Séptima [Ciencia ficción] - Capítulo VI

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  1. Un paseo por Terra.

Azul despertó temprano con el olor del café recién hecho, olía muy bien y se sentó de inmediato en la cama buscando la fuente. Le extrañó no ver a Maya cerca, después de haber estado el día anterior detrás de ella a cada rato, parecía haberle hecho caso con respecto al espacio que le pidió. Vio su camiseta gris limpia colgada de la ventana y se la colocó, dejándose los pantalones que Maya le había ofrecido, pues era bastante cómodos. Encontró la taza humeante de café y la tomó. Definitivamente, ese café era mucho más delicioso que el de su planeta. Ojeó algunos papeles de color marrón y encontró colgado de una de las columnas de madera un dibujo hecho con carbón, era Maya y ésta abrazaba a una chica idéntica a ella. Sí que lo era, su cabello estaba más corto, pero era ella. Sintió su corazón detenerse un momento y olvidó cómo respirar.

—Hey. —Saludó Maya.

Azul dio un respingo y soltó la taza de arcilla, rompiéndola.

—Me asustaste —dijo apenada agachándose y empezando a recoger los pedazos—, perdona.

—Déjalo —dijo y se acercó agachándose junto a ella—, estabas concentrada—rio y Azul se sonrojó— ¿Qué estabas mirando? —Maya se puso de pie con los restos de la taza y miró hacia el dibujo— Ah. —Fue lo único que dijo al mirar el retrato.

—Así que ella... —dijo pero no terminó la frase. Maya la miró profundamente y suspiró.

—Sí. —Alcanzó a decir, deshaciéndose de la taza— Tu hermano está afuera esperándote —dijo saliendo de la choza sin mirarla.

Azul sintió un cosquilleo extraño en el cuerpo y salió dándole un último vistazo al retrato. Se veía feliz, ella no recordaba haber sido así de feliz en su vida. Siempre estuvo concentrada en sus entrenamientos, en idear todo su plan para encontrar a sus padres, en cuidar de sí misma y de su hermano, nunca contempló la idea de ser feliz junto a alguien más y, al mirar a Maya junto a Azui, que lucía igual a ella, se dio cuenta de que aunque encontrara a sus padres, iba a seguir sintiendo aquel fatídico vacío.

Al salir, su hermano la esperaba recostado de la pared de palmas.

—¿Estás bien? —preguntó y Azul solo asintió— Rao nos llevará a ver la isla.

—¿Es una isla? —preguntó saliendo de su letargo y Yael rio.

—Hey. —Saludó Suri— ¿Ya Maya abusó de ti? —preguntó seria, haciendo que Azul se coloreara de rojo y luego estalló en risas. —Sí que la traes loca, está perdidamente enamorada de ti.

—No lo está —dijo apenada—, cree que soy Azui.

—Azul, Azui —repitió con fastidio—, es lo mismo.

—¿Están todos? —preguntó Rao llegando con ellos— síganme —dijo finalmente sin esperar respuesta.

Thalía se acercó a Yael y le susurró algo al oído haciendo sonreír al chico. Azul los miraba con disimulo y ahí estaba de nuevo, la sensación que había tenido minutos antes. Buscó con la mirada a Maya pero no la encontró y sin detenerse, se acercó al inicio de la fila alcanzando a Rao que les llevaba cierta ventaja.

—¿Dónde está Maya? —le preguntó.

Rao la miró con detenimiento de arriba a abajo y siguió caminando sin responderle. La chica lo miró alejarse y vio la silueta de otra persona esperando en la saliente de una montaña cercana. Miraba hacia el mar, con ambas manos apoyadas hacia atrás, sobre la funda de una espada que le cruzaba la espalda. Era Maya.

Azul apresuró el paso, acercándose de nuevo a Rao, pero sin hablarle. A unos cuantos pasos de ella le seguían sus compañeros mirando hacia todos lados, como si de un paseo se tratase.

Rao se acercó a Maya y le dijo algo que Azul no pudo escuchar, Maya solo asentía mirando al suelo, con mucha seriedad. Levantó la vista mirando al grupo, ignorando a Azul que la buscaba con la mirada.

—Daremos una vuelta por el bosque del Este —explicó—, es importante que conozcan las rutas seguras, está prohibido para todos, incluidos nuestros guerreros y rastreadores, ir hacia el bosque del sur —dijo haciendo una pausa—. Está infestado de animales salvajes.

—En las rutas seguras también hay peligros —explicó Rao—, pero si no saben cómo pelear o defenderse, es mejor que se queden en la aldea.

—¿Entonces por qué nos hacen ir ahí? —preguntó Thalía.

—Deben conocer la isla, además nada les va a pasar si se quedan junto a Maya y junto a mí —respondió Rao.

—No se alejen del grupo —dijo Maya con insistencia.

Rao se dirigió al frente de la fila y Maya se fue hasta el final.

—El mar de la tribu —dijo el chico—, tenemos zonas de pesca, pero justo ahora es la época en donde desaparecen —explicó.

—¿Desaparecen? —preguntó Azul más para Maya que para Rao, pero la chica no le contestó.

—Creemos que como el agua se calienta, estos se van a otros sitios —respondió Rao.

—¿No saben hacia dónde? Tal vez así podrían ir a pescar.

—Tal vez, pero no tenemos suficientes pescadores.

—¿Por qué son tan pocos en la tribu?

—Por los come carnes.

—¿Existen otras tribus? —Siguió preguntando Azul.

—Es posible —dijo el chico incómodo—, pero los come carnes no nos dejan mucho espacio para explorar.

Azul suspiró y siguió mirando el océano, estuvo a punto de decir que en su planeta casi no quedaban, pero se limitó a mirar el paisaje y vislumbrar las siluetas de montañas enormes que se dejaban ver a lo lejos.

—¿Te peleaste con tu novia? —le preguntó Hurán. No sabía en qué momento el chico se había puesto a su lado para molestarla.

—Déjame en paz —respondió.

Hurán rio y se fue dejando a una Azul irritada.

Se detuvieron al inicio de lo que parecía un camino en medio del bosque y Rao se dio la vuelta para hablarles.

—Escúchenme bien —dijo con seriedad—, que nadie se separe del grupo. —Y miró fijamente a Azul.

La chica miró hacia otro lugar y empezó a caminar junto a ellos. Maya seguía detrás de ella, quería voltear a mirarla pero por alguna razón le daba miedo hacerlo. Su curiosidad le hacía mover las manos instintivamente, quería ver todo, quería saber si cerca de allí podía estar la nave de la quinta misión, a pesar de que Maya le había dicho que no la habían encontrado.

Aprovechó que Thalía había tropezado con una roca que sobresalía del suelo y parecía haberse hecho dado en el tobillo. Maya se había adelantado a ayudarla y aprovechó para deslizarse entre los árboles y continuar sola. En algún momento, la chica morena se daría cuenta de su ausencia o tal vez no, empezó a dudar de que realmente lo hiciera, pero ni siquiera quería pensar en eso.

Se abrió paso entre las frondosas ramas y caminó y caminó hasta que se encontró con un pequeño riachuelo. Olía a sangre seca y había demasiado silencio.

Azul decidió seguir caminando en línea recta, evitando que el pensamiento de que lo que estaba haciendo era muy peligroso apareciera en su mente. Escuchó ramas quebrarse y se puso alerta y en guardia, cosa que era realmente estúpido porque ella ni siquiera sabía pelear. El hecho de que golpeara a Hurán no la convertía en una experta en defensa personal. Y en tal caso, sus puños no iban a ser suficiente para salir ilesa frente a un dinosaurio que quisiera comerla o cualquier otra bestia. Empezó a entrar en pánico y comenzó a correr. Los ruidos a sus espaldas se hacían más fuertes y rápidos, no distinguía el ruido que ella misma ocasionaba de los otros. Y se tropezó. Un gemido salió de su cuerpo magullado contra la tierra caliente debajo de ella. Sus labios y barbilla ardían, había arrastrado su cara en el suelo y de ella ahora brotaban pequeñas líneas de sangre. Se dio la vuelta y no vio nada. Se arrastró hacia el tronco de un árbol y se apoyó de él hasta que el dolor empezó a disminuir. Se preguntó si la estarían buscando, había perdido la noción del tiempo y solo se le ocurrió darse vuelta y regresar por donde había venido.

Empezó a caminar despacio y a pensar en qué le diría a sus compañeros, a Rao y a Maya. Probablemente, a esta última nada, la chica se había alejado repentinamente de ella, pero estaba bien, ella no era Azui, no era su alma gemela, no tenía por qué estar hablándole, dándole su cama, ofreciéndole café, ni mucho menos intentando besarla cada vez que estaban solas. Ella no era Azui y no lo sería jamás, tenía que poner sus ideas en orden.

Desde que había visto el pequeño dibujo en la choza, algo en ella había despertado como una llama. Anhelaba una felicidad que no conocía, una felicidad que su hermano empezaba a sentir por Thalía y que, eventualmente sucedería. Pensó en los chicos que los acompañaban. Hurán estaba descartado, era un idiota. A Stefan nunca lo había visto de esa manera, era su amigo. Lyo y Warren no parecían estar interesados en ella, ni en ninguna chica, solo les gustaba el peligro. Y los demás, Kamm, Hanz y Dent, eran casi desconocidos para ella. Cómo iba a conseguir ese tipo de felicidad si no parecía haber nadie interesado en ella. Solo Maya, pero aun así, la chica sólo estaba enamorada de alguien parecido a ella, no de ella.

Empezó a entrar en pánico y gotas de sudor empezaron a correr por su rostro. Un rugido agudo le erizó la piel. Al darse la vuelta lo vio, medía cerca de metro y medio de alto y tenía una hilera de dientes afiladas como cuchillas. No lo pensó dos veces, empezó a correr con todas sus fuerzas. El dinosaurio la seguía y daba mordidas al aire que le rasgaban la ropa. Las lágrimas le empezaron a dificultar la visión y, sin darse cuenta, su pie se enganchó en una raíz que sobresalía. Cayó como plomo al suelo, haciéndose más dañó y al ver al animal acercarse y abrir su boca, cerró los ojos. Escuchó el sonido de los dientes chocar contra acero y al abrir los ojos, Maya estaba delante de ella, sujetando su espada en horizontal, mientras el dinosaurio lo mordía, pero al intentar avanzar, el filo le rasgó la piel y no le quedó otra opción que echarse hacia atrás chillando de dolor. Maya se adelantó y le hizo una enorme herida en la pata trasera. El animal se fue corriendo y cojeando como pudo. La chica se enderezó y guardó su espada en la funda. Se secó el sudor con una pequeña muñequera de piel que le cubría el antebrazo y encaró a Azul, que aún estaba tirada en el suelo.

—Gracias —dijo en voz baja.

—¿Por qué te separaste del grupo? —preguntó enojada.

—Yo...

—¿Te puedes poner de pie? —preguntó sin dejarla terminar.

Azul se puso de pie y la miró apenada.

—Vamos —dijo poniéndose en marcha y pasando a su lado sin mirarla.

—Maya —la llamó siguiéndole el paso como podía, pero la chica no se detuvo—, espera —gimió.

Maya la miró sin detenerse.

—Dejamos claro antes de salir —dijo— que nadie debía separarse del grupo y es lo primero que haces. —la encaró haciendo que se detuviera.

—De verdad lo lamento —se disculpó.

—Azui nunca haría algo así —soltó.

Azul bajó la mirada.

—Mírame —espetó—, mírame a los ojos —dijo con dureza empujándola hacia la corteza de un árbol.

Azul no había notado lo alta que era Maya hasta que la tuvo tan cerca.

Maya suspiró.

—Eres igual a ella —dijo en voz baja—, tus mejillas —acarició el rostro de Azul que empezaba a colorearse—, tus orejas —pasó la punta de sus dedos—, tus ojos —la miró profundamente—, tus labios —dijo pasando los dedos debajo de su labio inferior.

Azul se inclinó un poco hacia adelante, sin saber muy bien lo que estaba haciendo, pero Maya la detuvo.

—Pero no eres ella —dijo dando un paso hacia atrás—; al regresar puedes quedarte en la choza de tus amigos, los llevaré con Dortmund en unos días, es un viaje largo.

—¿Qué? —preguntó confundida y mareada, había estado a punto de besarla.

—Dortmund —repitió Maya y aunque Azul no se refería a esa parte de lo que le había dicho, la miró aún confundida—, la nave de los que se llevaron a nuestros compañeros, a nuestros doce.

—La quinta misión —dijo abriendo los ojos de par en par, pero Maya la miró sin entender—, es cierto, la nave de la quinta misión se llama Dortmund.

—Es un viaje de un par de semanas. —Siguió diciendo—. Y está cruzando un nido de come carnes, tenemos que preparar todo antes de salir.

Azul la miraba asintiendo.

—Y así podrán irse con los suyos, pero... —dijo mirándola de nuevo, tan profundamente que Azul sentía que iba a quebrarse en ese instante — tienes que traerlos de vuelta.

—¿A tus amigos? —dijo y Maya asintió.

—Y a Azui.

Azul sintió un nudo en la garganta y asintió.

—Si prometes llevarnos con ellos, prometo traerlos de vuelta —dijo sin pensar en lo que estaba prometiendo, ni en qué se estaba metiendo.

Maya asintió y le indicó que la siguiera. Durante un rato Azul intentó que el camino no fuese tan silencioso, pero cualquier cosa que intentaba para establecer una conversación, Maya la finalizaba con un sí o un no.

—Estas flores son muy bonitas —dijo por tercera vez.

—Son venenosas. —Atajó Maya, haciendo que Azul detuviera sus manos curiosas listas para tocarlas.

—En mi planeta no hay tantas flores como aquí, dudo que haya bosques y animales salvajes —confesó.

—¿De dónde vienes? —preguntó Maya por fin.

—Mi planeta se llama Tierra.

—¿Tierra? —preguntó curiosa—¿Como la tierra? —dijo señalando el suelo y Azul rio.

—Sí, Tierra como la tierra.

—Cuanta originalidad —dijo riendo.

—¿Qué me dices de Terra?

—¿Terra? —preguntó— ¿Ese es otro nombre de tu planeta?

—No —respondió Azul—, es el nombre de tu planeta ¿no? —preguntó insegura.

—Uhmm —dijo Maya pensativa—, si tú lo dices. —Levantó ambos hombros.

—Es el nombre que nos indicó la consola de información de nuestra nave.

—Vaya —dijo con sorpresa—, no sabía que nuestro hogar tuviera un nombre como ese.

—¿Cómo lo llaman ustedes?

—No lo llamamos.

—¿Han vivido siempre en la aldea? —preguntó Azul— en tribus.

—Supongo que sí —dijo—, es lo único que conocemos.

—Les envidio el mar —confesó— y los animales —dijo— y las flores.

—¿No hay en la Tierra?

—No muchos —dijo—, nuestra especie ha acabado con muchas otras.

—Por eso están aquí —dijo Maya—, para acabar con nosotros.

—No —exclamó Azul—, bueno no lo sé —corrigió y Maya la miró confundida.

—Nos destinaron a una misión llamada Séptima —contó—, consistía en seis misiones diferentes, nosotros fuimos los últimos.

—¿A qué vinieron?

—Nuestro destino no era este lugar —aclaró—, yo robé las coordenadas de la misión anterior, para buscar a mis padres.

—¿Tus padres venían en Dortmund?

—Sí.

—Supongo que los conocí entonces.

—Supongo que sí —dijo con una leve sonrisa.

Maya se quedó pensativa durante un instante sin decir ninguna palabra.

—¿Qué tanto piensas? —preguntó mientras cruzaba con cuidado un pequeño riachuelo.

—Se quiénes eran —dijo al fin, Azul la miró—, un hombre de cabello gris y una mujer con el mismo océano de tus ojos. —Azul se sonrojó— Ellos mostraron bastante interés en Azui y Yaé.

—¿Yaé?

—Yaé es el chico parecido a tu hermano, era de nuestros mejores pescadores —dijo—; quiero llevarte a un sitio, necesito que veas algo —frunció el ceño—, pero no será ahora. —Miró al cielo que empezaba a oscurecer.

Azul asintió con firmeza.

Vieron las pequeñas llamas de las fogatas de la tribu y apresuraron el paso, todos las estaban esperando.

Yael abrazó a su hermana, mientras Rao se acercaba a Maya.

—¿Y bien? —preguntó. Maya solo asintió y se dirigió a su choza. Rao ya sabía que los iban a llevar con Dortmund.

—¿Cómo está Thalía? —le preguntó a Yael.

—Sólo tiene un pequeño esguince —le respondió— ¿A dónde fuiste? —preguntó preocupado— Maya fue corriendo a buscarte sin decirle a nadie —dijo y Azul sonrió levemente.

—Solo quería explorar —dijo—, me salvó de ser despedazada —explicó y Yael puso los ojos en blanco—; tengo mucho que contarte.