Ser como ellas

Marta siente una envidia enorme por Silvia y Lorena, sus nuevas compañeras de trabajo. Son guapas, elegantes, buenas en el trabajo… perfectas. Pero durante un viaje organizado por la empresa descubrirá que bajo esa apariencia de “diosas” se esconden dos zorras de cuidado.

Marta odiaba su trabajo en la inmobiliaria pero, sobre todo, odiaba a sus nuevas compañeras. Antes de encontrar ese trabajo se consideraba una chica normal, sin complejos por su físico o su forma de ser. Sin embargo, en los tres meses que llevaba trabajando en "Inmoseda" había desarrollado una envidia insana y un odio soterrado hacia sus dos compañeras, Silvia y Lorena.

La estructura orgánica en su oficina era muy sencilla. Carmen, una mujer de unos 40 años, casada y con dos hijos, era la gerente de la sucursal. (Inmoseda estaba implantada en varias ciudades y poseía una cadena de oficinas). Por debajo de ella se situaban Silvia y Lorena, las comerciales encargadas de enseñar los pisos a los clientes. Las más guapas, las que más vendían y las que más dinero ganaban. Y en último lugar estaba ella, Marta, la recepcionista. En principio, iba a estar a prueba un mes como recepcionista-administrativa, para luego pasar a funciones comerciales como sus compañeras. Pero Carmen había decidido que no le hacían falta más comerciales, ¿para qué? Silvia y Lorena estaban batiendo todos los records de venta de pisos. Así que ella se quedaría allí, en la puerta, atendiendo al teléfono y haciendo funciones burocráticas. La gloria (y las comisiones) serían para las otras.

Al principio, solamente le caía mal Silvia, mientras que Lorena le resultaba indiferente. A primera vista, Silvia impresionaba tanto por su belleza como por su antipatía. Al igual que las rosas tienen pinchos, Silvia había desarrollado un carácter frío y cortante, tal vez para ahuyentar a los moscones de género masculino que continuamente se le acercaban. Eso sí, cuando se trataba de un cliente cargado de dinero buscando la casa de sus sueños, la cosa cambiaba, y Silvia derrochaba simpatía y amabilidad.

Físicamente, Silvia era espectacular. Marta estaba convencida de que era más hermosa que la mayoría de modelos y misses que había visto en televisión; eso sí, se trataba de un tipo de belleza extraño y particular. Su piel era pálida y su rostro era poco expresivo, aunque de bellísimas facciones. Tenía el pelo rubio y los ojos marrones y su cuerpo, a los ojos de Marta era perfecto: alta sin pasarse, delgada, vientre planísimo, caderas estrechas. Tal vez un hombre le hubiera puesto un poco más de curvas, pero Marta daría la vida por poseer aquel cuerpo.

Lorena también era mona, aunque no llamaba la atención como Silvia. Era bajita, con el pelo negro y la piel morena y una sonrisa encantadora. Llamaba la atención sobre todo por su simpatía y dulzura, y los clientes la adoraban. Pero Marta pronto se dio cuenta que aquella supuesta dulzura era completamente falaz. Podía ser encantadora con un cliente para acto seguido, en cuanto hubiera salido del local, burlarse de él de la manera más cruel. Marta tenía la sospecha, por no decir la certeza, de que hacía lo mismo con ella, criticarla a sus espaldas. Los comentarios maliciosos, las indirectas, principalmente sobre su físico o su forma de vestir, y las risitas entre ella y su amiga Silvia le hacían pensar que se burlaban de ella a sus espaldas.

Los clientes, por supuesto, adoraban a Silvia y a Lorena. Pero no sólo los clientes, alguna vez que los amigos de Marta habían ido a visitarla le habían comentado lo guapas y amables que eran sus compañeras de trabajo. Todo el mundo parecía coincidir: la bella y distante Silvia era una "diosa", mientras que la simpática y dulce Lorena era un "ángel". Marta rabiaba de envidia ante estos comentarios.

Otro motivo para detestar a sus compañeras eran sus novios: eran guapísimos y atentos, y las trataban como a reinas. Sin embargo, ellas no les correspondían del mismo modo. A veces, el novio de Silvia, un muchachote alto, cachas y noblote, iba a recogerla al trabajo con un regalo, y ella le montaba una escena de gritos por la cosa más nimia. "¿Cómo puede seguir con ella?", pensaba Marta. Lorena se llevaba mejor con su novio, pero no perdía ocasión de coquetear con el primer hombre medianamente atractivo que pasara por la oficina.

Por eso, Marta no sintió alegría, sino todo lo contrario, cuando Carmen les comunicó la buena noticia: durante aquel año, habían sido la oficina de Inmoseda más rentable, y debido a ello la empresa las premiaba con un viaje de un fin de semana a una ciudad famosa por su ambiente nocturno. Carmen no podía ir, por motivos familiares, y Marta se lo estuvo pensando durante unos días. Finalmente aceptó ir.

Marta se maquillaba nerviosa frente al espejo, sin saber que ropa ponerse. Era sábado por la noche y las tres habían decidido salir de marcha; temía quedar, como siempre, eclipsada por la belleza y la elegancia de sus dos compañeras.

El viaje, desde el principio, había sido un desastre, a pesar de que estaban alojadas en un sitio precioso: un hotel de lujo en las afueras, en el que disponían para ellas solas de un bungalow individual de dos habitaciones y dos baños. Silvia y Lorena la desterraron a la habitación pequeña, lo que no le importaba, ya que no le agradaba la idea de compartir dormitorio con cualquiera de las dos. Pero lo que realmente le dolió, aunque ya se lo esperara, fue la actitud distante que mantuvieron las dos desde el principio hacia ella. Cuchicheaban entre ellas, no le hablaban más que lo justo y en general hacían como si no existiera. Pero si un camarero del restaurante se mostraba especialmente atento con Marta o le hacía un cumplido, rápidamente Lorena empezaba a coquetear con él ostensiblemente, buscando acaparar su atención. Estaba visto que quería marcar las distancias; las guapas eran ellas y Marta no era más que un incómodo lastre con el que tenían que cargar.

Finalmente decidió vestirse con lo más elegante que tenía: un vestido azul de tirantes, muy corto. Como el tiempo era caluroso no llevaría nada más, ni siquiera una chaqueta.

  • Marta, ¿estás ya? – le sorprendió la voz de Lorena, con un deje un poco impertinente.

Aguantó la respiración un momento antes de pasar a la otra habitación, temerosa del contraste entre su aspecto y el de sus perfectas compañeras.

Como se esperaba, estaban las dos preciosas: Lorena iba vestida de lolita-putonazo, con minifalda tableada, botas y una blusa abierta con la que lucía un generoso escote (Marta no recordaba que tuviera unos pechos tan grandes y tan bonitos; tal vez lograba ese efecto con el sujetador que llevaba). Silvia iba más discreta, pero elegantísima: pantalón ajustado y top negros, luciendo el ombligo, y mucho maquillaje, especialmente en torno a los ojos. Marta suspiró aliviada; se había puesto lo suficientemente guapa como para no desentonar, aunque ni mucho menos podía compararse a sus compañeras.

Marcharon en taxi al centro y comenzaron la noche tomando un par de copas en la zona de pubs; al principio la noche no marchaba mal, incluso Lorena la trataba de forma más amable que otros días. Silvia se mostraba fría y hierática, como siempre.

Sin embargo, a partir de la tercera copa todo empezó a degenerar. Grupos de chicos se acercaban a Silvia y Lorena con intención de ligar, y ellas coqueteaban con ellos, aprovechando los kilómetros de distancia con sus novios. Fueron a una discoteca y las dos empezaron a bailar provocativamente en un lugar muy visible, por lo que pronto se formó un corro de moscones a su alrededor. Marta no sabía si bailar con ellas o mantenerse al margen, pero lo cierto es que en ella no se fijaba ningún chico.

Cuando alguno, más atrevido, intentaba bailar con alguna de ellas, cualquiera de las dos, pero especialmente Silvia, se pegaban a él buscando ponerle cachondo, o le restregaban el culito por el paquete, para al rato deshacerse de él para ir a bailar con otro chico. Y cuando querían deshacerse de todos a la vez empezaban a bailar ellas dos solas, haciéndose caricias lésbicas para regocijo de los espectadores de alrededor, que gritaban "¡que se besen, que se besen!". Ellas lo hacían, se morreaban ostentosamente, con lengua, entre los aplausos y las risas de los clientes masculinos del local. Las chicas, suponía Marta, estarían tan indignadas como ella ante semejantes prostitutas, calientapollas que se dedicaban a coquetear con todos los chicos de la discoteca, provocando en ocasiones amagos de peleas entre pandillas.

Finalmente, dejaron de zorrear con todos a la vez e hicieron amistad con un grupo de cuatro chicos. Por lo menos esta vez tuvieron el detalle de presentárselos a Marta, que rápidamente se dio cuenta de por qué habían elegido a esos y no a otros: Dos de los muchachos, los más guapos, eran clones de los respectivos novios de Silvia y Lorena. Gonzalo era un muchachote de más de metro noventa, musculoso, con el pelo muy corto, casi rapado, y bastante parecido de cara al novio de Silvia. Mateo por su parte era moreno, muy guapo, y tenía la misma sonrisa canalla que el novio de Lorena. Precisamente, Silvia estaba especialmente interesada en hablar con Mateo y Lorena con Gonzalo, lo que hizo a Marta sentirse asqueada; lo que verdaderamente daba morbo a aquellas fulanas era ligar con un clon del novio su amiga del alma.

Como parecía que las parejitas ya estaban hechas, Marta se había resignado a hablar con los dos menos atractivos del cuarteto: Juanfran, un chico rubio ni guapo ni feo y Luis, el gordito del grupo. Parecían gente agradable y por lo menos no se veía tan sola y apartada como había estado desde que entraran en la discoteca.

Sin embargo, al rato Lorena vino y se llevó a Juanfran para que bailara con ella; al poco tiempo Silvia hizo lo mismo con Luis. Esto le pareció a Marta lo más rastrero que le habían hecho en su vida, y sintió ganas de llorar; no se conformaban con dejarle los chicos más feos, sino que no querían que hablara con ninguno, disfrutaban viéndola sola y aburrida mientras ellas captaban la atención de todos los hombres.

Humillada, se dirigió a Lorena y le dijo:

Me voy a dormir al hotel, os dejo la llave en recepción.

¿Tan pronto? ¿No te estás diviertendo? – respondió Lorena con hipocresía.

Es que estoy muy cansada, me duelen los pies. Pasáoslo bien.

No lo dudes.

Volvió al hotel en taxi, y mientras se desmaquillaba y guardaba su flamante vestido azul pensaba "¿para esto me he arreglado yo tanto?". Cuando se metió en la cama y apagó la luz, no pudo aguantar más y rompió a llorar.

La despertaron ruidos en la habitación de al lado. Habrían pasado varias horas, pero todavía era noche cerrada en la calle. Se oían voces femeninas y masculinas, ¿se habrían llevado algún chico Silvia y Lorena a la habitación? Movida por la curiosidad y el morbo, se acercó a la apertura de la puerta, que estaba entreabierta. Desde ahí tenía una buena perspectiva de lo que pasaba en el otro cuarto y era imposible que la vieran a ella, ya que tenía la luz apagada y en la otra habitación estaba encendida.

La escena que vio la defraudó un poco: los chicos no estaban en la habitación, sino fuera, y Silvia intentaba, literalmente, darles con la puerta en las narices.

Lo siento chicos, nos lo hemos pasado muy bien con vosotros y habéis sido muy amables trayéndonos al hotel, pero ahora tenemos que acostarnos, estamos cansadas.

Se oía la voz de Mateo, que intentaba negociar.

Va, déjanos pasar un momento, sólo vamos a ver vuestra habitación, nos tomamos una copa y nos marchamos. Nunca había estado en un hotel tan lujoso como este y me hace ilusión, seguro que tenéis mini-bar, ¿verdad?

Venga, no os pongáis pesados y marchaos ya.

Se oía barullo al otro lado de la puerta, pero Marta no podía ver si estaban los cuatro o sólo Mateo y Gonzalo. Lorena, por su parte, se había sentado enfrente del tocador y se estaba quitando las joyas, ignorando totalmente a los chicos, dándoles la espalda. Esta actitud pareció enojar a Gonzalo, que con un gesto delicado pero enérgico apartó el brazo con el que Silvia intentaba cortarle el paso, entró en la habitación y dijo a Lorena:

Qué pasa, ¿no vas a salir ni siquiera a darme dos besos?

Estaba visiblemente irritado, las venas se le marcaban en su cabeza y su cuello de deportista. Marta comprendía por qué se había puesto así: Lorena llevaba toda la noche calentándole la polla y ahora no sólo no se enrollaba con él, sino que no se molestaba en despedirse. Esta actitud le había ofendido, pero es que Gonzalo todavía no sabía lo perversa que podía llegar a ser aquel ángel maligno; probablemente lo hacía a propósito, y disfrutaba haciéndole quedar como un pringado delante de sus amigos.

Venga, Gonzalito, te doy dos besos y te marchas, ¿vale?- dijo ella

¿Tú te crees que me voy a conformar con dos besos, después de lo caliente que me has puesto?

Entonces Gonzalo la abrazó y la besó en la boca, entre el jolgorio y los aplausos de Mateo, Luis y Juanfran, que aprovecharon para entrar en la habitación. Lorena, en un gesto muy cinematográfico, pasó de intentar resistirse a, pocos segundos después, abrazar ella también con fuerza a Gonzalo y dejarse llevar. Su cuerpo parecía diminuto al lado de los enormes brazos musculados de Gonzalo, quien con una de sus manazas la cogía del culo para acercarla hacía él, mientras con la otra le manoseaba los pechos.

Pero lo más impactante estaba todavía por llegar: Gonzalo la puso de rodillas en el suelo, se bajó los pantalones y ¡le metió la polla en la boca!, delante de todos los presentes, mientras decía:

  • Mira, zorra, me has estado calentando la polla toda la noche, te he pagado las copas, te he traído al hotel y ahora querías despacharme para casa todo empalmado. Pues te has equivocado conmigo, ahora me la vas a comer delante de todos, por puta y por calientapollas.

Todos se quedaron anonadados: los chicos, Silvia, y también Marta desde su observatorio, incapaces de creer lo que estaba pasando. La única que pareció reaccionar fue Lorena, que empezó a mamársela a Gonzalo como una loca, como una auténtica profesional. Movía la cabeza para comerse la polla a gran velocidad, para luego sacársela de la boca y lamerle el glande mientras miraba, desafiante, a Silvia y a los chicos.

  • Dios, que cachondo me estoy poniendo – dijo Mateo, acariciándose el paquete por encima del pantalón. Seguidamente le dio una palmada en el culo a Silvia y le dijo:

  • Vamos, ponte de rodillas que ahora te toca a ti mamármela.

Silvia, con los ojos abiertos como platos, en estado de shock, no daba crédito ni a lo que estaba viendo ni a lo que estaba oyendo.

  • Pero… ¿qué dices?

  • Lo que oyes – contestó Mateo. Imitando el gesto que había hecho Gonzalo instantes antes, la obligó a arrodillarse en el suelo, se sacó su miembro erecto y lo puso delante de la cara de Silvia.

  • Hala perra, cómemela. Y cuando termines conmigo se la vas que chupar a mis colegas.

El color pálido de la piel de Silvia contrastaba con el rojo de sus mejillas, producido por la vergüenza, cuando, cerrando los ojos y con un mohín de asco, se metió la polla de Mateo en la boca.

Marta disfrutaba enormemente desde la otra habitación, viendo a sus dos compañeras, a las dos "diosas", humilladas, puestas de rodillas y obligadas a chupársela a dos tíos que habían conocido esa misma noche. Poco a poco, casi sin que ella misma se diera cuenta, su mano derecha se introdujo debajo del pijama y el tanga y empezó a acariciarse su sexo pausadamente.

Lorena parecía estar haciendo un buen trabajo con Gonzalo, a juzgar por la cara de placer que ponía éste, que la dejaba hacer y de vez en cuando soltaba gemidos ahogados. Sin embargo Silvia, bloqueada por la vergüenza y lo violento de la situación, no acertaba a chupársela bien a Mateo, que empezó a increparla:

  • ¿Qué pasa, putilla? ¿Se te da mejor calentar las pollas que mamarlas? No te hagas la mojigata, seguro que te has comido docenas de rabos en tu vida. ¡Mueve la lengüecita por el capullo, joder!

  • Hostia, tío – interrumpía Gonzalo – pues la mía la chupa de puta madre.

Pero Gonzalo no se conformaba con eso, quería probar su coñito. Puso a Lorena a cuatro patas en el suelo, le subió la faldita hasta dejársela anudada en la cintura y le quitó el tanga. Ella se relamía pensando en la embestida que iba a taladrarle la vagina, que no tardo en llegar; Gonzalo empezó a follársela a lo bestia, sin contemplaciones, mientras ella gritaba:

  • ¡Ahhhhh! ¡Fóllame, guapo! ¡Ahhhh! ¡Dame más!

Juanfran y Luis se miraban, sorprendidos, pensando "¿Cómo puede ser tan puta?". Era evidente que Lorena estaba exagerando y que le ponía que hubiera espectadores.

"¿Cómo puede ser tan puta?" pensaba también Marta. El desprecio que sentía ahora hacia Lorena se unía a la excitación, el morbo, y la satisfacción que le producía todo lo que estaba contemplando. Ahora que había visto a Lorena gritando como una puta lasciva, ya nunca más volvería a sentirse acomplejada e inferior a ella. La próxima vez que alguien dijera "esta chica es un ángel", respondería con una carcajada.

El que no estaba contento del todo era Mateo, que se hartó de cómo se la estaba chupando Silvia y le dijo:

  • Pon las manos en la espalda y abre la boca lo más que puedas.

Ella obedeció, sumisa. Entonces Mateo le metió la polla en la boca, la cogió del pelo y empezó a follarle la boca. Prácticamente al instante Silvia empezó a emitir sonidos guturales, significativos de que se estaba atragantando, y grandes lagrimones le cayeron por la cara, corriéndole el maquillaje. Mateo, en vez de apiadarse, siguió forzándola a tragar, intentando que le entrara la polla entera en la boca, lo que parecía imposible; Silvia aguantó un poco y cuando ya no pudo más se la sacó de la boca y se apartó, tosiendo. Dos gruesos hilos de saliva unían las comisuras de sus labios con el miembro de Mateo. Éste la dejó descansar unos segundos para luego volverle a follar la boca, pero Silvia nuevamente se atragantó. Mateo hubiera parado en ese momento, pero los demás le jaleaban para que siguiera, especialmente Lorena, que entre los gemidos que le provocaban las brutales embestidas de Gonzalo, no paraba de gritar:

  • ¡Entera! ¡Métesela entera en la boca! ¡Fóllale la boca a esa perra!

Juanfran, por su parte, había decidido que ya era hora de que él se divirtiera también y empezó a acariciar las nalgas a Silvia por encima del pantalón:

  • Diosss, que culito tiene esta furcia.

Luego se sacó el pene del pantalón, ya completamente erecto, y se lo puso delante de la cara a Silvia. A partir de entonces la pobre se vio obligada a chupar dos pollas en vez de una. Mateo y Juanfran se turnaban en follarle la boca, rivalizando en ver quién llegaba más al fondo de su garganta, sin darle un instante de tregua, ya que cuando uno se la sacaba de la boca al instante se la metía el otro. Usaban su cabecita como si fuera un juguete, sin reparar en las lágrimas y los quejidos ahogados de ella. Además, en ocasiones Juanfran se la sacaba de la boca y la golpeaba en la cara con su pene empapado de saliva. Cómo gozaba Marta viendo a la otrora bellísima Silvia hecha un cromo, con los ojos desorbitados, el maquillaje corrido y la cara empapada de lágrimas y de su propia saliva.

  • ¿Puedo chupársela a estos dos yo también? – pidió Lorena a Gonzalo, mirándole con cara de niña buena – quiero enseñar a mi amiga como se hace.

  • Puedes hacer lo que quieras, pero espera a que yo me corra.

Gonzalo, con sus manazas puestas en las caderitas de Lorena, cada vez se la follaba a más velocidad, y no tardó en correrse, descargando todo en la vagina de ella, sin ni siquiera molestarse en preguntarle si tomaba anticonceptivos. Una vez que se vio libre, Lorena se acercó gateando hacia su amiga y se arrodilló al lado de ella.

  • Mira, tío – dijo Juanfran – ahora tenemos dos chuponas.

Mateo acercó su polla a la cara de Lorena, con intención de follarle la boca, pero no hizo falta; ella misma procedió a chupársela y, sin dejar de mirarle a los ojos, se la introdujo cada vez más dentro de la boca hasta que le cupo entera, y tocó con la naricilla el vello púbico de él.

  • ¡Cómo traga esta! – decía Mateo entusiasmado – nos las cambiamos, verás que bien la chupa.

Los chicos cambiaron su posición y Lorena se metió la polla de Juanfran enterita en la boca, mirándole a los ojos. Mateo intentó hacer lo mismo con Silvia, pero era imposible; se atragantaba y se la sacaba de la boca, lo que hacía irritar a Mateo.

  • ¡Perra, te he dicho que no utilices las manos!

  • ¿Sabes como aprendí yo a hacer un "garganta profunda"? – intervino Lorena

  • ¿Cómo?

  • Un novio que tuve me ataba las manos a la espalda y me hacía chupársela así. Así aprendí, era tragar o ahogarme.

  • No jodas, como vamos a atarle las manos, eso es pasarse.

  • ¿Qué pasa, que no os atrevéis?

La provocación de Lorena surtió su efecto, Juanfran y Mateo se pusieron como locos. Buscaron algo con lo que atar a Silvia, y como no encontraron nada mejor, cogieron una media de Lorena y con ella le ataron las manos a la espalda. Silvia se dejó hacer con la mirada baja, resignada. Volvieron luego a follarle la boca por turnos, violentamente, cogiéndola del pelo e insultándola cada vez, sin apiadarse de sus ahogos y de sus lágrimas.

Marta estaba fascinada, pero por otra parte deseaba que alguien pusiera fin a aquella brutalidad. No sería Gonzalo, que se había sentado en una butaca y observaba el espectáculo, complaciente, fumando un cigarrillo. Luis, por su parte, miraba la escena tan anonadado como Marta, hasta que Lorena se acercó a él y empezó a darle besos en el cuello y susurrarle cosas al oído, mientras le acariciaba el paquete con la mano. Era evidente que el gordito no iba a quedarse a dos velas y también querría probar a aquellas dos putillas, pero por si acaso Lorena le ayudó quitándole la ropa y acariciándole el pene hasta que estuvo completamente erecto.

Algo le había dicho Lorena porque Luis apartó a sus amigos de Silvia, diciendo.

  • Dejádmela a mí, ahora os la devuelvo.

  • ¡Eh, el Luisito se anima! Claro que te la dejamos, seguro que en tu vida te la ha chupado una tía tan buena como esta.

Luis, probablemente siguiendo indicaciones de Lorena, colocó a Silvia con la cabeza apoyada en la cama, mientras se tumbaba encima de ella.

  • Ahora verás, puta… - murmuró, al tiempo que le metía la polla en la boca y comenzaba a follársela con movimientos violentos y desacompasados. La escena superaba en salvajismo a todas las anteriores, la cabeza de Silvia había desaparecido entre las grasas de aquel gordo. La pobre no podía moverse, aplastada por el cuerpo de Luis, no podía utilizar las manos porque las tenía atadas y no podía gritar por tener la boca llena. Luis parecía vengarse de todas las humillaciones que había sufrido en su vida por parte de tías buenas como Silvia y no paraba de gritarle con odio:

  • ¡Toma polla, puta! ¿Te creías mejor que yo, eh? ¿Creías que por ser mona podías despreciarme? ¡Trágate mi polla, pija de mierda!

Marta sentía que había llegado el momento de parar aquello, que la orgía se les había ido de las manos. Pero en lugar de salir de su escondrijo e intentar hacer algo, se masturbaba sin cesar, corrompida por el morbo de la escena, acariciándose el clítoris compulsivamente.

Afortunadamente, fueron los propios tíos los que, escandalizados, apartaron a Luis de su presa.

  • ¡Para, para, que la vas a matar!

  • Joder, el tío, ¡que bestia!

Silvia tenía un aspecto lamentable, con la cara roja por la asfixia, mojada por su propia saliva y lágrimas, el pelo alborotado y el maquillaje corrido. Mateo se apiadó y se acercó a ella con un vaso de agua.

  • ¿Estás bien?

Silvia asintió con la cabeza. Entonces en la cara de Mateo se dibujó una sonrisilla:

  • Pues ahora voy a follarte, no querrás que nos quedemos a medias.

Mateo empezó a desnudar a Silvia, que no se resistía, sino que colaboraba, desprendiéndose ella misma del sujetador. Al quitarle los pantalones, los chicos se sorprendieron al ver una enorme mancha de humedad en el tanga rojo de ella, en la zona de su entrepierna.

  • Hostia, ¿qué le ha pasado a ésta? ¿se ha meado?

Mateo le acarició el tanga en la zona de la mancha.

  • No, tíos, ¡son flujos!

  • ¡Hala, qué cacho de zorra! ¡Qué cachonda se ha puesto cuando le follábamos la boca!

  • Seguro que hasta se ha corrido, la muy puta.

  • Y tú diciéndole al Luis que parara, y seguro que era ella la que se mejor se lo pasaba de los dos.

  • Te gusta que te follen la boca, ¿eh, putita? – decía Juanfran mientras le daba palmaditas cariñosas en la cara a Silvia.

Mateo, mientras, no pudor reprimir una mueca de asco al quitarle el tanga.

  • ¡Joder tíos! ¡Qué mal le huele el coño a esta pájara! – y le pasó el tanga a sus amigos, que lo fueron olisqueando entre gestos de incredulidad y repugnancia.

  • ¡Puagh, es el coño más apestoso que me he encontrado en mi vida!

  • Y luego iba de señorita, la muy guarra.

  • ¡Cochina!

  • Huélelo, Lorena, no te lo vas a creer.

Silvia en aquel momento era la imagen misma de la humillación. Estaba desnuda encima de la cama, hecha un ovillo, con las manos todavía atadas a la espalda, llorando silenciosamente. Tres desconocidos habían abusado de ella, la habían obligado a chupársela y cuando habían descubierto su más oculto secreto, su hedor vaginal, lo utilizaban para insultarla y burlarse de ella. Los chicos, además, subían cada vez más el tono de los insultos.

  • ¡Sucia! ¡Marrana! – gritaba Luis como un poseso, y luego escupió en el tanga y se lo arrojó a la cara a Silvia.

  • ¡Trágate tu suciedad, apestosa! – decía Juanfran mientras le metía el tanga dentro de la boca.

  • Pues… - intervino Lorena – a mí no me parece que huela tan mal. Huele … a mujer.

  • ¡Qué dices! Huele a puta guarra que no conoce el jabón.

  • Todas olemos más o menos a lo mismo.

  • ¡No compares! – intervino Gonzalo – Habré estado con decenas de tías a lo largo de mi vida y ninguna, ni por asomo, se aproximaba a esto.

  • Seguro que su novio se lo chupa. – Lorena parecía ahora obcecada en defender a su amiga.

  • ¡Ja, ja, ja! No creo que haya en el mundo un tío tan guarro y degenerado de comerle el coño a esta fulana.

  • Yo lo haría.

  • ¡¡¿¿Quéééé??!! – gritaron los cuatro al unísono.

Lorena ahora les miraba desafiantes.

  • No soy lesbiana, ni mucho menos, pero sólo por el morbo que me da, le comería ahora mismo el coño a mi amiga. ¿Qué me dais si lo hago?

  • Primero, no eres capaz.- Mateo era ahora el que llevaba la voz cantante. – Y segundo, con lo puta que eres, con lo putas que sois las dos, no te faltaba más que cobrar; no vamos a pagarte nada.

  • No hablaba de dinero, cariño – Lorena sonreía lasciva – si lo hago

  • Si eres capaz de hacerlo sin vomitar.

  • Si lo hago, luego tenéis que hacerme un favor, tenéis que hacer los cuatro lo que yo os pida.

  • Tú chúpaselo y luego ya veremos – dijo Gonzalo, y cogiéndola de su preciosa melena negra la llevó hasta la cama y situó su cabeza entre las piernas de su amiga.

Silvia, a pesar de su estado de nerviosismo, parecía dispuesta, de nuevo, a dejarse hacer. Se tendió boca arriba sobre el edredón con las piernas abiertas. Las gotas de fluidos pestilentes chorreaban por sus muslos y caían hasta el edredón. Lorena empezó por besarle los muslos para luego ir lamiendo (y tragando) cada una de las gotitas que los empapaban. También lamió las gotas del edredón y luego se volvió hacia los chicos.

  • Mmmmm, qué rico… - decía relamiéndose, mirándoles uno a uno a los ojos.

Los chicos sólo acertaban a masturbarse mientras murmuraban:

  • Puta… degenerada

Marta también se masturbaba en su escondite. Se metía los dedos en su sexo y luego en la boca, buscando integrarse más en la escena, sentir algo parecido a lo que sentía Lorena en aquel momento.

Lorena, por su parte, no se detuvo y metió la lengua en la rajita de Silvia. Mientras con la lengua intentaba penetrar profundo en la vagina de su amiga restregaba la naricilla por todo el coño, olisqueándolo todo, lamiendo toda aquella pestilencia.

Silvia había empezado a gemir, pero sus grititos quedaban ahogados porque llevaba el tanga en la boca. Al contrario que Lorena, no se atrevía a mirar a los chicos, y cuando se acercaban a ella bajaba los ojos. Los espasmos de su pelvis indicaban que se estaba corriendo, y su coño no paraba de segregar fluidos, que Lorena sorbía y tragaba inmediatamente.

Cuando Silvia se hubo calmado un poco, Lorena la giró y la colocó de espaldas encima de la cama.

  • ¿Os gusta este culito, chicos? – dijo mientras le acariciaba las nalgas.

Los interpelados no contestaban y se pajeaban con furia. Lorena besó sonoramente las perfectas nalgas de Silvia para luego recorrer su raja con la lengua de abajo arriba, desde el coñito y pasando por el ano, hasta terminar por arriba. Hizo ese movimiento varias veces, para luego centrarse en chuparle su orificio trasero, mientras con dos de sus dedos de largas uñas le penetraba la vagina. A Silvia parecía gustarle, seguía segregando fluidos, lo que hacía que Lorena volviera con su lengua a su coñito y los tragara gota a gota.

  • Bueno, nenes– Lorena les miró relamiéndose – ¿os ha molado el espectáculo?

  • Zorra de mierda, me das asco. – masculló Juanfran.

Lorena rió ante ese comentario.

  • Bueno, ahora os toca a vosotros. Antes os he dicho que le comería el coño, pero que a cambio os pediría un favor. Ese favor es que le rompáis el culo a esta putita. Quiero que se lo folléis lo más violenta y despiadadamente que podáis, los cuatro. Que mañana no se pueda sentar. Hacedlo por mí y hacedlo por vosotros, pero sobre todo hacedlo por ella; seguro que la muy guarra está deseándolo desde que os ha visto.

  • Por mí, de acuerdo- dijo Mateo, apuntando con su pene erecto al culo de Silvia, que estaba apoyada sobre las rodillas encima de la cama. Como no podía ponerse a cuatro patas, por tener las manos atadas a la espalda, era la cabeza lo que tenía apoyado sobre la cama, dejando su culo totalmente accesible para cualquiera que quisiera penetrarlo.

Mateo empezó a follárselo lentamente; oponía mucha resistencia, y lo hacía con suavidad, mientras la dueña emitía sonidos de dolor mezclado con placer. Pero pasado minuto y medio de penetración Juanfran, muy nervioso, pidió paso.

  • Venga tío, no acapares, y deja sitio a los demás.

Juanfran se colocó tras Silvia y le folló el culo mucho más rápido, mientras la insultaba y le daba sonoros azotes en las nalgas. A partir de ahí comenzó una rueda en el que los chicos se iban turnando para dar por el culo a Silvia. Ninguno llegaba a correrse porque cada dos minutos el que tenía el siguiente turno se ponía nervioso y pedía que le dejaran sitio. Entre ellos parecían competir en quien hacía más el bruto: Juanfran y Luis le daban cachetes en el culo; Gonzalo la cogía de la melena y tiraba de ella hacia atrás, casi levantándola el vilo, haciendo que su cuerpo se arquease, todo ello sin parar de penetrarla por detrás; y Mateo, por su parte, la cogía del cuello con una mano, simulando que la estrangulaba mientras la estaba enculando. Los insultos eran constantes, y abarcaban todos los sinónimos de "puta" y "cerda" que puedan imaginarse.

Lorena contemplaba la escena sonriente, disfrutando del sufrimiento de su amiga. Se había arrodillado al lado de la cama y cuando uno de los chicos perdía la erección se acercaba gateando a chupársela para que volviera a ponerse a tono. Parecía haber asumido su rol de perrita y se desplazaba a cuatro patas por la habitación. Sonreía si la insultaban y no decía que no a nada, tanto si le pedían una cubana como una lamida en los huevos.

En cuanto a Silvia, se dejaba hacer, porque no le quedaba otra, y emitía sonidos ahogados, mientras se le escapaba alguna lagrimilla. Después de lo que había disfrutado con las vejaciones anteriores, probablemente estuviera gozando como una perra de la enculada. La que sí que gozaba era Marta; todos los insultos, todas las humillaciones que recibían Silvia o Lorena le provocaban punzadas de placer en el vientre. Ahora sabía cosas realmente vergonzosas de las dos, y las contaría a todo el mundo, o las utilizaría para chantajearlas si seguían molestándola en el trabajo.

Mateo llevaba un rato acaparando el culito de Silvia, follándolo con fuerza, jadeando entrecortadamente, hasta que dijo:

  • Me corro putita, voy a llenarte el culo de leche.

  • ¡Córrete en su cara, mejor!

  • ¡O en la de la otra zorrita!

  • ¡Córrete en la cara de la que te parezca más guapa de las dos!

Esa idea pareció estupenda a Lorena, que se arrodilló al lado de la cama y dijo con voz afectada:

  • ¡Qué bien, Silvia! Por fin vamos a saber quién es la más guapa. Estos caballeros van a votar con sus corridas. Aunque no estás en tu mejor momento, reina, deberías haberte peinado para la ocasión.

Mateo no estaba en ese momento por reír ese tipo de gracias. Sintiendo llegar el orgasmo, sacó la polla del agujero trasero de Silvia, la cogió por la melena y eyaculó en su rostro. El semen le empapó sobre todo el ojo y la mejilla izquierdos, y parte cayó dentro de su boca, que no podía cerrar la tener el tanga dentro. Seguidamente se limpió la polla en la ropa de Silvia, que estaba tirada por la cama, pero ya Luis había ocupado su lugar y violentaba el ano de Silvia mientras le chorreaba el sudor por sus gordas mejillas.

La cara de Lorena reflejaba una pequeña gran desilusión. No parecía dispuesta a dejar escapar más votos y se arrodilló al lado de de Luis, mirándole a los ojos, mordiéndose los labios, poniendo cara de viciosa y diciéndole:

¿No te gusto, guapo? Venga, cariño… córrete en mi cara… sé que lo estás deseando

Luis no podía más, sudaba y bufaba como un búfalo, pero espero al último momento para sacar su miembro y dirigirlo a la cara de Lorena, mientras gritaba:

¡Toma mi leche, puta!

Lorena recibió la corrida riéndose, con la boca y los ojos abiertos, mientras le dirigía mensajes a su amiga.

¡Empate a uno, nena! Yo soy la más guapa, y voy a demostrarlo.

Al instante, Gonzalo se colocó detrás de Silvia y se la metió por el culo, con sus manazas apoyadas en las caderas de ella. Lorena recogía con los dedos los restos de esperma que le habían caído en los ojos.

¡No vale limpiarse, espabilada! O si no haremos como con tu amiga, atarte las manos a la espalda.- le decían.

¡Jo, es sólo para poder ver! ¿Queréis que me lo trague?

¡Vamos, perra, ya estás tardando!

Y Lorena se metía los dedos en la boca, chupando y tragando el semen que le había caído en los ojos.

Todos los presentes, empezando por Marta, estaban ansiosos por saber cual de las chicas iba a ser ahora agraciada con la corrida de Gonzalo. Él era el primero que se daba cuenta de esta expectación, e intentaba acelerar la llegada del orgasmo aumentando la velocidad de la enculada. Si al principio el culo de Silvia había opuesto una gran resistencia, ahora ya lo tenía totalmente dilatado, a juzgar por lo rápido que se lo follaban. Aunque claro, ella tampoco tenía la posibilidad de quejarse por el dolor. Había aumentado, eso sí, el tono y la frecuencia de los gemidos ahogados de dolor-placer que emitía cada cierto tiempo. Tal vez fuera que le estaban haciendo daño o tal vez fuera que intentaba llamar la atención de Gonzalo, deseosa, al igual que Lorena, de conseguir su voto.

Lorena se había tomado aquel desafío como algo personal y no dudaba en emplear todas sus armas para conseguir el voto. Arrodillada, con la mano en la entrepierna, masturbándose, y con los ojos fijos en los de Gonzalo, no paraba de susurrarle vulgaridades:

  • En mi carita, cariño… córrete en mi carita de puta… te la he chupado mejor que nadie… has hecho conmigo lo que has querido… no me niegues ahora mi premio… me merezco que me eches tu leche en mi cara de zorra

Gonzalo no se hizo de rogar y, apartándose de Silvia, empezó a pajearse ante la cara de Lorena. Ella se masturbaba frenéticamente, con sus ojos fijos en los de él, hasta que se corrieron los dos a un tiempo; esta vez Lorena no se reía, aullaba como una zorra mientras el semen le caía en la cara y en el pelo. Cuando se tranquilizó, introdujo el pene de Gonzalo en su boca y succionó las últimas gotas.

  • Dos-uno, zorra.- acertó a decir entre jadeos.

  • Bueno, creo que me toca – interrumpió Juanfran. Se colocó detrás de Silvia y empezó a follarle el culo duramente. Todos estaban expectantes.

Marta no sabía que desear. Un tres-uno en contra sería tremendamente humillante para la "diosa" Silvia, y a ella le complacía verla humillada. Después de todo, Silvia se había negado en un principio a participar en la orgía y se había visto arrastrada en contra de su voluntad. Le habían follado la boca y el culo, se habían burlado de ella y si ahora encima no la elegían la más guapa, iba a ser un golpe terrible para su ego. Al contrario que Lorena, que había participado activamente en todo, a Silvia la habían tratado como a un miserable objeto de placer.

Marta disfrutaba imaginándose a Silvia despreciada, pero por otra parte le molestaba que Lorena acabara siendo la triunfadora de la noche. Su doble moral niña buena-ninfómana viciosa le parecía especialmente abyecta, igual que le parecía despreciable la manera en que era infiel a su novio. Si ahora conseguía ser la más votada, situarse un escalón por encima de su amiga, la noche habría sido perfecta para ella.

La decisión iba a tomarla Juanfran, pero se hacía de rogar.

  • Mierda, tíos – murmuraba – no consigo correrme.

Fuera por el alcohol ingerido o por los nervios, lo cierto es que Juanfran no lograba llegar, y buscaba el ansiado orgasmo penetrando a Silvia cada vez más rápido, hasta el punto de hacerla gritar audiblemente, a pesar de la mordaza. Silvia había girado la cabeza y le miraba con ojos suplicantes. Lorena también le miraba, lamiéndose los restos de semen que le resbalaban por las mejillas hasta los labios, provocándole para conseguir el punto que le diera la victoria.

  • ¡Ahhh! ¡Ya me viene! ¡Ya me viene! – rugió Juanfran al fin.

Lorena se acercó más a él, apartándose el pelo de la cara, segura de ser la elegida, pero Juanfran la apartó empujándola con la pierna, saltó encima de la cama y cogió a Silvia violentamente por el pelo, para colocar la polla ante su cara. Silvia dirigió su mirada estrábica hacia el glande que tenía a escasos cinco centímetros de su nariz y ese fue su error, porque los primeros chorros le cayeron directamente en los ojos, que tenía abiertos.

  • ¡Toma, puta guarra! – Juanfran se desahogaba mientras su eyaculación, abundantísima y muy líquida, caía a chorros en la cara, cabello, cuello y pechos de Silvia.

  • Joder, que manera de correrse. – comentaban los "espectadores".

  • El Juanfran debía llevar tiempo reteniendo.

  • Al final empate, ¿eh, putita? – le decía con sorna a Lorena.

  • Lo que siento – dijo Lorena – es que va a manchar la colcha.

Efectivamente, Silvia había quedado arrodillada en la cama y el semen que le resbalaba por el cuerpo goteaba sobre la colcha. Lorena subió a la cama y empezó a lamer los regueros de semen que corrían por el cuerpo de Silvia, ante el regocijo de los chicos.

  • ¡Que se besen, que se besen! – empezaron a gritar.

Y finalmente lo hicieron; Lorena, tirando con los dientes, extrajo el tanga que Silvia llevaba dentro de la boca desde hacía un buen rato. No conforme con eso, lamía y tragaba el semen de la cara de Silvia y ésta, en cuanto notó su boca liberada, empezó a hacerlo también con su amiga.

El espectáculo de aquellas dos gatitas lamiéndose la leche de las caras era tan morboso que los chicos sacaron los teléfonos móviles y empezaron a hacer fotos. Ellas, a pesar del riesgo cierto de acabar en Internet, se dejaban fotografiar, pero procuraban no mirar directamente a la cámara para no ser fácilmente reconocibles.

Finalmente limpiaron y tragaron todo el semen que les había caído en la piel, sólo les quedaban restos en el pelo y en los ojos y pestañas de Silvia, donde no había alcanzado la lengua de su amiga.

Los chicos empezaron a vestirse entre risas y comentarios hirientes y Lorena hizo lo mismo. Parecía que nadie se había dado cuenta de que Silvia seguía atada, arrodillada en la cama, con la cabeza gacha y el pelo tapándole la cara. Finalmente Mateo reparó en ello y le desató las manos. Ella le miró y dijo con voz casi inaudible.

  • Gracias.

Marta no estaba segura de si le agradecía haberla desatado o todas las folladas, corridas y vejaciones varias a las que la habían sometido.

El ambiente era ahora mucho más distendido. Los chicos se vestían y comentaban la jugada entre ellos, sin preocuparse de que Silvia y Lorena estaban escuchándoles.

Qué culito tiene la rubia, ¿eh?

Y la Lorena parece que haya hecho un máster en chuparla.

Una experta en comer pollas.

Si ya lo dice mi hermano, estas que van así de pijillas luego son las más putas.

Lorena se había metido en el cuarto de baño, pero Silvia se había quedado arrodillada en la cama, desnuda, sin decir nada, como en estado de shock. Marta era consciente de que aquello había acabado. Pensaba que debía acostarse y dar gracias de que no la hubieran descubierto, pero una fuerza superior a sí misma la hacía quedarse allí, agachada, mirando por la abertura de la puerta.

Cuando los chicos ya estaban casi vestidos, salió del baño Lorena. Recién duchada, limpia, sonriente, como si nada hubiera pasado.

  • Bueno, nosotros ya nos vamos – le dijeron.

  • Ha sido un placer, y nunca mejor dicho, ja ja.

  • Entonces, ¿os creéis que ya habéis demostrado lo hombres que sois? – les retó Lorena.

  • Pues claro

  • Y vosotras, lo putas.

  • Con nosotras es muy fácil ser machotes, porque, modestia aparte, estamos buenísimas, y además estamos dispuestas a todo. Pero me gustaría ver si seríais capaces de hacerle lo mismo a la chica que venía con nosotras, la panoli esa, Marta, creo que se llama.

Marta se quedó petrificada al oír esas palabras.

  • Pues claro que somos capaces.

  • Por cierto, ¿dónde está Marta?

  • La tenéis durmiendo como una bendita en la habitación de al lado.- la voz cantarina de Lorena rezumaba veneno y maldad. – si de verdad sois tan hombres como decís, demostrádselo también a ella.

Horrorizada, Marta literalmente voló hacia la cama y se tapó con la colcha, simulando estar dormida. ¿Qué podía hacer? ¿Gritar? ¿Saltar por la ventana? Inconscientemente, el hecho de haber disfrutado viendo lo que les hacían a las otras, de haberse incluso masturbado, la convertía en cómplice. Ahora no podía negarse a participar. Pero ellos no la habían visto, se decía mentalmente, intentando tranquilizarse, nadie la había visto. Seguía oyendo las voces de la otra habitación; los chicos no se ponían de acuerdo.

  • Pasando, tíos – decía una voz – esto no me huele bien, vámonos.

  • Es verdad, la otra parecía una chica normal, no una fulana como estas dos.

  • ¿Qué pasa? – les incitaba Lorena - ¿Que con esa, como es una mojigata, no os atrevéis?

"Dios mío, que no vengan" rezaba Marta, arrebujada entre las sábanas.

  • Silvia tía, ja, ja – seguía Lorena – no nos habíamos dado cuenta de que estos chavalitos sólo valen para un polvo. ¡Cobardes, mariquitas!

  • ¡Ni se te ocurra repetir eso! – la voz de Gonzalo sonaba realmente irritada. Aquella sucia provocación había logrado su objetivo. – ¡El que tenga huevos, que me siga!

  • Yo paso – se oyó decir a una voz.

  • Y yo

Pero Marta, bloqueada por el pavor, ya no les oía. Sólo escuchaba los latidos acelerados de su corazón y los pasos que se acercaban. A punto de llorar, sintió como se encendía la luz, deslumbrándola, y dejándole ver dos siluetas recortadas en la puerta. Eran Gonzalo y Mateo, y venían en calzoncillos y camiseta, no les había dado tiempo a vestirse.

  • Hola, cariño – dijo Mateo – venimos a darte las buenas noches.

Su suerte estaba echada, ya no había vuelta atrás. Iba a ser violada y vejada, ya había visto de lo que eran capaces en aquella pandilla. De nada le serviría suplicar; no dudaba de que Mateo y Gonzalo fueran en el fondo buenas personas, pero sin duda estaban acostumbrados a tratar con zorritas como Silvia, que simulan resistirse porque lo que realmente les pone cachondas es que las fuercen. Si Marta iba con ellas dos, ¿por qué iba a ser diferente?

Resignada, se incorporó y, sentada en la cama, empezó a quitarse la parte de arriba del pijama, luego el sujetador. Esperaba que le dijeran lo que tenía que hacer, una orden imperiosa del tipo "Desnúdate, perra" o "Ponte de rodillas, furcia". Sin embargo, lo que ocurrió es que Mateo se sentó a su lado en la cama y empezó a acariciarle el pelo amistosamente.

  • Tranquila pequeña… estás temblando.

Marta le miró con ojos suplicantes.

  • ¿Qué pasa, que has oído lo que hemos dicho antes? No te preocupes, estábamos chuleándonos delante de Lorena. No vamos a hacerte nada.

  • Si quieres – intervino Gonzalo, también conciliador – nos vamos y les decimos a esas dos que sabemos tratar a las putas como putas y a las damas como damas.

  • Venga, vístete, que nosotros te dejamos tranquila.

Marta sintió que el corazón le daba un vuelco; pero, extrañamente, en lugar de alivio, sentía… desazón. Repentinamente las lágrimas le vinieron a los ojos. ¿Por qué no la violaban? ¿Por qué no abusaban de ella? Se sentía despreciada. Claro, ella no era tan guapa, no tenía el cuerpo de Silvia o Lorena, y ni siquiera era tan puta como ellas. Si se hubieran quedado con ganas, bastaría con pedirle a Lorena que les hiciera otra mamada. ¿Para qué iban a follarse a una mosquita muerta? Era tan humillante… Ahora lo entendía todo. Siempre había querido parecerse a ellas, ser como ellas, que la aceptaran, y ellas la habían despreciado. Cuando pensaba que eran dos "diosas", guapas, elegantes y perfectas había deseado ser como ellas y había sufrido por no serlo. Ahora que sabía que no eran más que unas zorras, dispuestas a ser infieles a sus novios con el primer chulazo que pasara, a participar en una orgía y a dejarse atar y a eyacular en el rostro, quería ser también una zorra, dejarse a hacer de todo, sentirse utilizada sólo para complacer a unos chicos que había conocido esa misma noche. La envidia la corroía en lo más hondo de su ser, el hecho de que Gonzalo y Mateo se marcharan ahora sin tan siquiera tocarla le parecía la mayor de las humillaciones, un desprecio tan tremendo que su sólo recuerdo la torturaría el resto de su vida.

Sin ser muy consciente de lo que hacía, lloriqueando, se arrodilló en el suelo, ante ellos, y les dijo.

  • Mirad, no os voy a engañar, he estado espiando todo lo que les hacíais a Silvia y a Lorena. Sería muy difícil explicaros por qué lo hago, pero solo os pido, os suplico, arrodillada como estoy ante vosotros, que me hagáis a mí lo mismo. Sé que no estoy tan buena como Silvia o Lorena, y que no tengo tanta experiencia, ni sabré haceros tan bien las cosas que os han hecho ellas. Pero os puedo ofrecer mi más absoluta entrega y sumisión. Cualquier fantasía que tengáis, por sucia que sea, la podéis hacer conmigo. A partir de ahora consideradme vuestra esclava. Pero os pido por favor que no os vayáis sin tocarme, porque sería el daño más grande que podríais hacerme, el peor dolor que he sentido en mi vida.

Mateo y Gonzalo se miraron, desconcertados; de todas las cosas que habían ocurrido aquella noche, muchas de las cuales parecían increíbles y surrealistas, esta se llevaba la palma. Este momento de duda lo aprovechó Marta para arrastrarse aún más ante ellos y besarles compulsivamente los pies desnudos, mientras lloriqueaba y murmuraba "por favor… por favor…" La situación era tan violenta que Mateo tuvo que coger a Marta por los hombros y ayudarlo a incorporarse, mientras decía:

  • Tranquila chiquilla, haremos lo que nos pides, pero levántate, por favor.

Marta sintió que la poseía la euforia, y se arrojo en los brazos de Mateo, besándole en la boca. ¡Cómo había deseado aquellos labios! Pero no quería tampoco recrearse, ella era su puta, su esclava, no su novia. Despojó a Mateo de la camiseta y fue recorriendo su cuerpo, lamiéndolo, besuqueándolo: el pecho, la tripa… hasta que llegó a la zona de los genitales, que besó cariñosamente por encima del slip. Ella, que siempre se había considerado bastante cortada en la cama, se sentía ahora como una puta, y se sentía feliz siéndolo. Hubiera deseado que fuera el propio Mateo el que se sacara la polla y se la metiera en la boca, pero como no lo hizo, fue ella la que retiró el slip y rodeó aquel miembro con sus labios. Tenía un sabor fuerte, a sexo reciente, y mientras lo mamaba como si fuera un biberón notó cómo iba creciendo en tamaño y dureza. ¡Qué sensación tan agradable, sentirse capaz de excitar nuevamente a un chico que acababa de eyacular! Se hubiera recreado chupando el falo de Mateo durante horas, pero no podía dar de lado a Gonzalo. Lorena no lo hubiera hecho, Silvia tampoco, pudiéndoselo montar con los dos a la vez no se hubieran conformado con uno. Buscó a Gonzalo con la mirada y lo localizó, de pie a su lado, expectante. Se arrodilló delante de él. Gonzalo, visto desde abajo, imponía, parecía un bruto, así que no se atrevió a besarlo y se limitó a introducirse su pene en la boca tímidamente, pero sin dejar de mirarle a los ojos, como había visto hacer a Lorena anteriormente. Nuevamente sintió un escalofrío de placer al notar aquel miembro crecer en su boca. Ella, la mosquita muerta, había conseguido levantarles las pollas a dos machos recién saciados.

-Lo que queráis… - murmuraba – podéis hacerme lo que queráis.

Entre los dos la pusieron a cuatro patas, y mientras Gonzalo se entretenía en quitarle la poca ropa que le quedaba y acariciar sus zonas más íntimas, se vio de nuevo con la polla de Mateo en la boca. Ella se la chupaba lo mejor que sabía, pero tenía miedo de no ser tan buena como Silvia o Lorena. Así que cogió las manos de Mateo y las colocó sobre su cabeza, invitándole a que fuera él quien le follara la boca, como había visto que hacían antes con sus compañeras. Mientras, notaba las manazas de Gonzalo recorrer su rajita y sus nalgas.

Hostia… qué culo – le oía murmurar – qué culo.

Este tipo de comentarios la excitaban más aún. A pesar de estar en su peso, Marta siempre había tenido un trasero un poco gordito. Pero parecía que el bruto de Gonzalo prefería dos nalgas amplias a los culitos sin un gramo de grasa de Silvia y Lorena, y eso la halagaba profundamente. Entonces ocurrió algo que la pilló totalmente por sorpresa..

  • ¡¡ZAS!!

Gonzalo acababa de propinarle un azote en el trasero. No una palmadita amistosa, sino un verdadero azote, fuerte, que le hizo sentir picor en su nalga derecha. Esto, lejos de contrariarla, la hizo excitarse todavía más. Puesta a cuatro patas, uno de sus machos le follaba la boca, con ambas manos enredadas entre su pelo, mientras el otro se entretenía en azotarle el trasero. Ahora se sentía verdaderamente usada, se sentía como una auténtica perra. Juntó los muslos e intentó sacar su culo lo más posible hacia afuera, invitando a Gonzalo a repetir.

  • ¡¡ZAS!!

Nuevamente sintió el escozor, esta vez en la otra nalga. Deseaba gritarle a Gonzalo que le pegara más y más fuerte, pero aunque se hubiera atrevido a hacerlo no hubiera podido por tener la garganta ocupada. No quería descuidar tampoco la mamada que le estaba haciendo a Mateo, y se concentraba en succionar su falo y mirarle a los ojos, a pesar de que lo más fácil hubiera sido cerrarlos y abandonarse a tantas sensaciones nuevas.

  • ¡¡ZAS!!

El tercer azote fue tan violento que el propio Gonzalo se asustó. A ella le hubiera gustado que hubiera seguido golpeándola durante horas, pero los chicos parecían haber pactado un cambio de posiciones.

Mateo le sacó la polla, totalmente cubierta en saliva (Marta se sorprendió de que ella sola pudiera salivar tanto), y fue Gonzalo el que ocupó su lugar. Como había hecho antes, cogió las manos de Gonzalo y las colocó en su cabeza, para que también él le follara la boca a su antojo. Mientras lo hacía, sentía los dedos de Mateo jugar con su clítoris, hasta que notó un bulto que luchaba por entrar en su vagina. ¡Por fin iban a follarla! No cabía en sí del gozo cuando sintió el ardiente pene de Mateo penetrando en su coñito. Ahora ya era definitivo, mientras uno se lo hacía por la boca el otro se lo hacía por el coño, y ella era feliz.

Pronto se dio cuenta de que Mateo había sido bastante "caballeroso" al follarle la boca, metiéndole la polla sólo hasta la mitad, y que con Gonzalo no iba a ser tan fácil. Gonzalo quería metérsela hasta el fondo de la garganta, sin importarle si se atragantaba, y ella, por supuesto, estaba dispuesta a dejarse hacer cuanto quisiera; pero aquel falo, al chocar contra el fondo de su garganta, hacía que le brotaran lágrimas de los ojos. Gonzalo, tal vez por piedad, se la sacó de la boca, pero Marta no quería que tuviesen piedad con ella, como no la habían tenido antes con Silvia, así que le miró con la mejor de sus sonrisas y le dijo:

  • ¿No sigues, guapo?

  • Puta… - murmuró él, y por toda respuesta empezó a golpearle con su pene erecto en las mejillas. Aquello era tan placentero como los azotes de antes, más aún, porque ahora sentía al mismo tiempo cómo Mateo se la estaba follando sin contemplaciones. Luego Gonzalo le colocó los huevos delante de la boca, y mientras ella se concentraba en lamerlos, algo debieron hablar entre los chicos, porque le dijeron:

  • Prepárate que vamos a hacerte una cosa muy bonita.

Se retiraron de ella y Gonzalo se sentó en la cama, con su pene erecto mirando hacia el cielo.

  • Ven aquí – ordenó.

Marta se sentó a horcajadas sobre él, clavándose su miembro erecto en el coño. Entraba sin ninguna dificultad y con mucho placer para ella, por lo lubricada que estaba. Empezó a botar, pero Gonzalo, tumbándose sobre la cama le dijo:

  • Túmbate sobre mí.

Ella obedeció, y entonces su orificio trasero quedó accesible para que Mateo pudiera utilizarlo. Eso era lo que se proponían, y pronto sintió el glande de Mateo intentando penetrar en su ano. Marta era virgen por ahí, pero no le preocupaba el dolor, es más, había descubierto esa misma noche lo placentero que puede llegar a ser un dolor moderado. Sin embargo, su culito se resistía, y Mateo hubo de escupirle varias veces en el ano antes de lograr penetrarla. Cuando los dos se hubieron acoplado, empezó el vaivén, cada uno de ellos llevaba su propio ritmo y era su cuerpo el que aguantaba todas las embestidas. Sin importarle el agudo dolor que provenía de su recto, Marta se sentía dichosa de ser un emparedado, de sentirse entre los cuerpos de ambos, entre las respiraciones entrecortadas de ambos. Sólo le faltaba una cosa para ser verdaderamente feliz.

Insultadme, por favor – dijo

¿¡ Cómo!?

¡Insultadme!

Efectivamente, Marta había alucinado viendo como les dedicaban todo tipo de insultos a sus dos compañeras, pero ahora deseaba que lo hicieran con ella. Ellos, locos de excitación, no se hicieron esperar.

  • ¡Toma polla, puta! – gruñía Gonzalo.

  • Te gusta que te reviente el culo, ¿eh, perrita? – decía Mateo.

  • ¡Sííí! – chillaba ella.

  • ¡Zorra!

  • ¡Ramera!

Los chicos quisieron cambiarse el puesto, y ella no puso inconveniente. Los falos entraban ya con toda facilidad en sus dilatados agujeros. Los insultos no cesaban, Gonzalo y Mateo parecían haberse vuelto locos de deseo. Marta pensaba en qué pensarían en ese momento Silvia y Lorena, oyéndolo todo desde la otra habitación. Seguro que estaban muertas de envidia y de rabia, les estaba demostrando que era tan sexy como ellas, tan mujer como ellas, tan puta como ellas. Se habían burlado de Marta y ahora era Marta la que les daba una lección.

  • ¡Dadme más, chicos! ¡Ahh! ¡Me encanta sentiros dentro de mí!

Gritaba esto bien alto, para que fuera perfectamente audible desde la otra habitación. También fingía sucesivos orgasmos, con voz entrecortada y melosa.

  • ¡Ahhh! ¡Ssssííí! ¡Me viene!

Haciendo eso se sentía tremendamente puta, y al final, de tanto fingirlo, le acabó llegando un orgasmo real.

Pasado un buen rato de doble penetración, oyó a Mateo murmurar:

-Ah… furcia, como me pones. Voy a llenarte de leche.

Aquello hizo que a Marta se le encendieran las alarmas. Recordaba la apuesta de las corridas en la cara, en la que cada chico había votado a la más guapa de esta manera. Si quería estar al nivel de Silvia y Lorena, también por ella deberían "votar".

  • En mi cara, por favor. – susurró avergonzada.

  • ¿Cómo dices? – Mateo la había oído perfectamente, pero quería recrearse, humillarla, obligándola a repetir aquello en voz alta.

  • ¡Córrete en mi cara, por favor! – gritó, alto y claro, para que se oyera en las dos habitaciones.

Marta se colocó de rodillas en el suelo, desnuda, y Mateo empezó a masturbarse delante de su cara. Ella buscaba excitarle para que se corriera lo antes posible, estaba ansiosa por recibir su premio, así que se amasaba los pechos, se pasaba la lengua por los labios mirándole a los ojos… quería parecer la más puta. Incluso le preguntó:

  • Mateo, ¿tu crees que soy guapa?

Por toda respuesta, Mateo eyaculó sobre su rostro una gran cantidad de semen, muy líquido. Ella tragó los chorros que le cayeron en la boca, dejando que el resto resbalara por sus mejillas. Instantes después, Gonzalo descargó también sobre ella el contenido de sus huevos, parte sobre su cara, parte sobre su cuerpo y otra parte cayó sobre la moqueta. Ahora ya tenía dos votos, los mismos que Silvia, los mismos que Lorena.

Una vez eyaculados, los chicos se quedaron mirándola, complacidos, y Marta, sólo por el placer de sentirse la más puta, se recreaba recogiendo los restos de semen que tenía sobre el cuerpo y tragándolos con deleite.

Entonces Gonzalo se acercó a ella, la agarró del pelo bruscamente y le dijo:

  • Te falta algo, zorra.

Y, pegando el rostro de Marta al suelo, la obligó a lamer los restos de semen que habían caído sobre la moqueta.

Los chicos ya se habían marchado y Marta se dirigió, completamente desnuda, a ducharse al cuarto de baño. Al pasar frente a la puerta de Silvia y Lorena las sorprendió a las dos despiertas, mirándola con ojos atónitos. Ella les sostuvo la mirada, desafiante, y luego entró en el baño.

Mientras encendía los grifos de la ducha, pensaba que algo había cambiado para siempre en su relación con Silvia y Lorena. Para empezar, ahora cada una de ellas sabía cosas inconfesables sobre las otras dos, así que lo lógico parecía un pacto de silencio. Y luego, les había demostrado que podía ser igual que ellas, que se habían equivocado al despreciarla; no esperaba que ahora la acogieran como amiga con los brazos abiertos, ni lo deseaba, pero seguro que habían aprendido a tratarla con respeto.

Pero, por encima de todo, algo había cambiado para siempre dentro de ella misma. La Marta tímida, insegura de su físico, retraída con los hombres, se había quedado allí para siempre. Había hecho cosas que jamás hubiera pensado que podría llegar a hacer y había sentido cosas que jamás hubiera pensado que se podían llegar a sentir. Ya nada volvería a ser igual. Había nacido una nueva Marta.