Serà Vostè discret i silenciós?

Una pareja se conoce en un exámen y se reconocen en los servicios publicos.

¿Serà Vostè discret i silenciós?

Vivo cerca de Barcelona (Catalunya – Spain), tengo ya 40 años, estoy casado, tengo hijos y no puedo quejarme de como me van las cosas, tanto a nivel laboral como sentimental, y aunque no soy de los que siempre quiere lo que no tienen, no soy de piedra y a nadie le amarga un dulce.

Por razones que no vienen al caso, el pasado sábado realicé un exámen de lengua catalana con el propósito de conseguir un certificado del Gobierno Catalán que es de esperar me sea de cierta utilidad profesional.

El exámen se realizaba en la Universidad de Barcelona, a primera hora de la mañana y había una cantidad de gente considerable. Calculo que no menos de 600 personas repartidas en unas 10 aulas.

Tras la obligada cola me situé en mi pupitre, al lado de una chica más joven de yo.

El exámen estaba compuesto de dos partes, ambas escritas, la primera hasta las 11:30 h. y el segundo hasta las 13:00 h.

Creo que no me fué del todo mal, y la verdad es que fuí de los primeros en abandonar el aula, con lo que me sobró más de una hora del tiempo previsto. En realidad se otorgaba un tiempo más que prudencial para que nadie tuviera ningún tipo de inconveniente por dicho factor.

Al abandonar el aula, justo delante de mí había salido la chica de mi lado (la llamaré Eva), y aunque éramos dos perfectos desconocidos, ya en el aula habíamos cruzado alguna palabra debido a que se levantó porque había olvidado las gafas en el abrigo que dejó colgado, luego para dejarla pasar al salir ella primero y disculparse..., de modo que en la soledad del pasillo ella detuvo sus pasos para girarse y tras interrogarme con la mirada preguntó:

  • ¿Qué tal? ¿Cómo te ha ido?.-

Así iniciamos la conversación sobre las incidencias del exámen y cuando llegamos al vestíbulo del edificio, y tras ver los horarios de convocatoria de los siguientes exámenes (aún queda pendiente realizar la parte oral en otra jornada), propuse, ya que teníamos más de una hora de "recreo", aprovechar para ir a tomar un café.

Eva debe medir 1,68 mts., unos treinta y pocos años, es morena y lleva el cabello corto que apenas le cubre las orejas. Está delegadita, no creo que supere los 50 kgs., y vestía unos tejanos ceñidos y botines de tacón alto, una blusa corta que casi dejaba su ombligo a la vista y un abrigo largo marrón, con algunas mechas de colores coronado por una bufanda oscura. Tiene unos ojos grandes y oscuros pero brillantes y una blanca y atractiva sonrisa. Recuerdo haber pensado que su retrato mejoraría sensiblemente si cambiara los lentes de cristal rectangular y montura verde que casi colgaban de su nariz y que escondían parcialmente su mirada.

Fuimos a tomar un café a un bar cercano y allí conversamos sobre los motivos de nuestra asistencia al examen, lugares de residencia, niños, parejas, etc.

De vuelta al exámen ella fué al sevicio y dado que aún faltaba unos minutos yo dí una vuelta por los pasillos de la Universidad y terminé también acudiendo al servicio, pero un par de pasillos más allá, poco concurridos (era sábado y no había clases lectivas).

Retorné al aula donde me encontré de nuevo con Eva, sentada en la misma ubicación anterior y charlando con el vecino.

Tras la segunda parte del exámen, 1 hora y 40 minutos más tarde, coincidimos también en la salida, aunque esta vez la salida fue más tumultuosa y mucha gente había empleado aproximadamente el mismo tiempo. Fuimos andando comentando las incidencias del mismo. Ambos estábamos sensiblemente contentos del desarrollo de la prueba y de cómo nos había ido. Al llegar al pasillo central, le dije que si me esperaba un momento, yo quería ir al servicio, a lo que respondió que me acompañaba. Yo me dirijí al mismo lugar anterior y ella me indicó que había uno más cerca, pero se respondió a sí misma diciendo que había una cola importante, a lo que respondí que un par de pasillos más allá había otros.

Al llegar a los servicios públicos, obviamente dispuestos por sexos, en la entrada del de caballeros estaba la puerta abierta de par en par y un cubo y fregona en el umbral indicaban que acababan de realizar la limpieza. El piso estaba visiblemente mojado. Eva dijo, medio en sorna:

  • Tendrás que entrar en el de señoras sino quieres tener problemas con la gobernanta.-.

  • Eso. Y entonces los tendré con las señoras.-. Respondí.

  • Si hoy aquí no hay nadie. Venga, yo te ayudo. Te avisaré cuando puedas salir.- dijo.

Se giró y abrió la puerta del servicio de señoras: desierto.

  • ¿Vamos?- dijo. Le brillaban los ojos y sonreía como una niña traviesa.

Asentí con la cabeza y me colé .

Nos metimos en dos compartimentos contiguos. La oía como trataba de contener su risa. Yo hacía lo propio. Los compartimentos tenían puertas completas (a veces existen servicios públicos donde las puertas están recortadas por su parte inferior), pero las paredes divisiorias debían tener 2 metros de altura, mientras el techo mediría algo más de 2,5 mts.

  • Menos mal que esta tarde no tenemos que volver. El último día que estuve, para el otro exámen que te comenté, de tarde también había sesión-. dijo ella desde su aposento.

  • ¿Ah siíííííi?. ¡¡Que fastidio!!- Contesté yo agudizando el tono de mi voz para asemejarlo a la de una dama.

Ella se partía de risa.

Al instante se oyó el ruido de la puerta de entrada al servicio y la conversación de dos mujeres que entraban. Eva se calló y yo más.

Un segundo después oí la puerta de Eva abrirse y a continuación el fluir del agua del grifo. Debía lavarse las manos.

  • ¿Así crees que al menos habrás obtenido un notable?.- me preguntó con un tono alegre que no podía disimular, con toda la intención de oír me afeminada respuesta y tal vez entablar conversación con las otras mujeres.

  • Seguro. O más. ¿Tú sabes si dan matrículas de honor en estas pruebas?.- contesté.

Ahora el chiste le permitía reírse a gusto y no desaprovechó la ocasión.

Oí de nuevo la puerta. Entraban más mujeres. No supe bien si una o dos, ya que simultáneamente alguna de las dos anteriores había salido de su compartimento y ahora hablaba con su compañera también a través de la puerta.

Y volví a oí r la puerta de entrada como si entrara otra persona más.

Esto se estaba complicando.

De nuevo, ahora ya con un voz ostensiblemente teatral y cachondeándose de la ocasión, o sea de mí, Eva soltó:

  • ¡ Bueno chata ! Que es para hoy. ¿Sales ya?-.

  • ¡ Ay un momento cariño, que se me ha enganchado la cremallera de la falda ! -. le contesté.

Ella soltó una carcajada y la oí acercarse a la puerta.

  • Anda abre que te ayudo. Si es que necesitas ayuda hasta para ponerte el tampax.-.

  • ¡Grosera!.- le dije.

Seguía riendo. Y le abrí la puerta.

Entró en el compartimento. Yo estaba de pié, a un lado para no ser visto, con los brazos en jarras y mientras la miraba, mitad en broma, mitad desaprobando su comportamiento. Ella se sentó en el retrete sosteniendo una mano delante de su boca para que no se oyera su risa. Fuera se oían las conversaciones de las otras mujeres entrando y saliendo de los compartimentos y de la puerta de entrada al servicio.

Noté que algún botón superior de su blusa estaba ahora desabrochado y desde mi posición, dado que ella se había sentado, la más que vista, insinuación de sus redondos senos, provocó una sorprendente (por lo repentina), y desgraciadamente ya no muy habitual a mi edad, dilatación de mi miembro, lo cual podría empezar a convertir la divertida situación en algo embarazosa para mí. Sus gafas habían desaparecido, su bufanda también, y en sus labios quemaba un sensual carmín. Creo que el cambio lo captó antes mi sexo que mi retina. Dejé resbalar mis manos desde la cintura hasta ubicar mis pulgares en los bolsillos de los pantalones dejando colgar las palmas de las manos y disimuladamente me ayudé de la diestra para enderezar el bulto de mi pantalón hacia la vertical de la cremallera haciéndolo menos visible.

Entonces Eva me palpó el pecho, metiendo su mano en la parte interior de mi chaqueta, como buscando algo, mientras moviendo sus labios pero sin proferir sonido alguno, trataba de decirme lo que era. Quería algo para escribir y en el examen se fijó en que yo usaba un rotulador fino.

  • ¡A ver! ¿Así que te has pillado la cremallera con una cartuchera?.- Dijo con toda la intención de ser oída, mientras en el azulejo de la pared escribía:

"Serà vostè discret ?... i silenciós ?" (en el exámen de catalán, en un fragmento de audio de uno de los ejercicios, se había formulado la misma pregunta. En español: ¿será Vd. discreto? ...¿ y silencioso ?

Antes de que yo terminara de leer y entender sus intenciones como para darle alguna respuesta y mientras yo mostraba mi semblante de incomprensión ante su mensaje, Eva se incorporó, me puso el rotulador en la oreja, me agarró de la hebilla del cinturón con una mano y con la otra bajó la cremallera de mis pantalones. Su semblante cambió como de la noche al día. No sé si sonreía o era su dibujado carmín quien lo hacía. Sus alegres ojos ahora acechaban fijamente. Fugazmente me interrogaron sobre la pregunta escrita y aún pendiente. Tomé el rotulador de mi oreja y escribí en la pared bajo la pregunta, una de las respuestas posibles al ejercicio formulado horas antes:

"Com un lladre" ("como un ladrón").

Lo leyó y la sonrisa volvió a sus ojos, y a sus labios. Me dió un beso. Corto. El primero. El que corta el hielo. El que autoriza.

No quise tomar la iniciativa. La pantera era ella. Le devolví uno del mismo calibre. Ahora me agarró el miembro entre los calzoncillos para darme un largo beso que convertimos en un morreo y refriego de labios antes de que nuestras lenguas repasaran todas nuestras encías. Esto duró unos buenos instantes, hasta que nuestras manos empezaron a buscar protagonismo. Sin dejar que nuestros labios se soltaran empecé a quitarle el abrigo mientras ella hacía lo mismo con mi chaqueta. No dejamos de besarnos ni para colgarlos de la puerta. Luego le desabroché la blusa a la vez que ella hacía lo propio con mi cinturón, pantalones y mi camisa. La agarré por las nalgas para levantarla hacia mí hasta tener sus pechos a la altura de mis labios. De un tirón se quitó el sostén por encima de su cabeza y me brindó sus mamas como si le fuera la vida en ello. Me agarraba por la nuca y por el pelo y frotaba enérgicamente sus pezones contra mi boca, cambiando el ejercicio entre ellos. Su respiración se había acelerado y casi resoplaba por la nariz haciendo evidentes esfuerzos por reprimir sus gemidos. En un momento en el que su auto-control la llevó a frenarse un poco en la pasión con que estrujaba su delantera contra mi cara, la descendí y la senté sobre el retrete, para ocupame de liberarla de sus patalones, pero antes de poder llegar ni a siquiera bajar su cremallera ella me bajó de un tirón los pantalones hasta las rodillas, me agarró cada nalga con una mano y tomó mi polla con sus dientes a través de los calzoncillos. Se quedó así un instante, con la nariz pegada a mi cuerpo, oliéndome... Luego deslizó mi slip hasta los pantalones. Mi enhiesto apéndice quedó tambaleante por un momento, pero cuando ella, con un certero ademán propio de un camaleón lo cazó y clavó sus ojos en los míos, la morbosidad de la escena le mostró el Norte a mi falo, y éste recuperó la mejor de sus firmezas para no tambalearse más. Eva liberó mi retina de su mirada para concentrarse en repasar mi capullo con su lengua primero, en círculos, y con sus labios después. Mimándolo. Hasta que lo engulló hasta no sé donde.

Ahora por debajo de mis piernas, volvió a deslizar su mano hasta mi culo para fijar el ritmo en que ella deseaba pasear mi sexo por su boca, mientras con la otra mano me asía de los huevos tirando levemente de ellos hacia abajo.

Yo sentía mi tercer brazo enorme como nunca y estaba haciendo verdaderos esfuerzos para no correrme. De vez en cuando ella descansaba un momento y con su mano asiendo mi polla por el tronco pasaba su pulgar sobre el capullo que empezaba a verter líquido preseminal en cantidades sospechosas. Antes de dos minutos yo estaba listo para, contra mi voluntad y sin poder hacer nada para evitarlo, casi tanto como no quererlo, correrme como un crío de 20 años abrumado por su desbocada novia. No sé si ella lo notó pero de un cerero golpe evitó el feliz derrame: su pulgar lubricado por mi deseo entró de un solo embite en mi ano. Llegué a tiempo de taparme la boca para no asustar al respetable, desinformado y anónimo público que debía flanquearnos, pero no llegué a tiempo de frenar a mis párpados que quedaron un buen rato pegados a mi cerebro.

Reaccioné. Reaccioné para quedarme como una estátua mientras Eva jugaba con mi esfínter a placer. A placer suyo, y mío, aunque el mío tuvo que superar la sorpresa. Una sorpresa que no fué ajena a mi orificio inferior y anterior que perdió algo de fuerza, y yo, ahora sí determinado me solté un zapato y una manga de mi pantalón para poder arrodillarme ante mi hembra y después de bajar su bragueta la despojé de pantalones y bragas. Simultáneamente la senté en la puntita delantera de su trono y empecé a lamer el sexo más dulce que jamás había probado. Ella tardó en reaccionar, más o menos 1,5 segundos. Yo nunca había amado a una mujer tan sensible a mis ejercicios.

En pocos instantes comprendí que ella disfrutaba de lo lindo con el cunnilingus y que nuestra pose tenía más de acrobática que de realizable así que me levanté, la hice ponerse de espaldas a mí apoyando las manos sobre el retrete, y agarrándola por las rodillas la fuí ayudando a hacer la vertical sobre el inodoro hasta que la tuve a suficiente altura como para dejar descansar sus muslos sobre mis hombros, su ombligo sobre mi torso, sus labios inferiores sobre los míos superiores, y claro, mi polla de nuevo en su menú.

La sostenía por sus caderas. Tenía unas caderas preciosas, con unos prominentes huesos delanteros, un escondido monte de Venus y un vientre redondo y liso que no se correspondía para nada con el de una mamá como ella.

Estuvimos un buen rato intercambiando jugosa información hasta que pensé que por morboso que pueda ser que ella tuviera toda su sangre repartida entre su sexo y su cerebro, no es nada saludable perseverar en posición vertical inversa, por muy bueno que sea para el espíritu si se hace en forma de 69. Iba a tomar posición y apuntalarme para el ejercicio de devolverle la verticalidad cuando noté como ella se contraía y presionaba sus muslos contra mis hombros, se asía con fuerza a mis nalgas, soltaba mi miembro de entre sus fauces y ralentizaba el movimiento rítmico de sus caderas para frotar su sexo contra mi bigote con mayor fuerza y de repenté su vagina me salpicó. No había visto nada igual. Una cosa es que un sexo húmedo gotee, pero la otra es que incluso en vertical expulse sus flujos como si de una eyaculación se tratara. Obviamente se había corrido, y con la posición adoptada en los últimos minutos, ella debía estar extenuada no solo por su orgasmo. La sostuve porque se me hubiera ido al suelo. Le devolví la verticalidad, me senté en el inodoro y la senté encima mío.

Tras unos instantes había recobrado la conciencia. No es que la hubiera perdido pero había quedado entre extasiada y extenuada por un momento. Con la mirada me indicó algo en la pared, y cuando giré la vista ví que en algún momento anterior había escrito otro mensaje:

"¿Preservativo?".

Negué con la cabeza.

Descansamos unos minutos, ella sentada sobre mis piernas y acurrucada en mi torso, mientras jugaba con sus dedos dentro de mi boca, sus labios en mi oreja, su lengua con la mía... hasta que se inclinó sobre el suelo y tomó un sobre de su bolso. Pensé que era un azucarillo, pero al mostrármelo bien ví que era un sobre plástico de aceite, como de estos que te dan en un fast-food para aliñar la ensalada. Acercó de nuevo su boca a mi oreja y susurró:

  • Ya he saboreado bastante tu cilindrín, no tomo pastillas y podría quedar embarazada, así que la puerta trasera es mi siguiente propuesta, aunque el cerrojo necesitaría TRESenUNO de éste, y de tu paciencia.- dijo agitando el sobrecito.

Tomé el sobre entre mis dientes y empecé a pasear un dedo por su aún húmedo clítoris. Ella dejó descansar su cabeza sobre mi hombro primero y resbaló sobre mi brazo después para quedar colgando, con los ojos entre medio cerrados y en blanco. Iba separando y abriendo levemente las piernas para permitirme acceder mejor a su intimidad hasta que con sus incisivos tomó el sobre de entre los míos y con la ayuda de su mano lo abrió haciendo un corte. Tomó mi mano en la suya y derramó tres gotas de aceite sobre mi dedo meñique. Hundí mi dedo pulgar en su coño y seguí con el meñique para jugar con su esfínter y finalmente introducirlo lentamente en su ano. Poco a poco fuí aumentando su presión hasta que superado el tenso umbral, mi dedo empezó a deslizarse con dilatada facilidad dentro de su interior. Entonces tomó mi mano de nuevo para lubricar ahora mi índice. Inicié la misma estrategia mecánica y al momento su culito se había adaptado a la nueva dimensión del invasor. Luego probamos con mi corazón y al rato noté que la humedad en mi pulgar animaba el deseo del corazón enculado. Finalmente le ofrecí el pulgar. Lo chupó con pasión y lo acuó morbosamente. Lo introduje lentamente, haciéndolo girar sobre el eje de mi brazo. Ella agarró mi antebrazo con ambas manos para dirigir la profundidad y el ritmo de la penetración, hasta que se abandonó a jugar con sus dedos en su clítoris para iniciar la escalada.

Se incorporó, me dió la espalda, pasó su mano entre sus piernas para coger mi polla y la llevó a la entrada de su ano. Ella marcaba la presión. Se apoyaba sobre mi falo y se retraía, para volver a presionar. El ejercicio duró un par de minutos, hasta que mi capullo atravesó el marco, y Eva se dejó caer sobre mí para terminar de engullir el tronco y el resto hasta la empuñadura. Hasta el fondo. Entonces descansó un instante, puso un talón sobre mi rodilla, luego el otro, se apoyó con ambas manos en la pared a cada lado, y empezó a ayudarse en darle ritmo al ejercicio. Yo la agarraba por las nalgas para empujarla hacia arriba y ella se encargaba de fijar la velocidad de descenso y por tanto de entrada. Noté como disminuyó su tensión, cuando la adaptación y lubricación de pistón y camisa eran los óptimos para tener que ocuparse simplemente de gozar. Eva separó algo más sus piernas, dejó de sostener las paredes para comprobar que yo la sostenía en peso y en vaivén a su gusto, apoyó su nuca sobre mi hombro izquierdo y se dedicó de nuevo a jugar con su clítoris para llegar al final del túnel.

Fué perfecto. En el preciso instante en que yo me corrí e inundé de calor y humedad su culito, su entrecortada respiración y unas gotas hirviendo sobre mis muslos me indicaron que ella había llegado de nuevo.

Encontramos al guardia de seguridad en el vestíbulo cerrando las puertas de acceso principal. Justo a tiempo, o hubiéramos tenido serios problemas para abandonar el edificio. Aunque seguro que habríamos aprovechado el tiempo.

El próximo sábado tenemos el examen oral. Me refiero al de lengua catalana. No sé si nos veremos.

Saludos.

Noun40 ( noun40@yahoo.es )