Séptima [Ciencia ficción] Capítulo VIII

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Capítulo 8

Salvajes

Maya llegó a la aldea con múltiples heridas. Rao no dejó que Azul entrara a verla, sólo él junto a Karim y la curandera de la aldea estaban dentro de la choza. La chica tenía varias heridas en la cara y el torso. No entendía cómo un animal salvaje podía haberle hecho eso.

—Es muy extraño —susurraba Yael.

Junto a él, Thalía y Suri se unían.

—Parece que es grave —soltó Thalía, logrando una mirada de preocupación en Azul— ¿dónde estaban? —preguntó con curiosidad y Azul recordó todo lo que había descubierto en la cueva.

Luego de haberles contado todo lo que había visto y leído, sus compañeros estaban estupefactos.

—¿El alma se divide en siete partes? —preguntó Suri pensativa— ¿dónde he visto algo semejante? —se preguntó a sí misma.

—No lo sé —dijo Azul lanzando miradas hacia la choza de Maya—, pero los líderes del proyecto Séptima creen eso y por eso crearon el proyecto.

—Entonces —intervino Yael—, los doce chicos que fueron secuestrados aquí, son una parte de nuestra alma.

—Algo así —dijo Azul dándose cuenta de lo extraño que sonaba eso.

—Draconianos —soltó Suri de repente—, las historias espirituales de los draconianos —agregó como si esa fuera la respuesta—, ahí es donde lo vi.

—¿Qué? —preguntó Azul confundida.

—Los draconianos son una civilización muy antigua —dijo—, sus creencias se basaban en el alma dividida en siete partes únicas o versiones —agregó con los ojos como platos—, la unión de estas partes para conformar un alma pura, proporcionaría toda la sabiduría y conocimiento del universo entero —exclamó— ¡Del universo entero! ¿Sabes lo que eso significa? —preguntó sin obtener respuesta alguna— es tan inmenso, que podrían compararse con el mismísimo Dios.

—Es una locura —dijo Yael— ¿Por qué nosotros? ¿Por qué doce personas?

—Es lo que vamos a averiguar cuando lleguemos a Dortmund —dijo Azul desesperada—, tengo que hablar con Maya —espetó— tenemos que partir pronto.

Azul se sorprendió cuando Hurán se ofreció para distraer a Rao y así ella pudiera entrar a ver a Maya.

—Yo también quiero saber lo que pasa —dijo levantando los hombros—, no es porque quiera ayudarte.

Leinor lo miró con una media sonrisa y asintió.

—Yo también iré.

La chica sonrió y se encaminó a una pequeña fogata junto a la choza, mientras los hermanos iban hacia el extremo contrario. Vio como Hurán llamaba a Rao y a Karim y empezaba a preguntarles algo con respecto al río y su desembocadura. Azul no pudo evitar reírse, pero con sigilo se adentró en la choza y la vio. Estaba tendida en la cama, tenía vendajes en los brazos y heridas con sangre seca en la cara, cuello y pecho.

—Maya —susurró acercándose a ella con preocupación—, pero qué —dijo acariciando la cara de la chica, que se quejó de inmediato— ¿qué cosa te hizo esto? —preguntó al ver que las heridas no parecían hechas por una animal.

Maya no decía nada, solo la miraba y con el pecho afligido suspiró.

—¿Qué me estás ocultando? —le preguntó.

Maya se logró sentar con mucho esfuerzo y con la ayuda de Azul, la chica se frotó los ojos, se sentía demasiado débil.

—No somos los únicos en esta isla —soltó—. Nunca habían atacado directamente —dijo con pesadez—, entramos a su zona, la cueva está en su territorio —le explicó—, es de ellos.

—¿Quiénes son ellos? —preguntó sorprendida.

—Los nombraste cuando leíste la inscripción en la pared.

—¿Draconianos? —preguntó estupefacta— ¿hay draconianos aquí? —Azul se puso de pie— ¿por qué demonios están en todas partes?

—Nosotros los llamamos Salvajes. —dijo— Y hay otra cosa —agregó—, Dortmund está en su territorio.

Azul resopló y se dejó caer de nuevo, tapándose el rostro con ambas manos.

—No dejaré que vayas sin mí— dijo la chica convaleciente.

—Tú estás herida, Rao no lo va a permitir y yo mucho menos.

Un estruendo azotó la entrada, Rao cruzaba hecho una furia, pero al ver a Maya supo que no podía hacer nada. Sentía que todo lo que le estaba pasando a la aldea era culpa de Azul y su tripulación, además de que Maya había estado a punto de morir.

—Nos iremos apenas mejore —dijo Maya con frialdad a su hermano.

—No podemos contra sus armas —replicó.

—En nuestra nave tenemos armas —soltó Azul—, Sawyer está más cerca, podemos irnos por la zona donde aparecimos, sé que ambos caminos llegan al sur.

Rao la miró con enojo y luego miró a Maya esperando su respuesta.

—Eso haremos —asintió.

Al salir, Hurán estaba sentado en un tronco cubriéndose la nariz y Leinor ayudaba a limpiarle la sangre de la cara. Azul volvió furiosa y llegó hasta donde estaba Rao y lo propinó un sonoro golpe, que estaba totalmente desprevenido. El chico enrojeció y antes de poder devolverle el ataque, sintió la presión, en su hombro izquierdo, de la mano de su hermana. Maya se había puesto de pie y, a pesar de estar herida, su agarre incomodó a Rao quien frunció el ceño de dolor.

—No vuelvas a tocar a mi tripulación —espetó con furia Azul al ver que Maya lo mantenía quieto.

Hurán era un idiota sí, pero era parte de su gente y no iba a permitir que ahora, el imbécil de Rao, se la pasara golpeando a su gente cada vez que se le ponían en frente. Ahora ambos tenían un enemigo común, los salvajes draconianos.


—¿Cómo que salvajes draconianos? —preguntaba Yael incrédulo.

—Al parecer existe otra tribu en la isla —explicó Azul— y son draconianos.

—¡Claro! —dijo Suri dándose cuenta de algo que nadie parecía ver— ¿Recuerdan la teoría de la evolución? —preguntó poniéndose de pie— el humano proviene del simio —explicó mientras los miraba— ¿de dónde provienen los draconianos?

—¿De los dragones? —dijo Hurán.

—Los dragones no existen, cariño —le respondió Leinor.

—Dinosaurios —dijo Suri mientras miraba a Hurán como si fuese un espécimen extraño.

—Dinosaurios —repitió Azul para sí misma.

—Evolucionaron y ahora conviven con su especie primitiva —dijo—, igual que nosotros.

—Sigo sin entender qué tienen que ver los draconianos con Séptima y con nosotros, son una especie sumisa, no significan peligro alguno —soltó Yael.

—No lo sé —dijo Azul—, pero ahora son nuestro principal obstáculo hacia Dortmund y ya viste lo que le hicieron a Maya, son peligrosos —aclaró.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Stefan, que había estado callado.

—Iremos primero hacia nuestra nave —explicó—, buscaremos las armas de Hurán para defendernos —Azul miró al chico rubio, pensando que tal vez le recriminaría el hecho de haberlas escondido, pero él solo asintió con amabilidad—, luego nos adentraremos en el sur.


El sol se ocultó antes de tiempo y nubes grises cubrieron todo el cielo, preparado para llover. Rao junto a sus guerreros se encontraban dentro de una enramada, allí empezaban a guardar comida en sacos de cuero y agua en botellas de arcilla improvisadas.

Las gotas de lluvia empezaron a salpicar y todos se dispersaron, excepto Azul, que volvió a la choza de Maya.

La chica había regresado a la pequeña cama, parecía dormida y Azul se acercó en silencio, tomó un pañuelo hecho de la misma tela que vestían y lo mojó en la vasija de agua que estaba al lado. Empezó a limpiar la sangre seca del rostro de Maya y ésta suspiró agradecida.

Sabía que tendría que despedirse de ella en algún momento y eso la afligía. Se preguntaba si de verdad quería destapar todo el asunto de Séptima, no estaba obligada a eso. Mientras más tiempo pasaba junto a Maya, menos ganas le quedaban de irse y de traer de vuelta a los doce perdidos, a Azui. Azui se quedaría con Maya, no con ella.

Maldijo su suerte, porque justo en el momento en el que se inclinó y rozó los labios de Maya con los suyos, deseó ser Azui realmente.

Karim entró a la choza, anunciándose.

—Kariat está aquí —dijo con la voz llena de preocupación.

Maya se levantó, le ofreció una sonrisa forzada a Azul y se puso de pie.

Al salir, se encontró en la enramada a un raptor encadenado a una de las columnas, oliendo y mirando a todos lados.

—¿Ese es Kariat? —preguntó Azul estupefacta y tanto Maya como Karim la miraron como si estuviese loca.

—Ella es Kariat —dijo Maya señalando a la chica que esperaba pacientemente al otro extremo de la enramada.

Kariat parecía una persona común y corriente. Sus ropas eran más oscuras, al igual que la mirada y la piel. Azul pensó que la chica era parte de la tribu, pero el raptor no figuraba en aquella escena. Nunca vio que alguien en la aldea tuviera un dinosaurio de mascota, de hecho ni siquiera sabía qué hacían con ellos, nunca había visto a Maya o a Rao asesinando a alguno de esos animales, siempre les hacían heridas que los ahuyentaban.

—¿Quién es ella? —preguntó Azul en un susurro.

—Es la líder de los Salvajes —le respondió Maya.

Azul se quedó petrificada en su sitio. Con su esbeltez y altura, se notaba que era una persona de poder, pero no se parecía en nada a los draconianos que habitaban su planeta. Aquellos ni siquiera se hacían notar. Se preguntaba cómo era posible que esa raza fuese la evolución primitiva de aquellos draconianos civilizados en el planeta tierra y cuando la chica se acercó a Maya lo pudo ver.

Kariat tenía la piel de reptil, que casi no se hacía notar. El iris de sus ojos marrones era de reptil, sin duda, y cuando Kariat la miró con curiosidad, sintió que podía pulverizarla en ese momento.

—Maya —dijo en un siseo.

—Deberías controlar a tu gente —espetó Maya.

—Ellos tienen órdenes claras —dijo con seriedad—, sin embargo, los que te han hecho esto ya han sido castigados, pero sus instintos no pueden ser controlados por mí —aclaró—, si vuelven a entrar en nuestras tierras no dudarán en matarlos. —Miró a Azul de nuevo.

—Azui —dijo Maya mirando la expresión confundida de Azul—, dile a Rao que cancele la exploración.

—¿Qué? —preguntó sorprendida.

—Ve. —dijo con firmeza.

—Sabía que tomarías la decisión correcta —siseó Kariat con una leve sonrisa.

Se dio la vuelta con elegancia y caminó hacia el raptor, llevándolo con la cadena y perdiéndose en el bosque.

Azul miraba la escena de lejos y cuando notó que Maya volvía a la choza, se encaminó hecha una furia hacia el mismo sitio.

—¡Prometiste que nos llevarías a Dortmund! —gritó haciendo que Maya girara a verla.

—Azul —la llamó.

—¿Ahora soy Azul? —volvió a gritar ofuscada— ¡Nunca confundas el nombre de una mujer, nunca!

—¿Puedes calmarte? —volvió a decir con paciencia— ella no puede saber que no eres Azui —dijo con tranquilidad— ¿no lo entiendes?

Azul respiraba con dificultad, frunció el ceño sin entender de qué hablaba Maya.

—La cueva a la que te llevé está en su territorio, ya te lo dije —le explicó—, la división de las almas en siete, lo descubrieron sus antepasados. Los nuestros encontraron la cueva hace mucho tiempo y adoptaron la misma creencia.

—Suri tenía razón —dijo intentando calmarse— ¿qué crees que pueden hacernos si lo descubren?

—No lo sé y tampoco quiero averiguarlo —soltó— ahora tranquilízate y dile a Rao que nos vamos ya.

—Pero, tus heridas —dijo preocupada.

—Nos vamos ya. —espetó.

Si aquella creencia de la división de las almas era de los draconianos, entonces entendía la razón del proyecto y de los miles de draconianos en su planeta. Habían expandido sus creencias en diversos mundos y ahora los humanos, ambiciosos como siempre, querían lograr la unión de estas almas. Empezaba a ver todo con más claridad. Los humanos querían lograr lo que los draconianos habían descubierto: tener en sus manos el conocimiento del universo entero. Ser comparados con dioses.