Séptima cita

Cada visita de Javier me iba desinhibiendo mas y descubriendo otro yo misterioso y oculto, amante de la aventura y capaz de hacer locuras impensables unos meses antes.

Bueno, ya habia conseguido de mí casi todo. Me habia besado en la boca, a pesar de mi rechazo natural a ese tipo de besos, me habia visto las bragas, o mas bien, se las habia enseñado yo, me tocó, acarició y sobó a placer, en cualquier sitio y sin importar que circulara gente por alli cerca, y ahora…

Ahora, cuando me anunciaba la fecha de su próxima visita a Madrid, me había pedido que fuera sin sujetador, que deseaba disfrutar de la vista de mis pechos al natural, sin encierros ni trucos. Solo verlos, intuirlos, no tenía ningún otro propósito, ni deseaba violentarme de ninguna manera.

Lógicamente yo le había respondido que ni hablar. Si quería reírse de una pobre mujer con los pechos caídos, que se buscase a otra. Había miles de jovencitas con las tetas bien puestas y muchas de ellas no dudarían en enseñárselos, pero que no contase conmigo para esa nueva tontería. Faltaría mas ¡¡¡¡

Y allí estaba de nuevo, arreglándome y llamándome tonta, tonta y tonta. Mil veces tonta. Porque al final, había decidido hacerle caso e ir sin sujetador. Y no me hacia ninguna ilusión, ni me encontraba mejor, cuando, como siempre, me acicalaba y ponía guapa delante del espejo.

Porque estaba claro que tenia las tetas caídas. Gracias a Dios no son muy grandes. Mi marido dice que son perfectas, que cabían en su mano y se amasaban con soltura. Otra ordinariez típica de un hombre, machista cien por cien. Yo recordaba aquella otra que decía que teta que cabe en una mano, no es teta.

Bueno, si le gustaban a mi marido, a lo mejor también le podían gustar a Javier. La verdad es que no le había preguntado sus gustos en cuestión de tetas. A lo mejor le gustaban así, caídas, algo flojas y pequeñas. ¿Cómo las tendría su mujer? Seguro que grandes y voluminosas, hermosas ubres de esas que llenan una camisa y revientan botones.

A los hombres les gustaba lo diferente, lo que no veían habitualmente. Es posible que le atrajera ver algo diferente de lo que veía todos los días. Lo único que sabía de su mujer es que era también bajita, como yo, y que se llevaban bien, que no tenían problemas, vaya.

Me coloqué las medias y la falda oscura y mientras me abrochaba se me ocurrían ideas tan peregrinas como que también podía ir así, con el torso desnudo. Seguro que entonces si le impactaba. Bueno, a él y mas de uno. ¿Que diría mi marido si saliese así? Ya me lo imagino: pásatelo bien y no volváis muy tarde. Ja ja ja ja… algún día lo tenía que hacer, a ver que ocurría.

Se reiría, pero esperaría hasta que regresase vestida y en condiciones. Estaba muy seguro de mi sentido del ridículo y de lo que era capaz de hacer o no hacer, de lo que nunca me atrevería ni a imaginar. Bueno, en eso se equivocaba, estaba bien claro, porque ahora lo estaba imaginándome y riéndome.

Tampoco era nada del otro mundo para mi lo de ir sin sujetador. Durante todo el verano, en la playa o en la piscina, excepto en la de la urbanización, iba sin sujetador, con las tetas al aire, de la forma mas natural. Incluso me ponía unos tangas pequeñitos que boca abajo daban la impresión de no llevar nada.

Salíamos a cenar o a pasear y rara era la ocasión que utilizaba el sujetador, iba tan cómoda así, sin apreturas, fresca y natural. En algunas fotos de mi marido se apreciaban los pezones de punta, debajo de la finísima blusa de seda, pero el conjunto del pecho se veía bien, casi redondito, algo retenido por la blusa y con las puntas frías y rígidas en el centro prácticamente.

Venga, tonta, que no estás tan mal ¡¡¡ lo que ocurre es que hasta ahora solo te lo había dicho tu marido y la opinión de este no vale, es parte interesada, estoy enchufada con él y siempre le parezco bien, me ponga lo que me ponga.

Hoy oiré otra opinión, y ya veré si están de acuerdo en mis bondades corporales. O mas bien pectorales. Venga ponte la camisa, coge la chaquetita por si a la tarde hace frío, y dale un beso de despedida, a ver si se da cuenta de que no llevas nada debajo.

Bueno… el pareció no darse cuenta, o por lo menos no hizo ningún gesto extraño, de agrado o desagrado, pero en cambio en el autobús mucha gente si se dio cuenta. No había mas que ver la forma de mirarme, y es que, cada vez que cogíamos un bache o una elevación de esas que están tan de moda ahora para frenar a los coches que corren demasiado, el pecho me subía de golpe y se notaba que bailaba a su aire ahí dentro.

Javier en cambio no dijo nada, se comportó como siempre. Esta vez había ido yo a su hotel, ahora estaba, como dijo, en uno mas céntrico y me convenía que no me esperase casi a la puerta de la estación.

Hacía ya para estar en una terraza al aire libre, pero no me sentía segura. Me llevó a una especie de garito oscuro y tétrico, con gente rarísima, que resultó ser una especie de reunión o punto de encuentro de escritores, artistas y gente bohemia, con sillones antiguos, de madera, decorado casi rustico y lleno de humo y extraños olores.

Yo creo que la gente fumaba droga o hierba de esa que es casi droga, porque estaban todos como idos, quietos y hablando a intervalos muy largos, como si tuvieran que pensar mucho lo que iban a decir, pero el murmullo no paraba y parecía un sitio animado y entretenido.

No molestaron para nada, cada uno iba a su aire y por lo menos descubrí que no era la única mujer que iba sin sujetador, mas bien al revés, hasta se veían asomar algunos pechos libres y pálidos al moverse su propietaria, cuando gesticulaban para acentuar sus opiniones.

  • ¿te gusta este sitio?

  • es muy curioso. Nunca había estado en una cafetería como esta.

  • bueno, se dan mucha importancia, pero lo que pensé principalmente al traerte aquí, es que había bastante seguridad de que no te encontrarías con nadie conocido.

  • pues es verdad… ninguno de mis habituales se le ocurriría jamás aparecer por aquí.

  • me gusta ver tu canalillo, y ese movimiento de libertad y soltura que se te nota. Deberías ir siempre así.

  • se me congelarían las tetas y además, se aflojan y se caen mas.

  • pues yo he oído que si no se usa sujetador, el músculo que las sujeta se fortalece, en cambio, con él, se hace vago y se afloja y el pecho cae mas.

  • ¿seguro? Nunca había oído eso…

  • seguro. Suéltate un botón, déjame ver un poco mas.

Me solté el dichoso botón. No le pareció suficiente, me tuve que soltar otro. Ahora estaba todo a la vista, la camisa estaba abierta casi hasta la cintura y cada vez que me acercaba, movía o cogía el vaso, aparecía un trocito de teta juguetón, que se volvía a esconder cuando me colocaba normal.

Me hizo enderezar para que la tela de la blusa se pegase al cuerpo, pellizcó suavemente las durísimas puntas de los pezones que afloraban libres a través de la tela, me tuve que ladear para ver no se qué y que al girar la teta quedase prácticamente al aire.

En fin, no me dio demasiada vergüenza, nadie miraba, ni nadie se preocupaba, todo el mundo seguía a lo suyo. Era casi como un espectáculo para uno, un juego sin espectadores, sin público, pero con ese punto de excitación que daba el hecho de estar enseñando el escote abierto en un local repleto de gente.

Me pareció estar jugando a la ruleta rusa, era excitante enseñar y disfrutar con ello. Al principio miraba a ver si alguien mas se daba cuenta, pero luego observaba y procuraba precisamente eso: quería que alguien mas me viese, que se percatase de mi desnudez y de lo liberal y desinhibida que me había vuelto.

Javier se reía al darse cuenta, y me decía que debían de estar fumando marihuana o hachís, y que el humo debía de haberme afectado, pero estaba claro que todavía disfrutaba mas que yo con mi nueva manera de comportarme.

Me acarició un poco por dentro de la blusa, pero mas bien por encima. Le gustaba sentir las puntas vibrar con el toque de sus dedos, con ese roce ligerísimo que me producía escalofríos. Y yo me dejaba sintiendo el gusto recorrer mi cuerpo y viendo su alegre cara de felicidad.

Un melenas desgreñado y estrafalario se sentó en una silla en nuestra mes, sin pedir permiso ni decir ni pío. Me asusté un poco, pero luego me tranquilicé cuando vi que Javier seguía mirándome y hablando sin darle demasiada importancia.

Me decía que para la próxima vez iba a preguntar a sus amigos por algún sitio mas raro aun para llevarme, que iba a enseñarme el Madrid prohibido, ese que nunca se me ocurriría descubrir por mi misma, ni con mis amigas, que teníamos que repetir lo del baile y que no pensaba parar hasta que conociese mi ciudad de verdad, con todos sus garitos y fiestas, con todas sus posibilidades.

Su mano acariciaba ya sin disimulos mi teta derecha, amasaba y apretaba, jugaba con mi pezón, apretando y en un momento determinado, hasta me hizo daño. Cuando bajé la vista para apartarla, me percaté de que no era él, era el pelos, que muy serio y concentrado, había introducido su mano y jugaba como si fuera un recién nacido.

Me quedé cortada y roja como una amapola. Javier se partía de risa al verme y al notar mi confusión y mi enfado y yo, al fin, reaccioné y le di un manotazo al intruso, que se levantó muy parsimonioso diciendo eso tan antiguo y tan impensable en su boca de: ¡quedad con Dios hermanos!

….

Me abroché los botones antes de salir, me recompuse y volvimos hacia Moncloa, a mi autobús. Javier estaba feliz y aun se reía del episodio y yo no podía menos de sonreír también y reconocer lo bien que me lo había pasado aquella tarde y lo diferente que era todo de mi habitual comportamiento y de mi forma de pensar.

Tan diferente y tan a gusto me sentía con mi recién descubierta personalidad, que nada mas sentarme, me desabroché dos botones y ahuequé la blusa para que mi pecho se airease y los pasajeros próximos pudiesen apreciar que dos cosas tan bonitas tenía yo ahí dentro, y como el viento que circulaba por el interior del autobús en su loca carrera hacia casa, abría y dejaba ver esos botoncitos oscuros, sobresalientes y arrugados por el fresco, y lo buena que estaba su propietaria.