Séptima [Ciencia ficción] - Capítulo 9
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Capítulo 9
Dortmund
Para cuando el sol salió, la mayoría de los guerreros se alistaban para partir. Los doce chicos se miraban impacientes, mientras Maya daba órdenes al chico que se iba a quedar a cargo.
—Maya está muy herida —dijo Yael preocupado.
—No va a dejar a Azul irse a la boca del lobo sin ella —dijo Suri.
—Intenté convencerla, pero es muy testaruda —explicó Azul.
—¿De qué forma intentaste convencerla? —preguntó Suri elevando las cejas de manera sugerente.
—Ya basta —dijo Azul nerviosa y Yael la miró con seriedad.
—Te gusta —afirmó el chico.
—¡Claro que le gusta! —Vociferó Suri haciendo que Azul le cubriera la boca para que bajara la voz—, es su alma gemela —continuó la chica en un susurro.
—No soy la parte del alma que es su gemela —dijo con la mirada triste—, le prometí que traería a Azui de vuelta.
—Pues eso es un problema —dijo Suri—, de igual manera —continuó—, tú te ibas a ir, ninguno de nosotros puede quedarse aquí —aclaró.
Su mente había estado pensando en tantas cosas, que pasó por alto el hecho de que, de una manera u otra, ella no podría estar con Maya, ni podría quedarse en Terra.
Veía a Maya caminar de un lado a otro dando instrucciones. Sus brazos vendados, su rostro con heridas, la expresión de dolor en su forma de caminar y hablar. Era alguien increíblemente fuerte, se preguntó qué edad tendría, cómo habría sido su niñez, cómo habría conocido a Azui, cómo se habría enamorado de ella. Maya la encontró mirándola y le regaló una sonrisa que Azul le respondió al instante y luego de eso su corazón se oprimió de tristeza. Se preguntaba en qué momento había permitido que sus sentimientos afloraran, en qué momento le pareció una buena idea enamorarse de una chica de otra dimensión, de una chica que estaba enamorada de alguien más.
Intentó concentrarse en lo que debía. Si estaba en lo correcto, en Andralian debían estar los líderes del proyecto y también debían estar los doce perdidos de Terra. Pensó en las otras misiones y cayó en cuenta de que debía haber doce chicos secuestrados de cada planeta a los que fueron destinadas cada una de las misiones, eso le daba un total de sesenta personas, sin incluirlos a ellos, presos de la ambición de los seres humanos, eso significaba también cinco chicas iguales a ella. En su mente aun rondaba la duda de quienes serían la séptima parte. Pensaba en que podría haber existido una séptima misión de la que nadie sabía, era lo más probable, no se le ocurría ninguna otra cosa. Intentó poner su mente en blanco cuando Rao anunció que ya era hora de partir y sus sentidos se pusieron alerta cuando al subir la escalera tallada en piedra, se adentraron en el bosque infestado de animales salvajes.
Los primeros días de viaje estuvieron tranquilos. Azul ayudaba de vez en cuando a Maya a cambiar sus vendajes y muy pronto ya sus heridas habían cicatrizado.
Ambas estaban sentadas frente a la pequeña fogata que empezaba a agonizar, era muy entrada la noche y la mayoría descansaba.
—¿Te gustaría aprender a pelear? —le preguntó Maya mientras atizaba el fuego.
—¿Ya te cansaste de salvarme tanto? —dijo entre risas recordando como el día anterior tuvo que sostenerla fuerte del cuello de su camisa porque se había tropezado y casi cae al río.
—No te ofendas —dijo riend—, pero eres un poco torpe. —Y Azul exageró su cara de indignación.
—Pues, discúlpeme, señorita mejor guerrera de la tribu —dijo en un fingido enojo—, no estoy acostumbrada a esto, por eso me tropiezo —se excusó haciendo reír a Maya.
—Ponte de pie —dijo ofreciéndole su mano para que Azul se levantara—, los come carnes solo atacan de frente —le explicó—, nuestra mejor arma es ser evasivos, desplazarnos a sus laterales y atacar —le dijo—, pero nunca a matar.
—¿Por qué no? —preguntó con curiosidad mientras Maya le indicaba que intentara atacarla de frente
—Son seres vivos, igual que nosotros —dijo como si fuese lo más obvio del mundo esquivando el agarre de Azul—, no tenemos derecho de quitarle la vida a otro ser vivo, respetamos todo lo que habita aquí, incluso a los salvajes.
—Pero ellos no piensan como ustedes —dijo Azul poniéndose en posición de esquivar el ataque de Maya.
—Por eso nos mantenemos a raya de su territorio —señaló—, evitamos los encuentros —dijo.
El sol se asomaba suavemente entre los árboles y Maya empezó a recoger su tienda, mientras Azul despertaba a sus compañeros. Rao y los demás ya empezaban a alistarse para continuar.
Sawyer se vislumbraba a lo lejos entre los árboles. Hurán fue el primero en correr para llegar a la nave. Azul intentaba buscar entre la maleza algún indicio de sus cosas perdidas.
—¿Qué buscas? —le preguntó Maya acercándose a ella.
—Al llegar traía un bolso pequeño —dijo escudriñando entre los troncos—, ahí estaba mi suéter favorito —suspiró.
—¿Qué es un suéter? —preguntó Maya aun detrás de ella.
Azul rio y la miró.
—Es una prenda de vestir —dijo—, para cuando hace frío —le explicó.
Un estruendo las hizo correr hasta la nave, alarmadas.
—¿Qué fue eso? —preguntó Azul a los chicos.
—Hurán – dijo Leinor —destruyó la puerta que tenía llave —rio.
—¡Mis bebés! —gritó desde la sala central —llevaba consigo el morral con sus armas —permiso, permiso. —Pidió mientras salía— Tomen una —abrió el morral frente a todos—, se viene la guerra.
—Calla —dijo Yael—, no iremos a exterminarlos, sólo las usaremos para defendernos.
—Deberías tomar una—, le susurró Azul a Maya, pero la chica se negó.
Azul entró a su pequeña habitación en la nave. Recogió algunas cosas, se dio una ducha, se puso ropa limpia y, por primera vez en semanas, cepilló su cabello.
—Te ves muy bien así —Maya había entrado a la habitación—, esto es impresionante —dijo mirando todo a su alrededor.
—Pueden quedarse con la nave —le dijo con una sonrisa—, es bastante cómoda y nosotros no nos la podremos llevar.
—Había olvidado que tenías que irte —dijo con una sonrisa forzada.
Azul la miró con tristeza.
—No pertenezco aquí —dijo.
Maya no la miró, solo se quedó en silencio.
—Quiero darte algo —dijo luego de un rato—, no me fío de esas cosas de metal. —Refiriéndose a las armas— Yo misma la tallé —le tendió una navaja hecha de un material que Azul no había visto antes, parecía piedra pulida, semejante al acero, pero mucho más resistente y tenía el nombre de Maya tallado en la montura.
—Gracias —dijo incrédula.
—Promete que te cuidarás allá donde vayas —Azul no podía mirarla, la chica se veía muy preocupada.
—Lo prometo —dijo sin levantar la vista del suelo.
—Dortmund está a sólo unas horas de aquí, deben estar muy alertas —dijo Rao.
Suri fue la última en salir, traía las coordenadas de Andralian consigo. Hurán estaba extremadamente feliz y Azul y Maya no se despegaban la una de la otra. Ninguno de los guerreros terranos quiso tomar un arma, además de que no las sabían usar, les provocaba mucha desconfianza y todos acordaron en que era mejor que cada uno tuviera el arma que mejor supiera usar.
Mientras más se adentraban en el bosque, la humedad los incomodaba más. Veían los pequeños ojos rojos asomarse con curiosidad entre los árboles. Animales grandes y pequeños de afilados dientes que los miraban desde todos los ángulos.
—¿Por qué no atacan? —preguntó Hurán en un susurro.
—Estamos en su nido, cuando salen, es porque van a cazar —explicó Maya—, si están aquí, es porque no tienen hambre.
—Que suerte —susurró Yael.
—No hagan movimientos bruscos, solo sigan caminando —dijo y le tomó la mano a Azul para que caminara a su lado.
Algunas ramas se quebraron y todos se quedaron quietos. De entre la penumbra del bosque los rodearon varios Salvajes, cada uno sobre un raptor. Kariat los lideraba y la maliciosa sonrisa que le cruzaba el rostro hizo enfurecer a Maya.
—Eres muy predecible —siseó— ¿lo sabes?
Maya no respondió y Kariat borró toda expresión de su rostro.
—Ataquen —dijo y los raptores se fueron sobre ellos.
Hurán fue el primero en disparar, poseído de ira y miedo, le dio a tres de los raptores, haciendo caer a los Salvajes sobre ellos.
Kariat miraba todo desde lejos, sin perder de vista a Maya que corría con Azul hacia una de las laderas del bosque.
Yael junto a Rao empezaron a atacar a los Salvajes, pero el chico poco podía hacer. Rao no lo dejaba disparar a matar. Los que iban a morir serían ellos.
—¡Nos van a despedazar! —gritaba Yael— ¡déjame disparar!
—Dispara a las piernas —le dijo.
—Deben aprender a asesinar —siseaba Kariat—, existir lo exige, la supervivencia del más fuerte.
—No nos vas a impedir llegar a nuestro destino —le dijo Maya encarándola.
—Adelante, mátame —dijo tranquila—, hazlo y mis guerreros se irán.
Un raptor mordió la pierna de Stefan y lo arrastró hacia lo profundo del bosque, dejando un rastro de sangre. Suri gritó, al igual que todos sus hermanos y empezaron a disparar a matar. Maya miraba la escena con desespero y luego a Kariat que volvería a sonreír.
—Acaba con esto ya, Maya. —Le pedía— Cobarde —escupió.
Maya estaba petrificada en el sitio. Sólo cuando Kariat sacó una flecha y un arco de su espalda y olió el veneno rancio, fue que reaccionó. La chica apuntó a Azul, que había salido de su escondite y peleaba con un raptor, como le había enseñado Maya.
Justo antes de disparar, Maya logró tomarla del brazo. La flecha salió disparada y atravesó el pecho de Hurán, que cayó con un golpe seco en el suelo. Azul corrió a su lado, junto a Leinor mientras miraban desesperadas a Maya.
La chica tragó fuerte y empujó a una Kariat sonriente contra un árbol. Sacó su espada y, sin pensarlo dos veces, la degolló. La sangre salió a borbotones y el silencio hizo eco. Los salvajes se retiraron de inmediato, dejando a los heridos por doquier, ni se molestaron en ayudarlos.
Maya cayó de rodillas frente al cuerpo sin vida de Kariat. La draconiana lo había logrado, había convertido a Maya en una asesina.
Detrás de ella, Leinor sollozaba sobre el cuerpo sin vida de su hermano. Suri y sus hermanos miraban petrificados el lugar por donde se había ido Stefan.
Rao tomó a Maya del brazo y la hizo levantarse.
—Tenemos que seguir.
Dortmund era una nave mucho más grande que Sawyer. El bosque la abrazaba como si ya fuese parte de él. Los chicos llegaron cansados, mirando la enorme máquina con tristeza.
Azul miró a Suri, quien aún tenía los ojos rojos de tanto llorar. La morena se acercó con pesadez a la entrada de la nave y empezó a trabajar. Le tomó quince minutos abrir la compuerta, que cayó con un chirrido seco sobre la tierra.
Dentro de ella se cernía la oscuridad. Algunas lámparas pestañeaban encendidas y dejaban ver las motas de polvo que pasaban ajenas a todo lo que ocurría afuera.
Azul fue la primera en entrar, seguida de Yael y Suri. La sala central estaba intacta, junto con la consola de mando. La pantalla yacía reluciente y cristalina sobre el ventanal, casi podía confundirse y pasar por alto.
Suri se dispuso a encender la consola y añadir la nueva ruta. Al hacerlo, la sala se iluminó más, se escuchó una habitación despresurizándose y Azul se acercó al lugar de donde provenía el sonido.
Al entrar a la habitación que estaba poco iluminada, se encontró con dos cámaras de hibernación funcionando.
Dentro de ellas estaban dormidos sus padres.
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