Ser o no ser

¿Qué es mejor para el alma, resignarse al destino o alzarse en armas contra él para vencerlo?

Ser o no ser

No me lo podía creer. Qué pedazo de tronco tiene. Maldita sea mi suerte. Todo esto y más me dije a mi misma el día que, a mis dieciséis años, descubrí sin querer, la polla de mi hermano. Ocurrió porque entré en el servicio sin percatarme de que Martín estaba en él, desnudo, porque se iba a duchar, yo estaba como ida por algo que no me acuerdo porque la visión de la tremenda verga me dejó sin reacción durante un par de segundos, tras lo que mascullé una excusa para salir corriendo. Ya era lo que me faltaba, a sus dieciocho años, con lo buenísimo que estaba y lo que me gustaba, encima tenía un tronco de impresión.

¡Maldita sea! Encima de que estaba enamorada del hombre equivocado, además ese hombre, mi hermano, estaba muy bien dotado. Era como para desesperarse.

Y eso que siempre nos hemos llevado bien, además de hermanos, Martín y yo, hemos sido cómplices y siempre nos lo hemos contado todo, excepto esto ¿cómo le cuentas a tu hermano que estás enamorada de él? ¿Que lo único que deseas es follar con él? ¿Y lo confundida que estás con todo ello?

Lo peor es que ya no tenía oportunidades, pues días después se iba a estudiar a la capital para ser Ingeniero de Caminos, y yo me quedaría en la modesta capital de provincia en que vivíamos para mi primero de bachillerato, no le vería salvo cuando volviera en vacaciones, puentes o fiestas, y eso si es que volvía ya que, según me había contado, estaba dispuesto a quedarse allí porque por esta parte el trabajo escaseaba. Sus planes eran estudiar los seis años de la carrera y luego colocarse en alguna de las importantes empresas del sector, que tenían su sede precisamente allí. A un mundo de distancia de mí.

¿Qué podía hacer? Pues lo que era lógico: nada. Me tuve que aguantar, disimular e intentar olvidar. A eso me dediqué ese año y el siguiente.

Por casa apenas venía, y cuando lo hacía, si bien recuperábamos la cercana relación que siempre hemos tenido, yo no atinaba a declararme o a intentar algo. Siempre confundida. Mis sentimientos eran los que eran, pero algo me impedía contárselos. Y eso que no me estuve quieta: por mi pasaron cuatro o cinco novietes, con los que dejé de ser virgen, pero ninguno superaba la comparación. Y para más inri cada vez que Martín venía me preguntaba “¿Ya tienes novio?” A lo que seguía un relato completo de mis andanzas, lo que, bien entendido en mi caso, eran chiquilladas para provocarle celos, que nunca conseguía, sino todo lo contrario, pues a su vez él me contaba sus andanzas desde el piso de estudiante que compartía. Cada vez que se iba, me quedaba fatal, porque no era capaz de olvidarle.

Por fin tomé una decisión estratégica: iría a estudiar a su Universidad. Yo quería ser arquitecta y, aprovechando que era buen estudiante, que esa universidad era una de las más prestigiosas para esa carrera, y, sobre todo, que nos lo podíamos permitir, decidí estudiar en ella, así mataba dos pájaros de un tiro: estaría cerca de Martín y tendría un título de prestigio. Claro que lo primero no lo dije cuando lo comenté a los padres (pero estoy segura que ellos pensaron en eso). La decisión fue fácil y, además, me llevé la sorpresa de que decidieran también que yo viviera con Martín, es decir, la decisión fue que dejara el piso que compartía con otros compañeros y alquilara un piso para él y para mí. Quizá pensaban que así su hija, o sea yo, iba a estar más protegida o controlada o asegurada, qué ilusos, no sabían que estaban favoreciendo mi estrategia.

Dicho y hecho, alquilamos un pisito agradable en un buen barrio, con dos dormitorios amplios, que pudieran albergar no sólo la cama sino también el tablero de dibujo, y un sitio donde estudiar. Desde el principio fui insinuándome, aprovechaba cualquier excusa para enseñarle mi cuerpo: andar por casa sólo en braguita y camiseta, salir de la ducha sólo envuelta en la toalla y así pasearme por el piso, etc.

Además, gracias a la complicidad que teníamos, yo sabía cómo le gustaban las mujeres, es decir en cuanto al aspecto físico, ropa, calzado, etc. Por eso llevaba un corte de pelo característico que sabía que le encantaba (pelo hasta casi el hombro, flequillo, liso, etc., que se conoce como estilo bob) y que a mí no me disgustaba, bien mirado hasta me favorecía. Por eso usaba zapatos tipo bailarinas que, afortunadamente, están de moda y además me gustan. Por eso solía ir con faldas, y éstas por encima de la rodilla, cosa que, por otra parte, me hacía lucir las bonitas piernas que tengo. Y por eso solía llevar camisetas o tops de amplio escote e incluso del tipo “palabra de honor”, que no a todas nos sientan bien, en mi caso con la talla 95 B que uso de sujetador hace que me quede más o menos bien, y eso era lo único en que no podía hacer casi nada, pues a Martín le gustan con más pecho, y yo no estaba dispuesta a aumentarlos con cirugía.

En definitiva, al principio de estar los dos solos en el piso, yo iba provocando, a sabiendas, tratando de que se fijara en mí, no como su hermana sino como una mujer que estaba loca por él. Y a fe que lograba que se fijara, si bien con resultado opuesto, pues, pese a la complicidad que seguíamos teniendo, las miradas que me echaba, más que de deseo eran de reprobación.

Por entonces había cortado con su último ligue, por lo que estaba sin compromiso, más a mi favor, pensaba yo. Pero lo único que conseguí fue alguna mirada curiosa, unos cuantos comentarios de lo guapa que estaba y que sus amigos pasaran mucho por el piso con cualquier excusa, sólo por verme y echarme los tejos. Vamos que no conseguí avance alguno.

Se me agotaban las ideas, y hasta busqué una oportunidad para que me viera desnuda. Ocurrió que yo sabía que estaba en casa estudiando en el salón, me duché y salí desnuda, pero en vez de irme a mi cuarto, pasé por el salón, camino obligado a la cocina. Naturalmente tuve que hacer un alarde de actuación realista cuando aparecí justo delante de él, completamente desnuda. Me demoré un par de segundos, donde le dejé contemplarme a placer, antes de taparme, decir en voz alta que no sabía que estuviera allí, y salir corriendo al cuarto, cosa que le permitió verme de espaldas (poseo un buen trasero para la talla 40 que gasto). Por la noche estuve despierta tratando de oír si había tenido éxito, y efectivamente le oí masturbarse en la cama y hasta juraría que pronunció mi nombre: Beatriz.

Cada día, tras ese “incidente” le espiaba cuando estábamos solos en casa, y estoy segura de que se masturbó unas cuantas veces en mi honor, y de que su mirada hacia mí cambió. Creí que había triunfado, pero él no daba el paso, y a mí me daba un poco de temor darlo.

Pasaron varios días, la situación no cambiaba, no empeoraba, aunque creo que él me rehuía, ni mejoraba. Por eso tomé una decisión, si la montaña no va al profeta, el profeta va a la montaña. Es decir, atacaría de frente.

De noche, después de acostarnos cada uno en su habitación, me desnudé, esperé algún tiempo y me aventuré a meterme en su cuarto, abrir su cama y acostarme con él. Estaba medio desnudo, yo iba caliente, así que directamente metí la mano por su calzoncillo para asir la tremenda (poya) polla de Martín. Unas cuantas sacudidas y aquello creció hasta el tamaño que recordaba, mientras yo me dedicaba a acariciar su pecho y besarle. Despertó de golpe, y encendió la luz.

  • ¿qué haces Bea? - gritó más que habló. Y me miró. Supe que me había equivocado al ver su mirada.

  • Quiero amarte – dije con toda la convicción de que fui capaz, o sea muy poca, porque en ese instante desapareció toda determinación.

  • Largo a tu habitación – me dijo. - ¿qué te has creído?

Si alguna vez he hecho el más espantoso de los ridículos, fue esa noche. Traté de hablar, traté de llorar, traté de implorarle, nada hice. Todo lo perdí en un instante. Me levanté y me fui como pude, sin dignidad. Para volver a mí cuarto y sollozar sin lágrimas. No dormí esa noche, y creo que él tampoco.

Por la mañana evité desayunar con él, se fue antes de que yo apareciera fuera de mi cuarto. Ese día no fui a la escuela de arquitectura, me pasé llorando toda la mañana, no comí y me acosté enseguida antes de que volviera, para no verle ni que me viera. Estaba fatal, a punto de la depresión.

Debí de dormir de puro cansancio porque seguro que era de noche cuando desperté. Martín estaba a mi lado, con una bandeja de comida.

  • Chiiisss, no digas nada, come algo y cuando quieras, hablamos en el salón- me dijo, le miré avergonzada y salió de mi cuarto.

Algo comí, en el servicio me alivié y lavé la cara, estaba horrible, peor que nunca, casi me odiaba. No sé cómo pude armarme de valor e ir a hablar con Martín, casi estaba segura de lo que me iba a decir.

  • Beatriz, eres una chica estupenda y la mejor hermana que puedo tener – ese discurso era algo esperado.- Lo de anoche me ha hecho reflexionar. Tú sabes que no puede ser. Eres guapa, tienes un tipo impresionante, y una personalidad encantadora – primero me dora la píldora.- Somos hermanos, olvídate de mí como hombre, estoy seguro que por ahí anda el amor de tu vida.

Yo le dejaba hablar, y lo que me decía era todo lo que yo ya me había dicho, por lo que los razonamientos ya los conocía.

- Ya sé todo eso, Martín, pero ¿nunca has hecho algo que sabes que está mal pero no puedes evitarlo? Eso es lo que me pasa, te quiero pero no sólo como hermano, y no puedo evitarlo.

Mi respuesta no le convenció al decir.

  • Pues tienes que hacer más, y si quieres ayuda pídemela, pero no me pidas que me acueste contigo, yo también te quiero pero no como mujer sino como hermana y no cambiaré. Sólo te pido que, si no puedes evitar quererme, al menos no quiero enterarme.

- ¿Cómo?

  • No finjas, has estado todo el tiempo tratando de seducirme con tus armas de mujer, no puede ser, así que no las utilices otra vez, no puedo vivir si estas continuamente provocándome. Al menos prométeme eso.

- De acuerdo, eso si te lo prometo, no intentaré seducirte ni tampoco meterme en tu cama, pero no puedo prometerte que te olvidaré.

  • Con lo otro tengo suficiente, anda, vete a la cama que mañana será otro día, y si quieres llorar, aquí tienes mi hombro.

Me fui a la cama otra vez, triste porque no puedo tener al hombre al que amo. La vida en el piso volvió a ser la de antes del episodio de la cama, pero con matices: yo salía más con amigos de la escuela, ya no iba pavoneándome por el piso, ni utilizaba la ropa que gustaba a Martín, excepto cuando salía con los amigos, el peinado me lo dejé así, acabó por gustarme, así como los zapatos, las faldas las relegué a la calle, y los escotes para ir de fiesta. El asunto se olvidó, o eso creía, porque de vez en cuando sorprendía unos jadeos de Martín, seguramente masturbándose, y me parecía oír mi nombre, en las noches de invierno.

- Martín – llamé- ¿Puedes ayudarme? - La ventaja de que tu hermano mayor estudie una carrera parecida a la tuya es que algunas asignaturas ya las conoce.

  • Si, ¿De qué se trata?

- Tengo que dibujar una perspectiva cónica de este objeto y no soy capaz de verlo.

  • A ver, A ver.- Dijo acercándose. Yo estaba en el taburete, delante el tablero de dibujo, con una hoja en la que trataba de dibujar la perspectiva de un objeto que tenía en alzado, planta y perfil. - Basta que traces rayos desde los focos, las caras vistas son esta y esta.

- No lo veo.- contesté.

  • Déjame que te lo enseñe.- Puso su mano izquierda sobre la mía, que así un extremo de una regla larga, luego la derecha sobre mi derecha, en el otro extremo de la regla, para trazar una línea.

Creo que ambos notamos la corriente entre los dos. Desde la noche aciaga, apenas nos habíamos rozado. Ahora ver sus manos en las mías me sacudió un calambre. Y creo que a él le pasó algo parecido.

  • Ahora trazas una línea por aquí desde este foco.- continuaba explicando.- luego desde el otro foco.- Y movía la regla, y mis manos, y mi corazón.

Yo miraba sus manos en las mías, embobada, dejando fluir mis sentimientos, dejándole hacer, hipnotizada, ajena a sus explicaciones y enviando todo tipo de sensaciones. De repente noté que él paraba de hablar, y sus manos asían las mías de otra forma. Levanté la cara para mirarle. Él tenía la suya tan cerca que nuestros labios se rozaron, y me besó.

Me besó como nunca antes me han besado, con pasión pero con ternura. Yo devolvía el beso y me dejaba hacer. Aprovechando que el taburete tiene el asiento giratorio, me hizo girar. Me besaba, soltó las manos para empujar por mi hombro derecho, yo adivinando la intención, hice apoyo con los pies para girarme. Cuando estuvimos frente a frente, me agarró por los hombros, yo miraba hacia arriba, él hacia abajo.

Con mejor posición, se atrevió con un beso húmedo. Estuvimos un rato jugando con las lenguas. Yo mantenía los brazos en el regazo, al haber girado, y notaba mi excitación, tras un rato de beso tenía los pezones duros, y mi sexo mojado, seguro que su erección era completa.

Separó sus labios de los míos, pronunció sólo una palabra, “Beatriz”, y lo hizo de una forma inequívoca: me deseaba, me amaba y quería hacerme suya. Y yo también quería.

Me levanté, de un tirón saque mi camiseta, dejando mis senos sólo cubiertos por el sujetador. Sin darle tiempo a reaccionar, desabroché el corchete para dejarlo caer. Ahora fui yo quien asió las manos de Martín con las mías, para llevarlas a mis pechos, donde las dejé hacer. La caricia que recibí me electrizó aún más. No era un magreo como el que amasa el pan, ni un roce como el de una pluma, era fuerte pero cariñoso, tierno a veces, salvaje otras.

Se arrodilló para chupar mis pechos, más que chupar, era una caricia de lengua, pues movía la lengua en anillos, subía al pezón y luego bajaba a realizar otro anillo. Con un pecho, luego con el otro, vuelta a empezar. Un buen rato estuvo así. Yo quería más.

Como hice antes, descorrí la cremallera de la falda que llevaba, para dejarla caer. Las bragas fueron un desafío, pues para hacerlas caer rápidamente, tuve que ahuecarlas en redondo, para que pasaran por las caderas sin que mi cuerpo variara apenas la postura en que se deleitaba con mis tetas. Con toda la ropa en el suelo, di un paso de lado. Ahora me contemplaba desnuda, bueno casi desnuda ya que las bailarinas que llevaba no podía quitármelas porque eran de pulsera en el tobillo, y no podía abrir el cierre sin agacharme. Pero eso no le importó a Martín. Me alzó en brazos y me llevó a la cama, donde me tendió.

Él si se desnudó por completo, camiseta, zapatillas, pantalón, slip. La verga era como la recordaba, grande, larga y ancha, deseé que me follara con ella. Abrí las piernas para mostrarle el camino, se arrodilló en la cama, apuntó la entrada de mi placer con su asta, y la metió poco a poco. Yo me volvía loca de deseo. Empezó un ritmo suave de bombeo, que yo acompasaba con mis caderas.

  • Beatriz.- decía, primero en susurros, luego en voz alta.

- Martín.- Respondía yo, a cada palabra de él.

Nos mirábamos, me penetraba, le complacía, me gustaba. Incluso con una acometida tan lenta como la suya, mi placer era indescriptible, y el suyo porque noté que se corrió, sin necesidad de acelerar. O estaba muy caliente o tenía habilidad. Estuvo soltando leche un rato, sin dejar de moverse, sin dejar de llamarme.

Luego la sacó, pero no me dejó el sexo quieto, sino que se agachó para llevarme a la gloria. El muy mamón, cómo me chupaba, cómo chasqueaba la lengua en mis zonas sensibles, pasaba del clítoris por fuera a la cara interna de mi agujero, sabía bien lo que hacía, pues no tardé en correrme, el mejor orgasmo que había tenido, claro que con los cinco o seis tipos con los que había estado antes, el número de orgasmos era bajo.

Éste fue especial, porque me follaba mi amor, porque lo hacía con deseo (de ambos) y porque él sabía cómo hacerme disfrutar.

La tarde no había acabado. Se levantó y tiró de mi mano para levantarme. Estando de pie me besó y nos besamos otra vez con pasión. Me fue llevando hasta la mesa, que estaba vacía. Me sentó en ella alzándome, y me acostó. Asió mi tobillo derecho con su mano, e hizo lo propio con el izquierdo, me levantó las piernas y las abrió, apuntó su verga enhiesta, y otra vez me folló. Entendí también que era algo fetichista de mis zapatos pues a la vez que me penetraba, me besaba los pies.

Estuvo un rato follándome así, a mí me gustaba, jadeaba de puro placer, yo misma me pellizcaba los pezones y me acariciaba las tetas, veía que le gustaba, así que me atreví a tocarme el clítoris mientras me follaba. Naturalmente me corrí. Otro orgasmo fuerte. Arqueaba la espalda sin contener los suspiros de placer, al tiempo que aguantaba sus embestidas. Vi que paraba porque yo casi no aguantaba más.

La volvió a sacar, me hizo sentar en la mesa, nos volvimos a besar, y me puso de pié, casi me caigo del orgasmo de antes, pero ahora hizo que me girara, ofreciéndole mi espalda, me empujó un poco y entendí que quería tomarme por atrás, así que me agaché en la mesa, abrí las piernas y noté su falo en la entrada de mi coño. Me folló desde atrás. Nunca antes lo había hecho así. Me gustó que asiera mis caderas para acercarse y alejarse. Me gustó el bamboleo de mis tetas con cada embestida. Me gustó sentir que se corría en mí. Me gustó que me llamara “Beatriz, mi amor” cuando se corría. Me gustó sentir esa verga inmensa en mí. Me gustó ser suya, y que se desplomara cuando acabó.

Me levanté como pude, así su mano y lo llevé a la cama para acostarnos,

el sol comenzaba a ocultarse pero ambos estábamos exhaustos

.

- Follas muy bien.- Dije como para romper el silencio, dudosa de qué había pasado y su implicación para los dos.

  • Gracias, contigo es fácil.

- ¿Quieres que hablemos?- pregunté con poca convicción.

  • Dejémoslo para mañana.- Dijo.

Me volví de espaldas, me abrazó, puso sus manos en mis tetas.

  • Te quiero, Beatriz.- Dijo. Yo callé para no romper la magia del momento. Noté su verga medio excitada, pero no hice nada. Al cabo le oí dormir, yo me adormilé.

En algún momento de la noche noté que me penetraba otra vez desde atrás, yo gemía de gusto, se corrió con un “Beatriz” en mis oídos.

En otro momento de la noche su mano hurgó en mi sexo, me penetró con un dedo, luego con dos, con mi humedad me acarició el clítoris, hasta que me corrí. Luego repitió la operación.

En otro momento de la noche, me desperté y vi a Martín dormido, su polla estaba fláccida, y quise darle placer, así que me senté, alguna vez antes había hecho una mamada, así que agarré su polla con la mano derecha para estimularla, con la mano izquierda masajeaba los huevos y, cuando el miembro se levantó, acerqué la boca para lamer el glande. La polla alcanzó su enorme tamaño erecta, no creía que pudiera caberme en la boca, pero lo intenté. Primero lamía el glande, luego me introducía en la boca lo que podía de esa enorme polla. Alguna vez, al darme el el fondo de le lengua, me producía una arcada, que contenía como podía. Un rato así, con la polla entrando y saliendo, la mano moviendo arriba y abajo, la otra mano dando un masaje. Se corrió y gruñó, o gruñó y se corrió, no se que fue antes, pues estaba concentrada en la mamada y la eyaculación me sorprendió con la polla medio metida en la boca. Casi me atraganto. El semen me salía de la boca. Pasé un rato con la polla en la boca. Luego, cuando noté que se relajaba, la saqué y le miré, sonreía.

A la mañana siguiente me desperté sola en la cama, ¿lo había soñado? ¿Se había acabado el milagro? Me levanté. Martín se había ido a la escuela de ingenieros, recordé que tenía un examen importante, lamentaría que suspendiera por mi culpa, pero no lamentaba los polvos ni la noche juntos.

Encontré una nota:

“Querida y amada Beatriz, sigue amándome como hasta ahora, y harás que olvide que soy tu hermano, para que sepa que tú eres mi amada por encima de todo, y para disfrutar uno del otro como esta noche”

¿Fin de la historia o inicio de otra?

Ana del Alba