puntiagudos, piernas torneadas y su pubis rasurado me provocaron casi con desesperación el deseo de poseerla y recibirla. Se dirigió a la cómoda y retornó con una prótesis que remedaba un pene que sujetó a su cintura. Era enorme de plástico rígido, de textura rugosa y de color negro. La untó en vaselina, y a pesar de mis quejas al ver el tamaño, me dijo que no temiese, que había comprobado cuando me vio penetrada por su yerno en la fiesta, la capacidad de mi vagina, y desde ese día había soñado con el momento de comprobarlo. Me colocó de bruces sobre la cama con los glúteos y las piernas abiertas. Se situó por detrás y con suaves y decididos movimientos de vaivén me introdujo la prótesis hasta el fondo. Yo gemía de placer, las rugosidades aumentaban el goce al frotar en las paredes. La sensación era única y maravillosa, jamás la había experimentado, parecía que se partía la vagina anta cada embate, pero yo le pedía más. Mabel excitada me palmeaba los glúteos, y en un susurro repetía “relájate mi puta, puta mía, sentí la verga negra de tu macho”. Finalmente terminé entre jadeos, gemidos y gritos de placer con un orgasmo placentero y prolongado. Entonces me incorporé, la abracé y nos besamos. Le pedí complacerla, y con un dominio de la situación, me dijo que me iba a guiar. Asumía el rol masculino. Se sacó la prótesis y me ordenó que me situara entre sus muslos y le chupara sus jugos. Estaba desbordada, el sabor agridulce que fluía de su sexo me resultaba excitante, le besé sus senos y jugué con sus lánguidos y endurecidos pezones. Comenzó a gemir por las caricias, y ya no me contuve, me puse la prótesis y la penetré de frente, ahora yo era el macho, luego ella se colocó de espaldas y se apoyó en la cómoda. Entonces le busqué el orificio anal y en el paroxismo de la lujuria y de sus gritos entrecortados, le introduje la prótesis dentro del recto hasta la raíz. Gemía y me insultaba por el dolor y el placer. Fue una cogida descomunal. Luego de bañarnos nos despedimos y nos prometimos que esa no sería la última vez. En ese momento me desperté sobresaltada, estaba sudorosa y excitada. Habría sido solo un sueño, me pregunté, o respondían al recuerdo de una experiencia vivida bajo los efectos del alcohol.